jueves, noviembre 23, 2006

ESPEJO O SOMBRA

Esta noche*



En esta noche de primavera
Estoy aquí frente a mí
Espejo o sombra
Labios apretados
Y esfuerzo por escribir
Algo bello y tierno
Con esperanzas de lavandas
Y desfiles de muñecos
Entre las estrellas de plata
Y los bichitos de luz
Estoy asustada y perdida
Esperando una mala noticia.


*de Azul. azulaki@hotmail.com




Espejo o sombra...




Jueves, 23 de Noviembre de 2006
PIRATAS*


*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar

El camino era de tierra con sus consabidos zanjones donde los cuises hacían sus trabajosas cuevas para huir de nuestras pedradas y de los colmillos asesinos de los perros.
Hubo también a los costados en un tiempo alguna hilera de paraísos coposos para descansar de las correrías en verano, árboles que algún miserable taló para siempre.
El camino se metía entre sembrados amarillos de trigo o verdes de alfalfa y de vez en cuando trotaba sobre él el caballito heroico de un sulky que venía de una chacra remota, o algún carro con su estrépito de tarros con leche recién ordeñada para la cremería del pueblo.
A veces nos resulta tan pobre , tan despiadadamente pobre este escenario que por más que rasguemos en busca de alguna historia que merezca una representación, no la encontraremos.
Sólo polvo, crepúsculo abierto y nada alrededor. Apenas patos silvestres, mariposas, un cielo bajo de cobalto y a lo mejor un solo grano -un granito?-de pimienta para adobar una historia a medias real a medias inventada. Pura nadita sobre la vastísima desazón del cielo -tan bajo que podemos tocarlo-
que las cigüeñas alzaron con su vuelo súbito, ante aquel trueno rodador, antes de las gotas pesadas como brevas maduras cayendo sobre el patio que ya cruzan los sapos presurosos.
Sin sentido era el grito de los teros, al menos así lo veíamos entonces, sin sentido a lo mejor nuestros propios pasos en bandada anárquica y risueña, despreocupada. Pero sólo ahora no se lo encontramos, porque en aquel tiempo hasta la última hierbita perdida del campo lo tenía y nosotros oscuramente
lo sabíamos, lo intuíamos como un destino implacable que como una luz en el camino estaría delante nuestro.
En los tiempos de cosecha era distinto, porque era como si todo el campo se pusiese en movimiento, con ropas oscuras o coloridas, pero era el tiempo alto y bello donde reinaban las canciones, según el dialecto o el origen de los cosecheros con sus familias como racimos heterogéneos, hilachientos, precoces de sueños.
De cualquier modo aquella vieja producción rural pertenece al irremediable pasado, también aquellos caballos que pastaban solitarios con un tordo sobre el lomo, picoteando el duro cuero de los toros, a la caza de los bichitos que criaban allí a mansalva sus colonias.
De vez en cuando un tren pasaba con su nervio y su ruido de hierros sacudiendo alambrados y arboledas. Y era emocionante mirarlo tirados debajo del puente de madera, entre durmientes secos que parcelaban el cielo con sus rectángulos quietos y su nube viajera.
También visitábamos taperas y corríamos sin suerte las ratas numerosas que allí se refugiaban y lo hacíamos con minuciosidad asesina, azuzando a los perros que veces mataban alguna.
O nos subíamos al molino, mientras el bástago golpeaba, monótono. Desde lo alto, casi tocando la rueda con nuestras cabezas, en la plataforma de madera nos instalábamos a mirar el horizonte, el techo de la casa y allá lejos el pueblo, desflecado, informe, sumergido entre arboledas muy verdes y la vía
que lo cruzaba al medio, como dos hilos de acero.
Era bello el espectáculo, pero sin matices. De todos modos, nos hacía felices, como era de vez en cuando probar lo distinto, y a espaldas de los mayores, mejor.
Todos los cañadones de la época fueron visitados por nosotros, bien para bañarnos, bien para la pesca de bagres o mojarritas, con anzuelos improvisados con alfileres hurtados a las madres.
Pero una vez conseguimos un bote para navegar. Bote tal vez sea una nominación excesiva dado su carácter artesanal y además era un préstamo.
Fue así. El inefable Negro Giuliano lo había construido con dos tanques de gasoil abiertos al medio, los había soldado y puesto tres asientos de duro metal el cual munido de un par de remos se podía avanzar en ese espejo de agua que acechaban los juncos y las aves acuáticas.
La proa era una cuña de chapa soldada "ad hoc" para cortar el agua. Lo demás era voluntad e imaginación, pero flotaba y cumplía su cometido.
Él, el negro, lo usaba para internarse en lo hondo y pescar, nosotros para jugar a los piratas y pasear, a riesgo de darlo vuelta y perderlo entre el barro del fondo.
Hacíamos avanzar la embarcación con los remos que tal vez fabricara el mítico carpintero "Perita" Gabilondo, en su taller frente a la escuela provincial. No recuerdo.
Es probable que embarcación tan estrambótica no haya surcado nunca ningún
cañadón o río o arroyo del mundo, pero nosotros éramos Dadid Crocxett, o el colmo de la aventura marina, o Sandokán y los piratas de la Malasia, tal leíamos en las novelas de Salgari o tantos héroes que veíamos en la matinée del cine "La Perla". Esas aguas que navegábamos no eran un tranquilo cañadón
rodeado de juncos, era un mar Caribe infestado de tiburones y piratas que debíamos abatir.
A veces pienso que si esa precariedad material en que se desarrollaba nuestra infancia que estaba reemplazada con creces por la imaginación, podría hoy ser trocada por tanta tecnología .
Creo que no, porque lo que funciona en la cabeza de un niño pobre no puede sustituirse con los mejores juguetes del mundo y esa riqueza y esa felicidad nos habrá de acompañar por toda la vida, por más llena de trampa con que se nos presente.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-6299-2006-11-23.html








RICARDO CHIDICHIMO HABIA APROBADO LA LICENCIATURA EN METEOROLOGIA EN LA UBA
No conoció a su padre, desaparecido en la dictadura, y recibió por él su título universitario*


El decano de Exactas entregó el diploma a Florencia Chidichimo en un acto en la Facultad. Ricardo fue secuestrado el 20 de noviembre del 76, seis meses después de dar la última materia.

EN SU NOMBRE. Florencia Chidichimo, su abuelo Ricardo, y una madre de la línea fundadora, en el aula magna de exactas. (Leandro Monachesi)


*Liliana Moreno limoreno@clarin.com



Tierra donde tuve un hijo/ tierra donde se crió (...)/tierra donde lo perdí una madrugada/ tierra hoy te pregunto a ti temblando ¿lo tienes tú?. El poema dedicado a Ricardo Darío Chidichimo, secuestrado y desaparecido el 20 de noviembre de 1976, lo leyó con voz entrecortada su hija Florencia. Fue el
martes en el escenario del Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA donde recibió en nombre de su padre el diploma que él no pudo tramitar: Licenciado en Ciencias Metereológicas.
Antes Florencia había dicho: "Desde que desapareció mi papá todos los años mi abuela le escribe un poema. Y éste es mi favorito". Su abuela, la mamá de Ricardo, es Nélida Chidichimo -"Quita" para todos-, Madre de Plaza de Mayo y parte del grupo originario de familiares que se reunía en la Iglesia de Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal. El mismo en el que se infiltró el ex marino Alfredo Astiz y del que en diciembre de 1977 fueron secuestradas, entre otras, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet. "Quita fue una de las pocas que sobrevivió porque lo autos estaban colmados", dijo en
su discurso el decano Jorge Aliaga.
Quita no pudo estar el martes por un problema de salud. En su nombre estuvieron Florencia, su esposo Ricardo, un grupo de Madres Línea Fundadora y amigos y compañeros de militancia de su hijo Darío.
Pero sí estuvo el 23 de marzo cuando la facultad realizó el primer acto oficial por el 30 aniversario de la dictadura militar: una reivindicación a sus detenidos-desaparecidos y un homenaje a los organismos de Derechos Humanos.
Aquel día Quita y Ricardo se acercaron a Aliaga y le comentaron que su hijo había aprobado todas la materias de la Licenciatura en Ciencias Metereológicas pero no había alcanzado a gestionar su título. La última, Climatología, la había rendido el 5 de mayo del 76.
El Departamento de Alumnos tomó la tarea y el biólogo Diego Weinberg -de la Secretaría de Hacienda- representó a Darío y a Exactas ante la UBA. Julio, Beatriz, Paulina y Noemí, compañeros de militancia, siguieron el proceso de cerca. En la facultad había un antecedente: en setiembre de 1998, 20 años
después de la desaparición del físico Daniel Bendersky, sus padres habían recibido el diploma.
El trámite se puso en marcha con la unanimidad del Consejo Directivo de Exactas. Y el 20 de octubre el título, certificado por el Ministerio de Educación, llegó a la facultad. Se lo comunican a la familia el 23, sin saberlo un día después de la muerte de Marita Chidichimo, la otra hija de Quita y Ricardo. Marita era doctora en Física, también egresada de la UBA, y vivía en Canadá desde 1973 cuando ganó una beca en Cambridge.
"Este es un año muy duro para mis abuelos, para toda mi familia. Además, ayer (por el lunes) hizo 30 años de la desaparición de mi papá", dijo Florencia desde el escenario. Terminado el acto -cuando recibía besos y abrazos- lo recordó con alegría, aunque no alcanzó a conocerlo. "Mi papá militaba en la Juventud Peronista y yo era una beba cuando lo secuestraron.
Pero siempre me contaron que era un tipo fuerte, que le daba fuerza a los demás", contó. "También sé que estudió Meteorología porque le gustaba mucho volar. Era piloto civil"
Actriz, profesora de expresión corporal y estudiante del profesorado de Lengua y Literatura, Florencia -que llevaba la foto de Ricardo colgada al cuello- es el calco de su viejo. Con el diploma en una mano, con la otra revisaba el Certificado Analítico, donde constan materias y notas. "Mirá: tiene 2, 3, un aplazo. Me parece que no era muy buen alumno, pero bueno .... militaba. Aunque acá tiene un 10 en 'Instrumentos y Métodos de Observación', y eso que la rindió en el 76". También dijo: "Creo que mi papá fue feliz a su manera. Y pienso que sólo llegó hasta los 27 años porque todo lo que vivió lo tenía que vivir".
El título -que apretaba en su mano derecha-, a diferencia de cualquier otro, tiene una leyenda en el reverso. Dice: "Este diploma se otorga conforme a lo establecido por Res. CD Nº 768/06 de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, encontrándose el Sr. Ricardo Darío Chidichimo en situación de desaparecido".

*Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/diario/2006/11/23/sociedad/s-03601.htm





Los Cazadores de Marfil*

La barcaza a nueve nudos por hora, iba aguas abajo por el río Congo. A un lado del mástil, el pequeño. Inmóvil junto al timón, el grandote. Los dos hombres meditaban. De ellos se podía decir: por mitad comerciantes y por mitad bandidos, según se ofrecieran las circunstancias. Peter, de minúscula
estatura, desafiaba al sol africano, que no había podido disolver su firme palidez. Anderson, a su lado, resultaba gigantesco, cabezudo y violento.
Difícil era resolver cuál de los dos era más peligroso. Trafican a todo lo largo del río Congo. Su última aventura había consistido en matar a palos y cuchilladas a treinta nativos cargados de colmillos de marfil. En cierto modo iban huidos, ambos pensaban que de ser uno solo el propietario del cargamento de marfil, podría vivir dichosamente los años que le restaban de vida.
Mientras la línea de los bosques acercaba o apartaba sus verdes murallas en la llanura de agua, y la barcaza, resoplando, avanzaba hacia el cabo de Dongo-Dongo, Peter pensaba cómo podría asesinar a su socio y Anderson de qué modo mataría a Peter.
Por su importancia, el cargamento de marfil, solicitaba un asesinato.
En África, los hombres siempre han muerto a otros hombres para apoderarse del marfil. No hay una sola bola que ruede en ninguno de los paños verdes de los billares del mundo que, secretamente, no esté manchada de sangre. De sangre de negro, de sangre de bestia y de sangre de blanco...
El marfil solicita la sangre. Peter lo sabía y Anderson también. De modo que un crimen más no tenía importancia.
Se acercaban a la orilla o se alejaban, y el gigante de Anderson se decía que ahora que cerrara la noche...
Ahora que cerrara la noche. . . Pero ¿quién cuidaría la caldera de la barcaza y del timón si él asesinaba a Peter? Peter, además de maquinista, conocía palmo a palmo las revueltas del río.
Además, hasta que no dejaran atrás el cabo de Dongo-Dongo, el río era peligroso. Para Anderson, estrangular a Peter era una operación sencilla. Lo estrangularía y lo arrojaría a las aguas, los peces voraces o los perezosos cocodrilos darían cuenta de él.
Cierto es que Peter tenía un hijo, y Anderson hubiera preferido que Peter no tuviera un hijo, porque nunca es agradable dejar a un chico huérfano. No, a esto no llegaba la dureza de Anderson. Pero ¿qué podía hacer el buenazo de Anderson? ¿No estrangular a Peter?
No, eso no podía ser... Su benevolencia no llegaba a tales extremos. Lo estrangularía a Peter y se lamentaría profundamente por el huérfano. Además, en todas las ciudades, se encuentran establecimientos filantrópicos, y cualquiera de ellos se hará cargo del huérfano. No era cosa de perder un cargamento de marfil por exceso de buen corazón. Le retorcería el pescuezo a Peter como a un pollo, y se interesaría por el huérfano. Eso. ¡Se interesaría por el huérfano y le daría una oportunidad! ...
Anderson se sintió reconfortado por haber resuelto el problema equitativamente. Peter debiera estarle agradecido de su prudencia. Ahora podía asesinarlo con la conciencia tranquila y todos quedarían contentos.
Mientras que Anderson, con una mano apoyada en la barra del timón, pensaba estas cosas, Peter daba vueltas en su magín al factible modo de librarse de Anderson, ¿una puñalada, un tiro o un garrotazo?
Un garrotazo era casi imposible. Tendría que acercarse a Anderson, y éste, desde hacía varios días dormía con un ojo abierto y otro cerrado, y siempre--¡la casualidad de las casualidades! que Peter tomaba el cuchillo, Anderson empezaba a revisar el tallado de un garrote que estaba a su alcance, o el tambor de su revólver. Cualquier crimen era preferible a repartir el cargamento de marfil. Si él asesinaba a Anderson, su hijo podría estudiar en la universidad, en fin, vivir una vida un poco más humana y limpia de la que cochinamente no se había podido librar hasta ahora.
Pero había que liquidar aquel asunto antes de llegar a las primeras factorías de Dongo-Dongo. El cauce del río se ensanchaba, la selva aparecía allá, muy lejos, sobre la anchurosa sábana de agua amarilla, y Peter, sentado tristemente frente a la caldera, en la que ardían gruesos troncos, pensaba que si su hijo fuera a la universidad, él podría envejecer honorablemente y calzar abrigadas pantuflas durante el invierno.
Pero el maldito Anderson, como si sospechara de la naturaleza de sus pensamientos, sesgadamente sentado junto al timón, sin perderle de vista, hacía varios días que Anderson, casualmente, tomaba posiciones que hacían prácticamente imposible toda tentativa de asesinato.
De pronto, Anderson dijo, grave:
--¡Picaron! . . .
Peter se aproximó apresuradamente... las cuerdas de los anzuelos estaban tensas. Tendrían pescado para la noche.
Anderson se inclinó sobre un espinel y Peter sobre otro. En los extremos de las cuerdas, un pez de oro y un pez de plata saltaban fuera de las aguas y volvían a sumergirse. Anderson comenzó a recoger los anzuelos. Peter volvió la cabeza. Anderson seguía divertido con los saltos del pez de oro, y Peter
descargó su brazo como un resorte. Se vieron en el aire los dos pies del hombre, y Anderson lanzó un grito ronco. Ahora nadaba vigorosamente tras la barcaza. Pero ésta se alejaba rápidamente en el mar de herbajos que la rodeaban.
Los aullidos de Anderson sonaban cada vez más distantes, ahora comprendía Peter el significado de nueve nudos por hora. Anderson nadaba rápidamente pero su relieve fuera de las aguas se tornaba cada vez más pequeño.
Peter, manteniendo inmóvil la barra del timón con un pie, cruzado de brazos miró al lejano nadador. Nadie podía salvarle. Había caído en la parte más estrecha del río, en la llanura de herbajos, que eran nidales de cocodrilos.
Más adelante estaban los remolinos; detrás las cascadas. El cargamento de marfil le pertenecía. Ya nadie podría disputárselo. Su hijo iría a la universidad, y cuando él fuera anciano usaría tiernas pantuflas. En cuanto a Anderson, diría que el hombre había muerto a consecuencia de una fiebre
maligna, y todos se darían por muy satisfechos.
Tres años después, Peter vivía en Montaña Negra, al sur de Neuquén. Había llegado el verano. Caía la tarde y el cazador de marfil, de pie frente a su casa de madera de alerce.
Estaba satisfecho ahora, porque en el pasado había cometido un crimen, y ese crimen había permanecido impune, y de consiguiente él y su hijo vivían sin penas. Sobre todo su hijo. El chico andaba jugando por el monte entre recientemente derribados troncos de robles. Lo había hecho venir de Santiago a pasar sus vacaciones, porque Peter, siempre prudente, quiso que su chico se ligara a los hijos de los ganaderos de la zona, y en vez de enviarlo a estudiar a Buenos Aires, que quedaba tan lejos, le hacía ir hasta Chile
cruzando los lagos. Ahora el niño estaba con él, y Peter sentía que el cielo derramaba bendiciones sobre su cabeza. Recordando al corpulento Anderson, cuyos huesos se podrirían en el fondo del río Congo, pensó: "Si Anderson viera al nene, y a este cuadro, y a esta buena casa de alerce, y a las ovejas que andan en el monte, se pondría contento y palmeándome en las espaldas me diría:
"--Eres un hombre prudente, Peter, siempre lo he dicho."
¡Cosa curiosa! El cazador de marfil recordaba al muerto a cada una de sus satisfacciones, y hasta le ocurría, muchas veces, dejarse llevar por su pensamiento y discutir con él, como si el muerto estuviera vivo, y semejante conducta no aminoraba los remordimientos de Peter, por la sencilla razón de que un forajido como Peter no podía experimentar ningún género de remordimiento; pero situaba al muerto, con respecto a él en un plano de indulgencia misteriosa. Era como si le pidiera consentimiento al asesinado
para ser feliz, y Anderson, magnánimamente, le permitía ser feliz.
Peter echó algunas bocanadas de humo y miró las montañas azules que enrojecían, y nuevamente volvió a sentirse contento de tener un hijo, una propiedad y de no estar en presidio.
Un caballo se detuvo frente a la distante tranquera y Peter palideció.
Palidecía ansiosamente siempre que un desconocido se detenía frente a su campo. "No hay motivo", se decía él; pero el caso era que su rostro se cubría de una palidez mortal.
El desconocido montaba un recio potro, y una barba espesa le circunvalaba el rostro. Después de abrir la tranquera, sin desmontar, avanzó al galope por el camino. Peter se apoyó, trémulo, en el muro de tablas de su vivienda en cuanto pudo reconocerlo. El muerto había resucitado. Allí, en persona,
estaba Anderson.
--Aquí estoy--dijo el otro, desmontando--, yo: Anderson.--Y su mano ancha cayó sobre la espalda de su verdugo.
--¡Tú!...--acertó a murmurar el otro.
El hijo de Peter apareció por un camino junto a la casa sombreada de grandes árboles. El niño iba descalzo, un cinturón con cartuchera le sostenía el pantaloncito y traía un arco con flechas entre las manos. Anderson miró al pequeño, y dijo:
--De modo que éste es tu mocito hijo Andresillo. Bien, bien con Andresillo.
El niño miró al barbudo y se coló en la casa. Peter, desencajado, continuaba mirando a su ex socio. ¿De modo que no había muerto? Como si el otro viera lúcidamente lo que pasaba en su cerebro, replicó sagazmente:
--No, no he muerto, Peter. ¿Has visto? No he muerto. Y bien pude haberme muerto. ¡Vaya si pude!...
--¿Cómo llegaste hasta aquí?--murmuró Peter.
--¡Ah, es tan largo de contar todo esto! ¡Tan largo!...
--¿Vienes a buscar tu parte?
Anderson lo soslayó cruelmente. Luego:
--Sí, por supuesto.--Y nuevamente su mano cayó sobre el hombro del cazador de marfil, y una congoja tremenda entró en los sentidos de Peter, y sus ojos se nublaron. Anderson continuó:--Pero ¡qué alegría verte! no hay nada que hacer, Peter. Yo siempre lo he dicho. Eres un hombre prudente. ¿De manera
que te has comprado estos montes. . . y esta finca? Bien. Bien. Y el pobre Anderson pudriéndose en el fondo del río Congo, ¿eh? El pobre Anderson haciendo bulto en el estómago de algún cocodrilo, ¿eh?...
Miró nuevamente todo lo que había en derredor suyo, y continuó, socarrón:
--¿De manera que te das la vida de un príncipe? Engordas, ¿eh? ¿Y no te acordabas nunca de mí? Dime, Peter: ¿nunca te has acordado de mí?...
--¡Cállate!--murmuró Peter.
--Yo siempre te recordaba--prosiguió Anderson--. Me decía: "¿Dónde estará mi buen amigo? ¿Qué será de sus negocios? ¿Qué intereses le producirá su capitalcito?". Pensaba en ti--súbitamente ese tono cambió--, y se me revolvía el estómago--nuevamente retomó el otro tono--. Se me revolvía el estómago al acordarme de toda el agua que tragué en aquel anchuroso río.
Porque, ¡vaya si es ancho ese río!
Copiosas gotas de sudor rodaban por el rostro de Peter. Su mirada iba ansiosamente hacia el interior de la casa. ¿Por qué había enviado a la cocinera hasta el puesto de Coiue?
Anderson continuó:
--Te prevengo que he salvado la vida, digamos cómo. . ., ¡milagrosamente! Me encontró una lancha de negros en Dongo-Dongo abrazado a un tronco. Te juro, Peter, que llorarías de lástima si vieras cómo me desgarraron las piernas los dentudos peces. Estuve enfermo. Gravemente enfermo. Otro hombre te
hubiera delatado a la justicia. Yo me callé. Me dije: "No quiero que Peter tenga dificultades con los hombres de la ley". ¿He procedido mal o bien?
Contéstame.
El cazador de marfil tuvo la sensación de que su corazón se había convertido en un trozo de manteca, derritiéndose junto a un encendido brasero. Anderson continuó arrimando su enorme estatura a él.
--Contéstame, Peter: ¿he procedido bien o mal?
Peter sentía su aliento en las narices. La mano de Anderson se levantó, tomándole del cuello lo introdujo en el comedor. Una estufa ocupaba el centro de la habitación de muros adornados con cabezas de ciervos y jabalíes, y por el vidrio de la ventana entraba un rayo rojo de sol. Peter miró ansiosamente en derredor. Su escopeta estaba allí sobre la cama.
Anderson adivinó el sentido de su mirada, y sin soltarle del alzacuello lo arrimó al tubo de la estufa:
--De manera que no te niegas ningún placer, ¿eh? ¿Hasta escopeta tienes, y cabezas de ciervos y de jabalíes? Bien. Bien. Y todo ello adquirido con el dinero del pobre Anderson, ¿eh?
Lentamente desenfundó un cuchillo. Un cuchillo de hoja ancha. Peter sintió que se desvanecía en las negruras de la muerte, y echándose a los pies de Anderson, le dijo:
--Te daré toda mi fortuna. Te daré un cheque, Anderson. La mitad de este campo. La mitad de mis ovejas. Aquí las tierras se están valorizando día a día, Anderson. Podemos trabajar juntos. Te haré abrir una cuenta corriente en el banco de Bariloche, Anderson.
La mirada del gigante pesaba como una losa sobre el cazador de marfil.
--Tengo quince mil pesos en el banco, Anderson. Te daré la mitad. Seremos socios.
Anderson pareció pensarlo y enfundó el cuchillo. Peter, amarillo como un cuerno de marfil, se enderezó, lentamente sobre el suelo. Gruesas gotas de sudor rodaban hasta sus cejas. Anderson, sin perderle de vista, dijo:
--Fírmame un cheque por diez mil pesos... No: por catorce mil pesos . . .
--Anderson, escucha. Conténtate con diez mil. Quédate aquí. Trabajemos juntos a medias. Las tierras se valorizan cada día más. Te juro que se valorizan.
Anderson, en silencio, tomó una silla y se sentó junto a la mesa. Peter, frente a él, comenzó a charlar. Y habló, convulsivamente hasta entrada la noche. Andresillo, de brazos cruzados sobre la mesa, dormía profundamente, mientras el gigante de gruesas cejas, arrimado a la mesa, con los brazos cruzados, escuchaba impasible.
Cerca del amanecer, Peter despertó bruscamente, cosa desacostumbrada en él.
Puso la mano debajo de la almohada. Allí estaba su revólver. ¿De modo que en cuanto saliera el sol, Anderson se marcharía con el cheque de doce mil pesos en su bolsillo y él tendría que empezar de nuevo? Si su hijo no estuviera en la casa, no vacilaría en asesinar a Anderson. Se estremeció. Anderson
acababa de carraspear en el otro cuarto. Evidentemente, estaba despierto.
Peter, tratando de impedir que crujiera su cama, retiró el revólver de debajo de la almohada, y pensó:
"Si entra a este cuarto, lo tumbo de un tiro."
Peter apretó el cabo del revólver bajo las sábanas:
"Si se dejara convencer y se quedara aquí podría envenenarlo." Súbitamente Peter se estremeció. Anderson desde el otro cuarto, le hablaba:
--Estás despierto, Peter, ¿eh? Y pensando de qué modo matarme, ¿eh?
Un desaliento infinito entró en la conciencia del cazador de marfil. ¿Qué hacer? ¿Negar? ¿Fingirse dormido?...
Anderson insistió:
--¿Te haces el dormido, eh, Peter? ¿Tienes miedo?...
Peter contestó débilmente:
--Estoy enfermo, Anderson. Estoy enfermo de verdad crujió la cama--. No te levantes, Anderson. No te levantes que tengo el revólver en la mano. Estoy enfermo.
Anderson, en la obscuridad de su cuarto, apretó los dientes. Aquél era el momento y no otro. Elástico como un gato, el gigante se desprendió de la cama. En una mano sostenía una almohada y en la otra el cuchillo ancho.
Peter oyó el crujido del lecho; quiso hablar, pero una arcada tremenda le impidió pronunciar una sola palabra y recibió en el rostro el golpe de la almohada, y quedó tendido sobre su cama bajo el peso del gigante que le hurgaba en el vientre con la hoja del cuchillo. Dos veces aproximó la hoja del cuchillo a su piel y le tocó y no le hirió.
Peter quería gritar, pero la almohada le asfixiaba, y de pronto, en las tremenas tinieblas, comprendió que el gigante había cambiado de opinión. El filo del ancho cuchillo se apoyó en su garganta. Y ahora un gran dolor lo sumergía en la breve desesperación de la que no se vuelve.
Terminado que hubo, Anderson volvió a su cuarto, encendió la lámpara y comenzó a vestirse. Cobraría el cheque y se marcharía nuevamente al Congo.
Estaba satisfecho, porque además de cumplir con su deseo no había dejado en la indigencia al niño de Peter. Sentado ahora en la misma habitación donde estaba el muerto, prendiéndose los cordones de los zapatos, se decía que Andresillo quedaría a cubierto. ¿Y si él lo reclamara a la justicia desde el
Africa? ¡Imposible! El niño le reconocería siempre como el hombre que estuvo con su padre la noche que él lo asesinó. Lástima, en cierto modo, porque el tal Andresillo parecia una criatura despabilada.
Precisamente allí en lo alto de la escalera, sin que Anderson pudiera verlo, estaba Andresillo. El niño, gravemente, miró el charco de sangre que había en la cabecera del lecho de su padre, y luego observó al asesino prendiéndose lentamente los cordones de los zapatos. Andresillo inspeccionó nuevamente con la mirada el cuadro y comenzó a bajar lentamente la escalera.
La criatura, descalza, se deslizaba como un gato. A un costado de la cama del muerto, colgado del muro, había un mazo. Andresillo, siempre cauteloso, reteniendo la respiración, obedeciendo a la fuerza extraña que le impedía llorar, recogió el mazo, se arrimó al asesino, que le daba las espaldas,
levantó el mazo, y con toda la fuerza que cabía en sus bracitos, lo descargó sobre la nuca del cazador de marfil. El asesino se desplomó, herido de muerte, como un toro al que derriba el matarife. Y sólo entonces estalló el llanto del niño, asustado en el silencio opaco de la noche...

*De Roberto Arlt.

-Fuente: http://es.geocities.com/cuentohispano/texto/arlt_cazadores.html





*


Queridas amigas, queridos amigos:

El próximo domingo 26 de noviembre del 2006 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), música del compositor español José Minguillón. Las poesías que leeremos pertenecen a Gerson Valle (Brasil) y la música de fondo será de Rikchariy
(Andes); todo ésto en nuestro programa Poesía y Música Latinoamericana, en español y alemán. ¡Les deseamos una feliz audición!

ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link MP3 Live-Stream)
!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!

REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg
AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067




*

Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
Enviar los escritos al correo: inventivasocial@yahoo.com.ar




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