*Dibujo de Erika
Kuhn.
*
Lo que nos liga
unos a otros es tan imperceptible
que se rompe
con nada
una soga se ata
al cuello de alguien
y las
consecuencias son contundentes
las
consecuencias de las palabras sin embargo
no se ven a
simple vista
horadan los
silencios
el espíritu
el centro mismo
del cuerpo.
Las
consecuencias del lenguaje rompen
la fina capa
desconsolada del afecto.
Nunca se
insistirá bastante sobre el duelo que hay que hacer para hablar.
*De Mercedes
Álvarez. alvamercedes@gmail.com
-Mercedes Álvarez nació
en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los
diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en
Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión
Cultural. Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de
un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo
& Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la
vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015).
En 2013 ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato
Grow a lover.
LA FINA CAPA DESCONSOLADA DEL AFECTO…
Hombrecito de
pan*
*Obra de Patricia
Suárez. cazadoraoculta@gmail.com
Asunción, Paraguay
Pocos años después
de 1870
fin de la guerra del Paraguay,
donde el Paraguay fue derrotado por la Triple Alianza y donde su población
-especialmente masculina- disminuyó entre el 50% y 85%. . Podría tratarse de
cualquier otra post guerra donde haya quedado un gran faltante masculino.
Se prepara una tormenta.
El patio de una casa, dos
mujeres vestidas de luto entero.
Arpa y Conrada, hermanas
ambas.
Arpa está modelando miga de pan,
sentada en pleno patio.
1.
CONRADA: Qué estás haciendo?
ARPA: No lo ves?
CONRADA: Bolitas de
pan.
ARPA: No; estoy
haciendo una escultura. Una escultura, como Miguel Ángel. Miguel Ángel el
escultor, que hacía esculturas en mármol. Miguel Ángel era un escultor que
hacía esculturas y pinturas en Italia, hace como...
CONRADA: Ya sé
quién es Miguel Ángel.
ARPA: Bueno,
entonces para qué preguntas?
CONRADA: Quiero
decirte algo.
ARPA: Es que justo
estoy muy concentrada en mi arte.
CONRADA: Si
tuviéramos leche, podríamos hacer un gran budín de pan con tu escultura.
Tendríamos budín de pan para un mes entero, ¡qué digo un mes entero, un año
entero! Comiendo como pajaritos como estamos comiendo… Quiero irme de esta
ciudad. Aquí todo apesta; muerte por todas partes es lo que hay…
ARPA: La miga de pan cuesta
demasiado de trabajar. Tiene que estar en su punto justo, para que leve pero
siga teniendo forma. En esta escultura, la forma es lo principal.
CONRADA: Me gustaba más cuando
hacías elefantitos de pan. Eso que estás haciendo… No sé… ¿Son pies? ¿Estás
haciendo un buitre?
ARPA: Voy a
esculpir una figura. Quiero que sea como el David que Miguel Ángel le quitó a
la roca, al mármol. David era un héroe judío, pequeñito, de quien nadie
esperaba un rábano, sin embargo…
CONRADA; Ya, ya. Ya
sé quién era David. (Nerviosa) Quiero irme y quiero que vengas conmigo.
Quiero que me sigas, quiero que luchemos juntas y saldremos adelante porque
somos hermanas. Nuestra madre antes de morir, me pidió que te cuidara…
ARPA: Cuando ella
murió éramos cinco en la casa y tres en el campo de batalla.
CONRADA: Sí, pero
hizo especial hincapié en ti. Porque eres tan especial, Arpa… Porque…
ARPA: No pienso
seguirte. Esta es nuestra casa.
Arpa está amasando
el torso del muñequito
CONRADA: Anoche soñé con Damián
Cristo y estaba vivo. Damián Cristo estaba vivo.
ARPA: Vive, a dos
calles de aquí.
CONRADA: Ya sé que
está vivo. Está vivo y no tiene ninguna de sus dos piernas. La guerra a veces
es así: si un soldado le dá a cambio una parte de sí; a la guerra le basta con
devorar esa parte y a cambio deja al soldado con vida.
ARPA: Les dan la
baja por invalidez, eso es todo.
CONRADA: No, es más
poderoso que eso. Lo normal es que yo soñara con Damián Cristo parado sobre sus
dos piernas, como sueño con los muertos todas las noches. Pero no: lo soñé a
Damián Cristo postrado en su sillita de mimbre, ¿y eso por qué? ¿Puedes decirme
por qué?
ARPA: Porque está
inválido. Una bayoneta le traspasó el pecho, cayó a tierra y un caballo le
aplastó las piernas. Lo llevaron a un hospital de campaña, pero allí las
heridas se le infectaron; le dieron a beber aguardiente para que no doliera y
con un serruchito… Le serrucharon las dos piernas suyas.
Arpa amasa la
cabeza del hombrecito
CONRADA: No fue por eso. Fue
porque aquí los muertos y los vivos están mezclados, viven todos juntos.
Nosotras estamos un poco muertas y dentro de muy poco, quién sabe, nadie se
dará cuenta de que estamos vivas. Por eso tenemos que irnos, muy pronto, irnos
al Brasil. Allá tendremos otra vida, empezaremos de nuevo. Todo de nuevo, hasta
podremos cambiar nuestros nombres, algo más… Mariana en vez de Conrada, algo
así o…
ARPA: Me gusta llamarme Arpa.
Nuestro padre me llamó así porque dijo que…
CONRADA: Ya, ya.
Conozco la historia de tu nombre; pero lo importante es que sepas que en Brasil
podremos hacer lo que tanto anhelamos. Lo entiendes, verdad?
ARPA: Ser pintora.
CONRADA: Tener un
marido primero; después, una familia. No quiero morirme virgen, Arpa. Esta
noche lloverá, pero mañana a primera hora…
ARPA: No puedo
dejar a mi escultura de pan. Una vez que esté lista voy a insuflarle el
aliento, y se volverá una criatura andante.
CONRADA: Se trata
de un duende?
ARPA: No. Será mi
esposo; le pondré dos aceitunas que hagan los ojos y un trocito de pimiento que
haga los labios en la boca.
CONRADA: Estás totalmente loca,
Arpa. Estás desquiciada; pero no te preocupes, porque te comprendo. Perdiste al
ser más querido, tu Ramón en el campo de batalla y hasta no escatimaste en
rasgar tu vestido de novia para que se vuelva vendas para los heridos…
ARPA: A Ramón no lo
quise nunca; era una imposición de nuestra madre para que me case con él. Era
un atrevido, un guarro. Apenas alguno de la casa se daba vuelta, él estaba
sobándome las tetas como si quisiera salir y vendérmelas en el mercado.
CONRADA: Arpa, querida. Conseguí
un carro; tenemos tres días y tal vez sus tres noches hasta llegar a la
frontera con el Brasil. Les diremos que no somos sus enemigas, que somos sus
más fieles súbditas y que acataremos sus…
ARPA: Puedo
fabricarte un marido.
CONRADA: Qué?
ARPA: Para que
funcione tengo que hacerlo de otro material. Tal vez tierra del jardín.
CONRADA: Un marido
de tierra?
ARPA: Adán fue
hecho con tierra y luego Dios le insufló… ¿No leíste la Biblia?
CONRADA (paciente):
Por qué los hombrecitos que tú… por qué justo ellos se convertirán en hombres
de verdad, de piel y huesos?
ARPA: Porque si.
CONRADA: Porque sí
no es una respuesta.
ARPA: Porque es un
secreto y no te lo puedo confiar.
CONRADA: Como
cuando te tiraste al pozo?
ARPA: …
CONRADA: Que
dijiste que oías voces que te llamaban desde allí. Pero Doralisa encontró luego
la carta que habías dejado donde decías que ya no querías vivir más y…
ARPA: Doralisa huyó
con un oficial argentino.
CONRADA: La robó.
ARPA: Eso lo dices
para que su mancha no nos salpique.
CONRADA: Ya estamos hundidas en
el barro. Ya hemos dejado de ser nosotras.
ARPA: Sueñas todas
las noches con un brasileño que te visita. Estás dormida también en tu sueño, y
él levanta de a poco la cobija y luego la sábana… y parece que estás dormida,
pero no lo estás… porque te tiembla la carne y no es miedo, no. ¡Es la emoción
de que te haga suya!
CONRADA: ¡Arpa…!
ARPA enfrenta a
su hermana, le aprieta las mejillas: Dime si miento.
CONRADA: Esta noche
vendrá un carro y nos iremos en el carro a primera hora de la mañana. Soy tu
hermana mayor deberás obedecerme.
Conrada sale airada. Arpa no le
hace ningún caso y se afana con su escultura.
2.
El hombrecito de
pan -del tamaño que la producción de la obra pueda componer, una miniatura, del
tamaño de un muñeco, o de tamaño real- está de pie en su podio y solito en el
patio. En el cielo truena y pronto aparece Conrada, que se tapa la cabeza de la
lluvia. Pasa junto al hombrecito, mirando más allá por si viene el carro. De
pronto, siente que el hombrecito la observa. Se vuelve sobresaltada y se planta
frente al hombrecito. Lo observa de un lado, del otro. Vuelve a alejarse;
ocurre de nuevo lo mismo; pero esta vez siente que él la llama.
CONRADA: Me hablaste?
Pone su oído cerca
del hombrecito.
CONRADA
Hablaste. Qué cosas dijiste?
Buena cosa fuera que ahora mi
hermana tuviera razón.
Que vivieras.
(tocándolo)
La lluvia te deshizo el cabello…
Arpa ahora anda
diciendo que la obligaron a prometerse al Ramón, que la forzaron el padre y la
madre, que se la ofrecieron a él como se ofrece una fruta madura a un
visitante, pero era yo, ¡yo! la que estaba enamorada de Ramón! Lo seguía por
todas partes, me escondía junto a su camastro para oír su respiración cuando la
noche y cuando murió…
Ya no quiero
recuerdos.
Dime, hombrecito, dónde debo
frotarte para que despiertes?
Necesito que hables
más alto. Porque no oigo bien del oído izquierdo…
Pone su otro oído
Qué quieres que te coma primero,
figurita? La nariz?
Conrada se come su
nariz.
Ya sé tengo arrugas de cien
años, y que me corazón vive en salmuera. Estaba muy rica, me comeré una de tus
orejas. O no, las dos orejas.
¿Qué puso ella
dentro de ti?
¿Azúcar? Clara
batida? El piecito te lo pintó con miel…? De dónde habrá sacado la miel nuestra
Arpa? Desde que murieron los hombres no hay quien cuide las colmenas… y las
abejitas, pobrecitas, andan locas zuuuum zuuum
Conrada se sienta
en el suelo y comienza a comerse el hombrecito de pan.
A lo lejos, está amaneciendo.
De pronto, entra Arpa con un manto
de lana y dos bártulos de ropa y cosas. Se los tira a la hermana cuando la ve.
ARPA: Aquí está todo. Ya
vámonos!
CONRADA indigestada,
atontada: Eh, qué?
ARPA: Ya llegó el
carro? Podemos irnos, llevo nuestra ropa y… (mira en derredor) Dónde
está mi marido?
CONRADA titubea:
No lo sé. Cuando vine al patio, él ya se había ido. Miré aquí y… ¡lo siento, te
abandonó arpa! Era un mal hombre, mal homúnculo, no sé como decirle a la
figurita de pan… ¡Se fue andado y te dejó! Ahora se lo comerán los pájaros,
pobre el maridito de mi hermana…!
ARPA: Tienes migas
en la pechera del vestido.
CONRADA: Tengo
qué…? Que qué?
ARPA: Dónde está mi
marido?
CONRADA: No te
alteres, te puedo explicar…
ARPA grita:
Dónde está? Te lo comiste?!
CONRADA: No. Nunca haría algo
así, no Sí, lo siento, me lo comí! (Conrada entra en una crisis de nervios) Sí,
sí. Lo comí, era dulce, estaba blandito por las gotas de lluvia, tenía ese
saborcito de las pastas que preparaba nuestra madre y ¡me entró nostalgia! ¡me
entró recuerdo de antes de la guerra, de antes del Paraguay, de antes de antes
y sí, de Ramón! Porque nadie lo quiso como yo lo quise y nadie me quiso como él
hubiera podido quererme si no te hubieras metido en el medio…! Un día te puse
vitriolo en el vaso, pero no te lo bebiste. No supe si estar triste o alegre
por evitar la cárcel y la horca y… ¡cargué la pistola que era de Ramón y te
apunté una noche mientras dormías! Sólo que vi a Damián Cristo hecho un
fantasma calle arriba y calle abajo y pensé que él iba a delatar mi sombra y…
aun no me animé a estrangularte.
Luego de un tiempo
ARPA: Puse también mis cuadernos
y mis carboncillos.
CONRADA: Prometo no
volver a matarte.
ARPA: Adonde vaya,
voy a dibujar.
CONRADA: Qué maldición me
entrará por haberme comido a tu marido.
ARPA: Era un muñequito
de pan, pan con gorgojos porque no había del bueno. Lo hice por amor al arte,
porque quien ama el arte debe tener siempre las manos en actividad. (se pone
en puntas de pie) Allá viene el carro. Vienes o te quedas?
Conrada se levanta,
se sacude las migas, se arregla el pelo, se seca las lágrimas.
CONRADA: Vamos andando.
Las dos salen, apagón.
Fin de Hombrecito de pan
Mirada que
crece en el silencio, descubre lo oculto, invita.*
Cada uno mira
desde su lugar, con lo vivido, lo leído, lo amado, el cine, el teatro,
los bares de infinitos cafés, hasta la maravilla de la torre de quesos
festejados por Calvino con sus sutiles entrecruzamientos de hierbas y cielos.
Uno mira desde su dolor, sus duelos, sus festejos, sus miserias y sus
lujos. Con todas las ciudades que conoció y algunas que no, y los
mares y las calladas montañas. Mira con su cuerpo. Con el silencio.
La piel abre
ojos, sentidos, íntimas claves a descifrar. Deletrea el cosmos.
Vacía para ver
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
Una mano en el
aire,
una señal
parecida a un
adiós
la última
caricia al viento,
la breve
ternura
que intentamos
antes de
encender el fuego.
Juro
no guardar nada
para mí.
Que arda
lo que no has
de salvar,
lo que no es
nada
ni es todo
ni es nuestro.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
El barco no la
trajo, del todo, a Buenos Aires…*
*De Silvia
Gabriela Vázquez. gabpsp2013@gmail.com
Mamá había
dejado, allá en su pueblo -en una antigua casa, con paredes de piedra y dos
tías lejanas- su sonrisa y su infancia.
Sin embargo,
después, aprendió las palabras con las que contaría su historia despojada, de
océano infinito, rodilla lastimada, escalera y muñeca perdida aquí en la
aduana.
Lo que no trajo
el barco, lo creó la distancia.
Sabia, fuerte,
sensible, recuperó la risa y el brillo de los ojos que el pasaporte sepia de su
niñez callaba.
-Silvia Gabriela Vázquez.
Directora de la Diplomatura Interdisciplinaria en Responsabilidad Social y
Resiliencia (UdeMM). Publicó cuentos y poemas en Argentina, España, México, Perú,
Chile, Colombia, Cuba, Venezuela, Puerto Rico y EEUU. Es autora del libro
“Formar profesionales competentes, comprometidos y resilientes” disponible en
www.morebooks.de
Obtuvo el 1° premio en los
Certámenes literarios Navidad Solidaria (Biblioteca de Castilla) y Universo
Sábato (UNICEN). https://www.linkedin.com/in/licsilviagabrielavazquez
DORMIR*
El filo de la
luna
cae sobre mi
sueño
de transiciones
múltiples,
separa la noche
en dos hemisferios.
Quedo en estado
de indefensión
entre agujas
que llegan
de geografías
distantes
e hilvanan
presunciones
de futuros
felices.
Y someten todo
a nada.
Al espanto
del canto
de la nada.
No voy a vivir
con médulas diversas,
en acto de
coraje
muerdo los
recuerdos
y decido
revelar los móviles
de la luna y
sus agujas.
Delato la
conspiración
del tiempo con
sus miedos
a implacable
oído que no escucha
ni comparte
ni comprende.
Duele ser vano
transcurso.
Vano
llegará el
olvido cuando duerma…
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De NAVEGO
PALABRAS. Editorial Ciudad Gótica -2009-
PETICIÓN*
*De Natalia
Litvinova. litvinova25@hotmail.com
Un nudo. Una
flor.
Dios
brevemente.
No. No tan
brevemente.
-De “Grieta”-
-Natalia Litvinova (Gómel
– 1986) Escritora argentina de origen bielorruso, dedicada al campo de la poesía
y de la traducción. Publicó: Esteparia (Ediciones del Dock, 2010), reeditado en
España y en Uruguay, Balbuceo de la noche (Melón editora, 2012), Grieta (Gog y
Magog ediciones, 2012) reeditado en España y en Costa Rica, Todo ajeno (Vaso
roto, 2013) y Cuerpos textualizados (Letra viva, 2014). Compiló y tradujo
varias antologías de poetas rusos. Siguiente vitalidad (Audisea, 2015) es su
reciente poemario, publicado en Argentina y reeditado en Chile, México y
España.
InvenTren
EL BLUES DEL
TREN DE LAS 11.40*
El miedo había
estado allí; ahora lo sabía. El miedo había estado acompañándolo todo el
tiempo, como un monstruo en estado embrionario, en cada instante de las once
horas transcurridas desde el histórico "suficiente" pronunciado por
Gómez Laurenz para convertirlo en abogado.
Había estado
allí, oculto entre los pliegues de su conciencia, aguardando el momento
propicio para asestarle esta dentellada feroz y traicionera, para inocularle
este hielo en la sangre que lo retenía impávido en la vereda penumbrosa de la
pensión, clavado junto a la puerta de calle con el corazón sobresaltado,
temeroso de volver a los festejos del patio.
"Me
pasaron la mesa de Sociedades para mañana a la 8; vos ya serás todo un doctor,
pero nosotros tenemos que seguirle dando, nene". La excusa invocada por
Fabiana para justificar su decisión de abandonar la fiesta todavía resonaba en
su cabeza, estableciendo crudamente un límite, un antes y un después. El abrazo
fuerte y emocionado de su amiga, su largo beso en la mejilla, su promesa de escribirle
cartas, su grito cariñoso mientras el taxi se alejaba pidiéndole que no se
olvidara de ella, habían quebrado algo en su interior. La sensación de
eternidad se había desmoronado de golpe, dejando al descubierto el miedo (el
miedo que siempre había estado allí), anunciando el previsible final de la
tregua, la confirmación innecesaria de lo que él ya sabía. (Porque él lo sabía,
lo había sabido perfectamente durante mucho tiempo, quizás desde aquel lejano
recelo experimentado al subir por primera vez las escalinatas de esa Facultad
que parecía tan enorme. Era como entender algo sin palabras, sin pensarlo en
forma expresa. Sólo que una cosa era presentir que iba a doler, y otra muy
distinta comenzar a sufrir el dolor real).
Miró la hora en
un gesto casi inconsciente: las 4 y 10 de la madrugada. El sonido de la música
y las risas llegaba desde el patio como un rumor asordinado. Cerró la puerta
tras de sí y regresó por el pasillo a oscuras con una vaga sensación de
malestar hormigueándole en las venas. El patio bullía en animado desorden y
nadie lo vio reaparecer desde las sombras. De pie bajo el farol macilento que
iluminaba tenuemente la reunión contempló a sus amigos con una mirada
melancólica, como buscando atrapar algo sabiendo que no podría atraparlo nunca.
Ahí estaban todos: bajo la galería, el Pato riéndose de cualquier cosa,
atacando cerveza tras cerveza, Mónica haciendo payasadas parada sobre una
silla, José Luis y Gonzalo repartiéndose los restos fríos de una pizza de
tomate, Aldo abrumando a Laura con sus cuentos malos; en el centro del patio,
Fernanda y el Negro bailando con incansable entusiasmo, como si se hubieran
recibido ellos, contagiando su alegría a Marita y a Willy; allá en el fondo,
Jorge borracho bailando con una escoba para delicia de todos los presentes.
Se sintió raro.
Recordó que apenas una hora atrás se había deslizado hacia la pared de la
enredadera con sigilo, como si temiese romper un hechizo, con el único objeto
de gozar del alegre trajín de brazos, manos y bocas, la alborozada evolución de
los gestos en torno a la mesa rectangular. Recordó que, merced a una súbita y
mágica revelación, había comprendido entonces que se hallaba en el medio de uno
de esos infrecuentes y escurridizos momentos plenos de su vida, una de esas
seis o siete ocasiones anuales en que podía afirmarse que vivir valía la pena.
Y recordó también que en ese instante, justo en ese instante, había concebido
la delirante idea de clausurar todas las salidas y secuestrar a sus amigos,
tomarlos por rehenes y exigir desafiante a Dios, al Tiempo, a la Vida o a quien
fuere, que esa reunión durara para siempre. Pero ahora ya era tarde. Fabiana,
sin quererlo, acababa de destrozar la frágil utopía. Ahora que las heridas
invisibles comenzaban a sangrar no existía modo de volver a construirla.
-¿Bailamos,
caballero?
La voz
inesperada lo sobresaltó. Sumido en su confusión mental no había advertido
aquella presencia cercana. Giró su cabeza hacia la derecha y pudo ver a Laura
haciendo una reverencia burlona que acompañaba la invitación.
Improvisó una
tontería para disimular y se dejó arrastrar por la muñeca hacia el centro del
patio. Por unos segundos se olvidó de todo -del monstruo y los fantasmas, del
porvenir, del tren de las 11 y 40-. Revivir la magia pareció posible. Pero fue
sólo un espejismo transitorio. Un instante después, al recibir el perfume de
Laura en pleno rostro como una bofetada del Tiempo, no pudo evitar el recuerdo
de aquel Baile de la Primavera en que se habían conocido y la grieta en su
interior se abrió de nuevo. Pensó en los seis años que habían pasado desde
aquella noche, desde aquella Laura aniñada, y lo categórico de la cifra -¡seis
años, Dios!- le ocasionó un vértigo fugaz, una suave opresión en la boca del
estómago que ni siquiera el ruidoso trencito que los bailarines habían
comenzado a formar pudo disolver.
Su malestar se
acrecentó. Comprendió que la fiesta -su fiesta, esa misma fiesta que para los
demás estaba en su apogeo- había terminado para él.
Descubrió que
él y los otros respondían ahora a tiempos diferentes, irreconciliables. No
importaba que él volviera a su pueblo y ellos se quedaran. Lo que contaba no
era la distancia física sino otra clase de lejanía. "Ahora vas a tener que
usar corbata todo el día, bagre", le había dicho Aldo al llegar, y sólo en
este momento se le revelaba el significado oculto de esas palabras. No más
Facultad, no más pensión, no más trasnochadas en los bares del bulevar, no más
vino con amigos. Final del juego; estaba solo otra vez. Él quedaba afuera, como
si una puerta se cerrara inexorablemente a sus espaldas. Como si, al igual que
la fiesta, la vida siguiera sólo para sus amigos, no para él.
"Si
supieran que estoy triste a once horas de haberme recibido dirían que estoy
loco", pensó, riendo para sí, mientras se refugiaba en la cocina con la
excusa de buscar hielo. Pero era irreversible: el miedo comenzaba a derrotarlo.
Había buscado en esos seis años de Facultad un desvío, una salida tan
sorpresiva como inexistente y no la había hallado. "Vos querés sacarte una
especie de lotería metafísica", le había dicho una vez Gonzalo y era
cierto, pero su número no había salido premiado. Ahí estaba el monstruo,
entonces, desatando los fantasmas. Ahí estaba él con su ridícula impresión de
sentirse un viejo a los veinticuatro años.
Descubrió con
estupor que el título de abogado le confería carácter de extranjero. La ciudad
lo rechazaba sutilmente, haciéndole comprender su condición de cuerpo extraño,
pero el regreso a su pueblo sólo serviría para acrecentar su certeza de que él
ya no pertenecía a aquel lugar. Imaginó el orgullo emocionado de padres y
hermanos, la alegría vulgar de su novia, la infantil idolatría de sus sobrinos
y supo de antemano que en nada ayudarían a aliviarlo. Se vio a sí mismo
desterrado en la calma soñolienta de un perpetuo domingo y se sintió vacío,
como si la vida se acabara mañana mismo.
Como si la vida
se acabara con el tren de las 11 y 40.
Sin embargo, no
era eso lo que espoleaba su tristeza. No se trataba de la preocupación por un
futuro forzado, previsible y ajeno a sus deseos. Se trataba de algo mucho más
urgente y visceral, una etapa desvaneciéndose sin remedio, la desesperante
sensación de agua que se escurre entre las manos.
Se trataba de
las peñas, los bailes, los asados de comisión, los campeonatos de truco, las
reuniones de damajuana y choripán, las mateadas interminables hasta el
amanecer, las imponderables horas gastadas en el bar de la Facultad para hablar
de Cortázar y de Sartre con Gonzalo, las mil y una revoluciones
planeadas y
ejecutadas en el aire desde una mesa de café. Se trataba de la nostalgia, ese
roedor implacable que había comenzado a mordisquearle las entrañas.
Se acercó con
el hielo al grupo que ahora estaba reunido bajo la galería bebiendo vino.
Aceptó que el Negro le llenara el vaso por enésima vez y se dejó caer sobre una
de las sillas que bordeaba en forma desprolija la mesa rectangular. Se quedó
mirando hacia arriba con los ojos fijos en algún lugar incierto de la noche
estrellada de diciembre, bosquejando mentalmente el momento en que partiría
rumbo a la estación acompañado por los sobrevivientes de la fiesta. Suspiró
resignado. Supo que Dios, el Tiempo, la Vida o quien fuere lo había vencido. Se
podía, sí, escuchar a José Luis contando cuentos verdes, rogarle a Mónica que
recitara poemas de Machado y a Willy que imitara profesores, se podía pedirle
al Pato que cantara un blues de los suyos, pero ya nada sería igual. Incluso
podía él mismo, como tantas otras veces, ladrar Muchacha ojos de papel o El oso
hasta quedar disfónico, pero era inútil; el tren permanecería allí, como una
obsesión, ensombreciendo la fiesta. Estaba perdido: ni siquiera quedaba el
frágil consuelo de dedicarse a construir un último recuerdo, el recurso
demencial de disfrutar del incendio antes de que solamente quedaran cenizas.
A lo sumo,
pensó mientras Laura le acercaba la guitarra al Pato y le pedía que cantara
algo, quizás fuera posible dejarse llevar hasta el tren con la conciencia
adormecida, deslizarse hasta él como por una pendiente suave y confortable.
Quizás fuera posible buscar en el fondo del vaso una última anestesia y
aislarse del derrumbe, quitarse de la cabeza la hiriente comparación entre la
imagen de aquel taciturno muchacho de pueblo que una noche de viernes, recién
llegado a la ciudad, había aprendido de una vez y para siempre lo que era
sentirse solo, y esta otra imagen, mucho más cercana, virgen todavía de
nostalgia, la del abogado recién recibido saliendo del aula después del examen
para encontrarse con el abrazo de sus compañeros. Resultaba imperioso saturar
las horas restantes, evitar los minutos vacíos, embotar los sentidos y
aturdirse para no pensar, vaciar vaso tras vaso hasta hacer que las voces se
independizaran de quienes las emitían, convertirlas en ecos que resonaran
lejanos, como un ruido más en la madrugada. Había que hacer lo que fuera
necesario para perder la noción clara de las cosas y remover de la boca ese
acre sabor a final, a despedida.
"Ojalá no
amaneciera nunca", dijo Mónica a su lado, con un dejo de melancolía, como
si hubiese adivinado sus pensamientos. La miró sorprendido, con una sonrisa
entre amarga e indulgente. Vaciló unos instantes, pero no dijo nada. Sólo
extendió el brazo libre y la atrajo hacia sí en un abrazo tierno que pretendía
ser indestructible. Dejó luego que su cabeza resbalara indolente y se acurrucó
en el regazo de su amiga.
Alguien apagó
el radiograbador y el brusco silencio de los parlantes se le antojó
sobrenatural. Cerró los ojos para no ver el momento en que las primeras
caricias del sol desperezaran, allá en lo alto, a la enredadera del fondo.
Después se fue hundiendo lenta, tibiamente, en una serena y profunda lasitud,
mientras la guitarra del Pato comenzaba a gemir un blues.
*De Alfredo
Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
-Texto incluido
en "Las cosas como somos". Colección Bienes Culturales. ATE
CDP Santa Fe - 2009
-Próximas estaciones:
POLVAREDAS
–Por Ferrocarril Provincial-
PLOMER
-Por Ferrocarril Midland-
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Provincial:
JUAN ATUCHA. JUAN
TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS
EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN
JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
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VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
El recorrido por venir del tren literario en el Ferrocarril
Midland:
KM. 55. ELÍAS
ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL
BELGRANO. LIBERTAD. MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA
SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA
CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO
MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
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