*Dibujo de Erika Kuhn.
https://obraerikakuhn.blogspot.com/
EL PRESAGIO DE LOS QUE
OLVIDAN*
Entre el corazón y la cabeza
habita la memoria
partidos hemisferios
donde el humo todo lo cubre
cerrado puño
imaginario destino
claridades en el aposento de la sombra.
Pregunto por aquel fuego
y por la ceniza que avanza por todo mi ser
Muerte y tierra sin retorno.
Repetí la lección mil veces
El presagio de los que olvidan.
Hay cadáveres en el ojo
Memoria en busca de primitivas
Palabras.
*De Carlos
Norberto Carbone.
"DESVÍOS
Y TRAICIONES LITERARIAS"
(Fragmento)
*De Liliana
Díaz Mindurry.
Un desvío es un alejamiento deliberado.
La literatura es siempre un desvío: nel mezzo del cammin di nostra vita mi
ritrovai per una selva oscura, ché la diritta via era smarrita. Se trata de un pensamiento desviado: está
hecha de malentendido, anfibología y traición.
Esa traición es quebrantar la lealtad que se debe tener hacia alguien o
algo. Desde el momento en que muestra lo más ominoso, que es el caos en el
tejido de un presunto orden lingüístico, se desvía a sabiendas de la rectitud
de la ciencia o la racionalidad, eso es subversión. Una de las posibilidades es
que este camino lo forman voces múltiples y contradictorias, una Legión de
voces con su connotación diabólica.
La literatura no quiere lo recto, aunque
hable de la misma virtud.
La luz de lo oscuro.
Simplemente.
I
En muchas ocasiones se
apoderaba de él; le sujetaban con cadenas y grillos para custodiarle, pero
rompiendo las ligaduras era empujado por el demonio al desierto. Jesús le
preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Él contestó: «Legión». Y le suplicaban que no
les mandara irse al abismo.
Lucas 8, 29-31
A todos (hablo con
cierta exageración, claro) nos hablaron en algún momento de nuestra
adolescencia de una ecuación subjetiva. Y todos lo escuchamos la primera vez,
fascinados e incrédulos. Sería bueno (tal vez no sea bueno) preguntarse si hay
algo en el mundo que no tenga esta carga desastrosa o fantástica de
sometimiento al «sujeto», lo cual ya es una redundancia. Por algo Derrida conversaba sutilmente de la
«différance» El significado de un significante no es el referente sino otro
significante. Las palabras no re-presentan lo ya presente y se confunde ciencia
y ficción. Las cosas no están antes del discurso sino al revés. Eso que
llamamos el mundo es una interpretación metafórica. Mundo como fábula,
aseguraba Nietzsche y aquí sentíamos
placer y tristeza.
Lo muy obvio tiene sus encantos, pero
prefiero detenerme en algo mucho más perturbador. En definitiva, la única materia de la
literatura (y yo deseo hablar de literatura) es lo que perturba. Siempre lo múltiple produce este efecto de
alterar, desarreglar, trastornar la calma que reside en la esquemática Orden
del Uno. La posibilidad de una interpretación incesante que todo el tiempo se
niega a sí misma: interpretación sin núcleo. Aquí entramos en la «incómoda
magia», si vamos a utilizar el decir tan fino de Borges. Uno tiende a esperar
que las magias solucionen y más en esta era de lo eficaz y de la comodidad.
Pero la literatura no parece ser de nuestro tiempo, aunque hoy se necesite de
ella como contrapeso a tanto facilismo cansador. La literatura es o debiera ser
eso: una magia que incomoda, desinstala, porque hace pensar. Y aquí oigo a
Camus que susurra: comenzar a pensar es comenzar a ser minado.
La literatura es un desvío, separa de
aquello que otros trazaron como razón.
Ya Heidegger había insinuado que «Logos»
era un sustantivo formado a partir del verbo legein (reunir una multiplicidad),
raíz donde resulta en castellano el sustantivo «legión». Es decir, la reunión
de lo fragmentario, de lo discontinuo, de los vasos sin comunicación. Leemos el
testimonio de Lucas refiriéndose al nombre de la multiplicidad de malos
espíritus del endemoniado de Gerasa: «Legión».
Lo más importante: ¿es posible reunir esta
«Legión»? Por supuesto, en esta comedia, reside la característica del pensamiento.
Reunir lo que ya se sabe que no se puede reunir. Es la base de toda ciencia o
pretensión de ciencia, de cualquier crítica, incluso del lenguaje. Es la única
tarea de ese lenguaje que usamos, con el malentendido que ello supone.
¿Y la literatura?
Lo que a la literatura le importa del
Sujeto son sus traiciones, no sus lealtades. En la lengua que utiliza se
patentizan las traiciones: las ambigüedades infinitas de las palabras y sus
contextos, como las ambigüedades del Sujeto Creador. Ninguna ley que vincule
dentro del Sujeto: cada mirada son miles de miradas que dicen y desdicen. La
literatura es paradoja, en la paradoja no hay ley, o mejor, no hay identidad.
Se trata de la no comunicación de lo contiguo. Es la «Muralla China» de Kafka
que ha sabido golpearnos en la mandíbula.
¿Sabe de esa pluralidad anárquica el que
escribe? No importa si lo intuye o si lo ignora. Algunos como Proust vislumbran la anarquía o
como Pessoa la proclaman con ese tono desafiante de los travestidos. El creador
imaginará dar una especie de unidad a la obra y el crítico necesitará de esa
unidad para estudiarla. Porque como ya lo he dicho en otros libros, la creación
literaria no ordena ningún caos sino muestra en el tejido textual,
precisamente, las aberturas del caos, redundancia, claro, porque caos es
abertura. Y una de ellas es la voz múltiple del Sujeto, sus universos
descontextualizados, sus pedazos saltados como de un estallido donde nada se
conecta de un modo lógico y descifrable. Por ello, la multiplicidad de
lecturas, porque cada texto ha sido redactado por Legión de espíritus. Ya la
metáfora hace resonar lo lejano y lo que no se une: el resultado es,
precisamente, la armonía de la disonancia. Octavio Paz se refería al «esto es
aquello» de la poesía, en oposición al «esto es esto» de las tautologías. Es
que el Sujeto Metaforizador nunca es uno: sólo el crítico se interna en la
maraña del texto de un autor determinado buscando una clave, y cuando analiza
los otros textos del mismo autor, intenta que parezca notarse una sola mirada
(el punto de vista), y hasta a veces investiga en la vida de ese autor,
constantes que le indiquen un camino de búsqueda, como si fuera un acertijo. Se
escribe en muchos momentos desde muchas máscaras: la unidad textual es un juego
y el lector la percibe desde los muchos lectores que lo contienen. La unidad
dice Deleuze, refiriéndose a Proust, nace del efecto. Corrijo: el efecto que
una obra produce en un momento del Sujeto Lector, o el efecto necesario donde
la crítica, que busca desesperadamente la ilusión de unidad, imagina haber
encontrado la llave de una obra. Y no está mal hacerlo: aunque es otra ficción
(un cuento sobre el cuento, un juego de muñecas rusas) y como tal se llena de
contradicciones.
Claro que es imposible todo trabajo que
aliente la multiplicidad de miradas contradictorias, hechas de esos miles de
universos dentro del universo llamado Sujeto Escritor. Ningún análisis por su
esquematismo, puede internarse en fragmentos discontinuos. Si lo hace, hablará
de cabos sueltos, o preferirá no aterrarse aceptando estos caminos equívocos.
Si Deleuze analiza a Proust, imaginará que si bien Proust busca este camino
Anti-Logos conseguirá una adecuada y perfecta máquina de efectos resonantes,
con lo que habrá eludido el tema imposible. O hablará de ese barniz: el estilo.
Y sí, el tipo de modulación o combinatoria de palabras dará esa sensación de
hablar un idioma propio.
Claro que existe ese barniz. ¿Cómo negarlo?
Pero nada más que eso. El efecto de la obra literaria siempre será y lo repito
hasta que pueda aceptarse: la perturbación. Los demonios del hombre de Gerasa
no están hechos para calmar a nadie. En cambio, una obra científica, por más
interrogantes que abra, intenta producir un universo único con sus leyes y sus
modos de domesticarlo en la técnica. Pero la literatura (o cualquier arte, pero
ahora nos importa la literatura especialmente porque elige las palabras, o sea
que se trata de la paradoja perfecta) es salvaje porque no domestica nada, o se
disfraza de entretenimiento. (En esos casos de literatura sólo estará el
nombre: es como comparar a Klimt con Rembrandt y ya sé que las comparaciones
fastidian). Literatura es un modo de
enrevesar, de subvertir, de confundir, de malentender, de disgregar, de
fragmentar, de aceptar a Heráclito el Oscuro. Ese perpetuo fluir, esa nada que
permanece. Esa transmutación, eso que se
disuelve continuamente. Por algo los panfletos políticos temen cualquier
proceso de disolución. Todo es en cuanto cambia, es decir desde el no ser,
dirían los discípulos del Oscuro. La literatura sigue esa dialéctica de
contradicción y cualquiera de sus obras muestra un proceso de agujero. ¿Qué es una paradoja sino eso?
La poesía es el género donde esa
multiplicidad se hace presente de una forma donde ni hace falta el disfraz. La narrativa y el teatro pretenden dar sólo
un efecto de disolución del sentido final, pero como si siempre estuvieran
brotando de una fuente pura y no es así. Una lectura desprejuiciada (y un poco
suicida) de un texto nos muestra, no sólo un efecto final de agujero, sino
múltiples agujeros en un texto o tejido donde están los diferentes momentos del
Sujeto, sus personalidades contrarias, sus ideas que luchan entre sí, sus
miradas que se chocan. Creo que la
literatura, especialmente por estar, además, hecha de la peor materia que son
las palabras, muestra el artificio de creer en un Único Sujeto con su estilo y
su mirada propia y peor aún, sus ideas, creencias, valores.
¿Y las antiguas Musas? ¿Y de qué hablaban los
románticos cuando se referían a la inspiración? ¿De dónde salía esa otredad?
Los surrealistas ¿no estaban en lo cierto? ¿De qué oscuridad salían las voces
de la Doncella de Orleans?
Hubo escritores que captaron cierto
murmullo intraducible que parecía estallar en trozos. Joyce fue un campeón de
esa escritura. Proust lo sugería todo el tiempo. Kafka lo sufría. Faulkner lo
señalaba. Ni siquiera había una memoria ni un tiempo.
Los trozos de Proust no forman parte de
ninguna unidad previa, de la cual fueron arrancados y expuestos en forma
desordenada. Su recuperación del tiempo es una muestra acabada de lo imposible
del deseo. El deseo intenta parecer uno y es una mezcla donde nada es seguro.
¿Debemos decir que la materia o el terreno de la literatura, es, de hecho, un
tembladeral? A veces lo que es obvio, se enmascara, en virtud de la realidad
del autoengaño. La lógica forma parte de las muchas negaciones que nos hacemos
y que también ayudan (en un sentido) a vivir sin sobresaltos.
¿Qué pretende este Sujeto que percibe
sensaciones contrarias, aquejado de múltiples demonios llamados Legión, que los
escribe, como para fijarlos en una escritura, aun contando con la indefinición
y lo definitivamente perverso de las palabras? Un exorcismo, claro. Lo que
anule la Legión y la vuelva un Espíritu. Por algo llama Dios al Verbo y
pretende una salvación literaria y textual.
Cualquier religión, cualquier re-ligamiento
es siempre con lo Uno, llámese vientre materno o Dios. Por eso Platón soñaba
con Arquetipos. Pero el Platón Escritor (y finalmente su obra es literaria)
produce la tiniebla múltiple, muestra las aberturas del caos. Si la filosofía
nace como interpretación de las palabras de la Sibila, la literatura es ese
grito donde todos los espíritus en confusión pugnan por salir. El psicoanálisis
hablará de inconsciente y Lacan hará suya la voz de Rimbaud: Yo es otro. Sería
un facilismo que me detuviera en el psicoanálisis.
Yo es otro.
*Fragmento de DESVÍOS Y TRAICIONES LITERARIAS
Editorial Huso, Madrid, 2025
-Liliana
Díaz Mindurry nació en Buenos Aires.
1º Premio Municipal de Buenos Aires Bienio
90-91 por el libro La estancia del sur
además del 1º Premio Municipal de Córdoba, el 1º Premio Fondo Nacional de las
Artes 1993 de novela, el Premio Centro Cultural de México 1993, Premio El
Espectador de Bogotá en 1994 (concurso Juan Rulfo de París), el 1º Premio
Jiménez Campaña de Granada. Logró el Premio Planeta 1998 por Pequeña música nocturna, entre otros
premios. Ha publicado 31 libros entre ellos las novelas La resurrección de Zagreus, A
cierta hora, Lo indecible, Lo extraño, Pequeña música nocturna, Summertime,
Hace miedo aquí, El que lee mis palabras está inventándolas,
Perro ladrando a la luna, Cita en la espesura, La dicha, La mansa brutalidad del mundo.
Los libros de ensayos La voz múltiple, La
maldición de la literatura, Conversación
entre dos patios. La poesía de
Santiago Sylvester (Mejor ensayo internacional de poesía 2024, Recife).
En cuento publicó: Buenos Aires ciudad de la magia y de la muerte, La estancia del sur, En el fin de las palabras, Retratos de infelices, Último tango en Malos Ayres. Onetti a las seis fue llevado a la
escena teatral por Hernán Bustos junto con Un
sueño realizado de Onetti. Participó
de antologías de cuento en España, publicando entre otros cuentos, Rulfo cien años después. Escribió el posfacio a las obras completas de
Onetti en la Editorial Galaxia Gutenberg.
En poesía publicó Sinfonía en llamas, Paraíso
en tinieblas, Wonderland, Resplandor final, Cazadores en la nieve, Poesía
Completa (1990-2017), Hamlet en la
azotea, Guernica, Lo prohibido.
Su obra fue traducida al alemán, inglés,
italiano, portugués y francés.
*
Pasaron todas las
razones:
hombres, hijos,
camas deshechas por
amor o sueño.
Aprendiste. Y
olvidaste.
Y hubo piedras
como cometas
definitivos a tu paso.
Y caíste. Y levantaste
los ojos hasta el
cielo o hasta dios.
Aprendiste. Y no.
Aún estás viva.
Después de todo
¿qué es la felicidad
si no el instante?
Atrapalo. Y no lo
sueltes.
No lo sueltes.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
-Mariana nació en General Belgrano,
provincia de Buenos Aires, en 1971. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena, 2014)
Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador (La Magdalena, 2016)
Piedras de colores (Proyecto Hybris, 2018)
El orden del agua (GPU Ediciones ,2019)
(Sudestada, 2021)
Quiero sacar la cabeza
por la ventanilla de tu coche (Halley Ediciones, 2023)
Patio (elandamio ediciones, 2024)
Poesía reunida (Medusa editores, 2024)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
Mueren
los animales*
De ti me queda el espacio, este espacio en
donde habitan los números,
donde habitan sésiles nuestros cuerpos de
tulipán: el tuyo morado.
De ti me queda la espera de tu mundo y la
levedad de nuestra escucha.
Me queda invocar a esa criatura que llora
en el manantial que arde
con el esplendor de sus palabras, que ha
perdido a su amigo árbol
y le inventa con sus sollozos en aquel
rincón
en el que aún permanecemos juntos, con
nuestros alientos contenidos,
perdiendo nuestros colores…
No te molestes en responder.
En los márgenes de los abismos no hay
diálogos
y yo quedé entre las grietas, evitando la
noche, huyendo de ella,
regalándote al sueño donde te nombro. No me
busques en esas zonas
donde llené mis pulmones de tu aire para
incendiar mi piel.
Siempre es buena opción cambiar a este
mundo con el fuego.
De ti me queda el espacio, ese que
adornaste cuando
retiraste el esmalte de tus uñas,
liberaste el polvo que nos humedeció de
pigmentos
que hizo nacer esa espera del autobús,
ese refugio en las placentas del recuerdo.
Tal vez no sea con estos pasos ni con estos
discos solares pendiendo
de tu cuerpo con los que vamos a llenar las
nubes de agua,
tal vez no nos quede más
que ver desprenderse de sus difracciones
el atardecer que anida en el insomnio de
tus manos.
*de hugo
ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
Coyoacán. México.
UNA MI ABUELA*
Hay una tendencia que se diría natural,
cuando en realidad es puro aprendizaje y cultura superpuesta, una costumbre que
se arma capa por capa como alfajor santafesino. Hay una tendencia sincera y
rosada, tierna y con puntillas, de pensar en una abuela y vestirla con
mantilla, colocarle un rodete blanco en la nuca, adornarla con camafeos y
zapatones de taco bajo, lavarla con lejía y frotarle las arrugas hasta que
reluzcan de pureza primordial.
Decimos abuela y tomamos una niña pequeña,
empolvamos sus cabellos, le dibujamos líneas en el rostro y la caracterizamos
con unos lentes generosos. Aquí está, señores y señoras, una abuela. Aroma a
vainilla, sonido crujiente de sábana de algodón planchada, gusto a salmuera y
caramelo. Abuela niña, abuela inmaculada, abuela para ayudarla a cruzar la
calle, para reírse buenamente de sus desmanejos con aparatos novedosos, para
alcanzarle el bastón, para ejercer la dádiva de cariños espaciados y
ocultamente mezquinos.
La infancia y la vejez se tocan, dice la
gente con sonrisa comprensiva, y observan a las viejecitas con la justa mezcla
de emoción y alivio por no haber llegado aún a esas espantosas edades. Hablan
fuerte para saltar la tapia de la sordera, y a la vez hablan como si la abuela
no estuviese presente, porque es una casi persona como los niños; una porque ya
pasó la etapa de ser útil y los otros porque todavía no llegaron.
Abuelita de Caperucita, viejecita amorosa
amasando tallarines los domingos, tejiendo escarpines, dormida en el sillón con
el gato en el regazo.
Mi abuela no era una niña. Había sido una
niña hacía mucho tiempo, cuando nació en Argentina pero se fue a Euskadi al
regresar sus padres a España. Fue una mujer cuando la guerra civil permitió a
Alemania probar los aviones bombarderos sobre Guernica, y en Guernica su madre
recibió metralla, y cargó mi abuela un fusil, y perdió un hijo, y mató un
falangista, y se echó al monte, y se pasó a la Francia, y por esas épocas uno
de sus hermanos se disolvió en una tumba anónima quién sabe en qué valle o en
qué colina del vasto paisaje.
Mi abuela es la mujer que se vino a
Argentina arrastrando a una hija que no quería venir, la mujer que le torció la
vida a esa hija que quedó varada en una playa que no pudo ser suya jamás.
Inteligente y misteriosa la veo a mi abuela
leyendo infatigablemente, la veo hablando con el cura, ella que fue católica y
después evangélica para terminar hablando con el Padre Torres, también español,
de allá, de su patria tras los mares.
No era fácil mi abuela, no era charlatana
ni particularmente cariñosa. Su amor pasaba por manos de dedos deformados que
tejían, cocinaban, me pelaban las uvas y les sacaban las pepitas. Una presencia
seca y oscura en mi casa de infancia. Un ser orgulloso y digno, que no renunció
al mantel sobre la mesa ni aún en soledad, ni aún cuando la fatiga del corazón
le hacía pagar los gestos inútiles.
Abuela, madre, hermana. Quién sabe.
Avatares. Ella era una persona con una historia, y peripecias, y secretos. Mi
madre y yo, sus patrias, sus creencias. Todo eso fue suyo. Su vida le
pertenecía. No fue mi abuela más que circunstancialmente, yo fui un pasaje en
el extenso texto de su vida. Y eso me parece bien.
No era una niñita arrugada mi abuela. De
ninguna manera. Era una mujer que había amado, había seguido sus hombres y llorado
las muertes y los fracasos. Una mujer con algo que decir pero que no dijo, como
los buenos narradores que nos dejan siempre con el deseo de saber un poco más,
de adentrarnos un paso más allá en sus aguas.
Me dejó mi abuela esta cosa de sentirme ser
humano, de saber que no debo explicaciones y de negarme al patetismo de
ajustarse a los estereotipos convenidos. Fotografías en blanco y negro, una
rama genealógica que viene directa desde mil novecientos dieciocho, atraviesa a
mi madre y me clava aquí, justo aquí, tan parecidas, al fin y al cabo, puestas
una junto a otra.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
DENTRO
DEL BOSQUE DE LA MEDIANOCHE*
“Y en lo profundo,
dentro de los sagrados
bosques de la
imaginación.”
Denise Levertov
Y profundizas
con tus viejos pies de interrogantes
sobre los sagrados bosques
en donde las previsiones nerviosas
de las palabras
levantan un suelo inusitado
jamás pisado por otros
buscadores del sueño secreto
de lo imaginado
sin importarles la veda celosa del día
con su densa maleza
entretejida por oscuras nubes.
Sólo el profundo canto
disímil de una palabra que se extingue
para convertirse en ave,
en verbo que redescubre su rostro
en la inefable selva insómnica
de lo que nunca desaparece
con la sorpresiva desaparición del bosque
de la medianoche.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
Columbus. Ohio
*
Volver a la intensidad
de esos ladridos que hacen disparar a los pájaros como proyectiles. Volver a la
intensidad donde Lázaro es detenido en la muerte. Donde el propio lobo de
adentro me mastica de a poco, suavecito y brutal, interminable.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
https://inventren.blogspot.com.ar/
PARADA
KM 79*
De estación en estación, y todas las
estaciones vacías, y todas con lluvia, y todas con este olor a campo y algunos
papeles mojados en los andenes. El campo apenas adivinado detrás de las
ventanillas que no cierran bien y dejan entrar el frío, las gotas de agua en el
vidrio que tiemblan y trazan recorridos oblicuos.
Y yo, finalmente, yo en este tren que se
mueve irremediablemente hacia adelante y más adelante, y a medida que las
estaciones se suceden se va acercando a mi apeadero, en donde detendré el viaje
que para el tren continúa más y más allá, siempre más adelante y más lejos en
esta noche interminable.
El viaje como una continuidad, un largo
camino de aquí hasta allá, y yo que no voy de aquí hasta allá sino que me bajo
antes, en un intersticio, yo que detengo mi viaje en este tren que va a
continuar sin variar casi el peso, sin extrañarme. Yo que voy descontando
paradas, un latido en falso en cada estación, un retorcijón en el vientre cada
vez que tacho en el espacio otro nombre que me acerca a destino.
Llueve, siento humedad en el aire, abrigo
mojado, pelo húmedo, ronquidos desde otro vagón. El paisaje que se va, que
queda atrás, y más atrás, y fuera de alcance. No hay luna. No hay cielo hoy,
sólo una negrura espesa y una lluvia inevitable.
Lluvia, lluvia y trenes, y estaciones. Y
una mujer sola en un vagón con el abrigo húmedo y una sola maleta y la mano
apretada contra la boca cerrada sobre los dientes apretados. Yo.
Ya casi, falta poco. Tomo mi maleta para
tener algo en la mano, para convencerme de que es cierto que me voy a bajar. Me
convenzo tomando la maleta y arreglándome un poco el peinado arruinado por la
lluvia. Me aferro a mi maleta porque si esto no es un sueño el tren va a
detenerse y en vez de seguir sentada en un viaje infinito me voy a bajar. Me
voy a poner de pie con mi maleta, voy a llegar hasta la puerta, voy a bajar al
andén y voy a encontrarme con Pedro después de esta larga, larguísima semana.
Va a estar ahí esperándome, ya nos pusimos
de acuerdo. Con las manos en los bolsillos, seguramente. Terminando un
cigarrillo o mirándome de frente con los brazos cruzados. Va a estar ahí esta
noche, nos vamos a subir al auto, vamos a llegar a casa y no sé si vamos a
decir algo. No lo sé.
Siento ya su cuerpo sentado al lado del mío
en el automóvil, la sensación del tapizado del asiento, mis ojos fijos en el
rosario que cuelga del espejito para no mirarlo a él, silencioso, a mi lado.
Ya me imagino en casa, dejando la culpable
maleta en el ropero, metiéndonos rápido en la cama para dormir al menos unas
horas hasta que suene el despertador. Veo el desayuno con el mate y yo otra vez
usando las pantuflas y el pullover rojo que quedó en el ropero.
Otra estación, ya casi. Si fuese de día
seguramente podría comenzar a reconocer parajes y alguna casita rodeada de
árboles. Pero no veo nada. Nada de nada.
Mamá me dijo que una se casa para siempre y
que los hombres tienen sus cosas y que la mujer tiene que aprender a
manejarlos. Y dijo mamá que cada esposa con su esposo y cada carancho a su
rancho y que la vida es esto y no cuentitos de princesas y zapatos de cristal.
Le dio vergüenza que yo haya escapado de mi matrimonio y haya vuelto al pueblo.
Se reía con las vecinas pero a mí me congeló con los ojos fríos cuando me abrió
la puerta. Ella habló con Pedro por teléfono y que si, que claro, que me
mandaba de vuelta que las cosas se arreglan entre marido y mujer y basta de
pavadas.
Es la próxima ahora, Pedro con las manos en
los bolsillos seguro, y elevo el cuello de la campera que no me tapa el
moretón, pero lo subo igual, no quiero que Pedro vea el moretón que es como
acusarlo y recordar que me escapé.
Ahora sí, en medio de estaciones y
estaciones y estaciones está la parada en el kilómetro 79, ni nombre tiene mi
parada, es apenas un intersticio por donde me voy a caer para siempre para
siempre. Y me veo desapareciendo por ese hueco entre campos, esa grieta entre
paredes. Me veo alejándome con Pedro y el rosario colgando y el color azulado
en mi cara que ya no se ve porque se aleja. Se aleja de este tren que acaba de
detenerse.
Me pongo de pie, tomo la maleta, me subo de
nuevo el cuello del abrigo y camino hasta la puerta del vagón. Estoy caminando
en sueños, lo sé. No siento el suelo duro bajo los pies ni el olor ni los
sonidos ni siento mi propio cuerpo. Esto ocurre despacio y de forma borrosa.
Alguien camina con una maleta y es mujer y se acerca a una puerta del vagón de
un tren detenido en una casi estación para dejarla junto a un casi hombre para
que vaya a un casi hogar.
Me quedo. Me quedo y el miedo desborda,
rompe, me hace transpirar en una oleada roja de pánico salvaje. Aprieto la
manija de mi maleta. Me quedo.
Cuando el tren vuelve a ponerse en
movimiento y se sacude, y después se empieza a apurar y al fin corre sobre sus
rieles brillantes de lluvia yo, una mujer con una maleta, me pongo a alisar los
pocos billetes que tengo en el bolsillo, me acomodo en el asiento e,
infinitamente desamparada, sola, sin saber cuál será el futuro, duermo en una
calma de feroz alegría.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-Próxima estación:
FRANCISCO A. BERRA.
-Continuidad literaria
por el Ferrocarril Provincial:
ESTACIÓN
GOYENECHE.
GOBERNADOR
UDAONDO.
LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN
DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ.
J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Editor
responsable: Lic. Eduardo Francisco
Coiro.
Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/