domingo, mayo 20, 2007

ES IMPOSIBLE NO COMUNICAR


Es imposible no comunicar...




Solo*


Desde que me quedé solo decreció mi optimismo. (Riego malvones a la madrugada. Volveré al lecho. Hasta que aburrido me dejaré caer, y lograré así reaccionar, sobreponerme y encarar el día, si no laborable para mí, que eso nunca, al menos...) Los que ya no están, con cariño y con resignación, me instaban a la diurna vigilia.
¿Han contemplado a pájaros muriendo?... Yo los he contemplado. Corbatitas, jilgueros, chingolos..., despidiéndose a través de sonidos broncos y aislados, o de un piar chillón y sostenido.
Ya no me afeito ni me peino, no recito églogas en el salón principal ni ensayo formas de saludo frente al gran espejo del vestíbulo. No hay artilugio ni práctica conspicua que pudiera adquirir o conservar. Duermo ahora con los pies envueltos en una bufanda y bebo el té amargo, sin limón ni cognac. Claro está, no espero ser visitado ni socorrido, aun en circunstancias extremas. Desde que me quedé solo, soy, a simple vista, un hombre infeliz.



*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar







IDEAS. PAUL WATZLAWICK



Es imposible no comunicar*



Célebre teórico de la comunicación, Paul Watzlawick -quien murió semanas atrás- reformuló de manera decisiva nuestra forma de ver "la realidad" y las relaciones humanas. Sus investigaciones en Palo Alto estimularon el desarrollo de las terapias breves. Un recorrido por su legado intelectual, que echó raíces en la Argentina.



*CARLA IMBROGNO Y MARCELO R. CEBERIO.


¿Es real la realidad? se preguntaba Paul Watzlawick y escribía: "Creer que la propia visión de la realidad es la realidad misma, es una peligrosa ilusión, pero se hace aún más peligrosa si se la vincula a la misión mesiánica de sentirse en la obligación de explicar y organizar el mundo de acuerdo con ella, sin que importe que el mundo lo quiera o no. La negativa a plegarse a una determinada visión de la realidad (a una ideología, por ejemplo), la 'osadía' de pretender atenerse a la propia visión del mundo y de querer ser feliz a su propia manera, es tachada de think crime, de 'crimen del pensamiento', en el sentido de Orwell".

Watzlawick se definía a sí mismo como un "constructivista radical" -el planteo básico del constructivismo es que la realidad no existe como hecho objetivo, sino que es una construcción más dentro de las construcciones mentales que realiza una persona a partir de la interacción permanente con su entorno-. Sin embargo, el lingüista, filólogo, filósofo y psicólogo austríaco, que murió el último 31 de marzo a los 85 años en Palo Alto, California, fue más que eso: Paul Watzlawick fue uno de los más grandes teóricos de la comunicación y un intelectual de una productividad literaria profundamente ecléctica: escribió 22 libros que fueron traducidos a más de 80 idiomas y un sinfín de artículos científicos y de divulgación. Supo collagear sus conocimientos de la cibernética, el positivismo de Viena, la teoría general de los sistemas, incluso del freudianismo, en pos de una teoría psicoterapéutica basada en la resolución de problemas que lograra "eliminar el sufrimiento" de las personas. Watzlawick fue autor del bestseller El arte de amargarse la vida (1983), fue uno de los principales creadores de la tan citada Teoría de la Comunicación Humana (1967, junto a Janet Beavin y Don Jackson) y uno de los fundadores de la llamada terapia breve.
La terapia breve, más conocida como el modelo de Palo Alto -en honor al lugar que la vio nacer, el Mental Research Institute (MRI) de esa ciudad-, es una de las terapias sistémicas más eficaces. Fue creada por un grupo de especialistas de las más variadas disciplinas: John Weakland, Jay Haley,
Richard Fisch y el propio Watzlawick. Allí, en el MRI californiano, el maestro de la comunicación humana estaba asentado desde 1961 y desde allí -hablaba siete idiomas- llevó al mundo las teorías que lo harían famoso.


Comunicación y cultura


La pregunta por la realidad es tan antigua como la historia misma del pensamiento humano: desde la "invención" de la realidad por el pensamiento eléata pasando por los múltiples debates sobre el estatuto de lo real en la antigüedad y el medioevo, la concepción de que todo es una emanación de la propia mente, la filosofía cartesiana y su distinción entre sustancia pensante y sustancia extensa, el idealismo trascendental katiano, Wittgenstein (lo que debe ocuparnos no son las cosas, sino aquello que les
atribuimos) o el constructivismo moderno (Piaget, Maturana, von Glasersfeld, von Foerster, Watzlawick). ¿Quién no ha intentado determinar lo que significa la realidad? El siglo XX remató la cuestión: "Nuestra realidad no es otra que nuestra idea de la realidad", escribió el francés Edgar Morin.
Pero las ideas de Paul Watzlawick y sus colegas en Palo Alto provocaron una auténtica revolución en la forma de ver el mundo propia de la llamada posmodernidad, renunciando a los dogmas de las ciencias clásicas. En los años 50 ya había comenzado a gestarse un paradigma epistemológico que articulaba nociones de la cibernética -una teoría de los sistemas de "control" y su retroalimentación, cuyas implicaciones sociales fueron popularizadas por el matemático Norbert Wiener- y la teoría general de los sistemas -un estudio interdisciplinario del biólogo Ludwig von Bertalanffy, que buscaba encontrar las propiedades comunes a entidades (sistemas), presentes en todos los niveles de la realidad, pero que tradicionalmente son objeto de disciplinas académicas diferentes-. Para esta nueva concepción
holística, que el antropólogo Gregory Bateson trasladó a las ciencias humanas, un efecto es el resultado de múltiples variables causales, pero a la vez tiene sus efectos sobre las causas que lo generan (cuanto más grande es la bola de nieve que baja por la ladera de la montaña más nieve arrastra y, a su vez, más modifica el paisaje original). En el campo de las humanidades, Bateson -que formó parte del grupo de Palo Alto en sus comienzos y tuvo una influencia decisiva, aunque no siempre reconocida, en el pensamiento norteamericano- fue el primero en hacer hincapié en que la realidad, física y espiritual, debe ser encarada como un vasto sistema compuesto de subsistemas coherentes, en cuya evolución es decisivo el entorno. Watzlawick amalgamó las ideas germinales de Bateson con su perspectiva constructivista completando así las últimas pinceladas del nuevo modelo.

Frente a un determinado hecho (un efecto) solemos preguntarnos por qué sucede (su causa); el problema es que el efecto es mucho más que el resultado de una causa unívoca: tantas formas de comunicación verbal y paraverbal, efectos dominó que se concatenan. Si a esto se suma que la búsqueda del porqué se halla sesgada por el ojo del observador protagonista, se puede inferir que el motivo hallado es sólo una invención, y no una causa real, verdadera y objetiva. Los investigadores de Palo Alto desplegaron su
influencia sobre la mayoría de las ciencias sociales y sobre la cultura de los últimos cuarenta años. En el plano del estudio del hombre, mostraron que ya no era posible concebir al individuo separado de sus propias acciones (más bien interacciones), de sus silencios, de sus percepciones, de su contexto sociocultural, de su carga histórica y semántica, ¡de los tabúes de su civilización!, en definitiva, de la comunicación, que devino un factor crucial en la construcción de la realidad. Es imposible no comunicar: "man kann nicht nicht kommunizieren", escribía Watzlawick en su lengua materna, el alemán.

En el ámbito de la vida cotidiana fue quizás el avance de las nuevas tecnologías lo que hizo más visible la necesidad imperante de reconfigurar la noción de realidad en un mundo cada vez más mediatizado, informatizado y simbólico (más virtual). Y también aquí Watzlawick y sus discípulos y seguidores fueron pioneros: ya en la teoría de la comunicación humana, en la que plasman los axiomas de la comunicación, no sólo afirman que "toda conducta es comunicación", sino que distinguen entre comunicación digital (verbal) y analógica (gestos, acciones, etc.), entre contenido (lo que se dice) y relación (la relación entre los que se comunican). Comunicamos en ambas formas, traduciendo una a la otra, no sin dificultad.
La actual era digital -en la que proliferan las relaciones sentimentales vía Internet- parece asistir a la anulación de toda percepción "real": la webcam aviva una imagen aún más inventada del otro; en el espacio escalofriante del chatroom no queda, pues, lugar para analogías.
El grupo de Palo Alto desarrolló un modelo fuertemente pragmático, sobre todo en el eje de sus investigaciones que se relacionaba con el análisis de los procesos de información y comunicación. De hecho, la versión en inglés de la Teoría... es Pragmatics of Human Communications. Este traslado de
modelos cibernéticos y sistémicos a la comunicación humana se plasmó en la primera investigación que desarrolló el grupo acerca de la esquizofrenia. El artículo "Hacia una teoría de laesquizofrenia" (1962) explicaba el concepto de "doble vínculo" según el cual la víctima (el enfermo) era preso de los
mensajes contradictorios y simultáneos, principalmente de su madre, lo que alteraba progresivamente su lógica racional. Watzlawick -siempre con humor refinado y austero- explicaba el fenómeno con el chiste de las dos corbatas: una madre regala a su hijo dos corbatas, una roja y otra azul. El chico entusiasmado se coloca la roja y la madre le dice "¿Pero, no te gustó la azul?". El chico corre y se coloca la azul, y ansioso se yergue ante la madre que le responde "¿No te gustó la roja?". Si esta modalidad se reitera
como un estilo de comunicación, se producirá una ruptura de las tipologías lógicas y el chico terminará colocándose las dos corbatas, de lo que se infiere que ¡está loco!

En el ámbito de la psicoterapia, esta epistemología basada en la noción del individuo como parte de un sistema incorporó una serie de nuevas preguntas: quién hace qué, a quién, cuándo y en dónde. Para sus promotores, la individualidad de una persona se comprende a partir de su entramado relacional. Es imposible analizar al individuo sin tener en cuenta el contexto situacional en el que aparece la conducta. No se trata ya de hurgar en el pasado y buscar la causa original de un síntoma para poder cambiar.


Terapias breves


Para el grupo de Palo Alto -y éste continúa siendo hoy el eje de la terapia sistémica breve- el quid de la cuestión radica en interrumpir "las soluciones intentadas fracasadas": ante un problema, la persona (y / o su entorno) intenta una y otra vez la misma solución, pues ésta en algún momento ha surtido efecto o simplemente responde al "sentido común" o la "lógica racional". Genera así una inercia automatizada de intentos fallidos que refuerzan el problema. Personas, creencias, acciones e interacciones, se han vuelto rígidas alrededor del problema, lo cual hace aún más difícil una salida saludable. "No tratamos realmente los problemas sino que nos centramos en cambiar los intentos de solución que no funcionan para permitir que el problema desaparezca", explicaba el maestro.
Watzlawick enfatizaba el aspecto intercomunicativo en los procesos relacionales, puesto que cualquier análisis humano se desarrolla en situación de interacción. ¿Qué versiones de lo real apuntalan la
organización y acción de las naciones?, ¿qué visión del mundo crean los medios masivos?, ¿qué premisas epistemológicas no cuestionadas están conduciendo a la devastación personal, natural y social en nuestros días?
"... que el desvencijado andamiaje de nuestras cotidianas percepciones de la realidad es, propiamente hablando, ilusorio, y que no hacemos sino repararlo y apuntalarlo de continuo, incluso al alto precio de tener que distorsionar los hechos para que no contradigan a nuestro concepto de la realidad, en vez
de hacer lo contrario, es decir, en vez de acomodar nuestra concepción del mundo a los hechos incontrovertibles", escribía.
Lo cierto es que, hoy, la desestabilización de los sentidos propia de los habituales trastornos de pánico opera, por ejemplo, como un factor de freno sintomatológico del desequilibrio y el descontrol, el estado de inseguridad crónica, el vértigo, la preeminencia de la imagen, la cultura del desastre en nuestras sociedades posmodernas. Este mismo exorcismo de los sentidos es el que demanda soluciones relativamente rápidas y eficaces que mejoren la calidad de vida. A pesar de que en la Argentina, y en Buenos Aires en particular, la estabilidad de la inestabilidad y el espíritu -al parecer- naturalmente melancólico, hacen que todavía exista gran resistencia a buscar opciones, son cada vez más los que recurren a una alternativa que no dé por sentado terapias que perduren años en un diván: no importa si es terapia sistémica, cognitivo-conductual, bioenergética, transaccional, existencial o gestalt.
Quienes conocieron a Paul Watzlawick aseguran que, más allá de su legado científico, fue un ser humano generoso, modesto y respetuoso de sus colegas, mentor de cientos de terapeutas y filósofos en todo el mundo. Pero, fundamentalmente, vivió una vida digna y trascendente, enriquecida por numerosas experiencias. Fue un ser ávido, con la inteligencia y sensibilidad de los creadores. Sus ideas y pensamientos son ya patrimonio de todos.


*Fuente: Clarín. - Revista Ñ
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2007/05/19/u-04611.htm






Tengo el corazón hecho pedazos*


El le dijo que sus palabras le habían roto el corazón. Ella reafirmó su deseo de dejarlo, no le gustaban los mentirosos, tampoco los exagerados. Claro que cuando barrió y entre las miguitas encontró, los pedacitos rojos, se dio cuenta que era sincero. Era tarde para casi todo, salvo para llamar a Emergencias.


*De Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar






La palabra contra los depredadores*



En el último congreso del Pen Club, el escritor israelí David Grossman leyó este texto. En él, habla del poder de la escritura para liberar a los autores y a la sociedad del congelamiento y la arbitrariedad que impiden entender el propio pensamiento

Shalom y buenas noches.

"Para bien o para mal, las contingencias de la realidad tienen gran influencia sobre lo que escribimos", dice Natalia Ginzburg en su libro È difficile parlare di sé (Es difícil hablar de uno mismo) , en el que habla de su vida y de su escritura después de pasar por un desastre personal.

Es difícil hablar de uno mismo, y por eso antes de hablar acerca de mi experiencia de escritura actual, en este momento de mi vida, quiero decir algo acerca del impacto que un desastre, una situación traumática, tiene sobre toda una sociedad, sobre todo un pueblo. Y de inmediato recuerdo las palabras del ratón de "Una pequeña fábula", el cuento de Kafka. El ratón, que dice, mientras la trampa lo encierra y el gato lo acecha desde atrás: "Ay... el mundo se hace más estrecho cada día." Sin duda alguna, tras muchos años de vivir en una realidad violenta y extrema, plagada de conflictos políticos, militares y religiosos, puedo informarles, con tristeza, que el ratón de Kafka tenía razón: el mundo, por cierto, se hace cada vez más estrecho, cada vez más reducido con cada día que pasa.
Y también puedo hablarles del espacio vacío que crece lentamente, el espacio que se extiende entre la persona, el individuo y la situación externa, violenta y caótica en la que vive. La situación que determina su vida.Y ese espacio nunca permanece vacío. Se llena rápidamente... de apatía, cinismo y, más que nada, de desesperanza; la desesperanza que provoca situaciones distorsionadas y que les permite persistir, a veces incluso durante generaciones. Desesperanza respecto de la posibilidad de cambiar alguna vez el estado de cosas reinante, de poder redimirse de él. Y una desesperanza aún más profunda... la desesperación por las cosas que esta situación distorsionada saca a la luz, finalmente, en cada uno de nosotros.
Y siento el alto costo que yo y la gente que veo y que conozco pagamos por este persistente estado de guerra. La reducción del "área de superficie" del alma que entra en contacto con el mundo violento y amenazante. La limitación de la capacidad -y de la voluntad- de identificarnos, aunque sea un poco, con el dolor ajeno; la suspensión del juicio moral. La desesperanza que casi todos nosotros experimentamos respecto a la posibilidad de entender nuestros verdaderos pensamientos, en una situación que resulta tan aterradora y engañosa y compleja, tanto en el aspecto moral como en la práctica; y por lo tanto uno se convence de que estará mejor si no piensa y si elige no saber: tal vez estaré mejor si dejo la tarea de pensar y hacer y establecer las normas morales en manos de aquellos que, supuestamente, "saben más".
Y, más que nada, me sentiré mejor no sintiendo demasiado, al menos hasta que esto pase, y si no pasa, al menos habré aliviado de algún modo mi sufrimiento, habré desarrollado una insensibilidad útil, me habré protegido de la mejor manera con la ayuda de un poco de indiferencia, un poco de sublimación, un poco de ceguera deliberada y una gran dosis de autoanestesia. En otras palabras: a causa del perpetuo -y siempre demasiado auténtico- miedo de resultar herido o muerto, o de sufrir una pérdida insoportable o incluso una "mera" humillación, todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos del conflicto, sus prisioneros, recortamos nuestra propia vivacidad, nuestro diapasón mental interno y cognitivo, envolviéndonos en capas protectoras que terminan por asfixiarnos.
El ratón de Kafka está en lo cierto; cuando el depredador nos acecha, el mundo se vuelve cada vez más estrecho. Y lo mismo ocurre con el lenguaje que lo describe. Por experiencia propia puedo afirmar que el lenguaje con que los ciudadanos que viven un conflicto sostenido describen su situación se vuelve más plano cuanto mayor es la duración del conflicto. El lenguaje se convierte gradualmente en una secuencia de clichés y consignas. Todo empieza con el lenguaje creado por las instituciones que dirigen el conflicto de manera directa -el ejército, la policía, los diferentes ministerios del gobierno-, rápidamente se filtra a los medios masivos que informan sobre el conflicto, dando nacimiento a un lenguaje aún más ingenioso que pretende ofrecer a su público una historia de digestión más sencilla; y todo este proceso desemboca en última instancia en el lenguaje privado, íntimo, de los ciudadanos del conflicto, aun cuando ellos lo rechacen.
En realidad, es un proceso absolutamente comprensible: después de todo, la riqueza natural del lenguaje humano y su capacidad de expresar los matices y los hilos más delicados de la existencia pueden resultar profundamente hirientes en esas circunstancias, porque nos recuerdan incesantemente esa pródiga realidad de la que nos han despojado, su verdadera complejidad, sus aspectos más sutiles. Y cuanto más irresoluble parece la situación, y cuanto más plano es el lenguaje empleado para describirla, tanto más se reduce el discurso público. Sólo quedan las banales y rígidas acusaciones mutuas entre los enemigos, o entre los adversarios políticos del mismo país. Sólo quedan los clichés que usamos para describir a nuestro enemigo y a nosotros mismos, esos clichés que son, en última instancia, una colección de supersticiones y de crudas generalizaciones en los que nos encerramos y encerramos a nuestros enemigos. El mundo, sin duda, se está haciendo cada vez más estrecho.
Mis pensamientos no aluden sólo al conflicto en Medio Oriente. Hoy en muchas partes del mundo hay millones de personas que enfrentan alguna clase de "situación" en que la existencia personal, los valores, la libertad y la identidad están amenazados en alguna medida. Casi todos nosotros tenemos una "situación" propia, una maldición propia. Todos y cada uno de nosotros sentimos -o podemos intuir- que nuestra particular "situación" puede convertirse rápidamente en una trampa que nos despojará de nuestra libertad, del sentido de hogar que nos proporciona nuestro país, de nuestro lenguaje personal, de nuestro libre albedrío.
En esta realidad escribimos nosotros, los escritores y poetas. En Israel y en Palestina, en Chechenia y en Sudán, en Nueva York y en el Congo. A veces, durante mi jornada de trabajo, después de escribir durante varias horas, alzo la cabeza y pienso... ahora mismo, en este mismo momento, otro escritor a quien no conozco, en Damasco o en Teherán, en Ruanda o en Dublin, está sentado exactamente como yo, practicando este oficio o arte peculiar, quijotesco, dentro de una realidad que contiene tanta violencia expulsiva, indiferencia y humillación. En eso encuentro un aliado distante, que ni siquiera me conoce, pero juntos tejemos esta telaraña intangible, que tiene sin embargo un poder tremendo, el poder de crear y cambiar el mundo, el poder de hacer hablar a los mudos y el poder de Tikkun , de corregir, en el sentido profudo que tiene en la Kabbala.
En cuanto a mí, durante los últimos años, en la ficción que escribí he dado casi intencionalmente la espalda a la feroz realidad inmediata de mi país, la realidad del último boletín de noticias. Escribí antes libros sobre esta realidad y también en los últimos años seguí escribiendo sobre ella, y nunca dejé de esforzarme por entenderla, en artículos y ensayos y entrevistas. Participé en docenas de protestas, en iniciativas internacionales de paz. Me reuní con mis vecinos -algunos de los cuales eran mis enemigos- en cada oportunidad en la que consideré que tenía oportunidad de diálogo. Y sin embargo, en los últimos años, por una decisión consciente y casi como protesta, no hice literatura sobre estas zonas de desastre.
Escribí sobre los feroces celos de un hombre hacia su esposa, sobre los niños sin techo de las calles de Jerusalén, sobre un hombre y una mujer que crean un lenguaje íntimo propio, casi hermético, dentro de una engañosa burbuja de amor. Escribí sobre la soledad de Sansón, el héroe bíblico, y sobre las intrincadas y frágiles relaciones entre las mujeres y sus madres y, en general, entre padres e hijos.
Hace unos cuatro años, cuando mi segundo hijo, Uri, estaba por ingresar en el ejército, ya no pude continuar en el camino que había elegido. Me inundó un sentimiento de urgencia y de alarma, que me llenaba de inquietud. Entonces empecé a escribir una novela que se ocupa directamente de la sombría realidad en la que vivo. Una novela que describe de qué manera la violencia externa y la crueldad de la realidad política y militar atraviesan el tierno y vulnerable tejido de una familia y acaban por desgarrarlo.
"En cuanto uno escribe -dice Ginzburg- milagrosamente empieza a ignorar las circunstancias de la propia vida, aunque la felicidad o la desdicha nos impulsen a escribir de cierta manera. Cuando somos felices, nuestra imaginación es la que predomina. Cuando somos desdichados, prima el poder de la memoria." Es difícil hablar de uno mismo, particularmente cuando se tocan estos temas. Sólo diré lo que puedo decir a esta altura y desde mi lugar.
Escribo. Desde la muerte de mi hijo Uri el verano pasado en la guerra entre Israel y el Líbano, la conciencia de lo que ocurrió está presente en cada momento de mi vida. El poder de la memoria es por cierto enorme y pesado, y a veces tiene una cualidad paralizante. No obstante, a veces el propio acto de escribir crea para mí un espacio, un marco de pensamiento que nunca antes experimenté, donde la muerte no es solamente la absoluta y unidimensional negación de la vida. Los escritores presentes en este auditorio lo saben: cuando escribimos, sentimos que el mundo está en movimiento, es flexible, rebosante de posibilidades. No es un mundo congelado. Siempre que se filtra lo humano... ya no hay congelamiento ni parálisis, no hay más status quo. Incluso aunque a veces creamos equivocadamente que hay status quo , incluso si algunos se esfuerzan por hacernos creer que lo hay. Cuando escribo, incluso ahora, el mundo no se cierra sobre mí ni se vuelve tan estrecho: da muestras de abrirse, de tener un futuro.
Escribo. Imagino. El acto de imaginar me revitaliza. No estoy congelado ni paralizado ante el depredador. Invento personajes. A veces siento que estoy desenterrando gente del hielo con que la realidad los ha amortajado, pero quizás es a mí mismo a quien estoy desenterrando. Escribo. Percibo la riqueza de posibilidades inherentes a cualquier situación humana. Percibo mi capacidad de elegir entre ellas. La dulzura de la libertad, que creía haber perdido. Me permito recurrir a la riqueza del verdadero lenguaje, íntimo y personal.
Escribo y siento que el uso correcto y preciso de las palabras es a veces como la cura de una enfermedad. Una manera de purificar el aire que respiro de las opacas manipulaciones de los villanos lingüísticos. Escribo y siento que la ternura y la intimidad que me unen al lenguaje en todas sus capas, su erotismo y su sentido del humor y su alma, me devuelven la persona que yo solía ser antes de que mi yo fuera nacionalizado y confiscado por el conflicto, por gobiernos y ejércitos, por la desesperanza y la tragedia.
Escribo. Me libero de una de las turbias cualidades distintivas del estado de guerra en el que vivo... la cualidad de ser un enemigo y sólo un enemigo. Hago lo posible por no escudarme, no cegarme ante la justicia que asiste al enemigo y su sufrimiento. Tampoco ante la tragedia y la tortuosidad de su propia vida. Sus errores y crímenes, la conciencia de lo que yo mismo le estoy haciendo. Tampoco ante las sorprendentes semejanzas que veo entre él y yo.
De repente ya no estoy condenado a esta dicotomía absoluta, falaz y asfixiante, a esta elección inhumana entre ser "víctima o agresor" sin tener una tercera alternativa más humana. Cuando escribo puedo ser un ser humano que fluye natural y vitalmente entre sus diferentes aspectos humanos, un ser humano con aspectos en los que se siente próximo al sufrimiento y a la justicia que asiste a sus enemigos, sin renunciar ni a una pizca de su propia identidad.
A veces, cuando escribo, puedo recordar lo que todos sentimos en Israel durante un momento en particular, cuando el avión del presidente egipcio Anwar Sadat aterrizó en Tel Aviv después de décadas de guerra entre las dos naciones: entonces, de pronto, descubrimos qué pesada era la carga que llevamos durante toda nuestras vidas... la carga de enemistad, miedo y sospecha. La carga de un estado de alerta permanente, la pesada carga de ser el enemigo en todo momento. Y qué placer fue sacarse por un momento la poderosa coraza de la sospecha, el odio y el estereotipo, un placer casi aterrador, erguirse desnudo, casi prístino y ver surgir un rostro humano de esa visión unidimensional con la que nos habíamos observado mutuamente durante años.
Escribo. Le doy a un mundo externo y extraño mis nombres más íntimos y privados. En cierto sentido, lo hago mío. En cierto sentido, dejo de sentirme exiliado y extraño para sentirme en casa. Con eso ya estoy haciendo un pequeño cambio en lo que antes me parecía inalterable. Además, cuando describo la hermética arbitrariedad que signa mi vida -la arbitrariedad humana, la arbitrariedad del destino-, de pronto descubro nuevos matices, sutilezas. Descubro que el solo hecho de escribir acerca de la arbitrariedad me permite cierta libertad de movimiento con respecto a ella. Que el solo hecho de enfrentarme con la arbitrariedad me concede libertad... tal vez la única libertad que un hombre pueda tener para defenderse de cualquier arbitrariedad: la libertad de expresar su tragedia con sus propias palabras.
Y también escribo sobre lo que no puede recuperarse. Y sobre lo inconsolable. Entonces, también, de una manera que aún me resulta inexplicable, las circunstancias de mi vida no se cierran sobre mí para paralizarme. Muchas veces, cada día, sentado ante mi mesa, toco el tema del dolor y de la pérdida como quien toca la electricidad con las manos desnudas, y sin embargo no muero. No entiendo cómo se produce este milagro. Tal vez cuando termine de escribir esta novela intente entenderlo. Todavía no. Es demasiado pronto.
Y escribo la vida de mi tierra, Israel. La tierra torturada, frenética, intoxicada por una sobredosis de historia, emociones excesivas que el ser humano no puede contener, excesivos extremos de logros y tragedias, ansiedad excesiva y sobriedad paralizante, memoria excesiva, esperanzas truncas, circunstancias de un destino único entre todas las naciones; una tierra cuya existencia parece a veces ser un relato de proporciones míticas, un relato "más grande que la vida" hasta el punto de desfasarse de la vida misma, una tierra cansada de la esperanza de tener alguna vez la vida normal de un país entre otros países, de ser una nación más entre otras naciones.
Nosotros, los escritores, pasamos a veces por momentos de desesperación y de automenosprecio. Nuestra tarea es esencialmente el trabajo de deconstruir la personalidad, de desarticular algunos de los más tortuosos mecanismos de defensa humanos. Voluntariamente, nos ocupamos de los más duros, feos y crudos materiales del alma. Nuestro trabajo nos obliga, una y otra vez, a reconocer nuestras limitaciones, como seres humanos y como artistas.
Y sin embargo, éste es el gran misterio, la gran alquimia de nuestras acciones: en cierto sentido, en cuanto aferramos la lapicera o tecleamos en la computadora, dejamos de ser víctimas indefensas de aquello que nos ha sometido y humillado antes de que empezáramos a escribir, ya sea nuestra situación o nuestras angustias privadas, la "historia oficial" de nuestro país o el destino mismo.

Escribimos. El mundo no se cierra sobre nosotros. Qué suerte tenemos. El mundo no se hace cada vez más estrecho.


*Por David Grossman
Traducción: Mirta Rosenberg

*Fuente: LA NACIÓN.
Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/909893








LA CONSERVACION DE LOS RECUERDOS*


Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones." Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.


*de Julio Cortázar. MINICUENTOS DE CRONOPIOS.
http://www.ts.ucr.ac.cr/~historia/biblioteca/esociales/CortazarJulio-Cronopios.htm




*

Queridas amigas, queridos amigos:

El domingo 20 de mayo del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de la compositora argentina Alicia Terzian. Las poesías que leeremos pertenecen a Virginia de Moyano (Bolivia) y la música de fondo será de Wayna Picchu (Andes). ¡Les
deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg
AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067



*

Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
Enviar los escritos al correo: inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar



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