domingo, junio 28, 2020

EDICIÓN JUNIO 2020



*Obra de Sandra Caschera.










*


Ahora, dentro de un instante,

el hoy será pasado.

Giró la tierra infinitas veces

sobre su clave musical

canta ahora, en plena noche

una canción rotunda, serena, inaugural.


Será necesario aprender a escuchar.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar











*



No sé cómo decir la noche, su manto con pequeños brillos, la negrura que corta el aliento. Y el día, esta mañana dulce. El sol entibia todo lo que deseo, y lo que temo. No sé cómo decirlo, el día. Ni el sol. No sé qué hacer con las palabras.


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Pienso en Pablo, se fue hace tanto. Tampoco sé qué decir de Pablo. Las palabras me acercan y me alejan. Nombrar la distancia, ese tiempo suspendido desde aquel día. 13 años y 3 meses. 159 meses. Ahora es un extraño, no conoce a sus hijos grandes. No lo conocemos. Descubrir esa ajenidad es una sorpresa, como si fuera otro, no sé explicarlo.


………………………………………………


Del amor cada vez puedo decir menos. Se secaron las palabras. O se mojaron de más y parecen pasas de uva. Arrugadas las pobres se agotaron (se cansaron sí, y se acabaron, valen las dos). A veces vuelven pero son huidizas, trato de atraparlas, se escabullen.


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¿Decir de qué? ¿Y si se acabaron las palabras, todas? ¿Y si ya no hay algo para descifrar? ¿Y las preguntas? ¿Si no hay más preguntas para buscar el hilo de esta loca vida, el hilo de las risas, el hilo de las penas o del dolor? Quizás haya que buscar en la tierra, ensuciarse los pies, llenarse de sol o de lluvia, que el barro cubra la piel dormida.

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Si se acaban las palabras voy a sentarme y a dejar que el aire me envuelva y me respire, que el cielo me proteja y me capture y me convierta en una más de sus estrellas. En una luna redonda, brillante y enorme. En los árboles de la plaza. Si se acaban las palabras seré un arbusto pequeño o un pozo en la arena o un animal o un bicho, pero no cualquiera. Bichos de luz, noctilucas. Algo que ilumine y muestre y rompa la pura oscuridad.




*De Celina Feuerstein. celinafeuerstein1@gmail.com




-Celina nació en Buenos Aires. Es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y trabaja como psicoanalista. Algunos de sus poemas se publicaron en la Antología de Poesía Federal de la Ciudad de Buenos Aires. Participó en el poemario Martes verde, del colectivo Poetas por el derecho al aborto legal. En marzo del 2018 publicó el libro de poemas La casa vacía, por la editorial Caleta Olivia. En 2020 sale De qué se trata el otoño en mi ventana, su nuevo libro de poemas, por Modesto Rimba.















FELISBERTO NO SE PARECE A NINGUNO*



*Por Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com


La vida del escritor uruguayo Felisberto Hernández (Montevideo 1902-1962) parece haber salido de su propia literatura hecha de equívocos, de fantasmas y de empecinamientos pueriles por contar no lo inasible sino la materia con la cual se pretende representarlo.
Si bien la actividad literaria no es algo que quite el sueño a los burgueses, en el caso de Felisberto Hernández “su estar en el mundo” pudo ser una intolerable seguidilla de malentendidos kafkianos donde no logró ser reconocido mientras vivió.
Justamente un trabajo del crítico Jorge Panesi se titula “Un artista del hambre” parafraseando un relato del praguense inmortal, ya que Felisberto Hernández se ganaba la vida tocando el piano en remotos tugurios de provincia, amenizando las películas mudas de entonces o dando conciertos en pretenciosos centros llamados “de cultura”.
Felisberto tuvo tres pasiones excluyentes: la música, la literatura y las mujeres.
Nadie entendió nunca cómo este hombre que llevaba en sí a un niño caprichoso y glotón pudo seducirlas con tanto éxito y tan sordamente durante toda su vida adulta. Tal vez sin el apoyo de cada una de ellas no hubiese podido producir una de las obras más originales y más fascinantes de la literatura escrita en español en los últimos cien años. La escritora mexicana Rosario Ferré escribe: “tenía una capacidad sorprendente para suscitar una gran ternura en las mujeres, aunque luego les hacía la vida imposible(...) las mujeres se enamoraban de él, llevándoselo a vivir con ellas a los sótanos de sus casas familiares, donde harían lo posible para mantenerlo y protegerlo”.
Su literatura que fue inexistente como difusión en todo el continente, apenas fue marginal en su propio país. José Pedro Díaz, uno de sus primeros biógrafos y críticos ha dicho al respecto. “Los pequeños libros que publicaba tenían siempre algo de esotérico: eran apenas existentes, a veces anotaciones mínimas sobre un sesgo de una situación, a veces pequeñas historias míticas, irónicas y filosóficas a la vez. Su quehacer más permanente y ostensible era la música.”
Es Díaz precisamente quien primero traza un ordenamiento de la obra de Hernández y la divide en “tres grupos de libros que se corresponden, además, con tres modos de presentación: sus cuatro primeros libros fueron ediciones de autor y lo constituyen sendos libros sin tapas: “Fulano de tal” (1925); “Libro sin tapas” (1929); “La cara de Ana” (1930) y “La envenenada” (1931). El segundo grupo está integrado por dos únicos relatos largos: “Por los tiempos de Clemente Colling” (1942) y “El caballo perdido” (1943).
Estas ediciones ya no son de autor sino que las financian sus amigos y que llevan un sello editorial de fantasía.
El último grupo lo integra el resto de su obra. “Nadie encendía las lámparas” (1947) que le editó Sudamericana, fue el único libro que en vida se distribuyó comercialmente. A este grupo pertenecen “La hortensias” (1949) y “La casa inundada” (1960).
En la edición de sus obras completas que Arca de Montevideo diera a conocer en cuatro tomos entre los años 1967 y 1970, justamente en su tomo cuarto aparece el largo relato inédito hasta entonces, titulado “Tierras de la memoria”, que aparece con un postfacio de José Pedro Díaz, que no tiene desperdicio por el rigor crítico que tiene, además el mérito de iniciar la cada vez más creciente crítica hernandiana.
Su última etapa es considerada realmente fantástica, como “hermano bastardo” y tardío de los grandes del género en el Plata: Macedonio Fernández, Bioy Casares, Borges, Quiroga y Cortázar.
Carlos Martínez Moreno pudo decir que Felisberto, en un país de literatura realista, “fue la vanguardia de un solo hombre”.
Lo cierto es que la literatura de este hombre distraído, que fue dándose a conocer, trabajosamente, durante 40 años a través de ignotas apariciones de 100 ó 200 ejemplares llegó a convertirse con los años en un escritor de los llamados “de culto”.
El filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira había comentado cuando apareció “Libro sin tapas”, su segundo volumen: “Posiblemente no haya en el mundo más de diez personas a las cuales les resulte interesante la obra de Felisberto Hernández y yo me considero una de ellas”.
Como casi siempre la “Institución” literaria (esa corporación de rinocerontes) haciendo gala de su eterna miopía y su resentimiento, esta vez en la voz de Emir Rodríguez Monegal, pudo comentar: “Su eterno desaliño y su desconocimiento de la sintaxis”.
No es para preocuparse, también fueron tratados de brutos Shakespeare, Cervantes, Dostoievsky y, entre nosotros Roberto Arlt.
Como si todos ellos hubieran sido traspasados por las musas y sólo hubieran prestado su mano para escribir esas bellas páginas que la humanidad no dejará morir, para decirlo con palabras de Borges.
Lo cierto es que Felisberto Hernández nos dejó una obra que, pese a no tener ningún punto de referencia con la Historia ni con el mundo circundante, produce una sensación de perplejidad al remitir a la expresión de un narrador generalmente en primera persona que cuenta mientras observa la animización de los objetos, la relación que tiene no con la memoria sino con la enunciación con que aborda la memoria, una relación con la literatura que él mismo llamaba “su misterio”.
La literatura de Felisberto no tiene ni antecedentes ni seguidores. Aunque yo he creído percibir entre nosotros a Hebe Uhart, que en algunos momentos presupone un asombro similar al que experimenta Felisberto ante la cosa narrada. Pero creo que allí se acaban las coincidencias.
Felisberto Hernández recibió, pese a la casi nula difusión de sus escritos, la admiración incondicional de grandes hombres de las letras: Jules Superville, Roger Callois, de Cortázar quien prologó una edición de sus cuentos en Barcelona, en 1973 y de Italo Calvino quien escribió el prólogo a las obras traducidas al italiano del escritor uruguayo. Fue justamente este último quien estampó para siempre: “Felisberto no se parece a ninguno”.













12 *



Desde Buenos Aires

hasta Luxemburgo hay 11. 318 km.

Te lo digo lento: once mil

trecientos dieciocho

kilómetros.

¿Cuánto fulgor cabe en el cuerpo desnudo

si se lo mira detenidamente?



¿Y cuánto escribir

para alcanzar tu mano?



*De Noelia Palma. noelia261984@hotmail.com
-De Luxemburgo



-Noelia nació en Morón, provincia de Buenos Aires, en octubre de 1984. Textos de su autoría fueron publicados en diversas antologías y revistas digitales como Digo.palabra.txt, Letralia, entre otras. Realizó talleres literarios con Alberto Ramponelli y Eduardo Espósito.
Su primer libro de poemas, “Que la muerte nos ampare”, fue editado por Francia Ediciones en 2017. Tradujo a Charles Bukowski desde 2011 y en 2017 publicó junto a Editorial Postales Japonesas su primera antología bilingüe: “Solo con todo el mundo”. En noviembre de 2018 editó en Ombligo Cuadrado “0034-Buitre hacia la nada”, que consta de dos libros en un solo ejemplar. En junio 2019 la editorial cordobesa Mascarón de proa publicó “La casa”.

















JARDÍN DE SEÑALES*



Por las noches
escucho los crujidos
de sus alas
azuzando a la soledad
a unírseles

Y distante
entre la conmiseración
de los árboles
las veo que bailan
felices, sin importarles
la fatua indiferencia
del fuego

o, la ociosa curiosidad
de un hombre
que intrigado exorciza
la total indiferencia
del lenguaje


*De Daniel Montoly.














RENAZCAMOS*




Yo no creí que luego de Áspero vendría Reseco. Aluciné que Áspero era una temporada de años acostumbrados a repetirse a sí mismos. Que la llegada de los invitados itinerantes Amargo y Frío serían cosa de contar con los dedos de una mano. Pero armaron su carpa bien cerca de nuestro hogar y se aparecían. Incluso alguna vez se quedó a vivir Amargo mientras los días eran una colección de oscuras columnas apiladas.
Calor no vendría nunca más como al principio, eso sorprendió porque más de una vez había amagado con reaparecer entre las telas de la cama. Pero no era más que tibieza, humedad o el calor atmosférico en fricción con la piel. En el recuerdo no quedaba el corazón a saltos y las partes disponibles de la anatomía ya no lucían alegres. Nunca como durante aquellos siete años que se convirtieron después en explanada sin retoques, en meseta.
Aridez se dejó estar, apoltronada entre todos los objetos de la casa y al aire del sol se resecó más convirtiéndose en una Aridez de otro planeta, sin aguas en las profundidades de la tierra, diferente, reinventándose a sí misma. Lo curioso es que no se quebraron los frutos ni las flores, lo asombroso es que Aridez los encontró pendiendo de su biología y los petrificó en su estado inmortal. Cosa de recordar, siempre recordar. Aunque duela. Por los recuerdos de las flores, de los brotes que prometían y que se quedaron ahí encerrados en sí mismos, mirándose la existencia, impotentes para crecer. Hermosos y muertos.
Vientos. Una vez soplaron vientos sobrenaturales. Lo que quedaba fue desapareciendo. Quizá debí haber puesto una campana de cristal sobre cada tesoro, como el Principito lo hizo con su amada rosa, quizá debí procurarme muchas campanas de cristal preparándome para el momento. Había tanta, tanta belleza que cuidar aún. Pero arrasó, Viento arrasó con casi todo. Aún hoy encuentro restos de aquellos días.
Desolación llegó. Y nunca se fue. Se quedó a vivir en un lugar que no consigo identificar. Quizá sea nómade, pudorosa o evasiva, lo cierto es que permanece y no hay modo de que desaparezca.
Cuando llegó Agua no dio tiempo. Una noche, sin preludios ni intuiciones llegó. Pero no se acercó a la puerta y nos visitó amablemente, como era costumbre entre tanta tierra partida. En lugar de esto se reveló y se fue metiendo adentro de lo más interior, metida inevitablemente allí donde no debió entrar nunca. Y arrasó con los colores que quedaban, con los recuerdos que sobrevivían a tanto. Y el moho invadió las superficies y cada parte nuestra se humedeció y no pasaba un día sin que alguien encontrara colores desteñidos. Se pudrió el agua estancada y fue costoso remover cada parte putrefacta, secarla al sol, renovar lo salvado y hacer que no había pasado nada, que los otros no sufrieran por esa imagen del agua llevándose todo.
Ahora vislumbro un verde nuevo entre el abandono, un brote que comienza su ascenso en busca de sol, insistiendo para volver a la vida. Quizá, como en los incendios, diez años pasen y las tierras recobren su vida igual que las personas y crezcan especies aún más vitales y los colores tengan otra belleza inusitada. Quizá la línea empiece a dar saltos y el círculo se cierre.
Hay que esperar. Tener ojos para ver qué viene luego. Si llegara Tierra con sus bailes no quedaría estructura para cobijarnos. No hay refugio que te cuide de perder, perder lo propio, adentro y afuera. Habrá que acostumbrarse a olvidar el sabor y la sensibilidad térmica para no ponerse triste. Habrá que seguir andando para poder descubrir otra belleza de esas que se convierten en nuevos recuerdos para tener presentes, como un prendedor, un anillo que acompañe en los caminos para escapar de lo más espantoso de la vida. Quizá el círculo al fin cierre. O renazcamos.



(De Intemperie)


*De Lorena Suez. suezlorena@gmail.com



- Lorena nació en 1975 en la Ciudad de Buenos Aires, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social.
En 2016 publicó Intemperie, su primer libro de poemas, por Viajera Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde el Mandarino” de la Antología Tetas. Historias de Pecho, por Textos Intrusos. Hace varios años es convocada para leer en la Feria del Libro, en ciclos de poesía, programas de radio y eventos artísticos. En 2018 publicó Mis Vendavales, su primer libro infantil por la editorial Peces de Ciudad. Con Mis Vendavales viajó a España y presentó el libro en diversos espacios como bibliotecas, radios y librerías, alcanzando a un gran público infantil. Hoy, se encuentra escribiendo un libro de ficción para adultos y dictando un taller sobre “Las emociones en la palabra escrita”.













*




Digo
de mi pecho en lluvias,
de mi vientre donde la luz celebra su fiesta de colores,
digo
de mis piernas que no aprendieron del arraigo,
de mi cuello siempre extendido hacia mañana.
Digo
de mi espalda y su vértigo de cerros,
de mis manos que bailan,
digo
de mis pies de mansas alegrías,
de mis hombros pulidos por el viento,
digo del aire feliz de mis axilas,
de mi sexo de júbilo,
digo
del hueco donde mi nuca desprende su promesa.
Digo de mi cuerpo extendido sobre el mundo,
de mi cuerpo que dice lo que callo.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com


- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador  (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.












PANTALONES CORTOS*



*Por Jorge Isaías. jisaias4646@gmail.com


Del estruendo pertinaz de las cigarras en aquellos veranos en que los callejones sombreaban con sus paraísos el paso de las iguanas y los cuises, vienen a veces nuestros más gratos recuerdos. Decir gratos no es asegurar que fueran grandes o importantes, sólo desmesurados en la memoria, porque en aquel tiempo todo era mínimo, acotado y lo único realmente grande o muy grandes eran los sueños.
En las siestas entonces iríamos en bandita traviesa hacia las cañadas de la zona. En especial la del “Gordo” Compañy, que era la que teníamos más cerca. Allí íbamos, a meternos en esas aguas barrosas, festoneadas de juncos y espantillos y cortaderas, y al grito mezclado de las diversas aves acuáticas –entre la que sobresalían por su cantidad: garzas, gaviotas y bandurrias- para luego emprenderlas por las quintas vecinas a probar el sabor de las negadas y preciadas sandías. Un golpe en el suelo y se partían. Tratábamos de hurtar las que estaban debajo de las guías y las hojas, porque las que estaban al sol hervían, así que nos sonaba en los oídos las prevenciones de nuestras madres: no comer sandías calientes porque descomponen el estómago. Sabedoras que no nos podrían sacar esa costumbre de “distraer” alguna de ellas de las seductoras quintas de los alrededores.
De las cosas que recuerdo en ese tiempo está la ropa.
Mi madre me vestía, -fruto de su industria- con las ropas de trabajo que mi padre no usaba ya. O cualquier género mostrenco que apareciera por sus grandes bolsas de retazos que traían en sí tal vez irrecuperables historias muy difícil de precisar.
Los pantaloncitos que me cosía con la vieja máquina inglesa marca White –que permanece muda en la vieja casa paterna- tenían un solo bolsillo, para llevar el pañuelo, pero yo, como los otros chicos metíamos allí preciados tesoros: figuritas, bolitas queridas o simples recortes de hierro para la gomera que pedíamos en el taller de don “Pepe” Giuliano y que eran proyectiles mortíferos para tanto pájaro inocente. Esta costumbre de poner objetos allí nos traía un inconveniente mayor: cuando corríamos había que hacerlo con la mano derecha apretando ese bolsillito (por lo demás no muy generoso) para no andar regando nuestras cosas amadas.
Y oportunidades de correr había de sobra: cuando nos corría alguien más grande y había que tomar distancia, cuando robábamos las frutas de don Clemente Gerlo o por cualquier situación que nos presionara en acción inmediata. Cuando jugábamos al fútbol hacíamos un hoyo pequeño en la tierra y allí cada uno ponía su tesoro individual.
El “Juanca” López, tenía una forma de correr, muy cómica, lo hacía a los saltos, como si galopara, pero era el más rápido, con esa forma que nos producía tanta risa. El “Juanca” López fue el primero de nosotros que abandonó este mundo. No tenía treinta años y hoy, tal vez, yo sea el único que lo recuerda. Todavía saltan en mi memoria sus atajadas cuando se tiraba en los penales, sin miedo, con ese flequillo que doña Rosa, su madre, le cortaba de vez en cuando para que el pelo no le cubriera los ojos. Era hijo del “Boca de Bronce”.
Juan, ya te perdoné el medio piñón que me pegaste cuando nos peleamos por aquella bolita. Digo “medio” porque moví justo la cara para que no me dieras de plano.
Recuerdo que pasaste al arco cuando Roberto Vega se mudó de barrio, pero siguió llevando al “Jazmín” en el corazón, según siempre me reafirma.
¡Cuántos milagros produjo mi madre con esa máquina de coser!
Una vez leí que Eva Perón enfatizaba en aquella mítica “Fundación” para que cada mujer pobre tuviera “su máquina” de regalo. Doy fe que sabía el por qué.
Mi madre nos cosía a los tres: a mi padre, a mi hermano y a mí. Y también nos tejía primorosos pulóveres, ya cerrados, ya con botones y también bufandas para la helada de junio y gorros de lana, muy gruesos.
Los guardapolvos los heredaba de un primo segundo, Hugo Ciccarelli. Salvo en sexto grado cuando me cosió uno con tela nueva para recibir el diploma de finalización de primaria. Me hubiera gustado tenerlo, hoy, pero mi hermano lo usó hasta gastarlo.
Los que creen que escribo estas palabras con algo de tristeza se equivocan, porque nosotros nunca nos enteramos de que éramos pobres, digo, mis amigos y yo.
Si en esa humildad orgullosa no había carencias.
Y además teníamos todo a mano: el aire, el cielo, los árboles, todos los sueños que en nosotros cabían.
Y los mejores crepúsculos que tuvo el planeta, como hoy tengo el recuerdo de una madre amorosa aunque lamente que no pueda lagrimear leyendo este homenaje a sus manos, que eran las más hacendosas del mundo.













CELEBRACIONES*



Niña. Mujer. Muchacha sin abrir
Razón del territorio de lodo.
Celebremos.
Espejo. Agua de luna.
Arquetipos de suelos que no duermen.
Cae una estrella. Mírala. Pide un deseo.
No mientas. No mires hacia abajo.

Celebraciones.
Ora por mí. Ora por ella. Ora por él.
Velas encendidas y olor a cera.
Padre y virgen de yeso. Mujer de los veranos.
Infancia degollada. San Antonio de Bronce.
Apriétame la mano. Nietzche es solo un hombre.
También Cristo y los cristos terrenales.

Celebremos la luz.
La fosforescencia de los huesos.
Los soles incendiados en tu vientre.
Sé pasionaria, violeta de los Alpes, madre selva.
Celebremos la lluvia.
Regreso al valle de los umbríos lechos.
Escucha su sonido, pon tu mano y la mía.
Sé cántaro, alcarraza, ánfora.
Bebe niña, bebe y ofrece la sed al forastero.

Celebremos la muerte.
Niña, mujer, muchacha de los sueños de lluvia.
Si, lo sé, no es fácil definir la muerte.
No es fácil definir la vida.
Sé mariposa. Paloma. Reloj de arena.
Razón del barro. Razón de los cantares.
Haz el amor, eternamente.
Celebra. La muerte solo es un eufemismo
Una ironía de la vida, un rodeo.
Solo un rodeo.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com














INTERVALO LÚCIDO*



El hombre se detuvo con brusquedad en el centro mismo de la masa hormigueante que corría por la larga avenida, sobresaltado por la súbita revelación que acababa de herir su conciencia. Primero con perplejidad, luego con horror, miró hacia uno y otro lado, y el espectáculo escalofriante de la multitud que se desplazaba raudamente a su alrededor lo estremeció.

Como una legión demencial de maratonistas, millones de figuras deshumanizadas avanzaban en idéntica dirección, con la vista clavada en un horizonte distante que nadie alcanzaba a divisar. "¿Para qué corremos, entonces?", atinó a preguntarse, asustado. "¿para qué corremos todos, si ni siquiera sabemos hacia dónde vamos?" Pero apenas un instante después, reanudó la carrera con redoblado ahínco. La humanidad se alejaba y él se estaba quedando vergonzosamente atrás.



*De Alfredo Di Bernardo.















*


La locura enreda los pensamientos como en el sueño. La odiamos porque cuestiona nuestras verdades, mandatos, convicciones. Porque odiamos cualquier enfermedad y más la del centro del cuerpo que es el cerebro y porque tememos volvernos ajenos, otros. La odiamos como hacían los griegos porque es "hybris", desmesura, barbarie. La expulsamos como si fuera materia de endemoniados, como si hiciera peligrar nuestra vida. La escondemos como algunos animales ocultan sus deyecciones. No queremos ni oír sobre ella, ni mirar a quienes la padecen o gozan. Los poetas, sin embargo, prestan un oído más fino y descubren otro mundo irreconocible, un excedente de sentido. Y porque poesía, arte, música es delirio, perturbación, aguja sobre la piel del mundo.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com












Inventren



-Próxima estación:


JUAN TRONCONI.


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.



***


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:


ELÍAS ROMERO.


KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.
LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.





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