domingo, marzo 30, 2008
TODO ESTA CLAVADO EN LA MEMORIA...
La Dama de la curva*
Hay una leyenda que cuenta la aparición de una dama muerta en la tercera curva de la carretera de la costa, justo antes de llegar a la parte más empinada de la misma. Cada noche que circulo por ella, espero ver aparecer a esa mujer de largos cabellos claros y tez pálida que flota dentro de una aureola blanquecina invitándome a parar y recogerla.
Hoy, como cada martes, he iniciado la ruta con el temor de que apareciera la fantasmal señora, hiciera ademanes para que detuviera el coche, a que montara en él y juntos saltáramos al vacío.
A medida que me he ido acercando al lugar, una sensación de que hoy era el día me invadía, asegurándome que la encontraría esperándome. He aminorado la velocidad y cuando la he visto, radiante de luz, levitando a un palmo del suelo, he detenido el vehículo y ella ha subido.
He arrancado el coche, mirándola y esperando el gran salto por el acantilado.
Nada ha ocurrido. Mientras ella me miraba sonriendo enigmáticamente desde su asiento, el coche iba trazando la curva perfectamente. Ella hermosa, quieta, expectante, seguía mirándome sin que ocurriera nada.
He tenido que manifestarme. Con un golpe de volante he dirigido el vehículo hacia el acantilado y hemos caído violentamente sobre las rocas y el mar noventa metros más abajo.
Ya es la tercera vez que me pasa. No me acostumbro a ser un fantasma y si sigo así, alguna de las damas que me recogen pasarán la curva.
*de Joan. joan@cimat.es
TODO ESTÁ CLAVADO EN LA MEMORIA...
PROPIEDAD*
Hay una expresión bastante usual que suele empujarme hacia el lado cómico. Generalmente, lo que veo y escucho, cuando eso que veo o escucho no me causa tristeza, y, a veces, a pesar de causarme tristeza, me inclina sin embargo a la sonrisa de por adentro que surge frente a lo absurdo.
La expresión es “yo tengo un muchacho que hace jardinería”, “yo tengo una señora que prepara pasteles a pedido”, cosas por el estilo. Cuando alguien enuncia una frase de este tipo, inmediatamente me da por mirar por sobre su hombro o esperar ansiosamente a ver si el muchacho o la señora son extraídos mágica y fantásticamente de un bolsillo o una cartera.
Claro, están diciendo que los conocen, que viven cerca o que mantienen algún trato con esas personas mencionadas. Esa afirmación categórica y decidida, el decir “yo tengo”, implica un grado de apropiación sorprendente y que mueve a imaginar escenas de prestidigitación.
Pero, y aquí vuelvo a encontrar lo absurdo agazapado en los lenguajes, no me siento en falta cuando digo “tengo una amiga”. Y, claro, no está la amiga atada con una cuerdita al respaldo de la silla, ni tiene el tamaño adecuado como para llevarla en un bolso. No vive en mi casa, no pago su alimento ni he obtenido certificado de propiedad sobre su persona. Es decir que, en definitiva y de acuerdo a lo enunciado, no la tengo.
No tengo a mis amigos, mis amigos no me tienen a mí. Hemos dibujado entre nosotros, simplemente, unos tenues hilos de humo que cruzan ciudades y a veces mares o continentes, y que con extrema debilidad logran atar sentimientos e historias con dedos fantasmales.
Son tenues, débiles, fluctuantes hilos que a veces nos impiden caer en precipicios o nos traen justo esa palabra que faltaba en la oración.
Pero, claro, a mis amigos no los llevo en el bolsillo. No los tengo. A veces los sostengo, a veces me sostienen. Sin tenernos en absoluto.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Domingo, 30 de Marzo de 2008
Estamos todos locos*
*Por Ernesto Tenembaum
El conflicto entre el sector rural y el Gobierno puede ser analizado desde distintos puntos de vista. Como siempre, las perspectivas ideologizadas, maniqueas y moralistas suelen ser más estruendosas y vendedoras que las posiciones moderadas. También, suelen ser las que más daño le hacen al país.
A mi entender -que, naturalmente, es discutible- hay dos posiciones extremas que evitan abordar lo que realmente es el tema de discusión. Para una de ellas -expresada por el Gobierno y por sus simpatizantes- se trata de un conflicto entre el campo popular y la oligarquía. Según esta concepción, el Gobierno, en defensa de los intereses de todos los argentinos, impone retenciones al campo, y la oligarquía reacciona con un lockout patronal con tufillo golpista. Algunos de los defensores de esta posición la atenúan, al destacar que el poder político debería atender los reclamos de los pequeños
y medianos productores, pero que el eje del problema no es ése, sino el intento desestabilizador que pusieron en marcha los sectores del privilegio para evitar la distribución del ingreso. La posición opuesta sostiene que la voracidad fiscal del Estado oprime al campo, que mantiene al país y es
víctima de una actitud autoritaria y rapaz. Por lo tanto, la única alternativa que les queda, para ser escuchados, consiste en desabastecer de alimentos al resto de la sociedad.
Es un clásico argentino. Demasiada gente grita, utiliza conceptos ideológicos, recurre a medidas extremas, patotea, alza las banderas para que pase la farolera, y muy pocos discuten realmente los hechos. Siempre fue así. Hubo bandos desde que comenzó la historia del país. Y palabras grandilocuentes, estruendosas que justificaban las peores locuras y ubicaban en el lugar del traidor a cualquiera que dudara: a izquierda y a derecha, siempre fue así. En este caso, quizás haya una lectura intermedia que permita percibir otros elementos. A mi entender, lo que ha ocurrido en la Argentina en los últimos quince días refleja la existencia de un serio problema de relaciones sociales que afecta a todas las partes y que las referencias ideológicas sólo contribuyen a disfrazar.
El Gobierno anuncia hace quince días la imposición de nuevas retenciones al sector rural, que se suman a las que ya existían. Esa medida, ahora se sabe, no representa demasiado -al menos en sí misma- ni para distribuir el ingreso, ni para nada. Es una medida de efecto marginal. Con toda la furia, permitiría recaudar aproximadamente 1500 millones de dólares. Para el Estado, eso es poco. Tan poco que representa apenas la tercera parte del tren bala, o la mitad de los fondos extras destinados para esa
extravagancia, ya que esta misma semana el Gobierno anunció que deberá invertir 4000 millones y no los 1200 anunciados originalmente. Es decir que el Gobierno tenía margen para tomar la medida o para no tomarla. No era de vida o muerte.
Podía darse un tiempo para agotar los esfuerzos para que tuviera consenso al menos en los sectores más débiles.
No hizo ni una cosa ni la otra: no contempló a los más vulnerables ni tampoco apeló a la política para tener una mínima red de consenso. Y no había incendio que justificara la urgencia.
Tanto es así que la argumentación oficial posterior al conflicto confirma esos elementos. Sostener que al campo le ha ido bien en estos años es una obviedad. Agregar que las retenciones son una medida justa, en fin, hasta Mario Blejer lo defiende. Insistir en que es necesario distribuir el ingreso es correcto. Recordar que la oligarquía rural siempre conspiró contra los gobiernos populares ya lo enseña Felipe Pigna en sus libros. Recitar que en el campo usan cuatro por cuatro es una pavada. Pero son todos artilugios, picardías, chicanas, para evitar el fondo de la cuestión.
Las preguntas clave sobre la manera en que se aplicaron las retenciones móviles son otras: ¿sabe el Gobierno cuál es el ingreso promedio de los productores de cincuenta o cien hectáreas, diferenciados por tipo de cultivo y región del país? ¿Sabe cuántos son? ¿Realmente ellos "la levantan en pala"
o, en cambio, aunque les va mejor que hace unos años, están al límite, ganan menos, por ejemplo, que un jefe de Gabinete o un ministro o un periodista o un camionero? ¿Sabe cómo serían afectados por la ampliación de las retenciones? Esas preguntas no fueron respondidas en ningún discurso presidencial, por ningún reportaje de los concedidos por ministros, en ningún paper de los distribuidos por Economía. Esto es: o no lo saben -lo que era un requisito previo para tomar las medidas- o lo ocultan porque es
un dato que no conviene difundir. Y es muy importante por varias razones: este paro no tendría ninguna legitimidad sin el aporte de los pequeños productores, ellos son los más duros en el conflicto; y, además, si se aplica un impuesto a un sector débil se lo pone ante la disyuntiva de entregar su propiedad a sectores más concentrados. Eso ha pasado muchas veces cuando la ideología va despegada de cierta solvencia técnica: se la justifica por izquierda pero suele tener efectos por derecha.
Hasta aquí, por lo menos en mi opinión, el Gobierno no ha conseguido explicar cuál era la urgencia de la medida, por qué no se intentó consensuarla, ni cuáles eran sus efectos sobre los sectores más débiles de
la economía rural. Revistió el conflicto de recursos ideológicos muy eficientes en la sociedad argentina, que siempre tiene gente tan dispuesta a alzar las banderas, para que pase la farolera, mantatirulirulá.
Pero no explicó lo central.
La ampliación de las retenciones desató un nivel de irracionalidad sin precedentes. La decisión de los piquetes rurales de desabastecer el país, como primera medida de fuerza, tiene una magnitud difícil de encontrar en la historia democrática argentina. Es extraño que entre los ruralistas no haya aparecido al menos una voz sensata que advirtiera sobre la obscenidad de dejar pudrir alimentos en las rutas. Por donde se lo mire, es una canallada.
Es mentira que la culpa de semejante barbaridad sea del Gobierno. Cualquier dirigente sabe que entre todo y nada hay un camino intermedio para recorrer.
La decisión de cortar los caminos durante quince días parece más bien un intento revolucionario que una resistencia a una medida impositiva sectorial. Faltaban Pancho Villa o los coroneles franquistas y estábamos todos. La simpatía que semejante disparate generó en sectores diversos de la sociedad -los medios conservadores, sectores urbanos profesionales, entre otros- refleja, en todo caso, que la desmesura, el autoritarismo, el doble discurso, no afectan sólo al Gobierno.
Es decir: a partir de una medida difícil de justificar -por sus maneras y por la extensión de los afectados y por la ignorancia oficial sobre sus consecuencias en los eslabones más débiles-, se produce una respuesta de dimensiones aún más escandalosas que la medida en sí, con un agravante: la reacción podría haber causado muertes. El corte de los caminos por parte de los productores rurales debería marcar un ejemplo sobre lo que no debe hacerse en un país democrático. Podrá ser cierto que los pequeños y medianos productores no están en una situación holgada, pero tampoco son los más desesperados de la sociedad argentina. Y ellos, los que peor la pasan, jamás han respondido de manera extrema ante su sufrimiento.
Para colmo, del lado del Gobierno, ante la contundencia de la protesta, les enviaron a los camioneros de Pablo Moyano para amenazarlos, mientras los funcionarios respondían al "campo" -así, en términos generales, sin diferenciación- con insultos y provocaciones. Sobre llovido, mojado: a la medida original discutible, le siguió el intento de desabastecer al país y después el envío de patotas para desarticularlo. Luego, el discurso presidencial que abroqueló a todos los sectores rurales involucrados en contra y la reacción de cacerolas y manifestantes en todo el país para repudiar al Gobierno, pintadas a favor de Videla incluidas. Por si fuera poco, los Kirchner envían a Luis D'Elía a pegarles a los manifestantes
disidentes. Todo esto, mientras en las rutas había situaciones delicadísimas: un enfermo cardíaco murió en Córdoba por los piquetes.
Es decir que durante quince días, a partir de una medida muy discutible tomada por el Gobierno -y, además, de no demasiada magnitud cuantitativa-, los argentinos estuvimos a punto -realmente, a punto- de agarrarnos a tiros.
Ese es el elemento central de esta semana.
A mi entender, el Gobierno tiene más responsabilidad que los ruralistas en todo lo sucedido, simplemente, porque un Gobierno es más responsable que los demás respecto del clima que crea en un país. Los funcionarios deberían medir la reacción que podría provocar una medida o un discurso. Pero, al mismo tiempo, es indignante percibir la magnitud de la respuesta y la condescendencia de los medios conservadores respecto de los piquetes más salvajes que tuvo la historia argentina reciente. Los Kirchner tienen una extraña vocación por la violencia callejera cuerpo a cuerpo. El envío de D'Elía
a golpear disidentes -y su jerarquización en el palco oficial de Parque Norte- recuerda los cadenazos que recibieron otros caceroleros por parte de una patota oficial en Río Gallegos en diciembre del 2001, o el increíble aval oficial que recibió Daniel Varizat luego de arrollar con su cuatro por cuatro (no sólo las tienen los productores rurales) a una docente, o las patoteadas en el Hospital Francés. La derecha tiene una notable vocación por la violencia cuando justifica, defiende y promociona los piquetes que
desabastecen a un país. Hay pocos inocentes en esta historia que, vale la insistencia, en cualquier momento, por un motivo u otro, provocará muertes que nunca son las de familiares de los dirigentes, de un lado u otro del espectro.
Con todo respeto, sin ánimo de ofender, es una historia demasiado triste y, por momentos, parece que están todos locos. La Argentina tiene una oportunidad única en estos tiempos: no hay amenaza militar, no hay amenaza de crisis económica. No ocurrió eso en un siglo. Hay plata y tiempo para reformar la educación, la salud, la ciencia, la infraestructura del país y cambiar la historia. Estaría bueno que, en el medio, no nos agarráramos a tiros por una medida fiscal de relativa importancia. Y que no revistamos de
ideología, dignidad o lucha de clases lo que, simplemente, parece el reino de la estupidez, la ambición (de dinero, de poder), la exageración y la paranoia. Por momentos parece que el gran enemigo para el crecimiento de este país es la locura, que a ambos lados del espectro político se disfraza con conceptos ideológicos poco apropiados para lo módico que fue el disparador del conflicto.
Por supuesto, es más sencillo ubicarse de un lado o del otro. Calificar de traidor a todo el que duda o marca las incoherencias en ambas partes y alzar la bandera para que pase la farolera. En este país siempre hemos sido muy coherentes, siempre hemos tenido razón, siempre justificamos nuestra actitud
en las barbaridades de los otros.
Y nos ha ido realmente muy bien.
¿O no fue así?
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-101536-2008-03-30.html
Del diccionario de Urbano*
Político: Dícese de aquel sujeto prófugo de antemano ante sus propias palabras. Y más aun: de las consecuencias de sus actos y acciones. También aplicable a quienes sólo tienen por capital su imagen y no tienen ni sienten culpa alguna por preservarla a cualquier costo (ajeno).
-Se aceptan otras definiciones-
*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar
La memoria*
*Letra y música: León Gieco
Los viejos amores que no están,
la ilusión de los que perdieron,
todas las promesas que se van,
y los que en cualquier guerra se cayeron.
Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.
El engaño y la complicidad
de los genocidas que están sueltos,
el indulto y el punto final
a las bestias de aquel infierno.
Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.
La memoria despierta para herir
a los pueblos dormidos
que no la dejan vivir
libre como el viento.
Los desaparecidos que se buscan
con el color de sus nacimientos,
el hambre y la abundancia que se juntan,
el mal trato con su mal recuerdo.
Todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia.
Dos mil comerían por un año
con lo que cuesta un minuto militar
Cuántos dejarían de ser esclavos
por el precio de una bomba al mar.
Todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia.
La memoria pincha hasta sangrar,
a los pueblos que la amarran
y no la dejan andar
libre como el viento.
Todos los muertos de la A.M.I.A.
y los de la Embajada de Israel,
el poder secreto de las armas,
la justicia que mira y no ve.
Todo está escondido en la memoria,
refugio de la vida y de la historia.
Fue cuando se callaron las iglesias,
fue cuando el fútbol se lo comió todo,
que los padres palotinos y Angelelli
dejaron su sangre en el lodo.
Todo está escondido en la memoria,
refugio de la vida y de la historia.
La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento.
La bala a Chico Méndez en Brasil,
150.000 guatemaltecos,
los mineros que enfrentan al fusil,
represión estudiantil en México.
Todo está cargado en la memoria,
arma de la vida y de la historia.
América con almas destruidas,
los chicos que mata el escuadrón,
suplicio de Mugica por las villas,
dignidad de Rodolfo Walsh.
Todo está cargado en la memoria,
arma de la vida y de la historia.
La memoria apunta hasta matar
a los pueblos que la callan
y no la dejan volar
libre como el viento.
*Fuente: Página/12
http://www.rel-uita.org/contratapa/leon-gieco.htm
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
El domingo 30 de marzo del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor brasilero Almeida Prado. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de la Orquesta Filarmónica de Bogotá (Colombia). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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viernes, marzo 28, 2008
UNA PIARA DE TIGRES
EL HAMBRE*
*Miguel Hernández
I
Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.
Los años de abundancia, la saciedad, la hartura,
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.
Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.
Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.
Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.
Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.
No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros
En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.
II
El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.
Uno no es tan humano que no estrangule un día
pájaros sin sentir herida en la conciencia:
que no sea capaz de ahogar en nieve fría
palomas que no saben si no es de la inocencia.
El animal influye sobre mí con extremo,
la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
para acallar en mí la voz de los leones.
Me enorgullece el título de animal en mi vida,
pero en el animal humano persevero.
Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
bajo tanta maleza, con su valor primero.
Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.
Arroja sus estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.
Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.
Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.
Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
el pan, el día, el hambre no tenga compartido
con otras hambres puestas noblemente en la boca.
Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.
EL HOMBRE ACECHA (1937-1939)
*Fuente: http://espanol.agonia.net/index.php/poetry/71543/index.html
UNA PIARA DE TIGRES...
La hija de la pavota*
Por Pino Solanas *
El conflicto desatado con las retenciones a la renta agraria está dejando de lado uno de los principales protagonistas de la crisis: el sector exportador y las multinacionales del cereal. Los Cargill, Dreyfus, Bunge y Born, A.D.I.T y otros, son los que mandan, fijan el precio y se apropian innecesariamente de una millonaria renta que ha llegado hasta un tercio del total. La Argentina es la hija de la pavota: de los cinco grandes países exportadores de granos, EE.UU. y la CEE subsidian la exportación cerealera e
intervienen directamente en apoyo de sus productores; los otros dos países -Australia y Canadá- mantienen el monopolio estatal sobre el comercio agrícola.
La crisis actual debe servir para replantear el conjunto del problema. ¿Cuál es la razón para ceder la renta y una política soberana e integral de sostén agrícola? No sólo para los productores de soja: ¿cómo puede aceptarse que el productor de manzana o yerba mate reciba sólo el 10 por ciento del precio de
venta? El desastre económico y social que significó la desaparición del 40 por ciento de los productores rurales que teníamos dos décadas atrás no puede aceptarse como irreversible. El otro tema grave que no puede soslayarse y aunque se pretende olvidar parece ser el más temido, es la reforma agraria. De 430 mil productores agropecuarios pasamos a 300 mil.
Esas propiedades quedaron en manos de los bancos, grupos concentrados y sociedades anónimas. Hoy la mitad de la tierra pertenece a menos de siete mil propietarios y 40 millones de hectáreas pasaron a ser propiedad de extranjeros, incluso en áreas de frontera.
La expansión de la producción sojera está arrasando el bosque nativo y las tierras de los pueblos originarios contrariando la Constitución Nacional. La soja forrajera alcanza la mitad de la producción de cereales y el área sembrada llega hoy a los 35 millones de hectáreas, casi el 10 por ciento de la superficie total del país. Con certeza, el ingeniero Alberto Lapolla dice: "La sojización desenfrenada de la nación, lejos de ser un hecho saludable, constituye un verdadero problema en expansión para la economía nacional y la protección de nuestro ecosistema agrícola, así como también para la vida misma de nuestros habitantes... Mientras los EE.UU. están tomando medidas para reducir la superficie sembrada con soja transgénica, pagando sobreprecios y más subsidios por la soja común, la Argentina sigue expandiendo la frontera sojera sin límite ni precaución alguna".
Por la peligrosa tendencia al monocultivo sojero, nos estamos transformando de productores de alimentos en proveedores de forrajes para el mercado mundial.
Ningún modelo que se asienta en el monocultivo es sustentable: degrada el suelo y el sistema productivo. Desde Menem, hemos abandonando nuestra soberanía alimentaria, junto con la pérdida de los recursos minerales e hidrocarburíferos. El gobierno de los Kirchner ha profundizado este modelo agro-minero exportador: entregó el dominio total de los yacimientos a las provincias y éstas se lanzaron a prolongar -diez años antes de lo que marca la ley- las concesiones de Menem hasta el 2047. Santa Cruz ratificó hace dos semanas la prórroga del principal yacimiento de petróleo del país, Cerro Dragón, por 40 años, es decir, hasta su extinción definitiva. ¿Cuándo será el día en que la ciudadanía ocupe las plazas, bloquee las rutas y los puertos para impedir que se lleven nuestro petróleo y minería? Los hermanos
bolivianos dieron el ejemplo en octubre del 2003 rebelándose contra el envío de gas a EE.UU.
La política de retenciones es justa y la han utilizado todas las naciones para desarrollarse. Pero debe distinguirse a los pequeños e indefensos productores, de los grandes y la Sociedad Rural. No se puede meter a todos en la misma bolsa ni ocuparse sólo de las explotaciones de la Pampa Húmeda, mientras se abandona al conjunto de los demás cultivos agrícolas y frutícolas del país. El conflicto agrario no se soluciona con posiciones de fuerza o soberbia gubernamental, ni mezclando la protesta de los pequeños
chacareros con los poderosos que terminan exigiendo la anulación total de las retenciones. Los enemigos de la renta agraria siguen siendo las multinacionales del cereal. Sólo con la puesta en marcha de una Junta Nacional de Granos y Carnes y un Plan Nacional de Desarrollo Agropecuario podremos recuperar el conjunto de la renta y dar protección y estímulo a la diversificación de producción agrícola. Recién entonces dejaremos de ser los hijos de la pavota.
* Cineasta, referente de Proyecto Sur.
-Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-101453-2008-03-28.html
El nuevo rostro del hambre*
*Por Ban Ki-Moon
Fuente: SECRETARIO GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS
El precio de los alimentos aumenta. La amenaza del hambre y la desnutrición crece. Millones de las personas más vulnerables del mundo corren peligro. Hace falta una respuesta urgente.
El precio de los productos básicos -trigo, maíz, arroz- alcanzó niveles sin precedentes y aumentó un 50% o más en los últimos seis meses. Las reservas globales de alimentos están en el nivel más bajo de la historia.
Las causas van desde el aumento de la demanda en grandes economías como India y China hasta cuestiones relacionadas con el clima. El elevado precio del petróleo impulsó el costo del transporte de alimentos y de los fertilizantes. Algunos especialistas señalan que el surgimiento de los biocombustibles redujo la cantidad de alimentos.
Los efectos son evidentes. Estallaron disturbios por alimentos en diversas zonas, desde África occidental hasta el sur de Asia. En los países donde es necesario importar alimentos para alimentar a una población hambrienta, las comunidades protestan por el alto costo de vida. Las democracias frágiles
sienten la presión de la inseguridad de la provisión de alimentos. Muchos gobiernos instrumentaron una reducción de exportaciones y controles de precios, lo que distorsiona los mercados y el comercio.
Estamos ante un nuevo rostro del hambre, que afecta cada vez más a comunidades que antes se encontraban protegidas. Es inevitable que sean los mil millones más pobres los que se vean más afectados, gente que vive con un dólar diario o menos.
Cuando la gente es tan pobre y la inflación golpea sus magros ingresos, por lo general compra menos comida o compra alimentos más baratos y menos nutritivos. El resultado es el mismo: más hambre y menos oportunidades de un futuro saludable.
Los especialistas consideran que los alimentos seguirán siendo caros. A pesar de ello, tenemos herramientas y tecnología para vencer el hambre.
Sabemos qué es lo que hay que hacer. Lo que hace falta es voluntad política y recursos bien administrados.
Copyright Clarín y The Washington Post, 2008. Traducción de Joaquín Ibarburu.
*Fuente: Clarín: http://www.clarin.com/diario/2008/03/28/opinion/o-03102.htm
Jueves, 27 de Marzo de 2008
Octavo mandamiento: Mentirás*
*Por Eduardo Galeano
Una mentira
Hasta hace un rato nomás, los grandes medios nos regalaban, cada día, cifras alegres sobre la lucha internacional contra la pobreza. La pobreza se estaba batiendo en retirada, aunque los pobres, mal informados, no se enteraban de la buena noticia. Los burócratas mejor pagados del planeta están confesando, ahora, que los mal informados eran ellos.
El Banco Mundial ha dado a conocer la actualización de su International Comparison Program. En el trabajo participaron, junto al Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las Naciones Unidas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y otras instituciones filantrópicas.
Ahí los expertos corrigen algunos errorcitos de los informes anteriores.
Entre otras cosas, nos enteramos ahora de que los pobres más pobres del mundo, los llamados "indigentes", suman quinientos millones más que los que aparecían en las estadísticas.
Además, nos desayunamos de que los países pobres son bastante más pobres de lo que los numeritos decían, y que su desgracia ha empeorado mientras el Banco Mundial les vendía la píldora de la felicidad del mercado libre.
Y por si todo eso fuera poco, resulta que la desigualdad universal entre pobres y ricos había sido mal medida, y en escala planetaria el abismo es todavía más hondo que el de Brasil, país injusto si los hay.
Otra mentira
Al mismo tiempo, un ex vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, en un trabajo conjunto con Linda Bilmes, investigó los costos de la guerra de Irak.
El presidente George W. Bush había anunciado que la guerra podría costar, como mucho, 50 mil millones de dólares, lo que a primera vista no parecía demasiado caro tratándose de la conquista de un país tan rico en petróleo.
Eran números redondos, o más bien cuadrados. La carnicería de Irak lleva más de cinco años, y en este período los Estados Unidos han gastado un millón de millones de dólares matando civiles inocentes. Desde las nubes, las bombas matan sin saber a quién. Bajo la mortaja de humo, los muertos mueren sin saber por qué. Aquella cifra de Bush alcanza para financiar apenas un trimestre de crímenes y discursos. La cifra mentía, al servicio de esta guerra, nacida de una mentira, que mintiendo sigue.
Y otra mentira más
Cuando ya todo el mundo sabía que en Irak no había más armas de destrucción masiva que las que usaban sus invasores, la guerra continuó, aunque había olvidado sus pretextos.
Entonces, el 14 de diciembre del año 2005, los periodistas preguntaron cuántos iraquíes habían muerto en los dos primeros años de guerra.
Y el presidente Bush habló del tema por primera vez. Contestó:
-Unos treinta mil, más o menos.
Y a continuación hizo un chiste, confirmando su siempre oportuno sentido del humor, y los periodistas se rieron.
Al año siguiente, reiteró la cifra.
No aclaró que los treinta mil se referían a los civiles iraquíes cuya muerte había aparecido en los diarios. La cifra real era mucho mayor, como él bien sabía, porque la mayoría de las muertes no se publica, y bien sabía también que entre las víctimas había muchos viejos y niños.
Esa fue la única información proporcionada por el gobierno de los Estados Unidos sobre la práctica del tiro al blanco contra los civiles iraquíes. El país invasor sólo lleva la cuenta, detallada, de sus soldados caídos. Los demás son enemigos, o daños colaterales, que no merecen ser contados. Y, en todo caso, contarlos resultaría peligroso: esa montaña de cadáveres podría causar mala impresión.
Y una verdad
Bush vivía sus primeros tiempos en la presidencia cuando el 27 de julio del año 2001 preguntó a sus compatriotas:
-¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales. Sería una nación vulnerable. Y por eso, cuando hablamos de la agricultura americana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional.
Esa vez, el presidente no mintió. El estaba defendiendo los fabulosos subsidios que protegen el campo de su país. "Agricultura americana" significaba, y significa nada más que "Agricultura de los Estados Unidos".
Sin embargo, es México, otro país americano, el que mejor ilustra sus acertados conceptos. Desde que firmó el tratado de libre comercio con Estados Unidos, México no cultiva alimentos suficientes para las necesidades de su población, es una nación expuesta a presiones internacionales y es una nación vulnerable, cuya seguridad nacional corre grave peligro:
- actualmente, México compra a los Estados Unidos 10 mil millones de dólares de alimentos que podría producir;
- los subsidios proteccionistas hacen imposible la competencia;
- al paso que vamos, de aquí a poco las tortillas mexicanas seguirán siguen siendo mexicanas por las bocas que las comen, pero no por el maíz que las hace, importado, subsidiado y transgénico;
- el tratado había prometido prosperidad comercial, pero la carne humana, campesinos arruinados que emigran, es el principal producto mexicano de exportación.
Hay países que saben defenderse. Son pocos. Por eso son ricos. Hay otros países entrenados para trabajar por su propia perdición. Son casi todos los demás.
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-101340-2008-03-27.html
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
El domingo 30 de marzo del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor brasilero Almeida Prado. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de la Orquesta Filarmónica de Bogotá (Colombia). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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miércoles, marzo 26, 2008
UN PAR DE DÍAS ANTES...
El último hombre*
Únicamente se escucha el silencio. Desde la Gran Hecatombe no queda nadie. Nadie a sobrevivido a la radioactividad, al hambre, a la contaminación, a las epidemias…
Recluido en este piso, sin salir durante tantos años, sé que soy el último. Que cuando muera se habrá acabado todo. El último hombre sobre la tierra, y sin embargo no me siento el responsable de mantener la vida en curso. ¡Cómo si ello dependiera de mi!.
Hace tanto tiempo que estoy solo que ya no siento ni la necesidad de hablarme en voz alta. Siento que me faltan las fuerzas, que estoy acabándome en este sofá. Moriré sentado -no como los héroes que dices que mueren de pie-... Pero ¿héroes frente a quien? ¿Para que?. Ya no puedo levantarme, esto es el fin de la raza humana. Mi fin… ¡Cómo me gustaría no morir solo! ¡Cómo me gustaría!
Han sonado tres golpes en la puerta. ¡Cómo me gustaría tener fuerzas para levantarme y abrir!
Ahora sé que podría no haber muerto solo.
¡Si los golpes hubieran sido un par de días antes…!
*de Joan. joan@cimat.es
UN PAR DE DÍAS ANTES...
El desierto*
*De Ray Bradbury
Oh, el día feliz al fin ha llegado...
Era la hora del crepúsculo y Janice y Leonora preparaban infatigablemente el equipaje, entonando canciones, comiendo algún bocado, y animándose mutuamente. Pero no miraban la ventana, donde se apretaba la noche, y las estrellas eran brillantes y frías.
-¡Escucha! -dijo Janice.
Parecía un buque de vapor río abajo, pero era un cohete en el cielo. Y más allá... ¿el sonido de unos banjos? No, sólo los grillos de una noche de estío en este año 2008. Diez mil sonidos en la ciudad y la atmósfera.
Janice, cabizbaja, escuchaba. Hacía mucho, mucho tiempo, en 1849, esta misma calle había hablado con voces de ventrílocuos, predicadores, adivinos, doctores, jugadores, reunidos todos en esta misma ciudad de Independence, Missouri, esperando a que se tostase la tierra húmeda y la alta marea de la hierba creciese hasta sostener el peso de carros y carretas, los indiscriminados destinos, y los sueños.
Oh, el día feliz al fin ha llegado,
y a Marte nos vamos, Señor,
cinco mil mujeres en el cielo,
una siembra abrileña, Señor.
-Es una vieja canción de Wyoming -dijo Leonora-. Le cambias las palabras y sirve muy bien para 2003.
Janice alzó la cajita de píldoras alimenticias, imaginando las cargas que habían llevado aquellas carretas, de anchos ejes y elevados asientos. Por cada hombre, cada mujer, ¡increíbles tonelajes! Jamones, tocino, azúcar, sal, harina, fruta, galleta, ácido cítrico, agua, jengibre, pimienta... ¡una lista tan grande como el país!
Y ahora, aquí, unas píldoras que cabían en un reloj pulsera la alimentaban a una no desde el Fuerte Laramie a Hangtown sino a lo largo de todo un desierto de estrellas.
Abrió de par en par las puertas del armario y casi lanzó un grito.
La oscuridad y la noche y el espacio que separaba los astros la miraban desde dentro.
Años atrás su hermana la había encerrado en un armario, y en una fiesta, jugando al escondite, había corrido por una cocina, hacia un vestíbulo largo y sombrío. Pero no era un vestíbulo. Era una escalera a oscuras, una boca de sombra. Había corrido en el aire, agitando los pies, gritando y cayendo.
Cayendo en una negrura de medianoche. Un sótano. Tardó mucho, un latido, en caer. Y había estado ahogándose mucho, mucho tiempo, en aquel armario, sin luz, sin amigos, sin nadie que oyera sus voces. Apartada, encerrada en la oscuridad. Cayendo en la oscuridad. Chillando.
Los dos recuerdos.
Ahora, abiertas de par en par las puertas del armario (la oscuridad como una colgada mortaja de terciopelo que espera el roce de una mano temblorosa; la oscuridad como una pantera negra que respiraba allí dentro, que la miraba con ojos opacos) los dos recuerdos la asaltaron otra vez. El espacio y una caída. El espacio y el encierro. Los chillidos.
Habían trabajado sin descanso, empaquetando, apartando los ojos de la ventana y la terrible Vía Láctea y la inmensidad vacía. Pero el armario tan familiar, con su noche privada, les recordaba al fin su destino.
Así sería, allá fuera, entre los astros, en la noche, en el espantoso armario cerrado, chillando, sin que nadie oyera. Cayendo para siempre entre nubes de meteoros y cometas impíos. Cayendo por la abertura del ascensor.
Cayendo por la boca de pesadilla de la carbonera, hacia la nada...
Janice gritó, y el grito se volvió sobre sí mismo, en su cabeza y su pecho.
Gritó. Cerró de un golpe la puerta del armario. Se apoyó contra ella. Sintió que la oscuridad respiraba y se agolpaba detrás de la puerta, y la sostuvo firmemente, con los ojos húmedos. Se quedó así mucho tiempo, mirando trabajar a Leonora, hasta que terminaron los temblores. Y la histeria, así ignorada, fue escurriéndose poco a poco. En la habitación se oyó el tictac de un reloj pulsera, con un claro sonido de normalidad.
-Noventa millones de kilómetros. -Janice se acercó al fin a la ventana como si fuese un pozo profundo. -No puedo creer que unos hombres, en Marte, esta noche, levanten ciudades, esperándonos.
-Embarcaremos mañana, no hay más que creer. Janice extendió un camisón blanco como un fantasma.
-Raro. Raro... casarse... en otro mundo.
-Acostémonos.
-¡No! La llamada es a medianoche. No dormiría pensando cómo decirle a Will que iré a Marte. Oh, Leonora, piénsalo, mi voz viajando noventa millones de kilómetros por el teléfono luz. Cambio de parecer tan rápidamente... Tengo miedo.
-Nuestra última noche en la Tierra.
Ahora que lo sabían y lo aceptaban, el conocimiento las encontraba afuera.
Se iban, y no volverían jamás. Dejaban la ciudad de Independence, en el Estado de Missouri, en el continente americano, rodeado por un océano, el Atlántico, y por otro, el Pacifico. Y ningún océano aparecería en los marbetes del equipaje. Habían escapado a este último conocimiento. Ahora se
enfrentaban con él. Y se sentían aturdidas..
-Nuestros hijos no serán americanos, ni siquiera terrestres. Seremos todos marcianos, hasta el fin de nuestros días.
-¡No quiero ir! -gritó Janice de pronto.
El pánico la invadió con hielo y fuego.
-¡Tengo miedo! ¡El espacio; la oscuridad, el cohete, los meteoros! ¡Nada alrededor! ¿Por qué he de ir?
Leonora la tomó por los hombros y la apretó contra su cuerpo, acunándola.
-Es un nuevo mundo. Como en los viejos días. Los hombres primero, y luego las mujeres.
-¡Por qué, por qué he de ir, dime!
-Porque -dijo al fin Leonora, serenamente, sentándola en la cama- Will está allá arriba.
Era bueno oír ese nombre. Janice se tranquilizó.
-Los hombres lo hacen todo tan difícil -dijo Leonora-. Antes cuando una mujer corría trescientos kilómetros detrás de un hombre llamaba la atención.
Luego fueron mil kilómetros. Y ahora todo un universo. Pero eso no podrá detenernos, ¿no es verdad?
-Temo parecer una tonta en el cohete.
-Seré una tonta contigo. -Leonora se incorporó. -Bueno, recorramos la ciudad. Veamos todo una última vez.
Janice miró la ciudad.
-Mañana de noche, todo seguirá aquí menos nosotras. La gente despertará, comerá, trabajará, dormirá, despertará otra vez, y nosotras no lo sabremos.
Leonora y Janice se movieron por el cuarto como si no pudiesen encontrar la puerta.
-Vamos.
Abrieron la puerta, apagaron las luces, salieron, y cerraron.
En el cielo había muchas idas y venidas. Vastos movimientos florales, grandes silbidos y chirridos, descendentes tormentas de nieve. Helicópteros, copos blancos, que bajaban en silencio. Del este y el oeste y el norte y el sur llegaban las mujeres con los corazones guardados en las valijas, envueltos cuidadosamente en papel de seda. Chubascos de helicópteros cubrían el cielo nocturno. Los hoteles estaban llenos; se armaban camas en las casas privadas; ciudades de lona se alzaban en jardines y prados como flores raras y feas, y en la ciudad y el campo había una tibieza mayor que la del verano.
La tibieza de los rostros rosados de las mujeres y las caras tostadas de los hombres que miraban el cielo. Más allá de las colinas los cohetes probaban sus fuegos, y el sonido de un órgano gigantesco estremecía los cristales y los huesos escondidos. En las mandíbulas, en los dedos de los pies y las
manos se sentía el mismo temblor.
Leonora y Janice se sentaron en la cafetería entre mujeres extrañas.
-Están muy lindas esta noche, pero parecen tristes -dijo el hombre detrás del mostrador.
-Dos chocolates malteados.
Leonora sonrió por las dos. Janice parecía muda.
Miraron la bebida de chocolate como si fuese la rara pintura de un museo. La malta escasearía durante años, en Marte.
Janice buscó en su cartera, sacó lentamente un sobre, y lo puso en el mostrador de mármol.
-Es una carta de Will. Vino en el cohete-correo hace dos días. Esto me decidió. No te lo dije. Quiero que la veas ahora. Vamos, lee.
Leonora sacudió el sobre, sacó la nota, y la leyó en voz alta.
«Querida Janice. Esta es nuestra casa si decides venir a Marte. Will.»
Leonora golpeó otra vez el sobre y una imagen a colores surgió en el dorso.
Era la fotografía de una casa oscura, musgosa, antigua, de color castaño; una casa cómoda, con flores rojas y un cerco verde y fresco, y una enredadera velluda en el porche.
-¡Pero Janice!
-¿Qué?
-¡Es una fotografía de tu casa, aquí en la Tierra, aquí en la calle Elm!
-No. Mira.
Y miraron otra vez, juntas, y a ambos lados de la oscura y cómoda casa, y detrás de ella, había un escenario qué no era terrestre. El suelo era de un raro color violeta, y la hierba de un rojizo pálido, y el cielo brillaba como un diamante gris, y un extraño árbol torcido crecía a un costado, como una vieja con cristales en la cabeza canosa.
-Es la casa que Will construyó para mí -dijo Janice- en Marte. Ayuda mirarla. Todo el día de ayer, antes de decidirme, y cuando sentía más miedo, sacaba la fotografía y la miraba.
Las dos mujeres contemplaron la casa cómoda y oscura a noventa millones de kilómetros; familiar, pero extraña, vieja, pero nueva, con una, luz amarilla en la ventana del vestíbulo.
-Ese hombre, Will -dijo Leonora, moviendo la cabeza-, sabe lo que hace.
Terminaron las bebidas. Afuera una multitud desconocida iba de un lado a otro, y la «nieve» caía persistentemente en el cielo de verano.
Compraron muchas cosas tontas para llevar: paquetes de caramelos de limón, lustrosas revistas femeninas, perfumes frágiles (que los oficiales del puerto decidieran, luego, lo que era «carga esencial»), y caminaron por la ciudad sin preocuparse por el dinero; alquilaron dos chaquetas ceñidas, dos máquinas que vencían la gravedad e imitaban el vuelo de las mariposas, y tocaron los delicados dispositivos y sintieron que flotaban como los blancos pétalos de un capullo.
-A cualquier parte -dijo Leonora-. A cualquier parte.
Dejaron que el viento las arrastrara, dejaron que el viento las llevara a través de la noche perfumada de manzanos, y la noche de cálidos preparativos, sobre la ciudad encantadora, sobre las casas de la infancia y otros días, sobre escuelas y calles, sobre los arroyos y granjas y prados tan familiares, donde los granos de trigo parecían monedas de oro. Flotaron como deben de flotar las hojas ante la amenaza de un viento incendiado, con murmullos de advertencia, y relámpagos de estío que estallan entre recogidas
colinas. Vieron el polvo lechoso de los caminos por donde habían paseado en helicópteros a la luz de la luna, en grandes espirales de sonido que descendían a las grillas de frescas corrientes nocturnas, con jóvenes que ahora no estaban allí.
Flotaron en un inmenso suspiro sobre una ciudad ya remota, una ciudad que se hundía, detrás de ellas, en un río negro, y subía, ante ellas, en una marea de luces y color, intocable. Un sueño, ahora, ya manchado por la nostalgia, con temibles recuerdos que se alzaban demasiado pronto.
Flotando serenamente, remolineando, miraron en secreto un centenar de queridos amigos que dejaban atrás, gente a la luz de las lámparas y encuadrada por ventanas que parecían moverse con el viento. No hubo árbol en que no buscaran viejas confesiones de amor, grabadas allí y marchitas; no hubo acera que no recorrieran deslizándose como sobre campos de mica. Por primera vez advirtieron que la ciudad era hermosa, y que las luces solitarias y los antiguos ladrillos eran hermosos, y sintieron que los ojos
se les agrandaban, ante aquella fiesta. Todo flotaba en un tiovivo nocturno, con entrecortadas ráfagas de música, y voces que llamaban y murmuraban desde casas hechizadas blancamente por la televisión.
Las dos mujeres pasaron como agujas, tejiendo con su perfume un árbol y el próximo. Tenían los ojos ya colmados, y sin embargo siguieron recogiendo todos los detalles, todas las sombras, todos los robles y álamos, todos los coches que pasaban, y los corazones.
"Siento como si estuviese muerta, pensó Janice, en el cementerio en una noche primaveral y todo viviese menos yo, y todos se movieran, dispuestos a continuar la vida sin mí. En otras primaveras, cuando era muy joven, pasaba por el cementerio y lloraba. Había muertos, y eso me parecía injusto. En noches tan suaves como ésta me sentía viva, y culpable. Y ahora, aquí, esta noche, siento que me han sacado del cementerio y me dejan pasear para que vea una vez más cómo es la vida. Cómo es una ciudad, y la gente, antes, que me cierren la puerta en la cara".
Dulcemente, dulcemente, como dos linternas de papel en el viento de la noche, las mujeres pasaron sobre sus vidas y los prados donde brillaban las ciudades de lona, y los camiones que correrían hasta el alba. Bajaron y subieron sobre todo durante mucho tiempo.
El reloj de los Tribunales daba sonoramente las doce menos cuarto cuando las dos mujeres descendieron de las estrellas, como telas de araña, frente a la casa de Janice. La ciudad dormía, y la casa las esperaba para que buscaran allí su sueño, que no estaba allí.
-¿Somos realmente nosotras? -preguntó Janice. -Janice Smith y Leonora Holmes en el año 2008?
-Sí.
Janice se humedeció los labios, enderezándose.
-Me gustaría que fuese otro año.
-¿1492? ¿1612? -Leonora suspiró y el viento en los árboles suspiró con ella, alejándose. -Siempre es el día de Colón, o el día de la roca de Plymouth, y maldita sea si sé qué deben hacer las mujeres.
-Quedarse solteras.
-O hacer lo que hacemos.
Abrieron la puerta de la casa tibia, mientras los sonidos de la ciudad morían para ellas. Cerraban la puerta, cuando sonó el teléfono.
-¡La llamada! -gritó Janice, corriendo.
Leonora entró en la alcoba detrás de ella, y ya Janice había levantado el receptor y decía:
-¡Hola! ¡Hola!
Y el operador de una lejana ciudad preparó el inmenso aparato que uniría dos mundos, y las dos mujeres esperaron, una sentada y pálida, la otra de pie, pero igualmente pálida, inclinada hacia ella.
Hubo una larga pausa, llena de astros y tiempo, una pausa de espera no muy distinta de los tres últimos años. Y ahora había llegado el momento, y le tocaba a Janice llamar a través de millones y millones de meteoros y cometas, alejándose del sol amarillo que podía disolver o quemar sus palabras, o chamuscar su sentido. La voz de Janice sería como una aguja de plata, a través de todo, en la noche enorme, con puntadas de conversación, reverberando sobre las lunas de Marte, y más allá. Y la voz alcanzaría al
hombre en un cuarto de una ciudad de otro mundo, luego de cinco minutos. Y éste era su mensaje:
-Hola, Will. Janice te habla.
La muchacha tragó saliva.
-Dicen que no tengo mucho tiempo. Un minuto.
Cerró los ojos.
-Quisiera hablarte despacio, pero me indicaron que hablara de prisa, y lo dijese todo de una vez. Así que..., esto quiero decirte: Lo he decidido, iré allá arriba. Saldré en el cohete de mañana. Iré allá arriba contigo al fin y al cabo. Y te quiero, espero que me oigas. Te quiero. Ha pasado tanto tiempo...
"¿Qué me dirá Will? ¿Qué me dirá en su minuto de tiempo?", se preguntó.
Jugueteó con su reloj pulsera y el receptor del teléfono luz crujió en su oído y el espacio le habló con danzas y bailes eléctricos y audibles auroras.
-¿Contestó Will? -susurró Leonora.
-Calla -dijo Janice doblándose sobre sí misma, como si se sintiera enferma.
Y en seguida la voz de Will llegó del espacio..
-¡Lo oigo! -gritó Janice.
-¿Qué dice?
La voz llamó desde Marte y pasó por lugares donde no había amaneceres ni tardes, sino siempre la noche con un sol ardiente en la oscuridad. Y en alguna parte, entre Marte y la Tierra, todo el mensaje se perdió, barrido quizá por la gravedad eléctrica de algún meteoro, o interferido por la lluvia de meteoritos de plata. De cualquier modo, desaparecieron las palabras pequeñas, las palabras poca importantes, y la voz de Will llegó diciendo solamente:.
-...amor...
Luego otra vez la inmensa noche, y el sonido de las estrellas que giraban en el cielo, y los soles que se susurraban a sí mismos, y el sonido del corazón de Janice, como otro mundo en el espacio.
-¿Lo oíste? -preguntó Leonora.
Janice sólo pudo mover afirmativamente la cabeza.
-¿Qué dijo, qué dijo? -gritó Leonora.
Pero Janice no podía decírselo a nadie; era demasiado hermoso para decirlo.
Allí se quedó, escuchando una y otra vez esa única palabra, tal como la devolvía su memoria. Se quedó escuchando mientras Leonora le sacaba el teléfono y lo ponía otra vez en la horquilla.
Luego se fueron a la cama y apagaron las luces y el viento nocturno sopló a través de los cuartos trayendo el aroma de largos viajes por la oscuridad y las estrellas. Y hablaron del día siguiente, y de los días que vendrían, que no serían días, sino días-noches de un tiempo intemporal. Las voces se apagaron al fin, hundiéndose en el sueño o el pensamiento, y Janice quedó sola.
¿Así fue hace un siglo, se preguntó, cuando las mujeres, la noche antes, se preparaban a dormir, o no se preparaban, en los pueblos del Este, y escuchaban el ruido de los caballos en la noche, y el crujido de las carretas, y el rumiar de los bueyes bajo los árboles, y el llanto de los niños acostados antes de hora? ¿Y los ruidos de llegadas y partidas en los bosques profundos y los campos, y los herreros que trabajaban en sus rojos infiernos. en la medianoche? ¿Y el aroma de los jamones y tocinos preparados
para el viaje, y la pesadez de las carretas como barcos repletos de víveres, con agua en los barriles para volcar y derramar en las praderas, y las histéricas gallinas en los canastos, y los perros que corrían adelantándose por el desierto y que volvían asustados con la imagen del espacio vacío en los ojos? ¿Es ahora como antes? A orillas del precipicio, en los bordes del acantilado de estrellas. Antes el olor del búfalo, y ahora el olor del cohete. ¿Es ahora como antes?
Y Janice decidió, mientras el sueño la invadía con sus propias visiones, que sí, de veras, sí irrevocablemente, así había sido siempre y así seguiría siendo.
*Fuente: CIUDAD SEVA
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bradbury/desierto.htm
Martes, 25 de Marzo de 2008
Homenaje a Gustavo Cortiñas
Un legajo en el Indec*
*Por Adriana Meyer
“Cuando vi su firmita, los datos escritos de su puño y letra, se me movió todo adentro”, dice Nora Cortiñas sobre el momento en que empleadas del Indec y ex compañeras de su hijo desaparecido le entregaron el legajo laboral que aún estaba guardado en el edificio de Diagonal Sur y Perú. Por primera vez, esta Madre de Plaza de Mayo –que acaba de cumplir 78 años– realizará un acto por Carlos Gustavo Cortiñas, secuestrado el 15 de abril de 1977, cuando trabajaba en ese organismo del Estado, militaba en la villa 31 y le faltaba un mes para festejar sus 25. Será hoy a las 13 cuando los trabajadores del Indec recuerden su labor como encuestador y descubran una placa donada por los obreros de la ex fábrica Zanon.
“Tiene miedo más de uno en la dirección, pero será un acto exclusivamente de recuerdo de Gustavo, para reivindicar su lucha con la placa de Zanon al lado de la de los otros tres desaparecidos. No voy a permitir que nada lo empañe. Soy dura, soy militante pero esto es otra cosa, también de la militancia pero más bien desde la ternura”, se anticipa Cortiñas, en diálogo con Página/12.
A Norita, como la llaman por su pequeña contextura, parecen no pesarle los años. Tras una jornada que incluyó un almuerzo con sus hermanas, y un acto en Luján en el que jóvenes militantes pintaron un mural alusivo al golpe del ’76 y por la aparición de Julio López, conversó con este diario sobre el acto que se hará en el hall del Indec, organizado por la junta interna de delegados ATE-CTA.
–¿Por qué ahora decidió hacer algo específico por su hijo?
–En estos 31 años siempre tuve prudencia, pensaba en los chicos que no tienen madre ni padre, nunca había hecho nada público recordatorio de mi hijo. Y, aunque es la primera vez, no siento culpa, porque ahí en este momento los trabajadores están luchado por un objetivo popular, están amenazados con patotas, en un organismo que no da un índice real, y yo siempre luché por la verdad, en todas sus formas.
–¿Cómo fue que apareció el legajo de Gustavo?
–Las chicas del Indec empezaron a buscar, me decían que tenía que haber algo, y efectivamente una empleada que fue su compañera, junto con otra, lo detectó. El director de esa área conoce a mi marido y a mi otro hijo, Marcelo, que trabaja en el Ministerio de Economía. Y fue muy fuerte... la firmita de Gustavo... toda su historia (hace una pausa, conmovida). Cuando se casó y esperaban a su hijo Damián y pidió el salario familiar, la última etapa en que participó del censo agropecuario, cuando pidió prórroga en los estudios por el servicio militar. Por eso no le quiero decir homenaje a esto, es más bien el recuerdo de una historia de vida. Siempre estuve ahí por los 30 mil, nunca por él, nunca busqué ni un papel, ahora en casa encontré su test vocacional, sus notas del Colegio Inmaculada, en Castelar, donde se recibió de bachiller humanista. Ahí pusieron una baldosa con los desaparecidos que estudiaron allí y está su nombre, pero es lo único que había hasta ahora.
–¿Qué hacía su hijo en el Indec?
–Era encuestador del IPC, el índice de precios al consumidor, y yo no lo sabía hasta ahora. Siempre había puesto a Gustavo con el montón, pero ahora estoy muy emocionada, todo esto es muy reconfortante. Y será un acto sencillo. Voy siempre al Indec a los abrazos simbólicos y esta vez, aunque no sea político, reivindicaré lo que estoy defendiendo, que esos trabajadores no deben ser maltratados y que el Indec vuelva a ser lo que fue. Estoy orgullosa de lo que Gustavo hizo en los seis años que estuvo ahí, y de traerlo a este presente de lucha.
–¿Dónde militaba su hijo?
–En la Juventud Peronista estuvo con Carlos Mugica en la villa 31, lo hacían embolsar azúcar y al principio no entendía por qué eso era parte de la militancia. Después que lo mataron al padre, siguió militando en Morón. Es que en el Colegio Inmaculada había estado en contacto con curas progresistas, los del movimiento del Tercer Mundo. Su caso, como el de miles, ratifica que se llevaron a una generación hermosa.
*FUENTE: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/101269-31907-2008-03-25.html
Las víctimas propicias de la fe tecnológica*
*Por Marcelo A. Moreno. mmoreno@clarin.com
El culto al cacharro digital cada día parece extenderse más entre losjóvenes. Esas pequeñas damas y caballeritos que nos consideran, con razón, analfabetos electrónicos a todos aquellos que doblamos algún codo cronológico, consumen como golosinas -aunque de gran valor- cada novedad que les proveen industrias que desean educarlos primorosamente como deglutidores expertos de tecnologías diversas.
Por cierto, en nuestro país -como en todos aquellos en que la injusticia es norma-, siempre resulta pertinente la salvedad: hay grandes porciones de la población que no tienen la mínima chance de acceso a estas sofisticaciones, salvo la desgraciada -y reiterada- vía del delito.
Pero entre las chicas y chicos incluidos en el sistema -que finalmente empieza y termina, circular, en eso: un sistema de consumo- el celular, la playstation, el acceso a internet y el reproductor de MP3 son un pase, la carta de presentación válida para la integración, la pertenencia a un grupo.
Es decir, nada menos que un pasaporte para la sociabilidad.
Esta circunstancia convierte a la moda en obligación. Y a la renovación del cacharro, con más y nuevos chiches y mayor capacidad de almacenamiento de información, en una disciplina que, cumplida con vertiginoso rigor, puede convertir al poseedor en líder de su círculo social.
Desde luego, la mayoría de las funciones del cacharro o son inútiles o se usan muy marginalmente: ¿quien puede tener tiempo para escuchar toda la música que puede almacenar en un MP3 de 50 o 60 gigas? Su función primordial es lúdica. Los jóvenes los usan para compartir videos, música, fotos. Pero también juegan una forma de poder: el que tiene lo último es el portador mágico del mensaje emitido por el panteón tecnológico.
Por cierto, nada hay de malo -y mucho bueno- en tener la opción de escuchar una música celestial corriendo junto al mar o navegar por internet en un celular.
El problema es que la mecánica del consumo consiste en transformar en urgente lo accesorio. Y cuanto más joven se es, más inerme se está - más se adolece- ante esa viejísima trampa.
*Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/diario/2008/03/26/sociedad/s-03003.htm
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sábado, marzo 22, 2008
A LA VERA DE LAS COSAS...
A LA VERA DE LAS COSAS...
Pretendido Paro Patronal Propagandístico*
A ver : De qué paro me hablan, o acaso el trigo deja de crecer, las vacas de dar leche y los cerdos de aparearse (felices de ellos, ya que estamos) por que el "dueño" del campo se instale con su 4x4 a la vera de una ruta, reclamando por su rentabilidad. El mismo que si va a la ciudad y un piquete lo demora saca a relucir su tolerancia solicitando "mano dura".
Esto bucólicos "productores agropecuarios" son los mismos que utilizan chicos de 10 y 11 años como "banderilleros" para guiar la fumigación, tarea que - por si alguien no lo sabe - implica exponerse a un baño completo y penetrante de esos productos que favorecen el crecimiento de la soja y la muerte de todo lo que la rodea ???
Son acaso los que venden el 30 % (o mas) de su producción en efectivo a "culata de camión". Ya saben, "plata en mano, culo en tierra".
Serán, por ventura, los que calculan su rentabilidad en función del valor de la hectárea de tierra ?
Por que si son esos, y más allá de no compartir nada con el actual gobierno, tengo en claro de qué lado de la trinchera de clase me pongo. Por que el llanto de los máximos beneficiarios de este modelo depredador de la tierra y concentrador de la riqueza no me aflige. Preferible que a ellos les duela su mezquino bolsillo antes que a mi el poco pelo que me queda (si admitimos que el pelo puede doler).
Asi que, amigos, a sacarse las mascaritas ! Quieren capitalismo sin pagar impuestos ?
Que vayan a hacer piquetes a los shoppings en los que arrasan con todos los símbolos de prestigio social que el capitalismo propone!
Ojo con hacerles el juego, prevengo, por que de esta burguesía "nacional" salen los cuadros que nutren a todas las dictaduras, y mañana a este mismo gobierno, claro, si "abrochan".
Pensar que denunciar el carácter parasitario y rentístico de los capitalistas agrarios es ser "oficialista" es lo mismo que creer que el que denunció a Saddam Hussein como dictador es automáticamente un sostenedor de la política fascista y genocida de Bush.
Aquellos que pretendan hacer un análisis económico exhaustivo deberían estudiar los cambios producidos en la estructura social de la pampa húmeda, el formidable proceso concentrador de la tierra en cada vez menos manos, las formas que asume la producción agrícola capitalista en la Argentina, y la distribución de la renta diferencial que el agro produce, y no darle credibilidad a notas de color que procuran generar simpatía en la "opinión pública urbana" con descripciones pintorescas.
Todo esto, claro, sin mella a una vocación por diferenciar al pequeño capital agrario, que más que verse perjudicado por la carga impositiva es rehén de el monopolio de la semilla y fertilizantes y del poder de compra de las 5 hermanas.
Insisto en que llamar "paro" al lock-out patronal es, de parte de quién se denomine "progresista", un despropósito, y por parte de los medios de comunicación (opositores u oficialistas) una maniobra de intoxicación deliberada. En ese sentido es tan "pinguinesco" repetir el discurso que parte de Puerto Madero como el que emite la "tribuna de doctrina". Esto desde el punto de vista semántico. Desde el económico, un tanto mas concreto, el campo no "para", solo pospone la realización de activos, es decir, y aplicando los preceptos del viejo Carlitos, al que todos pretenden haber leido, pero parece que pocos entienden: la producción no se interrumpe, se sigue trabajando, agregando valor. Su capital variable se transforma; merced a la laboriosidad de sus trabajadores y la potencia reproductiva de especies animales y vegetales incorpora trabajo humano concreto, que luego se trocará por la mercancía suprema. Si, adivinaron. Sólo que unos dias después, exponiéndose a que las condiciones del mercado puedan cambiar y los precios de su producción bajar (ejem). A diferencia, incluso, del concepto tradicional de lock-out, en el que los capitalistas, abroquelados sobre una montaña de beneficios previa, deciden "interrumpir" la producción, como forma de sitiar a los trabajadores por el hambre y asumen las pérdidas que ello conlleva, en pos de ganancias futuras, aquí los capitalistas agrarios ni siquiera pierden un día de producción. Resumiendo: llamar paro a lo que ni siquiera es un lock-out es un error desde una mirada de buena leche, o una hijaputez de los medios.
El monocultivo - cualquiera sea - conlleva las conocidas consecuencias en lo que respecta a la dependencia de un solo mercado, poder de decisión soberano, etc. Todos esto males muy bien descriptos por los teóricos de los '60, como T. Dos Santos, H. Jaguaribe, A. G. Franck, etc. y tan poéticamente explicados por E. Galeano en "Las venas abiertas...". En ese sentido es tan perjudicial, más allá de una coyuntura excepcional de precios, la soja como los eucaliptus, el sorgo, el chocolate o el café. La acción depredadora de la soja reproduce, por ejemplo, lo ocurrido durante el "ciclo del cacao" en el nordeste brasileño, o los fabulosos ingresos que trajo el caucho, posibilitando la construcción de un teatro de fábula íntegramente importado en canoa y a lomo de burro en Manaos. A veces miro la fachada del teatro "El círculo" de Rosario, remozada para el patético y carnestolendo "Congreso de la Lengua" en el 2004 y hasta siento verguenza ajena. La oligarquía segundona del interior del país se permitió edificar ese teatro, mientras que los actuales "capitanes de la soja" entienden como "cultura" asistir a los recitales de la emperatriz de la soja, el "tifón de Arequito". El proceso de concentración de la tierra y centrifugación social que está produciendo el "ciclo de la soja" permite avizorar un futuro pleno de esperanzas para las fabulosas ganancias que están realizando los beneficiarios del modelo, y campos desertificados para los angurrientos propietarios que se limitan a vivir de la renta que le proporciona el alquiler de sus campos a los "pools de siembra". El capitalismo agrario argentino, en ese sentido, opera según la lógica histórica del capital, en la incesante búsqueda de mejores condiciones para contrarrestar la ley de hierro del rendimiento decreciente de la tasa de ganancia, tan bien descripta, por otra parte en...bueno, en un libro del viejo Carlitos que ya me voy a acordar el nombre. Alguien de seguro lo conocerá...
En resumen, la "protesta del campo" tiene toda las características de conflicto intraburgués, distintas fracciones de la burguesía se disputan la renta diferencial que los excepcionales precios internacionales permiten ingresar al país. Apasionante novela, en la que los personajes principales son el gran capital agrario, por una parte y el gran capital industrial y de servicios por otra. ¿Como? ¿A este personaje no lo conocían? Ah ! es que lleva puesta la careta del gobierno, que vela por su interés de mantener controlado el costo de reproducción de la mano de obra. Claro que están aquellos que suponen que los subsidios al vetusto, indigno e inhumano sistema de transportes ferroviarios del Gran Buenos Aires constituyen un "negociado" infame entre algunas áreas del gobierno y empresarios corruptores, y lo son, claro, pero esas son las migajas.
En esta saga, frotándose las manos, aparece el capital multinacional en las dos puntas del negocio: en el monopolio de la semilla transgénica, sus agroquímicos específicos y cobrando regalías por el uso del grano destinado a semilla. En el otro extremo las exportadoras de cereal y las aceiteras, pagándole IVA a empresas truchas y subfacturando exportación.
Por último la comparsa del gran capital, los pequeños propietarios de la pampa gringa, que no han podido - por razones de economía de escala - sostener la competencia con el gran capital y disfrutan de la renta de sus campos, como generalmente perciben el arriendo en quintales de cereal u oleaginosas no ven con mucho agrado lo que ellos denominan la política confiscatoria del gobierno.
Otra cosa, por supuesto, son las pequeñas explotaciones por fuera del área de la soja, cuya viabilidad es cada vez más problemática, debido a la expansión de la frontera agrícola.
Sigo sin ver como desde posiciones "progresistas" puede apoyarse un movimiento que tiene más que ver con el lock-out de los propietarios de camiones en Chile en 1972-73 (sin ver en este gobierno nada de aquel de Allende, claro) que con el "Grito de Alcorta", como dijera sin ponerse colorado un dirigente de Federación Agraria. El Dr. Netri se debe estar revolviendo en su tumba, y hasta Lisandro de la Torre, siendo como era un pequeño ganadero, se pegaría un tiro de nuevo.
Todo esto, como ya he dicho, sin perjuicio de entender que el rol del gobierno sigue siendo asegurar la rentabilidad de todas las fracciones del capital mas concentrado.
Pero quizás ahí radica mi error, el "progresismo" argentino está lejos de ser anticapitalista, y todas sus expectativas se centran en mejorar la "calidad institucional", y su más digno representante es el empresario periodístico Lanata. Sin olvidar a Clarín (con su sucursal psico: Página) y La Nación.
Quizás - dentro de todo - sea un avance respecto a las épocas en que la estrella periodística era Neustadt, pero en este momento seguramente ambos estarían de acuerdo.
*Udi, udi.cuatro.catorce@gmail.com
desde Rosario, "Capital de los cereales", marzo de 2008
Hola y adiós*
*Ray Bradbury
Pues claro que se iba, qué otra cosa podía hacer, el tiempo se había agotado y se iba, se iba muy lejos. Tenía ya hecha la maleta, había sacado brillo a los zapatos; se había cepillado el pelo y se había lavado expresamente detrás de las orejas. Tan sólo faltaba bajar las escaleras, salir por la puerta y subir la calle hasta la estación del pueblo, donde el tren se detendría exclusivamente para recogerlo a él; entonces Fox Hill, Illinois, quedaría atrás, muy atrás en su pasado. Y él proseguiría su camino, quizá a Iowa, tal vez a Kansas, quién sabe si a California; un chiquillo de doce años, en cuya maleta un certificado de nacimiento acreditaba que lo había hecho hacía cuarenta y tres.
-¡Willie! -exclamó una voz en la planta baja.
-¡Ya voy! -Alzó del suelo la maleta. Vio en el espejo de su cómoda un rostro formado por dientes de león de junio, manzanas de julio y leche de cálida mañana de verano. Allí, como siempre, se reflejaban el ángel y el inocente, aquella efigie que tal vez nunca, en todos los años de su vida, llegase a cambiar.
-Casi es la hora -llamó la voz de mujer.
-¡Ahora mismo! -Y descendió por la escalera, al tiempo gruñón y sonriente. En la sala de estar, sentados, Anna y Steve, las ropas dolorosamente pulcras.
-¡Aquí estoy! -exclamó Willie desde el umbral de la sala.
Daba la impresión de que Anna fuese a romper a llorar.
-¡Oh, Dios mío! No es posible que vayas a dejarnos, ¿verdad, Willie?
-La gente está empezando a murmurar -dijo Willie tranquilamente-. Hace ahora tres años que estoy aquí. Pero cuando la gente se pone a murmurar, sé que ha llegado la hora de ponerme los zapatos y sacar un billete de tren.
-Todo es tan extraño, no lo entiendo. ¡Y así, tan de pronto! -se lamentó Anna-. Willie, te vamos a echar muchísimo de menos.
-Yo les escribiré todas las Navidades. Por favor, ayúdenme. No me escriban ustedes.
-Ha sido un gran placer y una satisfacción -dijo Steve, allí sentado, demasiado ampulosas las palabras, palabras que cuadraban mal en su boca-. Es una vergüenza que esto haya de acabar así. Es una vergüenza que hayas tenido que contarmos tu caso. Es una condenada vergüenza que no puedas quedarte.
-Ustedes son los parientes más agradables que he tenido nunca -dijo Willie, desde su metro veinte de estatura, barbilampiño, radiante el sol en su rostro.
Y entonces Anna se echó a llorar.
-Willie, Willie -gimió. Se sentó. Parecía querer abrazarlo, pero abrazarlo le daba miedo ahora; lo miró con sorpresa y desconcierto, vacías las manos, sin saber qué hacer.
-No resulta fácil irse -dijo Willie-. Se acostumbra uno a la situación. Desea uno quedarse, pero no puede ser. En una ocasión probé a quedarme después de que la gente comenzase a desconfiar. "¡Qué cosa más horrible!", decían. "¡Tantos años jugando con los inocentes de nuestros niños -decían-, y nosotros sin enterarnos!" "¡Qué espanto!", dijeron. Y al final, una noche tuve que huir de la ciudad. No resulta fácil, no. Saben perfectamente bien cuánto los quiero a ambos. ¡Gracias por estos tres años fabulosos!
Fueron todos juntos hasta la puerta delantera.
-Willie, ¿adónde piensas ir?
-No lo sé. Sencillamente, me pongo a viajar. Cuando veo una ciudad que promete ser verde y agradable, me quedo.
-¿Volverás algún día?
-Sí -dijo con toda formalidad su vocecilla aguda-. Dentro de unos veinte años debería empezar a reflejarse la edad en mi rostro. Cuando así sea, pienso hacer un gran recorrido y visitar a todos los padres y madres que he tenido.
Permanecieron en pie en el fresco balcón veraniego, reacios a decirse las últimas palabras. Steve tenía tozudamente clavada la mirada en un olmo.
-¿Con cuántas familias has estado, Willie? ¿Cuántas veces has sido adoptado?
Willie hizo el cálculo de bastante buen grado:
-Me parece que han sido unas cinco ciudades y cinco los matrimonios con quienes he estado. Han pasado más de veinte años desde que empecé mi peregrinaje.
-Bueno, no tenemos motivo para quejamos -dijo Steve-. Más vale tener un hijo durante treinta y seis meses que ninguno en absoluto.
-Bien... -dijo Willie. Se despidió de Anna con un beso rápido, asió el equipaje y se marchó calle arriba, penetrando en la verde luz del mediodía, bajo los árboles... un chiquillo muy joven en verdad, sin volver atrás la mirada, corriendo.
Los chicos estaban jugando en el verde diamante del parque cuando pasó. Permaneció un ratito bajo la sombra de los robles, observándolos lanzar la blanca, nívea bola de béisbol que hendía el aire cálido del verano; vio volar sobre la hierba, como un pájaro oscuro, la sombra de la bola; vio cómo se abrían las manos, como bocas voraces, para atrapar aquel raudo fragmento de estío que ahora parecía tan importante asir. Gritaron los chicos. La bola aterrizó en la hierba, cerca de Willie.
Al avanzar con la bola, saliendo de los árboles umbrosos, pensó en los tres últimos años, ahora gastados hasta el céntimo, y en los cinco años anteriores, y así, remontando el hilo de su vida, hasta el año en que cumplió verdaderamente los once años y los doce y los catorce; pensó en las voces que decían: ("¿Qué le pasa a Willie, señora?" "Señora B., ¿no está Willie retrasado en su crecimiento?" "Willie, ¿has estado fumando cigarrillos últimamente?" Los ecos se extinguieron en luz y colores veraniegos. La voz de su madre: "¡Willie cumple hoy los veintiuno!". Y un millar de voces repitiendo: "Hijo, vuelve cuando cumplas quince años; tal vez entonces podamos darte trabajo".
Se quedó mirando fijamente a la pelota de béisbol que sostenía en su mano temblorosa, imagen de su vida, una bola interminable de años bobinados y rebobinados una y otra vez, pero siempre conducentes a su duodécimo cumpleaños. Oyó a los chicos venir hacia él; sintió que le tapaban el sol, los vio mayores que él, rodeándolo.
-¡Willie! ¿Adónde vas? -Le dieron una patada a su maleta.
¡Qué altos, allí plantados, en el sol! Era como si en aquellos últimos meses, el Sol hubiera pasado una mano sobre sus cabezas, reclamándoles, y ellos fueran cálido metal fundente atraído hacia lo alto; como si fueran trigo dorado halado hacia el cielo por una inmensa fuerza gravitatoria; ellos, con sus trece, catorce años, mirando a Willie desde las alturas, sonrientes todavía, pero ya comenzando a tenerlo por un cero a la izquierda. Aquello había empezado hacía cuatro meses.
-¡Formemos equipos! ¿Quién quiere a Willie en el suyo?
-¡Bah!, Willie es demasiado pequeño; no queremos "niños" con nosotros.
Y lo aventajaron en la carrera, atraídos por la Luna y el Sol y por la sucesión turnante de estaciones de hoja y de viento; él siguió teniendo doce años, pero ninguno de los otros volvió a tenerlos jamás. Y las voces, las otras voces comenzaron de nuevo a repetir el manido estribillo, frío y aterradoramente familiar: "Más vale que le des vitaminas a ese chico, Steve". "¿Qué pasa, Anna, es que en tu familia hay una rama de bajitos?" Y el frío puño que vuelve a golpearte el corazón, el conocimiento de que será preciso volver a arrancar las raíces después de tantos años buenos con los "parientes".
-¿Adónde vas, Willie?
Sacudió bruscamente la cabeza. Volvía a encontrarse en medio de aquellas torres humanas, de aquellos mocetones que le hacían sombra, que pululaban en torno a él, como gigantes inclinados a beber en la fuente de un parque.
-Me voy unos días a casa de un primo.
-Oh. -Hubo un día, hace un año, en que eso les hubiera importado mucho. Pero ahora tan sólo sentían curiosidad por su equipaje. No era más que la fascinación de los viajes y los trenes y los lugares distantes.
-¿Qué les parece si echamos un par de partidas rápidas? -dijo Willie.
Su aspecto era más bien dubitativo pero, dadas las circunstancias, accedieron. Dejó caer la bolsa y corrió; la blanca pelota de béisbol estaba allá en lo alto, en el sol, distante de sus figuras de blanco ardiente en la lejanía del prado, de nuevo en el sol, apresurada, la vida yendo y viniendo, como obedeciendo a un patrón. ¡Aquí, allí! ¡El señor y la señora Robert Hanlon, de Creek Bend, Wisconsin, 1932, la primera pareja, el primer año! ¡Aquí, allí! ¡Henry y Alice Boltz, Limeville, Iowa, 1935! ¡Vuela, pelota! ¡Los Smith, los Eaton, los Robinson! ¡1939! ¡1945! Marido y mujer, marido y mujer, sin niños, sin niños. Una llamada a esa puerta, una llamada a esa otra.
-Disculpe usted. Me llamo William. Me pregunto si...
-¿Un bocadillo? Pasa, siéntate. ¿De dónde vienes, hijo?
El bocadillo, el vaso largo de leche fresca, la sonrisa, el gesto acogedor, la conversación cómoda, distendida.
-Hijo, das la impresión de haber estado viajando. ¿Te has escapado de algún sitio?
-No.
-Chico, ¿eres huérfano?
Otro vaso de leche.
-Siempre quisimos tener hijos, pero nunca hemos podido. Jamás supimos por qué. Cosas que pasan. Bueno, bueno. Se está haciendo tarde, hijo. ¿No crees que sería mejor que te fueras a casa?
-No tengo casa.
-¿Un chico como tú? ¿Con lo limpias que tienes las orejas? Tu madre estará preocupada.
-No tengo casa ni parientes en todo el mundo. Me pregunto si... me pregunto... ¿me permitirían pasar aquí esta noche?
-Bueno, hijo, verás, no sé qué decir. Nunca habíamos pensado en admitir... -dijo el marido.
-Esta noche tengo pollo para cenar -dijo la mujer-, y hay bastante para repetir, bastante para las visitas...
Y los años que pasan, que vuelan; las voces, y los rostros, y las gentes; las primeras conversaciones, siempre las mismas. La voz de Emily Robinson, en su mecedora, en la oscuridad de la noche veraniega, la última noche que estuvo con ella, la noche en que ella descubrió su secreto, su voz, al decir:
-Miro las caras de todos los niñitos que pasan. Y a veces pienso: ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza que todas esas flores hayan de ser cortadas, que sea preciso extinguir el fulgor de esos fuegos! Qué vergüenza que éstos, todos esos que vemos en las escuelas o correteando por ahí hayan de tornarse altos y desagradables; que luego lleguen las arrugas, la sal y la pimienta en el pelo, o la calvicie, para luego, finalmente, puros huesos y resuellos, tener que morir, enterrados y olvidados. Cuando oigo reír a los niños, me resulta imposible creer que hayan de recorrer la misma senda por la que yo camino. Y sin embargo, ¡vienen! Aún recuerdo aquel poema de Wordsworth: "...cuando de pronto vi una multitud, una hueste de dorados lirios, cerca del lago, bajo los árboles, lirios que se agitan y se mecen en la brisa". Eso es lo que a mí me parecen los niños, pese a lo crueles que son a veces, a pesar de saber cuán malvados pueden ser. Pero no les asoma todavía la maldad en torno a los ojos, aún no se lee la malicia en su mirada, sus ojos aún no se han saturado de cansancio. ¡Es tanta el ansia que sienten por todo! Me imagino que eso es lo que más echo a faltar en las personas mayores, que en nueve de cada diez casos han perdido ese ansia, esa frescura, a quienes se les ha escurrido desagüe abajo tanta de su energía vital... Adoro ver cómo salen cada día los niños de la escuela; es como si sus puertas lanzasen florecillas a la calle. ¿Qué se siente, Willie? ¿Qué siente uno al ser eternamente joven? ¿Cómo es parecer una moneda de plata recién acuñada? ¿Eres feliz? ¿Te encuentras tan estupendamente como dice tu aspecto?
La bola de béisbol llegó zumbando desde el cielo azul; le dio a su mano un picotazo, como un gran insecto pálido. Mientras se la acariciaba, Willie oyó a su memoria decir:
"Trabajé con lo que tenía. Después de morir mis parientes, tras descubrir que no podía encontrar en ningún sitio trabajo de adulto, probé suerte en las ferias, pero sólo conseguí que se rieran de mí. "Hijo -me dijeron-, no eres un enano, e incluso aunque lo seas, ¡tu aspecto es de un chico normal! Queremos enanos con cara de enanos. Lo siento, hijo, lo siento." Así que me fui de casa, y eché a andar pensando: ¿Qué era yo? Un niño. Tenía aspecto de niño, tenía voz de niño, así que podría perfectamente seguir siendo un niño. De nada valía luchar contra ello. De nada serviría gritar. ¿Qué podía hacer, pues? ¿Qué trabajo tenía a mi alcance? Y un buen día vi a un hombre en un restaurante mirar las fotografías que de sus hijos le enseñaba otro hombre. "Claro que me gustaría tener hijos -decía-, ya lo creo que me gustaría." No hacía más que mover con desánimo la cabeza. Y yo sentado allí, a unos pocos asientos de él, con una hamburguesa entre las manos. Me quedé allí sentado, ¡helado! En aquel mismo instante supe cuál iba a ser mi trabajo durante el resto de mi vida. Sí, había trabajo para mí, después de todo: hacer felices a gentes solitarias. Mantenerme ocupado. Jugar eternamente. Me di cuenta de que tendría que jugar eternamente. Repartir unos cuantos periódicos, hacer recados, segar unos cuantos céspedes. Quizá. Ahora, ¿trabajos pesados? Jamás. Todo cuanto tendría que hacer consistiría en ser hijo de una madre y orgullo de un padre. Me dirigí al hombre que se encontraba un poco más abajo que yo en la barra. "Discúlpeme", le dije, y le sonreí..."
-Pero Willie -le había dicho hacía mucho la señora Emily-, ¿nunca te has sentido solo? ¿Nunca has querido... esas cosas que los adultos desean?
-Esa batalla la tuve que librar yo solo -dijo Willie.
"Soy un chiquillo -me dije-, tendré que vivir en un mundo de chiquillos, leer libros para niños, jugar a juegos de niños, desconectarme de todo lo demás. No puedo ser las dos cosas. Yo sólo tengo que ser una cosa: joven. Así que hice mi papel. ¡Oh, no fue fácil! Hubo momentos..." Se interrumpió y se sumió en el silencio.
"Y la familia con la que vivías, ¿no llegó a saberlo nunca?"
"No. Decírselo hubiera estropeado todo. Les conté que me había escapado; les dejé comprobarlo por conducto oficial, por la policía. Después, cuando no apareció ninguna ficha ni denuncia, dejé que solicitasen mi adopción. Eso era lo mejor de todo, siempre y cuando no sospechasen nada. Pero, entonces, después de tres años, o de cinco, se imaginaban lo que pasaba, o llegaba un viajante que me conocía, o me tropezaba con un feriante, y aquello se acababa. Siempre tenía que acabar."
"¿Y tú eres muy feliz? ¿Es agradable seguir siendo niño durante cuarenta años?"
"Como suele decirse, es una forma de ganarse la vida. Y cuando uno hace felices a otras personas, casi se es feliz también. Sea como fuere, dentro de unos cuantos años estaré ya en mi segunda infancia. Habré doblado el cabo de las tormentas, habré olvidado las insatisfacciones y casi todos los sueños. Tal vez entonces pueda comportarme con naturalidad y representar mi papel hasta el final."
Lanzó una última vez la bola de béisbol y rompió el ensueño. Corrió a coger su equipaje. Tom, Bill, Jamie, Bobb, Sam; sus nombres se movieron sobre sus labios. Percibió el embarazo de los muchachos al irles estrechando la mano.
-Bueno, Willie, después de todo no es como si te fueras a China o a Tombuctú.
-Así es, ¿verdad? -Willie no se movió.
-Hasta pronto, Willie. Nos veremos la semana que viene.
-Hasta pronto, hasta pronto.
Y fue alejándose con la maleta, mirando a los árboles, alejándose de los muchachos y de la calle en la que había vivido. Al doblar una esquina aulló el silbato de un tren, y echó a correr.
Lo último que vio y oyó fue una blanca bola de béisbol lanzada a lo alto de un tejado, atrás y adelante, atrás y adelante, los gritos de dos voces (la bola lanzada hacia arriba, y luego abajo y otra vez a través del cielo). "¡Annie, Annie, basta! ¡Basta, Annie, basta!", gritos como los de los pájaros al volar hacia el lejano sur.
Se despertó de madrugada, una madrugada con olor de la neblina y del frío metal, envuelto en el olor ferroso del tren que lo rodeaba, los huesos sacudidos, entumecidos los miembros por toda una noche de viaje. Se despertó con olor de sol tras el horizonte; su vista se tendió sobre una pequeña villa recién surgida del sueño. Se estaban encendiendo las primeras luces, murmuraban quedas las voces; una señal roja oscilaba adelante y atrás, atrás y adelante, en el aire frío de la mañana. Había ese silencio somnoliento en el cual los ecos están dignificados por la claridad, en el cual los ecos se encuentran desnudos, nítidos y solitarios. Pasó un mozo de tren, una sombra entre las sombras.
-Señor -dijo Willie.
El mozo se detuvo.
-¿Cómo se llama esta ciudad? -susurró el chico desde la oscuridad.
-Valleyville.
-¿Cuántos habitantes tiene?
-Diez mil. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te bajas aquí?
-Parece verde. -Willie permaneció largo rato escrutando la ciudad sumida en la madrugada-. Parece agradable y tranquila -añadió.
-Hijo -dijo el mozo-, ¿de verdad sabes a dónde vas?
-Aquí -respondió Willie. Y se levantó tranquilamente en la madrugada tranquila, fría, saturada de olor a hierro, en la oscuridad del tren, con un rozar de ropas, perturbando el silencio.
-Chico, confío en que sepas lo que te haces -dijo el mozo de tren.
-Sí, señor, sé lo que me hago. -Y descendió al oscuro andén, con el equipaje en pos, en manos del mozo; salió a la mañana que recibía las primeras luces, la mañana humeante y fría que condensaba el aliento. Permaneció un instante con la vista alzada hacia el mozo y hacia el negro tren de metal, contra el fondo de las pocas estrellas que aún quedaban. El tren exhaló un gran soplido aullante en su silbato, los mozos del tren gritaron a lo largo de toda la hilera de vagones, los coches saltaron, y su mozo sonrió y ondeó la mano en señal de saludo al chico que allí se quedaba, a aquel chico pequeñín con su maletón que le estaba gritando algo, a pesar de que la máquina volvía a soltar su silbido.
-¿Qué? -gritó el mozo, con la mano haciendo pabellón en la oreja.
-¡Deséeme suerte! -gritó Willie.
-¡La mejor del mundo, hijo! -exclamó el mozo, saludando, sonriendo-. ¡Muchacho, la mejor del mundo!
-Gracias -dijo Willie en mitad del estrépito del tren, en el vapor y el rugido.
Permaneció mirando al negro tren hasta que se fue completamente y se perdió de vista en la lejanía. No se movió durante todo el tiempo que tardó en irse. Allí se estuvo, quietecito en el fatigado andén de madera, doce años de chiquillo, y sólo después de pasados tres minutos completos se volvió para, por fin, encararse con las calles desiertas.
Después, mientras el sol se alzaba, echó a andar a toda prisa para guardar el calor, bajando de la estación, entrando en la nueva ciudad.
*Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bradbury/holayadi.htm
Sábado, 22 de Marzo de 2008
Quince ciudades del Alto Valle pelean por recuperar el ferrocarril desmantelado por Menem
Una batalla por el tren perdido*
Son municipios de Río Negro y Neuquén, que quedaron sin tren de pasajeros en 1993. Desde hace un año se vienen organizando para recuperarlo. Ya juntaron doce mil firmas y consensuaron un "Manifiesto del Valle". Y esperan que el tren vuelva en los próximos meses.
El 20 de septiembre de 2006 un grupo de vecinos de Río Negro y Neuquén comenzó a impulsar el proyecto.
El andén está vacío. Ningún hormigueo de personas. Nadie llega a la estación. Ningún guarda uniformado asoma, nadie llama por los altoparlantes. Pero sí se escuchan las bocinas ruidosas de un tren, que no se ha detenido.
Una formación que sigue de largo con su carga de cemento, carnes, granos y sustancias químicas varias. Cuando el ex presidente Carlos Menem desmanteló, en 1993, la red ferroviaria, el servicio de pasajeros brindado por Ferrosur Roca en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén pasó a convertirse en transporte de cargas. En las viejas estaciones los pobladores de la región reclaman que regrese el servicio. El proyecto, que consiste en poner en funcionamiento un tren urbano a través de los 15 municipios que integran esa región patagónica, podría convertirse en realidad en pocos meses.
En las próximas semanas, la Secretaría de Transporte de la Nación formalizaría una propuesta para concretar la iniciativa. Según estimaciones oficiales, son necesarios alrededor de diez millones de dólares para poner en funcionamiento el tren, rehabilitar vías y estaciones y construir pasos a
nivel.
El 20 de septiembre de 2006 un grupo de vecinos de Río Negro y Neuquén comenzó a impulsar el proyecto. Crearon una comisión y subcomisiones en las localidades del Alto Valle. Se promovió y difundió el proyecto. Y se forjó el "Manifiesto del Valle", un documento que sintetiza los argumentos para que regrese el tren. "Hay un grave problema de seguridad en la red vial que queda evidenciado por los continuos accidentes sobre la ruta nacional 22. El ferrocarril, además de ser por sí más seguro como medio de transporte, redunda en descongestionar la red vial. También brinda mayor seguridad y
eficiencia. Y además es más económico y menos contaminante", argumenta el documento. En otro párrafo, señala que "se cuenta con la ventaja de que en la región ya existe la infraestructura ferroviaria y está en uso, para transporte de cargas". Por el momento, doce mil firmas apoyan el manifiesto.
"La única traba que existía era que parte de las vías están bajo el uso de la potestad de la provincia de Río Negro, no así en el tramo neuquino. Este uso de potestad se convierte en un escollo, ya que la concesión de este servicio sería brindado por la rama estatal nacional de ferrocarriles. En este sentido, la propuesta es que Río Negro ceda la Línea Norte de sus ferrocarriles a Nación y se quede con la concesión de la Línea Sur", explicó a Página/12 Edmundo Griffoi, titular de la Comisión Pro Tren del Valle. La iniciativa cuenta con el respaldo de la Cámara de Diputados de la Nación, todos los municipios de la región y ambas legislaturas provinciales.
El servicio uniría las localidades neuquinas de Senillosa, Plottier, Neuquén capital, con las rionegrinas de Cipolletti, General Fernández Oro, Allen, Guerrico, General Roca, Padre Stefenelli, Cervantes, Mainque, Ingeniero Huergo, General Enrique Godoy, Villa Regina y Chichinales. Allí funcionarían trenes importados de Portugal, con capacidad para 150 pasajeros por vagón.
Cada uno cuenta con un motor diesel y pueden realizar un recorrido de ida y vuelta sobre el mismo riel.
Cuando se privatizaron los trenes, Río de Negro se hizo cargo del Tren Patagónico -que une las ciudades de Viedma y Bariloche-, a través de una sociedad estatal y también del transporte de pasajeros en el Alto Valle. Sin embargo, en el norte de la provincia no se puso en marcha un servicio ferroviario de pasajeros.
"La decisión del gobernador Miguel Saiz es que si el gobierno nacional formaliza la propuesta y se hace cargo de las inversiones de infraestructura, del material rodante y lo gerencia y controla, la provincia
está dispuesta a cederle la concesión del transporte de pasajeros de la Línea Norte", explicó a Página/12 Bautista Mendioroz, vicegobernador de la provincia de Río Negro. "Nosotros además planteamos como requisito la creación de una comisión integrada por Nación, Río Negro, Neuquén y los
municipios del Alto Valle junto a la Comisión Pro Tren del Valle para regular el servicio", agregó Mendioroz.
El martes pasado, Mendioroz acordó con el subsecretario de Transporte Ferroviario, Antonio Luna, la cesión del ramal norte. En los próximos 30 días el gobernador Saiz firmaría un decreto para traspasar la concesión a Nación. "Si fuese necesario se enviaría un proyecto a la Legislatura y sería tratado y aprobado inmediatamente, porque hay consenso en la provincia sobre la necesidad de contar con ese servicio", señaló el vicegobernador. Tras la cesión, el gobierno nacional deberá formalizar la propuesta para poner en marcha el tren.
La propuesta del gobierno nacional estaría enmarcada en el reordenamiento del sistema ferroviario, aprobado por el Congreso. El gobierno de Néstor Kirchner ya había prometido arreglar y reconstruir las vías troncales en manos de los concesionarios de transporte de carga, reparar el material
rodante, rehabilitar talleres y rieles. Hasta el momento, los trenes reparados han sido pocos y precarios.
"En la zona es necesario que haya otro medio de transporte, ya que los colectivos son muy costosos aquí, y mucha gente no puede pagar el boleto de un colectivo. Además, es necesario que haya un tren que una la zona con Buenos Aires, porque los micros están cada vez más caros: hace seis años gastaba 70 pesos en un viaje ida y vuelta a la Capital; en diciembre del año pasado gasté 270", comentó a este diario Silvina Campidoglio, una joven vecina de Cipolletti. Al respecto, Griffoi se lamentó porque "el ferrocarril en la época de (Julio Argentino) Roca llegaba a Bahía Blanca y a fin de siglo XIX se discutió la extensión hasta Neuquén y en dos años se construyó ese tramo, y ahora con las vías no hay ferrocarril".
Por esa región, la empresa de transporte de cargas Ferrosur Roca, que pertenece a la cementera Loma Negra, en manos del grupo brasileño Camargo Correa, atraviesa con trenes de cargas. La concesión de los ramales de lo que fuera Ferrocarril Roca data de marzo de 1993. El traspaso había incluido un total de 53 locomotoras y 4000 vagones en concesión al holding de Amalia Lacroze de Fortabat, entre otros grupos económicos, para cubrir una red de 3300 kilómetros de extensión. Esos rieles atraviesan -además del Alto Valle- todo el norte de Río Negro y llegan hasta Zapala, en Neuquén.
Mientras tanto, los habitantes de la región imaginan gente en los andenes que desaparecerán dentro de las formaciones. Altoparlantes que llamen para abordar el tren. Trenes que comiencen a moverse, que partan a través del valle.
Informe: Esteban Vera
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-101105-2008-03-22.html
MUNDUS Y QUIMERA*
*de Héctor Murena
Uno de los momentos fundamentales del rito tradicional de fundación de ciudades es aquel en que se procede a la apertura del mundus. Se trata de un vasto pozo que era cavado en la tierra y tapado luego, con lo que quedaba convertido en una cámara subterránea, la cual, por su aspecto abovedado similar al cielo, era denominada mundus, universo. Sin embargo, mundus, de mundare, es lo limpio, lo purificado. Un tercer sentido le asignan Varron y Macrobio al identificar mundus con mundo infernal, infierno. Y, por
pertenecer a la tierra, era de índole estrictamente femenina. Los cuatro sentidos concurren al significado del mundus de fundación. Colocado bajo la advocación de Ceres, la diosa de la fertilidad, indicaba reverencia al principio femenino; inaugurado con frutos del nuevo lugar y con terra patrum, servía para purificar de la culpa de haber abandonado viejos lares; además, por ser entrada a los infiernos, mostraba un contacto vigilante y propiciatorio con las potencias de éstos -que en suma podrían identificarse con una Ceres (ímpetu vital) adversa o perturbada-. El mundus constituye el
vientre, el locus genitalis maternal, la matrix de la que depende la existencia misma le la ciudad.
Resulta oportuno comparar estas nociones con las de otra gran tradición.
Se trata de la concepción budista del hara. Hara significa literalmente vientre, la zona que se halla debajo del ombligo, la cual es para el budismo el centro del cuerpo humano, el centro de gravedad psicofísico del hombre, en el cual debe éste apoyarse si desea vivir una vida no mutilada. Esa zona
es desde el punto de vista biológico tanto el reino de la fertilidad, gobernado por Ceres, pues en él se cumplen las funciones de gestación y asimilación, como también el plutónico imperio inferior, porque allí se desarrollan la descomposición y la muerte. "El hecho de anclarse en el centro de su cuerpo procura al hombre el goce de una fuerza que le da la posibilidad de enseñorearse de su existencia" (Graf Karlfried von Durckheim). Hara. Dicha fuerza es la vida cósmica que atraviesa el vientre y a la que el hombre puede propiciarse si aprende a no ser víctima de su cerebro, su corazón o su voluntad, si aprende a descender a sus raíces. El esfuerzo propiciatorio indica reconocimiento por parte del hombre del cordón umbilical que lo une al gran ritmo de la naturaleza. "Lo que importa es la fuerza primordial y universal de la vida que atraviesa a grandes oleadas el bajo vientre del hombre, similar a un torrente de agua que viniendo de la eternidad pasase rumbo a la eternidad" (op. cit).
Según esta percepción, al mundus externo, cuya apertura le resulta al hombre ineludible para habitar humanamente la tierra, corresponde un mundus interno cuya ocupación le resulta al hombre imprescindible para habitar humanamente en el hombre. Y es de presumir que se trata de dos versiones en distinto estilo del mismo fenómeno. Pero lo que debe retenerse como significativo es el hecho, de que dos tradiciones sin ningún contacto atestiguen del mismo modo respecto a la necesidad a la que debe someterse el hombre de dar testimonio de las fuerzas sobrehumanas de la naturaleza, de las que nunca -bajo pena de muerte- podrá liberarse. El europeo que puebla América ha olvidado la noción de mundus y carece de sentido del hara. Sus ciudades, trazadas en forma de damero, en las que cada punto es
cualitativamente igual a los demás, denotan una quimera de la razón.
Ciudades y templos clásicos adoptan a veces la forma de damero, pero en ellos cada punto, a pesar de ser topográficamente igual a los restantes, difiere de ellos por completo en su valor cualitativo: a través de la totalidad de los puntos se busca reproducir en la ciudad como unidad orgánica una imagen del universo que sea protectora y regenerativa. En el Campamento americano, sin mundus -o sea, implantado el desafío a la naturaleza-, se vive una vida trivial, carcomida por la irrealidad, utópica.
Es que el fundamento de una vida humana real y cumplida lo constituye el esfuerzo inicial por reconciliarse con la naturaleza, por trabarse en lucha con sus manes creadores y destructores, a fin de incorporarse al juego cósmico de sus potencias, o, por lo menos, el vivir esa vida en una comunidad que en algún momento de su pasado cumplió tal esfuerzo, cuyas consecuencias siguen impregnando sus diversos estratos. Y el supuesto a partir del cual se funda América es justamente la negación de ese esfuerzo.
La ratio de la quimera americana es la Fiebre del Oro, que toma las potencialidades del individuo aventurero en forma parcial y le permite así la ilusión de que no debe empeñarse en luchas más hondas. Tales potencialidades no desarrolladas pasan a cumplirse en una ensoñación cuyo motivo principal es la patria ultramarina. Se sueña con lo que allá se ha vivido y dejado, con lo que allá se vivirá cuando se regrese con el oro que se coseche. Pero ocurre que esas ensoñaciones de una vida pasada y futura en
la patria ultramarina conforman el presente de una vida americana, la cual se convierte así en fantaseo irresponsable, salvo en lo que concierne al oro. Puesto que de entrada se ha huido de las potencias de la creación y la destrucción, se cree que en América todo es posible. Pero para construir algo es menester que los cimientos encuentren una resistencia que falta cuando se elude lo profundo: el aventurero afronta esta verdad ineludible al descubrir que uno a uno se estrellan contra la realidad esos locos proyectos a los que se ha lanzado tras comprobar que el oro no existe y que desdichadamente no puede volver a la patria ultramarina.
Así se aprende el juego de simular profundidad con lo trivial; así se aprende a convertir lo que era fantaseo sobre la patria ultramarina en compensatorias quimeras sobre uno mismo en tierra americana; así se aprende a culpar y odiar a la realidad por el propio fracaso; así se aprende un estilo de vida fantasmalizado, vida de segundo grado, cuyos momentos más intensos están dados por el relampaguear del resentimiento. Y tal como el habitante de Roma posterior en muchas generaciones a la fundación sabía, al marchar por el camino llamado decumanus, que estaba siguiendo el curso del sol, del misma modo el habitante de los campamentos americanos en muchas generaciones posterior a la fundación repite el mismo estilo de vida de segundo grado, empobrecida por el fantaseo, que el espíritu del campamento
sin mundus impone. Quimera es tanto planear la coronación de un monarca de estirpe inca para solucionar los problemas que en América originó hacia 1810 la desaparición del monarca español, como la fundación hacia 1950 de Brasilia, en un inútil esfuerzo por arrancar la sede del gobierno del
Campamento originario en Río de Janeiro. Quimera es tanto una literatura y un arte latinoamericanos que, incapaces de radicarse lo hondo de la realidad, resultan sujetos a modelos europeos hasta el punto de que -salvo contadísimas excepciones- no alcanzan una expresión propia, como lo es también el proyecto de Bolívar de formar una confederación sudamericana, sin considerar que la realidad de la anarquía vedaba a la sazón pensar incluso en formar naciones.
...En los habitantes de la ciudad sin mundus lo único real y profundo es la Fiebre del Oro. Y cuando la Fiebre del Oro mantiene su dominio en la cruda forma primaria todo lo que signifique salir de los límites del propio ego, ir más allá de sí por causa de una preocupación por los otros, renunciar a algo por el bienestar general, expresar algo que concierne a todos, etc., se produce de modo débil, caricaturesco o falso, como un rito que se practica pero sin entender su sentido. Así se explica, por ejemplo, el hondo y malsano conservadorismo que afecta a la totalidad de los miembros de las sociedades latinoamericanas, incluyendo a aquellos más desposeídos.
Nadie se siente jamás tan "sin nada que perder" como para exigir o desear una revolución o un cambio en la sociedad: incluso el esclavo que no cuenta más que con la cadena que lo ata tiene la Fiebre del Oro y, a la espera de satisfacerla, no quiere un cambio de cosas que lo ponga en el riesgo de perder siquiera su cadena. Por ello no hay en tales países fuerzas políticas de izquierda verdaderas con respaldo eficaz. En el actual mundo de masas, de acelerado crecimiento demográfico y de singulares cambios, izquierda
política significa la orgánica articulación de las mayorías de individuos menos afortunados a los efectos de obligar a la sociedad a cumplir las modificaciones necesarias para la salud de ésta y prevenir de tal forma los estallidos destructores que sobrevienen cuando no se realizan dichas modificaciones. En un mundo donde la intercomunicación entre los diversos países resulta compulsiva, izquierda política significa poseer la antena necesaria para captar, interpretar y asimilar las modificaciones que se
producen en la gran sociedad de masas actual, a fin de no condenarse a desempeñar un papel dependiente y lesivo en la intercomunicación. Ese instrumento de cambio e inteligencia falta en los países latinoamericanos.
Como pendant -en apariencia mitigatorio pero en realidad exacerbante- de esa falta surgen los pequeños grupos de intelectuales extremistas a ultranza.
Esos grupos se adueñan de universidades y otros puntos claves y realizan desde allí su agitación en pro de la reforma social. Pero tanto lo exagerado y utópico de sus demandas como lo histérico de sus actitudes y gritos denuncian la falta de solidez de sus convicciones y la falta de apoyo verdadero por parte de cualquier sector del país. Y a la larga el papel que desempeñan tales grupos de utopistas -que si fuesen reformadores reales actuarían con mucho más sigilo y eficacia- es el de servir como los mejores pretextos que la Prehistoria encuentra para sentirse o simular sentirse convocada a restaurar la pureza del Origen amenazada por los "subversores".
La verdad que los extremistas gritan es la de la impotencia de la Fiebre del Oro -debida la trivialidad e irrealidad final por su falta de mundus- para manejar al país y la de su desesperada apelación a la Prehistoria...
...Existe sin duda la posibilidad de superar ese destructor movimiento de péndulo entre la Prehistoria y la Fiebre del Oro, incluso en naciones que carecen de mundus, esto es, en naciones implantadas en desafío a la naturaleza. Existe la posibilidad de lograr que una nación arranque en forma definitiva por el camino de la Historia de la Fiebre del Oro y de que a partir de entonces las reapariciones de la Prehistoria sean aisladas, de escasa repercusión en el conjunto, y de que hasta se llegue al caso de que
contribuyan a la más rápida marcha de la Fiebre del Oro. Una sociedad de ese tipo -a la que tienden o quisieran tender todos los países latinoamericanos- es la que forman los Estados Unidos de América. Allí la trivialidad y la irrealidad de la vida en la Fiebre del Oro fueron tomadas con pasmosa seriedad para organizar un sólido estilo de existencia nacional que el mundo entero conoce con el nombre de tecnocracia. La tecnocracia toma las vidas de quienes viven a ella sometidos según un estilo "estadístico", por así llamarlo, que aprovecha siempre especialidades técnicas parciales de los
individuos y los ignora siempre como las totalidades humanas que son, por lo que los condena a llevar una existencia tan superficial y fantasmal, tan de segundo grado, como la que distingue siempre a la de la Fiebre del Oro. La Prehistoria puede volver en carácter de oposición "refundadora" a través de
incidentes -como los asesinatos de Lincoln y Kennedy, el espíritu del Sur, el mundo que revelan las novelas de Faulkner, el maccarthysmo, etc.- a los que la Fiebre del Oro vestida de Tecnocracia consigue sobreponerse, pero son más importantes los aspectos en que se presenta como aliada -la Conquista
del Oeste, el espíritu militarista que a cañonazos abre y mantiene mercados para los productos de la Tecnocracia, etc.- Este "ideal" -al que de algún modo con el tiempo los países latinoamericanos se acercarán en variada medida- constituye el máximo de intensidad vital -basadas en la eficacia,
nunca en la plenitud, a la que la primera se opone -que pueden alcanzar las sociedades sin mundus ni hara, es decir, formadas por criaturas que se han enajenado los manes tanto externos como internos.
Por lo demás, en una humanidad progresiva y generalizadamente desencadenada del nutricio orden cósmico por la razón, este modelo se aparece como el más adecuado para la mayoría de las naciones, aunque debe notarse que en aquellas que en el pasado contaron con un nombre secreto, con un mundus, las influencias del modelo tecnológico no logran nunca penetrar demasiado hondamente y son por ello menos ostensibles y menos nocivas.
(*) Héctor Murena, en El nombre secreto, Monte Ávila Editores, Caracas, 1979.
-FUENTE: http://www.temakel.com/texolvmurena.htm
Correo:
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Me conmueve, que haya citado a Murena. El suicidio de Murena en 1975, se suma a los suicidios por asqueamiento moral que empezaron con Alem, siguieron con Lisandro de laTorre y continuaron con Lugones (aunque la lista puede que sea incompleta). Murena es deliberadamente desconocido, particularmente por sus colegas (los suyos) a los que Murena anatemizó. La autora de la nota, tal vez no leyó cuando Murena, estigmatiza a las dirigencias argentinas, por su "mentalidad de campamento". Y eso coincide con un articulo publicado en Infobae, hace dos o tres días, acerca de los ciento cincuenta mil
millones de dolares que los argentinos "campamentistas" tienen en el exterior, en especial en los paraísos fiscales. Y los cincuenta mil millones de esa moneda que se esta devaluando tramposa y aceleradamente en los colchones, aquí. Si están en dólares se van a joder en forma. Pero no hay que
alegrarse porque seguro ya cambiaron de divisas y huyeron roedoramente como es su especialidad. Es una minoría decreciente, pero interim ha jodido mucho a las mayorías de una Argentina crecientemente latinoamericanizada, para disgusto de los "campamentistas".
*de Alfredo Armando Aguirre. choloar@rocketmail.com
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
El domingo 23 de marzo del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, El milagro de Guadalupe, del San Antonio Vocals Ensemble. Las poesías que leeremos pertenecen a Lina Zerón (México) y la música de fondo será de Indoamérica (Andes). ¡Les
deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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