sábado, agosto 29, 2009
LO IMPOSIBLE NO LEVANTA NUNCA LA VOZ...
-ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.
En el ocaso*
Puede suceder
y entonces sucede
que al tiempo en que el ocaso va decayendo al día
lo reverencia convidándolo al arcano de la noche
en noble ceremonia despedida
la noche con enigmas del rictus del sereno
la magia de la noche de fantasmas que reaniman protestando
una mezcla de tedio y desperezo
mandando entre bostezos esa queja
de no dormir en paz
que nunca los dejamos
¿puede ser?
Sucede así
que ya es noche
que ya es tarde
que tal vez lo que he rodado
habrá sido hasta aquí
un rugoso descenso o la inercia o el maquinal vivir
con ciertos desaciertos
Y ¿yo?
¿Dónde es que voy?
¿Dónde es que soy?
en ese devenir sin porvenir de idas y vueltas
no voy ni vuelvo
giro en una artimaña de rastro en espiral
despertando en el sueño de un sueño del ocaso
blandiendo el sortilegio de ese sueño sin sueño
vuelvo a mí misma de mí misma
y voy y vengo
como una tarde en redondo en Parque Chas
trazando diagonales de un oscuro Adrogué
implorando armonía
que es siempre distonía
Cuando voy otros vienen
cuando me voy se quedan
cuando estoy yo qué sé
tenía todo listo
la mesa puesta
hasta el sol puesto
la cama lista
el cuarto creciente
las manos limpias
los fantasmas dormidos
y una voz contenida pegó un grito alarido
se movió entre los vientos despertando la noche
sacudió los manteles rompiendo los cristales
se envolvió entre las sábanas empuñando las velas
chorreándose en las manos
ardiéndolas en sesgo
y fueron mil fantasmas
llegados a mi mesa
los invité a quedarse
y estamos conversando
*de Lucía Cinquepalmi lccnqplm@yahoo.com.ar
23 de agosto de 2009.
LO IMPOSIBLE NO LEVANTA NUNCA LA VOZ...
POLEN LUMINOSO*
“Amor, tal vez amor indeciso, inseguro:
Solo un golpe de madreselvas en la boca…”
PABLO NERUDA
¿De dónde llega este escondido polen?
¿De qué vientos de agobio?
¿De qué muertes?
¿Qué naufragios trajeron tu pasión arena?
¿Cuáles fueron los puertos, los amores?
¿Cómo escrutar los secretos de tu boca?
¿Cómo acceder al mapa de tus manos?
¿Cómo desvelar los ojos de la noche?
¿De qué graneros viene?
¿De un pequeño alfarero?
¿Un labrador?
¿Una campesina de callosas manos?
¿Alegría de las ramas de abril?
Intento leer vientos.
La resonancia de las hojas que caen.
La madera corteza de tus sienes.
Me contesta una voz, que apenas reconozco.
A veces siento tu respiración en la alameda.
Una respiración.
Respiración casi animal, casi humana
Tu aliento. Una ráfaga.
Un soplido en mi boca.
Un gemido, un latido.
Ay, tu respiración cerca mas cerca.
Respiración cuya profundidad no es mía.
Cae, como fruta madura.
Dobla por la ribera musical de las acequias.
Y deja un hálito, un respiro, una incerteza.
Apoyo mi penumbra.
En las raíces callosas de las rocas
Y presiento
Tu huella inadvertida cerca, mas cerca.
Las manos se levantan en llama y en paloma.
Y vuelan.
A veces creo reconocer tu silueta clara
De pié al pié de la montaña.
Con tu corazón extendido a Capricornio.
Encuentro tu esqueleto de polen luminoso
Las manos sobre el pecho… buscando.
Escombro laberinto jungla liana.
Esperando.
Ay, con las manos sobre el pecho.
Lejos, mas lejos
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
¿Sueño?*
La noche del 10 de septiembre de 1973 Pablo Neruda poeta comprometido y lúdico, soñó: ruidos, aviones, silencio, gritos, aullidos y una voz. El mascaròn de proa de Isla Negra se arrodilla y pide al dios del mar que nosea cierto. Por un río marrón se junta con el mascaròn de Haroldo, blanco de golpe, de golpes. Cementerio –Río de La Plata que cuentan en Santiago prolijos, mientras los muertos caen sin ritual. Matilde cuanto falta para la pri..? Pablo este año septiembre viene sin primavera.
El pelo negro de ella se desparrama como un luto, sobre el mantel de sangre, de vino, de idos, se desarticula la cabeza, no se olviden de …
Naranjos negros, labios rotos. Una caracola con bordes de coral amplifica la voz que anticipa lo que ya pasó.
Pablo busca un descanso de luz pero no hay.
Se arranca los ojos para no escuchar el asesinato de la digna humanidad de la voz. Busca párpados para los oídos no quiere ver la sangre por las calles, las manos de Rodolfo escribiendo la carta, saliendo a entregarla al aire verde de uniformes, ¿Matilde dónde está la casa de las flores? Quiere hablar
de la lluvia, de las lilas, de los volcanes de su ciudad natal, no puede, desde lo alto del estadio caen pájaros rotos.
Las manos de Victor, tan solas de cuerpo, piadosas tapan la pantalla del sueño de Pablo que despierta y dice : Matilde sabés que soñé? Entonces escucha ... en la radio la voz del amigo, compañero, presidente que sigue despidiéndose. Cómo suena la voz de un hombre cuando no quiere irse para no dejar solos a los suyos para que no pase lo que va a pasar. La voz dice: volveremos a las grandes alamedas más temprano que tarde. Pablo sabe que es tarde para él. Pide castigo, se va.
Ellos todavía sonríen alrededor de la jaula en la que nos encerraron.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
-Presentara su libro "Relaciones textuales" el Martes 8 de septiembre a las 19 hs
en la Biblioteca Nacional (sala Cortázar)
A calzón quitado*
*Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Parece que está de moda hablar del hambre de los niños en el mundo. El papa Ratzinger, nuestro cardenal Bergoglio, empresarios del campo y tantos otros.
Aquí en Alemania se está discutiendo esto a calzón quitado. Claro, se está ante elecciones nacionales. Entonces, lo que durante los gobiernos estables es un juego de transacciones y entendimientos, cuando se juega el poder, se sale a decir la verdad. Y han salido a la luz las estadísticas oficiales y los estudios de organizaciones empresarias, religiosas, obreras, etcétera.
Sí, aunque nadie lo crea, Alemania, una especie de diamante del sistema, uno de los países mejor organizados dentro del capitalismo, presenta un cuadro actual que va dejando una vez más desnudo a ese sistema. Lo bueno para la información es que, dada la disputa, surge la verdad. Fuentes informáticas
del sistema sacan a la luz la verdad ante una vidriera de lujo que esconde lo que realmente sucede en el patio interior. Por ejemplo, la revista Stern -no por cierto izquierdista- publica un estudio titulado "¿Qué hacer contra la desigualdad?", con su subtítulo "Dos terceras partes de la población alemana no poseen casi nada mientras que apenas una décima parte posee el 60 por ciento de la riqueza". Y "Nuestra sociedad se divide cada vez más entre los ricos cada vez más ricos y los que no tienen nada".
De acuerdo con la definición del gobierno, se considera pobre a quien gana menos del 60 por ciento de lo que se necesita para mantener un hogar medio, y al soltero que gana menos de 781 euros por mes. Debido a eso, el Instituto para la Investigación de la Economía señala que el 18 por ciento de los
hogares alemanes está debajo de ese nivel, mientras que el gobierno sostiene que sólo es el 13 por ciento. La pobreza aquí es más común entre las mujeres solas que crían a sus hijos que entre hombres, y más entre jóvenes y niños que entre ancianos. Y se ha comprobado que a aquel que cae en la pobreza le
cuesta mucho poder salir de ella.
Es que la llamada crisis mundial fue aprovechada por los más diestros en manejar el poder. Por ejemplo, está desapareciendo el clásico "lugar de trabajo" y va siendo reemplazado por trabajadores por hora, por trabajo de horario limitado, por trabajo por contrato, por trabajo sin salario básico y por el desmantelamiento paso a paso del derecho de indemnización por despido. Es decir, el sistema se aprovecha de la crisis que ha producido por sí mismo para alcanzar una nueva era de capitalismo más profundo. Es decir, la crisis va ahondando el neoliberalismo asocial. Que, claro, para los defensores del sistema, puede dar un gran empujón hacia adelante a la economía. La receta de siempre. La Oficina de Estadísticas de Alemania ha dado a conocer la información que los llamados empleados y obreros
"atípicos", es decir, los que no tienen un empleo fijo, han aumentado de 5,3 a 7,7 millones. Y ya se ha llegado a que esos "atípicos" representen el 22 por ciento de todos los que trabajan. El mismo estudio admite que el riesgo de caer en la pobreza de esos trabajadores "atípicos" es del 14 por ciento.
Si ése es el panorama que nos presenta el sistema capitalista central, podemos ponernos a pensar qué ocurre con los llamados "países subdesarrollados".
Por ejemplo, el continente africano está siendo devorado poco a poco por la avidez del capital de los países industrializados. Se trata en su mayor parte de multinacionales, de bancos y de gobiernos. Compran los mejores campos, en especial con arroyos o fuentes de agua. Ya se han comprado alrededor de 20 millones de hectáreas. Este nuevo procedimiento ha sido llamado "neocolonialismo" o, en inglés, land grabbing. Son dedicados al cultivo de alimentos básicos que se exportan a los respectivos países. Es decir, que se les quita esa tierra a los habitantes africanos, que justamente cultivaban allí sus alimentos. La ministra alemana para el Desarrollo, Heidemarie Wieczorek-Zeul, ha denunciado esto señalando que "en Madagascar, una empresa de Corea del Sur compró 1,3 millón de hectáreas para el cultivo de maíz. Por su parte, China ha adquirido 2,8 millones de hectáreas de la República del Congo, para dedicarlas a combustibles agrarios. Arabia Saudita ha hecho lo mismo con 500 mil hectáreas en Tanzania". Y agregó: "Los más perjudicados con estas compras son las poblaciones que tienen que luchar contra el hambre". También se aseguran los derechos sobre el agua y todo se convierte además de land grabbing en water
grabbing. Todo esto provoca la emigración de las poblaciones autóctonas, ya que esas empresas traen trabajadores de sus propios países, o de otros, e imponen procedimientos mecánicos de producción. Se ha comprobado que se eliminaron grandes superficies boscosas y de plantas que las poblaciones
empleaban como medicinales. Es decir, que toda esta nueva acción trae consigo problemas ecológicos. Todo esto invita a que Naciones Unidas tome en sus manos, desde ya, con toda energía, el problema del desequilibrio ecológico y la defensa de los pobladores autóctonos.
Aquí nace la pregunta: ¿cómo es posible que, ante estos exabruptos del capitalismo cada vez más ávido, no haya una reacción mundial de aquellas instituciones que se atribuyen la razón y la sapiencia de saber el origen y el destino final del hombre? Por ejemplo, las iglesias. Elijamos a Roma. El Papa hizo conocer un documento en el cual se llamaba la atención sobre el hambre en el mundo y la obligación de todas las sociedades de combatirlo.
Pero no basta con palabras, con declaraciones o con la firma de un documento. ¿Por qué no inicia una acción por la cual visite a cada uno de los verdaderos dueños de la tierra y le señale que todo lo que hace va creando, tarde o temprano, violencia; y que lo único que vale, para la historia, es aquello que se haga para cuidar la vida y así eliminar violencia? Porque el germen de toda violencia es, siempre, la desigualdad.
Umberto Eco acaba de escribir una nota donde señala que una publicación le pidió que escribiera un artículo sobre la libertad de prensa. Y él se negó, porque a la libertad de prensa hay que aplicarla y no defenderla. Y Berlusconi está allí porque el pueblo lo vota, a pesar de que es alguien a quien no le interesan los problemas del Estado sino sólo quiere satisfacer sus necesidades personales. Dice Eco que el pueblo italiano vota a ese personaje. Y que a su artículo lo leerían sólo aquellos que conocen el
peligro que es Berlusconi para la verdadera democracia, pero no salen a la calle. Mientras, Berlusconi maneja la televisión y otros medios. ¿Es democracia eso? Y como sátira pone que, en 1931, Mussolini obligó a todos los profesores universitarios a jurar obediencia a su gobierno. A los profesores universitarios, nada menos. De 1200 profesores sólo se negaron doce a la orden del dictador, el uno por ciento, y fueron inmediatamente destituidos de sus cátedras. (Algunos de esos que juraron fidelidad a
Mussolini, en la posguerra se presentaron como figuras del movimiento antifascista. Pero quienes quedaron para la historia fueron aquellos doce que no aceptaron rebajarse ante el dictador.) Ellos -escribe Umberto Eco- salvaron el honor de la universidad.
Y termina Eco: "Por eso a veces debemos negarnos, aunque con ello no tengamos mucha influencia. Pero por lo menos las generaciones venideras sabrán que hubo algunos que se negaron a ser serviles al sistema".
Y por todo eso se les llama democracias a países donde los políticos son elegidos por el papelito en las urnas cada dos años, mientras los verdaderos dueños del poder aumentan cada vez más sus fortunas, que no es otra cosa que aumentar su poder. Un ejemplo: el estado alemán de Hessen acaba de publicar
estadísticas que señalan el crecimiento de los millonarios. En el año 2002 eran 1626, en 2009 esa cifra ha crecido a 1860. Justamente en el primer cuatrimestre, 125 empresas cerraron sólo en la región renana, con el consiguiente despido de sus trabajadores. Entre las empresas que cerraron están tres de renombre: Karstadt, Woolworth y Adessa. En esa región, informa el General Anzeiger de Bonn, cierran un promedio de diez empresas por semana. Al mismo tiempo llegó al Parlamento la denuncia de que la primera ministra Angela Merkel le hizo una fiesta para su cumpleaños al presidente del Deutsche Bank, el famoso Ackermann, el ejecutivo que más dinero ha ganado hasta ahora en su cargo: más de 12 millones de euros por año. La primera ministra le señaló a Ackermann que podía invitar a la fiesta a treinta de sus amigos. Así se hizo. Todos los gastos corrieron por cuenta del Estado, es decir que lo pagaron los ciudadanos que pagan impuestos. Una anécdota, sí, pero que muestra que allí donde hay dinero poco vale la ética.
Karl Doemens escribe en el Frankfurter Rundschau con ironía: "Por supuesto que el cumpleaños-party en homenaje al poco sufrido Josef Ackermann junto a sus treinta amigos conservadores no le debe haber caído muy bien a un obrero desocupado de Opel. Por supuesto no pretendemos que la jefa de gobierno
invite al jefe del Banco Alemán con un servicio de pizza. Pero este cumpleaños-party deja en la boca un gustito amargo".
Como pocas veces, en Europa se sufre el aumento de la desocupación entre los jóvenes. Uno de cada cinco europeos de menos de 25 años está buscando actualmente una ocupación. La ILO pronostica que este año el aumento de los desocupados va a ser de 30 millones, es decir que se va a llegar a una cifra
mundial de 240 millones de gente sin trabajo. En España, la situación se ha vuelto dramática: uno de cada tres jóvenes está sin trabajo.
Aquí, en Alemania, ha comenzado a actuar un Partido de la Juventud, que lleva el nombre de "Peto" que, traducido del latín, significa: "Yo exijo".
Fue fundado por cinco estudiantes. En las elecciones comunales en Monheim, "Peto" presenta como candidato a burgomaestre a un joven de 27 años.
Prometen gobernar para los jóvenes y para quienes quedaron jóvenes y se sienten jóvenes. Ojalá que exijan y logren por lo menos eliminar para siempre los niveles de pobreza y que cada joven tenga trabajo.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-130820-2009-08-29.html
LA DEBILIDAD, EL SUEÑO Y VICEVERSA*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
CUESTION DE GÉNERO Telas floreadas y circunspectas gabardinas. Trapos duros y casimires negros. Sedas caras y gasas transparentes. Lienzos frescos.
Gamuzas elegantes, terciopelos ostentosos, encajes sugerentes, felpas evitables. Por lo demás, sólo veo el género humano.
RUM RUM Leo a Pizarnik: "No me desmemories". Leo a Vallejo: "y hoy no he/ de preguntarme si yo dejaba/ el traje turbio de injusticia." Leo a Pessoa: "Todo yo soy cualquier fuerza que me abandona". Leo a Marguerite Duras: "Está loco, el vicecónsul está loco de inteligencia. Mata a Lahore todas las noches." Leo a Juarroz: "Lo imposible no levanta nunca la voz." Escucho a cualquiera: "Una imagen
vale más que mil palabras." Y me pregunto por qué serán tan pegadizas y rebatibles las pobres frases hechas. UNA Literatura erótica, literatura comprometida, literatura panfletaria, literatura infantil. Si me dan a elegir, entre todas yo prefiero la literatura a secas.
CITA TEXTUAL "Desconfía de los cuentos y novelas que sirvan para enseñar algo muy concreto. Si el libro demuestra claramente que los dientes deben cepillarse todas las noches, que no hay que discriminar a los asiáticos y que los enanos son personas, probablemente no tenga mucho valor literario. Las
grandes obras literarias no enseñan nada, al menos no directamente, y, al contrario, crean encrucijadas que provocan más preguntas que respuestas." Ricardo Mariño, en Imaginaria, revista virtual. ANALOGIAS El silencio no entra en el oído porque está en el oído y quizás también en los ojos
cerrados. Es un barómetro que mide la presión imposible del destierro y nos abre más la vida en potencia. Cogito ergo sum. Según fuentes dignas de fe, hay que alcanzar la mirada sin zonas intermedias para que el portador de la aventura recorra la propia casa como el criminal recorre las prisiones.
RUM RUM 2 "Todo tiempo pasado fue mejor." ¿Cuándo se retractó Galileo ¿Cuándo los colonizadores atropellaron América? ¿Cuándo los maestros pegaban con el puntero? ¿Cuándo no existían las vacunas? ¿Cuándo las mujeres no votaban? ¿Cuándo Videla era presidente? ¿Cuándo Menem lo hizo? Etcétera, etcétera.
EN ACTO Según Umberto Eco, la literatura es una pasión que cambia la realidad, aunque los textos que la conforman no han sido producidos con fines prácticos sino más bien para provocar placer, para la elevación espiritual, para ampliación de los conocimientos. Sería posible decir, pues, que la literatura cambia la realidad del lector, quien en el acto de leer avanza hacia sí mismo, intensifica su capacidad reflexiva y retorna al mundo mucho más entero, mucho más fuerte, mucho más sabio.
TODO LLEGA Por cada mujer que es enterrada viva hay otra que vive muerta, y otra que obstinadamente resucita. Con los hombres pasa más o menos lo mismo. Por cada hombre que oscila al ritmo del péndulo, hay otro que impone su deseo de ser lo que cree ser. Con las mujeres pasa más o menos lo mismo. Porque más tarde el centro estará aquí.
CITA TEXTUAL 2 "Muchas cosas se pueden deducir acerca de un hombre según como sea su amante: en ella se aprecian sus debilidades y sus sueños." Lichtenberg. Y viceversa.
*Fuente. http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-19975-2009-08-29.html
Niña santa*
A Martín Rébora
Como cada mañana de su vida, el Pollo, escurridizo y esmirriado, hace su trabajo a conciencia. Sabe que si no trae a casa la plata que su madre y su padrastro le exigen a su regreso cada tardecita, lo dejarán sin comer; o peor aún, le darán tal paliza que lo dejarán marcado, dolido, humillado, como tantas veces ha ocurrido en el pasado. Entonces, para evitar sufrimientos inesperados, limosnea en los pasillos del tren a través de una excusa tan buena como cualquier otra: tiende sobre manos anónimas, o sobre los muslos o carteras de quienes apenas lo registran, un papelito fotocopiado, escrito vaya a saber por quién, que dice:
“ME AYUDA POR FABOR SOMOS SIETE ERMANITOS Y MI MAMA NO TIENE TRABAJO ADEMÁS DE ESTAR MUY ENFERMA YO NO PUEDO ABLAR POR ESO NO VOY A LA ESCUELA NECESITAMOS LA PLATA GRASIAS”.
No trabaja sólo él; sus hermanos también se dedican a lo mismo. Pero prefieren ir cada uno por su cuenta. Ya saben que juntos se pelean, y que si se pegan o se putean entre ellos espantan a la gente, que deja de darles moneditas, esas de 5 o de 10 que siempre recibe, a veces hasta de 25 o 50, llegando casi al milagro cuando alguien se encuentra generoso, o se confunde de moneda, y le tiende un peso… Pero para que ello ocurra, el Pollo prefiere ir solo, con el pilón de ajados papelitos apretado en su mano sucia, y comenzar a repartirlos desde media mañana, ya que muy temprano hay tantos pasajeros que ni siquiera puede caminar por el vagón. Además, con todos dormidos, nadie le presta atención. Y así persevera hasta volver a su casa, en la villa, rogando que esta noche le den algo de comer, deseando con toda su alma que el plato que encuentre sobre la mesa esté caliente.
Dando vueltas por los vagones ha conocido mucha gente: guardas que lo empujan para que salga del vagón hacia el andén, vendedores ambulantes que lo ignoran o le dedican alguna esporádica sonrisa, y por sobre todo, cantidad de otros pibes como él. Algunos son unos atorrantes de los cuales es mejor estar bien lejos. Pero otros pueden llegar a llamarle mucho la atención. Sobre todo la Rubiecita.
La conoció una tarde de junio, mientras afuera diluviaba y él sentía un frío espantoso, apenas abrigado por una remerita de manga larga y un pulóver apolillado que encontrase por la calle. Ella tenía puesto un buzo colorado desteñido, tan mugriento como su cabello rubio ceniza. Repartía estampitas de santos, casi sin mirar a la gente, como si viviera en otro mundo. Hasta que sus miradas se cruzaron de casualidad, mientras él se demoraba recolectando sus ajados papelitos. El Pollo jamás había visto unos ojos tan grandes y hermosos como esos. La mirada que le dedicó la Rubiecita lo enamoró de inmediato.
A partir de esa tarde, su recorrida ferroviaria había adquirido otro tono. Salía de su casa con un entusiasmo desconocido hasta entonces. Hasta su madre, triste y rezongona, lo notaba cambiado, aunque no supiera decir por qué. Bastante tenía ya con el vago que se había conseguido por marido, y los tres nuevos pibes que le había dado, como para andar vigilando al Pollo.
La Rubiecita subía en la Estación Tapiales, y hacía un recorrido un tanto misterioso. Por más que el Pollo quisiera recordarlo, ella lo modificaba sin previo aviso. A veces se bajaba en Navarro, otras seguía hasta Moll, e incluso podía continuar viaje, sólo que el Pollo aquí se bajaba, en Moll, cambiaba de tren y volvía a su casa. Más de una vez quiso seguirla al bajarse ella de la Trochita, pero la segura promesa de una paliza ante una llegada tarde o una baja recaudación lo intimidaba al punto de mirarla de lejos, contentándose apenas con una de sus profundas miradas de ojos color café.
Hasta que una tarde, en su errático andar a bordo del vagón, la Rubiecita superpone su reparto de estampitas en la vuelta que suele hacer el Pollo con sus papelitos, y le alcanza uno de esos tramposos mensajes fotocopiados que había caído al piso. Sólo que la Rubiecita, antes de que el Pollo advierta lo que ocurre y se acerque, alcanza a leerlo.
-Uy, pobre… -, murmura, saliendo de su habitual ostracismo, con una enorme congoja. -¿Qué te pasó que no podés hablar?
El Pollo putea a su padrastro por todos los azotes que le ha dado para convencerlo de que no debe decir una sola palabra a bordo del tren, y evitar arruinar el engaño con el que recolecta sus moneditas. En lo más profundo de su alma, hoy más que nunca la mira directo a los ojos y desea hablarle, decirle algo lindo, preguntarle cómo se llama. Pero nada; el temor a una paliza, o a que lo echen sin remedio de su casa, puede más. Mientras ella, casi sin mirarlo, con la cabeza en otra parte, se dice a sí misma:
-Qué me vas a hablar si no podés…
Al Pollo la emoción lo sacude de tal manera que no alcanza a inventar alguna clase de comunicación: ni gestos con la cara, ni la mímica con las manos, ni escribir con algo en el suelo, nada. Apenas la contemplación enamorada de esos ojos cuyo recuerdo lo acuna con cariño por las noches, en el piojoso catre que comparte con dos de sus hermanos, quienes siempre lo andan molestando, a patada limpia.
-No importa –dice la Rubiecita, tal vez sin darse cuenta de las reprimendas que pueda recibir por la noche, al volver a su casa. -Voy a darte una estampita de San Martín de Porres, el patrono de los enfermos; las de San Expedito se me acabaron. Es para que tu mamá se cure pronto.
De más está decir que la madre del Pollo jamás se enterará de la existencia de dicha estampita, y que aunque estuviese un poco enferma, jamás admitiría que alguien limosnease en provecho de su propia salud. Si los beneficios económicos provienen de una serie de papelitos mentirosos pero anónimos, mucho mejor. Sin embargo, esta estampita se transformará para el Pollo, quien sonríe agradecido, en un tesoro más que valioso, único en el mundo, del cual jamás le contará a nadie.
Al día siguiente, ve de nuevo a la Rubiecita. La diferencia está en que el encuentro no es nada casual; ahora es ella quien se acerca decidida hasta donde él se halla contando sus moneditas, con parsimonioso aburrimiento, y en un arranque sorpresivo le dice:
-¡Hola! Como tu mamá no consigue trabajo, vos no te podés curar y hablar otra vez, así que estuve pensando que mejor le das esta estampita. Es San Cayetano, el patrono del trabajo. Por ahí si le reza al santo consigue alguna changa…
El Pollo no sale de su asombro. ¡Ella se acordó de él! Un calor desconocido le trepa por la panza y llega hasta el corazón. El deseo de agradecimiento le ilumina la mirada y está a punto de traicionarlo, porque casi abre la boca para decirle algo. Pero se contiene, recordando la posible paliza que le darían en su casa, al terminarse el “curro del mudito”. Entonces le sonríe, como único recurso expresivo, pero tan cálidamente que ella se conmueve y agrega:
-Y para que vos no te quedes sin nada, tomá -, y le extiende otra estampita: -Es San Blas, el patrono de las voces y las gargantas. Rezale todas las noches, capaz que así te curás…
El Pollo no lo puede creer. Su emoción es tan grande que se deja llevar por el impulso y le estampa un beso en la frente, para luego alejarse corriendo, presa de una vergüenza que lo deja todo colorado, como si se le hubiesen caído los pantalones en medio del vagón y se descubriese desnudo delante de todos.
Al otro día, una luminosa tarde de invierno, el Pollo sube al vagón esperanzado con volver a encontrarla. Y la magia se produce al poco rato, al identificar entre la gente ese clásico buzo colorado desteñido. Al encontrarla, esboza una enorme sonrisa de dientes cariados y le extiende un trémulo ramito de flores robadas de algún jardín cercano a la estación; flores de invierno, casi marchitas, para nada vistosas. Sin embargo, importa más la decisión y la alegría que demuestra este chico suspicaz y buscavidas, que el regalo en sí mismo. La Rubiecita lo comprende en seguida, y le devuelve la sonrisa, extendiéndole otra estampita, a cambio de las flores.
-Tomá, es San Pantaleón, el médico; para que tu mamá siga rezando y se cure. Y para vos… -, duda, busca entre el nutrido manojo de estampitas, no se decide, hasta que lo observa detenidamente y le extiende una nueva estampita. –Tomá: es Santa Rita, la patrona de lo imposible. Pero ojo con lo que le pedís, porque “Santa Rita, Santa Rita / lo que te da te lo quita”. Es para que le pidas por tu voz, para que vuelvas a hablar…
El Pollo observa las figuras del santoral y no sabe si ponerse a reír o llorar. “¡Si supieras lo que tengo que hacer para ganarme el pan, Rubiecita!”, piensa para sí mismo. Pero vuelve a contenerse, y le sonríe otra vez, eternizando ese contacto mudo, donde todo parece quedar implícito. Ella le agradece las flores, las huele quizá en vano, y se aleja por el pasillo, mirándolo de reojo por sobre el hombro, con un brillo pícaro y piadoso al mismo tiempo en su mirada.
La próxima vez que se encuentran, las condiciones cambian. Hace ya varios días que el Pollo no coincide con ella en su diario trajín recolector de astrosos papelitos y escasas monedas. Su ausencia lo entristece. Había soñado con encontrarla en cada jornada, pero parece que las cosas no resultan como él las había pensado. La Rubiecita simula haber desaparecido, y eso lo tiene muy mal. Ensombrecido como pocas veces se ha sentido. Opacado por la adversidad. Extraña esas rústicas y coloridas estampitas que ella le regalara con una ilusión tan precaria como falta de sustento real. Y con esa sonrisa mágica, convocante de inusitados sentimientos.
Al atardecer, el Pollo desciende de la Trochita en Moll para volver a su casa, …y descubrir que la Rubiecita, errática en su recorrido -como de costumbre-, también baja pero a varios metros, en el vagón ubicado cerca de la locomotora. La primer idea que asalta al Pollo es: “¿Por qué no me la crucé durante el día?”. Y la siguiente: “¡No la dejes ir, boludo!”.
Corre hasta donde ella se encuentra y se detiene unos metros antes. No es bueno que los vean juntos cerca de su casa. Porque el Pollo hoy está decidido a hablarle. Ya basta de mentiras. No lo soporta más. Quiere contarle lo mucho que la quiere, que la extraña, que desea besarla y ser su novio. Pero para concretar misión tan trascendente, necesita alejarse de su fuente de trabajo. Y que ninguno de sus vecinos, menos aún sus hermanos, lo descubra traicionando el mandato de sus padres: sostener el “curro del mudito”.
La sigue de cerca, pero sin dejarse ver. Hasta que no queda nadie a la vista, las sombras del anochecer lo protegen, y al acercarse a una tupida enredadera, apenas iluminada por un foquito a media cuadra, se adelanta y la detiene, tomándola por un brazo. La Rubiecita se sobresalta, a punto de gritar, pero al reconocerlo suspira, y le sonríe.
-¡Hola! Qué sorpresa verte abajo del tren.
Y él, respirando hondo, armándose de coraje, despliega esa precisa frase, que ha escuchado por el barrio en boca de alguna vecina chismosa, y que el Pollo supone convocante de secretos hechizos, ganadora del corazón de la niña.
-¿No tendrías una estampita de San Antonio? Digo…, para pedirle que me traiga una novia tan linda como vos…
Ella abre los ojos tan grandes que parecen a punto de salírsele de las órbitas, desbordada de asombro. No puede creer lo que está ocurriendo delante de su nariz, pero menos que la respuesta del Pollo ante sus constantes ruegos de curación mediante el balsámico efecto de sus estampitas, la posibilidad de operar un cambio tan drástico en él excede cualquier explicación que pueda darse a sí misma. Entonces, dejándose llevar por la emoción, olvidando por completo la frase que acaba de decirle el Pollo, alza los brazos por encima de su cabeza hacia el cielo, sonríe con una luminosidad desconocida, como si acabase de descifrar un enigma tan antiguo como el origen de la Humanidad, y exclama a viva voz, antes de salir corriendo en dirección desconocida:
-¡Milagro! ¡Milagro! ¡Soy una Niña Santa!!!
*de ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
-Del Inventren 2004.
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
Este domingo 30 de agosto de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor brasilero Alberto Nepomuceno. Las poesías que leeremos pertenecen a Beatriz Marín Aguilar (Colombia) y la música de fondo será de Takillakta (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
(Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.org
Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067
*
Inventren... Próxima estación: SATURNO.
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
InventivaSocial
"Un invento argentino que se utiliza para escribir"
Plaza virtual de escritura
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jueves, agosto 27, 2009
NO DECIR AMÉN SINO MAÑANA...
ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.
Manzanas*
Canté mi mejor canción esta noche:
A la luz de la Luna,
Silenciando a los grillos,
En la banqueta,
Tirado,
Sucio
Y convirtiendo en monedas
Las miradas de algunos.
Mi mejor canción
Se ha escuchado esta noche,
Y algo se ha conseguido para comer.
Se cantó esta noche
La mejor canción que alguien pudo entonar:
Y no hubo aplausos,
Ni anuncios publicitarios,
Ni firma de autógrafos;
Pero algunas monedas se lograron reunir.
Canté mi mejor canción esta noche:
Los pasos tronaban con el cemento
Y las horas pasaban
Como si fuesen algún animal.
La mejor canción de esta noche,
A penas nos ha dado para soñar.
*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
NO DECIR AMÉN SINO MAÑANA...
El ciego*
Llevaba mas de diez minutos parado al lado de un semáforo y nadie le ayudaba a cruzar la calle. Golpeaba el suelo con el bastón blanco intentando llamar la atención de los viandantes pero parecía ser invisible. Cada vez más enfadado por la poca solidaridad de la gente, mascullaba entre dientes
improperios y maldiciones contra la raza humana. ¿Es que nadie me va a ayudar a cruzar esta maldita avenida?
Notó que una mano que le agarraba del brazo y le conducía hacia el otro lado. "Por fin un idiota" - piensa, mientras el gitano le guiaba hacia la acera de enfrente.
¿Se puede saber porque ha tardado tanto? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que me estaba asando con este sol? ¿Desde luego la solidaridad deja mucho que desear? ¿Ya me gustaría que fuera usted ciego para que se diera cuenta de lo poco educados que son los demás? ¿Seguro que ha estado usted perdiendo el tiempo en cualquier tontería?
Al llegar a la mitad la calle y seguía: Vaya con cuidado, ¿no se da cuenta que los coches nos pasan muy cerca? ¿No sé de que le sirven los ojos?
El gitano, cada vez más enfadado, tenía unas ganas locas de dejar al ciego en el otro lado y marcharse inmediatamente. Cuando llegaron a la acera el ciego le espetó: Si espera que le de las gracias puede hacerlo sentado. Para lo mal que me ha ayudado.
El gitano mirándole de soslayo le lanzó una maldición; la maldición gitana:
"Te hagan favores aunque no los requieras."
Desde este día el ciego no puede salir a la calle. Cada vez que lo hace se le acercan una persona y le ayuda a cruzar la calle, aunque no quiera.
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
*
Si ellos dicen la verdad,
seguiremos mintiendo...
Vinito y amor - Arbolito.
También les queda no decir amén, no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía, ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros.
¿Qué les queda a los jóvenes? - Mario Benedetti
No decir amén ni todavía
Cuando nos quede la última gota de sudor entre las manos
Y andemos arañando las espaldas de los dioses
No decir amén ni en figuritas
Aunque estemos tan solos tan cerca del espanto
No decir amén sino mañana
Y decir gracias porque existe
No decir amén sino te quiero
Y hablar al oído de ese que despierta un poco el calvario y la belleza
No decir amén, decir te ayudo
Aunque no haya nada que dar ni tiempo
No decir amén sino cantar
Y bailar cerca de las sombras
Y asombrarse de este espacio y de la luz que lo conmueve
Y lo libera
No decir amén
Decir poesía decir fusil decir manos, amor
Y un par de abrazos
*de Natalia Gigliotti.
-Enviado para compartir por Cacho Agú. cachoagu@yahoo.com.ar
ACRÍLICO NOCTURNO*
"Mi misión es matar el tiempo y la de éste matarme a su vez. Se está bien entre asesinos."
Emile M Cioran
¡cuántas mariposas arrastra el viento gélido de esta noche!
parado junto a esta solitaria farola
veo cómo sus alas se disuelven
en el resplandor.
sus cuerpos caen a mis pies
formando un remolino transversal al tiempo
que prefigura un holocausto
nunca ajeno al propio.
*de Daniel Montoly© danielmontoly@yahoo.es
PREGUNTAS*
*Eduardo Pérsico. epersic@ciudad.com.ar
-de su libro ‘Resistencia Lunfarda’, 1985.
¿Dónde estarás, amor? Ni han devuelto tu nombre.
Tu nombre que tan breve parecía, íntimo y murmurado
al desnudarte con presteza musitando tu nombre.
¿Aún tu aliento tibio sobrevuela por el aire crispado,
soledoso de una cárcel muy lejos, sin ventanas?
¿Y tu ojos, amor?
Siguen siendo tan grises absortos y redondos,
tus ojos de encontrarnos decayendo la tarde?
¿Tus dos asombros brillos ansiosos de la vida,
en la plaza entusiasta de canciones y pájaros?
Y también por tu ojos, apropiadores grises,
un silencio ultrajado de uniformes y absurdo.
Y niños sollozantes robados en la noche,
un rictus de banqueros, militares y curas.
¿Dónde estarás amor?
¿Guarda aún tu cuerpo el calor de mis manos,
y tu piel desvelante mantiene todavía
el temblor de mi beso recorriéndola toda?
¿Y tu voz me ha nombrado en ese mediodía,
cuando fuiste arrastrada sin palabras
y la gente impasible siguiendo su camino.
¿Me ha gritado tu voz en la alta noche?
Silenciada, acallada, sometida.
Amor, mi nombre se habrá hecho vacío en tu lamento.
¿A qué sumar un rezo al perpetuo siniestro,
imperdonable y siempre constancia de tu muerte?
¿Y tanto nos amamos que callaste mi nombre?
*Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
Oliverio*
Vestido con una enorme capa negra que ondula a sus espaldas como las trágicas alas de un desorientado vampiro, con el cabello ensortijado y el semblante pálido, Oliverio deambula sin rumbo, alejándose de la ciudad, atormentado por el siniestro recuerdo de la Dama de Blanco.
La había visto cara a cara. Podría jurarlo delante de cualquiera. Fue durante una oscura y pegajosa tarde, donde la atmósfera parecía a punto de quebrarse bajo la feroz metralla de los truenos y desatar, instantes después, la peor de las tormentas que recordara Buenos Aires en muchos años. En aquel preciso momento, Ella se había dejado ver atravesando los añejos muros del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco, sito en la calle Suipacha al 1400.
Por aquel entonces, Oliverio vivía con su esposa Norah en el terreno lindante al Museo, y los encuentros con aparecidos ultraterrenos ya no los inquietaban como la primera vez. Una noche habían sido interceptados al regresar de un café literario por el hierático espectro de un jesuita encapuchado que les heló la sangre. En otra oportunidad, vieron cómo se descolgaba la oscura silueta de una esclava negra por las cañerías que descendían de los techos, buscando escapar de sus ya extintos captores. Y más tarde, hasta un distinguido Lord británico de raigambre victoriana, con flamante galera y reloj de oro a la cintura, paseaba de vez en cuando por el patio de su casa en las noches de luna, insinuando acaso un leve gesto con su galera hacia ellos, a modo de caballeroso saludo.
Pero ninguna de estas imágenes lo había perturbado tanto como el de la Dama de Blanco. Joven, hermosa, casi virginal… Se deslizaba fuera del Museo y entraba a su casa subrepticiamente, mirando en derredor con cierto temor, como si no reconociese el lugar donde se encontraba. Y a diferencia de las demás apariciones Ella, exclusivamente a él, le hablaba… Oliverio nunca había podido descifrar su lenguaje, entrecortado y confuso, compuesto por irreconocibles jirones de palabras que no alcanzaban a comprenderse del todo, como si le hablase desde el fondo de un pozo anegado, o a una distancia tan vasta que los sonidos no alcanzaran a cubrir.
Pero su mirada, de una tristeza tan profunda como hermosa, era lo que más lo desconcertaba, fascinándolo a la vez. Haberla conocido implicaba no poder olvidar esos ojos claros. Y quizá fuera eso lo que ansiaba recuperar Oliverio, luego de que la muerte de Norah lo dejara en el más desolador de los desconsuelos: una mirada de amor, proveniente de unos ojos puros, diáfanos como un cielo de verano, que lo atravesaran con su ternura de lado a lado.
Consternado por llegar a concretar el encuentro imposible, Oliverio averiguó durante un buen tiempo acerca de la secreta identidad de la Dama de Blanco. Consiguió saber que había fallecido en 1925, y merodeaba desde un principio el Cementerio de la Recoleta, confundiendo a los incautos varones que la tomaban por una bella joven solitaria y desabrigada a quien cortejar durante las noches de parranda. Ellos le ofrecían sus sacos para protegerla del frío, atesorando la esperanza de un momento de amor, pero terminaban siendo finalmente desairados, mientras contemplaban incrédulos la manera en que Ella escapaba hacia las profundidades del Cementerio, perdiéndose entre las bóvedas, para luego de dar muchas vueltas en su persecución encontraran el propio abrigo yaciendo sobre uno de los cajones de las bóvedas, recientemente usado por el espectro de la dueña del ataúd…
Luego, la Dama de Blanco se había trasladado unas diez cuadras, errando a lo largo de la distinguida Avenida Alvear y la calle Arroyo, ignorándose el por qué de semejante trayecto, para recalar en las proximidades del Museo, aposentándose casi entre sus muros y los de las construcciones vecinas. Allí la había descubierto Oliverio, deseoso por un reencuentro que jamás había vuelto a concretar, hipnotizado hasta el fin de sus días por aquella mirada, imposible de olvidar…
Muchos años han pasado desde entonces, sumidos en la bruma de los tiempos. Oliverio ha perdido, al fragor de sus poéticos retruécanos y versos delirantes, el sentido del espacio y la localización, extraviado en un lenguaje particular que carece de coordenadas compartidas. Desorientación que lo aleja de las letras y lo conduce hacia los lugares más remotos y estrafalarios, como éste en el que lo descubrimos, sorprendido mientras llega durante una helada noche de luna llena: una desierta estación de ferrocarril, perdida en medio del campo, que misteriosamente lleva su propio nombre.
Los rieles se extinguen a pocos metros de allí, devorados por la oscuridad, que apenas permite entrever un pálido destello lunar y metálico con el que delata su presencia. La rústica silueta de la estación se confunde con las extrañas formas de los árboles del monte que la rodea, otorgándole al lugar un toque siniestro que impulsa con fervor a la huída del testigo ocasional. Sin embargo, Oliverio se dirige resuelto hacia allí, casi sin darse cuenta de las asperezas del terreno que lo circunda, causado por el más insondable y urgente de los presentimientos.
Una ráfaga de viento helado revolotea su capa al acercarse al derruido umbral de la ventanilla de la boletería, carcomido por la erosión del tiempo. La reja que separaba al empleado de los futuros pasajeros se encuentra tamizada por mugrientas telarañas, aposentadas allí por espacio de varias décadas. El crujido que producen bajo su tacto las maderas podridas del estante para recoger los boletos no lo sorprende, pero le desagrada. Y entonces, en medio de la escalofriante lobreguez, percibe el níveo destello de una presencia dentro de la habitación, luminosidad que le puebla el alma de esperanza y desboca su corazón.
Busca a tientas la puerta que conduce al interior de la estancia, y luego de un par de forcejeos con la cerradura oxidada, consigue que la pútrida hoja de madera le ceda el paso. Avanza trémulo hacia dentro, notando que aquel destello no ha hecho más que aumentar su intensidad, brotando desde la tortuosa grieta de uno de los muros, vecina a un polvoriento archivero. El milagro, informe cual volutas de humo, se expande dentro del cuarto, corporizándose con dificultad, impedido aún de mostrarse tal cual es. Oliverio extiende moroso los dedos de su mano derecha hacia él, alargando su brazo, esbozando una palpitante sonrisa luego de muchísimo tiempo, tan malacostumbrado al rictus de amargura que lo representase desde la triste muerte de Norah.
La aparición culmina de materializarse, definiendo a la recordada silueta de la Dama de Blanco, con un tenue y escotado vestido de nívea gasa que revela unos pálidos hombros delgados y la suave curva de unos pechos adolescentes, apenas ocultos por los bordes de una rubia cabellera lacia que enmarca su rostro angelical. Y coronando esa dulce carita inocente, aquella perturbadora mirada de ojos claros, profundos e insondables, transportando a quien los contemple hacia territorios inexplorados de la psiquis y el corazón.
Oliverio se estremece ante esos ojos, sin dejar de sostener su mano abierta hacia Ella, extasiado ante la posibilidad de acercarse, acariciarla, besarla… Una sutil ráfaga helada se cuela entra las múltiples rendijas de la ruinosa boletería, ondulando su inquietante capa negra. Hasta que por fin Ella le vuelve a hablar; y para sorpresa de Oliverio, esta vez lo hace con palabras claras, un lenguaje definido, un mensaje inequívoco.
-Quiero que me hagas tuya –le sugiere u ordena.
Una miríada de sensaciones se abalanza sobre él, confundiéndolo y decidiéndolo a la vez. El cálido y hasta fraternal amor experimentado en vida hacia Norah, el ancestral miedo ante lo desconocido, una inédita tentación al placer más lascivo que pudiera haber imaginado… En un instante las imágenes más representativas o banales de su vida desfilan delante de sus ojos, como si al escuchar esa frase de sus labios hubiese ingresado en el caótico vórtice de un remolino que lo deseara arrastrar hacia el más allá, aunque dejando en su lugar, ajeno a su propia persona, un nombre que le otorgue identidad a este lugar, perdido y quizá olvidado, más no por las evocaciones que pueda suscitar el apellido Girondo.
Entonces, Oliverio descubre en un inesperado rapto de lucidez -que atraviesa la maraña de frases erráticas e imágenes discordantes que han dado identidad a su obra literaria-, que se le ha ido la vida buscando un amor semejante a éste, que su entidad humana parece haberlo abandonado desde hace ya mucho tiempo, que en un lugar de la Pampa llamado Girondo –dentro de su derruida estación de ferrocarril- parece haber encontrado su propio fin humano, más no el de la leyenda de una enamorada pareja de ultratumba…
Se acerca hacia la Dama de Blanco, quien le sonríe por primera vez, con grácil expresión. Oliverio le rodea los hombros desnudos con su capa azabache, que aletea en derredor como si quisiera izarlos en el aire y alejarlos de allí en un huidizo vuelo de murciélago. Y con un gesto aguardado por ambos durante decenios, se buscan las bocas con pasional sutileza, besándose en un abrazo que trasciende la muerte y los eleva hacia la noche.
Una imponente luna llena resulta el único testigo del encuentro, donde una capa negra y un vestido de gasa blanca se elevan por encima de las ruinas de una estación ferroviaria y se pierden enamoradas rumbo a las estrellas, glorificando la cualidad de convertirse en eternos amantes…
*de ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
-Del Inventren 2004.
VIDA Y OBRA DE WILHELM REICH, PSICOANALISTA Y MILITANTE
“Política sexual proletaria”*
Por Nicolás Robles López *
Mientras estudiaba medicina en Viena, Wilhelm Reich participó de un seminario de sexología. A partir de esa formación encontró que la teoría de Freud era la superación de todas las existentes. En 1920 pasó a ser miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Finalizó sus estudios en 1922 y, en el mismo año, se inauguró el dispensario psicoanalítico de Viena, donde atendió hasta 1930. La experiencia adquirida en el dispensario le brindó la posibilidad de realizar críticas técnicas sobre la terapéutica analítica, conducta que le valió la reacción negativa de algunos colegas.
El 15 de julio de 1927 se produjo una huelga y una concentración de trabajadores en Viena en la que la represión por parte de la policía dejó un saldo de cien muertos. Este episodio influenciaría fuertemente a Reich, que el mismo día ingresó a Socorro Obrero, organización del Partido Comunista. El sustrato de formación intelectual de Reich y sus lecturas de autores como Mehring, Kautski y Engels, sobre temas sociológicos y etnológicos, hicieron eclosión ante la experiencia de la realidad brutal e inmediata.
En 1929 creó la Sociedad Socialista de Consejo Sexual y de Sexología, conformada por cuatro psicoanalistas y tres ginecólogos. Así contó Reich su experiencia en ella: “Durante dos años, me vi hasta tal punto acosado por las experiencias abrumadoras de la miseria sexual del pueblo que me sentí presa cada vez más del conflicto que se suscitaba en mí entre el hombre de ciencia y el político; sobre todo, cuando los centros de higiene sexual me hubieran puesto en contacto con los hijos e hijas de obreros, de empleadas y campesinos” (Constantin Silelnikoff, La obra de Wilhelm Reich, Siglo XXI editores, México, 1971).
Esta asociación estaba dirigida a prevenir la neurosis. El pasaje de la terapéutica individual a la acción social se dio gracias al contacto con el sufrimiento y las patologías de la gente que acudía al dispensario psicoanalítico. La relación entre la producción social de las neurosis y la represión sexual fue cada vez más patente para Reich. Por lo tanto, en el año 1931, reunió varias de las organizaciones que se ocupaban de la sexualidad con el fin de politizarlas: podrían lograrse así mejores condiciones de vida para las masas. El PC alemán también participó en esta empresa, estuvo de acuerdo con el programa de Reich y le entregó la dirección. Así surgió la Asociación Alemana para una Política Sexual Proletaria, más conocida como Sexpol. La asociación intentaba “radicalizar la acción de las masas”, luchando contra el matrimonio y la familia burguesa como causantes de la represión sexual. Atacando radicalmente sus causas podrían prevenirse las neurosis.
Pero el éxito alcanzado por la asociación, y la manifestación de las inquietudes del pueblo en materia sexual, provocaron que el PC acusara a Reich de “sustituir la política económica por la política sexual” y tratara de desmantelar la organización. Tras la publicación de su libro Psicología de masas del fascismo, en 1933, fue expulsado del PC. Casi simultáneamente, fue excluido de la Asociación Psicoanalítica Internacional sin ninguna explicación por parte de sus autoridades. A partir de 1934 sus investigaciones se orientaron cada vez más a la búsqueda empírica de la libido, energía biológica que movilizaría al ser humano. En 1939 llegó a Estados Unidos, donde continuó sus investigaciones que lo llevaron a descubrir el orgón. Por negarse a destruir los acumuladores de orgón y las publicaciones de su instituto fue encarcelado y murió en prisión, de una crisis cardíaca, en 1957. El ser social de Reich lo condujo a ser el tipo de científico que fue en su primera etapa; las presiones y limitaciones le fueron impuestas desde varios flancos: fascismo, stalinismo y macarthismo.
Wilhelm Reich es un verdadero psicólogo social, porque parte de un análisis científico de la sociedad. Que la sociedad esté dividida en clases significa que los individuos no son todos iguales económicamente y, por lo tanto, la relación que cada uno tenga con las normas, reglas y representaciones depende de su pertenencia de clase. Si pertenece a la clase dominante, estarán hechas a su medida y estará en mejores condiciones para producirlas. Si es un obrero, estarán destinadas a evitar que tome conciencia de su condición de explotado y que actúe en consecuencia. Así, plantea una superación con respecto a la antonomía individuo-sociedad: no son los individuos autónomos e independientes los que producen las ideas entre todos, ni la sociedad en general, como un ente abstracto que ejerza coerción sobre la totalidad de las personas. Además, Reich estaba interesado –en su práctica médica como en su acción política revolucionaria– en erradicar el sufrimiento que en los sectores más vulnerables provocan las patologías psíquicas derivadas de la sociedad capitalista.
En Psicología de masas del fascismo plantea que la tarea de la psicología materialista dialéctica es “aprehender la esencia de la estructura ideológica y su relación con la base económica de donde ha surgido”; entender lo que él llama el “factor subjetivo de la historia”. El libro está dedicado a explicar por qué ganó el nazismo en Alemania, cuáles fueron las condiciones que posibilitaron que las masas pequeñoburguesas apoyaran su ascenso y por qué la clase obrera aceptó esto. Si bien nombra el fracaso de la II Internacional y la derrota de los levantamientos revolucionarios de 1918 a 1923 fuera de Rusia, su crítica está dedicada a las acciones del Partido Comunista: según Reich, como la dirigencia del partido no comprendía la estructura ideológica de las masas, no lograba una mayor inserción en la clase obrera.
Reich encontró en la estructura ideológica de la clase obrera la contradicción entre una postura revolucionaria y una traba proveniente de la atmósfera burguesa. La cuestión central era “averiguar qué es lo que impide el desarrollo de la conciencia de clase”. Ante este problema, Reich interpretó, en consonancia con las ideas freudianas, que la familia es la que cumple el rol de la represión sexual en los niños. Pero, a diferencia de Freud, quien creía que la represión sexual funda la cultura, Reich consideraba a la familia burguesa como “el primero y principal lugar de reproducción del sistema capitalista”. El resultado de esta represión perpetuada en el seno familiar sería la inhibición moral, que impide la revuelta contra la explotación por la burguesía.
En el caso de la pequeña burguesía, el modo de producción familiar implica un estrechamiento del lazo familiar que potencia la represión sexual. La importancia que tienen en el discurso nacionalista términos como “madre patria”, “la nación como una gran familia”, demuestran la relación existente entre el nazismo y su base de masas pequeñoburguesas. En cambio, el proletariado no sería tan permeable al discurso nacionalista, ya que su modo de producción es colectivo. Sin embargo, Reich observa que el proletario se puede identificar con la pequeña burguesía, porque se halla contaminado por la ideología pequeñoburguesa. La vergüenza de reconocerse proletario es uno de los efectos de la moral sexual que reprime la sexualidad y culpabiliza al sujeto, inhibiendo el desarrollo de su conciencia de clase y acercándolo a posturas fascistas.
* Integrante del Club de Amigos de la Dialéctica-Ceics. Extractado de un artículo aparecido en la revista El Aromo.
-Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-130693-2009-08-27.html
LOGRO*
Es
en mi boca
y logro
que sea
en tu
boca.
LOGRO*
É
em minha boca
e logro
que seja
em tua
boca.
*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
-Traducción al portugués: Iacyr Anderson Freitas
Lectora*
La lectora sube la apuesta, escenifica el lugar, abre el libro, vuelca las palabras como una leche tibia. El corre hacia la voz con avidez. Toma lo que ella derrama, la abre, la deletrea, la descifra, la lee, la articula, la silabea.
Alfabeto, abecedario, música, legado. Busca la piedra primera en el pelo, como un mar oscuro de peces escondidos, ideas enlazadas, arabescos, lealtades. En el pecho, emociones del borde entre el sentir
y el pensar. En las manos, en las piernas, en la piel o en la mirada. La piedra del origen de lo inefable. Esa, anterior a las palabras con las que ella le nombra el mundo. El como si fuera un cachorro (las
lecturas siempre son nuevas, si son ciertas) se amamanta de la voz, encuentra en la boca de ella, entre la boca y el libro, el lugar casi lecho, donde la piedra se deshace en hebras y habla.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
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martes, agosto 25, 2009
EN ESTOS TIEMPOS DUROS DE LAS DUDAS REALES...
-ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.
La Historia*
Cuando era muy chiquita jugaba a las visitas,
era una gran empresa la tetera celeste
que los reyes dejaron en la noche de reyes,
las tazas igualitas y rouge entre los dientes,
con un hijo de goma se sentaba mi amiga
en la silla de enfrente y empezaba la historia…
Cuando la vida marca los siglos y las horas,
cuando la noche duele con rouge entre los dientes
y el amor se nos torna una empresa muy sórdida;
la gente “que es chiquita” nos parece de goma,
y duele no tener la tetera celeste;
cuando la noche se sienta en la silla de enfrente:
se termina la historia.
*de Adriana Barcia. barciadriana@yahoo.com.ar
EN ESTOS TIEMPOS DUROS DE LAS DUDAS REALES...
EN LA ZONA*
Uno tiene que ser fiel a una zona, repite aquel personaje de un cuento de Saer.
Imposible afirmar si aquello que un autor pone en boca de sus personajes es lo que piensa él realmente, es decir el autor. Pero tratándose de nuestro comprovinciano está tentado a creer que es así.
En ese caso a qué zona sería fiel yo, digamos, creo que tampoco hay secretos, que todo el que tropieza con un texto mío sabe de antemano adonde voy. A ese lugar minúsculo en los mapas “que no tiene río ni puerto”, como escribí alguna vez.
El lápiz, sin embargo muy elocuentemente muy obsesivamente diría, se dirige a remarcar ese perímetro que pueblan casas bajas y gente muy pacífica.
Y, como el lector supone, hay poco de interesante en estas vidas sencillas, por más que favorables
vientos de la historia económica beneficien a un grupo para que viva en un confort superior al de sus mayores.
Con o sin esa conciencia la gente, como en todas grandes ciudades, o como en cualquier otra parte hace lo que puede con su propia vida.
Sin embargo, cuando pienso en aquel lugar, aparece entre los nombres como el ruido de un galope obstinado. Es el ruido de ese caballo nocturno que rompía el hilo en las noches de invierno, cuando la luna se instalaba como un plato de acero brillante.
Y era mi madre, quien recorría la pequeña, la humilde casa con su lámpara en la mano y llegaba hasta mi habitación para arroparme, y entonces sí, uno se abandonaba al sueño más profundo. Y a veces, en las noches más crueles, cuando la helada atacaba sin piedad la indefensión de los limoneros, ella con una entrega solicita me calentaba la camiseta de frisa con la plancha a carbón, a pura brasa encendida.
No se por qué, la recuerdo en estos tiempos duros de las dudas reales, cuando arrecian los vientos más implacables y uno está siempre alejado de la posibilidad de que la muerte nos restaure la magnitud de cualquier desamparo.
En las chacras de entonces cabía todo el arduo, el implacable trabajo para hacer fructificar ese suelo fértil, pero que gracias a la escasa tecnología acumulaba deudas y magras entradas antes que bienestar merecido.
En esas chacras donde nunca viví, aunque todos mis mayores sí lo habían hecho, pero mi generación se criaba en los pueblos. En esos desolados pueblos de entonces que seguían –como hoy- dependiendo de la actividad rural.
De cualquier modo, en mi remotísimos tiempos infantiles todavía quedaban abuelos o tíos allí, pocos, muy pocos, pero quedaban.
Un pequeño campo que un hermano de mi abuela materna arrendaba no recuerdo a quién, que estaba junto al hondo Canal, y cuya humilde casa de ladrillos estaba asentada en barro, y la rodeaban unos copiosos paraísos, y creo entrever a un costado un selvático cañaveral o no, tal vez mi memoria me juegue una mala pasada. Como no había molino, se sacaba agua de un pozo, que un paciente caballito tiraba con una cadena. El gigantesco balde volcaba sobre los bebederos de lata y allí los caballos y las vacas abrevaban su sed.
Calle de por medio (esa larguísima calle que se hundía en hondos campos y que intercomunicaba las chacras entre sí) estaba la chacra que mi abuelo Isaías arrendaba a don Juan Burki.
En la chacrita de tío Roque, tal el nombre del gringuísimo hermano de mi abuela, pasé imborrables momentos.
Como aquella vez que sentaron mi pequeña humanidad sobre un carro cargado de pasto y el vaivén me fue lentamente bamboleando hasta casi caerme. Como el tío Roque iba a pie y llevaba al caballo de la brida a mis gritos paró y corrió a –literalmente- abarajarme pues el traqueteo me había ido inclinando en incómoda posición –de cabeza- muy cerca del suelo. No dije nada en mi casa, porque si no esas breves y espaciadas vacaciones que me permitían en la “chacra de tío Roque” me estarían vedadas. Y allí lo pasaba muy bien, allí jugábamos en los pocos ratos de ocio con “el primo Hugo”, un poco mayor que yo, pero hijo del tío, es decir primo de mi madre. Por las noches encendían una inmensa radio de madera que funcionaba con la electricidad que proporcionaba una batería a la que llamaban “el acumulador”. Una antena a lo alto y un pequeño molinillo que estaba sujeto al capricho del viento hacía el resto. Al parecer se necesitaba todo eso para que pocas horas al día se pudiera escuchar la radio, siempre con interrupciones y descargas. Nunca supe por qué se necesitaban tantos elementos para oír ese milagroso aparato que era como la máquina de soñar para grandes y chicos.
Si las tareas lo permitían íbamos con el “primo Hugo” a pescar al canal vecino. Ignoro qué pescábamos o que pretendíamos pescar con esas cañas inmensas y esos anzuelos siempre pobres en el agua que corría mezquina.
Pero lo que yo más apreciaba eran esas –paseos para mí- incursiones a caballo en busca de las pocas vacas que había y que teníamos que encerrar al atardecer para ordeñar al día siguiente.
Pero Hugo disfrutaba más jugando a la pelota, como es natural y que pretendía aprovecharme cundo yo iba, de lo contrario no tenía con quién hacerlo ya que sus hermanos eran muy mayores.
Para mí no era novedad, en el pueblo me pasaba horas y horas jugando con mis amigos a ese deporte excluyente de mi infancia.
No he vuelto a andar por esa zona, me dice mi hermano que ya no está más la casa, y ha prometido llevarme.
Iré a un lugar donde ni alambrado habrá de quedar, ni árboles, ni nada que me recuerde a esa chacrita.
Solo el canal y algún sembrado intenso de soja, que cruzan erráticos los pocos pájaros que se atreven sobre ese aburrimiento verdoso, cubriendo por doquier todos los campos.
*de Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Fuego mujer*
una mujer
junto a su fuego
tiene el orgullo de ser una entre las tantas
enciende fuego vivo
a sus costados
manda un soplo de aliento
al desaliento
y ella es mejor
que todos sus recuerdos
se desentiende
de miedo y pormenores
que la acechan a diario
en su morada
no le basta la luna
que le ofrece
todo el sol
guardado en tibia resolana
lo busca en su calor
el suyo propio
para alejar el frío
a sus costados
una mujer
en medio de su fuego
sabe quemar las penas
y el silencio
hace crujir los días y las noches
al paso del ardor
de sus recuerdos
le pierde el miedo
al fin de los entierros
lleno de espaldas y de pasos lentos
y el encierro final
es como el fuego
se funde y se transfunde
en las raíces
para guardar por fin
aquel misterio
*de Lucía Cinquepalmi lccnqplm@yahoo.com.ar
21 de noviembre de 2002
Explayar*
*Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Aprovechando que -calor terrible- todos se han ido a la playa, bajo las persianas y me explayo: voy a escribir sobre la playa, ese sitio al que ya casi no voy, pero al que fui tantas veces durante tanto tiempo. ¿Y cómo se llaman los cultores de la playa? ¿Playeros? ¿Playistas? ¿Playados? ¿Playones? ¿Playazos? En cualquier caso, dando saltitos sobre la arena caliente, un rápido e inasible recorrido por las playas a las que sigo yendo: aquella propaganda de mi infancia en la que un bañista se ahogaba
desde la subjetiva del blanco y negro; Plinio El Viejo y Próspero el Antiguo; Faustine y Morel y los acantilados findemundistas de "El gran Serafín"; Hemingway pescando y Fitzgerald enterrándose; Tiburón y los cangrejos mutantes de Corman; Melody o la fuga al futuro y Pauline en la playa o la condena del presente y La Saraghina de 8 1/2 o la imposibilidad de escapar del pasado; los mares de Murdoch y Banville; Ulises y el Corto Maltés; Antoine Doinel y T. E. Lawrence corriendo hasta la orilla; Balbec y la sombra de las muchachas en flor; "Airscape" de Robyn Hitchcock y "Everyday is Like Sunday" de Morrisey y "Mr. Tambourine Man" de Bob Dylan y el más atormentado que tormentoso Pacific Ocean Blue de Dennis Wilson; el dolor definitivo del astronauta de El planeta de los simios, la resignada desesperación de Barton Fink oyendo reír a las gaviotas y la agonía veneciana de Gustav von Aschenbach y los blues submarinos de Steve Zissou; El señor de las moscas y las ganas de Viernes de llamarse Domingo; la epifanía final de "Adiós, hermano mío" y las playas terminales de J. G. Ballard, quien alguna vez dijo: "Si el Sol es el más importante de los canales de televisión, entonces la playa es su programa de mayor éxito".
DOS Y está claro que las poéticas mareas de las propias playas poco y nada tienen con la resaca de las playas de todos. La playa es, siempre, ese lugar que se idealiza en la distancia y que nos decepciona en la cercanía. La playa no es lo importante. Lo que vale es el viaje hacia la playa. Llegar a la playa equivale a enfrentarse a la frontera insalvable del océano y a las incomodidades de cremas y ampollas y picaduras varias. "Las playas más puras nunca son más puras que la arena que las constituye, y la arena es cualquier cosa menos pura. Está hecha de desechos: sobras de rocas, arrecifes, corales, huesos, conchas, valvas, caracoles, pescados, plancton", apunta Alan Pauls en La vida descalzo. A lo que me atrevo a agregar que la playa, también, está hecha -o desecha- de playeros y playistas y playados y playones y playazos. De ese tipo de animal que bebe un Sex on the Beach en las terrazas de luxe o se hace unos buches con un tinto de verano. Y muchos de ellos llegan hasta las playas de Barcelona y alrededores.
TRES "¡Vaya, vaya! No hay playa", cantaba, durante los calores de la Movida, una banda madrileña llamada The Refrescos. En Barcelona sí hay playa pero, también, hay mucho ¡vaya, vaya! La playa se ha convertido en un problema para los locales. No saben muy bien qué hacer con ella y apenas se consuelan
pensando en que, este verano, peor la están pasando en Palma de Mallorca: destino vacacional escogido por ETA para su "campaña de verano" y donde nigerianos y gitanos acaban de trenzarse a patadas por unas gafas de sol o algo así. Pero el consuelo dura poco y a Barcelona le preocupa el avance de la playa sobre la ciudad (se estudian medidas que prohíben el cada vez más numeroso tránsito en traje de baño o, incluso, desnudo), se escandalizan por los servicios de masaje sobre la arena (que concluyen, previo pago de un extra, con un "final feliz" ante los ojos de familias de buen ver que no pueden creer lo que están viendo) y se lucha contra el "latero" paquistaní (vendedor ambulante de bebidas en lata que les quita clientes a los chiringuitos) o el "descuidero" magrebí (carterista experto con toalla) o el "guiri" internacional (visitante desbocado). Los ayuntamientos de playas cercanas -golpeados en sus presupuestos por la crisis y comprobando que el turista de hotel no abunda, pero cada vez son más los turistas de mochila- han puesto en marcha un catálogo de multas altísimas que van de lo coherente
a lo delirante. Y es que no es fácil para un pueblo de 20.000 habitantes descubrir, de pronto, que tiene 100.000 visitantes en agosto. Así, al pedido de colaboración a la ciudadanía toda para acabar con las plagas urbanas de palomas y ratas y mosquitos tigre, se suma ahora la caza al turista -han aumentado también las restricciones a playas nudistas- que llega aquí para hacer todo eso que no puede hacer en casita, durante los largos meses de frío y gripe. Días atrás, un editorial de La Vanguardia advertía en que no era astuto perseguir a la bolsa de dormir de hoy que dentro de unos años podía llegar a volver como suite cinco estrellas. Y una graciosa columna del escritor Quim Monzó titulada "Please, Don't Come to Barcelona" arrancaba con un "Nunca en mi vida pensé que llegaría un día en el que sería turistófobo militante, pero vivir en Barcelona me ha llevado a ello". Y seguía: "Si usted no vive aquí, dé gracias a Dios por ello. Al Dios que sea, incluso si no cree en ninguno. Pero dé las gracias en voz baja, porque está muy mal visto quejarse". Y terminaba con un "¡Por favor, id a Croacia, a París, a Florencia, adonde sea!" luego de informar de la existencia de un comando urbano que pega carteles donde se lee "Warning: Tourist Area" y se explica: "No soy turista. Vivo aquí. Denme un respiro".
CUATRO Y -leo también- que la cosa se pone verdaderamente inquietante al salir las estrellas. Como en aquel cuento de Cortázar -donde, al subir la Luna, la inocente escuela de día se convertía en un perturbador territorio nocturno- la playa de Barcelona se transforma en Playa-Lobo. Un lugar en el que pasar la noche o en el que la noche te pasa por encima. Subculturas, mutantes, zombis y sonámbulos y cataratas de alcohol, sexo, tiros, líos y cosa golda. Tierra de nadie a la que todos tienen acceso. El sitio al que van a dar todas las fiestas sin ganas de final. Sólo hace falta un poco de audacia y ganas de emociones fuertes. Y hacerse a la idea de que nadie está a salvo ahí. Como Bob Dylan quien, días atrás, fue arrestado por caminar "with no direction home" por una playa de Long Branch, New Jersey, al
resultarle sospechoso y "like a complete unknown" a un oficial de policía que no supo reconocerlo.
Y es que, está claro, nadie se parece del todo a sí mismo en la playa, en ese lugar en el que todos nos parecemos. Así, salimos cantando "Vamos a la playa" y, una vez allí, nos morimos de ganas volver a casa para escuchar Bringing It All Back Home.
Por eso, yo me quedé en casa escribiendo todo esto -un ex playado explayándose, las contratapas son el protector solar que te separa de las quemaduras de las noticias- a la espera de que todos regresen y de que vuelva septiembre.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-130561-2009-08-25.html
Molas*
En el golfo de Urabá
navegando afluentes del Atrato
con su hombre van
las indígenas cunas
ruta al mercado
a vender (¿tiene precio lo bello?)
sus molas ingenuas – lujuriosas.
Caprichosas geometrías
reiteran en las telas
diseños que antiguamente
pintaban en sus pechos:
amarillas rojas negras
abstracciones
algún pájaro libando
anchos pezones
alguna flor de despeinados pétalos
duplicada en gráciles morenos
planetas gemelos.
Me lavaré como ellas la mirada
con infusión de hierbas y agüita del cielo
para mejor ver la ruta de los sueños
por encontrar la magia los colores
con los que pintaré tus ojos
en mis pechos.
*de Verónica Capellino. veroaleph@hotmail.com
El Padre*
Cuando pienso en mi padre me vienen a la memoria los regresos a casa, al terminar nuestra jornada de trabajo. Volvíamos de noche, él en bicicleta y yo trotando. Corría a la par, a veces me atrasaba un poco y luego lo alcanzaba. La bicicleta era de mujer, el asiento estaba demasiado bajo y mi padre, un poco echado hacia atrás, pedaleaba despacio por la calle de tierra. Estoy seguro de que no hablábamos. Si intentara recuperar algún diálogo con mi padre me resultaría imposible. Sólo frases sueltas. Esto de los regresos ocurría en Salto, el pueblo de la provincia de Buenos Aires donde fuimos a vivir cuando emigramos de Italia. Un hermano de mi padre estaba en la Argentina desde antes de la guerra y le había ofrecido una participación en su carnicería. Yo tenía doce años.
Recorrimos ese trayecto durante meses y meses. Con frío, con calor, con lluvia. Después de tantos años, la memoria rescata una única carrera nocturna que las resume a todas. Esa imagen siempre vuelve y se impone sobre los demás recuerdos. Aunque son muchas, nítidas y fuertes las imágenes que tengo de mi padre. En general de la época de mi niñez, en el pueblo italiano, antes del largo viaje en barco a través del océano. Podría intentar hacer una lista y creo que no acabaría nunca. Ahí está la figura de mi padre, oscura y quieta bajo una nevada, esperándome en el portón del colegio de monjas al que yo iba. Mi padre guiándome por un atajo, a través de una colina que dominaba el lago, hasta llegar a la desembocadura de un río donde nos deteníamos a pescar. Mi padre caminando cauteloso unos pasos delante de mí, en los bosques que comenzaban más allá de las últimas casas: bajo el brazo llevaba la escopeta belga de dos caños de la que estaba orgulloso. Mi padre cortando pasto desde el amanecer hasta el anochecer, en el campo de un terrateniente, parando unos segundos para sacarle filo a la guadaña, secarse el sudor de la frente y tomar un trago de agua. Mi padre vaciando la letrina con dos baldes colgados en los extremos de una larga vara de madera que se cruzaba sobre los hombros. Mi padre abonando los surcos de la huerta con el contenido de esos baldes. Mi padre hachando troncos, apretando los dientes y soltando un soplido ronco en cada golpe. Mi padre llegando a casa de noche, con un pino para el árbol de Navidad, seguramente arrancado de algún lugar prohibido. Mi padre emparchando la cámara de una bicicleta. Mi padre con el torso desnudo, afeitándose en el patio, frente a un espejo colgado de un clavo, explicándome por qué había dos zonas de la cara que necesitaban ser enjabonadas más que el resto. Mi padre fabricándome una flauta. Mi padre lavando una oveja en el arroyo para luego esquilarla. Mi padre realizando trabajos de albañilería, de carpintería. Mi padre sembrando, cosechando, pisando la uva para hacer vino, injertando frutales. Teníamos un ciruelo que daba frutos amarillos en una rama y rojos en otra. Un peral que daba peras de diferentes estaciones. Yo estaba asombrado con tantas habilidades. Aquel hombre sabía hacer de todo. Parecía que nada tuviera secretos para él.
Mi padre era un montañés callado y tímido. Pero podía irritarse y mucho. Una vez lo vi perseguir a un tipo por la calle hasta que el otro saltó por encima de una cerca que daba a un barranco y escapó. Se trataba de una disputa entre vecinos. No recuerdo la razón o nunca la supe. Tengo una imagen muy clara de esa violencia al aire libre. Todavía me parece oír el jadeo de los dos hombres corriendo. Me pregunto qué hubiese pasado si mi padre lo alcanzaba.
Con nosotros nunca se enojaba. Nos quería y nos respetaba. Pocas veces tuve oportunidad de aplicar tan adecuadamente la palabra respeto. De él, sin duda, heredé la inconsciencia y la tozudez. Estoy pensando en la actitud de mi padre durante la guerra. Trabajaba en una fábrica de gas y a veces su turno terminaba en la mitad de la noche. De nada servían los ruegos de mi madre y los consejos de sus compañeros. Volvía a casa sin esperar que amaneciera, desafiando el toque de queda y las balas, porque quería dormir en su cama, era su derecho, y no existían Hitler o Mussolini o guerra que se lo impidieran.
Partió para América en 1948. El día de la despedida reía, bromeaba, se lo veía de buen humor, pero a mí me pareció que lo hacía para darse ánimo y cubrir el desconcierto. Recuerdo el reencuentro en el puerto de Buenos Aires, pasados dos años de separación, su abrazo torpe y sin palabras. En el viaje en tren a través de la llanura invernal, rumbo al pueblo, tampoco habló demasiado. Iba sentado junto a mí y su brazo se mantuvo rodeándome los hombros todo el tiempo. De tanto en tanto sus dedos se comprimían para darme un apretón.
Después vino el trabajo a su lado, en la carnicería, donde aprendí la recorrida de los clientes antes de memorizar la primera media docena de palabras en castellano. Salía al reparto a la mañana y a la tarde y, cuando terminaba, ayudaba en el negocio. Siempre había algo que hacer. Limpiar la picadora de carne, la sierra eléctrica, lavar el piso, pelar ajos para los embutidos, darles agua a los animales. Empecé a jugar al fútbol en la sexta división del Club Compañia General. Estaba contento con los botines, el pantaloncito y la camiseta que me habían dado y podía llevarme a casa. Los partidos eran los sábados después de mediodía y a veces llegaba con un poco de retraso al trabajo. Entonces, durante toda la tarde, vivía en un clima de acusaciones silenciosas. Las acusaciones provenían de mi tío y mis dos primos. Mi padre no me decía nada. A lo sumo rumiaba una frase en voz baja cuando me veía aparecer corriendo. Se sentía obligado con su hermano mayor que lo había traído a América, y la deuda me incluía. Estoy seguro que esa dependencia lo amargaba. Pero no podía hacer nada y guardaba silencio. También en el reducido territorio de aquel negocio éramos extranjeros y había que ganarse el espacio y soportar las humillaciones cuando llegaban. Yo intuía que mi padre hubiese deseado un destino distinto para mí.
Una noche, cinco años después de la llegada al pueblo, emprendí otro viaje. Partí a descubrir la ciudad. A esta altura mi padre se había separado de mi tío y había instalado su propia carnicería. No le iba bien. Mi padre no era el mismo de antes. América lo había golpeado. Yo no estaba con él en el negocio nuevo. En los últimos tiempos había trabajado de cadete en una farmacia. Me fui sin que lo supiera. Mi madre y mi hermana me vieron dejar la casa porque se despertaron mientras yo preparaba la valija. No lograron retenerme y tampoco se animaron a llamar a mi padre. Ignoro cuánto pudo dolerle aquella huida. Nunca me la reprochó. Después, en los espaciados regresos al pueblo, me encontraba con pequeños cambios en la casa. Algunas comodidades en el baño, en la cocina. Me enteré que una vez, al comprar un calefón, mi padre comentó: "Para cuando venga Antonio". Por lo tanto pensaba en mí con cada mejora.
Cuando murió, yo estaba lejos. Una enfermera iba a aplicarle inyecciones día por medio. La última fue un sábado. La enfermera se despidió hasta el lunes. mi padre dijo "Vamos a ver si aguantamos hasta el lunes". No aguantó. Sé que en el final preguntó por mí. Llegué al pueblo el día posterior al entierro. Venía desde Brasil, viajando en trenes y en ómnibus. En la puerta encontré al marido de mi hermana que me dijo: "Papá murió".
Muchos años después de su muerte, mientras mirábamos unas fotos, oí a mi hermana murmurar: "Qué hermoso era papá". Nunca había pensado en eso. Eran fotos de sus veintisiete años, tenía a un chico de meses en brazos, estaba tostado por el sol y se le notaban los músculos bajo la camiseta clara. Se lo veía feliz. El chico era yo.
De tantas cosas relacionadas con mi padre me acuerdo especialmente de aquellos regresos a casa después del trabajo. Eran siempre noches grandes, cargadas de estrellas y de silencio. Así las veo. Avanzábamos a través de un decorado de casas mudas y luces fantasmales en las ventanas y en los patios. Yo me sentía extraviado en esa oscuridad y la sensación no me gustaba. Quería llegar rápido, para que pasara la noche, y luego el día, y otra noche y otro día, hasta que el cerco de las noches y los días se rompiera. ¿Y mi padre? ¿Qué pensaba? ¿Qué significaba para él ese tránsito entre la agitación de la jornada y la promesa del descanso? ¿En qué medida mi presencia le servía de compañia, de incentivo, de alivio? ¿Me vería como yo me veo ahora en el recuerdo? Lo que veo es un cachorro impaciente, agazapado en el fondo de sí mismo, esperando su oportunidad para dar un salto. Mi padre pedaleaba y yo trotaba a su lado. No teníamos otra referencia que el foco de la bicicleta alumbrando un óvalo de tierra, hipnótico, surgido como desde un sueño, renovándose en una calle que podría no tener fin. Esa luz mínima marcaba el camino y finalmente nos sacaba de la oscuridad. Nos guiaba a la mesa familiar preparada para la cena, a los rumores de las sillas arrastradas sobre el piso de ladrillos y de los cubiertos en los platos. Pero durante ese trayecto permanecíamos lejos de todo. Ahí estábamos solos y estábamos juntos. Nos movíamos en una zona de vacío entre un mundo que ya no existía, perdido del otro lado del océano, y este otro que se proyectaba en los días futuros y estaba hecho de necesidades e insatisfacciones y furias contenidas y esperanzas obstinadas.
*de Antonio Dal Masetto.
"El padre y otras historias", Editorial Sudamericana. Buenos Aires, edición del 2002.
"Siempreviva"*
(blues melódico)
Atemporal belleza, siempreviva,
sos eterna atracción que me seduce
mientras los años afirman con sus luces
las razones más crueles de mi pena...
Porque al pasar el tiempo
por tu cuerpo,
como un sensual aliado
te florece;
y no hay peor castigo
a mi conciencia
que ver tanta virtud desarrollada
e impotente aceptar que eres ajena.
Más la febril poesía me posee,
pasional y romántica se eleva
sobre un abismo
de imposibles certezas
dibuja un puente sostenido en la nada
para dejar su insolente propuesta
en el jardín de la flor censurada.
Siempreviva... pasión inconveniente
Siempreviva... ilusión atrevida
Siempreviva... razón la que sustenta
que me pueda sentir adolescente
para jugar a verte... Siempreviva.
*de Victor G. Turquet victurquet@yahoo.com.ar
Juegos*
Paso el fin de semana con mi hija. Es sábado, vamos a una plaza. hace rato que estoy sentado cerca de los juegos, fumando, observando, escuchando, con la cabeza más o menos en blanco. De vez en cuando, en la confusion de colores, corridas y gritos infantiles, detecto la figura de mi hija, y entonces, al descubrirla tan feliz, tan frágil y entregada, me asaltan los mismos contradictorios sentimientos de siempre: una mezcla de placer y angustia. Lucho contra esto, evito ponerme grave, conozco los mecanismos de mis impulsos, se lo que hay ahí de incontrolable y tramposo. Intento abandonarme a la lentitud de la hora, a la calma que me ofrece esta tarde de sol bajo los arboles. Mi hija se acerca corriendo, informa, pide permiso, despues vuelve a alejarse. La sigo con la mirada y advierto que, asi como yo la busco, tambien ella, sin interrumpir su juego, suele echar una ojeada para este lado. Esas miradas, rápidas, económicas, precisas, sirven para reafirmar cierto acuerdo tácito establecido entre los dos, para comprobar que todo sigue en orden. Va pasando el tiempo. La claridad comienza a menguar, hay un cambio en el aire y me inquieto como ante la presencia de una amenaza. Dentro de poco se prenderan los faroles y hará demasiado frío para quedarse. Recorro una vez más las hamacas, los toboganes, busco a mi hija con cierta impaciencia y la descubro inquieta, severa, incansable, absolutamente aplicada a esa actividad de los juegos, a la charla con alguna amiga ocasional. Recupero la paz e intento rescatar algunas de esas ideas que se me han estado insinuando y escapando durante toda la tarde. Pienso en las veces que a lo largo de dos años, en los atardeceres, en las noches, en las madrugadas, estuve asi, en esa posición, en esa actitud. Las veces que, por una u otra razón, alegre o desgraciado, harto, enfurecido, mis pasos derivaron hacia un banco de plaza. Igual que entonces, en esta jornada nueva, ahora con mi hija jugando ahí a pocos metros, vuelvo a disfrutar con esta entrega, con el silencio, con la evidencia de cierta vieja tenacidad.
Miro nuevamente alrededor, veo los bancos ocupados, y me digo que al margen de las historias, las mias, las ajenas, siempre he encontrado ahí la misma cosa. Los arboles que se tiñen y pierden sus hojas y vuelven a florecer cuando corresponde. Y también las parejas lentas buscándose y abrazándose en la sombra. Entonces creo saber que puedo liberarme, desentenderme de cuanto está ocurriendo más allá de esta isla. liberarme de las amenazas, de los miedos, de las desesperanzas. estos encuentros que se reiteran a mi alrededor parecen desmentir todo. Esas caras y esos cuerpos anónimos, confundidos en la invariable actitud de la ternura, insisten. Se oponen, insisten. igual que mi hija insiste en sus juegos. Ellos, sean quienes sean, vengan de donde vengan, se asocian para el viejo ritual común. siento que esa cita a través del tiempo es realmente más fuerte que todo. Y pensarlo es un hallazgo y un alivio. Tambien yo insisto. Esta afirmación mansa, sin estridencias, reencontrada en cada oportunidad, es una de las pocas que he visto perdurar. No ha habido muchas tan firmes, tan intocables, tan alejadas de las oscilaciones del mundo. Enciendo otro cigarrillo. En el centro de este templo abierto al cielo, entre la multitud de fieles sin cara, percibo, como seguramente lo percibí otras veces, que estoy participando de una ceremonia invencible. Busco una vez más a mi hija. ella me está dando la espalda, pero ante la insistencia de mi mirada gira la cabeza rápidamente, levanta la mano y esboza un saludo. En la fugasidad de ese gesto pretendo descubrir, no sólo la complicidad de siempre, sino también una aprobación a todas esas divagaciones mías.
*de Antonio Dal Masetto
*
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