Hoy, el futuro....
Niña mendigo*
Entre nubes de monóxido
Y bocinas apuradas
Niña mendigo
Con sombrero de Piluso
Fisgoneas las ventanillas
De los que paran
Frente al semáforo
Niña “trabajadora”
Contaminada por los gases
Y la miseria
Saltando y jugando
No adivinas aun
El peligro y lo perverso
De una “monedita”
Acaso tendrás ilusiones
Con cuentos de hadas,
Castillos de arena y
Zapatitos de cristal?
Qué destino tendrás
Carita bonita con tanta
Fragilidad?
*de Azul. azulaki@hotmail.com
HOY, EL FUTURO*
Lo hemos visto en los filmes más antiguos de ciencia ficción. Era ese futuro lejano de plexiglás y personas uniformadas. Mientras tomábamos el café con leche, alguna tarde de sábado nuestros ojos infantiles se asombraron frente a imágenes de atrayente y repulsiva limpieza, donde los hombres y mujeres sonreían con dentaduras perfectas y viajaban en vehículos de cristal.
Pero ese futuro ya está aquí.
La Défense es un sitio donde los lisos edificios de acero y vidrio se elevan sobre explanadas de cemento; imponente como las catedrales de la contrarreforma, con el deber de transmitir desde su concepto estético un orden del universo.
Bradbury en los años cincuenta se quejaba de que los arquitectos habían quitado los porches a las viviendas, para que la gente no pudiese declinar el ocio en charlas con los vecinos, en la contemplación del árbol de la vereda, en la suave magia de un ocaso. Las casas sin porche llevaban a la sala, al televisor, a la soledad. Individuos aislados, virtualizando ya entonces el contacto con el resto del mundo.
En los edificios de la Défense no existen cambios de humedad ni temperatura, se han abolido las estaciones, los olores, el polvo. Y la gente demuestra su pertenencia a ese contexto con la extrema contención; no vestirán telas estampadas, renunciarán con minucia a los colores llamativos, ordenarán sus cabellos lacios, y solamente se permitirán fragancias sutiles. Son los que se quitan los olores, se cepillan las lenguas, aspiran a la delgadez para emular la bruñida superficie que los contiene. El caótico mundo de la diversidad no ingresa en esas salas, donde se maneja el mundo.
Cifras y estadísticas, fantasmas de la realidad, datos y porcentajes. Ese es el universo que digitan los operadores, quienes llegan en el tren aerodinámico, brillo plateado y velocidad. La rapidez, la asepsia, la falta de asideros nos anuncian que todos están de paso, que cada uno es una pieza reemplazable.
En el filme de Jean-Marc Moutout “Violencia en tiempos de calma”, el joven ejecutivo no ha completado su formación. Se vincula a una mujer común, y vemos a Philippe tan extraño en un departamento abigarrado, pleno de colores y objetos, muebles antiguos y adornitos. Demasiado humano ese departamento, demasiado humana esa mujer con una hija, con una madre, con la calidez de quien se siente conectada a personas con peso y besos e historia propia.
Lo envía la consultora a Philippe a la provincia; a una fábrica de verdad, con el encargo de refuncionalizarla y despedir al personal sobrante. No hay lugar para las antiguas fábricas donde se conserva al empleado que es viejo y ya no produce óptimamente, ni hay lugar para producciones diversificadas u operarios problemáticos. Hay que comprimir. Y Philippe se debate entre los dos mundos, entre las torres de la Défense y el cuarto de su novia, entre las personas reales y las estadísticas.
Existe la transición desgarradora, la culpa, el sufrimiento.
Pero en el final lo veremos descender de su automóvil sin aristas, con su nueva novia sin aristas, y habrá alquilado una vivienda amplia y blanca, despojada. Habrá ingresado plenamente al relato de la realidad del poder, una realidad lisa y matemática, virtual.
El resto del mundo continuará sobreviviendo con historias particulares, con personas que se debaten con el desempleo y la explotación, en casas con fotos y cuadritos en las paredes. Pero no serán la realidad. Aportarán, eso si, un número en alguna planilla.
La Défense se clona en Tokio, en Dublín, en Buenos Aires. Las nuevas catedrales de acero y vidrio nos explican estéticamente el relato de nuestra época. Y vemos, con asombro y horror, hombres y mujeres que sonríen con dentaduras perfectas, lisos y bruñidos, de acero y cristal.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Reescribiendo...
¿El hambre puede esperar?*
Un raro defensor del libre mercado para salvar África
En Bukura, Kenia, James Shikwati, joven maestro que reside en la parte occidental de Kenia, se convirtió
en admirador del economista Lawrence W. Reed, de Michigan. Éste entrena a grupos conservadores que
promueven la Economía Conservadora, con las recetas ya conocidas. Shikwati durante cuatro años se empapó con todo el material que Reed le envió sobre libre mercado y la libertad individual, convirtiéndose en un apasionado de la teoría capitalista.
Mientras Reed defiende a su protegido diciendo que es "un defensor apasionado en un lugar improbable", desde la Universidad de Columbia, el profesor Jeffrey D. Sachs lo llama "desatinado y equivocado".
Shikwati, rechaza la asistencia y ayuda extranjera, acusándola de "dañar los mercados locales, corromper gobiernos y crear dependencia".
Pese a sus buenas intenciones de cambiar, los pocos resultados que ha logrado hasta el momento, demuestran que el tiempo que se tardaría en una mejora sin asistencia sería muy largo y agotador. Los niños que actualmente en Kenia pasan hambre no tienen tiempo que la economía del primer mundo les llene la panza dentro de diez años, cuando el desarrollo de industrias y comercio locales estén en auge.
Shikwati, parecería que es utilizado para justificar en un país en desarrollo, lo que no resultó en
otros, como en nuestro país, en donde el libre mercado y la globalización, destruyeron la industria nacional hasta convertirla en satélite inútil, del primer mundo.
*de Mirta Alicia Gisondi mirtagisondi@hotmail.com
Fuente: The New York Times en castellano. Clarin 25/11/06
Internet, uno y los demás*
*por Osvaldo Pepe | SECRETARIO DE REDACCION DE CLARIN
opepe@clarin.com
Internet ha cambiado el mundo para siempre. Es la revolución más intensa de la modernidad porque le ha dado otra dimensión a las vidas públicas y privadas de quienes tienen la posibilidad del acceso, y a la vez ha pavimentado la conexión entre ellas hasta tornarla casi infinita, aunque virtual.
Junto a otras innovaciones de la era digital (celulares, mensajes de texto, e-mail) tejió una red de comunicación como nunca antes conoció la humanidad. ¿Quién podría desconocer semejante capacidad transformadora? Sin embargo, las señales de alerta sobre la presunta adicción que trae su uso son frecuentes ("Más polémica por el presunto carácter adictivo de Internet").
Los expertos no se ponen de acuerdo. Pero acaso no sea ese el riesgo principal. En un artículo publicado en Clarín, Jeremy Rifkin escribió que lo más alarmante es que la mayor parte de los niños interactúa con medios electrónicos en soledad. Se sumergen cada vez más en mundos virtuales y pierden los vínculos emocionales que se establecen con otras personas. Llamó a eso "tristeza tecnológica".
Rifkin dice más: en el Primer Mundo ya se trabaja en un campo que se define como "computación afectiva". Su objetivo es crear tecnología que pueda expresar emociones e interpretar y responder a las emociones de otras personas. No es ciencia ficción. El hombre, que a veces ha jugado a sustituir la idea de Dios, ahora parece desafiar la esencia misma de su condición humana.
¿Podrán encorsetar los sentimientos en una computadora? Uno apostaría a que no: hay emociones que no caben en una PC ni en ninguna red cibernética. La vida es vida con quienes uno elige, con sueños y proyectos, propios y compartidos, que a veces se alcanzan y otras no. Pero el verdadero sentido de la vida es junto a y con los demás. Desde antes de Internet, el hombre siempre supo apretar "enter". Y escribir su propia historia, en cualquier formato.
Copyright 1996-2006 Clarín.
Fuente: Clarín. www.clarin.com
Para leer "Más polémica por el presunto carácter adictivo de Internet"
ir al link: http://www.clarin.com/diario/2006/11/27/sociedad/s-02801.htm
Paul Virilio y la política del miedo*
El pánico es el argumento central de la política, dice el pensador francés en su libro "Ville panique", que aquí se anticipa en exclusiva. Además, en diálogo con Ñ se refiere a los efectos desestabilizadores de la tragedia de Cromañón. Lo que ocurrió en Buenos Aires, dice, muestra que las catástrofes —vengan de un atentado o de un accidente— consiguen lo que antes procuraban la guerra y la revolución.
*PABLO RODRIGUEZ
Llama desde Buenos Aires? ¡Ustedes sí que viven en una ciudad pánico!". En la charla previa para pactar el momento de una entrevista telefónica, Paul Virilio descerraja esta exclamación y provoca sorpresa. ¿Está hablando de la debacle argentina de 2001, un tema que casi cualquier europeo informado conoce, o se refiere al incendio de República Cromañón y a sus efectos inmediatos en la sociedad? "Lo que pasa en esa ciudad es un reflejo de mi teoría acerca de la indistinción entre atentado y accidente. Hoy resulta que catástrofes tan importantes como las del 11 de marzo en Madrid —que fue un atentado— o la de una discoteca en la que murieron 200 personas —que fue un accidente— pueden llevar a un cambio de gobierno o a la crisis interminable del mismo gobierno. Y no estoy pensando solamente en la renuncia de un intendente o de un alcalde, sino de un cambio completo de gobierno o de régimen. O sea que a través del atentado o del accidente se alcanza lo que antes se conseguía por medio de guerras y revoluciones". Según Virilio, la estela política que dejó la tragedia del 30 de diciembre es la manifestación propia de una ville panique, literalmente "ciudad pánico", título de su último libro, que este año se publicará en nuestro país y cuyo primer artículo ya fue traducido y publicado el año pasado por la revista Artefacto. La conclusión de Virilio es lapidaria: "Esto demuestra que el miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna".
Paul Virilio —arquitecto, urbanista, filósofo, figura central e inclasificable del panorama intelectual francés, autor reconocido en todo el mundo, "un hijo de la guerra", como le gusta definirse— es efectivamente un hombre informado. En Ville panique, mucho más que en sus libros anteriores, sus interlocutores son principalmente artículos de diarios, entrevistas a personajes políticos, anécdotas de accidentes y columnas de opinión, como si el lector pudiera asistir a su propia lectura de los medios, por la mañana quizás, o en medio del desayuno. La voracidad informativa de este hombre de 74 años que hasta hace poco se dejaba fotografiar con una gorra con visera en la cabeza, que vive en el balneario de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, está animada por una obsesión: sus temas son recurrentes, siempre vinculan el fenómeno de la guerra, el estado de la política y la constitución de la ciudad, cuando no se dedica a reflexionar sobre el arte y sobre las transformaciones de la percepción en el último siglo, asuntos con los que se hizo conocido. Virilio considera que tiene una misión: alertar. En su urgencia se puede entrever lo que el alemán Hans Jonas denominó "la heurística del miedo", la convicción de que la acción política consiste en tomar nota de los peligros. En el caso de Virilio, se trata del peligro de desestabilizar absolutamente todos los aspectos de la conciencia y la percepción occidental, algo propio en realidad de la modernidad capitalista, cuando no parece haber en el horizonte un cuerpo coherente de creencias.
Teoría política de la ciudad
En Ville panique asoma una teoría política sobre el mundo contemporáneo. Esta teoría no está formulada con el rigor que exhiben la filosofía política, sus autores canónicos, sus conceptos y marcos de referencia, sobre los que se vuelve una y otra vez. Su estudio ni siquiera parece pretender el título de "teoría". Como él mismo dice, en diálogo con Ñ, el punto de referencia de la política es la ciudad, la polis. En la actualidad la ciudad es el espacio donde se imbrican la guerra y la política, ya sea siguiendo la famosa sentencia de Clausewitz —"La guerra es la continuación de la política por otros medios"—, ya sea siguiendo la inversión que hizo célebre Michel Foucault: "La política es la continuación de la guerra por otros medios".
Hasta el siglo XX, razona Virilio, la política y la guerra moderna pivotearon alrededor del
Estado-nación, una entidad fijada en un territorio extenso con una población relativamente repartida. Los medios de combate de los tiempos clásicos eran la policía en el ámbito interno y las Fuerzas Armadas en el exterior. Los ejércitos tenían entonces un terreno donde enfrentarse, el campo de batalla, y desde allí eventualmente procedían a la conquista territorial, de la cual las ciudades eran el último, pero no generalizado, escenario de lucha. Las guerras mundiales, sobre todo la Segunda, marcaron un quiebre destinado a perdurar: la ciudad pasó a ser blanco de los ataques militares con bombardeos a la población civil. La estrategia militar evidentemente había tomado nota del formidable cambio por el que las poblaciones abandonaron las extensiones para concentrarse en territorios pequeños como las ciudades. Atacar una ciudad sería, de ahora en más, un hecho político. Para Virilio, aquí nace la lógica de lo que hoy se llama terrorismo, tesis desarrollada por varios autores, entre otros el alemán Peter Sloterdijk en Temblores de aire.
Escenario de la guerra y de la política, la ciudad comenzó a desdibujar la frontera entre la policía y el Ejército, pero, sobre todo, a ocupar la centralidad política que antes tenía el Estado. Como en la antigua polis griega, el ciudadano está hoy llamado a cumplir funciones de alerta policial y eventualmente funciones militares, pero la democracia actual no es semejante a la del siglo de Pericles. Durante todo el proceso moderno, la imagen idealizada de la democracia griega había dado paso, primero, a la democracia indirecta, ejercida a través de los representantes, y luego a la democracia de la opinión pública, donde los medios de comunicación disputan a las instituciones, corporaciones y partidos políticos el lugar de la "reflexión en común", del debate acerca de la dirección de los asuntos de una nación. Y aquí se llega a una de las ideas centrales de Ville panique. Como los soldados-ciudadanos que somos no se asemejan a los de la polis griega, estamos dominados por el miedo y el pánico a la inseguridad antes que por un sentido de deber hacia nuestra nueva e insólita ciudad-Estado.
Este pánico anula el lugar de la reflexión y los medios se hacen cargo, no ya de la demanda de reflexión colectiva, sino de una demanda de emoción colectiva. Adicto a los juegos de palabras plasmados en fórmulas, Virilio dice que estamos pasando de la "estandarización de la opinión pública" a la "sincronización de las emociones" y que la crítica clásica a los mass media como sustitutos de la política deliberativa, que él mismo supo también esgrimir, está perimida porque es "la reflexión en común" la que dejó de ser una aspiración. La discusión, la secuencialidad de los debates que imita a la del pensamiento, da paso al ritmo, al sincopado, del corazón y de sus sobresaltos de adrenalina.
Dos son las consecuencias de esta transformación sensible de la política. Al interior de las ciudades, el sujeto no sabe cuándo ser soldado ni cuándo ciudadano, porque desconfía del vecino, no sabe quién es el enemigo y las fuerzas de seguridad son a un tiempo una policía y un ejército. En este sentido, Virilio estudia la creciente indistinción de las fuerzas de seguridad en los Estados Unidos, máximo ariete de los procesos políticos contemporáneos. Las grandes urbes serían hoy el terreno de una silenciosa guerra de todos contra todos que deriva no sólo en la más evidente histeria que rodea a los atentados y a los accidentes, sino también en la comisión de crímenes que guardan características similares a los de los campos de concentración, pues son producto de bandas que atacan a seres indefensos (mediante secuestros, violaciones colectivas, asesinatos seriales, etcétera) en lugares cerrados sin importarles su vida. Fuera de las ciudades, sin embargo, este cambio de lógica obliga al establecimiento de una "guerra civil global" que por principio no se detiene en las fronteras nacionales y prerrogativas estatales, por más que esté comandada por un Estado-nación como los Estados Unidos.
En este sentido, dice Virilio, hay una secuencia natural que va de la guerra en las ciudades de las dos guerras mundiales al terrorismo global de nuestros días, pasando por el interludio de la Guerra Fría. Las huestes terroristas actuales, en las que Virilio incluye tanto las de Osama bin Laden como las de George W. Bush, parecen marcar el punto más logrado de esta secuencia, porque operan con el miedo y el pánico que genera la indistinción entre atentado y accidente. Así, escribe Virilio en Ville panique, "mañana el Ministerio del Miedo dominará, desde lo alto de sus satélites y de sus antenas parabólicas, al Ministerio de Guerra ya caído en desuso, con sus ejércitos en vías de descomposición avanzada". Y esto sería así porque la guerra, que pasó de ser asunto de estados a asunto de ciudades, ahora entró directamente en el alma de cada uno de los habitantes de estas ciudades que no pueden gestionar esta tensión más que con una angustia insoportable.
Como puede verse, la propuesta teórica de Virilio es ambiciosa aunque no carece de problemas. Por caso, una idealización de la democracia representativa como el lugar de la "reflexión en común", cuando cabría por lo menos plantearse si la vida social en general, y la historia de la democracia occidental en particular, no aparecen más bien gobernadas por la ideología o por las ideologías. También es lícito preguntarse por la pertinencia de la extensión de la "lógica concentracionaria" —como él la llama— de los campos de concentración a las grandes urbes modernas. Con todo, no hay dudas de que ofrece una interpretación compleja de los fenómenos que pueblan los diarios y revistas que lee —como el caso del incendio de República Cromañón— y que descolocan las interpretaciones de muchas reflexiones que se hacen hoy en materia de teoría y filosofía política contemporáneas.
Una cuestión de escritura
Aunque éste parece ser el esqueleto central de Ville panique, el modo de reflexión de Virilio también lo lleva a lanzar cuerdas temáticas sin desarrollos ulteriores, como subtemas que bien podrían ser objeto de otros libros. Una de estas cuerdas se refiere al modo en que se habita hoy la ciudad. Para Virilio, asistimos a una época donde el nomadismo está ganando terreno frente a la sedentarización que hizo posible la civilización y el nacimiento de las ciudades. Hay además en la actualidad una voracidad de destrucción de los edificios que revela que se odia lo que se habita y que no se quiere reconocer el paso de la historia, hecho que se ilustra en el libro con la descripción de las fiestas que siguen al derrumbe de los gigantescos monoblocks que pueblan los suburbios de París, y que aquí también pudimos ver ejemplificado en nuestro "albergue Warnes". Asimismo, como es costumbre en los textos de Virilio, hay lugar para el anuncio de catástrofes. Afirma que los flujos de inmigración, incontrolables a pesar del esfuerzo de las zonas ricas del planeta por contenerlos, son signos que anuncian el estallido de la burbuja de la mundialización, y que la liberación del mundo de los negocios respecto de las restricciones del Estado de derecho conducirá a un nuevo crack económico global.
No siempre estos planteos son fáciles de reconstituir. La escritura de Paul Virilio dista de ser límpida. Su estilo está cerca del aforismo, y sus conceptos no se suceden, sino que saltan, se desplazan, burbujean. Como dice Andrea Giunta en su introducción a la versión en español del ensayo de Virilio El procedimiento silencio, él "Escribe encadenando imágenes. Las frases cortas imprimen a su escritura el ritmo del collage, del montaje. Una escritura visual que no es ajena a su formación, ni a los problemas ni a los temas que lo cautivaron desde un principio".
En Ville panique se hace presente, quizás con más fuerza que nunca, esa tendencia al slogan, a la frase fuerte, a la imagen terrible, junto a distintas combinatorias de la misma palabra con distintos prefijos (geo-, trans-, metro-, aeropolítica). Como si todo esto fuera poco, usa detalles de edición, palabras en itálica, mayúsculas, versalitas, que por momentos conducen la reflexión por una calle llena de carteles luminosos que se prenden y se apagan. ¿Cuál es la estrategia en esta proliferación? "Es una suerte de referencia al futurismo —confía a Ñ. Soy medio italiano y trabajo sobre la velocidad, los fenómenos de aceleración desde hace 40 años. El uso de detalles de edición para llamar la atención está tomado de las estrategias de los futuristas italianos. Algo así como un proceso de parodia con efecto de denuncia: ellos concibieron la velocidad y muchas de las cosas del mundo moderno como una maravilla, pero yo las considero un horror".
- —¿Cuál es para usted la idea central de - Ville panique- ?
- —No sé si hay una tesis central. Creo que uno de los aspectos fundamentales es la posibilidad de una superación del Estado nacional en beneficio de las grandes ciudades, las grandes metrópolis, que tienen finalmente más importancia que el Estado-nación, como vemos en Europa en relación con la Unión Europea. Hay entonces una suerte de metropolarización, diría, de la política. Se comienza a hablar de Ciudades-bienestar (ville-providence) que superan al Estado de bienestar (Etat-providence). Con la mundialización, el mundo se concentró en las ciudades, como la economía. Pasamos de la geopolítica, formada por la grandeza de los países, con sus territorios y sus fronteras, a la metropolítica. La ciudad tiene más importancia que el Estado. La crisis del Estado pone en cuestión la extensión nacional en beneficio de la concentración local de la gran ciudad.
- —Este carácter desmesurado que adquirió la ciudad como problema político ¿entraña nuevos problemas? Pienso sobre todo en lo que mencionó sobre lo ocurrido aquí en Buenos Aires a raíz del incendio en la disco República Cromañón.
- —El principal de estos nuevos problemas es lo que yo llamo la democracia de la emoción. Pasamos de una democracia de la opinión, con la libertad de la prensa, la estandarización de la opinión pública, a una democracia de la emoción donde lo que ocurre es la sincronización de las emociones. Esto tiene consecuencias políticas muy importantes, porque catástrofes tan importantes como las del 11 de marzo en Madrid, que fue un atentado, o la de una discoteca donde murieron 200 personas, que fue un accidente, pueden llevar a un cambio de gobierno o a la crisis interminable del mismo gobierno. Y no estoy pensando solamente en la renuncia de un intendente o de un alcalde, sino de un cambio completo de gobierno o de régimen. O sea, que a través del atentado o del accidente se alcanza lo que antes se conseguía por medio de guerras y revoluciones. Hoy, las grandes rupturas ocurren por revelaciones accidentales y no por revoluciones provocadas. Volvamos al ejemplo de España: antes incluso del atentado de Madrid, que influye en el triunfo de José Luis Zapatero, el gobierno de José María Aznar estuvo seriamente en jaque por el accidente del barco petrolero Prestige, porque no supo reaccionar a la dimensión de la catástrofe. Los terroristas hacen un uso muy inteligente de esta democracia de la emoción. Hay un fenómeno completamente nuevo que pone en cuestión el núcleo mismo de la democracia, porque ahora se trata de un reflejo condicionado que reemplaza a la reflexión en común a la que aspiraba la democracia representativa. Cuando la lectura de los diarios dejó paso al tiempo real de la televisión, se creó una suerte de "reflejo electoral" por el que un accidente se convierte en un hecho político. El reflejo no es la inteligencia, y mucho menos el pánico que domina a la ciudad y que analizo en mi libro.
- —Usted denuncia en el libro la existencia de una "ideología de la seguridad" que busca "actuar en todos lados y sin demora para evitar el hecho de ser sorprendido". ¿Sería una suerte de negativo catastrófico de la "sociedad de riesgo", término que hasta hace poco gozaba de gran fama en las ciencias sociales?
- —Para mí, el paso de la geopolítica a la metropolítica implica la vuelta al Estado policial. La guerra contra el terrorismo, lo que ocurre concretamente hoy en Irak, es un ejemplo patente de esta vuelta al Estado policial. Las ciudades-Estado griegas, que están en el origen de nuestra idea de la democracia, era también estados policiales. Los ciudadanos eran soldados. La polis y la policía iban unidos. Pero hoy en día se disociaron estos dos aspectos y se rescata sólo el valor de policía. Es en este sentido que hay que entender el término "sociedades de control". Y además, estas sociedades de control operan con una lógica concentracionaria que, eso sí, no apunta como en el pasado a la exterminación a gran escala. El proceso actual en Estados Unidos lo ilustra perfectamente: la Patriot Act que restringe las libertades civiles, lo que ocurre en Guantánamo, en fin, toda la guerra contra el terrorismo consiste en la puesta en acto de un Estado policial global. Hemos salido de los grandes ejércitos nacionales a la policía de la metropolítica mundial.
- —Cita el caso de Guantánamo, al que refiere también Giorgio Agamben en su libro - Estado de excepción- , como parte de la lógica concentracionaria actual. ¿Comparte su punto de vista sobre el estado de excepción?
- —Bueno, yo soy hijo de la guerra, tengo 74 años y viví plenamente la Segunda Guerra Mundial. Eso me diferencia de Agamben. Y esta diferencia no es anecdótica, porque yo viví esos procesos en las ciudades y fue eso lo que me llevó a reflexionar sobre la ciudad. Yo hablo de la política desde mi lugar de urbanista, desde mi interés por la ciudad, y no desde la teoría política clásica. Por supuesto que puedo tomar cuestiones que tengamos en común, y por eso lo cito, pero mi ángulo de ataque del problema de la política actual es diferente. Para mí, la lógica concentracionaria tiene que ver con el abandono de la cosmópolis, la ciudad abierta al mundo, que es reemplazada por la claustrópolis, una vigilancia global a través de las tecnologías que América latina conoce bien, con los radares y los satélites que dominan el subcontinente con el argumento que fuere (lucha contra el narcotráfico, guerra contra el terrorismo). Esto es un fenómeno netamente retrógrado.
- —Se puede decir que el control a través del espacio, algo que usted llama "aeropolítica", no es un fenómeno nuevo.
- —Efectivamente. La aeropolítica quedó consagrada definitivamente con la Segunda Guerra Mundial, en especial con los bombardeos masivos a poblaciones civiles. El air power abrió esta posibilidad de controlar regiones enteras con fuerzas aéreas. Y en esto también contribuye el propio fenómeno urbano que estalla masivamente en el siglo XX, porque es la gran concentración de población la que convierte a la ciudad en un blanco predilecto. Fueron los aviones los que provocaron el debilitamiento del componente territorial de la política. La política del suelo, de las fronteras, está cediendo paso a la política del aire, la aeropolítica. La confirmación viene dada por ciertos fenómenos del urbanismo, como la concepción de Brasilia, la capital de Brasil: fue planificada desde una visión aérea.
- —En la guerra actual, dice, el Ministerio del Miedo está reemplazando al clásico Ministerio de Guerra. Pero a la luz de la manipulación informativa, la relación entre guerra e información ¿no configura hoy, más que un Ministerio del Miedo, el clásico Ministerio de Información en el que trabaja Winston Smith, en la novela - 1984- de George Orwell? Más aún, ¿no implica esta estructura sus propios límites como sistema de manipulación, como lo muestra el escándalo de las torturas en la cárcel iraquí de Abú Ghraib?
- —El Ministerio de Información de 1984, y los mecanismos clásicos de la censura, trabajan en la lógica de la subexposición. Creo que hoy asistimos a una censura que es producto de la sobreexposición. La subexposición fracasa frente a la necesidad de sobreexponer, de dar información sin cesar. Pero esta sobreexposición no es un símbolo de libertad, porque al invadirnos completamente perdemos de vista la realidad y nos impide la acción. Hoy es muy difícil ocultar información, pero igual de difícil es que una revelación de información (que no es la revelación accidental que mencioné anteriormente) provoque un "despertar" de las conciencias y un cambio político profundo. O sea, el escenario es bastante más complicado que el previsto en 1984. El poder de los medios a nivel global es mucho más complejo que la televigilancia que describía Orwell. Este es un fenómeno nuevo, que yo estudié en varios de mis libros, pero que requiere todavía de muchos análisis. El Ministerio del Miedo que yo pienso se refiere a la obra homónima de Graham Greene, publicada en 1943. El miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna. Esto ya había comenzado con el equilibrio del terror de la Guerra Fría, pero el proceso fue relanzado con una potencia nueva por el desequilibrio del terrorismo. Asistimos a un relanzamiento del pánico como política y tenemos que trabajar mucho para comprenderlo y combatirlo.
- —En su libro también menciona el curioso fenómeno por el que se detestan los monoblocks y se celebra cuando uno de ellos es demolido. Usted reivindica la posibilidad de construir uno mismo, crearse el espacio habitable en medio de la habitación prefabricada. ¿Retoma lo que Heidegger e Ivan Ilich, entre otros, plantearon sobre la relación entre construir y habitar?
- —Puede ser. Es evidente que ya somos vagabundos, homeless, que no tenemos hogar por más que tengamos un techo. Pero creo que a estas reflexiones hay que sumarles un componente actual muy importante: la movilidad social, los flujos migratorios que acompañan a la mundialización, ayudan considerablemente a sentirnos sin lugar propio de pertenencia. Estamos dejando la época de la sedentarización. Hasta hoy, hubo en la historia de la civilización un equilibrio entre sedentarios y nómades. Hoy ese equilibrio se rompió: se puede ser sedentario siendo nómade. Uno puede estar en todas partes, ya sea por los medios de transporte o por los medios de comunicación, pero también en ningún lado, porque se carece de la inscripción en un territorio, más allá de lo que indiquen los documentos de identidad, los catastros, etcétera.
- —¿Esto produce el odio por el cual se festeja la destrucción de un espacio que uno habitó?
- —Sí. Claro que hay que ver lo que son esos edificios en términos habitacionales; ahí se comprende el hecho de que no se les tenga afecto. Pero hay un aspecto esencial en este fenómeno de las fiestas de las demoliciones: se destruye el pasado. No se destruye solamente un edificio, con todo lo odioso que sea, sino su historia y la de su habitación. Y esto sí es muy grave. Asistimos a un verdadero culto del presente donde el pasado se olvida completamente. Y respecto del futuro, ciertamente no es radiante. Todo el mundo está ansioso, inquieto, por nuestro porvenir, porque se ciernen muchas amenazas: el terrorismo, el desastre ecológico, etcétera. Gozar de la destrucción del pasado es lo que yo llamo la tabula rasa, artículo con el que comienzo mi libro. Hagamos tabula rasa del pasado. Esto es otro fenómeno de pánico. Hoy, todo es pánico. Estamos pasando de la guerra fría al pánico frío. Y esto es un acontecimiento cultural —y no político— enorme.
*Fuente: Clarín. Edición Sábado 26.03.2005. Revista Ñ. http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2005/03/26/u-944192.htm
Elegir mi paisaje*
Si pudiera elegir mi paisaje
de cosas memorables, mi paisaje
de otoño desolado,
elegiría, robaría esta calle
que es anterior a mí y a todos.
Ella devuelve mi mirada inservible,
la de hace apenas quince o veinte años
cuando la casa verde envenenaba el cielo.
Por eso es cruel dejarla recién atardecida
con tantos balcones como nidos a solas
y tantos pasos como nunca esperados.
Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,
los espías aleves de la soledad,
las piernas de mujer que arrastran a mis ojos
lejos de la ecuación dedos incógnitas.
Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,
hojas secas, bocinas y nombres desolados,
nubes que van creciendo en mi ventana
mientras la humedad trae lamentos y moscas.
Sin embargo existe también el pasado
con sus súbitas rosas y modestos escándalos
con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera
y su insignificante comezón de recuerdos.
Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles.
*de Mario Benedetti
-Fuente: http://www.poesia-castellana.com/benedetti.html
*
Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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lunes, noviembre 27, 2006
jueves, noviembre 23, 2006
ESPEJO O SOMBRA
Esta noche*
En esta noche de primavera
Estoy aquí frente a mí
Espejo o sombra
Labios apretados
Y esfuerzo por escribir
Algo bello y tierno
Con esperanzas de lavandas
Y desfiles de muñecos
Entre las estrellas de plata
Y los bichitos de luz
Estoy asustada y perdida
Esperando una mala noticia.
*de Azul. azulaki@hotmail.com
Espejo o sombra...
Jueves, 23 de Noviembre de 2006
PIRATAS*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
El camino era de tierra con sus consabidos zanjones donde los cuises hacían sus trabajosas cuevas para huir de nuestras pedradas y de los colmillos asesinos de los perros.
Hubo también a los costados en un tiempo alguna hilera de paraísos coposos para descansar de las correrías en verano, árboles que algún miserable taló para siempre.
El camino se metía entre sembrados amarillos de trigo o verdes de alfalfa y de vez en cuando trotaba sobre él el caballito heroico de un sulky que venía de una chacra remota, o algún carro con su estrépito de tarros con leche recién ordeñada para la cremería del pueblo.
A veces nos resulta tan pobre , tan despiadadamente pobre este escenario que por más que rasguemos en busca de alguna historia que merezca una representación, no la encontraremos.
Sólo polvo, crepúsculo abierto y nada alrededor. Apenas patos silvestres, mariposas, un cielo bajo de cobalto y a lo mejor un solo grano -un granito?-de pimienta para adobar una historia a medias real a medias inventada. Pura nadita sobre la vastísima desazón del cielo -tan bajo que podemos tocarlo-
que las cigüeñas alzaron con su vuelo súbito, ante aquel trueno rodador, antes de las gotas pesadas como brevas maduras cayendo sobre el patio que ya cruzan los sapos presurosos.
Sin sentido era el grito de los teros, al menos así lo veíamos entonces, sin sentido a lo mejor nuestros propios pasos en bandada anárquica y risueña, despreocupada. Pero sólo ahora no se lo encontramos, porque en aquel tiempo hasta la última hierbita perdida del campo lo tenía y nosotros oscuramente
lo sabíamos, lo intuíamos como un destino implacable que como una luz en el camino estaría delante nuestro.
En los tiempos de cosecha era distinto, porque era como si todo el campo se pusiese en movimiento, con ropas oscuras o coloridas, pero era el tiempo alto y bello donde reinaban las canciones, según el dialecto o el origen de los cosecheros con sus familias como racimos heterogéneos, hilachientos, precoces de sueños.
De cualquier modo aquella vieja producción rural pertenece al irremediable pasado, también aquellos caballos que pastaban solitarios con un tordo sobre el lomo, picoteando el duro cuero de los toros, a la caza de los bichitos que criaban allí a mansalva sus colonias.
De vez en cuando un tren pasaba con su nervio y su ruido de hierros sacudiendo alambrados y arboledas. Y era emocionante mirarlo tirados debajo del puente de madera, entre durmientes secos que parcelaban el cielo con sus rectángulos quietos y su nube viajera.
También visitábamos taperas y corríamos sin suerte las ratas numerosas que allí se refugiaban y lo hacíamos con minuciosidad asesina, azuzando a los perros que veces mataban alguna.
O nos subíamos al molino, mientras el bástago golpeaba, monótono. Desde lo alto, casi tocando la rueda con nuestras cabezas, en la plataforma de madera nos instalábamos a mirar el horizonte, el techo de la casa y allá lejos el pueblo, desflecado, informe, sumergido entre arboledas muy verdes y la vía
que lo cruzaba al medio, como dos hilos de acero.
Era bello el espectáculo, pero sin matices. De todos modos, nos hacía felices, como era de vez en cuando probar lo distinto, y a espaldas de los mayores, mejor.
Todos los cañadones de la época fueron visitados por nosotros, bien para bañarnos, bien para la pesca de bagres o mojarritas, con anzuelos improvisados con alfileres hurtados a las madres.
Pero una vez conseguimos un bote para navegar. Bote tal vez sea una nominación excesiva dado su carácter artesanal y además era un préstamo.
Fue así. El inefable Negro Giuliano lo había construido con dos tanques de gasoil abiertos al medio, los había soldado y puesto tres asientos de duro metal el cual munido de un par de remos se podía avanzar en ese espejo de agua que acechaban los juncos y las aves acuáticas.
La proa era una cuña de chapa soldada "ad hoc" para cortar el agua. Lo demás era voluntad e imaginación, pero flotaba y cumplía su cometido.
Él, el negro, lo usaba para internarse en lo hondo y pescar, nosotros para jugar a los piratas y pasear, a riesgo de darlo vuelta y perderlo entre el barro del fondo.
Hacíamos avanzar la embarcación con los remos que tal vez fabricara el mítico carpintero "Perita" Gabilondo, en su taller frente a la escuela provincial. No recuerdo.
Es probable que embarcación tan estrambótica no haya surcado nunca ningún
cañadón o río o arroyo del mundo, pero nosotros éramos Dadid Crocxett, o el colmo de la aventura marina, o Sandokán y los piratas de la Malasia, tal leíamos en las novelas de Salgari o tantos héroes que veíamos en la matinée del cine "La Perla". Esas aguas que navegábamos no eran un tranquilo cañadón
rodeado de juncos, era un mar Caribe infestado de tiburones y piratas que debíamos abatir.
A veces pienso que si esa precariedad material en que se desarrollaba nuestra infancia que estaba reemplazada con creces por la imaginación, podría hoy ser trocada por tanta tecnología .
Creo que no, porque lo que funciona en la cabeza de un niño pobre no puede sustituirse con los mejores juguetes del mundo y esa riqueza y esa felicidad nos habrá de acompañar por toda la vida, por más llena de trampa con que se nos presente.
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-6299-2006-11-23.html
RICARDO CHIDICHIMO HABIA APROBADO LA LICENCIATURA EN METEOROLOGIA EN LA UBA
No conoció a su padre, desaparecido en la dictadura, y recibió por él su título universitario*
El decano de Exactas entregó el diploma a Florencia Chidichimo en un acto en la Facultad. Ricardo fue secuestrado el 20 de noviembre del 76, seis meses después de dar la última materia.
EN SU NOMBRE. Florencia Chidichimo, su abuelo Ricardo, y una madre de la línea fundadora, en el aula magna de exactas. (Leandro Monachesi)
*Liliana Moreno limoreno@clarin.com
Tierra donde tuve un hijo/ tierra donde se crió (...)/tierra donde lo perdí una madrugada/ tierra hoy te pregunto a ti temblando ¿lo tienes tú?. El poema dedicado a Ricardo Darío Chidichimo, secuestrado y desaparecido el 20 de noviembre de 1976, lo leyó con voz entrecortada su hija Florencia. Fue el
martes en el escenario del Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA donde recibió en nombre de su padre el diploma que él no pudo tramitar: Licenciado en Ciencias Metereológicas.
Antes Florencia había dicho: "Desde que desapareció mi papá todos los años mi abuela le escribe un poema. Y éste es mi favorito". Su abuela, la mamá de Ricardo, es Nélida Chidichimo -"Quita" para todos-, Madre de Plaza de Mayo y parte del grupo originario de familiares que se reunía en la Iglesia de Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal. El mismo en el que se infiltró el ex marino Alfredo Astiz y del que en diciembre de 1977 fueron secuestradas, entre otras, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet. "Quita fue una de las pocas que sobrevivió porque lo autos estaban colmados", dijo en
su discurso el decano Jorge Aliaga.
Quita no pudo estar el martes por un problema de salud. En su nombre estuvieron Florencia, su esposo Ricardo, un grupo de Madres Línea Fundadora y amigos y compañeros de militancia de su hijo Darío.
Pero sí estuvo el 23 de marzo cuando la facultad realizó el primer acto oficial por el 30 aniversario de la dictadura militar: una reivindicación a sus detenidos-desaparecidos y un homenaje a los organismos de Derechos Humanos.
Aquel día Quita y Ricardo se acercaron a Aliaga y le comentaron que su hijo había aprobado todas la materias de la Licenciatura en Ciencias Metereológicas pero no había alcanzado a gestionar su título. La última, Climatología, la había rendido el 5 de mayo del 76.
El Departamento de Alumnos tomó la tarea y el biólogo Diego Weinberg -de la Secretaría de Hacienda- representó a Darío y a Exactas ante la UBA. Julio, Beatriz, Paulina y Noemí, compañeros de militancia, siguieron el proceso de cerca. En la facultad había un antecedente: en setiembre de 1998, 20 años
después de la desaparición del físico Daniel Bendersky, sus padres habían recibido el diploma.
El trámite se puso en marcha con la unanimidad del Consejo Directivo de Exactas. Y el 20 de octubre el título, certificado por el Ministerio de Educación, llegó a la facultad. Se lo comunican a la familia el 23, sin saberlo un día después de la muerte de Marita Chidichimo, la otra hija de Quita y Ricardo. Marita era doctora en Física, también egresada de la UBA, y vivía en Canadá desde 1973 cuando ganó una beca en Cambridge.
"Este es un año muy duro para mis abuelos, para toda mi familia. Además, ayer (por el lunes) hizo 30 años de la desaparición de mi papá", dijo Florencia desde el escenario. Terminado el acto -cuando recibía besos y abrazos- lo recordó con alegría, aunque no alcanzó a conocerlo. "Mi papá militaba en la Juventud Peronista y yo era una beba cuando lo secuestraron.
Pero siempre me contaron que era un tipo fuerte, que le daba fuerza a los demás", contó. "También sé que estudió Meteorología porque le gustaba mucho volar. Era piloto civil"
Actriz, profesora de expresión corporal y estudiante del profesorado de Lengua y Literatura, Florencia -que llevaba la foto de Ricardo colgada al cuello- es el calco de su viejo. Con el diploma en una mano, con la otra revisaba el Certificado Analítico, donde constan materias y notas. "Mirá: tiene 2, 3, un aplazo. Me parece que no era muy buen alumno, pero bueno .... militaba. Aunque acá tiene un 10 en 'Instrumentos y Métodos de Observación', y eso que la rindió en el 76". También dijo: "Creo que mi papá fue feliz a su manera. Y pienso que sólo llegó hasta los 27 años porque todo lo que vivió lo tenía que vivir".
El título -que apretaba en su mano derecha-, a diferencia de cualquier otro, tiene una leyenda en el reverso. Dice: "Este diploma se otorga conforme a lo establecido por Res. CD Nº 768/06 de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, encontrándose el Sr. Ricardo Darío Chidichimo en situación de desaparecido".
*Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/diario/2006/11/23/sociedad/s-03601.htm
Los Cazadores de Marfil*
La barcaza a nueve nudos por hora, iba aguas abajo por el río Congo. A un lado del mástil, el pequeño. Inmóvil junto al timón, el grandote. Los dos hombres meditaban. De ellos se podía decir: por mitad comerciantes y por mitad bandidos, según se ofrecieran las circunstancias. Peter, de minúscula
estatura, desafiaba al sol africano, que no había podido disolver su firme palidez. Anderson, a su lado, resultaba gigantesco, cabezudo y violento.
Difícil era resolver cuál de los dos era más peligroso. Trafican a todo lo largo del río Congo. Su última aventura había consistido en matar a palos y cuchilladas a treinta nativos cargados de colmillos de marfil. En cierto modo iban huidos, ambos pensaban que de ser uno solo el propietario del cargamento de marfil, podría vivir dichosamente los años que le restaban de vida.
Mientras la línea de los bosques acercaba o apartaba sus verdes murallas en la llanura de agua, y la barcaza, resoplando, avanzaba hacia el cabo de Dongo-Dongo, Peter pensaba cómo podría asesinar a su socio y Anderson de qué modo mataría a Peter.
Por su importancia, el cargamento de marfil, solicitaba un asesinato.
En África, los hombres siempre han muerto a otros hombres para apoderarse del marfil. No hay una sola bola que ruede en ninguno de los paños verdes de los billares del mundo que, secretamente, no esté manchada de sangre. De sangre de negro, de sangre de bestia y de sangre de blanco...
El marfil solicita la sangre. Peter lo sabía y Anderson también. De modo que un crimen más no tenía importancia.
Se acercaban a la orilla o se alejaban, y el gigante de Anderson se decía que ahora que cerrara la noche...
Ahora que cerrara la noche. . . Pero ¿quién cuidaría la caldera de la barcaza y del timón si él asesinaba a Peter? Peter, además de maquinista, conocía palmo a palmo las revueltas del río.
Además, hasta que no dejaran atrás el cabo de Dongo-Dongo, el río era peligroso. Para Anderson, estrangular a Peter era una operación sencilla. Lo estrangularía y lo arrojaría a las aguas, los peces voraces o los perezosos cocodrilos darían cuenta de él.
Cierto es que Peter tenía un hijo, y Anderson hubiera preferido que Peter no tuviera un hijo, porque nunca es agradable dejar a un chico huérfano. No, a esto no llegaba la dureza de Anderson. Pero ¿qué podía hacer el buenazo de Anderson? ¿No estrangular a Peter?
No, eso no podía ser... Su benevolencia no llegaba a tales extremos. Lo estrangularía a Peter y se lamentaría profundamente por el huérfano. Además, en todas las ciudades, se encuentran establecimientos filantrópicos, y cualquiera de ellos se hará cargo del huérfano. No era cosa de perder un cargamento de marfil por exceso de buen corazón. Le retorcería el pescuezo a Peter como a un pollo, y se interesaría por el huérfano. Eso. ¡Se interesaría por el huérfano y le daría una oportunidad! ...
Anderson se sintió reconfortado por haber resuelto el problema equitativamente. Peter debiera estarle agradecido de su prudencia. Ahora podía asesinarlo con la conciencia tranquila y todos quedarían contentos.
Mientras que Anderson, con una mano apoyada en la barra del timón, pensaba estas cosas, Peter daba vueltas en su magín al factible modo de librarse de Anderson, ¿una puñalada, un tiro o un garrotazo?
Un garrotazo era casi imposible. Tendría que acercarse a Anderson, y éste, desde hacía varios días dormía con un ojo abierto y otro cerrado, y siempre--¡la casualidad de las casualidades! que Peter tomaba el cuchillo, Anderson empezaba a revisar el tallado de un garrote que estaba a su alcance, o el tambor de su revólver. Cualquier crimen era preferible a repartir el cargamento de marfil. Si él asesinaba a Anderson, su hijo podría estudiar en la universidad, en fin, vivir una vida un poco más humana y limpia de la que cochinamente no se había podido librar hasta ahora.
Pero había que liquidar aquel asunto antes de llegar a las primeras factorías de Dongo-Dongo. El cauce del río se ensanchaba, la selva aparecía allá, muy lejos, sobre la anchurosa sábana de agua amarilla, y Peter, sentado tristemente frente a la caldera, en la que ardían gruesos troncos, pensaba que si su hijo fuera a la universidad, él podría envejecer honorablemente y calzar abrigadas pantuflas durante el invierno.
Pero el maldito Anderson, como si sospechara de la naturaleza de sus pensamientos, sesgadamente sentado junto al timón, sin perderle de vista, hacía varios días que Anderson, casualmente, tomaba posiciones que hacían prácticamente imposible toda tentativa de asesinato.
De pronto, Anderson dijo, grave:
--¡Picaron! . . .
Peter se aproximó apresuradamente... las cuerdas de los anzuelos estaban tensas. Tendrían pescado para la noche.
Anderson se inclinó sobre un espinel y Peter sobre otro. En los extremos de las cuerdas, un pez de oro y un pez de plata saltaban fuera de las aguas y volvían a sumergirse. Anderson comenzó a recoger los anzuelos. Peter volvió la cabeza. Anderson seguía divertido con los saltos del pez de oro, y Peter
descargó su brazo como un resorte. Se vieron en el aire los dos pies del hombre, y Anderson lanzó un grito ronco. Ahora nadaba vigorosamente tras la barcaza. Pero ésta se alejaba rápidamente en el mar de herbajos que la rodeaban.
Los aullidos de Anderson sonaban cada vez más distantes, ahora comprendía Peter el significado de nueve nudos por hora. Anderson nadaba rápidamente pero su relieve fuera de las aguas se tornaba cada vez más pequeño.
Peter, manteniendo inmóvil la barra del timón con un pie, cruzado de brazos miró al lejano nadador. Nadie podía salvarle. Había caído en la parte más estrecha del río, en la llanura de herbajos, que eran nidales de cocodrilos.
Más adelante estaban los remolinos; detrás las cascadas. El cargamento de marfil le pertenecía. Ya nadie podría disputárselo. Su hijo iría a la universidad, y cuando él fuera anciano usaría tiernas pantuflas. En cuanto a Anderson, diría que el hombre había muerto a consecuencia de una fiebre
maligna, y todos se darían por muy satisfechos.
Tres años después, Peter vivía en Montaña Negra, al sur de Neuquén. Había llegado el verano. Caía la tarde y el cazador de marfil, de pie frente a su casa de madera de alerce.
Estaba satisfecho ahora, porque en el pasado había cometido un crimen, y ese crimen había permanecido impune, y de consiguiente él y su hijo vivían sin penas. Sobre todo su hijo. El chico andaba jugando por el monte entre recientemente derribados troncos de robles. Lo había hecho venir de Santiago a pasar sus vacaciones, porque Peter, siempre prudente, quiso que su chico se ligara a los hijos de los ganaderos de la zona, y en vez de enviarlo a estudiar a Buenos Aires, que quedaba tan lejos, le hacía ir hasta Chile
cruzando los lagos. Ahora el niño estaba con él, y Peter sentía que el cielo derramaba bendiciones sobre su cabeza. Recordando al corpulento Anderson, cuyos huesos se podrirían en el fondo del río Congo, pensó: "Si Anderson viera al nene, y a este cuadro, y a esta buena casa de alerce, y a las ovejas que andan en el monte, se pondría contento y palmeándome en las espaldas me diría:
"--Eres un hombre prudente, Peter, siempre lo he dicho."
¡Cosa curiosa! El cazador de marfil recordaba al muerto a cada una de sus satisfacciones, y hasta le ocurría, muchas veces, dejarse llevar por su pensamiento y discutir con él, como si el muerto estuviera vivo, y semejante conducta no aminoraba los remordimientos de Peter, por la sencilla razón de que un forajido como Peter no podía experimentar ningún género de remordimiento; pero situaba al muerto, con respecto a él en un plano de indulgencia misteriosa. Era como si le pidiera consentimiento al asesinado
para ser feliz, y Anderson, magnánimamente, le permitía ser feliz.
Peter echó algunas bocanadas de humo y miró las montañas azules que enrojecían, y nuevamente volvió a sentirse contento de tener un hijo, una propiedad y de no estar en presidio.
Un caballo se detuvo frente a la distante tranquera y Peter palideció.
Palidecía ansiosamente siempre que un desconocido se detenía frente a su campo. "No hay motivo", se decía él; pero el caso era que su rostro se cubría de una palidez mortal.
El desconocido montaba un recio potro, y una barba espesa le circunvalaba el rostro. Después de abrir la tranquera, sin desmontar, avanzó al galope por el camino. Peter se apoyó, trémulo, en el muro de tablas de su vivienda en cuanto pudo reconocerlo. El muerto había resucitado. Allí, en persona,
estaba Anderson.
--Aquí estoy--dijo el otro, desmontando--, yo: Anderson.--Y su mano ancha cayó sobre la espalda de su verdugo.
--¡Tú!...--acertó a murmurar el otro.
El hijo de Peter apareció por un camino junto a la casa sombreada de grandes árboles. El niño iba descalzo, un cinturón con cartuchera le sostenía el pantaloncito y traía un arco con flechas entre las manos. Anderson miró al pequeño, y dijo:
--De modo que éste es tu mocito hijo Andresillo. Bien, bien con Andresillo.
El niño miró al barbudo y se coló en la casa. Peter, desencajado, continuaba mirando a su ex socio. ¿De modo que no había muerto? Como si el otro viera lúcidamente lo que pasaba en su cerebro, replicó sagazmente:
--No, no he muerto, Peter. ¿Has visto? No he muerto. Y bien pude haberme muerto. ¡Vaya si pude!...
--¿Cómo llegaste hasta aquí?--murmuró Peter.
--¡Ah, es tan largo de contar todo esto! ¡Tan largo!...
--¿Vienes a buscar tu parte?
Anderson lo soslayó cruelmente. Luego:
--Sí, por supuesto.--Y nuevamente su mano cayó sobre el hombro del cazador de marfil, y una congoja tremenda entró en los sentidos de Peter, y sus ojos se nublaron. Anderson continuó:--Pero ¡qué alegría verte! no hay nada que hacer, Peter. Yo siempre lo he dicho. Eres un hombre prudente. ¿De manera
que te has comprado estos montes. . . y esta finca? Bien. Bien. Y el pobre Anderson pudriéndose en el fondo del río Congo, ¿eh? El pobre Anderson haciendo bulto en el estómago de algún cocodrilo, ¿eh?...
Miró nuevamente todo lo que había en derredor suyo, y continuó, socarrón:
--¿De manera que te das la vida de un príncipe? Engordas, ¿eh? ¿Y no te acordabas nunca de mí? Dime, Peter: ¿nunca te has acordado de mí?...
--¡Cállate!--murmuró Peter.
--Yo siempre te recordaba--prosiguió Anderson--. Me decía: "¿Dónde estará mi buen amigo? ¿Qué será de sus negocios? ¿Qué intereses le producirá su capitalcito?". Pensaba en ti--súbitamente ese tono cambió--, y se me revolvía el estómago--nuevamente retomó el otro tono--. Se me revolvía el estómago al acordarme de toda el agua que tragué en aquel anchuroso río.
Porque, ¡vaya si es ancho ese río!
Copiosas gotas de sudor rodaban por el rostro de Peter. Su mirada iba ansiosamente hacia el interior de la casa. ¿Por qué había enviado a la cocinera hasta el puesto de Coiue?
Anderson continuó:
--Te prevengo que he salvado la vida, digamos cómo. . ., ¡milagrosamente! Me encontró una lancha de negros en Dongo-Dongo abrazado a un tronco. Te juro, Peter, que llorarías de lástima si vieras cómo me desgarraron las piernas los dentudos peces. Estuve enfermo. Gravemente enfermo. Otro hombre te
hubiera delatado a la justicia. Yo me callé. Me dije: "No quiero que Peter tenga dificultades con los hombres de la ley". ¿He procedido mal o bien?
Contéstame.
El cazador de marfil tuvo la sensación de que su corazón se había convertido en un trozo de manteca, derritiéndose junto a un encendido brasero. Anderson continuó arrimando su enorme estatura a él.
--Contéstame, Peter: ¿he procedido bien o mal?
Peter sentía su aliento en las narices. La mano de Anderson se levantó, tomándole del cuello lo introdujo en el comedor. Una estufa ocupaba el centro de la habitación de muros adornados con cabezas de ciervos y jabalíes, y por el vidrio de la ventana entraba un rayo rojo de sol. Peter miró ansiosamente en derredor. Su escopeta estaba allí sobre la cama.
Anderson adivinó el sentido de su mirada, y sin soltarle del alzacuello lo arrimó al tubo de la estufa:
--De manera que no te niegas ningún placer, ¿eh? ¿Hasta escopeta tienes, y cabezas de ciervos y de jabalíes? Bien. Bien. Y todo ello adquirido con el dinero del pobre Anderson, ¿eh?
Lentamente desenfundó un cuchillo. Un cuchillo de hoja ancha. Peter sintió que se desvanecía en las negruras de la muerte, y echándose a los pies de Anderson, le dijo:
--Te daré toda mi fortuna. Te daré un cheque, Anderson. La mitad de este campo. La mitad de mis ovejas. Aquí las tierras se están valorizando día a día, Anderson. Podemos trabajar juntos. Te haré abrir una cuenta corriente en el banco de Bariloche, Anderson.
La mirada del gigante pesaba como una losa sobre el cazador de marfil.
--Tengo quince mil pesos en el banco, Anderson. Te daré la mitad. Seremos socios.
Anderson pareció pensarlo y enfundó el cuchillo. Peter, amarillo como un cuerno de marfil, se enderezó, lentamente sobre el suelo. Gruesas gotas de sudor rodaban hasta sus cejas. Anderson, sin perderle de vista, dijo:
--Fírmame un cheque por diez mil pesos... No: por catorce mil pesos . . .
--Anderson, escucha. Conténtate con diez mil. Quédate aquí. Trabajemos juntos a medias. Las tierras se valorizan cada día más. Te juro que se valorizan.
Anderson, en silencio, tomó una silla y se sentó junto a la mesa. Peter, frente a él, comenzó a charlar. Y habló, convulsivamente hasta entrada la noche. Andresillo, de brazos cruzados sobre la mesa, dormía profundamente, mientras el gigante de gruesas cejas, arrimado a la mesa, con los brazos cruzados, escuchaba impasible.
Cerca del amanecer, Peter despertó bruscamente, cosa desacostumbrada en él.
Puso la mano debajo de la almohada. Allí estaba su revólver. ¿De modo que en cuanto saliera el sol, Anderson se marcharía con el cheque de doce mil pesos en su bolsillo y él tendría que empezar de nuevo? Si su hijo no estuviera en la casa, no vacilaría en asesinar a Anderson. Se estremeció. Anderson
acababa de carraspear en el otro cuarto. Evidentemente, estaba despierto.
Peter, tratando de impedir que crujiera su cama, retiró el revólver de debajo de la almohada, y pensó:
"Si entra a este cuarto, lo tumbo de un tiro."
Peter apretó el cabo del revólver bajo las sábanas:
"Si se dejara convencer y se quedara aquí podría envenenarlo." Súbitamente Peter se estremeció. Anderson desde el otro cuarto, le hablaba:
--Estás despierto, Peter, ¿eh? Y pensando de qué modo matarme, ¿eh?
Un desaliento infinito entró en la conciencia del cazador de marfil. ¿Qué hacer? ¿Negar? ¿Fingirse dormido?...
Anderson insistió:
--¿Te haces el dormido, eh, Peter? ¿Tienes miedo?...
Peter contestó débilmente:
--Estoy enfermo, Anderson. Estoy enfermo de verdad crujió la cama--. No te levantes, Anderson. No te levantes que tengo el revólver en la mano. Estoy enfermo.
Anderson, en la obscuridad de su cuarto, apretó los dientes. Aquél era el momento y no otro. Elástico como un gato, el gigante se desprendió de la cama. En una mano sostenía una almohada y en la otra el cuchillo ancho.
Peter oyó el crujido del lecho; quiso hablar, pero una arcada tremenda le impidió pronunciar una sola palabra y recibió en el rostro el golpe de la almohada, y quedó tendido sobre su cama bajo el peso del gigante que le hurgaba en el vientre con la hoja del cuchillo. Dos veces aproximó la hoja del cuchillo a su piel y le tocó y no le hirió.
Peter quería gritar, pero la almohada le asfixiaba, y de pronto, en las tremenas tinieblas, comprendió que el gigante había cambiado de opinión. El filo del ancho cuchillo se apoyó en su garganta. Y ahora un gran dolor lo sumergía en la breve desesperación de la que no se vuelve.
Terminado que hubo, Anderson volvió a su cuarto, encendió la lámpara y comenzó a vestirse. Cobraría el cheque y se marcharía nuevamente al Congo.
Estaba satisfecho, porque además de cumplir con su deseo no había dejado en la indigencia al niño de Peter. Sentado ahora en la misma habitación donde estaba el muerto, prendiéndose los cordones de los zapatos, se decía que Andresillo quedaría a cubierto. ¿Y si él lo reclamara a la justicia desde el
Africa? ¡Imposible! El niño le reconocería siempre como el hombre que estuvo con su padre la noche que él lo asesinó. Lástima, en cierto modo, porque el tal Andresillo parecia una criatura despabilada.
Precisamente allí en lo alto de la escalera, sin que Anderson pudiera verlo, estaba Andresillo. El niño, gravemente, miró el charco de sangre que había en la cabecera del lecho de su padre, y luego observó al asesino prendiéndose lentamente los cordones de los zapatos. Andresillo inspeccionó nuevamente con la mirada el cuadro y comenzó a bajar lentamente la escalera.
La criatura, descalza, se deslizaba como un gato. A un costado de la cama del muerto, colgado del muro, había un mazo. Andresillo, siempre cauteloso, reteniendo la respiración, obedeciendo a la fuerza extraña que le impedía llorar, recogió el mazo, se arrimó al asesino, que le daba las espaldas,
levantó el mazo, y con toda la fuerza que cabía en sus bracitos, lo descargó sobre la nuca del cazador de marfil. El asesino se desplomó, herido de muerte, como un toro al que derriba el matarife. Y sólo entonces estalló el llanto del niño, asustado en el silencio opaco de la noche...
*De Roberto Arlt.
-Fuente: http://es.geocities.com/cuentohispano/texto/arlt_cazadores.html
*
Queridas amigas, queridos amigos:
El próximo domingo 26 de noviembre del 2006 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), música del compositor español José Minguillón. Las poesías que leeremos pertenecen a Gerson Valle (Brasil) y la música de fondo será de Rikchariy
(Andes); todo ésto en nuestro programa Poesía y Música Latinoamericana, en español y alemán. ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream)
!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
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En esta noche de primavera
Estoy aquí frente a mí
Espejo o sombra
Labios apretados
Y esfuerzo por escribir
Algo bello y tierno
Con esperanzas de lavandas
Y desfiles de muñecos
Entre las estrellas de plata
Y los bichitos de luz
Estoy asustada y perdida
Esperando una mala noticia.
*de Azul. azulaki@hotmail.com
Espejo o sombra...
Jueves, 23 de Noviembre de 2006
PIRATAS*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
El camino era de tierra con sus consabidos zanjones donde los cuises hacían sus trabajosas cuevas para huir de nuestras pedradas y de los colmillos asesinos de los perros.
Hubo también a los costados en un tiempo alguna hilera de paraísos coposos para descansar de las correrías en verano, árboles que algún miserable taló para siempre.
El camino se metía entre sembrados amarillos de trigo o verdes de alfalfa y de vez en cuando trotaba sobre él el caballito heroico de un sulky que venía de una chacra remota, o algún carro con su estrépito de tarros con leche recién ordeñada para la cremería del pueblo.
A veces nos resulta tan pobre , tan despiadadamente pobre este escenario que por más que rasguemos en busca de alguna historia que merezca una representación, no la encontraremos.
Sólo polvo, crepúsculo abierto y nada alrededor. Apenas patos silvestres, mariposas, un cielo bajo de cobalto y a lo mejor un solo grano -un granito?-de pimienta para adobar una historia a medias real a medias inventada. Pura nadita sobre la vastísima desazón del cielo -tan bajo que podemos tocarlo-
que las cigüeñas alzaron con su vuelo súbito, ante aquel trueno rodador, antes de las gotas pesadas como brevas maduras cayendo sobre el patio que ya cruzan los sapos presurosos.
Sin sentido era el grito de los teros, al menos así lo veíamos entonces, sin sentido a lo mejor nuestros propios pasos en bandada anárquica y risueña, despreocupada. Pero sólo ahora no se lo encontramos, porque en aquel tiempo hasta la última hierbita perdida del campo lo tenía y nosotros oscuramente
lo sabíamos, lo intuíamos como un destino implacable que como una luz en el camino estaría delante nuestro.
En los tiempos de cosecha era distinto, porque era como si todo el campo se pusiese en movimiento, con ropas oscuras o coloridas, pero era el tiempo alto y bello donde reinaban las canciones, según el dialecto o el origen de los cosecheros con sus familias como racimos heterogéneos, hilachientos, precoces de sueños.
De cualquier modo aquella vieja producción rural pertenece al irremediable pasado, también aquellos caballos que pastaban solitarios con un tordo sobre el lomo, picoteando el duro cuero de los toros, a la caza de los bichitos que criaban allí a mansalva sus colonias.
De vez en cuando un tren pasaba con su nervio y su ruido de hierros sacudiendo alambrados y arboledas. Y era emocionante mirarlo tirados debajo del puente de madera, entre durmientes secos que parcelaban el cielo con sus rectángulos quietos y su nube viajera.
También visitábamos taperas y corríamos sin suerte las ratas numerosas que allí se refugiaban y lo hacíamos con minuciosidad asesina, azuzando a los perros que veces mataban alguna.
O nos subíamos al molino, mientras el bástago golpeaba, monótono. Desde lo alto, casi tocando la rueda con nuestras cabezas, en la plataforma de madera nos instalábamos a mirar el horizonte, el techo de la casa y allá lejos el pueblo, desflecado, informe, sumergido entre arboledas muy verdes y la vía
que lo cruzaba al medio, como dos hilos de acero.
Era bello el espectáculo, pero sin matices. De todos modos, nos hacía felices, como era de vez en cuando probar lo distinto, y a espaldas de los mayores, mejor.
Todos los cañadones de la época fueron visitados por nosotros, bien para bañarnos, bien para la pesca de bagres o mojarritas, con anzuelos improvisados con alfileres hurtados a las madres.
Pero una vez conseguimos un bote para navegar. Bote tal vez sea una nominación excesiva dado su carácter artesanal y además era un préstamo.
Fue así. El inefable Negro Giuliano lo había construido con dos tanques de gasoil abiertos al medio, los había soldado y puesto tres asientos de duro metal el cual munido de un par de remos se podía avanzar en ese espejo de agua que acechaban los juncos y las aves acuáticas.
La proa era una cuña de chapa soldada "ad hoc" para cortar el agua. Lo demás era voluntad e imaginación, pero flotaba y cumplía su cometido.
Él, el negro, lo usaba para internarse en lo hondo y pescar, nosotros para jugar a los piratas y pasear, a riesgo de darlo vuelta y perderlo entre el barro del fondo.
Hacíamos avanzar la embarcación con los remos que tal vez fabricara el mítico carpintero "Perita" Gabilondo, en su taller frente a la escuela provincial. No recuerdo.
Es probable que embarcación tan estrambótica no haya surcado nunca ningún
cañadón o río o arroyo del mundo, pero nosotros éramos Dadid Crocxett, o el colmo de la aventura marina, o Sandokán y los piratas de la Malasia, tal leíamos en las novelas de Salgari o tantos héroes que veíamos en la matinée del cine "La Perla". Esas aguas que navegábamos no eran un tranquilo cañadón
rodeado de juncos, era un mar Caribe infestado de tiburones y piratas que debíamos abatir.
A veces pienso que si esa precariedad material en que se desarrollaba nuestra infancia que estaba reemplazada con creces por la imaginación, podría hoy ser trocada por tanta tecnología .
Creo que no, porque lo que funciona en la cabeza de un niño pobre no puede sustituirse con los mejores juguetes del mundo y esa riqueza y esa felicidad nos habrá de acompañar por toda la vida, por más llena de trampa con que se nos presente.
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-6299-2006-11-23.html
RICARDO CHIDICHIMO HABIA APROBADO LA LICENCIATURA EN METEOROLOGIA EN LA UBA
No conoció a su padre, desaparecido en la dictadura, y recibió por él su título universitario*
El decano de Exactas entregó el diploma a Florencia Chidichimo en un acto en la Facultad. Ricardo fue secuestrado el 20 de noviembre del 76, seis meses después de dar la última materia.
EN SU NOMBRE. Florencia Chidichimo, su abuelo Ricardo, y una madre de la línea fundadora, en el aula magna de exactas. (Leandro Monachesi)
*Liliana Moreno limoreno@clarin.com
Tierra donde tuve un hijo/ tierra donde se crió (...)/tierra donde lo perdí una madrugada/ tierra hoy te pregunto a ti temblando ¿lo tienes tú?. El poema dedicado a Ricardo Darío Chidichimo, secuestrado y desaparecido el 20 de noviembre de 1976, lo leyó con voz entrecortada su hija Florencia. Fue el
martes en el escenario del Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA donde recibió en nombre de su padre el diploma que él no pudo tramitar: Licenciado en Ciencias Metereológicas.
Antes Florencia había dicho: "Desde que desapareció mi papá todos los años mi abuela le escribe un poema. Y éste es mi favorito". Su abuela, la mamá de Ricardo, es Nélida Chidichimo -"Quita" para todos-, Madre de Plaza de Mayo y parte del grupo originario de familiares que se reunía en la Iglesia de Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal. El mismo en el que se infiltró el ex marino Alfredo Astiz y del que en diciembre de 1977 fueron secuestradas, entre otras, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet. "Quita fue una de las pocas que sobrevivió porque lo autos estaban colmados", dijo en
su discurso el decano Jorge Aliaga.
Quita no pudo estar el martes por un problema de salud. En su nombre estuvieron Florencia, su esposo Ricardo, un grupo de Madres Línea Fundadora y amigos y compañeros de militancia de su hijo Darío.
Pero sí estuvo el 23 de marzo cuando la facultad realizó el primer acto oficial por el 30 aniversario de la dictadura militar: una reivindicación a sus detenidos-desaparecidos y un homenaje a los organismos de Derechos Humanos.
Aquel día Quita y Ricardo se acercaron a Aliaga y le comentaron que su hijo había aprobado todas la materias de la Licenciatura en Ciencias Metereológicas pero no había alcanzado a gestionar su título. La última, Climatología, la había rendido el 5 de mayo del 76.
El Departamento de Alumnos tomó la tarea y el biólogo Diego Weinberg -de la Secretaría de Hacienda- representó a Darío y a Exactas ante la UBA. Julio, Beatriz, Paulina y Noemí, compañeros de militancia, siguieron el proceso de cerca. En la facultad había un antecedente: en setiembre de 1998, 20 años
después de la desaparición del físico Daniel Bendersky, sus padres habían recibido el diploma.
El trámite se puso en marcha con la unanimidad del Consejo Directivo de Exactas. Y el 20 de octubre el título, certificado por el Ministerio de Educación, llegó a la facultad. Se lo comunican a la familia el 23, sin saberlo un día después de la muerte de Marita Chidichimo, la otra hija de Quita y Ricardo. Marita era doctora en Física, también egresada de la UBA, y vivía en Canadá desde 1973 cuando ganó una beca en Cambridge.
"Este es un año muy duro para mis abuelos, para toda mi familia. Además, ayer (por el lunes) hizo 30 años de la desaparición de mi papá", dijo Florencia desde el escenario. Terminado el acto -cuando recibía besos y abrazos- lo recordó con alegría, aunque no alcanzó a conocerlo. "Mi papá militaba en la Juventud Peronista y yo era una beba cuando lo secuestraron.
Pero siempre me contaron que era un tipo fuerte, que le daba fuerza a los demás", contó. "También sé que estudió Meteorología porque le gustaba mucho volar. Era piloto civil"
Actriz, profesora de expresión corporal y estudiante del profesorado de Lengua y Literatura, Florencia -que llevaba la foto de Ricardo colgada al cuello- es el calco de su viejo. Con el diploma en una mano, con la otra revisaba el Certificado Analítico, donde constan materias y notas. "Mirá: tiene 2, 3, un aplazo. Me parece que no era muy buen alumno, pero bueno .... militaba. Aunque acá tiene un 10 en 'Instrumentos y Métodos de Observación', y eso que la rindió en el 76". También dijo: "Creo que mi papá fue feliz a su manera. Y pienso que sólo llegó hasta los 27 años porque todo lo que vivió lo tenía que vivir".
El título -que apretaba en su mano derecha-, a diferencia de cualquier otro, tiene una leyenda en el reverso. Dice: "Este diploma se otorga conforme a lo establecido por Res. CD Nº 768/06 de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, encontrándose el Sr. Ricardo Darío Chidichimo en situación de desaparecido".
*Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/diario/2006/11/23/sociedad/s-03601.htm
Los Cazadores de Marfil*
La barcaza a nueve nudos por hora, iba aguas abajo por el río Congo. A un lado del mástil, el pequeño. Inmóvil junto al timón, el grandote. Los dos hombres meditaban. De ellos se podía decir: por mitad comerciantes y por mitad bandidos, según se ofrecieran las circunstancias. Peter, de minúscula
estatura, desafiaba al sol africano, que no había podido disolver su firme palidez. Anderson, a su lado, resultaba gigantesco, cabezudo y violento.
Difícil era resolver cuál de los dos era más peligroso. Trafican a todo lo largo del río Congo. Su última aventura había consistido en matar a palos y cuchilladas a treinta nativos cargados de colmillos de marfil. En cierto modo iban huidos, ambos pensaban que de ser uno solo el propietario del cargamento de marfil, podría vivir dichosamente los años que le restaban de vida.
Mientras la línea de los bosques acercaba o apartaba sus verdes murallas en la llanura de agua, y la barcaza, resoplando, avanzaba hacia el cabo de Dongo-Dongo, Peter pensaba cómo podría asesinar a su socio y Anderson de qué modo mataría a Peter.
Por su importancia, el cargamento de marfil, solicitaba un asesinato.
En África, los hombres siempre han muerto a otros hombres para apoderarse del marfil. No hay una sola bola que ruede en ninguno de los paños verdes de los billares del mundo que, secretamente, no esté manchada de sangre. De sangre de negro, de sangre de bestia y de sangre de blanco...
El marfil solicita la sangre. Peter lo sabía y Anderson también. De modo que un crimen más no tenía importancia.
Se acercaban a la orilla o se alejaban, y el gigante de Anderson se decía que ahora que cerrara la noche...
Ahora que cerrara la noche. . . Pero ¿quién cuidaría la caldera de la barcaza y del timón si él asesinaba a Peter? Peter, además de maquinista, conocía palmo a palmo las revueltas del río.
Además, hasta que no dejaran atrás el cabo de Dongo-Dongo, el río era peligroso. Para Anderson, estrangular a Peter era una operación sencilla. Lo estrangularía y lo arrojaría a las aguas, los peces voraces o los perezosos cocodrilos darían cuenta de él.
Cierto es que Peter tenía un hijo, y Anderson hubiera preferido que Peter no tuviera un hijo, porque nunca es agradable dejar a un chico huérfano. No, a esto no llegaba la dureza de Anderson. Pero ¿qué podía hacer el buenazo de Anderson? ¿No estrangular a Peter?
No, eso no podía ser... Su benevolencia no llegaba a tales extremos. Lo estrangularía a Peter y se lamentaría profundamente por el huérfano. Además, en todas las ciudades, se encuentran establecimientos filantrópicos, y cualquiera de ellos se hará cargo del huérfano. No era cosa de perder un cargamento de marfil por exceso de buen corazón. Le retorcería el pescuezo a Peter como a un pollo, y se interesaría por el huérfano. Eso. ¡Se interesaría por el huérfano y le daría una oportunidad! ...
Anderson se sintió reconfortado por haber resuelto el problema equitativamente. Peter debiera estarle agradecido de su prudencia. Ahora podía asesinarlo con la conciencia tranquila y todos quedarían contentos.
Mientras que Anderson, con una mano apoyada en la barra del timón, pensaba estas cosas, Peter daba vueltas en su magín al factible modo de librarse de Anderson, ¿una puñalada, un tiro o un garrotazo?
Un garrotazo era casi imposible. Tendría que acercarse a Anderson, y éste, desde hacía varios días dormía con un ojo abierto y otro cerrado, y siempre--¡la casualidad de las casualidades! que Peter tomaba el cuchillo, Anderson empezaba a revisar el tallado de un garrote que estaba a su alcance, o el tambor de su revólver. Cualquier crimen era preferible a repartir el cargamento de marfil. Si él asesinaba a Anderson, su hijo podría estudiar en la universidad, en fin, vivir una vida un poco más humana y limpia de la que cochinamente no se había podido librar hasta ahora.
Pero había que liquidar aquel asunto antes de llegar a las primeras factorías de Dongo-Dongo. El cauce del río se ensanchaba, la selva aparecía allá, muy lejos, sobre la anchurosa sábana de agua amarilla, y Peter, sentado tristemente frente a la caldera, en la que ardían gruesos troncos, pensaba que si su hijo fuera a la universidad, él podría envejecer honorablemente y calzar abrigadas pantuflas durante el invierno.
Pero el maldito Anderson, como si sospechara de la naturaleza de sus pensamientos, sesgadamente sentado junto al timón, sin perderle de vista, hacía varios días que Anderson, casualmente, tomaba posiciones que hacían prácticamente imposible toda tentativa de asesinato.
De pronto, Anderson dijo, grave:
--¡Picaron! . . .
Peter se aproximó apresuradamente... las cuerdas de los anzuelos estaban tensas. Tendrían pescado para la noche.
Anderson se inclinó sobre un espinel y Peter sobre otro. En los extremos de las cuerdas, un pez de oro y un pez de plata saltaban fuera de las aguas y volvían a sumergirse. Anderson comenzó a recoger los anzuelos. Peter volvió la cabeza. Anderson seguía divertido con los saltos del pez de oro, y Peter
descargó su brazo como un resorte. Se vieron en el aire los dos pies del hombre, y Anderson lanzó un grito ronco. Ahora nadaba vigorosamente tras la barcaza. Pero ésta se alejaba rápidamente en el mar de herbajos que la rodeaban.
Los aullidos de Anderson sonaban cada vez más distantes, ahora comprendía Peter el significado de nueve nudos por hora. Anderson nadaba rápidamente pero su relieve fuera de las aguas se tornaba cada vez más pequeño.
Peter, manteniendo inmóvil la barra del timón con un pie, cruzado de brazos miró al lejano nadador. Nadie podía salvarle. Había caído en la parte más estrecha del río, en la llanura de herbajos, que eran nidales de cocodrilos.
Más adelante estaban los remolinos; detrás las cascadas. El cargamento de marfil le pertenecía. Ya nadie podría disputárselo. Su hijo iría a la universidad, y cuando él fuera anciano usaría tiernas pantuflas. En cuanto a Anderson, diría que el hombre había muerto a consecuencia de una fiebre
maligna, y todos se darían por muy satisfechos.
Tres años después, Peter vivía en Montaña Negra, al sur de Neuquén. Había llegado el verano. Caía la tarde y el cazador de marfil, de pie frente a su casa de madera de alerce.
Estaba satisfecho ahora, porque en el pasado había cometido un crimen, y ese crimen había permanecido impune, y de consiguiente él y su hijo vivían sin penas. Sobre todo su hijo. El chico andaba jugando por el monte entre recientemente derribados troncos de robles. Lo había hecho venir de Santiago a pasar sus vacaciones, porque Peter, siempre prudente, quiso que su chico se ligara a los hijos de los ganaderos de la zona, y en vez de enviarlo a estudiar a Buenos Aires, que quedaba tan lejos, le hacía ir hasta Chile
cruzando los lagos. Ahora el niño estaba con él, y Peter sentía que el cielo derramaba bendiciones sobre su cabeza. Recordando al corpulento Anderson, cuyos huesos se podrirían en el fondo del río Congo, pensó: "Si Anderson viera al nene, y a este cuadro, y a esta buena casa de alerce, y a las ovejas que andan en el monte, se pondría contento y palmeándome en las espaldas me diría:
"--Eres un hombre prudente, Peter, siempre lo he dicho."
¡Cosa curiosa! El cazador de marfil recordaba al muerto a cada una de sus satisfacciones, y hasta le ocurría, muchas veces, dejarse llevar por su pensamiento y discutir con él, como si el muerto estuviera vivo, y semejante conducta no aminoraba los remordimientos de Peter, por la sencilla razón de que un forajido como Peter no podía experimentar ningún género de remordimiento; pero situaba al muerto, con respecto a él en un plano de indulgencia misteriosa. Era como si le pidiera consentimiento al asesinado
para ser feliz, y Anderson, magnánimamente, le permitía ser feliz.
Peter echó algunas bocanadas de humo y miró las montañas azules que enrojecían, y nuevamente volvió a sentirse contento de tener un hijo, una propiedad y de no estar en presidio.
Un caballo se detuvo frente a la distante tranquera y Peter palideció.
Palidecía ansiosamente siempre que un desconocido se detenía frente a su campo. "No hay motivo", se decía él; pero el caso era que su rostro se cubría de una palidez mortal.
El desconocido montaba un recio potro, y una barba espesa le circunvalaba el rostro. Después de abrir la tranquera, sin desmontar, avanzó al galope por el camino. Peter se apoyó, trémulo, en el muro de tablas de su vivienda en cuanto pudo reconocerlo. El muerto había resucitado. Allí, en persona,
estaba Anderson.
--Aquí estoy--dijo el otro, desmontando--, yo: Anderson.--Y su mano ancha cayó sobre la espalda de su verdugo.
--¡Tú!...--acertó a murmurar el otro.
El hijo de Peter apareció por un camino junto a la casa sombreada de grandes árboles. El niño iba descalzo, un cinturón con cartuchera le sostenía el pantaloncito y traía un arco con flechas entre las manos. Anderson miró al pequeño, y dijo:
--De modo que éste es tu mocito hijo Andresillo. Bien, bien con Andresillo.
El niño miró al barbudo y se coló en la casa. Peter, desencajado, continuaba mirando a su ex socio. ¿De modo que no había muerto? Como si el otro viera lúcidamente lo que pasaba en su cerebro, replicó sagazmente:
--No, no he muerto, Peter. ¿Has visto? No he muerto. Y bien pude haberme muerto. ¡Vaya si pude!...
--¿Cómo llegaste hasta aquí?--murmuró Peter.
--¡Ah, es tan largo de contar todo esto! ¡Tan largo!...
--¿Vienes a buscar tu parte?
Anderson lo soslayó cruelmente. Luego:
--Sí, por supuesto.--Y nuevamente su mano cayó sobre el hombro del cazador de marfil, y una congoja tremenda entró en los sentidos de Peter, y sus ojos se nublaron. Anderson continuó:--Pero ¡qué alegría verte! no hay nada que hacer, Peter. Yo siempre lo he dicho. Eres un hombre prudente. ¿De manera
que te has comprado estos montes. . . y esta finca? Bien. Bien. Y el pobre Anderson pudriéndose en el fondo del río Congo, ¿eh? El pobre Anderson haciendo bulto en el estómago de algún cocodrilo, ¿eh?...
Miró nuevamente todo lo que había en derredor suyo, y continuó, socarrón:
--¿De manera que te das la vida de un príncipe? Engordas, ¿eh? ¿Y no te acordabas nunca de mí? Dime, Peter: ¿nunca te has acordado de mí?...
--¡Cállate!--murmuró Peter.
--Yo siempre te recordaba--prosiguió Anderson--. Me decía: "¿Dónde estará mi buen amigo? ¿Qué será de sus negocios? ¿Qué intereses le producirá su capitalcito?". Pensaba en ti--súbitamente ese tono cambió--, y se me revolvía el estómago--nuevamente retomó el otro tono--. Se me revolvía el estómago al acordarme de toda el agua que tragué en aquel anchuroso río.
Porque, ¡vaya si es ancho ese río!
Copiosas gotas de sudor rodaban por el rostro de Peter. Su mirada iba ansiosamente hacia el interior de la casa. ¿Por qué había enviado a la cocinera hasta el puesto de Coiue?
Anderson continuó:
--Te prevengo que he salvado la vida, digamos cómo. . ., ¡milagrosamente! Me encontró una lancha de negros en Dongo-Dongo abrazado a un tronco. Te juro, Peter, que llorarías de lástima si vieras cómo me desgarraron las piernas los dentudos peces. Estuve enfermo. Gravemente enfermo. Otro hombre te
hubiera delatado a la justicia. Yo me callé. Me dije: "No quiero que Peter tenga dificultades con los hombres de la ley". ¿He procedido mal o bien?
Contéstame.
El cazador de marfil tuvo la sensación de que su corazón se había convertido en un trozo de manteca, derritiéndose junto a un encendido brasero. Anderson continuó arrimando su enorme estatura a él.
--Contéstame, Peter: ¿he procedido bien o mal?
Peter sentía su aliento en las narices. La mano de Anderson se levantó, tomándole del cuello lo introdujo en el comedor. Una estufa ocupaba el centro de la habitación de muros adornados con cabezas de ciervos y jabalíes, y por el vidrio de la ventana entraba un rayo rojo de sol. Peter miró ansiosamente en derredor. Su escopeta estaba allí sobre la cama.
Anderson adivinó el sentido de su mirada, y sin soltarle del alzacuello lo arrimó al tubo de la estufa:
--De manera que no te niegas ningún placer, ¿eh? ¿Hasta escopeta tienes, y cabezas de ciervos y de jabalíes? Bien. Bien. Y todo ello adquirido con el dinero del pobre Anderson, ¿eh?
Lentamente desenfundó un cuchillo. Un cuchillo de hoja ancha. Peter sintió que se desvanecía en las negruras de la muerte, y echándose a los pies de Anderson, le dijo:
--Te daré toda mi fortuna. Te daré un cheque, Anderson. La mitad de este campo. La mitad de mis ovejas. Aquí las tierras se están valorizando día a día, Anderson. Podemos trabajar juntos. Te haré abrir una cuenta corriente en el banco de Bariloche, Anderson.
La mirada del gigante pesaba como una losa sobre el cazador de marfil.
--Tengo quince mil pesos en el banco, Anderson. Te daré la mitad. Seremos socios.
Anderson pareció pensarlo y enfundó el cuchillo. Peter, amarillo como un cuerno de marfil, se enderezó, lentamente sobre el suelo. Gruesas gotas de sudor rodaban hasta sus cejas. Anderson, sin perderle de vista, dijo:
--Fírmame un cheque por diez mil pesos... No: por catorce mil pesos . . .
--Anderson, escucha. Conténtate con diez mil. Quédate aquí. Trabajemos juntos a medias. Las tierras se valorizan cada día más. Te juro que se valorizan.
Anderson, en silencio, tomó una silla y se sentó junto a la mesa. Peter, frente a él, comenzó a charlar. Y habló, convulsivamente hasta entrada la noche. Andresillo, de brazos cruzados sobre la mesa, dormía profundamente, mientras el gigante de gruesas cejas, arrimado a la mesa, con los brazos cruzados, escuchaba impasible.
Cerca del amanecer, Peter despertó bruscamente, cosa desacostumbrada en él.
Puso la mano debajo de la almohada. Allí estaba su revólver. ¿De modo que en cuanto saliera el sol, Anderson se marcharía con el cheque de doce mil pesos en su bolsillo y él tendría que empezar de nuevo? Si su hijo no estuviera en la casa, no vacilaría en asesinar a Anderson. Se estremeció. Anderson
acababa de carraspear en el otro cuarto. Evidentemente, estaba despierto.
Peter, tratando de impedir que crujiera su cama, retiró el revólver de debajo de la almohada, y pensó:
"Si entra a este cuarto, lo tumbo de un tiro."
Peter apretó el cabo del revólver bajo las sábanas:
"Si se dejara convencer y se quedara aquí podría envenenarlo." Súbitamente Peter se estremeció. Anderson desde el otro cuarto, le hablaba:
--Estás despierto, Peter, ¿eh? Y pensando de qué modo matarme, ¿eh?
Un desaliento infinito entró en la conciencia del cazador de marfil. ¿Qué hacer? ¿Negar? ¿Fingirse dormido?...
Anderson insistió:
--¿Te haces el dormido, eh, Peter? ¿Tienes miedo?...
Peter contestó débilmente:
--Estoy enfermo, Anderson. Estoy enfermo de verdad crujió la cama--. No te levantes, Anderson. No te levantes que tengo el revólver en la mano. Estoy enfermo.
Anderson, en la obscuridad de su cuarto, apretó los dientes. Aquél era el momento y no otro. Elástico como un gato, el gigante se desprendió de la cama. En una mano sostenía una almohada y en la otra el cuchillo ancho.
Peter oyó el crujido del lecho; quiso hablar, pero una arcada tremenda le impidió pronunciar una sola palabra y recibió en el rostro el golpe de la almohada, y quedó tendido sobre su cama bajo el peso del gigante que le hurgaba en el vientre con la hoja del cuchillo. Dos veces aproximó la hoja del cuchillo a su piel y le tocó y no le hirió.
Peter quería gritar, pero la almohada le asfixiaba, y de pronto, en las tremenas tinieblas, comprendió que el gigante había cambiado de opinión. El filo del ancho cuchillo se apoyó en su garganta. Y ahora un gran dolor lo sumergía en la breve desesperación de la que no se vuelve.
Terminado que hubo, Anderson volvió a su cuarto, encendió la lámpara y comenzó a vestirse. Cobraría el cheque y se marcharía nuevamente al Congo.
Estaba satisfecho, porque además de cumplir con su deseo no había dejado en la indigencia al niño de Peter. Sentado ahora en la misma habitación donde estaba el muerto, prendiéndose los cordones de los zapatos, se decía que Andresillo quedaría a cubierto. ¿Y si él lo reclamara a la justicia desde el
Africa? ¡Imposible! El niño le reconocería siempre como el hombre que estuvo con su padre la noche que él lo asesinó. Lástima, en cierto modo, porque el tal Andresillo parecia una criatura despabilada.
Precisamente allí en lo alto de la escalera, sin que Anderson pudiera verlo, estaba Andresillo. El niño, gravemente, miró el charco de sangre que había en la cabecera del lecho de su padre, y luego observó al asesino prendiéndose lentamente los cordones de los zapatos. Andresillo inspeccionó nuevamente con la mirada el cuadro y comenzó a bajar lentamente la escalera.
La criatura, descalza, se deslizaba como un gato. A un costado de la cama del muerto, colgado del muro, había un mazo. Andresillo, siempre cauteloso, reteniendo la respiración, obedeciendo a la fuerza extraña que le impedía llorar, recogió el mazo, se arrimó al asesino, que le daba las espaldas,
levantó el mazo, y con toda la fuerza que cabía en sus bracitos, lo descargó sobre la nuca del cazador de marfil. El asesino se desplomó, herido de muerte, como un toro al que derriba el matarife. Y sólo entonces estalló el llanto del niño, asustado en el silencio opaco de la noche...
*De Roberto Arlt.
-Fuente: http://es.geocities.com/cuentohispano/texto/arlt_cazadores.html
*
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El próximo domingo 26 de noviembre del 2006 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), música del compositor español José Minguillón. Las poesías que leeremos pertenecen a Gerson Valle (Brasil) y la música de fondo será de Rikchariy
(Andes); todo ésto en nuestro programa Poesía y Música Latinoamericana, en español y alemán. ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream)
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REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
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domingo, noviembre 19, 2006
BIENVENIDOS AL DESIERTO DE LO REAL
ADÓNDE VOLVER*
Uno envidia a quien es capaz de desnudarse, de dejar las prendas y los lenguajes, abandonar la merienda servida e irse; irse lejos, atravesar países tiempos y gentes. Todos sentimos alguna vez esa inclinación a soñar con el mar, con los caminos que se pierden, con horizontes difusos que borren el asfixiante aquí y ahora.
Se puede viajar, si, es posible disolver la pertenencia en escapadas, en huidas tempranas o tardías. Es posible cortar las cintas que nos aferran a la tierra, a la familia, a los amigos. Se puede, aunque sea esta una empresa de personas marcadas por algún secreto signo que no está visible en la frente.
Lo que perdura allá en un fondo de pozo con sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.
La vida entera es la dificultosa construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la jornada. Puede que sea un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un gato sigiloso murmure su aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros silentes, o que por ser el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede con los naipes en la mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.
Pero habrán tenido puerto para la charla amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u odios donde fuesen reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno que sintieran propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el del fin de la jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del mar. El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
Y no nos engañemos, viajamos tanto los que se van y pasan de vida a vida como los que nos quedamos, y hacemos rutina de veredas fatigadas. Todos debemos retornar a casa cuando el crepúsculo nos trae. Y algunos, no tienen adónde volver.
Quién escuchará la narración efímera de los incordios del día, quién compartirá la mesa, quién respirará quizás en otro cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará nuestro aire.
En qué lugar habrá una caja con fotografías de nuestra infancia, quién preguntará cómo estás, y aguardará la respuesta. Y, si me voy, quién recibirá mis cartas.
El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Bienvenidos al desierto de lo real...
Del desierto y los oasis*
En 1955, Hannah Arendt --de cuyo nacimiento se cumplen cien años--dictó en la Universidad de Berkeley el curso "Historia de la teoría política". En estas páginas se reproduce la conclusión recientemente aparecida en español de aquellas clases
El crecimiento moderno de la amundanidad [imposibilidad de una comunión de los hombres con el cosmos y entre sí, N. de E.], el declive de todo entre humano [distancia que separa pero al mismo tiempo posibilita el encuentro, N. de E.], también se puede describir como la propagación del desierto. El
primero que reconoció que vivimos y nos movemos en un mundo desértico fue Nietzsche y también fue él quien cometió el primer error decisivo diagnosticándolo. Como casi todos los que vinieron tras él, Nietzsche pensaba que el desierto está en nosotros. Así se revelaba a sí mismo no sólo como uno de los primeros habitantes conscientes del desierto, sino también y por lo mismo, como la víctima de su más terrible ilusión. La psicología moderna es psicología del desierto: cuando perdemos la facultad de juzgar, "de sufrir y de condenar", comenzamos a pensar que hay algo equivocado en nosotros si no podemos vivir bajo las condiciones del desierto. En la medida en que la psicología trata de "ayudarnos" nos ayuda a "ajustarnos" a aquellas condiciones y nos quita nuestra única esperanza; a saber: que
nosotros, que no somos del desierto aunque vivamos en él, somos capaces de transformarlo en un mundo humano. La psicología pone todo del revés: precisamente porque sufrimos bajo las condiciones del desierto somos aún humanos y estamos aún intactos; el peligro consiste en que nos convirtamos en verdaderos habitantes del desierto y nos sintamos cómodos en él.
El mayor peligro en el desierto consiste en que hay tempestades de arena; en que el desierto no siempre es tranquilo como un cementerio. Allí donde, al fin y al cabo, todo sigue siendo posible, puede desencadenarse un movimiento autónomo. Esas tormentas de arena son los movimientos totalitarios, cuya
característica principal reside en que se ajustan extraordinariamente bien a las condiciones del desierto. De hecho, no cuentan con nada más, y por ello parecen ser la forma política más adecuada a la vida del desierto. Ambos, la psicología -la disciplina de ajustar la vida humana al desierto- y los
movimientos totalitarios -las tempestades de arena, en las cuales lo que es tranquilo como la muerte explota repentinamente en pseudoacción- plantean un peligro inminente a las dos facultades humanas que pacientemente nos capacitan para transformar el desierto en lugar de transformarnos a nosotros
mismos: las facultades conjuntadas de acción y pasión. Es cierto que cuando somos alcanzados por los movimientos totalitarios o por los ajustes de la psicología moderna sufrimos menos; pero perdemos la facultad de sufrir y con ella la virtud de resistir. Y sólo de aquellos que consiguen resistir el
padecimiento de vivir bajo las condiciones del desierto es de quienes podemos esperar que se armen del coraje necesario que se encuentra en la raíz de toda acción, del coraje que convierte a un hombre en un ser actuante.
Las tormentas de arena amenazan también esos oasis en el desierto sin los que ninguno de nosotros podría resistir allí, mientras que la psicología sólo intenta acostumbrarnos a la vida en el desierto de modo que ya no sintamos la necesidad de los oasis. Los oasis constituyen todos esos dominios de la vida que existen independientemente, o al menos en gran medida independientemente, de las circunstancias políticas. Lo que en ellos disuena es la política, es decir, nuestra experiencia plural, pero no lo que
podemos hacer y crear en la medida en que existimos en singular: en el aislamiento del artista, en la soledad del filósofo, en la relación inherentemente amundana entre seres humanos tal como existe en el amor y a veces en la amistad "cuando un corazón se dirige directamente a otro, como en la amistad, o cuando el entre, el mundo, asciende en llamas como en el amor". Sin la intangibilidad de esos oasis no sabríamos cómo respirar. Y los especialistas en ciencia política deberían saber esto. Si aquellos que deben gastar sus vidas en el desierto, intentando hacer esto o aquello, preocupándose constantemente por sus condiciones, no saben cómo usar los oasis, se convertirán en habitantes del desierto, incluso sin ayuda de la psicología. En otras palabras, los oasis se secarán si no los mantenemos intactos, y ellos no son meros lugares de "relax" sino las fuentes dispensadoras de vida que nos permiten vivir en el desierto sin reconciliarnos con él.
El peligro opuesto es mucho más frecuente. Su nombre habitual es escapismo: huir del mundo del desierto, de la política, hacia lo que quiera que sea es una forma menos peligrosa y más refinada de aniquilar los oasis que las tormentas de arena, que amenazan su existencia, por así decirlo, desde
fuera. Tratando de huir transportamos la arena del desierto a los oasis "como Kierkegaard, tratando de escapar de la duda, introdujo su duda en la religión cuando dio el salto a la fe". La falta de resistencia, el fracaso de reconocer y resistir la duda como una de las condiciones fundamentales de la vida moderna, introduce la duda en el único ámbito en que nunca debió entrar: el ámbito religioso; hablando estrictamente, el ámbito de la fe. Eso es sólo un ejemplo para que veamos lo que hacemos cuando intentamos huir del desierto. Porque aniquilamos los oasis dispensadores de vida cuando vamos a
ellos con la intención de huir, parece a veces como si todo conspirase para generalizar las condiciones del desierto.
También esto es una ilusión. En último análisis, el mundo humano es siempre el producto del amor mundi del hombre, un artificio humano cuya inmortalidad potencial está siempre sujeta la mortalidad de aquellos que lo construyen y a la natalidad de aquellos que comienzan a vivir en él. Lo que Hamlet dijo
es siempre verdad: "El tiempo está fuera de quicio. ¡Maldita suerte la mía, haber nacido para ponerlo en orden!". En este sentido, en la necesidad que tiene el mundo de los que comienzan para que pueda ser comenzado de nuevo, el mundo es siempre un desierto. Sin embargo, a partir de las condiciones de
amundanidad que aparecieron por primera vez en la Edad Moderna -amundanidad que no debería ser confundida con la ultramundanidad cristiana- nació la cuestión de Leibniz, Schelling y Heidegger: ¿por qué hay algo en lugar de nada? Y a partir de las condiciones específicas de nuestro mundo contemporáneo que nos amenaza no sólo con que no-haya-nada, sino también con que no-haya-nadie, puede surgir la pregunta: ¿por qué hay alguien en lugar de nadie? Estas cuestiones pueden sonar nihilistas pero no lo son. Al contrario, son las cuestiones antinihilistas planteadas en una situación objetiva de nihilismo, donde el que no-haya-nada y el que no-haya-nadie amenazan con destruir el mundo.
*Por Hannah Arendt
Traducción: Juan A. Guerrero
© Revista de Occidente
*Fuente: LA NACIÓN
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/859761
Bienvenidos al desierto de lo real*
*Slavoj Zizek
Cuando Neo, en el filme de los hermanos Wachowski, despierta en la realidad real, Morpheus lo recibe con ironía: "Bienvenido al desierto de lo real".
Igualmente, al improviso, lo impensable sucedió en Nueva York: aquello que era objeto de la fantasía, realmente ocurrió: el "afuera" ingresó. Slavoj Zizek percibe que, si hay algún simbolismo en el derrumbe de las torres, no se trata tanto de la vieja noción sobre el "centro del capitalismo
financiero" sino más bien de la idea de que ambas torres representaban el capitalismo virtual de la especulación financiera, desconectada de la esfera de producción material...
La última fantasía paranoica norteamericana es la de un individuo que vive en un idílico pueblo californiano, un paraíso del consumo y de pronto comienza a sospechar que el mundo en el que vive es una farsa, un espectáculo montado para convencerlo de que vive en la realidad, un show en el que todos a su alrededor son actores y extras. Un ejemplo reciente es The Truman Show, de Peter Weir, en la que Jim Carrey encarna al empleado local que gradualmente descubre la verdad: que él es el héroe de un show
televisivo transmitido las 24 horas y que su pueblo es, en rigor, un gigantesco set de filmación por el que las cámaras lo siguen sin interrupción. Entre sus predecesores, vale la pena mencionar la novela Time
Out of Joint (1959) de Philip K. Dick, en la que el héroe también vive en un pueblito californiano, a fines de los años ciencuenta y gradualmente descubre que toda la ciudad es una farsa montada para mantenerlo satisfecho... En ambos casos, el mensaje es elocuente: el paraíso del consumo capitalista es, en su hiperrealidad, irreal, insustancial, privado de toda inercia material.
El filme Matrix, de los hermanos Wachowski, llevó esta lógica a su clímax: la realidad material en la que vivimos es virtual, generada y coordinada por una megacomputadora a la que todos estamos conectados; cuando el héroe (Keanu Reeves) despierta a la "realidad real", lo que ve es un paisaje desolado, sembrado de ruinas humeantes: lo que quedó de Chicago después de una guerra mundial. Morpheus, el líder de la resistencia, lo recibe con ironía: "Bienvenido al desierto de lo real". ¿No fue algo de un orden similar lo que sucedió en Nueva York en 11 de septiembre? Sus ciudadanos fueron introducidos al "desierto de lo real"; a nosotros, corrompidos por Hollywood, la imagen de las torres derrumbándose no pudo sino recordarnos las pasmosas escenas del cine de catástrofes.
Cuando escuchamos hablar de lo inesperados que resultaron los atentados, deberíamos recordar la otra catástrofe crucial, a comienzos del siglo XX: la del Titanic. Aquello fue un shock porque, en la fantasía ideológica, el trasatlántico era el símbolo de la civilización industrial del siglo XIX.
¿Se puede afirmar lo mismo de los atentados? No sólo los medios nos bombardeaban con el discurso de la amenaza terrorista; sino que esta amenaza estaba obvia y subliminalmente abonada (basta con recordar películas como Escape de Nueva York o Día de la Independencia). Lo impensable que sucedió
ahora era, a su vez, objeto de fantasía: de alguna manera, Estados Unidos tuvo lo que tanto fantaseaba, y ésta fue la mayor sorpresa.
Ahora, mientras lidiamos con la cruda realidad de la catástrofe, debemos considerar las coordenadas ideológicas que determinan la percepción de estos atentados. Si hay algún simbolismo en el derrumbe de las torres, no es tanto la vieja noción de "centro del capitalismo financiero" sino, más bien, la noción de que ambas torres representaban el centro del capitalismo virtual, el capitalismo de la especulación financiera desconectada de la esfera de producción material. El demoledor impacto de los atentados es percibido como la frontera que separa el Primer Mundo digitalizado del Tercer Mundo, "desierto de lo real". La conciencia de que vivimos en un universo aislado y artificial genera así la noción de que un agente ominoso nos amenaza permanentemente con la destrucción total.
Osama bin Laden sería, en consecuencia, la versión real de Ernst Stavro Blofeld, el cerebro diabólico que planea formas de destrucción planetaria en las películas de James Bond.
Lo que uno debería recordar es que el único momento en las películas de Hollywood en que vemos el proceso de producción en toda su intensidad es cuando Bond penetra en la guarida secreta del cerebro diabólico y localiza en ella el centro de la producción criminal: el destilado y empaquetado de
drogas, la construcción de un cohete o un rayo láser capaz de destruir Nueva York. Siempre, tras capturar a Bond, el criminal le ofrece un tour por sus instalaciones.
¿Y, según Hollywood, no es esto lo más cercano a una orgullosa exposición de los métodos de producción socialista en una fábrica? La función de Bond es, por supuesto, volar todo por los aires, permitiéndonos volver a nuestra rutina en un mundo "sin clase obrera". ¿Y no es el derrumbe de las Torres Gemelas esta misma violencia dirigida del amenazante Afuera estallándonos en la cara? La esfera en la que viven los norteamericanos se encuentra amenazada desde Afuera por terroristas despiadados y cobardes, brillantes y primitivos.
Cada vez que encontramos un mal externo en estado tan puro, deberíamos reunir el valor para recordar la lección hegeliana: en este Afuera puro, debemos reconocer una versión destilada de nuestra esencia. Durante los últimos siglos, la prosperidad del Occidente "civilizado" se ha conseguido a través de la sistemática exportación de violencia y destrucción al Afuera "bárbaro" -de la conquista del Oeste a las matanzas en el Congo.
Este "retorno a lo Real" dispara tramas hasta ahora impensadas. Para comentadores derechistas como George Will, esto marca el final de "las vacaciones que Estados Unidos se ha tomado del curso de la Historia": el impacto de la realidad desmorona la torre de la tolerancia y los estudios culturales. Ahora, Estados Unidos debe responder, debe enfrentar enemigos reales en el mundo real. ¿Pero a quién? Cualquiera que sea la respuesta, nunca van a pegar cien por ciento en el blanco, nunca van a estar cien por ciento satisfechos. El ataque norteamericano a Afganistán fue el colmo de lo ridículo: si la mayor potencia mundial destruye uno de los países más pobres del planeta, ¿no estaríamos frente al epítome de la impotencia?
Hay algo de cierto en la noción de "choque de civilizaciones" de la que se habla. Imaginen la sorpresa de un norteamericano promedio: "¿Cómo es posible que esta gente aprecie tan poco su propia vida?". Ahora bien, ¿no es el reverso de esta sorpresa el triste hecho de que nosotros, en nuestro Primer Mundo, encontremos cada vez más difícil siquiera imaginar una causa pública o universal por la que estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra vida?
Ahora, en los días posteriores al atentado, oscilamos entre un evento traumático y su impacto simbólico, como en ese momento posterior a un corte profundo, cuando vemos la herida pero el dolor todavía no nos golpea plenamente. Ya se puede vislumbrar en qué símbolo se transformará este evento, cuál será su eficiencia y cómo se lo evocará para justificar actos posteriores. Pero este proceso nunca es automático, ni siquiera en los momentos de mayor tensión.
Y ya aparecen los primeros síntomas: el día posterior al atentado recibí el llamado de una revista para la que había escrito un artículo sobre Lenin; me avisaban que habían decidido postergar su publicación por considerar inoportuno hablar de Lenin bajo estas circunstancias.
¿No señala esto la dirección de las ominosas rearticulaciones ideológicas que vendrán? Puede que no sepamos con exactitud cuáles serán las consecuencias económicas, ideológicas y militares que traerán los atentados, pero una cosa es segura: Estados Unidos ya no se puede considerar a sí mismo una isla aislada que presencia los acontecimientos mundiales a través de una pantalla. ¿Qué decisión tomarán?
Hasta ahora, lo único seguro es que intensificarán su actitud: "¿Por qué debería sucedernos esto? Estas cosas no pasan acá". Actitud que, por supuesto, aumentará la paranoia y, por lo tanto, el grado de agresión hacia el temible Afuera.
La otra opción es que se arriesguen a aceptar su llegada al mundo real y superen el "esto no debería suceder aquí" para acceder al "esto no debería suceder en ninguna parte". Pero para eso, los norteamericanos deben aceptar también que nunca se tomaron "vacaciones del Curso de la Historia", sino que su paz se compró con base en catástrofes en otras partes. Ahí reside la verdadera lección de estos atentados.
*FUENTE: http://www.memoria.com.mx/180/zizek.htm
Sentada en un café*
Sentada en un café
endulzo mis sueños
revolviendo la cucharita
en un pocillo opaco.
El bullicio me abraza
y las palabras se precipitan
entre las mesas oscuras
que guardan infinitos secretos.
Un niño triste se acerca
y con su voz entrecortada
me ofrece algunas violetas
que me colman de nostalgia.
Los recuerdos tiernos florecen
en el jardín de mi memoria
y el perfume de mi infancia
entra por la ventana.
Los pensamientos me conmueven
y floto en el aire
mientras mi café se enfría
en ese pocillo opaco.
*De María Griselda García Cuerva. mg_cuerva@yahoo.com.ar
*
Queridas amigas, queridos amigos:
El próximo domingo 19 de noviembre del 2006 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), música del compositor brasilero Egberto Gismonti. Las poesías que leeremos pertenecen a Orlando Augusto Pinto (Brasil) y la música de fondo será de Wankamaru (Andes); todo ésto en nuestro programa Poesía y Música
Latinoamericana, en español y alemán.
¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream)
!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg
AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
*
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Se puede viajar, si, es posible disolver la pertenencia en escapadas, en huidas tempranas o tardías. Es posible cortar las cintas que nos aferran a la tierra, a la familia, a los amigos. Se puede, aunque sea esta una empresa de personas marcadas por algún secreto signo que no está visible en la frente.
Lo que perdura allá en un fondo de pozo con sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.
La vida entera es la dificultosa construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la jornada. Puede que sea un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un gato sigiloso murmure su aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros silentes, o que por ser el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede con los naipes en la mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.
Pero habrán tenido puerto para la charla amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u odios donde fuesen reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno que sintieran propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el del fin de la jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del mar. El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
Y no nos engañemos, viajamos tanto los que se van y pasan de vida a vida como los que nos quedamos, y hacemos rutina de veredas fatigadas. Todos debemos retornar a casa cuando el crepúsculo nos trae. Y algunos, no tienen adónde volver.
Quién escuchará la narración efímera de los incordios del día, quién compartirá la mesa, quién respirará quizás en otro cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará nuestro aire.
En qué lugar habrá una caja con fotografías de nuestra infancia, quién preguntará cómo estás, y aguardará la respuesta. Y, si me voy, quién recibirá mis cartas.
El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Bienvenidos al desierto de lo real...
Del desierto y los oasis*
En 1955, Hannah Arendt --de cuyo nacimiento se cumplen cien años--dictó en la Universidad de Berkeley el curso "Historia de la teoría política". En estas páginas se reproduce la conclusión recientemente aparecida en español de aquellas clases
El crecimiento moderno de la amundanidad [imposibilidad de una comunión de los hombres con el cosmos y entre sí, N. de E.], el declive de todo entre humano [distancia que separa pero al mismo tiempo posibilita el encuentro, N. de E.], también se puede describir como la propagación del desierto. El
primero que reconoció que vivimos y nos movemos en un mundo desértico fue Nietzsche y también fue él quien cometió el primer error decisivo diagnosticándolo. Como casi todos los que vinieron tras él, Nietzsche pensaba que el desierto está en nosotros. Así se revelaba a sí mismo no sólo como uno de los primeros habitantes conscientes del desierto, sino también y por lo mismo, como la víctima de su más terrible ilusión. La psicología moderna es psicología del desierto: cuando perdemos la facultad de juzgar, "de sufrir y de condenar", comenzamos a pensar que hay algo equivocado en nosotros si no podemos vivir bajo las condiciones del desierto. En la medida en que la psicología trata de "ayudarnos" nos ayuda a "ajustarnos" a aquellas condiciones y nos quita nuestra única esperanza; a saber: que
nosotros, que no somos del desierto aunque vivamos en él, somos capaces de transformarlo en un mundo humano. La psicología pone todo del revés: precisamente porque sufrimos bajo las condiciones del desierto somos aún humanos y estamos aún intactos; el peligro consiste en que nos convirtamos en verdaderos habitantes del desierto y nos sintamos cómodos en él.
El mayor peligro en el desierto consiste en que hay tempestades de arena; en que el desierto no siempre es tranquilo como un cementerio. Allí donde, al fin y al cabo, todo sigue siendo posible, puede desencadenarse un movimiento autónomo. Esas tormentas de arena son los movimientos totalitarios, cuya
característica principal reside en que se ajustan extraordinariamente bien a las condiciones del desierto. De hecho, no cuentan con nada más, y por ello parecen ser la forma política más adecuada a la vida del desierto. Ambos, la psicología -la disciplina de ajustar la vida humana al desierto- y los
movimientos totalitarios -las tempestades de arena, en las cuales lo que es tranquilo como la muerte explota repentinamente en pseudoacción- plantean un peligro inminente a las dos facultades humanas que pacientemente nos capacitan para transformar el desierto en lugar de transformarnos a nosotros
mismos: las facultades conjuntadas de acción y pasión. Es cierto que cuando somos alcanzados por los movimientos totalitarios o por los ajustes de la psicología moderna sufrimos menos; pero perdemos la facultad de sufrir y con ella la virtud de resistir. Y sólo de aquellos que consiguen resistir el
padecimiento de vivir bajo las condiciones del desierto es de quienes podemos esperar que se armen del coraje necesario que se encuentra en la raíz de toda acción, del coraje que convierte a un hombre en un ser actuante.
Las tormentas de arena amenazan también esos oasis en el desierto sin los que ninguno de nosotros podría resistir allí, mientras que la psicología sólo intenta acostumbrarnos a la vida en el desierto de modo que ya no sintamos la necesidad de los oasis. Los oasis constituyen todos esos dominios de la vida que existen independientemente, o al menos en gran medida independientemente, de las circunstancias políticas. Lo que en ellos disuena es la política, es decir, nuestra experiencia plural, pero no lo que
podemos hacer y crear en la medida en que existimos en singular: en el aislamiento del artista, en la soledad del filósofo, en la relación inherentemente amundana entre seres humanos tal como existe en el amor y a veces en la amistad "cuando un corazón se dirige directamente a otro, como en la amistad, o cuando el entre, el mundo, asciende en llamas como en el amor". Sin la intangibilidad de esos oasis no sabríamos cómo respirar. Y los especialistas en ciencia política deberían saber esto. Si aquellos que deben gastar sus vidas en el desierto, intentando hacer esto o aquello, preocupándose constantemente por sus condiciones, no saben cómo usar los oasis, se convertirán en habitantes del desierto, incluso sin ayuda de la psicología. En otras palabras, los oasis se secarán si no los mantenemos intactos, y ellos no son meros lugares de "relax" sino las fuentes dispensadoras de vida que nos permiten vivir en el desierto sin reconciliarnos con él.
El peligro opuesto es mucho más frecuente. Su nombre habitual es escapismo: huir del mundo del desierto, de la política, hacia lo que quiera que sea es una forma menos peligrosa y más refinada de aniquilar los oasis que las tormentas de arena, que amenazan su existencia, por así decirlo, desde
fuera. Tratando de huir transportamos la arena del desierto a los oasis "como Kierkegaard, tratando de escapar de la duda, introdujo su duda en la religión cuando dio el salto a la fe". La falta de resistencia, el fracaso de reconocer y resistir la duda como una de las condiciones fundamentales de la vida moderna, introduce la duda en el único ámbito en que nunca debió entrar: el ámbito religioso; hablando estrictamente, el ámbito de la fe. Eso es sólo un ejemplo para que veamos lo que hacemos cuando intentamos huir del desierto. Porque aniquilamos los oasis dispensadores de vida cuando vamos a
ellos con la intención de huir, parece a veces como si todo conspirase para generalizar las condiciones del desierto.
También esto es una ilusión. En último análisis, el mundo humano es siempre el producto del amor mundi del hombre, un artificio humano cuya inmortalidad potencial está siempre sujeta la mortalidad de aquellos que lo construyen y a la natalidad de aquellos que comienzan a vivir en él. Lo que Hamlet dijo
es siempre verdad: "El tiempo está fuera de quicio. ¡Maldita suerte la mía, haber nacido para ponerlo en orden!". En este sentido, en la necesidad que tiene el mundo de los que comienzan para que pueda ser comenzado de nuevo, el mundo es siempre un desierto. Sin embargo, a partir de las condiciones de
amundanidad que aparecieron por primera vez en la Edad Moderna -amundanidad que no debería ser confundida con la ultramundanidad cristiana- nació la cuestión de Leibniz, Schelling y Heidegger: ¿por qué hay algo en lugar de nada? Y a partir de las condiciones específicas de nuestro mundo contemporáneo que nos amenaza no sólo con que no-haya-nada, sino también con que no-haya-nadie, puede surgir la pregunta: ¿por qué hay alguien en lugar de nadie? Estas cuestiones pueden sonar nihilistas pero no lo son. Al contrario, son las cuestiones antinihilistas planteadas en una situación objetiva de nihilismo, donde el que no-haya-nada y el que no-haya-nadie amenazan con destruir el mundo.
*Por Hannah Arendt
Traducción: Juan A. Guerrero
© Revista de Occidente
*Fuente: LA NACIÓN
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Bienvenidos al desierto de lo real*
*Slavoj Zizek
Cuando Neo, en el filme de los hermanos Wachowski, despierta en la realidad real, Morpheus lo recibe con ironía: "Bienvenido al desierto de lo real".
Igualmente, al improviso, lo impensable sucedió en Nueva York: aquello que era objeto de la fantasía, realmente ocurrió: el "afuera" ingresó. Slavoj Zizek percibe que, si hay algún simbolismo en el derrumbe de las torres, no se trata tanto de la vieja noción sobre el "centro del capitalismo
financiero" sino más bien de la idea de que ambas torres representaban el capitalismo virtual de la especulación financiera, desconectada de la esfera de producción material...
La última fantasía paranoica norteamericana es la de un individuo que vive en un idílico pueblo californiano, un paraíso del consumo y de pronto comienza a sospechar que el mundo en el que vive es una farsa, un espectáculo montado para convencerlo de que vive en la realidad, un show en el que todos a su alrededor son actores y extras. Un ejemplo reciente es The Truman Show, de Peter Weir, en la que Jim Carrey encarna al empleado local que gradualmente descubre la verdad: que él es el héroe de un show
televisivo transmitido las 24 horas y que su pueblo es, en rigor, un gigantesco set de filmación por el que las cámaras lo siguen sin interrupción. Entre sus predecesores, vale la pena mencionar la novela Time
Out of Joint (1959) de Philip K. Dick, en la que el héroe también vive en un pueblito californiano, a fines de los años ciencuenta y gradualmente descubre que toda la ciudad es una farsa montada para mantenerlo satisfecho... En ambos casos, el mensaje es elocuente: el paraíso del consumo capitalista es, en su hiperrealidad, irreal, insustancial, privado de toda inercia material.
El filme Matrix, de los hermanos Wachowski, llevó esta lógica a su clímax: la realidad material en la que vivimos es virtual, generada y coordinada por una megacomputadora a la que todos estamos conectados; cuando el héroe (Keanu Reeves) despierta a la "realidad real", lo que ve es un paisaje desolado, sembrado de ruinas humeantes: lo que quedó de Chicago después de una guerra mundial. Morpheus, el líder de la resistencia, lo recibe con ironía: "Bienvenido al desierto de lo real". ¿No fue algo de un orden similar lo que sucedió en Nueva York en 11 de septiembre? Sus ciudadanos fueron introducidos al "desierto de lo real"; a nosotros, corrompidos por Hollywood, la imagen de las torres derrumbándose no pudo sino recordarnos las pasmosas escenas del cine de catástrofes.
Cuando escuchamos hablar de lo inesperados que resultaron los atentados, deberíamos recordar la otra catástrofe crucial, a comienzos del siglo XX: la del Titanic. Aquello fue un shock porque, en la fantasía ideológica, el trasatlántico era el símbolo de la civilización industrial del siglo XIX.
¿Se puede afirmar lo mismo de los atentados? No sólo los medios nos bombardeaban con el discurso de la amenaza terrorista; sino que esta amenaza estaba obvia y subliminalmente abonada (basta con recordar películas como Escape de Nueva York o Día de la Independencia). Lo impensable que sucedió
ahora era, a su vez, objeto de fantasía: de alguna manera, Estados Unidos tuvo lo que tanto fantaseaba, y ésta fue la mayor sorpresa.
Ahora, mientras lidiamos con la cruda realidad de la catástrofe, debemos considerar las coordenadas ideológicas que determinan la percepción de estos atentados. Si hay algún simbolismo en el derrumbe de las torres, no es tanto la vieja noción de "centro del capitalismo financiero" sino, más bien, la noción de que ambas torres representaban el centro del capitalismo virtual, el capitalismo de la especulación financiera desconectada de la esfera de producción material. El demoledor impacto de los atentados es percibido como la frontera que separa el Primer Mundo digitalizado del Tercer Mundo, "desierto de lo real". La conciencia de que vivimos en un universo aislado y artificial genera así la noción de que un agente ominoso nos amenaza permanentemente con la destrucción total.
Osama bin Laden sería, en consecuencia, la versión real de Ernst Stavro Blofeld, el cerebro diabólico que planea formas de destrucción planetaria en las películas de James Bond.
Lo que uno debería recordar es que el único momento en las películas de Hollywood en que vemos el proceso de producción en toda su intensidad es cuando Bond penetra en la guarida secreta del cerebro diabólico y localiza en ella el centro de la producción criminal: el destilado y empaquetado de
drogas, la construcción de un cohete o un rayo láser capaz de destruir Nueva York. Siempre, tras capturar a Bond, el criminal le ofrece un tour por sus instalaciones.
¿Y, según Hollywood, no es esto lo más cercano a una orgullosa exposición de los métodos de producción socialista en una fábrica? La función de Bond es, por supuesto, volar todo por los aires, permitiéndonos volver a nuestra rutina en un mundo "sin clase obrera". ¿Y no es el derrumbe de las Torres Gemelas esta misma violencia dirigida del amenazante Afuera estallándonos en la cara? La esfera en la que viven los norteamericanos se encuentra amenazada desde Afuera por terroristas despiadados y cobardes, brillantes y primitivos.
Cada vez que encontramos un mal externo en estado tan puro, deberíamos reunir el valor para recordar la lección hegeliana: en este Afuera puro, debemos reconocer una versión destilada de nuestra esencia. Durante los últimos siglos, la prosperidad del Occidente "civilizado" se ha conseguido a través de la sistemática exportación de violencia y destrucción al Afuera "bárbaro" -de la conquista del Oeste a las matanzas en el Congo.
Este "retorno a lo Real" dispara tramas hasta ahora impensadas. Para comentadores derechistas como George Will, esto marca el final de "las vacaciones que Estados Unidos se ha tomado del curso de la Historia": el impacto de la realidad desmorona la torre de la tolerancia y los estudios culturales. Ahora, Estados Unidos debe responder, debe enfrentar enemigos reales en el mundo real. ¿Pero a quién? Cualquiera que sea la respuesta, nunca van a pegar cien por ciento en el blanco, nunca van a estar cien por ciento satisfechos. El ataque norteamericano a Afganistán fue el colmo de lo ridículo: si la mayor potencia mundial destruye uno de los países más pobres del planeta, ¿no estaríamos frente al epítome de la impotencia?
Hay algo de cierto en la noción de "choque de civilizaciones" de la que se habla. Imaginen la sorpresa de un norteamericano promedio: "¿Cómo es posible que esta gente aprecie tan poco su propia vida?". Ahora bien, ¿no es el reverso de esta sorpresa el triste hecho de que nosotros, en nuestro Primer Mundo, encontremos cada vez más difícil siquiera imaginar una causa pública o universal por la que estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra vida?
Ahora, en los días posteriores al atentado, oscilamos entre un evento traumático y su impacto simbólico, como en ese momento posterior a un corte profundo, cuando vemos la herida pero el dolor todavía no nos golpea plenamente. Ya se puede vislumbrar en qué símbolo se transformará este evento, cuál será su eficiencia y cómo se lo evocará para justificar actos posteriores. Pero este proceso nunca es automático, ni siquiera en los momentos de mayor tensión.
Y ya aparecen los primeros síntomas: el día posterior al atentado recibí el llamado de una revista para la que había escrito un artículo sobre Lenin; me avisaban que habían decidido postergar su publicación por considerar inoportuno hablar de Lenin bajo estas circunstancias.
¿No señala esto la dirección de las ominosas rearticulaciones ideológicas que vendrán? Puede que no sepamos con exactitud cuáles serán las consecuencias económicas, ideológicas y militares que traerán los atentados, pero una cosa es segura: Estados Unidos ya no se puede considerar a sí mismo una isla aislada que presencia los acontecimientos mundiales a través de una pantalla. ¿Qué decisión tomarán?
Hasta ahora, lo único seguro es que intensificarán su actitud: "¿Por qué debería sucedernos esto? Estas cosas no pasan acá". Actitud que, por supuesto, aumentará la paranoia y, por lo tanto, el grado de agresión hacia el temible Afuera.
La otra opción es que se arriesguen a aceptar su llegada al mundo real y superen el "esto no debería suceder aquí" para acceder al "esto no debería suceder en ninguna parte". Pero para eso, los norteamericanos deben aceptar también que nunca se tomaron "vacaciones del Curso de la Historia", sino que su paz se compró con base en catástrofes en otras partes. Ahí reside la verdadera lección de estos atentados.
*FUENTE: http://www.memoria.com.mx/180/zizek.htm
Sentada en un café*
Sentada en un café
endulzo mis sueños
revolviendo la cucharita
en un pocillo opaco.
El bullicio me abraza
y las palabras se precipitan
entre las mesas oscuras
que guardan infinitos secretos.
Un niño triste se acerca
y con su voz entrecortada
me ofrece algunas violetas
que me colman de nostalgia.
Los recuerdos tiernos florecen
en el jardín de mi memoria
y el perfume de mi infancia
entra por la ventana.
Los pensamientos me conmueven
y floto en el aire
mientras mi café se enfría
en ese pocillo opaco.
*De María Griselda García Cuerva. mg_cuerva@yahoo.com.ar
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Queridas amigas, queridos amigos:
El próximo domingo 19 de noviembre del 2006 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), música del compositor brasilero Egberto Gismonti. Las poesías que leeremos pertenecen a Orlando Augusto Pinto (Brasil) y la música de fondo será de Wankamaru (Andes); todo ésto en nuestro programa Poesía y Música
Latinoamericana, en español y alemán.
¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream)
!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg
AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
*
Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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