*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte
*
Mientras los objetos no se rebelaron contra
mí,
viví ignorante de su ecosistema
el óxido de los tornillos se depositaba
sobre la superficie año a año
en el interior de los muebles, oculto a mis
ojos
debajo de la tierra no había
más que un suelo que pisar.
Sobre la mesa apoyaba cosas, nada más.
Ignoraba la existencia de las termitas
nada sabía de los gusanos de la madera.
Desconocía que el agua que veía corriendo
pura
llevaba en sí gérmenes, metales pesados, el
cloro que perturbaba
su apariencia prístina.
Entonces era inocente. Vivía, solamente,
y en qué ignorancia.
Los cuadernos escolares se completaban
entre paredes que escondían musgos y
líquenes
detrás de capas de pintura, fuera de la
vista;
lo esencial es invisible a los ojos.
Ya no recuerdo cómo cayó el velo que
separaba
mi vista del interior de los objetos
la fealdad, la decadencia del mundo, sólo
puede ocultarse
debajo de frágiles capas de confort.
Se puede revestir la verdad con una pátina
dorada
pan de oro sobre la madera repujada.
Eso es para los ricos, claro
los pobres se enfrentan a los materiales en
decadencia
se levantan sobre el piso de tierra,
aplastan hormigas
mucho más cerca
de la verdad.
*De Mercedes
Álvarez. alvamercedes@gmail.com
-Mercedes
Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar
del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde
se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un
máster en Gestión Cultural.
-En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento
latinoamericano.
-Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo &
Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones
súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013), Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos
Aires, 2015), El cuerpo intacto
(2017, Penn Press), Grow a lover
(2018, Pensamientos literarios). La gota
en la piedra. (Mardulce, Buenos Aires 2021)
Tomar
la ciudadela*
No me pregunten qué es la ilusión, no me
digan la palabra esta que tan ingenuamente utilizan los enamorados, los que
viven, los que se dan el tiempo o el permiso de alargar sus expectativas. Los
que esperan algo de alguien, algo de sí mismos, algo de las frías estrellas o
el mudo firmamento.
La ilusión no tiene sombra en el mundo de
la media tarde, no expele sombra en la gélida época del desencanto. No está, no
brilla, no deja escuchar su tintineo de monedas de cristal.
En el autobús desportillado, en las veredas
desparejas, en las casas sin pintura, en los pechos las gargantas, en los
brazos sin abrazo. No hay ilusión. Para tener ilusión es estrictamente
necesario estar vivos, poder pensar en el mañana, tener intacta o al menos
reparada la capacidad de confiar en algún ser o en algún entresueño
amarillento.
La ilusión elude a los empecinadamente
tristes. Huye de los que sostienen que las cosas siempre fueron siempre serán,
deben ser iguales en la niebla y la mancha.
Difícil cosa la de ilusionarse, la de
confiar y creer y la de volver a poner estampillas en la libreta de ahorros. Si
no somos niños ya más, si ya nos han desgastado el verde de la esperanza, cómo,
me pregunto, ilusionarse.
Pero, amigos míos, es la única forma de no
morir.
Sin ponernos el sayo del ingenuo, no nos
queda otra cosa que colgarnos los débiles cascabeles y seguir andando.
Mirar hacia adelante, aferrar lo que nos
queda, perseguir lo que nos abra el apetito del deseo. Seguir andando y dejar
que nos guíe el elusivo pájaro hacia un futuro ganado por asalto. Para tomar la
ciudadela, necesitamos tener la ilusión de la acaso imposible victoria.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Oyes al árbol?
háblame de esas cosas.
Dime del agua y del
árbol,
del romance del viento
y los cristales.
Oyes su beso?
háblame de esas cosas,
mientras se desnudan
las ventanas.
Intenta lo que nace,
el secreto del cuerpo
es una mañana a lo
lejos.
Usa tus huesos,
el idioma es un animal
encendido
celebrando al
universo.
Oyes la luz?
háblame de esas cosas
*De Marcela
Lokdos.
MEDIANOCHE
EN LA PLAZA DE LOS SUEÑOS*
Me senté en el banco de la plaza, como
todas las noches
a pensar un poema, mirar las estrellas y
esperar una especie
de iluminación. Un relámpago en la mente
que me ayude.
Cerca de mí, un pelirrojo observaba los
árboles y el cielo
estrellado
y su pincel se deslizaba sobre el lienzo
con rapidez
temiendo tal vez que ambas cosas
desapareciesen
o cambiasen de forma.
Junto a él, un hombre de mirada perdida
pensativo sostenía un cuaderno en sus
manos.
El artista pensaba que, si no pintaba se
moría.
El hombre a su lado, escribiendo postergaba
su muerte.
Guarda su lienzo. apaga las velas
encendidas
y al rato desaparece por la gran avenida
poco tiempo después quien se marcha soy yo
sin haber logrado escribir una línea.
El pintor es el eterno
el de la noche estrellada y los cipreses
deformados, retorcidos
el poeta, quizás nosotros
y esta noche le ganemos a la muerte.
*De Andrés
Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar
-De “Medianoche
en la plaza de los sueños y otros poemas”
Editorial Leviatán. Edición 2021
TRAVESÍA MÁGICA*
Sutil envergadura de lo leve,
De lo etéreo, lo falaz y lo sublime.
Rima que me acosa y que no cesa...
Fiel mariposa nocturna ¿quién apagó tus
pasos?
¿quién intentó colorear tus tonos grises?
Ay del grillo cantor de madrugada,
De la salamandra comida por hormigas,
Del gato, del incienso, de las flores,
De la rama que semeja un basilisco,
Del unicornio de humo entreverado.
Ay de mí, de mi sombra, de mis voces,
Si les falta la ola que no ruge,
La brisa que mece el mar de plumas,
La mariposa del jardín de ánimas,
La mirada que recorre mis pupilas.
Ay del mago, del árbol, del recodo,
De la fuente, del río y de la nave,
De la feria del romero y del tomillo,
De líneas en los surcos de la mano,
Triste gaviota de vuelo detenido...
Si no está la noche más oscura,
El día más claro,
La verja insomne, el fauno,
El nido del mochuelo,
El arca de los sueños y los soles...
Si no se abre la puerta a los avernos,
Si no canta el mensajero de lo efímero,
Si no estoy, si no estás,
Si no unimos nuestras manos...
¿Cómo saber que el mundo tiene otro
destino?
*De Marié
Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
AQUELLO*
Estoy entre los que buscamos Aquello.
No somos muchos. Apenas unas almas ávidas
andando por los infiernos de esta tierra
que sin embargo va perdiendo la luz.
Estoy entre los que buscamos Aquello
que suele aparecer tras el torbellino de
las visiones
o en los destellos de ciertos libros
de cólera y espuma: un lugar secreto
imaginado
donde el tiempo aún no gastó sus primeros
días.
Estoy entre los que buscamos Aquello.
No somos muchos y estamos locos (dicen)
Porque sólo a los muertos les está dado
entrar
a la dimensión de los grandes sueños,
tercamente locos (dicen) por querer saciar
la sed
en la lengua de la verdad dado que ella es
piedra muda.
Estoy entre los que buscamos Aquello.
A veces alguno lo augura y canta,
canta un himno todavía no escrito que habla
de hacer azul la sombra, olvido el llanto,
sin trémolo
la jaula, inaudible la palabra vana,
hasta que una gota de penumbra apaga
el júbilo y los ojos.
Estoy entre los que buscamos Aquello,
que para algunos es la atracción del
abismo,
para otros el único lugar bajo el sol
que ya no arde como entonces, y
para los que miran con un ojo ciego
y el otro desmesurado, la belleza que huye
y que no tiene fin.
Estoy entre los que buscamos Aquello.
*De Eugenio
Mandrini.
(1936-2021)
POEMA
DES-POBLADO DE VERDE*
De qué sirve mi verde si vos no estás
conmigo.
De qué sirven mis cenizas de amor
El sol,
Armado con lanzas de fuego,
Verdugo implacable del bosque profundo,
Despuebla mi pajonal de verde. Arde rojo de
sangre y ceniza.
La luna, piadosa, le acerca la humedad
plateada del amor.
De qué sirve la luna, en cenizas de
ausencia
si al irte te has llevado mi esplendor
hecho verde.
¡Oh, dioses del averno, acallad mi boca!
¡Oh, sol! ¡Oh, pajonal!
¡Despobladme de verde las manos! ¡Lo
merezco!
¡Cambiad mi sangre por arena!
Olvidé:
El verde de la lagartija entre las piedras.
El arco iris sonoro de los loros.
El verde denunciante de los árboles
quietos.
Olvidé el picaflor, ese pequeño niño que
busca el refugio de mis manos.
De qué sirve el solsticio que se anuncia
si mi corazón no es una yema verde, verde
espera.
Vendrán otras esperas y una esperanza en
verde.
El sol, desarmado, sin lanzas, ni fuego.
Compañero ardiente del bosque profundo,
puebla mi pajonal de verde.
La ceniza se va y la sangre queda. La luna,
más luna que nunca.
Le acerca la humedad plateada del arraigo.
*De Amelia
Arellano.
San Luis.
EL CIRUELO DEL MUNDIAL*
Cada mundial vuelvo a recordar la historia
del árbol plantado en el fondo de la casa de los padres de Kalman.
Porque el secuestro ocurrió al principio
del mundial de la dictadura.
Quizá será por la tapa del libro, que
conservo desde aquella época. La hoja maltrecha que era la tapa de "EL
ESTADO Y LA REVOLUCION " de LENIN.
En la desesperación el padre polaco de Kalman había enterrado todo lo que encontró en la pieza de sus hijos. Sólo se había salvado la colección de Mecánica Popular y un diccionario.
La imagen de su rostro recién retornado del
chupadero. Su cara, nunca voy a olvidar su cara, aunque la imagen este desdibujada
por las décadas transcurridas.
A los 20 años Kalman había envejecido de
golpe: era un muchacho ojeroso con una tristeza madre instalada en la mirada.
Me recibió sentado en una habitación deliberadamente sombría, como si sus ojos
acostumbrados a semanas en la mazmorra no toleraran la luz.
Me dio la hoja suelta: - como recuerdo, es
lo único que quedo de la biblioteca.
De su biblioteca enterrada yo había leído "Para leer al Pato Donald"
Después pudo hablar. Se extendió con lo que
soportó en las cuchas de ese campo clandestino. A menudo pienso en él, más aún
cuando se acerca un evento de futbol mundial.
Cuando volvió a su casa, fueron con los viejos a un vivero donde compraron un ciruelo bastante crecido. Fue una ceremonia familiar plantar el ciruelo sobre el bulto de los libros enterrados en la quinta.
La dictadura pasó, años después volvieron a
discutir si tenían que desenterrar los libros, el árbol había crecido y ya daba
sombra.
Fue Kalman el que decidió: -dejémoslo tal
cual, parece que las raíces están bien alimentadas.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
Los dos hombres han salido a cubierta.
Amanece y desde el barco puede divisarse la costa, el primer movimiento del
día. Una leve bruma dificulta la visión desde la popa, donde los dos hombres se
han apoyado y permanecen en silencio.
El gordo está prolijamente peinado, el
cabello ralo apretado por la gomina. La brisa le hace entrecerrar los ojos. Una
arruga le cae entre las cejas, otras dos a los costados de la nariz y la boca
es un arco fláccido sobre el mentón quebrado.
Los ojos del hombre flaco son opacos; los
rasgos suaves del rostro denotan comprensión -resignación tal vez-, y ya no hay
ternura ni esperanza en su gesto. toda la amargura del mundo mira, desde esa
cara, a la costa inglesa.
Stan coloca una mano sobre los ojos, a modo
de pantalla, un poco para evitar el fulgor del sol que se levanta en el
horizonte, un poco para que el gordo no advierta que esa costa (que es la misma
que dejo hace cuarenta años), es otra para él.
Los cuarenta años pasados en Hollywood lo
han convertido en un hombre cansado. Al fin y al cabo, es mucho tiempo y la
vitalidad no le puede ganar a la vida. ¿De qué valdría estar recostado en un
cómodo sillón, rodeado de nietos que miman, de periodistas que adulan? John
Wayne le dijo una vez al gordo, que ahora está a su lado y entonces no le hizo
caso, que la vida es dura y es mejor defender a cada momento lo que se consigue
porque si no, la gente lo olvida. y la gente olvida su propia risa.
El flaco ha movido levemente la cabeza y le
ha parecido percibir, en el gesto del gordo Ollie, una mueca parecida a una
sonrisa.
-Ya salen los pescadores- ha dicho el
gordo.
En el horizonte, centenares de barcazas
dejan la costa en dirección al pequeño barco. Sólo Laurel y Hardy permanecen en
cubierta. Ambos han levantado las solapas de sus sacos, aunque no hace
demasiado frío; el viento silba contra el buque.
-Habrá que tomar un tren hasta Lancashire-, dice el flaco sin mirar a su compañero. -los trenes tienen que ver con el principio y con el final- ha dicho Stan.
-Por primera vez, Ardí se ha dado vuelta
para mirarlo. Luego baja la vista. Le gustaría estar otra vez bajo los
reflectores, frente a una cámara de cine.
Piensa que no está demasiado viejo para
eso. Tiene 62 años y está cansado, es cierto, pero debe reconocer que es la
gente quien se ha cansado de él y de Stan.
"Los trenes tienen algo que ver con el
principio y con el final", piensa Ollie. Es cierto. También los barcos y
la distancia. Uno siempre va a morir lejos de los mejores lugares. Por
vergüenza tal vez, como los elefantes. Él siempre tuvo algo de elefante. No
sólo físicamente. Los elefantes son codiciados en su mejor momento cuando sus
colmillos son frescos y deslumbrantes. La gente sólo busca eso, los colmillos.
Si atrapa a un elefante, enseguida se los corta y toda la grandeza del animal
desaparece. Queda apenas el cuerpo pesado, dolorido, tan dolorido está el
elefante que cualquier otro animal puede matarlo. -Me siento como un elefante-,
ha dicho Hardy, Stan lo mira y luego dirige sus ojos a la distancia donde las
chalupas navegan agitadas por el mar.
- ¿Tu padre sabe que llegás? -pregunta
Ollie.
-Le mande un telegrama. Habrá función en
Lancashire. Él todavía trabaja en el teatro del condado. Cuarenta años fuera de
Inglaterra. Nunca extrañó demasiado. Sin embargo, Stan siente esta madrugada un
suave estremecimiento cuando piensa que su padre lo verá en el escenario.
Siempre le mandaba cartas luego de ver las películas. Alguna vez, recuerda, le sugería
cambiar detalles. El viejo era muy minucioso y no perdonaba nada. Él lo hizo
actor y no le dolió cuando lo dejó ir, aun sabiendo que no regresaría. Quizás
esperaba de su hijo la grandeza que él nunca había conseguido. Y ahora el hijo regresa,
con toda su grandeza a cuestas, y le da miedo enfrentar al viejo (tendrá más de
ochenta años ahora), que todavía actúa en comedias y ha sido premiado en el condado.
Dos hombres viejos van a encontrarse, van a resumir sus vidas en un instante. Ollie
mira a Stan. Tiene los ojos nublados y siente ahora un poco de frío. El sol se
levanta cada vez más. Las estrellas, que aún brillan, son las mismas que las de
aquella noche de 1912, cuando Stan partió de Inglaterra. Stan siente ahora lo
mismo que aquel día. Es necesario apostar otra vez por la vida, pero no sabe si
alguien querrá aceptar la apuesta de un viejo perdedor. Stan enciende un
cigarrillo, tiene que darse vuelta, dar la espalda al viento para que el
fósforo no se apague. A lo lejos comienzan a sonar las campanas de la iglesia
del pueblo. Ollie reconoce antes que Stan el ritmo de los tañidos, la música
que tantas veces oyeron en sus películas. Se han mirado sin hablar. Stan se ha cubierto
la cara con las manos. Arroja el cigarrillo al mar. Ollie le da la espalda.
Ambos saben que todo final abre la esperanza de un nuevo comienzo.
La música llena el aire.
*De Osvaldo
Soriano.
(6
de enero de 1943 – 29 de enero de 1997)
-"Regreso con Ollie" incluido en Artistas, locos y criminales
*
A veces se me arrugan
las palabras de tanto esperar decirlas y guardarlas en cajones viejos.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
De las
conversaciones en los trenes*
*Por Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
"Todo lo que ocurre, ocurre en un
tren", dijo alguna vez un poeta menor. Uno de esos poetas que el tiempo
olvida como se olvida todo.
Probablemente se refería a que en el fondo
la vida es un tren, con su eterno ambular, sus breves paradas, su rutina de
vías y estaciones y rostros que nunca son el mismo rostro pero que
interminablemente se parecen. Aunque eso –lo que quiso insinuar- nunca lo
sabremos, porque como poeta menor ni siquiera el nombre conocemos, y así sería
francamente difícil preguntarle, al menos hasta que las sombras del tiempo nos
igualen a todos, momento en que ya no serán necesarias las respuestas. Y no nos
engañemos: Como poeta, se expresaría con palabras enigmáticas y evasivas y nos
remitiría al texto citado. “Una frase significa lo que dice esa frase”, esto lo
dijo otro, pero es aplicable en cualquier caso cuando no queda más remedio. El
encogimiento de hombros es una técnica alternativa y, con frecuencia, más
eficaz.
Pero, como siempre, me voy por las ramas.
Esto sucedió en un tren. Decir que ese tren se dirigía hacia La Rica tal vez
sería aventurarse demasiado, porque no me paré a considerar el destino. Sólo
precisaba movimiento. Irme de allí (allí, otra inconsecuencia), alejarme lo
antes posible, hacia cualquier parte… Huir, en definitiva. ¿De qué huía? Esto
tampoco lo sabremos. Para la historia que narro carece de relevancia.
Así pues, viajaba en tren, tal vez hacia La
Rica, tal vez hacia otro lugar, pero el traqueteo era la prueba contundente del
viaje y la única realidad que me importaba. En el vagón no había más de cuatro
o cinco personas, cuyos rostros me eran desconocidos. Desde que leí la novela
“Extraños en un tren” de Patricia Highsmith, siempre me da por pensar en esas
insólitas conversaciones que tienen lugar en los trenes. Uno se sienta junto a
un desconocido, saluda, hace alguna tópica observación sobre el clima y de
repente la cosa empieza a complicarse y sobreviene la hora de las confidencias
inverosímiles… Porque no me negarán que ponerse a hablar de cosas íntimas con
un desconocido y, a veces, en un viaje nocturno, resulta algo extravagante.
Pero sucede. Y con más frecuencia de lo que piensan quienes rara vez viajan en
trenes de largo recorrido.
Dos filas más adelante, yacía un hombre
despatarrado en su asiento. Seguramente dormía, pero lo cierto es que parecía
muerto. “¿No lo estamos todos?”, me pareció escuchar. Me sobresalté. Miré
alrededor pero nadie más parecía haber oído esas palabras, así que las juzgué
producto de mi amodorramiento. ¿No estamos qué? -me pregunté- ¿Dormidos o
muertos? Una mujer, un poco más allá, apoyaba el lado izquierdo de su cara en
el asiento mirando hacia afuera. Quizá dormitaba, quizá contemplaba el paisaje,
si es que podemos llamar paisaje a aquello que sólo dura un instante en nuestro
campo visual.
No me era posible ver a los otros viajeros.
Sólo una pierna estirada en el pasillo, un sombrero asomando, una mano apoyada
en un reposabrazos… vagas señales de la
presencia de alguien, pero al mismo tiempo, indicios de su invisibilidad. Como
de costumbre, me puse a divagar. El objeto, claro, no podía ser otro que la
mujer presuntamente adormecida. En otra vida, tal vez, me hubiese levantado del
asiento, hubiese caminado esos pocos pasos que nos separaban y le hubiera
pedido permiso para sentarme frente a ella, iniciando poco más tarde una
conversación trivial que nos condujese hacia otra cosa. Pero no hice nada de
eso. Sencillamente imaginé cómo podría haber sido esa conversación.
Me parece innecesario señalar que no era la
primera vez que hacía esto. Quienes vivimos en permanente movimiento, padecemos
cierta timidez y no confiamos en exceso en el género humano, tendemos a
practicar este tipo de juegos, u otros menos inocuos. Normalmente, todo empieza
con las presentaciones, unos pocos detalles personales (lugar de nacimiento,
profesión, estado civil… esas cosas) y después se elige un tema al azar, que
invariablemente conduce a otros hasta llegar el momento que antes mencioné: el
de la confidencia. Exactamente igual que si todo fuese real. Sólo que no lo es.
Y por lo tanto, en estas conversaciones simuladas pueden deslizarse detalles
cursis o atroces. Nadie nos juzgará por ello.
En esta ocasión, sin embargo, el asunto se
descontroló desde el primer momento. Su nombre no quedó claro, fue imposible
averiguar a qué se dedicaba y su acento me resultó del todo indescifrable. No
parecía extranjera, pero su forma de pronunciar delataba el aprendizaje tardío del
idioma. Puesto que todo esto formaba parte de mi fantasía, decidí modificarla.
No pude. Una fuerza que me era imposible controlar guiaba los acontecimientos
imaginarios. Me sentí perplejo ante lo inexplicable. Pero lejos de abandonar el
juego, mi naturaleza lúdica me impulsó a adentrarme en él, dispuesto a
comprender y asimilar las nuevas normas.
Así, traté de llevar la conversación hacia
el terreno que me convenía, pero cada uno de mis intentos fracasaba y
terminábamos hablando de lo que ella quería. Busqué la calidez de la charla a
media voz, esperando que me hiciese confidencias; vano empeño: fui yo quien
desnudó por completo su alma ante la desconocida. No importaba, sabía que no
importaba porque en el fondo todo sucedía solamente dentro de mi cabeza, más
una sensación de derrota se fue asentando en mi ánimo. Sí, eso era lo que
parecía estar sucediendo dentro de mí: una batalla que nunca podría ganar.
Insistí, una y otra vez me propuse cambiar el signo de la ilusoria
confrontación. Sin embargo, nada cambió. Era como si yo transitase un camino
entre montañas (ésa fue la imagen que evoqué) y en cada bifurcación escogiese
ir hacia la derecha pero en cambio tomase siempre el camino de la izquierda.
Frustrante y excitante a la vez. Al menos si se es jugador. Cuando el tren se
detuvo, no sé ya si en la estación La Rica o en cualquier otro lugar, me sentía
exhausto y avergonzado, aunque no hubiera sabido explicar el motivo de tal
estado.
Al detenernos, la desconocida pareció
regresar de un viaje muy largo; otro viaje, no el que había hecho en tren, sino
uno mucho más vasto y complejo. Levantó el rostro y paseó la vista lentamente
alrededor, como buscando por el vagón. Hasta que sus ojos toparon con los míos.
Entonces me miró fijamente y una sonrisa irónica surgió en sus labios. Después,
como si nada hubiera pasado, se dirigió a la puerta y bajó del tren. Aún pude
verla alejándose por el andén. Yo me quedé allí sentado, como vacío. No sé
cuánto tiempo. En cierto modo, creo que podría decirse que aún estoy allí, en ese
vagón de tren, detenido en el tiempo y encerrado en algo que no sabría definir
y que en el fondo, ahora, ya no importa.
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
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