INVENTIVASocial
Edición MAYO 2007
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¡BORRÓN Y CUENTA NUEVA!*
Qué está ya vieja la esponja,
que reposa sobre el asunto.
Maloliente y más insoportable
que ella misma.
Llena de sangre
ella reposa pesada
sobre las viejas heridas,
que ella debería calmar.
MAMÁ ESPERA*
Mamá esperó
a mí, que siempre me retrasé,
al tren, que tampoco nunca fue puntual
y a mi padre, que en algún momento nunca más volvió.
Mamá esperó
siempre
paciente
a las eventuales oportunidades
silenciosa
a los argumentos debilitados
perseverante
a las hojas vueltas
insistente
a la vida voluble.
Y si ella no estuviese muerta ...
ALADINO*
Dices, que no es posible,
llenar de amor tus espacios.
Ellos están vacíos y no exigen nada.
Nada, que haga esperar la resonancia
y no una reflexión más en sus paredes.
Cuartos vacíos con suelos gastados.
Ningún regulador, que impida el choque frío
para aquel, que irreflexivamente se arriesga,
a subir descalzo sobre su umbral.
Desde el vestíbulo, cada puerta está cerrada,
y las llaves permanecen enterradas desde hace mucho tiempo
debajo de los escombros de un fundamento ya pasado.
Sin embargo presiento pasadizos secretos
y vislumbro tesoros ocultos profundamente que esperan,
que me aullan como lobos a la luz de la luna.
Armado con reliquias de tiempos largamente olvidados,
salgo y sigo a voces roncas.
El Grial negro debe conducirme como la estrella matutina.
Y daré brillo a la lámpara maravillosa,
para que tu genio me aparezca,
del cual solamente quiero oir,
que debo irme al diablo!
*de Petra HALLER
Viena
Traducción: Walkala
Petra HALLER nació el 1 de abril de 1973 en Viena y trabajó durante 9 años como redactora y consultora en una agencia para relaciones públicas y comunicación. Después del nacimiento de su hijo, en 1999, trabaja como escritora de canciones y redactora independiente en Viena. Desde el 2002 trabaja en una agencia austriaca de noticias. Junto a una continua producción lírica comienza también ya a producir sus primeros trabajos en prosa. Otros poemas de Petra HALLER en alemán y español encontrará en la página de internet www.euroyage.com
E-Mail: haller.petra@chello.at
ABESTU EDURNE*
J. M. Serrat
Como al viento, la lluvia y el trueno,
la parieron al sereno,
a la sombra de un nogal.
Con helechos le hicieron su cuna,
la abrigó un rayo de luna
y a lo lejos la mecía el mar.
Abestu Edurne,
abestu Edurne.
Hori da zure Herrie.
(Canta Edurne,
canta Edurne.
Ése es tu Pueblo.)
Y creció viendo a sus pies Tolosa,
a un tiempo recia y hermosa
como un tronco de abedul.
Su jubón colorado de lana
partía en dos la mañana
al abrirse su ventana azul.
Abestu Edurne,
abestu Edurne.
Deitu dizu maitasunek.
(Canta Edurne,
canta Edurne.
Te ha llamado el amor.)
Poco tiempo tu amor te ha gozado,
se lo llevaron atado
unos hombres de metal.
Y encontraron detrás de la casa,
por el camino de Amasa,
sus veinte años rotos contra un zarzal.
Abestu Edurne,
abestu Edurne.
Lurperatu oten dute...
(Canta Edurne,
canta Edurne.
Lo habrán enterrado...)
Desde entonces, aunque muerda el frío,
el portón del caserío
lo deja de par en par.
Por si el miedo no come caliente
para cobijar a gente
que no puede ver su cielo y su mar.
Abestu Edurne,
abestu Edurne.
Zuk dezu bihotz haundie.
(Canta Edurne,
canta Edurne.
Tú tienes un gran corazón.)
Corre viento, ve y cuenta esa historia
por las orillas del Oria
y a las gentes diles que
donde comen y duermen sus hijos
tienen comida y cobijo
en la casa de Edurne.
Abestu Edurne,
abestu Edurne.
Euskal herria zurêkin dezu abesten.
(Canta Edurne,
canta Edurne.
El pueblo vasco canta contigo.)
*
Y yo vi el pueblo vasco, y estuve en el caserío, y desde la cima de la ladera se veía Tolosa. Y en el caserío en medio del pueblo vasco, desde donde se veía Tolosa adonde íbamos a por agua y pan, la conocí a Edurne que es recia y hermosa, que tiene un gran corazón, y que cobijó en su habitación a mi madre que aquí en América no podía ver su cielo y su mar.
Abestu Edurne. Abestu esta Edurne a quien llamó el amor, pero que por fortuna pudo hacerlo fructificar en abrazos y caricias y en hijos bellos, sanos y fuertes como el nogal y los helechos que se ofrecen generosos a los lados de los caminos.
Abestu Edurne que en tu tierra ya los hombres de metal no llevarán a tu amor. Abestu Edurne para que no haya más hombres de metal ni más zarzas con cadáveres jóvenes.
Abestu, que al pasar por el cementerio de Irún ha dicho el aitá “dicen que en ese paredón los fusilaban, y el dueño de ese caserío se volvió loco”.
Edurne, que tu tierra no contenga más locuras ni atrocidades.
Abestu Edurne, abestu que eres una mujer feliz, que mereces el linaje que te contiene y te abriga. Abestu que hubo ya demasiada lágrima y demasiados dolores en esa Euskadi verde roja y blanca.
Canta Edurne y abre tu sonrisa generosa. Nosotros cantamos contigo mientras a lo lejos te mece el mar.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Del poemario „Un pez ardiente“: [1]
cada cual
en tierra de nadie
la intranquilidad
suspira por el
pabellón de la oreja de los sordos
plumas
tensadas en rosas del viento
memorizan el día
en espirales
manecillas contratadas
mondan el insomne
tiempo
las lanzas de las sombras
raspan un relieve de horas
en el junco endurecido
la orilla de la luna nueva
evoca
el tardío mar
*
llueven líquenes
de las cortezas
en barbas de corales
velos cegados por la nieve
una vez por año
para la época del apareamiento
figaro vagabundea
por los bosques
*
cortad el cabello
manicurad las uñas
antes de que debajo de los miradores
cambien los anillos del tiempo
sus cimas
solo en tormenta se abrazan
sus esporas
cual hostias diseminan
*
el sol
marca un medio círculo
sobre la figura de piedra
inclinada en la roca
le crece la cabeza
sobre los hombros
el niño dice
mira
una tortuga
*Fritz HUBER.
Salzburgo - AUSTRIA
Traducción: Walkala
Friedrich HUBER nació en 1942 en Salzburgo. Hasta ahora ha publicado 2 libros de poesía: Ein Segel aus gegerbter Luft (2000) y Ein brennender Fisch (2003), ambos en la editorial AROVELL Gosau–Wien-Salzburg; también contribuyó en la antología Stadtlandschaften von Innsbruck bis Irkutsk (Turmbund-Gesellschaft für Literatur und Kunst, Innsbruck), en revistas literarias y ha realizado lecturas, entre otras para la radiotelevisión austriaca. En los primeros meses del 2006 aparece un libro suyo de poesía en alemán y francés con el título Zwillinge–Jumeaux délivrés im AROVELL-Verlag Gosau–Wien–Salzburg, con el apoyo financiero de la Oficina de la Cancillería austriaca. Otros poemas de Friedrich HUBER en alemán y español encontrará en la página de internet www.euroyage.com
E-Mail: Friedrich.Huber@aon.at
[1] Poemas tomados del libro „Un pez ardiente“ HUBER, Friedrich, Editorial AROVELL,
Gosau – Wien - Salzburg, 2003, con el amable permiso de la Editorial AROVELL Gosau - Wien -Salzburg.
En la mira*
Linda mina, lindo tipo de hombre, se sienten cómodos en sus cuerpos flacos, debajo de sus abundantes cabelleras, encima de sus principescos pies.
Señor gordo, calvo, con juanetes, desencantado y empuñando una Magnum 44.
Apunta (no sin fastidio).
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
UVAS DE MAYO*
Los zorzales se empachan de uvas maduras, panzonas, rezumantes de azúcares y fermentación bajo los cielos modestos de una casa suburbana.
A las parras las plantó el abuelo que hablaba mal el castellano, ese hombre de gorra y ojos de cielo, callado y quedo en su dolor de inmigrante.
Ese hombre que sólo una vez lloró frente a su hijo, allí apoyado contra un mueble, con el teléfono en la mano, cuando voces intangibles decían “morto” “vedere” “niente piú”; allá del otro lado del océano, del otro lado donde quedó la mitad de su vida, de sus recuerdos, de sus amores, de su ser tan
desgarradamente dividido.
Las plantó el padre a las parras, las plantó para que el hijo las siga podando, imite de a poco su silueta y su sonrisa ausente, para que su hijo siga reflejando un cielo blanco en los ojos que cruzaron el mar y la historia.
Los nietos juegan bajo los racimos que con manos transparentes abriga el abuelo. Los zorzales cantan y comen uvas, enteras, redondas, verdes y moradas. Los nietos americanos juegan bajo el entramado de encaje que tejió para ellos el abuelo europeo. Y el hijo, el hijo, este hombre triste que se siente dividido entre los mundos de los ancestros y la descendencia, este hombre encabalgado entre las montañas de Italia y la desembocadura cuantiosa de un río marrón, río sudamericano. Este hijo mira con afecto a los zorzales y arroja al suelo la silueta repetida del gringo en su propia sombra, en su propia sombra difusa de este mayo sin flores, de este mayo sin primavera.
Mayo extemporáneo de llovizna, de tristeza en las hojas derrotadas.
Trataba de hacer vino el abuelo como allá en su pueblo. Nunca pudo.
Pero quiso su empecinamiento doblegar las humedades y los calores de la llanura. No se rindió pese a los renovados fracasos. Su hijo no lo intenta, sus nietos no saben qué es eso del vino casero.
Alguien tiene que tomar el papel de bisagra para que la puerta se abra, alguien será puente para que vayan y vengan los fantasmas. Me pregunto qué ve usted, Coiro, cuando mira los racimos con sus ojos azorados.
Se emborracharán los zorzales con las uvas maduras en la casita suburbana. Será por eso que al final del día parece que ríen y lloran al mismo tiempo.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
E-LIMINAR*
Soltar
significa dejar salir
mediante sufrimientos,
lo estancado
en nuestro corazón.
Lo retenido
parirlo como a un niño.
La represa
interior vaciarla.
Para llenarla con fuentes frescas,
ser transparente,
saciado por Dios.
INTROSPECCIÓN*
Si estás en el camino de la búsqueda,
puedes entonces encontrar,
puedes más y más
de los pesamientos rígidos
liberarte,
aprendes a ser transparente,
a abrir tu espíritu,
hasta que encuentres el centro,
que te de la libertad.
DES-LIGAR*
Soltar significa vivir el ahora.
A lo pasado no dar cabida.
el dolor de la pérdida a la raíz engarzar.
¡ En la vida a lo nuevo dar la bienvenida!
*de Gerold SCHODTERER
Bad Ischl – AUSTRIA
Traducción: Walkala
Gerold Schodterer nació el 12 de Agosto de 1956 en Bad Ischl, Austria. Ha publicado hasta la fecha los libros de poesía “Naturgedanken” (1998), “Spuren” (2001) y el cd doble titulado “Erdenweg” (1999) con poemas suyos musicalizados. Otros poemas de Gerold Schodterer en alemán y español encontrará en la página de internet www.euroyage.com
Correo elect.: GuK@schodterer.at
Corpulencia*
Con semejante físico, es lógico, se da el gustazo de trompear de vez en cuando, a escogidos cretinos en tren de patoteros. Ha noqueado, por ejemplo, a energúmenos choferes de colectivos. ¿Por qué limitarse a una discusión estéril, pudiendo escarmentarlos? ¡Ha corregido a tantos, elevándolos con naturalidad por sobre su cabeza, agitándolos, hasta hacerles deponer actitudes necias, presuntamente arraigadas! Impuso siempre su corpulencia, y permítaseme enunciarlo así: su preclaro vigor, como factor desmoralizante frente a comportamientos repetitivos de groseros y malintencionados. Ya desde la niñez el admirable Hércules implementó los mentados recursos. Con las mujeres se contiene: se limita a la —también mentada— estéril discusión.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
*
Con la luz del crepúsculo apagada
miro la mar, con las olas salpicando
y sentado en la arena, voy mirando
el paisaje que mirabas tú sentada.
Te imagino, con el alma sosegada,
ese faro en la montaña titilando,
esa lágrima que dulce va bajando
por tu cara, dejándola marcada.
Tu cabello, en la frente, alborotado,
tu sonrisa en la boca se ha apagado.
La mejilla tan blanca y tan mojada...
No me ves, pero estoy aquí, a tu lado,
y aunque creas que todo haya pasado,
no ha pasado, cariño, casi nada.
*de Joan joan@cimat.es
El hijo de Butch Cassidy*
*de Osvaldo Soriano
El Mundial de 1942 no figura en ningún libro de historia pero se jugó en la Patagonia argentina sin sponsors ni periodistas y en la final ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos.
Mi tío Casimiro, que nunca había visto de cerca una pelota de fútbol, fue juez de línea en la final y años más tarde escribió unas memorias fantásticas, llenas de desaciertos históricos y de insanías ahora irremediables por falta de mejores testigos.
La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido.
Hacia abril, cuando bajó el calor y se calmó el viento del desierto, llegaron sorpresivamente los electrotécnicos del Tercer Reich que instalaban la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico. Con ellos traían una punta del cable que inauguraba la era de las comunicaciones y la primera pelota del mundo a válvula automática que decían haber inventado en Hamburgo. Luego de mostrarla en el patio del corralón para admiración de todos desafiaron a quien se animara a jugarles un partido internacional. Un ingeniero de nombre Celedonio Sosa, que venía de Balvanera, aceptó el reto en nombre de toda la nación argentina y formó un equipo de vagos y borrachos que volvían decepcionados de buscar oro en las hondonadas de la Cordillera de los Andes.
El atrevimiento fue catastrófico para los argentinos que perdieron 6 a 1 con un pésimo arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos.
No bien advirtieron la diversidad de países y razas representados en ese rincón de la tierra, los alemanes lanzaron la idea de un campeonato mundial que debía eternizar con la primera llamada telefónica su paso civilizador por aquellos confines del planeta. El primer problema para los organizadores fue que los italianos antifascistas se negaban a poner en juego su condición de campeones porque eso implicaba reconocer los títulos conseguidos por los profesionales del régimen de Mussolini.
Algunos irresponsables, ganados por la curiosidad de patear una pelota completamente redonda y sin tiento, se dejaban apabullar por los alemanes a la caída del sol mientras la línea del teléfono avanzaba por la cordillera hacia las obras del dique: un combinado de almaceneros gallegos e intelectuales franceses perdió por 7 a 0 y un equipo de curas polacos y desarraigados guaraníes cayó por 5 a 0 en una cancha improvisada al borde del río Limay.
Nadie recordaba bien las reglas del juego ni cuanto tiempo debía jugarse ni las dimensiones del terreno, de manera que lo único prohibido era tocar la pelota con las manos y golpear en la cabeza a los jugadores caídos. Cualquier persona con criterio para juzgar esas dos infracciones podía ser el árbitro y así fue como mi tío y el hijo de Butch Cassidy se hicieron famosos y respetables hasta que por fin llegó el télefono.
Hubo un momento en que la posición principista de los italianos se volvió insostenible. ¿Cómo seguir proclamándose campeones de una Copa que ni siquiera reconocían cuando los alemanes goleaban a quien se les pusiera adelante? ¿Podían seguir soportando las pullas y las bromas de los visitantes que los acusaban de no atreverse a jugar por temor a la humillación?
En mayo, cuando empezaron las lloviznas, el capataz calabrés Giorgio Casciolo advirtió que con la arena mojada la pelota empezaba a rebotar para cualquier parte y que los enviados del Fuhrer, que ya probaban el teléfono en secreto y abusaban de la cerveza, no las tenían todas consigo. En un nuevo partido contra los guaraníes el resultado, luego de dos horas de juego sin descanso, fue apenas de 5 a 2. En otro, los ingleses que colocaban las vías del ferrocarril se pusieron 4 goles a 5 cuando se hizo de noche y los alemanes argumentaron que había que guardar la pelota para que no se perdiera entre los espesos matorrales. A fin de mes los pescadores del Limay, que eran casi todos chilenos, perdieron por 4 a 2 porque William Brett Cassidy concedió dos penales a favor de los alemanes por manos cometidas muy lejos del arco.
Una noche de juerga en el prostíbulo de Zapala, mientras un ingeniero de Baden-Baden trataba de captar noticias sobre el frente ruso en la radio de la señora Fanny-La-Joly, un anarquista genovés de nombre Mancini al que le habían robado los pantalones se puso a vivar al proletariado de Barda del Medio y salió a los pasillos a gritar que ni los alemanes ni los rusos eran invencibles. En el lugar no habia ningún ruso que pudiera darse por aludido, pero el ingeniero alemán dió un salto, levantó el brazo y aceptó el desafío. El capataz Casciolo, que estaba en una habitación vecina con los pantalones puestos, escuchó la discusión y temió que la Copa de 1938 empezara a alejarse para siempre de Italia.
A la madrugada, mientras regresaban a Barda del Medio a bordo de un Ford A, los italianos decidieron jugarse el título y defenderlo con todo el honor que fuera posible en ese tiempo y en ese lugar. Sólo cinco o seis de ellos habían jugado alguna vez al fútbol pero uno, el anarquista Mancini, había pasado su infancia en un colegio de curas en el que le enseñaron a correr con una pelota pegada a los pies.
Al día siguiente la noticia corrió por todos los andamios de la obra gigantesca: los campeones del mundo aceptaban poner en juego su Copa. Los mapuches no sabían de que se trataba pero creían que la Copa poseía los secretos de los blancos que los habían diezmado en las guerras de conquista. Los ingleses lamentaban que sus enemigos alemanes se quedaran con la gloria de aquel torneo fugaz; los argentinos esperaban que el gobierno los sacara de aquel infierno de calor y de arena y en secreto tramaban un sistema defensivo para impedir otra goleada alemana. Los guaraníes habían hecho la guerra por el petróleo con Bolivia y estaban acostumbrados a los rigores del desierto aunque no tenían más de tres o cuatro hombres que conocieran una pelota de fútbol. También formaron equipos los curas y obreros polacos, los intelectuales franceses y los almaceneros españoles. Los franceses no eran suficientes y para completar los once pidieron autorización para incorporar a tres pescadores chilenos.
Los alemanes insistieron en que todo se hiciera de acuerdo con las reglas que ellos creían recordar: había que sortear tres grupos y se jugaría en los lugares adonde llegaría el teléfono para llamar a Berlín y dar la noticia. William Brett Cassidy insistió en que los árbitros fueran autorizados a llevar un revólver para hacer respetar su autoridad y como la mayoría de los jugadores entraban a la cancha borrachos y a veces armados de cuchillos, se aprobó la iniciativa.
Se limpiaron a machetazos tres terrenos de cien metros y como nadie recordaba las medidas de los arcos se los hizo de diez metros de ancho y dos de altura. No había redes para contener la pelota pero tanto Cassidy como mi tío Casimiro, que oficiarían de árbitros, se manifestaron capaces de medir con un golpe de vista si la pelota pasaba por adentro o por afuera del rectángulo.
El sorteo de las sedes y los partidos se hizo con el sistema de la paja más corta. La inauguración, en Barda del Medio, quedó para la Italia campeona y el aguerrido equipo de los guaraníes. Al otro lado del río, en Villa Centenario, jugaron alemanes, franceses y argentinos y sobre la ruta de tierra, cerca del prostíbulo, se enfrentaron españoles, ingleses y mapuches.
En todos los partidos hubo incidentes de arma blanca y las obras del dique tuvieron que suspenderse por los graves rebrotes de nacionalismo que provocaba el campeonato. En la inauguración Italia les ganó 4 a 1 a los guaraníes que no tenían otra bandera que la del Paraguay. En las otras canchas salieron vencedores los alemanes contra los franceses y los indios mapuches se llevaron por delante a los ingleses y a los almaceneros españoles por cinco o seis goles de diferencia.
Los dos primeros heridos fueron guaraníes que no acataron las decisiones de Cassidy. El referí tuvo que emprenderla a culatazos para hacer ejecutar un penal a favor de Italia. Al otro lado del río mi tío Casimiro tuvo que disparar contra un delantero mapuche que se guardó la pelota abajo de la camisa y empezó a correr como loco hacia el arco británico en el segundo partido de la serie. Los mapuches tuvieron dos o tres bajas pero ganaron la zona porque los británicos se empecinaron en un fair play digno de los terrenos de Cambridge.
La memoria escrita por mi tío flaquea y tal vez confunde aquellos acontecimientos olvidados. Cuenta que hubo tres finalistas: Alemania, Italia y los mapuches sin patria. La bandera del Tercer Reich flameó más alta que las otras durante todo el campeonato sobre las obras del dique pero por las noches alguien le disparaba salvas de escopeta. William Brett Cassidy permitió que los alemanes eliminaran a la Argentina gracias a la expulsión de sus dos mejores defensores. Es verdad que el arquero cordobés se defendía a piedrazos cuando los alemanes se acercaban al arco, pero ése era un recurso que usaban todos los defensores cuando estaban en peligro. Antes de cada partido los hinchas acumulaban pilas de cascotes detras de cada arco y al final de los enfrentamientos, una vez retirados los heridos, se juntaban también las piedras que quedaban dentro del terreno.
En la semifinal ocurrieron algunas anormalidades que Cassidy no pudo controlar. Los alemanes se presentaron con cascos para protegerse las cabezas y algunos llevaban alfileres casi invisibles para utilizar en los amontonamientos. Los italianos quemaron un emblema fascista y entonaron a Verdi pero entraron a la cancha escondiendo puñados de pimienta colorada para arrojar a los ojos de sus adversarios.
Cassidy quiso darle relieve al acontecimiento y sorteó los arcos con un dólar de oro, pero no bien la moneda cayó al suelo alguien se la robó y ahí se produjo el primer revuelo. El capitán alemán acusó de ladrón y de comunista a un cocinero italiano que por las noches leía a Lenin encerrado en una letrina del corralón. En aquel lugar nada estaba prohibido, pero los rusos eran mal vistos por casi todos y el cocinero fue expulsado de la cancha por rebelión y lecturas contagiosas. Antes de dar por iniciado el partido, Cassidy lanzó una arenga bastante dura sobre el peligro de mezclar el fútbol con la política y después se retiro a mirar el partido desde un montículo de arena, a un costado de la cancha.
Como no tenía silbato y las cosas se presentaban difíciles, él sólo bajaba de la colina revólver en mano para apartar a los jugadores que se trenzaban a golpes. Cassidy disparaba al aire y aunque algunos espectadores escondidos entre los matorrales le respondían con salvas de escopeta, el testimonio de mi tío asegura que afrontó las tres horas de juego con un coraje digno de la memoria de su padre.
Cassidy hizo durar el juego tanto tiempo porque los italianos resistían con bravura y mucho polvo de pimienta el ataque alemán y en los contragolpes el anarquista Mancini se escapaba como una anguila entre los defensores demasiado adelantados. Hubo momentos en que Italia, que jugaba con un hombre menos, estuvo arriba 2 a 1 y 3 a 2, pero a la caída del sol alguien le devolvió a Cassidy su dólar de oro en una tabaquera donde había por lo menos veinte monedas más. Entonces el hijo de Butch Cassidy decidió entrar al terreno y poner las cosas en orden.
En un corner, Mancini fue a buscar la pelota de cabeza pero un defensor alemán le pinchó el cuello con un alfiler y cuando el italiano fue a protestar, Cassidy le puso el revólver en la cabeza y lo expulsó sin más trámite. Luego, cuando descubrió que los italianos usaban pimienta colorada para alejar a los delanteros rivales, detuvo el juego y sancionó tres penales en favor de los alemanes. El capataz Casciolo, furioso por tanta parcialidad, se interpuso entre el arquero y el hombre que iba a tirar los penales pero Cassidy volvió a cargar el revólver y lo hirió en un pie. Un ingeniero prusiano bastante tímido, que había jugado todo el partido recitando el Eclesíastes, se puso los anteojos para ejecutar los penales (Cassidy había contado sólo nueve pasos de distancia) y anotó dos goles. Enseguida el hijo de Butch Cassidy dió por terminado el partido y así se le escapó a Italia la Copa que había ganado en 1934 y 1938.
Los alemanes se fueron a festejar al prostíbulo y ni siquiera imaginaron que los mapuches bajados de los Andes pudieran ganarles la final como ocurrió tres días más tarde, un domingo gris que la historia no recuerda. Ese día el teléfono empezó a funcionar y a las tres de la tarde Berlín respondió a la primera llamada desde la Patagonia. Toda la comarca fue a la cancha a ver el partido y el flamante teléfono negro traído por los alemanes. Un regimiento basado en la frontera con Chile envió su mejor tropa para tocar los himnos nacionales y custodiar el orden pero los mapuches no tenían país reconocido ni música escrita y ejecutaron una danza que invocaba el auxilio de sus dioses.
Mi tío, que ofició de juez de línea, anota en su memoria que a poco de comenzado el partido aparecieron bailando sobre las colinas unas mujeres de pecho desnudo y enseguida empezó a llover y a caer granizo. En medio de la tormenta y las piedras Cassidy pensó en suspender el partido, pero los alemanes ya habían anunciado la victoria por teléfono y se negaron a postergar el acontecimiento. Pronto la cancha se convirtió en un pantano y los jugadores se embarraron hasta hacerse irreconocibles. Después, sin que nadie se diera cuenta, los arcos desaparecieron y por más que se jugó sin parar hasta la hora de la cena ya no había donde convertir los goles. A medianoche, cuando la lluvia arreciaba, Cassidy detuvo el juego y conferenció con mi tío para aclarar la situación. Los alemanes dijeron haber visto unas mujeres que se llevaban los postes y de inmediato el árbitro otorgó seis penales de castigo contra los mapuches pero nadie encontró los arcos para poder tirarlos. Una partida del ejército salió a buscarlos, pero nunca más se supo de ella. El juego tuvo que seguir en plena oscuridad porque Berlín reclamaba el resultado, pero ya ni siquiera había pelota y al amanecer todos corrían detrás de una ilusión que picaba aquí o allá, según lo quisieran unos u otros.
A la salida del sol el teléfono sonó en medio del desierto y todo el mundo se detuvo a escuchar. El ingeniero jefe pidió a Cassidy que detuviera el juego por unos instantes pero fue inútil: los mapuches seguían corriendo, saltando y arrojándose al suelo como si todavía hubiera una pelota. Los alemanes, curiosos o inquietos pero seguramente agotados, fueron a descolgar el teléfono y escucharon la voz de su Fuhrer que iniciaba un discurso en alguna parte de la patria lejana. Nadie más se movió entonces y el susurro alborotado del teléfono corrió por todo el terreno en aquel primer Mundial de la era de las comunicaciones.
En ese momento de quietud uno de los arcos apareció de pronto en lo alto de una colina, a la vista de todos, y las mujeres reanudaron su danza sin música. Una de ellas, la más gorda y coloreada de fiesta, fue al encuentro de la pelota que caía de muy alto, de cualquier parte, y con una caricia de la cabeza la dejó dormida frente a los palos para que un bailarín descalzo que reía a carcajadas la empujara derecho al gol.
William Brett Cassidy anuló la jugada a balazos pero en su memoria alucinada mi tío dió el gol como válido. Lástima que olvidó anotar otros detalles y el nombre de aquel alegre goleador de los mapuches.
*Incluido en CUENTOS DE LOS AÑOS FELICES.
Fuente: http://www.elexiliodegardel.org/Biblioteca/Soriano%202.htm
*
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