16 *
La construcción de este artefacto
requiere de templanza.
El espacio es pequeño entre el burka
y el cuerpo.
Cuesta respirar junto al pequeño horrible.
El artefacto debe ser conciso
porque no hay tiempo para poemas extensos.
Debe ser redondo. Negro.
Debe caber en un puño.
Debe equilibrar la ira,
el amor, la pena.
Dos versos pesan igual que una paloma.
Eso es, hermanas,
el poema debe parecer una paloma.
Háganlo explotar.
*De Valeria Pariso.
-De su libro "Zarmina",
Primer Premio del Concurso de Letras,
categoría poesía, año 2019 del Fondo Nacional de las
Artes.
-Valeria (Muñiz, Provincia de Buenos Aires, 1970)
Coordina talleres de poesía y el ciclo de poesía en Bella Vista.
Algunos de sus poemas fueron traducidos al portugués y al italiano.
Publicó los libros de poesía: "Cero sobre el nivel
del mar" Ediciones AqL (2012), "Paula
levanta la persiana", Ediciones AqL (2013); "Donde termina esta casa", Ediciones de la Eterna
(2015), "Del otro lado de la noche" (2015)
Editorial El Mono Armado, "Triza"
(2017) Editorial Detodoslosmares, "La trilogía: Uva
negra/ Mascarón de proa/ El castillo de Rouen", Vela al viento
Ediciones patagónicas (2018).
-En 2019, con su libro "Zarmina",
obtuvo el Primer Premio del Concurso de Letras, categoría poesía, del Fondo
Nacional de las Artes.
Sus poemas fueron incluidos en distintas antologías, entre ellas
"Antología de poesía iberoamericana actual", Ed. Ex Libric, España,
2018; "Rapsodia ensamble de voces- Obertura- Editorial El mono armado,
2015; Movimientos/ Primera antología Ciclo Moserrat 2018, "Antología
Federal de poesía de la provincia de Buenos Aires", del Consejo Federal de
Inversiones.
*
La hendidura en la pared
es una grieta en la realidad que nos deja
librados a otro universo.
¿Desde dónde llegan las voces,
los cuerpos que contienen, la memoria?
Cada imagen es tan poderosa
como todo lo vivido.
Una grieta en la pared
trae su luz y su sombra imposibles.
¿Quién recuerda lo que se fue
como si aún fuera de este mundo?
*De Valeria Cervero.
-De su libro "Seres pequeños"
-Valeria nació en Buenos Aires en
1972. Publicó cadencias (edición de autora,
2011); el libro-álbum escondidas
(Ediciones del Eclipse, 2013), en coautoría con la ilustradora Vivi Chaves; el agujero negro de lo dicho (plaqueta) y equilibristas (Colectivo Semilla, 2014); Sin órbitas (El Ojo del Mármol, 2016); madrecitas
(Barnacle, 2017); Seres pequeños (Hemisferio
Derecho, 2018) y Sibilejo (Editorial Maravilla,
2018). Compiló Poeplas. Antología de poesía argentina para
chicos (e-books; vol. 1, Poesía Argentina, 2013; vol. 2, Op. cit,
2017). Desde 2013 hasta 2017 llevó adelante la antología de poesía publicada
recientemente en la Argentina en el blog De lo que no aparece en
las encuestas. Participó de diversos proyectos de difusión de poesía
y crítica. Actualmente integra el staff de la revista digital de poesía Op. cit. y coordina Poeplas, Ciclo
de poesía para las infancias, junto a Vanna Andreini
y Florencia Fragasso.
VIAJE POR EL ESPACIO*
No sé si a ustedes les ha pasado lo que a mí, que he salido a
buscarme y en medio de la odisea cósmica me he tropezado con otros asteroides.
Y me he puesto a conversar con uno de ellos hasta llegar a identificarnos uno
con el otro, diciendo cuánto nos amamos, que no podemos vivir sin estar juntos.
Pero luego de un tiempo ambos nos convertimos en la personificación del
rechazo. Sentimos que nuestro recorrido se bifurca. Que la Vía Láctea resulta
ya muy pequeña para el ego de dos asteroides. Por tanto, en algún rincón
distante del universo existe ése otro asteroide, que quizás, dubitativo, estará
pensando en hacer lo mismo.
*De Daniel Montoly.
*
Las torres de veinte pisos existen.
Incluso en esta ciudad mediocre
imitamos las maravillas del mundo
en los edificios -música y tragos-
donde todo puede comprarse con dinero.
Qué medio tan fantástico es el dinero
que nos permite
trasladarnos en tiempo y espacio
aún sin viajar
más que escasas veinte cuadras.
Sin embargo no te obstines demasiado
en mirar hacia abajo
muchos tuvieron la idea
lo que se ve es demasiado atrayente
unos ojos pasean la tristeza
por encima de las casas de los ricos
de los trajes ya arrugados de los oficinistas alcohólicos.
Más allá una pareja se besa y no hay nostalgia
es lo que es.
Abajo el comienzo de un río
abajo la avenida, el monumento y el cielo
decorado fastuoso.
Pero alguien ya lo dijo:
el deseo de morir es demasiado fuerte
como para satisfacerse con la muerte.
-Mercedes nació en Tandil,
provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve
años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la
Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural. Publicó
los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires,
2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a
la vuelta, Buenos Aires, 2013) y Saigón (Zindo
& Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 con el relato Grow a lover
ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.
-Su libro de cuentos Grow a lover fue editado recientemente por Pensamientos
Literarios (www.pensamientosliterarios.com)
INTENTO*
Recurrir a la propia memoria es toparse con algunos tropiezos. A
veces no es más que una vaga nube que transcurre, con breves contornos que se
modifican según pasa el tiempo. Pero es bueno hacerlo. En cada hecho hay un
aprendizaje. A veces lo tomamos y, en otras ocasiones, lo dejamos pasar.
Transcurría mi adolescencia. Catorce años cumplidos, segundo año de
la nocturna comercial. Escuela “J. B. Iturraspe”, en honor del fundador de la
ciudad de San Francisco (Pcia. de Córdoba). En realidad, trabajaba todo el día
en una casa de comercio, lo que podríamos llamar, entre un almacén general a un
shopping. Esos comercios enormes de las ciudades o pueblos del país donde se
asentó la inmigración de fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Uno entraba allí y podía comprar cereales, un tractor, un
automóvil, hacerse la provista de almacén, comprar repuestos de maquinarias o
lamparitas de luz, reponer la vajilla o llevarse una puerta que la tormenta
última abatió o para ponerla en la ampliación de la casa. Ladrillos, tuercas,
pinturas, jarros enlosados, cables, motos, heladeras... menos ropa. Allí
trabajaba. Allí aprendí, en poco tiempo, ciertos oficios del mercar. Cuando me
fui de ese comercio, estaba en la ferretería. Había pasado como cadete,
empaquetador, despachante del almacén (facturaba) y despachante en la
ferretería.
De noche, la escuela.
Estaba cursando el segundo año. Mi déficit en Castellano, así se
llamaba la materia, era el manejo de los tiempos verbales. Hablar del
pluscuamperfecto era una quimera irrealizable. Y los pretéritos una nebulosa
galáctica. Pero no así mi lectura. Kipling, Salgari, el Martín Fierro,
Shakeaspere, el Tesoro de la Juventud, y otros más, como los comics, habían
pasado por mis manos y ante mis ojos. Y devoraba esa lectura. Pero, los tiempos
verbales...
Me llevé Castellano a marzo, en primer año. Uno treinta y tres de
promedio. Y casi me hace repetir si no fuera por uno de esos personajes que se
aparecen en la vida, arrojan su incienso sobre nuestras cabezas y se esfuman de
la visual, pero no de los recuerdos. Había sido “bochado” en marzo, luego en
diciembre y vuelta marzo. Si salía mal, repetía segundo año con todas las
materias aprobadas. Esa noche, aturdido como todos los que enfrentan un examen
decisivo, no vino la profesora titular de Castellano de Primer Año por cuestión
de enfermedad. Vino el Profesor Boock. Como era de la casa, presidió la mesa de
examen. Y aprobé, sin esos malditos tiempos verbales. Indulgente el hombre,
pero observador.
Cuando se iniciaron las clases a él lo tenía y lo tuve hasta que
permanecí en la escuela. Con él aprendí jugando. Sus clases las esperábamos la
mayoría. Aprendimos sin apuros, sin levantar él su tono de voz, acercándose a
cada banco y enseñándonos cada cosa. Nos (me) enseño gramática, ortografía, lectura
y redacción. Con toda su paciencia. Miraba nuestras caritas y sabía cuándo no
entendíamos. No me abochornó nunca por mis tiempos verbales. Nos hizo dividir
en grupos que duraban todo el año. Los últimos diez minutos de la clase,
pasábamos al frente cuatro alumnos, el dictaba palabras sueltas y cada uno las
escribía en su espacio de pizarrón. Luego, las corregíamos entre todos. Y nos
hacía sumar los puntos. Al final de cada mes siempre traía unos caramelos para
el equipo ganador.
Aprendí así que la “m” va siempre antes de “p” o “b” y otras
menudencias del idioma, pero lo más importante fue cuando nos dio una
redacción, como tarea, para la próxima clase. Tema: libre. Escribí, recuerdo,
un relato sobre el amanecer. Muy corto. De ocho a diez renglones. Cuando me
pidió el escrito, lo leyó con detenimiento y me dijo: muy bueno lo que ha
escrito. Tiene talento. Siga haciéndolo.
Y le hice caso.
*
Tal vez lo que quede simplemente sea el hueso,
el que hizo de sostén todo este tiempo,
antes y después de la caída,
de la aparición en medio de la tarde
–como una maravilla
de puro olor a jazmines–,
el hueso, en medio de un cielo
que no es cielo ni arte.
¿Porque cuántas vidas abarca una vida?
¿Cuánto amor puede guardar un cuerpo?
Pero el hueso sigue ahí,
en la espera, en la dicha,
en el borde de tanto,
como el ojo del tigre en la espesura
o un destello infinito
en el desierto.
*De Valeria Cervero.
-De la antología "Otros colores para
nosotras", compilada por Bárbara Alí y Roxana Molinelli.
-Valeria nació en Buenos Aires en
1972. Publicó cadencias (edición de autora,
2011); el libro-álbum escondidas
(Ediciones del Eclipse, 2013), en coautoría con la ilustradora Vivi Chaves; el agujero negro de lo dicho (plaqueta) y equilibristas (Colectivo Semilla, 2014); Sin órbitas (El Ojo del Mármol, 2016); madrecitas
(Barnacle, 2017); Seres pequeños (Hemisferio
Derecho, 2018) y Sibilejo (Editorial Maravilla,
2018). Compiló Poeplas. Antología de poesía argentina para
chicos (e-books; vol. 1, Poesía Argentina, 2013; vol. 2, Op. cit,
2017). Desde 2013 hasta 2017 llevó adelante la antología de poesía publicada
recientemente en la Argentina en el blog De lo que no aparece en
las encuestas. Participó de diversos proyectos de difusión de poesía
y crítica. Actualmente integra el staff de la revista digital de poesía Op. cit. y coordina Poeplas, Ciclo
de poesía para las infancias, junto a Vanna Andreini
y Florencia Fragasso.
LOS GATOS DEL BARRIO*
Los alegres gatos del vecindario se divierten/
persiguiendo al arco iris/ las mujeres corren desesperadas/ por la cañada del
día/ antes de que las aguas turbias de la noche/ les despeinen sus pulcras
figuras/ y, la voz de un vendutero/ entra al barrio/ como una tromba política.
/ Mientras yo/ espío con recelos/ ése nostálgico amor/ que se dirige
apresurado/ de camino a la carnicería. /
*De Daniel Montoly.
*
Pasa el tiempo y aún llevo
tallada
en el cuerpo la forma de los hijos,
la medida en mi brazo de su calorcito frágil.
Todos los hijos,
los que tuve,
los que no,
son dioses que nos forman
a su antojo.
Será
que la maternidad es una forja donde arde el corazón,
pero aún llevo grabado en mi cuerpo
el tamaño de mis hijos.
El de mis hombres,
no.
- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires.
Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Fenoglio (El Mensú, 2015)
La
hija del pescador (La
Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
Tranvía*
San francisco
y sus laberintos
Lisboa y el poeta mirando la tabaquería
y una niña en Buenos Aires que inventaba paisajes y lecturas
en infinitos viajes
el tranvía sube y baja
como un juego en las plazas de la infancia
a veces me siento
inmigrante en una ciudad
de la que no conozco la lengua
la tranquila belleza del
tranvía me regala consuelos
como un abrazo de hilos inconexos
que arman un mapa entre el
tiempo y el espacio
*
“Nos creemos demasiado las cosas, nuestras grandes
verdades, nuestras guerras, nuestras personalidades e importancia. Me gusta que
venga el humor a tergiversar todo, a poner las cosas con el culo para arriba, a
hacernos entender de una vez por todas, que el mundo es absurdo.”
Inventren
EL DIA QUE NOS AFANAMOS UN
TREN*
A los jóvenes compañeros ferroviarios
que protagonizaron la última y
Epopeyica huelga ferroviaria en 1991
— ¡Libra la vía! ¡Líbrala carajo, viene el tren! —grita desaforado
el auxiliar de la estación.
— ¡Es que de Control Central me ordenan no darle vía libre! si lo
hago, me van a sancionar, —contesta el Jefe de Estación con el rostro pintado
de miedo…
— ¡Librala cagón!, lo mismo nos van a rajar. No arruguemos, seamos
corajudos y no cobardes, po’carajo. ¡No aflojés, qué le vas a contar a tus
hijos, que te churreastes… qué te cagaste!
—¡No soy cagón! —Respondió el Jefe —Mis hijos saben quien soy. ¡No
soy cagón!… ¡No voy a arrugar! —dijo esto muy tocado y se abalanzó sobre los
Palos Staff (lugar donde se traba la vía libre) y le dio a la manivela,
destrabó y sacó la vía libre, la enganchó en el arco y con voz grave impostada
le dijo al auxiliar:
—Andá a la punta del andén, recoge la que van a tirar los
muchachos, yo les alcanzó en la otra punta el arco… ¡bocón de mierda!
—¡Bien macho, perdóname las puteadas! —pegó un grito el auxiliar y
se fue corriendo a la punta del andén de entrada, pero antes le dijo al Jefe:
—Enganchale un mensaje, ponele que nos vamos a comunicar con toda
la línea para que les libren las vías, y que muchas gracias por los
cojones…ponele que les doy un abrazo, mejor, que le damos un abrazo, que la gente
del pueblo se está arrimando… que en adelante toquen la bocina antes de entrar
a cada localidad, así va la gente, ¡y que viva la huelga carajo y que vivan los
ferroviarios!
—¡Apurate carajo que está el tren entrando en señales, dejá de dar
recomendaciones, tranquea carajo! —contestaba corajeando el Jefe de Estación.
Nada es fácil. Menos en tiempos de huelga. Y mucho menos cuando los
tiempos del paro se van agotando. Y menos que menos cuando la paciencia no
tiene resto, se acaba. Todo se pone árido y fastidioso. Es cuando aparece la
impaciencia que estaba agazapada. Porque los trabajadores son duales, sí,
tienen una paciencia-impaciente. ¿Se entiende? Siempre una vence a la otra.
Depende, sí, de quienes son los portadores de esa dualidad: bronca y prudencia.
—Estoy hasta las manos, ¿hasta cuándo? —vociferaba el Dante.
—Mirá, todos andamos igual, esperemos un poco —retrucaba el Esteban
(a) el chiclets; le decían así, porque no lo tragaba nadie, era muy odioso,
como el Mallevao Juárez, el de la seccional San Martín de la Fraternidad.
—Sí, meta resistir, meta resistir, pero todos andan cayetano, nadie
dice nada, nadie hace nada… y nosotros tampoco. Sólo movemos la lengua. —Juan
reclamaba apretando los dientes, le dolían los maxilares, las tribulaciones lo
tenía a mal traer.
Todo era intranquilidad. Es que este paro no era como el del 91. La
resistencia había aflojado, y en ese afloje la organización decayó y la
ansiedad creció, con ella la improvisación y la desazón. Los compañeros con más
experiencia, conscientes de todo esto, andaban mortificados. No era para menos,
de alguna manera, todos ellos cargaban responsabilidades adquiridas, bien
ganadas: nunca aflojaron ni se dejaron comprar.
Loco, hay que hacer algo, hay que llamar la atención —dijo uno del
montón que estaba sentado en el local del sindicato rodeando una mesa junto a
otros, con restos de comida, tazas sucias de café, envases vacíos, galletas
secas y otras húmedas. Los ceniceros repletos, cenizas como partículas de caspa,
estaban en todos lados, como los puchos consumidos hasta los filtros.
La luz mortecina del local acompañaba los diálogos con sordidez. La
bronca era mucha, las frases no eran coherentes, todas entrecortadas y llenas
de interrupciones: la impaciencia se abría paso. Como para no, si a la huelga
del 91, fue una acción que tuvimos que enfrentar a puro coraje, cojonuda;
cuando se desencadenó, hubo que apechugarla no más, así, de frente. Le metimos
el pecho todos juntos y ahora ésta. Para colmo toda la dirigencia nacional se
pasó para el otro bando sin chistar. Se venía la noche y sin luna.
¡Qué lo parió con las traiciones! De las incoherencias ¡ni
hablemos!
Saliendo del local, justo enfrente hay un boliche que nos supo
aguantar a los fraternales, esta vez cerraba temprano. El gallego presentía
algo fulero. Estos tienen un olfato que nosotros carecemos, decían los
compañeros. La verdad de ese cierre tempranero era que se había acabado el
fíao. Ya no más: Anótame Gallego, Antes, el yoyega nos esperaba hasta que
cerráramos el local, lo hacía gustoso. Fija que algo se morfaba. Pero ahora el
gallego presentía, sí, presentía, olfateaba malos aires… Algunos sospechábamos
que el gallego presentía, pero ¿qué? A pesar del interrogante, preferimos
callar. Todo nos daba mala espina. La sensibilidad brotaba, estaba a flor de
piel. Todo nos molestaba. Los diálogos estaban llenos de malos presagios.
—Algo hay que hacer, no podemos seguir así, penando, suponiendo… es
una joda, nos estamos haciendo bolsa entre nosotros; hay que buscar aire,
expresaba el Dante.
—Sí, pero qué, sí ¡qué!, estoy de acuerdo: pero qué… —el Esteban
estaba fuera de sí.
El silencio envolvió al grupo. Uno a uno se fueron parando,
saludando parcamente, comenzó el desbande, cada cual por su sendero. Dante y
Esteban eran vecinos, iban juntos caminando con cautela, muy en silencio, hasta
que uno de ellos se escapó de la prudencia y dijo:
—Y si nos afanamos un tren, una locomotora, hacemos algo con mucho
ruido… ¿ah? ¿No te parece? Porque así no se puede seguir: ¡La inmovilidad nos
está derrotando, estamos perdiendo sin pelear, mirá que joda: perdemos por
desgaste…
—Bueno, pero nos van a meter en cana no bien arranquemos ¿cómo
circulamos?, es una macana; no estamos solos en la vía, ¿cómo le hacemos a los
otros, ah?, ¿cómo los convencemos a los otros, para que no obstaculicen? ¿ah?
—el Dante preocupado frente a la propuesta, ni lo miraba al Chiclets, contestó
con interrogantes… no quería contrariarlo, era cabeza dura, pero eso sí, buen
tipo, corajudo, no achicaba, tenía lo suyo, pero no arrugaba nunca, y eso es
mucho en estos tiempos de huelga.
—Pensemos, que joder, démosle a la croqueta, al cerebro, que
funcionen, imaginemos, que joder… no supongamos siempre lo peor, seamos
astutos. Si nosotros tenemos todas las armas, y la principal es la solidaridad
de los cumpas, siempre estuvieron firmes en todas, que joder, nunca fallaron…
—insistía cada vez más el Chiclets.
—Todo te es fácil, todo te sale así; hay que pensar un poco, con
tranquilidad… —no terminó el Dante de expresarse, la impaciencia del Chiclets
explotó:
-¡Qué hay que pensar tanto, no hay nada que pensar!, se dice que
sí, que nos vamos a afanar un tren o una locomotora y que la vamos hacer
fantasma, y recién ahí, cuando digamos sí: pensemos, de cómo mierda lo vamos
hacer al afano. No, primero hay que pensar, ¿pensar qué? ¡Déjate de joder con
tanto pensamiento! Nos van hacer bolsa y a vos te van a agarrar pensando,
sentado en el inodoro, déjate de joder… Dante. El Chiclets pasaba a la ofensiva
seguro de su propuesta, que no era de él, sino de muchos, y eso el lo sabía: no
estaba solo.
La empresa Ferrocarriles Argentinos, había anunciado que el día 13
se iba a suspender sin fecha de reanudación el tren El Cuyano, antes lo
llamaban El Zonda. “Medida que dejaba sin servicios a tres provincias cuyanas,
además del sur de Córdoba y Santa Fé”. —Es una tocada fulera.
—Es una provocación, hay que tener cuidado…
—¡Cuidado, las pelotas…nos tocaron…!
—A vos, ¿te gusta qué te toquen?, ¡a mí no!
—Si, pero…
—¡Qué pero ni que pero…ni que carajo!
No había diálogos completos, todos se interrumpían, era una
aventura enhebrar algo, la paciencia se había rajado. La dualidad de la
paciencia-impaciente ya no lo era más. La impaciencia era la dueña de la
situación…
Que manera de putear todos, casi a coro, duró un buen rato. Al
tiempo, pero muy al rato, se fueron calmando los ánimos, y los insultos fueron
bajando el tono; serenando el aire, uno a uno, sí, pero sin perder la firmeza,
y la convicción de que algo había que hacer.
El Chiclets levantó la cabeza, lo miró al Dante, y lo invitó a mear
al patio de la seccional.
—Acá no hay testigos ni oídos de buchones, hablemos, hablemos de
una vez… ¿Y?, lo que te propuse… ¿Nos afanamos algo, si o no?, que haga ruido…
batime algo, no te quedes así, meta mirarme como si fuera una mina… ¿y?
—Bueno, pero antes de los antes, lo charlamos los dos, luego con
los más firmes, y así vamos armando todo, sin filtraciones, hay muchos
alcahuetes sueltos. Estoy de acuerdo, y te contesto: no te miro porque seas
lindo, porque si fueras mina, morirías virgen…
Del patio de la seccional se fueron callados, no dijeron ni a.
Había que conversar largo y tendido, pero tranquilos. Ver que se hace. Armar todo,
si se trataba del afano del tren o de una locomotora.
Mejor un tren. No vamos solos. El ideal sería El Cuyano, lo van a
cancelar. El pasaje de ese tren, cuenta, los van a despojar, se les acaba el
boleto barato; los guardas, el personal técnico serán sobrantes, seguro que los
rajan, no tienen otra, se van a plegar a la movida. Además pueden venir
compañeros en el tren, dentro y fuera del pasaje, exponía el Chiclets con
entusiasmo. Tenía todo en la cabeza. El nunca había descartado el tren o una
locomotora. Esto era espectacular. Porque eso de tirarse a la vías en Retiro e
interrumpir la salida no lo convencía.
—Me convenciste, querido masticable, veamos dijo un ciego,
—contestó el Dante.
— Veamos no más. Si es un tren hay que ver, ¿qué tren? Que locomotora
lo remolca, y quienes son los maquinistas diagramados, hay que convencerlos que
se hagan a un lado; y a los muchachos del depósito para que nos dejen sacar la
máquina…
Sí, hasta ahí todo bien, pero los cambistas, no los de salida del
depósito, sino los que enganchan y controlan la formación; ya hay mucha gente y
puede haber filtración… pero meta palo y a la bolsa. A trabajar. Se acomodaron
la camisa caqui y salieron muy dispuestos cambiando ideas, retrucándose, y así.
Primero hay que convocar a los de fierro: Juan el primero, que ya
estaba enterado y su compañera, una yoruga de fierro, medio hincha bolas, pero
es buena la charrúa. Mirá, venir del otro lado del charco, y hacer kilombo en
nuestra querida patria. Que dirían los gorilas de ella: que es una extranjera
infiltrada portadora del pensamiento artiguista…
—¿Extranjera la Diana?, es lo mismo que decir que Julio Sosa era
extranjero, o Francescoli, el Negro Cubillas o Walter Gómez, los que la rompían
en Ríver…no jodamos.
—Bueno, veamos de nuevo…
Se habló con los compañeros, no hubo un solo no, mucho entusiasmo.
No nos reunimos más en el local. Andaban muchos mirones. El boliche que estaba
enfrente de la seccional quedó deshabitado, el Gallego sospechaba, ¿en qué
andarán? solo eso.
El primer inconveniente surgió cuando fueron a buscar la
locomotora, se la habían llevado a Santos Lugares, ¿para qué? ¿Qué hacer?
¿Quién sabe?
—Bueno, es una joda. No nos detengamos, nos afanamos una locomotora
de la playa de maniobras, la enganchamos y chaú. Los cambistas de la estación
la van a enganchar, van a mirar para otro lado, no son vigilantes. Manos a la
obra.
Los dos, el Dante y el Chiclets subieron a una máquina de maniobra,
que estaba cerca de la casilla de los cambistas, rogando que este en
condiciones, con gasoil, grasa, arena para los frenos y esas cosas… Engancharon
el tren, todo era tensión. A los cumpas de apoyo les latía el corazón al ritmo
del motor diesel de la máquina, le controlaban las pulsaciones con si fueran
latidos: imposible. Ellos estaban acelerados, la máquina a ritmo acompasado
marcaba que estaba preparada y era cómplice de esta expropiación: se dejaba
raptar.
Llegó la hora. Desde el Cabín (cabina de señales) los señaleros
encendieron la luz verde de la señal de partida. Primer pitazo, el de
notificado. Arrancó el tren, se estiraba despacio, las osamentas tensionadas de
los fraternales crujían, se confundían con ese ruidal que genera un tren cuando
arranca. El Dante y el Chiclets, junto al Juan estiraban el cuello mirando para
atrás, por la dudas, por los imprevistos, porque uno nunca sabe y menos cuando
se afana un tren, y en tiempos de huelga: nada, sólo el andén lleno de gente
que remolineaba frente a los coches de pasajeros. Los tres eran buenos
maquinistas. Todo normal. El tren aceleraba pasando los entrecruces de las vías
de Retiro muy suavemente. Avanzaban sobre los puentes de Palermo buscando la
vía principal. Nadie hablaba. Juan vichaba los instrumentos. Todo estaba en
orden. El sistema de frenos, de la locomotora y del tren, normal. La totalidad
de las previsiones andaban sospechosamente bien.
En José C. Paz el primer inconveniente. Los plantaron entre
señales. Algo pasaba. La cana. Apareció la solidaridad de los compañeros
avisados, auxiliares y ferroviarios que esperaban el paso del tren, estaban ahí
por la dudas. Pasaron. Le libraron las vías. La jefatura ferroviaria estaba
alertada. Impartía órdenes de detención. Nada más que eso. Nadie de la línea
acataba. No escuchaban, había mucha descarga en los teléfonos. Nadie les daba
bola.
Avanzaron, pero en la estación Pilar la policía de la provincia de
Buenos Aires intentó pararlos. Los maquinistas mostraron sus credenciales que
los habilitaba y tarjetas varias para el uso de vías que se habían agenciado.
La policía estaba desorientada con tanta credencial. Intentaron hacer regresar
la locomotora. Pero ocurrió lo que decía el Chiclets, los pasajeros
intervinieron, era el último tren diagramado, y eso los hacía sentir mal,
venían discutiendo entre el pasaje. Se calentaba el pasaje. Nadie miraba el
paisaje. Por supuesto, entre los pasajeros, estaban los compañeros de apoyo que
incentivaban la discusión: eran como setenta los ferrucas arriba del tren, de
todos los gremios del riel, algunos políticos oportunistas que enancaron para
las fotos, después se bajaron.
Descartar este servicio era como descartar la zona por donde
circulaba. Eso significaba el desprecio por la gente de esa parte del
territorio que se iba instalando, poco a poco. La protesta de los pasajeros era
una manera de resistir, era resistir junto a los ferroviarios que no eran
pocos.
Las oficinas de control trenes ubicadas en Palermo hacían trinar
los teléfonos en forma compulsiva. En las estaciones, todos sordos. Se ganó esa
pulseada. En todo el trayecto fue operando la solidaridad de ferroviarios,
vecinos de los pueblos, de gente común llenaban los andenes. Situación que ni
los políticos ni el gobierno podían impedir.
—¿Y Juan?, como la ves. Es increíble. Nos afanamos un tren…
—Pero nosotros solos no, fuimos todos. Porque sino hubiera sido por
todos, porque todos pusieron el pecho a la balas, no estaríamos en este lugar.
Todos, es increíble, es así como lo decís vos.
Estoy emocionado —cuchareó el Dante mientras cebaba mate—, al
principio me parecía una locura. Es que es una locura, una hermosa locura…
somos todos locos.
—La locura es un placer que solo los locos conocen, decía un
grafitti en Villa Mercedes enfrente de la estación, se acuerdan, decía el
Dante.
—Sí, una locura resistente, —contestó Juan— militante. Es la contestación
a la tocada. No se si vamos a ganar algo con esta patriada, pero la rebeldía
ferroviaria quedará ratificada, no nos achicamos ante nadie, nunca, nunca…
carajo, —estaba conmovido, no era para menos, se movió despacio hasta la
ventanilla, sacó la cabeza. El viento lo estaba esperando como una fresca
caricia lo recibió, lo envolvió. El, el Juan se dejó estar por un buen rato,
esa corriente húmeda lo calmó, el alma se le fue aquietando, pero el corazón
seguía bramando, no era para menos; el Juan venía de ser miembro del Comité de
Enlace de la Huelga del 91, de ponerle el pecho sin claudicaciones, junto a
otros, de rechazar en conjunto coimas y prebendas. ¡Cuánto coraje, qué
altruismo! ¡Qué lo parió! Frente a tanta corruptela y mediocridad reinante. Es que
eran hijos de la clase obrera. Y eso no era joda.
—Juan, chupate un mate. Entrá la cabeza, vení, todos estamos igual…
es mucha la tensión, todo es mucho, pero bueno, los cumpas nos señalaron a
nosotros, y aquí estamos, dale, chupá el fierro, dale al mate, agarrá la
palancas, así me asomo ahora me toca a mí, voy a saludar al viento ferroviario,
tengo la cabeza caliente ¡qué noche, mirá como nos junan la estrellas!
—No es para menos, nos afanamos un tren, pero no para asaltarlo,
sino de puro rebeldes, de puros enculados, ¡como nos van a tocar así porque sí!
—el Dante le extendía el mate y le daba el lugar del conductor, con una palmada
en el rostro de yapa, con su mano tiznada de grasa llena de ternura.
El traqueteo del tren era normal. En cada entrada a las estaciones
aminoraban la marcha, gente en el andén, había que tirar la vía libre con
cuidado y recibir la otra. Mensajes, papelitos solidarios…Que de sensaciones.
Cada uno con la suya, y éstas que se mezclaban con las del otro. Esta vez nos
escuchábamos, no eran los diálogos nerviosos de la Seccional. ¡Qué manera de
interrumpirnos entre nosotros! Estábamos locos por la impotencia de no saber
como contestar a tanta mierda que nos rodeaba.
El tránsito de compañeros de los coches de pasajeros hacía la
locomotora, era incesante. No paraban de hablar. Habían cambiado el lenguaje,
ya no era soez, era puteador como corresponde, pero no grosero. Es que era
mucha la alegría por la expropiación. Es que no era joda, nos habíamos afanado
un tren con pasajeros y todo. Y a pesar de las órdenes de Control Trenes de
pararnos, la solidaridad de los compañeros de toda la línea nos hacía
proseguir. Era la complicidad de los trabajadores y el pueblo, sin ella, minga,
nos hubieran parado. Fuera del afano, eso, era lo más valioso: la solidaridad.
La locomotora se alimentaba a pura solidaridad, como si fuera un combustible
renovable, en cada estación éste se renovaba: ¡qué hermosura! La solidaridad
vence, nos une; ¡carajo qué si nos une!
—Ya estamos en Rufino, anunció el Dante.
—Hay muchas luces, y gente, mucha gente, y cana y la TV. —Juan
contabilizaba el andén..
El tren se arrimó a la estación despacio, con precaución. Los
lugareños ocupaban todo el andén. La locomotora como un felino, gruñendo, ronca
de tanto andar, entró en zona, centellaron los faros con sus ojos gatunos, se
iba a detener. Todo era precaución.
Había concejales en la estación esperando el arribo alertados por
dirigentes ferroviarios del lugar. La policía Federal quería detener a los
maquinistas. No pudieron. Más, la empresa resignada, autorizó el cambio de
locomotora. La vieja locomotora de maniobras había cumplido, llegó a Rufino, no
exhaló un último suspiro, sólo estaba cansada. Reemplazaron la vieja máquina.
Todos los fraternales la despidieron con un beso en su carrocería; ¡sos una
hembra de puta madre! Creo, digo, todos creyeron que ella sintió el afecto, la
tibieza del agradecimiento, debe ser, por eso que nunca dejó de ronronear su
cansado motor.
Arrancaron de nuevo, entre vivas y aliento popular. Todo parecía
normal. La respiración se aquietó, la paciencia se asomó de nuevo, pero no
mucho. Había muchos kilómetros aún por andar.
Diana, de voz ronca, fumaba y hablaba a la vez. No paraba. Alentaba
a todos. No decaía nunca su firmeza ¡Qué mina la yoruga! Discutía con todos, es
una ferroviaria consorte, no lo parecía: era ferroviaria.
Todo parecía rutina. Los andenes llenos de público de los pueblos.
El tirar y recoger el palo staff de la vía libre, los gritos, los mensajes. El
arco circular de la vía libre era recogido con suavidad, cubierto con papeles
anudados, todos con soplos solidarios, ni una queja. La ansiedad de nuevo,
aparecía como fenómeno nuevo, que no lo era.
—¡Ja! En algún momento nos van a detener…
—¿Vos crees?, si ya nos dejaron pasar por un montón de lugares, no
lo creo…
—Este afano es un ejemplo de mierda…
—Pude haber contagio…, digo, en una de esas el ejemplo cunde.
—No nos van perdonar…
—Le devolvimos la tocada…
—Bueno, si así pensamos, no seamos giles… no nos descuidemos.
—Hay que estar preparado…
Así, de esa manera, se instaló esta conversación que ya era
preocupación. La ansiedad de la llegada que tiene todo maquinista no estaba
presente.
Esta preocupación era lo central: La represalia. Bueno, basta de
charla, a prepararse, —sentenció el Dante.
—Hay que ser astutos. Ellos tienen la fuerza. Nosotros la picardía,
la astucia, los compañeros, los vecinos de los pueblos…
—Deben estar calientes, le afanamos el tren en sus narices…
—¿Y los alcahuetes?
—Los van a echar a la mierda, que se jodan por buchones, son unos
baratos…
Comenzaron, entre rueda y rueda de mate a cambiar ideas, de cómo no
dejarse agarrar si nos paraban. Dedujeron que sería en una estación de una ciudad
importante.
—¿Cuál?, ya hemos pasado unas cuantas.
—Sí, pero no tan importantes…
—La que viene es Villa Mercedes, es grande…
—Hay muchos compañeros… que saben de nosotros.
—Están avisados… y algo estarán preparando, confiemos.
—Seguro que están organizando algo, no se que, pero algo…
—Por las dudas, entremos en señales despacio, no sea que nos estén
esperando…
No había aflicción, sólo la preocupación de no regalarse. Estaban
total y absolutamente convencidos que este afano no era una aventura. Era un
acto militante, resistente. Sobre eso nadie tenía una pizca de dudas.
Todas las miradas se pusieron en paralelo con el haz de luz de la
locomotora. Era un vistazo cadenero, al lado del raudal principal. Querían
llegar antes que el penetrante faro de la máquina. Oradar la oscuridad, ir más
allá, percibir por anticipado la quietud de la luz de las señales. A los ojos
rojizos por el cansancio se le sumaba el del esfuerzo, ese, el de fijarse que
se movía entre las sombras. Se aplacaban las voces, quedó sólo lo gestual.
Cansancio y preocupación.
Villa Mercedes podía ser un tapón. Comenzaron a prepararse.
Acomodaron sus bolsos. Limpiaron el mate, se ajustaron la zapatillas —por la
dudas— uno nunca sabe si hay que rajar, que no es cobardía. Alertaron a los
setenta compañeros que iban de apoyo y éstos previnieron a los pasajeros: algo
podía ocurrir. Muchos de los viajeros se exaltaron y aprobaron resistir la
detención de los compañeros, o lo que sea. Se disciplinaron a los compañeros de
vagón… con un: ¡para lo que gusten mandar!
A lo lejos se podía apreciar un aura circular amarillenta, era el
reflejo de la ciudad. Nos estábamos acercando a Villa Mercedes. El Dante corrió
la manivela, la sacó del punto ocho de aceleración y dejó que el tren se
deslizara, sólo tomó con fuerza la palanca de los frenos. Se cambiaron la ropa
de maquinistas, el verde caqui despareció.
Una poderosa linterna se movía en la señal de distancia, alertando
con cambio de colores, que se debía aminorar la marcha. El Dante fue aplicando
los frenos suavemente. Varias siluetas se dibujaban a pesar de las sombras, la
tenue luz de las señales bajaban desde la altura marcando contraste con la
silueta de los compañeros. Abrieron las puertas de la locomotora. Subieron dos
de ellos.
—Está la gendarmería esperando. —dijeron, casi sin saludar.
—Los van a detener. —repitió otro, este sí, saludando
—Han bloqueado todo. El paso a nivel de entrada esta bloqueado…
—Los que manejaban deben irse, rajarse. En la otra señal hay cumpas
esperando con unas camionetas.
—Sí, ¿pero quién ingresa el tren?
Todos mudos. Alguien debía arribar la formación con cuidado. Era un
tren de pasajeros, no era joda. Todos mudos. Nadie quería caer en cana, pero
nadie pensó en arrugar.
Una voz ronca sobresalió:
—Yo lo ingreso…
—¿Vos?
—Sí, yo, ¿qué hay?
—¿De dónde y con que herramientas…? —malhumorado, el Chiclets la
increpó.
—Soy la compañera de Juan, y él me enseñó ¿cómo qué de dónde?
—altanera y segura Diana, comenzó a cambiarse la ropa delante de todos.
—Dame un ambo verde, de cualquier talle, todos me van a quedar
grandes.
Mudos, abrieron los bolsos los curtidos y templados maquinistas y
le ofrecieron la ropa. Primero las olió, estaban hediondas de sudores. Todas le
quedaban como bolsa, grandes de talle, se arremangó… y ahí no más estalló la
risa.
—De que se ríen boludos. Movete, dejame tu lugar, —le dijo al
Dante.
—Sí, mirá, tené cuidado… no terminó la oración. Diana se había
sentado como una experimentada maquinista. Diana, la uruguaya tomó la conducción
del tren. Uno a uno, los expropiadores, se fueron descolgando en medio de
ahogadas risas…
Diana, con su pelo rubio al viento, con medio cuerpo afuera, fue
arrimando el tren despacio, aplicó suavemente todos los frenos, en medio de
aplausos. El andén estaba colmado. El pueblo agolpado aplaudía y gritaba. La
Gendarmería intentó detenerla. Al no ver a los maquinistas la descuida y se
corren al interior de los coches. Otros, suben al tren para detenerlos por si
se encontraban entre los pasajeros. Ya no estaban. A Diana, los ferroviarios
puntanos la tomaron del brazo, la soliviantaron, la cubrieron con un capote de
lluvia de los cambistas y la hicieron invisible.
Muchas horas después, por turno, regresaban por distintos medios a
la Capital, bien comidos, bebidos y bailados. Los compañeros de Villa Mercedes
los festejaron en el Rotary Club, habían alquilado el quincho para un festejo,
lugar impensado de ser buscado y de que los ferrucas fueran miembros. Bailaron.
Los expropiadores bailaban, es decir, los maquinistas también bailan y cantan,
en la lucha y en la alegría.
Regresando todos iban durmiendo. Todos tenían una mueca rara en ese
dormir: se reían, regresaban en el mismo tren, pero de pasajeros.
Nunca los agarraron, los puntanos los hicieron inmateriales.
Al Dante y al Chiclets, los iban a procesar por “robo del tren”.
Ferrocarriles Argentinos extendió la fecha de clausura del tren. En la Cámara
de Diputados, radicales y de otros partidos presentaron un proyecto de
resolución preguntando por el episodio y sobre el cierre del ramal.
Así luchaban los ferroviarios contra las privatizaciones. Estos
hechos, desmienten, antes y ahora, a aquellos que dicen que nosotros los
ferroviarios aceptamos en forma resignada este saqueo privatista. Esta fue una
de las tantas maneras de resistir con todo el cuerpo social ferruca. La
Resistencia Ferroviaria se hizo presente en todo momento, nunca desfalleció ni
ante la perspectiva de una futura derrota. No nos vencieron. Esta derrota es
parte de un mismo proceso de lucha, que prosigue, y que no me caben dudas:
ganaremos. Ganaremos a pesar de las traiciones, de los conversos, de los
vendidos por una moneda vil. Los ferroviarios somos parte de esa larga
tradición de lucha de la clase obrera argentina. Años les costó a los explotadores
pretender domesticar a la rebeldía popular, no pudieron. Por eso, todo germina
de nuevo, y la clase obrera en forma particular, que en su dimensión
dialéctica, siempre renace de sus cenizas, demostrando que no hay un fin, sino
un recomienzo más dinámico. Dando así la respuesta más rotunda a ideólogos
oficiales, reconvertidos, y a la cobardía intelectual de algunos.
Bueno, esta es una parte de la vida en el terraplén, la lucha
continúa, la vida, la amistad y esas cosas invisibles de los terrapleneros.
* JUAN CARLOS CENA. De su
libro: -CRONICAS DEL
TERRAPLEN.
-Próximas estaciones de escritura:
KM. 55.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO
VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO
MIDLAND.
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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