*Foto de Liliana Sboci.
“Bosque de lengas cerca del lago Baguilt”
Madre e hijas*
*De Mercedes
Araujo.
Otoño se imagina niebla
en el jardín de suculentas
un cielo frío y sereno
lluvia tropical
se sueña
la madre exalta ese pequeño
y delicado asunto
de tejer, enlazar
a veces recto y otras curvo
mientras dice: ciertas flores
son preciosas
como tormentas
o ¡qué barato es tejer!
¡qué barato es
hablar de un viento!
así la madre decreta:
nacidas y criadas
en las pausas
del desierto
hinojo para las penas.
Yo quiero mi té de burro
dice una
–y la otra–
qué delicia, voy a llevar dos gajos
¡trinitarias para la ausencia!
Hay plantas mágicas
pero hay otras
que no te dejan mentir
aunque quisieras
y te deforman el pie o el alma
si para no llorar
estás riendo.
*Mercedes
Araujo (Mendoza, 1972)
-Dicta talleres de escritura creativa en la
UNA. Profesora de Derecho ambiental y Derecho de la cultura y el patrimonio. En
el libro Todo lo que deba ser
transparente, será transparente, acompaña con sus fotografías los poemas de
Patricio Torme (Ed. Palabrava, 2020). Sus poemas forman parte de varias antologías,
entre otras, Poetas argentinas, 1960-1980
(Ediciones del Dock) y Perras y Amor,
de la Colección Prismática de Ed. En Danza.
Su obra publicada en poesía:
Así es el fuego, La Plata, Club Hem, 2018
La isla, Buenos Aires, Bajo la luna, 2010 (Tercer
premio en poesía FNA)
Viajar sola, Buenos Aires, Abeja Reina, 2006
Duelo, Buenos Aires, Ediciones en Danza 2005
Ásperos esmeros, Córdoba, Ediciones Del Copista, 2005
Audiolibro: La sed y el agua (antología), MendozaEnCasa, 2020.
Narrativa: La hija de la Cabra, Buenos Aires, Bajo la Luna, 2012 (Primer
premio novela FNA)
DESDE LAS CUEVAS MÁS HONDAS DEL LENGUAJE…
*
Para qué nombro,
al fin,
para qué digo
sino es para encontrar cómo llamarme
desde las cuevas
más hondas del lenguaje;
mi voz
ese color de humo
en la pared
teñido por palabras
vegetales.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
- Mariana
nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City
Bell. Publicó: Cuadernos de la breve
ceguera (La Magdalena 2014). Jardines,
en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015) La hija del pescador (La Magdalena, 2016). Piedras
de colores (Proyecto Hybris 2018) Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)
-Coordina Microversos, talleres de
exploración literaria.
EL CREADOR*
Érase una vez un Dios solitario.
Quizá no fuese un Dios, sino un desterrado
desde una lejana civilización. Lo dejaron a la deriva en un artefacto. Su vida
dependía del azar o de su habilidad para llegar a un planeta habitable. El
artefacto era una nave, pero él prefería llamarla "mi balsa de real
ilusión".
De los muchos náufragos del universo este
tuvo a la providencia a favor.
Llegó a un planeta habitable y compatible
con su condición física.
Necesitaba oxígeno para respirar, agua para
beber y plantas para alimentarse.
En el mundo del que provenía no se
consumían proteínas de animales. Sólo alimentos de origen vegetal.
El desterrado tuvo que aprender a reconocer
sus alimentos. A construir un habitus acorde a sus necesidades. Le llevaba su
buen tiempo, pero él no tenía apuro. El tiempo en aquel nuevo mundo no corría
del mismo modo que en aquel al que había pertenecido.
Cuando logró organizar sus medios de subsistencia. Lo inmediato que todavía no se llamaba lo urgente. Aquel ser comenzó a percibir la soledad. No tenía amenazas en ese mundo nuevo. Le habían dejado en la nave unas pocas herramientas. Quizá un arma letal para defenderse.
Entonces, él, que quizá ya había olvidado
su nombre o el código de identificación con el que se lo reconocía en su mundo,
si recordaba un oficio: sabía tallar la madera. Ese mundo era un verdadero
paraíso para él. Con los troncos de los árboles armo primero refugios a su
gusto para no estar encerrado en su artefacto ante la adversidad del clima.
Más tarde comenzó a tallar los seres que
figuraban en sus archivos del universo explorado.
Eran esculturas de madera. Seres inertes
que parecían reales.
Cada vez más confiado en su habilidad había
logrado tallar en el tronco mismo sin alterar la vida del árbol.
Desde las raíces corría la savia por ese
ser vegetal, vivo pero tallado.
Árboles con sus troncos tallados fueron
creciendo bien alto hacia la luz abundante del planeta. Por algún milagro o
prodigio los seres tallados empezaron a querer ese oxigeno que producían sus
padres.
Fueron catástrofes indefinibles -tal vez-
las que separaron a esos seres de su vida original arbórea.
Sin raíces salieron a modificar el mundo.
Fueron hostiles con sus ancestros. De aquellas creaciones del náufrago espacial
surgió una nueva forma de vida.
Ese ser solitario murió sin ver
consecuencias. Sus rastros se perdieron al abrirse abismos en las tierras del
paraíso primitivo.
Nunca imaginó que lo nombrarían Dios
Creador.
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Los
Jíbaros*
Otra vez una llamada del Coiro viene a
poner en jaque la tranquilidad de mi vida. Aquí transcurren los días con la
perfecta paz de las mañanas que suceden a las noches y anuncian siestas con
arrullo de torcazas, gritos de benteveos y ladridos de perros. Una que pone la
pava a calentar cuando el sol ya disipó las tinieblas, y sabe que le espera
apenas el regado de las juveniles, el recogido avaro de las paltas en el fondo,
una excursión, y esto es lo más aventurado, hasta el súper de los chinos con el
changuito, rebotando en los pozos de las calles de arena.
Pero el Coiro, ser amable y manso, hombre
de paz y escaso conflicto, llama para pedirme un escrito sobre las
transformaciones, mutaciones, algo así, siempre explicando desde su propia
confusión y el enredo sempiterno de sus propias ideas.
Como ejemplo, me da una idea de las paltas
del fondo de la quinta, cuyas semillas talladas terminan cobrando vida y
convirtiéndose en jíbaros. Se me erizan los vellos de la nuca, porque sé
perfectamente dónde terminan los ensueños, y cómo la realidad es permeable a
tales corrosiones.
Miro a través del gran ventanal que da al
norte el enorme palto. Los vidrios azules que enmarcan el cuadriculado
translúcido y el centro transparente funcionan como un encuadre perfecto de un
trozo de realidad ya despegado de lo real, ya partícipe de este hechizo que el
hombre de Témperley ha echado sobre mi vida. El fondo de la quinta ahora, y a
través de la ventana, es un cuadro, una ficción de lo que antes era tangible y
verdadero.
Con el teléfono en la mano veo desde lejos
el rincón donde arraiga el enorme árbol. En ese sitio sombrío por el tamaño y
espesor de la copa, paraguas vegetal, se ha creado un ambiente húmedo y umbrío
donde prosperan esparragueras, unas plantitas de hojas moradas, una enorme
planta tropical de hojas generosas, un arbusto blanco.
Este año caen tantas paltas que he regalado
cientos. Los zorzales con sus pechos anaranjados han acudido en bandada, y se
quedarán hasta que termine la temporada, atiborrados de fruta, tallando
prolijamente con sus picos la pulpa firme hasta que dejan sólo las cáscaras
negras retorcidas al sol.
Con tanta palta, he preparado muchas
ensaladas, frascos y frascos de guacamole, y, ya que se me ofrecían y una tiene
esa cuestión de transformar las cosas, he tallado las semillas.
Al principio, con un cuchillo tramontina,
hice cuentas y dijes para fabricar colgantes. Las piezas secas toman la
consistencia y el color de la madera. Luego, con la blandura del material, me
animé a tallar cabecitas de rostros grotescos, que remiten de inmediato a los
horripilantes souvenires que he visto de niña en alguna casa, cabezas reducidas
por los jíbaros, con un color y una apariencia en general bastante afín al
cuero o a la madera.
Justamente en estos días hice una serie de
cabecitas, y estaban secándose en fila en el alféizar de la ventana de la
cocina.
Tengo aún el teléfono en la mano. Miro la ventana
a mi derecha. Las esculturitas no están.
Ay Coiro, qué me hizo. Qué me hizo Coiro.
En el rincón selvático del fondo, a la
sombra del palto, advierto oscuras figuritas que se agitan entre las plantas.
Un zorzal está comiendo una palta cerca de los ligustros. El pájaro da un
salto, aletea sin conseguir levantar vuelo, se desploma. Los pequeños
monstruitos se apresuran a arrastrar el ave hacia la sombra, creo que llevan
cerbatanas.
Le digo al Coiro que no, que no voy a
escribir nada, tengo trabajo en la quinta, hay que comprar trampas, veneno,
quizás deba pasar un tiempo en Santa Fe, o quizás me vaya definitivamente. No
se debe modificar el mundo de esta manera, no es justo. Cuidado con lo que
imagina el Coiro, cuidado con las palabras.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
El coraje
es temblar.
Y que no importe.
Es entregar el corazón
entre las matas
de los malvones rojos
de un cantero.
Enterrarlo muy bien.
Cavar tan hondo
que no se escuche ya,
que no se escuche.
El coraje
es temblar
mientras se deja
el corazón dormido
entre malvones,
levantarse y partir
al otro extremo del
jardín,
abrir,
sin corazón,
un surco entre
violetas.
El coraje
es temblar.
Y que no importe.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
El
ramo de hortensias*
La mamma estaba impresionada por lo que había
contado el tío sobre las cosas de las que era capaz la mujer de la cual lo
habíamos rescatado semanas atrás.
El tío para no estar solo no había dicho ni
palabra durante los últimos tres años. Se había casado sin avisar a la familia.
Ya en casa, pensionado por pocos días, se animó a decir que su ex tenía dos
actividades fijas semanales: una era ir al bingo –el tío sospechaba que iba más
de una vez, pero ella reconocía una- y otra era a visitar una bruja. Todos los
martes aún con tormenta. El tío la llamaba “la bruja de los martes”.
Cuando el tío volvió a su casa para
intentar vivir sólo se encontró con un pájaro colgado del picaporte con un
cuchillo de cocina clavado.
Sus vecinos del barrio de jubilados lo ayudaron a prender fuego al desgraciado bicho convertido en maleficio. El tío que siempre tenía guardada una botella de agua bendita, disperso gotas por toda la casa antes de tocar ni una silla.
Pasaron apenas días cuando mi madre al
salir a su caminata de esquina a esquina se encontró con un impactante ramo de
hortensias en el canasto destinado a las bolsas de residuos. Con ayuda de
Adriana siguieron el procedimiento del tío Nicolás rociando con agua bendita
por la casa. Colocaron al ramo maldito en una bolsa negra que oculte su
contenido para que ningún incauto lleve esa desgracia a su casa. Adriana
aconsejó arrojarlo al volquete de los albañiles que trabajaban cruzando la
avenida.
Cuando volví a casa la mamma relató los acontecimientos: Ni bien pudo llamó al tío Nicolás
que no dudó en atribuir el ramo de hortensias a un “trabajo” de la bruja de los
martes. Me convencieron que el ramo de hortensias era -por lo menos- un mensaje
intimidante. La mujer de la cual se había librado el tío a los 88 años era
capaz de cualquier maldad.
Así creídos esto se comentó por boca de mi
madre con cada persona que encontrara en su caminata.
Me tocó presenciar cuando lo relató a
Juliana la señora de la dietética.
Vimos como su rostro se puso primero pálido
para luego soltar una risa.
-Pero no Angelita!!! –dijo y explicó sin tomar aire:
Al cerrar el negocio
ese mediodía lo tiré furiosa en el primer canasto que se me cruzó y justo era
el suyo…
No era brujería, eran
las hortensias de un bolas tristes!!!
Mi madre aceptó entre desconcertada y
aliviada.
Mientras volvíamos dijo:
-A esta Juliana nunca
le faltan pretendientes…
*De Eduardo
Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Metamorfosis*
*Esther
Andradi.
Ahora soy una hierba doméstica. Pero supe ser salvaje.
Orgías fueron aquellas: no te puedo explicar la de bichos
que entonces se balancearon entre mis lianas.
Nada que ver con el perejil en que me he convertido.
-Esther
Andradi es escritora, ha vivido y trabajado en diferentes países. Nació en
Ataliva, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, Argentina, y en 1975
emigró al Perú, donde fue reportera, columnista, y jefa de redacción. En 1980
viajó a Europa y se radicó en Berlín (Occidental). En 1995 regresó a Argentina
y vivió ocho años en Buenos Aires. Desde 2003 vive y escribe en Berlín. Sueña
con un túnel que conecte Buenos Aires y Berlín, de manera que sea posible pasar
rápidamente de una metrópoli a otra. En sus textos emprende a menudo semejantes
traspasos entre uno y otro mundo, reflexiona sobre los cruces y márgenes, sobre
aquello que se pierde en la travesía. Y también lo que se gana. Publicó
crónica, ensayo, poesía, microficción, cuento y novela. Sus relatos fueron
editados en numerosas antologías y en diferentes idiomas. Sus ensayos sobre
cultura, memoria y migración se publican en diversos medios de América, España
y Alemania. Tradujo la poesía de la poeta alemana negra May Ayim al español. Editó la antología "Vivir en otra lengua", pionera en la construcción de un
espacio para la literatura latinoamericana que se escribe fuera de las
fronteras de los países de origen. Ha sido traducida a varios idiomas,
últimamente al islandés.
http://www.andradi.de/es/startseite/
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
Después
de la película*
El jueves pasado fui al cine con mi amigo
Marco. Me había llamado unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de
la Universidad ponían El maquinista de la general, todo un clásico. Vimos la
película y luego nos quedamos a la tertulia, que tradicionalmente se arma en
torno a la emisión del día, aunque ni mi amigo ni yo intervinimos en ella. Solo
escuchamos. Se habló de Buster Keaton, del origen de su nombre artístico
–nacido de un comentario del gran Houdini-, de la guerra de secesión y de otras
películas relacionadas con la que acabábamos de presenciar. Al final todos los
asistentes fuimos saliendo lentamente, más o menos, según me pareció, satisfechos
con el espectáculo.
Marco y yo nos quedamos unos minutos
afuera, cerca de la puerta del local, conversando, aunque no sabría explicar el
desarrollo de la conversación ni su contenido. Cabe suponer que nuestras
palabras versasen sobre el film, sobre Keaton o quizá sobre alguna otra ocasión
en la que hubiésemos ido juntos al cine. Lo que recuerdo perfectamente (casi
con un escalofrío ahora al contarlo), es lo que ocurrió al separarnos. Me quedé
mirando como mi amigo se alejaba por la calle hacia el sur, en dirección a su
barrio. Cuando lo perdí de vista, apagué mi cigarrillo y me dispuse a partir en
sentido contrario. Justo entonces, de la pared más cercana (así lo sentí, como
si el sonido proviniese del propio muro) me llegaron unas palabras:
- Mucha gente no lo sabe, pero…
Al principio me sobresalté. Después miré
con atención en dirección al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba
apoyado sobre la fachada. Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que
una sombra. Dudé si ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué
quería de mí. Opté por lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto
a él. Pregunté:
- ¿Nos conocemos?
Tardó en responder. Su rostro se veía
oscuro, tal vez debido, en parte, a la barba de tres días, pero era más que
eso, como una oscuridad procedente del interior de sus ojos impasibles. Su
semblante no reflejaba la menor emoción.
- No. Sin embargo, le contaré un secreto.
Me pareció incongruente que un completo
desconocido fuese a contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su
revelación iba a pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino,
pero pudo más la curiosidad.
- Usted dirá, entonces.
Me miró con esos ojos fríos, un momento que
me pareció muy largo. Después inició su relato:
- Mucha gente no lo sabe, pero Buster
Keaton estuvo a punto de rodar una película aquí, en Argentina.
Me pareció muy improbable, pero podría ser
divertido escucharle. Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con
lentitud, imperturbable.
- El maquinista, hoy es un clásico, pero en
su momento fue un auténtico fracaso en taquilla. Tras aquel fiasco, y en vista
de lo caros que resultaban los rodajes de sus películas, la productora decidió
que, a partir de ese momento, Keaton ya no gozaría de libertad absoluta.
Durante algún tiempo estuvo rodando películas que a él mismo le parecían
indignas de su genio.
- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte –
interrumpí.
- Fue entonces – continuó el tipo sin
inmutarse - cuando entró en contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate
argentino, un pez gordo de Buenos Aires, que le prometió invertir en su
siguiente film. Así que Stone Face (como ya se le conocía en todas partes) se
vino a la Argentina, dispuesto a rodar en cuanto todo estuviese listo.
Pensé que la narración se había terminado,
pero solo se trataba de una pausa, no sé si dramática o para tomar aire.
- El millonario puso como condición que
parte del rodaje tuviese lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría
y nadie le discutió ese punto. Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro,
siempre y cuando tuviera una buena porción de pampa que atravesar con su tren…
Sí, lo ha adivinado. La cosa iba otra vez de trenes. Buster Keaton era un
enamorado de los trenes. En el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren que
circula hacia alguna parte cuyos contornos no son nunca visibles…
- Y ¿qué pasó?
- Durante un tiempo, Keaton estuvo
recorriendo diversas partes del país, sobre todo los alrededores de la estación
en la que iba a iniciarse el viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba
mucho los detalles y le gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de
un guía local, que a la vez le servía de traductor y de secretario, fue
encontrando escenarios en los que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la
idea que tenía para esa película?
- Por supuesto – repuse. A esa altura ya
estaba más que interesado en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.
- Bien. El tema es el desierto.
Tras esa contundente frase, casi una
sentencia, el hombre guardó silencio. Creí que ahora venía el momento en que
iba a pedirme la voluntad a cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos
pesos y estaba dispuesto a ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no
demandó nada. Solo había parado un momento para tomar aliento, repasar en su
mente toda la historia o cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve
lapso –que se me hizo interminable- jamás hubiese tenido lugar:
- El tema es el desierto. Un tren va
avanzando a velocidad reducida por parajes desolados. Afuera, nada parece
suceder. En el interior, una mujer y un hombre conversan desapasionadamente.
Poco a poco vamos averiguando que se trata de un matrimonio. Hay fragmentos de
conversaciones mientras por las ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan
yermo, adivinamos, como la relación que vincula a esas dos personas que
conversan, unidas acaso por el amor en otro tiempo, pero ahora enormemente
distanciadas. Hablan por llenar con algo el viaje. Viajan por llenar con algo
sus vidas. Si hubo ilusión en su pasado, ahora yace tras un alud de años
compartidos. El presente, cada una de sus palabras lo confirma, es la nada.
Desempolvan recuerdos, comentan el clima, las últimas noticias leídas en el
diario. En sus voces no hay futuro. El futuro no existe. Es la laguna muerta de
un páramo casi idéntico a aquel por el que el tren va discurriendo.
Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento. Nada más. Finalmente, el
tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué hace exactamente un barranco
en medio del trayecto ferroviario y, en realidad, no importa) y sin que nadie
pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena final, por medio de la edición,
iba a durar más de un minuto. Más de un minuto ese tren despeñándose, cayendo
verticalmente sin visos de llegar jamás al final de su caída (metáfora de la relación
de los dos personajes).
El tipo hizo una nueva pausa. Le miré,
expectante, casi suplicando que continuara.
- Al final no hubo acuerdo porque el coste
de esa última escena era inasumible para el presunto mecenas. Después de esa
negativa, Keaton se entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras
ciudades, pero no consiguió la financiación imprescindible. La película nunca
se hizo, así que supongo que tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un
proyecto jamás realizado. Un sueño nomás.
Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar
y él desapareció, como una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había
rastro de él. Como si se hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la
seriedad de su rostro, la impasibilidad de sus ojos, pero me fue
imposible. La noche se transformó en una
escena de cine mudo mientras caminaba hacia mi casa.
Al día siguiente llamé a Marco, muy
excitado, para contarle todo lo sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con
un tono de confusión, dijo:
- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal
vez fuiste con otra persona…
- No, no. Recuerdo perfectamente que fui
contigo.
- Hace casi un mes que fuimos por última
vez al cine… Y fue a una reposición de Portero de noche, donde Charlotte
Rampling está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando largamente a la
salida…
Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco
me estaba embromando. Entonces añadió:
- Y la última vez que pasaron El
maquinista, que yo sepa, fue hace treinta años.
Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban
desde el recuerdo de una escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de
algún modo que no me es posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de
dormir. Soñar escenas de cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera cambiado
nuevamente.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próxima estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril
Provincial:
CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
*
-Siguiente estación.
En el recorrido del tren literario por el
Ferrocarril Midland:
KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA.
JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.
ALDO BONZI.
KM 12.
LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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