viernes, agosto 31, 2007
UN NOSOTROS QUE NOS ABRAZA...
Un nosotros que nos abraza...
EN LA ASOCIACIÓN YAGE Y EL MAGAZIN CULTURAL XICóATL CELEBRAMOS 15 AÑOS DE ACTIVIDADES.*
Queridos(as) socios(as) y amigos(as) de YAGE,
Apreciados(as) lectores(as) de XICóATL en el mundo,
Constituye una alegría inmensa el poder celebrar ahora los primeros 15 años de trabajo ininterrumpido de YAGE, Asociación pro Arte Ciencia y Cultura Latinoamericanos y del Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL “Estrella Errante”.
El 29 de enero de 1992 fue presentada a la BPD Salzburg la proposición de fundación de la Asociación por parte de Christine Reisenberger, Thekla Waltl y yo. El 5 de marzo realizamos la primera asamblea general en la sala de actos de la Katholische Hochschulgemeinde Salzburg, en la Wiener Philharmoniker Gasse 2, en la cual participaron más de 60 personas entre latinoamericanos y austriacos. Aquella primera asamblea será siempre uno los recuerdos más hermosos de mi vida: la espectativa generada pues era el primera asociación latinoamericana que iba a ser fundada en Salzburgo, el recital de Joaquín Clerch Díaz con obras de Barrios Mangoré, entre otros, la presentación y discusión de los primeros proyectos, la elección de la primera junta directiva y para culminar la música interpetada por Thekla Waltl, Peter Schwarzenbauer y Jorge Eduardo García, además de la dinámica atmósfera que vivimos y los deliciosos pasabocas vegetarianos servidos para la ocasión. El 11 de marzo fueron aprobados los estatutos por parte de la BPD Salzburg.
El 1. de mayo de 1992 apareció el primer número del trilingüe Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL “Estrella Errante”, el cual llega hoy a la edición número 80, un verdadero récord en Europa en cuanto a publicaciones de este tipo se refiere. También el número de autores publicados en nuestras páginas resulta grandioso: exactamente 450 autores latinoamericanos y 17 austriacos hasta la presente edición, presentados en el idioma materno, con traducción al alemán o al español. De los trabajos presentados un 90 % de ellos son literarios, especialmente ensayos, cuentos y poemas, y un 10 % corresponden a otros géneros, especialmente a la protección ambiental.
Durante los 10 primeros años XICóATL se publicó bimestralmente, pero a partir del 2002 aparece trimestralmente debido al desarrollo de otros proyectos, especialmente vinculados con nuestra página en internet. Es de destacar entre ellos los Puentes Culturales que hemos impulsado entre Austria y Argentina, Colombia, Costa Rica, Cuba y México, además de uno latinoamericano general para los países restantes. Mediante ellos hemos logrado presentar internacionalmente una gran cantidad de escritores, artistas plásticos, compositores, músicos y otros creadores latinoamericanos y austriacos. Además de su presentación virtual, hemos mediado también en algunos desplazamientos intercontinentales de ellos a fin de participar en eventos de carácter nacional o internacional.
A nivel de Austria, y especialmente de la provincia de Salzburgo, resultaría demasiado largo y tedioso enumerar el gran número de eventos realizados: conciertos de música latinoamericana erudita y popular, exposiciones de pintura, lecturas de autores latinoamericanos, conferencias sobre temas científicos, artísticos o culturales vinculados con Latinoamérica, exposiciones y conferencias sobre temas ecológicos en universidades y colegios, fiestas y diversos tipos de actividades sociales. A nivel internacional hemos realizado 4 Concursos Literarios, 2 Concursos de Composición Musical y 2 Concursos de Fotografía Ecológica en los cuales han participado más de 1000 personas de más de 35 países. En esta multitud de proyectos, las características principales han sido la eficiencia, el cumplimiento exacto de los planes trazados y el éxito, lo cual nos ha hecho merecedores de la confianza y el apoyo de las autoridades de Salzburgo y de una enorme red internacional de trabajadores de la cultura.
Otro proyecto que deseo recordar en esta fecha especial es nuestra emisión radial “Poesía y Música Latinoamericana” que presentamos todos los domingos entre las 19:06 y las 20:00 horas, con repetición los días jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas, en la Radiofabrik de Salzburgo ( www.radiofabrik.at ). “Poesía y Música Latinoamericana” es la emisión más antigua que tiene la Radiofabrik. La iniciamos en los albores de la radio, a finales del siglo pasado, cuando ésta apenas contaba con una licencia de emisión los días miércoles entre las 18:00 y la 24:00 horas. En aquel tiempo “Poesía y Música Latinoamericana” se presentaba de manera intermitente, en audiciones de 15 minutos. Al ser ampliada la licencia de emisión aumentamos a media hora semanalmente, y a partir del 6 de enero del 2002, nuestro programa tiene la duración habitual antes descrita: 54 minutos. A propósito de celebraciones, el próximo 7 de octubre realizaremos el programa número 300, contados desde el 2002, a cuya audición quedan invitados desde ahora muy cordialmente.
Todos los proyectos de estos primeros 15 años de trabajo no se hubiesen podido adelantar sin la cooperación de una infinidad de personas: además de los miembros de los jurados, los participantes en los concursos y el número de autores publicados mencionado anteriormente, en XICóATL han colaborado un total de 78 traductores(as) y 50 moderadores(as) lo han hecho en el programa radial: para todos ellos nuestro más profundo agradecimiento por el impulso brindado, en el momento oportuno. Además, un sinnúmero de personas en Austria, Latinoamérica y Europa han colaborado de manera directa o indirecta en otras pequeñas o grandes realizaciones de la Asociación YAGE, para ellos también nuestras gracias sinceras y felices.
Nuestros agradecimientos se extienden también a quienes conmigo comparten actualmente la dirección de YAGE, esto es, el compositor argentino Juan María Solare, Mag. Thekla Schirz, Wolfgang Hirsch y Dominique von Loebel. Un agradecimiento muy especial merecen quienes desde la fundación de YAGE, o después de la misma, siempre han estado presentes y colaborado en los diversos proyectos: Lic. Angelika Moser, Lic. Ulrike Zomorrodian-Santner, Dr. Jorge Antunes en Brasil, Lic. Judith Moser-Kroiss, Ing. Jorge Martínez Villaseñor en México, Lic. Christoph Lukits, Dr. Nicolás Cosío Sierra en Cuba, Dr. Friedrich Frosch, Horacio Rossi y Eduardo Coiro en Argentina, Mag. Josef Lanner, Chano Delgado de Schlachter, Anna Maria Kalcher, Veronika Gruber, Lic. Silvia Amberger, Waltraud Hostalek-Rehbogen y Renato Vecellio, estos dos últimos, para nuestro infortunio, fallecidos en 2005. Sólo me resta agradecer a mis hijos Krysthal y Leo, fundadores espirituales y quienes ya colaboran activamente en los proyectos; también agradecer vuestra afabilidad y apoyo, queridos socios, lectores y amigos, y desear una larga vida a este emprendimiento que en 15 años ha podido hermanar tantos pueblos, culturas y esperanzas, para la construcción de un mundo mejor mediante el trabajo creativo de sus hijos.
*de Luis Alfredo DUARTE-HERRERA. euroyage@utanet.at
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.com
Nosotros y las elecciones*
Voy a votar. Hay que elegir a quiénes darles mandato para gobernar la ciudad y la provincia durante los próximos cuatro años, para tomar decisiones que afectarán nuestras vidas. El voto es apenas una parte de la responsabilidad de cada uno por lo que pasa en este lugar donde vivimos, pero es una parte que cuenta, ni un conjuro mágico para cambiar la sociedad ni un par de horas robadas al domingo. Muchos padecieron atrocidades para que este proyecto de Democracia pudiera nacer. Están las elecciones, pero no dejemos que se agote ahí. Necesitamos alimentar instancias que le devuelvan el poder a la gente, presupuestos participativos, audiencias públicas, revocatorias de mandatos, consultas populares. Por lo pronto, en los comicios no queda otra que elegir entre los candidatos que hay, salidos de esto mismo que colectivamente somos. Creo que votar en blanco o por alguien sin chances es, finalmente, ser funcional a los que ya compraron los votos de los que no pueden elegir porque la necesidad les puso precio. La miopía de los “bienpensantes” siempre termina convalidando el sometimiento de los marginados. Así fue como nos convertimos en la capital del desamparo, de los homicidios, de las inundaciones... dejándonos encima convencer de que lo merecemos, como esas mujeres golpeadas que terminan culpándose a sí mismas por la violencia que sufren.
Trabajar desde hace cinco años en una organización comunitaria me ha enseñado lo frustrante que es tratar con funcionarios soberbios e incompetentes, tristes personajes que sólo ven con los anteojos del clientelismo. Entonces, no me da igual que cualquiera ocupe esos lugares. Voy a elegir. Tendré en cuenta no sólo promesas de campaña, proyectos que parezcan razonables o equipos presuntamente capaces. Antes veré quién es realmente cada uno de los que reclaman nuestros votos. Así, al menos, los mercenarios que cambian de querencia según el viento, los enroscados al poder durante décadas que nos toman el pelo con obras de último momento y los que gastan millones de oscuro origen en fabricarse caretas y alquilar voluntades, ya van sabiendo que no cuentan conmigo.
*de Alejandro Alvarez Durante alegad@gigared.com
-Fuente: El Arca del Sur nº 138
EL ALMANAQUE ME HACE BROMAS*
Habrá que comenzar esta crónica ilustrando a los lectores desprevenidos y contar que, durante buena parte de la década del '90, existió en la ciudad de Santa Fe un grupo musical llamado Paralelo 31. Será sin dudas apropiado informar también que la banda en cuestión llevaba adelante una propuesta difícil de encasillar, apostando a un repertorio compuesto esencialmente por temas propios, en el que convivían ritmos diversos sin prejuicios ni pudores. Convendrá aclarar asimismo que, a excepción de una histórica jornada en la que fue grupo telonero de León Gieco, Paralelo 31 nunca obtuvo los beneficios del éxito masivo.
Habrá que consignar, finalmente, que el tecladista de Paralelo 31 era yo.
A pesar de haber tenido algunas actuaciones pagas, nunca llegamos a ser profesionales. Éramos, básicamente, un grupo de amigos que se juntaba para sacarse el gusto de hacer un poco de música. Priorizábamos la calidez humana por sobre las virtudes técnicas o artísticas. Sonar maravillosamente bien no habría representado nada para nosotros, si el precio de tal logro hubiese sido llevarnos mal. Ensayábamos mucho más de lo que tocábamos en publico (de hecho, sólo dimos 22 recitales en 8 años), pero esta realidad adversa no lograba quitarnos el entusiasmo. Los ensayos eran instancias felices en las que dejábamos afuera las complicaciones cotidianas y nos dedicábamos a armar, desarmar y rearmar los temas del repertorio. Claro que también nos delirábamos, a veces, haciendo versiones caseras de canciones tan alejadas de nuestro estilo habitual como "Sultanes del ritmo" o alguna de los Beatles. Y, por supuesto, practicábamos ese inigualable juego colectivo de ponernos a improvisar, construyendo sobre el aire efímeros diálogos musicales que, por lo general, se desvanecían para siempre apenas sonaba la última nota, pues rara vez nos tomábamos el trabajo de dejarlos registrados.
Eran épocas de frecuentes reuniones festivas, aquellas. Épocas de asados cuyas sobremesas se prolongaban durante horas y solían concluir en interpretaciones levemente alcoholizadas de "Seminare", "Buscando guayaba" o "Menta y limón", mientras nuestros hijos, después de haber correteado entre cables e instrumentos hasta quedar agotados, terminaban dormidos sobre un sofá o sobre los sufridos regazos de sus madres.
Es imposible no evocar aquellos tiempos en esta fría noche de agosto. Sucede que, después de ocho años y medio sin hacerlo, Paralelo 31 ha vuelto a juntarse para actuar en público. No hay, por supuesto, millonarios auspiciantes sosteniendo el retorno, ni tampoco contratos fabulosos con algún sello discográfico para grabar en vivo un testimonio del regreso. Nos ha reunido la excusa de participar en la Peña con la que decidí festejar el quinto aniversario de "El Regalador". Los gustos, suele decirse, hay que dárselos en vida.
Ahí andan, entonces, el Guille, Mario, Silvio, Fernando, Javier, recobrando -cada uno a su manera- un fragmento significativo de aquel pasado común. Algunos con más kilos encima, otros con más canas, pero todos exhibiendo idéntica alegría ante la demorada reincidencia.
Hay algo hermoso y profundo flotando en el ambiente. No sé bien cómo definirlo. Es una conjunción ambigua de felicidad y extrañeza. En una primera instancia, atino a especular con una posible sobredosis de nostalgia, pero lo descarto de inmediato. La nostalgia es mentirosa, siempre viene a uno vestida con apariencia seductora, pero basta que se le corra un poco el maquillaje para que su mueca de tristeza irrevocable quede al descubierto. Y aquí, en cambio. estamos en medio de una verdadera celebración que excluye toda angustia. Tal vez porque no es el pasado lo que estamos celebrando, sino el presente.
Ahí andan, también, nuestros hijos, irremediablemente crecidos, exhibiendo sus propios talentos musicales. En este momento, por ejemplo, Aldo, Juan Andrés y Solano, en improvisado trío de saxo, piano y batería, se han dedicado a satisfacer el eufórico pedido de Silvio: "¡funky a rabiar!". Y si hace unas horas fue conmovedor escuchar cantar por primera vez a Juan Diego, y si resultó simpático tenerlo a Jerónimo con sus ocho años pegándole a la batería en uno de nuestros temas, verlos a ellos tres haciendo música juntos, impresiona. No son amigos entre sí, se ven sólo muy de vez en cuando y, sin embargo, ahí están, disfrutando del mismo rito compartido del que solíamos gozar sus padres. Y aunque es inevitable sentir que algo bueno debemos haber hecho para estar recibiendo tamaño regalo, la satisfacción paterna tampoco alcanza para explicar lo que está sucediendo.
Debe ser por el cansancio, pienso. O tal vez por el vino que estoy tomando casi sin haber comido. Lo cierto es que son las cuatro de la mañana, la peña está terminando y no encuentro las palabras que precisen el fenómeno con justeza. Intuyo que excede lo puramente emocional, pero no puedo apresar su esencia. De algún modo, confusamente, sé que tiene que ver con el tiempo. O, mejor dicho, con ciertas percepciones paradojales del tiempo, con esta sensación vertiginosa de que hay dos realidades cronológicas distintas coexistiendo en un mismo punto. Es como si todos los que estamos aquí reunidos esta noche hubiésemos sido imperceptiblemente atraídos hacia un atajo prodigioso que conecta y superpone el pasado con el presente hasta disolverlos en una sola escena. "¡Aguante Paralelo 31 Junior!", grita alguien, y yo siento que, como decía aquella vieja canción del grupo Posdata, el almanaque me hace bromas.
Afuera se ha puesto a llover. Pero el afuera queda tan lejos esta madrugada, que a nadie le importa saber que a la salida nos vamos a mojar. Estamos contentos. Todos. Y se nota. Decididamente, hay algo hermoso y profundo flotando en el ambiente. Es cierto, no sé bien cómo explicarlo, pero poco interesan ahora mis tropiezos conceptuales. Lo que cuenta es esta alegría serena y unánime que nos abraza. Lo que cuenta es esta necesidad de eternizarla de algún modo, aunque sólo sea con palabras.
*de Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@ciudad.com.ar
En el 150º Aniversario de los ferrocarriles
Nosotros, los ferroviarios*
*Por: Juan Carlos Cena (especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación: 30/08/2007
“El olvido es una herramienta de la clase dominante. La memoria es un proceso social. Despojados de su memoria, los pueblos se opacan, mueren. Y suelen morir en medio de la algarabía de imaginar que el pasado no interesa, aturdidos por voces que los llaman a no recordar, apalabrados por ilusionistas que susurran que hoy todo empieza de nuevo. Las raíces pueden secarse si una voluntad de memoria no se opone a la voluntad de olvido. Sin esta fidelidad no hay ética posible.'
Por eso, antes de comenzar a memorizar, los ferroviarios en este 150 aniversario, no debemos olvidar, quienes fueron los sicarios y los fariseos que destruyeron los Ferrocarriles Argentinos. Es un compromiso retratarlos en esta conmemoración histórica de la instalación de las enrieladuras en nuestra geografía. Hoy, los mismos que boicotearon, que cercaron y traicionaron las gestas de los obreros que resistieron sin claudicar la defensa del ferrocarril, aparecen como defensores de ese modo de transporte. Toda una mentira fenomenal, nunca protegieron al sistema de transporte ferroviario, al contrario, justificaron su vaciamiento y saqueo, guardaron y guardan un profundo silencio por la venta de sus bienes, muebles e inmuebles a precio vil.
Hoy, montados hipócritamente en la impunidad que da el olvido y en un formidable amparo gubernamental, con aparatosidad faraónica y grandes recursos, pretenden ningunear en un festejo fatuo la verdadera historia de nuestros ferrocarriles. Coherentes, van a realizar un acto y a disertar en el lugar donde exhibe sus riquezas la oligarquía terrateniente. Los dueños del poder.
La historia de los ferroviarios es como dice Howard Fast en su libro Espartaco: una historia sobre hombres y mujeres valientes, que vivieron hace mucho tiempo, pero cuyos nombres nunca han sido olvidados. Los héroes de esta historia acariciaron el ideal humano de libertad y dignidad y vivieron noble y honradamente (...) saquen de él fortaleza para nuestro turbulento futuro y puedan luchar contra la opresión y la injusticia, de modo que el sueño de Espartaco llegue a ser posible en nuestro tiempo.
Hace 150 años comenzó a circular el primer tren en nuestro país. Entonces nos interrogamos ¿Quién los puso en marcha? Nos respondemos: nosotros los ferroviarios. Por eso, nosotros los ferroviarios, vamos a contar la otra historia, la que venimos protagonizando desde hace 150 años.
De Bertold Brescht aprendimos a preguntarnos:
¿Quién construyó Tebas, las de las siete puertas?
En los libros figura sólo nombre de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos los bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida.
¿Quién la volvió a levantar otras tantas?
¿Quiénes edificaron la dorada Lima, en que casa vivían?
¿Adónde fueron la noche en que se terminó la Gran Muralla China…
sus albañiles?
(…) A tantas historias. Tantas preguntas.
Por ese aprendizaje parafraseamos a Bertold Brescht, y nos preguntamos.
¿Quiénes tendieron los primeros rieles, quienes acostaron los durmientes, quienes enclavaron las eclisas y elevaron las señales, quienes construyeron las estaciones, quienes construyeron los puentes para cruzar vados y ríos, quienes perforaron las montañas, quienes le echaron leña al hogar de la caldera, quienes hicieron sonar las campanas de partida, quienes condujeron los trenes aguateros haciendo retroceder la sed por toda la geografía nacional?
¿Quiénes comunicaron el país? ¿Quiénes lo integraron? ¿Quiénes? ¿Quiénes construyeron locomotoras, vagones para transportar nuestras riquezas?
¿Quiénes diseñaron y montaron coches de pasajeros, dormitorios confortables para llevar con comodidad a nuestros ciudadanos? ¿Quiénes acudieron a llevar solidaridad en tiempos de sequías o de inundación?
¿Quiénes llevaron la salud a través de los trenes sanitarios por toda la geografía nacional? ¿Quiénes construyeron los policlínicos ferroviarios que atendieron, además de los ferroviarios y sus familias, a todos los pobladores del país? ¿Quiénes? Simplemente contestamos: Los ferroviarios.
¿Quiénes somos los ferroviarios? Los trabajadores del riel somos nada más ni nada menos que la carnadura imprescindible de ese medio de locomoción. Porque entre ese objeto metálico que es puesto en movimiento llamado tren, y ese carnal que lo prepara, orgulloso, y lo encaballa para que se deslice por las enrieladuras de nuestro territorio, se establece en ese obrar una relación biunívoca vital, substancial: Ocurre lo real maravilloso, entre el hierro y el ser humano, toda una correspondencia mágica. No se puede dividir esa relación biunívoca que nace y se multiplica desde la parición de ese modo de transporte. Conexión que existe entre el trabajo y el hacedor de ese trabajo que es el obrero, en este caso: el ferroviario. El ferroviario es parte indivisible del ferrocarril. El, es el ferrocarril carnal. Hierro con carnadura, unión vigorosa, eso es el ferrocarril, que se transforma en el misterio de ese ¨adiós que guarda el tren¨. Arcano que se traslada al viajero, al juglar que le canta, al cuentista que lo cuenta, al ciudadano que lo comunica, que lo sirve, que los traslada y que juntos rompen paisajes en dos dimensiones, cuando va y retorna.
A tantas historias. Tantas preguntas. Damos tantas respuestas.
Es necesario aclarar que trabajar en el ferrocarril no es lo mismo que ser ferroviario. El ferroviario incorporó a su Ser ese inmenso objeto metálico en movimiento, como su Sujeto: él es el ferrocarril, es de su pertenencia, no como una propiedad privada, sino porque él era parte constitutiva del ferrocarril, no está añadido, adosado, sino incluido; el ferrocarril y ferroviario constituyen un conjunto integrado, armónico. Por eso, caminar por las playas de maniobras o recorrer sus rincones es como recorrer el patio y las comisuras de su casa.
Todas estas cuestiones son las que van construyendo nuestra identidad: somos trabajadores trashumantes, solidarios. En el trabajo cotidiano, en la relación social diaria, cotidiana, permanente, repetida, que continua en el sindicato y en el barrio nos vamos consolidando y elevando nuestra conciencia de trabajadores. En esa correspondencia se establecen códigos de comportamiento, como que hay que tener una actitud correcta frente al trabajo, colaborar con el compañero que se le atrasa el trabajo, esta es una manifestación firme del sentido de solidaridad, la otra es la de enseñar el oficio al otro, apoyar al necesitado de afectos, -como dicen los libertarios: el amor viril entre los hombres- en fin... en nuestras maneras de proceder no tiene nada que ver con la estupidez esa, que se ha instalado en la sociedad, de que debemos ser competitivos, es decir, egoístas, al contrario de ser solidarios.
Esa tradición nos llega desde los socavones de la historia del movimiento obrero. Pero en 1896, cuando estalla la primera huelga general ferroviaria -que comenzó en los talleres de Tolosa y tuvo como redactor de las proclamas a José Ingenieros- los ferroviarios rechazaron con firmeza introducir en el convenio colectivo de trabajo el problema de la competitividad, que en esa época se llamaba “tarea”, porque creaba dentro de los trabajadores una división.
Así como se habla del ‘ser nacional’, nosotros somos ‘seres ferroviarios’, la carnadura del ferrocarril, repito: hay una relación dialéctica entre la carne y el hierro, y en esa correspondencia, nace y crece ‘una incógnita que guarda el tren’, conexión plagada de esfuerzos acumulados de trabajadores y técnicos para que esa formación eche a andar.
Somos como nuestros hermanos aborígenes, donde el árbol (objeto) es el sujeto que los penetra y lo sostiene, porque ellos son la naturaleza y no están sobre ella. Nosotros los ferroviarios somos el ferrocarril, no estamos sobre él.
El ferrocarril era una fragua donde nuestros antiguos ferroviarios nos forjaron a fuego y martillo en el yunque del trabajo. Además, el cuerpo social ferruca es como un gran caldo, mixturado con toda clase de ingredientes -peronistas, anarquistas, comunistas, socialistas, cristianos, ateos...-, todos, con un profundo respeto hacia el oficio.
La historia de los ferroviarios es un testimonio de lucha, de abnegaciones, sacrificios, rebeldías, muertes y desapariciones. Desde sus inicios el movimiento obrero ferroviario fue duramente reprimido. Nunca lo doblegaron. Todos los gobiernos de todos los signos trataron de sujetar y domesticar a los trabajadores ferrucas. Ser “ferruca”, es una identidad que lleva un tiempo de construcción que no admite vencidos, traidores ni quebrados y requiere en cambio de resistentes sacrificados.
Desde el comienzo de la instalación del primer metro de riel sobre nuestro territorio, los ferroviarios asumiendo la herencia histórica del movimiento obrero internacional, comenzaron a armar sus organizaciones obreras, como las Sociedades de Ayuda Mutua, Sociedades de Socorros Mutuos, Sociedades de Fomento, Cooperativas de Consumo, Centros Culturales, y así. En 1888 los ferroviarios fundan el primer sindicato de la República Argentina: La Fraternidad, que agrupaba a los maquinistas, foguistas, pasaleñas, es decir, personal de conducción. A partir de ahí, los ferroviarios han contribuido, como un gran río tributario a la formación del movimiento obrero argentino.
En 1896 la primera huelga general contra los ingleses, luego, la del 6 de enero de 1912 con 52 días de paro. 7.000 ferroviarios enfrentaron a las 18 empresas británicas, y así, hasta el advenimiento del gobierno peronista, donde son movilizados militarmente en 1950, momento en que Eva Perón concurre a los talleres Remedios de Escalada para disuadirlos, no logrando tal cometido.
Muchos de esos compañeros que le dijeron no a Eva Perón, más tarde, en 1955, integraron la Resistencia Peronista. Eran jóvenes peronistas en esa huelga, pero tenían metido dentro de su ser la pertenencia: la de corresponder a la clase obrera. Luego, después del golpe de estrado de 1955, vino la represión, movilización, Plan Conintes en tiempos de Frondizi. Dura huelga resistente fue la de 1961, fueron 42 días de paro férreo contra el primer intento de desguace ferroviario de la mano del general Larkín.
La dictadura de Onganía militarizó a los ferroviarios mediante el decreto 5324, todos teníamos grado militar. La repuesta obrera fue la formación de las Comisiones Clandestinas Ferroviarias, y así, resistiendo todos los intentos represivos.
La genocida dictadura militar de 1976, a través de ese holocausto nacional, crea un vacío generacional entre los ferroviarios. Aproximadamente son 89 los compañeros ferroviarios y compañeras ferroviarias desaparecidos, por todo el territorio se instalaba el terror, a pesar de ello los ferroviarios nunca dejaron de luchar, resistieron la embestida.
El regreso de estas democracias relativas encuentra a la sociedad en su conjunto, en palabras de John William Cooke, blanda. Los factores de poder adueñados y consolidados dentro del aparato del Estado ejecutan el desguace del ferrocarril. Primero son los intentos de Alfonsín de la mano del eficiente Terragno y luego Menem, con toda la iconografía peronista y el embuste cierra los ferrocarriles y expulsa a 85.000 ferroviarios a la calle.
Con el ferrocarril desintegrado, más los ferroviarios expulsados, el sistema comete en un mismo acto un gigantesco Ferrocidio.
150 años, tiempo surcado por las luchas que comenzaron en el siglo XIX. Más de un siglo y medio, tiempo que les costó a los explotadores pretender domesticar la rebeldía ferroviaria, no pudieron. Hoy la realidad lo confirma, y nos permite afirmar que todo germina de nuevo, la clase obrera y los ferroviarios en forma particular, que en su dimensión dialéctica, renacen de sus cenizas demostrando que no hay un fin, sino un recomienzo más dinámico. Hoy, los ferroviarios están de nuevo en el riel, como la clase obrera remontado la lucha en las calles.
Se sabía que después de la derrota ferroviaria se intentaría la extinción de toda cultura obrera, empezando por la palabra. Los ferroviarios vivieron a través de la palabra por todo este tiempo; recorrieron el país montados en trenes de palabras. Ella fue y es la transmisora de ideas, historias, triunfos, derrotas, pero nunca acarreó historias de vencidos, porque siempre se resistió, siempre. Los ferroviarios nunca se dieron por derrotados ni aún derrotados, porque no estaban vencidos, conservaron la palabra, y mientras haya guardapalabras que las cobijen, la vida continúa.
En este aniversario, fecha donde pretenden olvidar a los hacedores del riel, los ferroviarios, han tratado de borrarlo de todas las maneras posibles, porque según dicen: no hay nada que recordar de ellos. El olvido, aún mantiene un cierto campo conquistado sobre la memoria en este simbólico aniversario. Dura lucha es la que han protagonizado, tercamente, los memoriosos ferroviarios en el intento por hacer recular ese vacío, llamado olvido. Primero en la cabeza de los nuevos ferroviarios y luego en la sociedad. Hoy es un día de militante recordación para los ferroviarios veteranos, que engrosan el ejército de desocupados y jubilados 85.000 ferroviarios a la calle y el ferrocarril saqueado, desintegrado, anulado, pasto de comerciantes y corruptos, políticos y gremialistas cipayos.
Ellos, los que cercaron la Ciudadela Ferroviaria sabían, y se propusieron: ¡hay que arrebatarle la palabra a los ferroviarios! para vaciarles el lenguaje aquel. Nunca lo lograron.
Hoy, los que minaron la Ciudadela Ferroviaria festejan, no los 150 años del comienzo de su andar, sino de su cerramiento. Esa es la verdad.
Existen fenómenos que ocurren en el seno del pueblo, y hay que divulgarlos, porque son almacenamientos de vida. Durante la dictadura y los gobiernos democráticos serviles, los trabajadores ferroviarios escondieron el fuego sagrado de sus luchas. Cobijaron y clandestinizaron la palabra entre los rescoldos de las cenizas de la devastación ferroviaria. Los nuevos compañeros volvieron a soplar la brasa -es lo real maravilloso de la clase obrera-, dando nacimiento a nuevos retoños tibios, que encarnan la certeza de que la lucha continúa.
No se puede hablar de los 150 años del ferrocarril e ignorar a sus protagonistas principales, los ferroviarios.
Hay miles y miles de hombre Que solo conocieron la derrota Pero lo que no conocieron Fue el deshonor.
John William Cooke
*Juan Carlos Cena. ferrocena2003@yahoo.com.ar
es miembro fundador del Mo.Na.Re.FA (Movimiento Nacional por la Recuperación de los Ferrocarriles Argentinos)
- Autor de: El Guadapalabras (memorias de un ferroviario)
- El Cordobazo, una rebelión popular.
- El Ferrocidio.
- Crónicas del Terraplén.
En el andén*
"...Y en el pueblo no tendré nada que hacer
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados"...
Jorge Teillier
No tendré más que sentarme sobre el cemento
del andén de la estación Patricios
para apropiarme de su magia.
Repasar con los dedos
cada minuto dibujado en la rayuela del tiempo.
Sentir el vaivén del fantasma
que quedó entretenido entre boletos y encomiendas.
No necesitaré más que la osadía de mis ojos
para impregnarme de viajes.
Ni más mansedumbre que la del silencio
para encender el metálico canto de rieles y ruedas,
de motores y campanas ruborizadas de viento.
No me hará falta más que el corazón
para heredar la leyenda del olvido.
Ni más piel que la puesta
para enmarcar un remolino de emociones.
Se volverá tan ancha el alma y tan claros los gestos
que todo brillará en gama de sol y verdes.
Tan intenso será el perfume de la tarde
que no tendré más que sentarme en el andén
para impregnarme de duendes
y sellar un momento inolvidable.
*De Gabriela Delgado agualunagd@yahoo.com.ar
-Del libro "Pasajeros del penúltimo tren"
*
Queridas amigas, queridos amigos:
El domingo 2 de septiembre del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de los compositores latinoamericanos Baden Powell, Radamés Gnatali, Antonio Lauro, Paolo Bellinati, Carlos A. Jobim, Ernesto Lecuona y Rodrigo Riera, interpretada por Arnoldo Moreno (Venezuela). Las poesías que leeremos pertenecen a Elena Fassio (Argentina) y la música de fondo será de Uakti (Brasil). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
*
Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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jueves, agosto 23, 2007
DE ESA TEMIBLE AUSENCIA...
Justina*
De haber sabido que te vería hoy,
Me hubiera arreglado
Si quiera un poco.
Hubiera retirado el sudor de mi frente,
Tan solo de haber sabido que te vería el día de hoy…
De haber sabido el día de hoy, que te vería,
Me hubiera quitado un poco de tierra que hay en mi rostro
Y hubiera repartido libremente mi cariño,
Sin propiedad privada,
Sin hacer que dependas de mí con un salario,
Sin un patrón
Ni terratenientes…
Tan solo de haber sabido que te vería
El día de hoy.
De haberlo sabido
Hubiera preparado el discurso de bienvenida,
E incluso el de la despedida.
De haber sabido que te vería hoy,
Te hubiera traído algún presente.
Me hubiera mostrado un poco menos nervioso,
Tan solo de haberlo sabido…
Te hubiera mostrado que aún soy como un niño
Que mira sin encontrarle algún sentido
A las diferencias entre las clases sociales.
Solo de haberlo sabido
No hubiera esperado tanto tiempo
Para decir que te quiero,
Y que no lo reprimo
Como reprime el Estado:
Como si negando el problema se resolviera de tajo…
De haber sabido que el día de hoy te vería,
Te habría traído la invitación a mi fiesta,
Que no es privada,
Pero tampoco han sido invitados los burócratas,
Ni el Estado
Que mantiene las contradicciones sociales sin resolverse
Dentro de parámetros dizque estables,
Según las leyes …
De haberlo sabido
Te hubiera tomado la mano
Y traído tiernamente conmigo,
Y hubiéramos comido pastel,
Gelatina de colores
Y agua de horchata…
Todo esto hubiera pasado
De haber sabido que nos veríamos en este día;
Pero parece que nada de esto ha pasado...
*de hugo ivan cruz rosas quetzal_cr(arroba)yahoo.com.mx
quetzal.hi(arroba)gmail.com
De esa temible ausencia...
LA ESCRIBIENTE*
La Leo es la viejita siempre niña, una ancianita que las convulsiones infantiles fijaron eternamente en unos siete años inmóviles de picardía en los ojitos pequeños, siete años de cabecita rizada y risa y llanto fácil.
Llora cuando recuerda a la mamá, que la acompañó en el geriátrico hasta los cien años pero se fue un día, el año pasado, y la dejó solita. Se ríe cuando alguna cosa le hace gracia, y entonces gorjea y cloquea y se dice a sí misma “esta Leo, esta Leo”, la frase que otros le prodigaron a lo largo de sus más de siete décadas de vida.
Y la Leo escribe. Escribe, trabajosa y concentradamente. Escribe en su mesa, ajena a las visitas de los otros, o a los compañeros de vejez, tan próximos y a la vez tan lejanos, que se marchitan a su alrededor y ya renunciaron a la esperanza. Ella escribe porque la niñez no renuncia a la esperanza. La Leo escribe con las manitas de dedos cortos, y cada tanto se levanta con pasos bamboleantes a mostrar cómo escribió allá debajo del punto cruz con lapicera “Leonor Taborda”. A veces copia palabras de libros o revistas. Y esconde las letras debajo de enmarañadas líneas en negro, azul, verde. Otras veces, escribe cartas. Cartas donde cuenta que se murió la mamá, que se murió el hermano, que en su cumpleaños esperó que fuesen a visitarla para tomar té o mate con bombilla, y no fueron. Son cartas de palabras inconexas en las que alguna vez se adivinan frases pero en las que siempre se comprende el llamado, la esperanza de que sirvan de señal luminosa para que algún lejano barco se acerque a su naufragio.
Las cartas ocupan carillas de papeles doblados torpemente. Cuántas cartas, me pregunto, cuántas cartas a esos destinatarios que hace sesenta años fueron niños que su mamá recibía como alumnos particulares en la casa. Y que ahora son también ancianos o que han muerto en lejanas camas y ciudades distantes.
Ella recuerda bíblicas genealogías, recita los nombres de los ausentes, el nombre de los padres y de sus hijos. En su universo infantil siempre se han de nombrar padres e hijos, y los recuerda a todos. La dirección que indica es “Calchaquí”, “Santo Tomé”, alguna vez el nombre de una calle o el lugar preciso: enfrente de la farmacia, justo en la esquina.
Padres e hijos en una topografía de peatón o de vecino. La vida sencilla, los mapas de la infancia, las décadas superpuestas y las cartas que nunca llegarán a los difuntos o los que hace mil años tomaron otros rumbos o se diluyeron en una Historia que sepulta las historias.
La Leo escribe, y entre las palabras indescifrables anota bien clarito “Salta 3534”, para intentar forzar al destino de soledad con su correcto remitente en “Las diamelas”. “Mamá murió”, y otra vez recuadrado en un trazo temblequeante mamá murió. Hay que contar la noticia. Vengan, escriban. Estoy sola. Los niños del segundo grado de hace sesenta años, los fantasmas, los médicos que la atendieron cuando era pequeña y aprendió a cocinar carbonada. Vengan.
Y escribe las cartas para la legión de ausentes que pueblan su memoria exacta con precisiones ingenuas “fue a las cuatro de la tarde, un jueves”. “Llovía”.
Escribe y agota lapiceras, gasta lápices de colores, alegra los renglones con fibras. La Leo escribe al universo, tiende puentes de papel y tiempo elástico. Tiene fe en esos emisarios que dejamos las cartas en cajones, sobre las repisas, cree en la eficiencia de esos extraños devenidos en correos que finalmente desechan las misivas con los residuos cotidianos y los objetos inútiles.
Y yo escribo sobre la Leo para tender puentes de palabras en un universo indiferente, para darle pelea al tiempo, para enviar una señal luminosa que atraiga barcos a su naufragio, a mi naufragio. Pero yo, ingenua Leonor, yo no tengo fe en emisarios ni en misivas. Yo, afortunada Leonor, yo desde mi adulta tristeza percibo la ferocidad de las distancias y la temible ausencia de los destinatarios. Yo, mientras escribo, te veo en tu silla afanándote en tus cartas y, como siempre, envidio la pueril, maravillosa felicidad de los creyentes.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Jueves, 23 de Agosto de 2007
Una foto antigua*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Para Haydée Conde
Ahora sólo quedan algunas estribaciones que como hilachas festonean un collar de irreparables pérdidas y en esas máculas de la memoria se entremezclan los íconos de alguna fotografía amarillenta, como la que tengo ante mí.
El baile de aquella noche (1952? 1953? 1954?) en la vieja pista de baldosas rojas del Huracán Foot Ball Club congregaba una multitud de alegres ansiedades buscando un esparcimiento que hoy, a la distancia, se me aparece con una gran pátina de ingenuidad. ¿Quiénes quedaron allí para atestiguarlo
con la contagiosa alegría captada para siempre?
El gringo Tetti, el Cholo Cicarelli, Carluncho Gerlo, Hugo Cicconi bailando con Myriam Nicoletti, el rubio Mulé -número seis con la casaca roja del club-, Rosa Belluschi, don Pablo -su marido-, ese alemán simpático y dientudo, Carlitos Belluschi -un plácido bebé durmiendo sobre una silla-, Milanesa Camino de pinta gardeliana, bailarín no sé si eximio, pero seguramente enfático, entusiasta.
Los rostros de mis viejos permanecen lejos, pequeños al fondo de la foto, sentados a una mesa, sin bailar pero sonrientes.
Nosotros no aparecemos en esa "panorámica" de anónimo fotógrafo, que pretendió eternizar esos gestos, esos rostros, esa evidente alegría. Esos ojos que miran curiosos a la cámara. Nosotros andaríamos jugando, ajenos a esa minucia de los grandes, bajo la retractación de los faroles más lejanos tras las "chapitas" de cerveza y naranjina.
Opto por imaginar que la orquesta de esa noche era la de Pepe Basso con sus cantores Floreal Ruiz y el Negro Bellussi, un crédito del pueblo que hizo lo suyo por el tango. Es una pena que justo hoy la memoria tergiverse todo, me lo trueque y yo no pueda recordarlo y mi viejo está muy lejos como para buscar constancia de su verdad minuciosa y su memoria.
De todos modos, creo percibir aún esa expectativa, ese clima que antecedía a los bailes populares. Era como una imperceptible marea que primero se iba instalando en las mentes sonadoras de la gente y luego se iba "haciendo acto" -Aristóteles dixit- hasta eclosionar en esa reunión familiar de horas donde todo el mundo era feliz.
Si hoy yo no tuviera esta foto ante mis ojos, si no rozara con mis manos esta cartulina amarillenta con una emoción auténtica podría verme asistido por la duda de su realidad real. Pero lo cierto es que aquella noche ya fue sepultada por un montón de años, por casi todos los que aparecen en primer
plano que se llevaron a sus tumbas el esplendor efímero de esa noche, y si yo quiero reponer en mi memoria el cúmulo de autos, sulkies o gente en la vereda, capeando el rocío de la noche veraniega no podré restituirlo.
Sé que las palabras son una sucesión de símbolos -un emblema al fin- y la realidad es aplastantemente simultánea y la memoria es falsa, traicionera, engañosa y ese escorzo que se junta en mi cabeza mientras el cartón en mis manos sólo dice eso: que es un cartón que no dice nada casi a nadie, sólo a mi empecinamiento de hombre solitario en medio de la noche planetaria que lleva sin consultarnos encima de su corteza las vidas y los sueños y hasta la mismísima tumba de los muertos.
En medio de todo sólo quedan ilusiones, unas hojas muertas del Otoño y un coro de risas que me visitan y es de aquella noche lejana ya que va aproximándose a la bolsa que abre su boca para que el olvido entre sin más en ella.
*Fuente: Rosario/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-9949-2007-08-23.html
Jueves, 23 de Agosto de 2007
LEGADO CONCEPTUAL DE SILVIA BLEICHMAR
"Cuando hablás está menos oscuro"
La diferencia entre "sujeto ético" y "sujeto disciplinado"; una polémica reformulación del complejo de Edipo; la observación de que un mensaje puede no tener emisor pero debe, y es crucial, tener destinatario: estas y otras ideas dejó planteadas Silvia Bleichmar, quien, a los 62 años, murió el
miércoles de la semana pasada.
Silvia Bleichmar, psicoanalista (1944-2007).
Por Silvia Bleichmar *
En Estados Unidos ya diagnostican un "síndrome de desobediencia infantil": no se rían, se establece según pautas que miden la desobediencia y, entonces, una potencial "personalidad delictiva". En Francia, la derecha francesa propicia una ley por la cual, en los jardines de infantes, debería haber veedores que midieran la violencia de los niños, y entre los parámetros a medir están: "desobediencia" y "rebeldía". Hace unos días recibí un material que el Ministerio de Educación rescató de sus archivos de la época de la dictadura, un material de trabajo que se enviaba a las escuelas, para directores y maestros, con pautas sobre "la subversión": hay un capítulo dedicado al jardín de infantes. Allí se advierte que la
literatura marxista fomenta la desobediencia y la rebeldía en los niños, y termina así: "No se observa accionar directo de captación de las fuerzas subversivas en los jardines de infantes".
Nuestro problema es contraponer el sujeto ético al sujeto disciplinado: el sujeto disciplinado no es el sujeto ético. En una asesoría que me pidió el Ministerio de Educación, para el Observatorio de Violencia Escolar, sobre el tema de los límites, yo dije que no hay que discutir ya sobre los límites, sino sobre las legalidades que constituyen al sujeto. El problema no está en el límite; está en la legalidad que lo estructura. Y hoy podemos volver a pensar cómo se constituye un sujeto que, inscripto en legalidades, sea capaz de constituir, más allá de esas legalidades, la ética. Me refiero a la construcción del sujeto ético.
El concepto de Edipo debe ser repensado en términos del modo por el cual cada cultura pauta el acotamiento de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. En este sentido, la problemática ética no pasa por la triangulación ni por las relaciones de alianza, sino por el modo como el que el adulto se emplaza frente al niño en su doble función: inscribir la sexualidad y, al mismo tiempo, pautar los límites, no de la acción del niño, sino de su apropiación sobre el cuerpo del niño.
Para que surja la sexualidad infantil, debe haber inscripción libidinal en el cuerpo. La palabra, en tanto significante, es secundaria a las primeras inscripciones que, aunque del lado del adulto operen atravesadas por el lenguaje, se sitúan más allá de los modos con los que el discurso del adulto puede representárselas: aluden a aspectos de la sexualidad inconsciente que exceden, en sus modos de realización, las funciones primarias que hacen a la autoconservación del niño. Entonces, la primera función del otro es una función de inscripción sexual: el otro, bajo la idea -desde el punto de vista de su propio clivaje psíquico- de que sólo produce un cuidado de la vida del otro, introduce acciones que propician la inscripción de la sexualidad. Y aquí ha de hacerse presente la ética, en el sentido que
plantea Emmanuel Levinas, como "reconocimiento de la presencia del semejante": el semejante inscribe una ruptura en mi solipsismo, en mi egoísmo; el cuerpo del niño es acotado como lugar de goce en la medida en que el adulto expresa al niño el amor en los términos de la ética, vale decir, el amor sublimatorio capaz de tener en cuenta al otro, de considerar al otro como subjetividad.
Así, la cuestión de la ética empieza por el modo en que el adulto va a poner coto a su propio goce con relación al cuerpo del niño. En los cuidados que realiza va a inscribir el orden de una circulación que, siendo libidinal, no es puramente erógena sino que, además, es organizadora. Y esta forma de operar del adulto con el niño es la base de todos los "motivos morales", como escribió Freud en Proyecto de una psicología para neurólogos. El niño llora porque tiene malestar, porque siente displacer: para que su llanto se torne mensaje, es necesario que haya otro humano capaz de recibirlo y transformarlo en algo a lo que hay que responder. Actualmente, en Estados Unidos hay una corriente de crianza que plantea no responder al llamado del niño: como una forma de educación, de no crear dependencia, de evitar la
esclavización del adulto por el niño. Pero, ante la ausencia de respuesta, el mensaje interhumano no se constituye. Jaime Tallis, especialista en neuropediatría, presentó hace unos años un video donde se veía un bebé que lloraba y la madre no le respondía: durante un rato, el bebé lloraba cada vez más intensamente; pero, al final, dejaba de llorar y se abstraía.
Esto muestra cómo el mensaje no se puede constituir si no hay un destinatario. Un mensaje puede no tener emisor: si llueve y yo entiendo que es una bendición de Dios, no necesariamente Dios me mandó ese mensaje. Pero el mensaje no se constituye si no hay alguien que lo reciba, es decir, que lo decodifique. Esta decodificación será una interpretación, que el receptor hará, no sobre ninguna regla sino sobre la base de su propio deseo o su propia angustia. En el caso del bebé, ha de haber un adulto que codifique el llanto: "Tiene hambre" o "Tiene frío". Una señora me contaba: "Yo lo tuve en mi cuarto hasta el año y medio, porque me daba miedo que tuviera frío, pobrecito, de noche..."; por estar en el mismo cuarto, él debiera tener menos frío, como si la proximidad de los cuerpos resolviera la cuestión. O bien, el personaje de Freud, que, en Inhibición, síntoma y angustia, decía: "Tía, hablá, que cuando hablás está menos oscuro".
De todas maneras, lo que nos interesa de esto es la codificación, en términos de transcripción al lenguaje de las necesidades biológicas. En rigor, el bebé no tiene hambre: tiene algo que podríamos denominar
displacer, malestar: uno lo nombra como "hambre". Lo que el bebé tiene son sensaciones, que pueden ser codificadas de manera bizarra. La madre de uno de mis primeros pacientes psicóticos, cada vez que él bostezaba, le decía: "¡Julito, ¿tenés hambre?!". En realidad, la interpretación era tan bizarra como la que podía enunciar yo: "No, está angustiado". Se supone que uno bosteza cuando tiene sueño, no cuando está angustiado ni cuando tiene hambre. Mi interpretación era tan abstrusa como la de ella, pero con la
diferencia de que estaba basada en una teoría, mientras que la de ella era libre.
Volviendo a la función del otro: esa codificación del mensaje genera la primera forma del intercambio; si ustedes quieren, la primera forma sublimatoria del intercambio. Si, cuando el bebé llora, el adulto está muy desorganizado o atravesado por angustias muy intensas, puede darle algo que no corresponde, puede darle algo que lo perturbe gravemente. Muchas madres borderline, o bajo situaciones desbordantes, les dan de comer a su bebé permanentemente, cada vez que llora. Con lo cual articulan circuitos que a su vez producen malestar en la pancita y entonces el bebé llora cada vez más seguido. En algunos casos, la madre no tiene mucha idea de cuánto tiempo pasó entre una mamada y otra o entre un biberón y otro. Una madre psicótica le daba al niño una mamadera con leche demasiado caliente: el bebé gritaba y
lloraba y ella se desesperaba porque el bebé no comía. La temperatura del biberón era como la del café que ella tomaba: no podía advertir la diferencia entre ella y el niño y creía que era la temperatura adecuada. Acá se plantea una cuestión: la imposibilidad de ver al otro como un sujeto con necesidades diferentes a las que uno tiene.
Esto concierne a la cuestión del narcisismo. Estamos demasiado habituados a pensar que el narcisismo es simplemente especularidad o prolongación de uno mismo. En el caso de la madre, o del adulto que tiene a cargo al bebé, se trata de un narcisismo de objeto. El adulto realiza un reconocimiento especular en términos ontológicos: "Este es de mi especie". Es cierto que, muchas veces, la categoría de "semejante" no abarca a toda la humanidad, pero en general abarca a los hijos. En general, pero no siempre: en algunos casos de psicosis de niños vemos que el chico ha sido tratado como un animalito, como un ser biológico: falta la proyección sobre el bebé, no sólo de su potencialidad, de lo que debe llegar a ser, sino de lo que es. Porque, en realidad, la atribución que se hace no es a futuro sino en presente: la
atribución empieza en el embarazo, con el encubrimiento del carácter de masa biológica que tiene el bebé y con la representación que la madre se hace de la cría: la madre no se representa el bebé en la panza como un pedazo de carne sanguinolenta, sino como un bebé, con escarpines, osito. Y esto es
irreductible a la ecografía.
Cuando empezaron las ecografías, yo pensaba que iban a desbaratar el imaginario, pero la gente se pone a ver la ecografía como si viera ya las imágenes del bebé: "¡Mirá cómo se da vuelta! No quiere que lo vean..."
"¡Mirá cómo se tapa el pito!" "Uy, éste te va a volver loca: mirá cómo mueve las piernitas". No es solamente una atribución a futuro, sino una enorme capacidad de la imaginación creativa, de la imaginación radical -en términos de Castoriadis-, para producir algo en el lugar donde no está: vale decir, producir una proyección. Y esta proyección no tiene el contenido patológico o defensivo que aparece clásicamente en psicoanálisis, sino que es constitutiva. La diferencia con la proyección patológica es que está dada por los enunciados de cultura, que, así, permiten articular la representación de lo imaginario.
De modo que, en los primeros tiempos de la vida, esa mirada narcisizante del otro, que ve totalidades, es lo que precipita ontológicamente al sujeto. En el cuerpo como objeto de goce, se trata de parcialidades. Y esto concierne, después, a los modos de derivación de la sexualidad adulta. La idea de que lo parcial tiene que ver con lo perverso sigue siendo válida: no por el empleo de zonas erógenas que no sean las genitales, sino por la manera de percibir desubjetivadamente el objeto de goce que, entonces, pierde sus rasgos de humano. Hablaremos entonces de modos desubjetivantes con ejercicio perverso, no importa que la relación sea heterosexual o incluso genital: lo que la define es la subjetividad en juego; la posibilidad, o no, de subjetivación del otro.
Esto ocurre también en los comienzos de la vida. Y se refiere a la fuente de toda constitución posible del sujeto ético. En la medida en que se produce un reconocimiento ontológico y, al mismo tiempo, una diferenciación de necesidades y un reconocimiento de las diferencias, el sujeto no queda capturado por una sexualidad desorganizante inscripta por el otro, sino que comienza a inscribirse en un entramado simbólico que lo desatrapa, tanto de la inmediatez biológica como de la compulsión a la que la pulsión lo
condena.
* Texto extractado de la clase Nº 1 del Seminario "La construcción del sujeto ético", dictada el 10 de abril de 2006.
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-90109-2007-08-23.html
SOBRE LOS MECANISMOS DE DESPRENDIMIENTO
Juego infantil, producción de sentido y "Gatita"
Por S. B. *
Una niña de seis años está pasando una temporada en la casa de sus abuelos; la madre salió en viaje de trabajo por unos días. Una noche, la nena entra en el cuarto de los abuelos y pide un cepillito para limpiar una caja de plástico que encontró; quiere que se la ayude a armar una cuna para "Gatita",
muñeca que es su objeto transicional favorito. Arma una cuna muy particular, porque es mitad princesita mitad linyerita, digamos. Como almohaditas, pone unas carilinas, y yo le regalo un pañuelo de seda que le encanta (algunos de ustedes ya se han dado cuenta: se trata de mi nieta). Ella me agradece mucho y dice: "Vos sos muy buena porque me diste algo que te gusta, no me diste algo que no te importa". Con lo cual hace una diferencia entre la caridad y la solidaridad, al rescatar el amor como don de lo que se aprecia. Trabaja mucho tiempo, pega en la cuna fotos de Gatita; el abuelo la ayuda. Violeta lleva a Gatita al otro cuarto, con su cunita. A la mañana siguiente, me despierto pensando que lo sucedido tiene una relación con la ausencia de la madre (me doy cuenta, como me corresponde, no como analista, sino como abuela): ella vicarió en Gatita su propio sentimiento, mezcla de princesita y linyerita.
Durante el día, me pregunto cómo la estará pasando y me doy cuenta de que se las arregló muy bien con ese episodio, porque no hay repetición compulsiva, sino creación y producción de sentido; transformación sobre lo real, no pura repetición de lo displacentero. Y la noche siguiente hace algo que confirma la hipótesis. Me pide cerrar la puerta de nuestro cuarto y al rato golpea.
Yo digo: "Pase". No contesta nadie. Digo: "Adelante". No contesta nadie.
Entonces el abuelo abre la puerta y encuentra la cunita con Gatita adentro.
El dice: "Ay, nos dejaron una gatita. ¡Qué maravilla!". Entonces ella entra, muerta de risa, y dice: "Hay gente que hasta deja chicos". Yo le contesto: "Qué suerte tiene Gatita de que tiene una mamá y unos abuelos que la quieren tanto, y qué suerte tenés vos que tenés una mamá que ya vuelve". Ella me mira divertida y agradecida, y se va.
No es que la niña haya disociado lo doloroso, que deba serle reintegrado: no ha establecido una repetición, sino una transformación. Si, por ejemplo, ella hubiera agredido a Gatita y se hubiera sentido con culpa, estaríamos ante un síntoma, pero, en cambio, manifestó la posibilidad de darle a Gatita lo que ella quiere que le den. Esto que quiere que le den, ella lo tiene, pero, aun teniéndolo, tiene miedo de no tenerlo. Por eso mi respuesta: qué suerte tiene Gatita (claro que, en aquel momento, nada de esto se me había ocurrido).
Hacía un tiempo, a Gatita se le había aplastado un poco una patita y la madre le dijo: "¡Ay, me duele mucho!". Ella le contestó: "No, a mí me duele más porque vos sos la abuela y yo soy la madre, y siempre me dijiste que no hay nada más importante para los padres que los hijos".
En términos de defensa normal o patológica, me parece que la niña no está quebrantada por el síntoma, sino dedicada a la producción de sentido: ésta permite construir defensas que van modificando el displacer generado inevitablemente por la vida psíquica. Pensando en estas diferencias retomé un concepto que fue primero de Edward Bibring y después de Daniel Lagache.
En Bibring es working-off, trabajo de puesta afuera; en Lagache es "mecanismo de desprendimiento". Bibring propuso mecanismos del yo que convendría diferenciar de los de defensa. Son, diríamos, defensa no patológica, sino saludable (es mejor decir "saludable" y no "normal", ya que la normalidad puede ser muy insalubre). Estos mecanismos se diferencian de los de defensa en su relación con la compulsión de repetición. Bibring describe diferentes métodos de desprendimiento, como la separación de la libido, el trabajo del duelo, la familiarización con la situación ansiógena.
En Lagache, los mecanismos de desprendimiento del yo no tienen por meta conducir a la descarga, como sucedería con la abreacción, ni hacer de la tensión algo peligroso, como ocurriría con los mecanismos de defensa: su función es disolver progresivamente la tensión y cambiar las condiciones internas que le dan nacimiento.
La puesta afuera, en Bibring, o el mecanismo de desprendimiento de Lagache, serían formas de la creación; formas de la producción simbólica que, a partir del malestar psíquico, permiten un enriquecimiento. En última instancia, la defensa normal sería la posibilidad de establecer transformaciones, de apropiarse de nuevas representaciones, en movimientos por los cuales el sujeto no queda ya librado a la repetición.
El ejemplo de "Gatita" podría haberse presentado en una situación clínica, una niña en análisis que hace ese juego durante un tiempo: en tal caso, se nos plantearía si es pertinente una interpretación o bien una intervención simbolizante: son dos cosas diferentes. La interpretación daría cuenta de un fantasma inconsciente, que sin duda está ahí. Violeta está preocupada, pero al mismo tiempo se siente protegida y en un espacio que le permite desplegar el fantasma. Esto podría ocurrir perfectamente en una sesión analítica. Por lo demás, la interpretación sólo tiene lugar en la situación analítica; fuera del espacio adecuado, jamás se interpreta; a lo sumo, se ayuda a pensar al otro. Les diría que, aun en el espacio analítico, pocas veces se interpreta. Pero, en efecto, en una situación analítica, si un día le duele
la panza porque no está la madre y otro día puede establecer ese juego, es posible interpretar el dolor de panza como una equivalencia de la angustia que no puede formular. En cambio, cuando establezca el juego, uno puede hacer una intervención simbolizante, para permitirle nuevas vías de simbolización.
* Fragmento de la clase dictada el 25 de junio de 2007.
-Fuente. Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/90109-28789-2007-08-23.html
Borgesless*
Puedo resignarme
a yacer en mis propios sueños
O
en los sueños de los otros
escritores magos pintores de obra
incapaces bohemios ascetas doctores
o los sin nombre
sin hambre
en cualquier lugar
aún sin geografía
viviendo sus vidas
plagadas de vampiros devotos y
fantasmas ansiosos
sumidos en meandros y laberintos
multiplicados como títeres en serie
Pero no en mi vigilia:
Donde dudo si Borges J. L.
alguna vez existió
y resignándome después
a no tener respuesta
porque también
todos hablan de un Más Allá
entre chungas y TV
del cual nada se sabe
y sí tambien
hay aguas llenas sobre el tema
en religiones mitos
y en la vara creíble
de noveleros y cuentistas
y sin embargo...
*de Victor M. Falco vittoriofa9@hotmail.com
Correo:
Siglo y medio de ferrocarriles en Argentina*
Se trata de una comunicación alusiva a la conmemoración del los 150 años de funcionamiento de
los ferrocarriles en Argentina,cuya redacción hemos finalizado el dia 23 de Agosto de 2007.
Se puede consultar en el vínculo:
http://members.tripod.com/choloar/SIGLO_Y_MEDIO_DE_FERROCARRILES_EN_ARGENTINA.htm
Con mis atentos saludos
*Alfredo Armando Aguirre. choloar@rocketmail.com
Página personal: http://choloar.tripod.com/choloar.html
Mi Blog - Bitácora: http://choloar.tripod.com/Alfredo_Aguirre/
*
Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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miércoles, agosto 15, 2007
ESTACIÓN SALTO
INVENTREN
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Rieles de niebla*
Al borde del desierto
hay un margen de azules hierbas
por donde circulan trenes inalcanzables.
Sin inmutarse
pasan frente a mis sueños.
Rieles de niebla. Destinos ajenos.
La boca del viento
sopla colores de insomnio
sobre mis hojas en blanco.
Un viaje al pasado
deletrea
el deseo
de migrar.
*De Gabriela Delgado agualunagd@yahoo.com.ar
-Del libro "Pasajeros del penúltimo tren"
Estación SALTO.
*
La ve pasar todas las tardes, en compañía de sus estridentes amigas. Todas visten el mismo uniforme, de un colegio privado de la zona: camisa blanca, pollera tableada escocesa, corbata al mismo tono que la falda, medias azules y mocasines negros. No tiene más de 16 años, aunque si la viera maquillada,
bien podría darle 25. El cabello, rubio y lacio, lo lleva atado en una prolija cola de caballo. Sus facciones son tan virginales, y a la vez, se le antojan tan deseables. Labios carnosos, pómulos altos de mejillas rosadas, ojos claros y profundos. Su alta y delgada silueta se contornea con gracia,
y hasta con cierta provocación, cada vez que elude los caños del guardaganado que obstaculizan el libre paso de las bicicletas, en la escalerita de cemento que pasa junto a la entrada de la garita. Sus caderas
oscilan hacia un lado y el otro, y sus pechos llevan un exquisito vaivén que
lo hace estremecer.
Hace dos años que Julián trabaja como guardabarrera en este paso a nivel -elevado sobre el terraplén, en ángulo de 35º respecto de la calle-, cercano a la estación ferroviaria de Salto. Si bien el tránsito de vehículos no se caracteriza por su masividad, menos aún lo es el de las formaciones que circulan rumbo a Rosario o Estación Buenos Aires. Su trabajo es más bien tedioso, pero es lo único decente que pudo encontrar al llegar al pueblo, sin referencia alguna desde Santiago del Estero. Al menos, le representa una entrada fija por mes. Y eso no es poco.
Con el tiempo ha descubierto que la tarea es bastante monocorde: agitar la bandera -verde o roja-, hacer sonar el silbato ante el paso de cualquier formación, bajar o subir la manivela de la barrera a rayas, atender con precisión a todas las señales y semáforos que se enciendan sobre las vías. Y por supuesto, prestar mucha atención a los peatones que cruzan de un lado al otro, al pasar junto a él.
Entre los objetivos a contemplar se destacan, obviamente, las mujeres. Y entre todas ellas, estima en mayor grado a las adolescentes; en especial, las que ostentan uniformes escolares. Ignoraba cuál era el motivo por el que le llamara la atención semejante detalle. No abundaban en su pueblo de
Santiago los colegios privados, pero creía recordar que alguien le había hecho notar el atractivo que generaban las borregas así vestidas en la mayoría de los hombres. Pero por sobre todo, evocaba el impacto que le había causado aquella vez, en un "cabarute" del centro al que había ido con Pancho
Suárez -coterráneo suyo-, un portentoso strip-tease que hiciera una morocha muy tetona, quitándose un jumper escolar de manera tan sugerente, que él había estado a punto de acabar allí mismo, ensuciándose los pantalones recién planchados. No recordaba haberse excitado tanto desde que llegara a Salto. Y aquella imagen le ha quedado marcada a fuego desde entonces en la memoria.
Hasta que la vio avanzar por primera vez hacia la garita, una tarde de comienzos de septiembre, y su imaginación se desbordó sin freno.
Sus amigas la llaman Flor; por Florencia, quizás. Su voz es tan envolvente que su recuerdo lo trastorna por las noches, en la fría pieza de la pensión.
Evoca su risita, cómplice, provocadora, tan puta. Necesita llegar cuanto antes al inodoro, si no quiere ensuciar las sábanas. Y se promete, mientras se toquetea en la oscuridad, que la próxima vez que la vea le hablará, le dirá algo, tan sólo para escuchar que su cálida y sugestiva voz se dirige hacia él.
Pero no puede; sus reparos son más intensos que cualquier fantaseo erótico.
Continúa observándola pasar de lunes a viernes, todas las tardes, extasiándose de verla de frente cuando llega y de espaldas cuando se va.
Intuye que ella sabe que la miran, pero se desentiende. Juega con él a la distancia, sin mirarlo, especulando con esa natural indiferencia que la caracteriza, un misterio que lo excita cada día más.
Hasta que una tarde, a comienzos de diciembre, Flor llega sin sus amigas; habrá tenido que rendir algún examen sin sus compañeras de curso, quién sabe. Hace mucho calor. El sudor se le adhiere a la ropa, humedeciendo la camisa; marcando sus generosas carnosidades, la inconfundible silueta de sus
pezones debajo del corpiño, su tentación sin fin. Julián apenas se asoma fuera de la garita, conteniendo la respiración, paralizado ante semejante espectáculo. Flor se acerca despacio, con andar felino, demorándose en llegar, mirándolo a los ojos. Sus esbeltas piernas relucen sudorosas, con el ruedo de la pollera deliberadamente alzado, al estilo de una minifalda, para que sus encantos se vean más.
Al llegar a los caños de la escalerita se detiene, dándole la espalda al volverse hacia la vía, realizando un giro muy pausado, como si alguien la llamase desde la escalerita del otro lado. Se toma del caño con ambas manos y apoya el pubis contra él, mientras proyecta las nalgas hacia fuera y arquea levemente la espalda, oscilando el cuerpo a la manera de un inusual, obsceno frotamiento. Y aunque Julián no pueda creerlo, a escaso medio metro de donde se encuentra, Flor lo mira de reojo y suspira. Sí, la pendeja está gimiendo. Los labios entreabiertos, el sudor descendiendo a lo largo del cuello largo y delicado, las manos asidas firmemente sobre el caño.
A lo lejos, se deja oír el silbato del tren.
Julián no lo escucha. Flor lo ha cautivado con sus felinos movimientos. Sus nalgas se mueven no sólo adelante y atrás, sino también a los costados, incitando a la caricia. El sudor desciende a mares desde la frente de Julián, recorre su cuello, parece atragantársele en la laringe, empapa su camisa y abulta su pantalón. Tiembla de pies a cabeza, incapaz de seguir conteniéndose durante mucho tiempo más. Una de sus manos vacila y comienza a extenderse muy lentamente en dirección a la chica, cuya cadera rehúsa el
contacto, vigilándolo de reojo, sin dejar de gemir, ahora con un tono mucho más audible, casi exagerado.
Entonces Flor se vuelve hacia él, mirándolo de frente, soltándose del caño.
Julián queda petrificado, su mano a escasos treinta centímetros de las costillas de ella, conteniendo la respiración con un acceso de escalofrío.
Flor se muerde apenas el labio inferior, vacila, su pecho sube y baja inquietante al ritmo de una respiración agitada. El mundo parece detenerse.
No hay peatones en las escaleritas del paso a nivel elevado, tan solo ellos dos, suspendidos en el tiempo a causa de un misterioso hechizo.
Con gesto tembloroso, como si dudara en realizar el movimiento, Flor extiende su mano derecha y la desplaza hacia el pubis, hundiéndola suave en la pollera, con un acceso de gemido, entrecerrando los ojos. La punta de su lengua se relame el labio superior, mientras la mano restante asciende hacia
uno de sus pechos, rozándolo apenas. Julián siente la boca pastosa, el sudor adherido sobre su cuerpo, la incredulidad del momento. Y con un hilo de voz, inseguro por completo de sus actos, sugiere:
-¿..por qué.. no... entrás.. en.. la garita..?
Al escucharlo, Flor hunde aún más su mano derecha en el pubis, doblándose hacia delante, proyectando los pechos hacia él. Retuerce sus piernas entre sí a la manera de un espasmo, tanteando el caño con la mano restante para no perder el equilibrio. Y abre los ojos para mirarlo con fijeza, respirando por la boca, jadeando ostensiblemente. Julián no puede contenerse más. Un dolor le crece dentro del pantalón, obligándolo a inclinarse hacia delante.
Su mano sale disparada hacia el brazo de la chica, intentando aferrarla, capturarla, dominarla.
Flor emite un gritito de sorpresa al percatarse del gesto. De pronto, su acto lascivo pierde todo el encanto que había conseguido desarrollar frente a él. Aparta su brazo, decidida, mirando a Julián casi con asco, y salta fuera de su alcance, hacia las vías.
-¡Ni se te ocurra, asqueroso! -, alcanza a decir. Antes de que su cuerpo desaparezca de la vista de Julián, al tiempo que se oye, proveniente casi de otra época, desde otro universo, el agudo silbido
de un tren -el de la formación de las 16:08-, excesivamente cercano.
Julián alcanza a emerger de la garita, pero todo ocurre en apenas una décima de segundo. Llega a vislumbrar el sudoroso blanco de la camisa, el manchón azul del bolso que lleva colgado del hombro, un destello de cabello rubio al viento, y no mucho más. El violento rugido del calor de la locomotora,
disparado casi a quemarropa sobre su rostro, le absorbe toda referencia sensorial, transformando su entorno en algo tan ajeno como la reciente situación.
Y un acceso de vómito llega hacia su boca con el amargo alivio de una maldición, que cargará en su alma de por vida.
*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
Incertidumbre*
Espero en un viejo andén.
El viento promete regreso.
Se visten de tiempo y paciencia mis ojos.
Llueve cielo de tormenta
desde las ramas de un jacarandá.
Las rosas callan su perfume.
Entre bambalinas,
el destierro confabula con la herrumbre
de un rito funerario
que no pudo vencer al tiempo.
*De Gabriela Delgado agualunagd@yahoo.com.ar
-Del libro "Pasajeros del penúltimo tren"
PRIMER ÚLTIMO TREN. EL TREN*
El tren no se detiene jamás, por el fuera las cosas carecen de realidad. Sólo hay aquí el ritmo de los sacudones constantes que ya no se sienten, el ruido que forma un continuo, el olor de los vagones y la gente sentada eternamente, comiendo de envoltorios que terminan arrugados en los pasillos.
Yo camino buscando ese cine móvil, que se mueve porque el tren se mueve y se mueve porque sorprendentemente aparece a diferentes distancias de la locomotora, que, como el vagón de cola, son los hitos inmóviles que a la vez se desplazan.
Encuentro la puerta que comunica con la oscuridad. La película de ahora es japonesa. Ya ha comenzado, jamás logro ver los títulos de inicio, siempre los finales.
Hay gente en un enorme edificio rodeado por el otoño. Los jardines son memorables, tienen esa sutileza oriental en el dibujo de las ramas tenues sobre cielos blancos.
Las personas, lo adivino después, están muertas. Han llegado a un lugar de tránsito donde deben escoger un instante, el instante más feliz que hayan vivido, para pasar en él la eternidad. Tienen un tiempo para hacerlo.
Los vemos recordar, buscar, debatirse entre instantes afortunados. Hay quien fue un mujeriego desapegado, pero decide que la eternidad será un momento con su familia. Hay el joven desdichado que no puede recordar un solo momento de felicidad plena, pero descubre que puede pasar la eternidad en el recuerdo dichoso de otra persona, esa otra afortunada persona que fue feliz gracias a él. Y hay una ancianita.
Hay una ancianita, una viejita que no escucha lo que le dicen, que no responde, que en un momento hace callar a su instructor para poder oír el bello canto de un pájaro que llega por la ventana. Ancianita japonesa, minúscula viejita de manos de niña, levanta el dedito y señala la ventana, para que el joven calle y se dibuje en amarillo el trino que llega de afuera. Recoge piedritas en el jardín, y las coloca sobre el escritorio notando la belleza de esas simples piedras tan poco valiosas para la mirada del hombre que la estudia con aire preocupado.
Y el hombre estudia a la ancianita, a la minúscula viejita de rostro de muñeca cuarteada, hasta que descubre lo evidente. Dice que pensó que sería la más difícil, y es, en cambio, la más simple. Ella ya ha escogido en qué lugar pasar la eternidad. Lo ha escogido desde antes de morir. Como casi todos, se ha vuelto a la infancia, donde la absoluta y plena felicidad es posible.
Y dónde, me pregunto, adónde elegiría, yo, detener el tiempo para siempre. En qué lugar, me pregunto, pasaría yo la eternidad. Cuándo fue el momento de felicidad que desearía proyectar en el presente absoluto, futuro y pasado fundidos en un único instante continuo.
El tren se aleja, o se acerca. El tren sigue su marcha traqueteante por la llanura mientras pienso esto, sentada yo en una butaca de un vagón en penumbras.
Me sobresalta la carcajada de Oliver Reed, que ha muerto; la sonora carcajada de Oliver Reed que ha vuelto hacia atrás la cabeza, me mira con fijeza y súbitamente, bruscamente, brinda por mí bebiendo del pico de su eterna botella siempre llena.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Deshabitada*
Imagino que la casa ya no será la misma.
Este verano los damascos sembrarán
el patio sin una mano que los cobije
y la parra, sin su poda de otoño,
entregará vides vacías.
Los cristales empañados de grises
ya no reflejan verdes en la cocina
El fogón aromado de pan recién hecho
sólo esparce cenizas.
En el desván, olvidada, una caja de fotos
se abraza a un pasado de rieles.
El espejo ha de haber perdido la sonrisa
frente a la sombra.
Una húmeda fatiga se niega
a ser exorcizada con sándalo.
La casa está vacía.
Dos manos y un vaso de vino
deshojan el eco de la risa.
La casa está sola.
Quien la habita eligió el destierro.
El reloj marca un tiempo sin pasos.
*De Gabriela Delgado agualunagd@yahoo.com.ar
-Del libro "Pasajeros del penúltimo tren"
MIRANDO LA PARED*
A Rodolfo (loco) Britos,
señalero del F.C. Roca.
Recuerdo que fue sábado. El frío nos alentó para que nos sentáramos a almorzar con los abrigos puestos. Un guiso carrero vaporeaba en la larga mesa y nos envolvía el aroma de esa salsa picosa. Casi no se veía al compañero de enfrente, pero los diálogos continuaban a los gritos, como si el levantar la voz nos permitiera ver mejor.
Todos éramos ferroviarios, y éste, uno de los encuentros mensuales de los sábados. Tratábamos de reorganizarnos después del descarrilamiento. La identidad ferroviaria nos unía. Durante los primeros tiempos los encuentros eran de desagotes, de vomitar entripados atrancados, catarsis colectiva, angustiante. No se aceptaba la derrota. Tozudamente se decía que se había triunfado, pero se estaba afuera. A raíz y en torno de esas discusiones la organización no arrancaba. No a todos les venía esa especie de arcadas estomacales. Había de todo: tímidos, extrovertidos y absorbentes que sólo querían hablar y que se los escuche; otros callados, muy callados, algunos masticando un coágulo amargo y muchos que sorpresivamente se destapaban como un volcán dormido.
Existía una gran circulación de compañeros que andaban tras alguna pista para la respuesta de la derrota. ¿Cuál? Si todos rastreaban al tanteo no había huellas que seguir, andaban bien boleados. Los de mayor edad con callosidades antiguas, de cuero atortugado, aguantaban más los pesares de este descarrilamiento. A los jóvenes, que fueron los protagonistas principales de la última pelea, los abarcaba una sensibilidad a flor de piel, cualquier roce los erizaba.
El ferrocarril ya no nos pertenecía, pero circulaba entre nosotros en ese, ¿te acordás de...? Eran los estertores de los ayeres que se encadenaban en una memoria nostálgica resistente a cualquier olvido.
El Loco Britos era uno de ellos. Estaba sentado en la otra punta, hablaba a viva voz, le explicaba a la Betty una y otra vez sus cosas; y ésta, dura de oído que no entendía o no quería entender. Ella argumentaba eso de la entereza, la pérdida de valores, la ideología y la cuestión política. Hasta que el Loco ante una pregunta de la Betty, estalló:
-¡Qué ideología ni política ni qué mierda! ¡Cuando me echaron del ferrocarril quedé vacío! ¡Y la ideología se me fue a la mierda! ¡Y la entereza, esa que decís vos, ni apareció! ¡Qué me venís con boludeces! —y remató—: ¡Me quedé quince días mirando la pared, para que sepas…!
Tras la violenta respuesta se mandó una cucharada del guiso caliente que le peló las encías. Silencio, sólo silencio mezclado con el vapor del guiso y el ruido de los cubiertos. Ante la reacción del Loco, silencio y respeto. Mudos, saboreábamos ese guiso amargo con discreción. Era amargo de verdad. La reacción de Britos nos cabía a todos. Recién salíamos de ese naufragio terrestre: rengos, tullidos, atontados los más; ferroviarios sin rumbo como pájaros sin aire: el ferrocarril ya no estaba entre nuestras pertenencias. Hombres-escombros, estrellados, fuera de la vía. Se trataba de salir de ese territorio; poco a poco comenzamos a olernos y a balbucear de nuevo nuestra identidad, a reconocernos a través de las palabras y el lenguaje. El Loco estalló, otros no. En secreto sufrían una implosión jodida, se estallaba para adentro, con un sufrimiento extraño.
Antes que al Loco lo rajaran se sabía que las notificaciones por las cesantías vendrían. Pero como a los ferroviarios siempre nos rajaban o nos amenazaban vuelta a vuelta, ésa era tomada como un apriete más. Se sabía de esa bravata, pero nada detenía la lucha de la última huelga, menos el fervor de los jóvenes huelguistas por defender el viejo ferrocarril. El momento le llegó al Loco, la cesantía golpeó la puerta de su casa y dijo: “aquí estoy”. No lo podía creer. No había retorno. El Loco Britos se vació. Buscó refugió en su casa. Un silencio como grumo lo dejó sin habla, lo atragantó. Sólo atinaba a sentarse en el borde de la cama y mirar la pared. Dos o tres mates, por la mañana, más no. Arrimaba su lata de tabaco Virginia, armaba sus puchos y como una ceremonia pitaba grueso, mientras miraba el ascenso azulado del humo, apoyaba su codo en la rodilla y con la palma de la mano sostenía el rostro. Así se inmovilizaba horas. Entrecerraba sus pequeños ojos hasta descubrir todos los días un pequeño grano de arena despintado en la pared, con forma de volcán, que sólo él veía. Otra bocanada, luego, con una sonrisa se miniaturizaba, lo penetraba y se transportaba por el volcán, aparecía en el cabín de señales en medio de gritos, teléfonos reclamando atención, el mate que circulaba:
-¡Mové las palancas, Loco, que yo bajo las barreras, viene el de las y diez.
-Meta —respondía el Loco, largando el mate, corriendo el pucho a un costado, pitando, no fumando.
-Es el primero que viene de La Plata, viene el morochaje a laburar, —repetían. Britos movía las palancas de las señales, trababa cambios, contestaba el teléfono, tarareaba un tango, todo se sincronizaba en él.
-Ahí se asoma..., van durmiendo los proletas..., todas las ventanillas empañadas..., ¡qué los parió! ¡Qué de olores todos juntos!
-Viene el otro, es el segundo en el diagrama.
-Asomate, no sea cosa que se duerma de nuevo el Cartonero como la otra madrugada. Pobre viejo, se apoliyó tapado con cartones esperando el paso del tren. Estaba calentito y se amodorró. El matungo se detuvo, dejó de acunarlo, ya se había dormido el anciano, no hacía falta andar.
Así desde la cuatro de la mañana. Moviendo palancas, estirando el pescuezo para ver si las barreras bajaban bien, luego vienen los pibes de la escuela medio dormidos. Espiaba y sacaba más el cogote para saludar a madres y maestras. Todo lo que pasara bajo el cabín era de su incumbencia, y si era de la rama femenina se esmeraba, era un galanteador metódico. El cabín era un faro especial, y en su turno, él era el propietario. Todas las mañanas a través de ese grano volcánico se trasladaba al ferrocarril vivido. Cuando intimé con él descubrí que era un conocedor de música clásica. Su viejo había sido músico.
-Negro, escuchá: es barroco italiano del siglo XVI; escucha esto otro: Vivaldi, qué grande... ésta es La Trucha del pibe Schubert, esta otra: la novena de Beethoven, con ese final de la Oda a la Alegría de Schiller, como juno, ¿ah?
El viejo de Britos lo incentivó con ideas marxistas y éste las absorbió. El padre había sido un viejo militante. Como herencia continuó por los mismos senderos. En la diáspora del Partido Comunista se fue como otros, pero nunca dejó de ser un laburante con conciencia de clase. ´´No tan puro´´, decía él.
Las minas lo distraían en cualquier caso. Gorda, petisa, flaca, renga, contrahecha, era igual, él las miraba y te relataba los encantos que uno no veía. Decía: “Miro como El Principito, “lo esencial está oculto a los ojos, bajo las pilchas”.
La revolución proletaria era su otra obsesión. Soñaba que vendría y pronto; se cargaba de un optimismo contagioso. Minas y revolución eran compatibles.
-Marx, Lenin, el Che, ¿ellos no, acaso? No jodan. El único miedo que tengo —se ponía serio—, es que cuando esté en plena fornicación, justo pase la revolución por la puerta de mi casa y me la pierda. Pero no, no ha de ocurrir, el placer de la revolución es superior al carnal...es como un orgasmo popular, ¿entendés?
-¿Y si te sorprende?
-Me calzo los pantalones y me rajo con la gente. Me daría mucha pena abandonarla, ella comprendería, porque seguro que antes le habría hablado de la otra: de la revolución —y esa preocupación del Loco era por demás sincera.
Mañanas frías, el cabín se calentaba por la estufa de leña, se empañaban los vidrios y como un hábito chantaban su nombre o algún viva de circunstancia. O lo limpiaban con una estopa para ver el arribo de los trenes tempraneros. Más tarde, las maniobras. Se sentía por el teléfono desde control general:
-Loco, bajále la bombacha a la Porota.
-Después que pase el rápido se la bajo —contestaba (la bombacha era una señal de color blanco y la Porota, la locomotora de maniobras). Más tarde las largas charlas por teléfono. Que el gremio, que la asamblea, que la reunión previa, convencer al otro turno, el comunicado que no se entiende, que no me alcanza la guita, las conversaciones íntimas con el compañero, la familia, los hijos, la vida...
-Carajo, cuántas cosas, cuántas, y ahora, ahora qué solo estoy, cómo mierda le hago a la vida, ¿cómo?, si estoy vacío, blando, sin nada, sin palabras, sin carajear, ¿cómo le hago a la vida? ¿Adónde voy? Si yo siempre anduve entre los rieles. ¿Cómo le hago a la vida si no tengo camino? ¿Quién cuidará al Cartonero? ¿Quién le alcanzará un jarro con mate cocido, con leche y una galleta? ¿Cómo le hago a la vida? —se dirigía al volcánico grano de arena, transformándolo a veces en su oyente.
Durante quince días más o menos fue rutina ese viaje, todas las mañanas y a veces por la tarde. A través del pasadizo que era ese grano de arena viajaba al cabín de señales, al sindicato, a los asados. Se repetía y repetía como saboreando cada recuerdo. Encendía un pucho antes de iniciar el viaje, dos pitadas y emprendía la travesía. Este desprendía una fina hebra azul que se estacionaba en el cielorraso. Al rato, el pucho le quemaba los dedos y el dolor lo hacía regresar en forma precipitada a la habitación. Puteaba, armaba otro cigarrillo, intentaba el retorno, pero no encontraba el grano de arena en la pared, el encanto se había hecho humo.
Mientras masticábamos ese guiso amargo y se empañaban los vidrios del corredor por los vapores y los alientos envinados, no dejaba de observarlo. Hablaba en vacío, sin relleno, pero volvía despacio, se serenaba. Estaba rodeado de ferroviarios. Eran otros diálogos, varios oficios estaban presente; pero se hablaba de lo mismo: del ferrocarril. Nos habían sacado el ferrocarril, ese inmenso objeto, que era nuestro sujeto. Como a nuestros hermanos indígenas cuando les talaron los árboles, los dejaron sin sujeto y sin pájaros, y los vientos les arenaron la mirada.
Una mañana cualquiera arrimó de nuevo la lata con el tabaco. No alcanzó a armar el pucho. El tabaco voló por sobre el cubrecama. Se acabó la joda: Hilda, su mujer, de un cachetazo le hizo volar el armado a la mierda, lo zamarreó. Esperó que se fueran los chicos al colegio, el bebé dormía.
-Andá a bañarte y dejá de velar al muerto. Ya está, basta, qué tanto joder. Mirá por la ventana, mirá la vida. Bañate, afeitate y aquí tenés unas chirolas que hice de unas costuras. Rajá, andá a ver a tus amigos de la cooperativa. Basta de mirar la pared. El Loco, sumiso, rumbeó para el baño.
-¿Eso te dijo tu mujer?
-Vos, ¿qué le dijiste?
-¿Qué le voy a decir?
-Mierda que te zamarreó lindo, machito tierno, ¿no le dijiste ni un rezongo?
-Nada, me zamarreó, no dije nada. Quedé limpito, me cambió hasta los calzoncillos; salí a la calle aseadito como pendejo en su primer día de clase.
Hizo una pausa. No contestó las preguntas de sus compañeros. Comenzó a hablar como si contara al vacío una acción reflexiva, de muy adentro.
-Vos sabés que mientras caminaba me despabilaba y sentía al andar el tintineo de las monedas que viajaban en mi bolsillo, las que colocó Hilda, mi mujer. Eran los pesitos de una changa. Ahí no más, de sopetón, me agarró una emoción del carajo, se me calentó el rostro, era un ardor raro, distinto, te diría, como un fresco; es que me acordé de como luchábamos por el rancho, los pibes, como bancó todo en mis ausencias militantes. Me entró de seguido, después del ardor, unas putas ganas de vivir... y me dije: ¡perdí quince días mirando la pared! Paré, me senté en el banco de la plaza frente a la estación y le metí al pensamiento. Me dije, cosas y bastante feas, no vayan a creer. Me dije: “continuar mirando la pared sí es una derrota.” Repensaba luego: “¡qué mujer que tengo!” Mi mujer me sacó del grano de mierda que estaba incrustado en la pared, me tenía atrapado.
Después de pensar me agarró otra locura, distinta. Regresé a casa. La busqué a la Hilda, estaba fregando en la batea, meta laburar, dejaba la casa limpia antes de ir a changuear. La agarré de las nalgas y le dije:
-Hilda, corré las cortinas... quiero agradecerte, festejemos... Hilda, fregándose las manos jabonosas, donosa, ablandada, respondió como asumiendo el envite:
-Y si justo pasa...
-¿Pasa quién?
-La que vos siempre esperás, ésa, la revolución.
-Cerrá bien las ventanas Hilda, la esperada sos vos ahora, para la otra falta mucho, anda lerda la muy desgraciada. Festejemos Hilda, que escapé del grano de arena de la pared...festejemos. Vos me ayudaste y te lo quiero agradecer.
Hilda, gustosa, corrió las cortinas y trancó las persianas, pero antes, espió por si venía la otra, la lerda. Una, nunca sabe...
*de Juan Carlos Cena. ferrocena2003@yahoo.com.ar
-Este cuento integra el libro "Crónicas del Terraplen", editado por La Rosa Blindada.
Quien quiera adquirir el libro y no lo encuentre en su libreria amiga puede comunicarse al correo de Juan Carlos Cena quien lo enviara por contrareembolso.
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Al paso cansino, el teniente Juan Sosa deambulaba a lo largo de la Pampa sin demasiado interés, casi sin sentido. Sus pensamientos vagaban sin rumbo, desconcertado ante su nueva situación. ¿Qué podría hacer, ahora que ya no pertenecía al valeroso ejército del General Julio Argentino Roca? No se le ocurría otra cosa que vagar montado en su vapuleado matungo. Errático merodeo que sin percatarse lo ha ido conduciendo hacia los terrenos que alguna vez le entregara el General Juan Manuel de Rosas a su abuelo, Don Inocencio Sosa –integrante de la Mazorca-, luego de aquella otra Campaña al Desierto, y que desde entonces pertenecieran con orgullo a su familia.
Como no podía ser de otra manera, los Sosa continuaron siendo parte de la “Gran Familia Castrense” aún habiéndose retirado Don Inocencio de la fuerza. Sus hijos habían continuado con ahínco la carrera militar, e incluso los campos familiares habían formado parte de una gruesa línea de fortines que el gobierno del General Roca había mandado emplazar para detener el avance de los malones. Sin embargo, nada de ello parecía haberse mantenido en pie. Con el correr de los años, los fortines habían desaparecido, y lo que alcanzaba a divisar el teniente Juan Sosa desde su cabalgadura eran apenas unas pálidas ruinas de lo que otrora fuera la gran casa familiar.
Se acercó al tranco lento en las últimas horas de la tarde, intentando encontrar alguna familiaridad en el terreno; sin embargo, las construcciones que aún quedaban en pie distaban mucho de parecerse a lo que él alguna vez hubiera conocido. El casco de estancia se había desintegrado en el aire, llevándose consigo los recuerdos de toda una familia, y apenas algunos ranchitos de la servidumbre parecían haberse mantenido en pie, para que con el tiempo el gobierno de la provincia los apropiara para cederlos al ferrocarril. A pesar de cierta indignación que intentaba a duras penas mantener a raya, el teniente Juan Sosa sintió henchirse el pecho al comprobar que aquello se había convertido en una estación ferroviaria, aparentemente desierta, y que el cartel blanco y negro que indicaba su paradero ostentaba el querido nombre de su abuelo.
No fue lo único que divisó en el horizonte, cada vez más oscuro. También llegó a distinguir la oscilante silueta de un jinete, acercándose a los tumbos hacia la estación, con paso inexperto. El teniente Juan Sosa no tenía mucho más que hacer, por lo que aguardó, movido por la curiosidad, hasta que el jinete se acercara.
El jinete resultó ser una mujer, que consiguió dominar al caballo como pudo, antes de saludarlo en medio de una nube de polvo, despeinada y con expresión afligida.
-¡Buenas tardes! –saludó ella, a lo que el teniente Juan Sosa respondió con una inclinación de cabeza. -¿Conoce por dónde queda la escuela rural?
-No le sé decir. Yo también parezco un extraño por estos lugares. Y eso que durante buena parte de mi vida anduve por estas tierras.
-Soy la nueva maestra rural –informó ella, -y vengo a hacerme cargo del único grado que existe en esta zona. Si le soy sincera, nunca me tocó trabajar en un lugar así, pero los cargos últimamente no abundan y la vocación tira bastante como para no hacer un sacrificio…
Como el teniente Juan Sosa se limitaba a mirarla sin comprender demasiado, ella preguntó:
-¿No sabe dónde podría encontrar a alguien que me informe?
-Lamento no poder ayudarla –se excusó él.
Y estaba a punto de continuar su camino cuando la expresión de ella se transfiguró, oteando por encima del hombro del soldado.
-¿Qué es esa luz? –chilló ella.
El teniente Juan Sosa volvió la cabeza y divisó a través de los árboles de un monte cercano un resplandor brillante, que parecía acercarse a gran velocidad. Sin pensarlo siquiera, experimentando una nueva sensación de extrañeza en los campos de su familia, respondió alarmado:
-¡La luz mala!
Y espoleó a su matungo, atemorizado de ser alcanzado por lo desconocido. La nueva maestra rural, asustada ante lo novedoso de la situación, azuzó a su caballo y se dispuso a seguirlo, siempre peleando con su cabalgadura para que con sus corcoveos no la dejara de a pie.
No alcanzaron a llegar muy lejos. La imponente luz los cercó muy pronto, causando la sensación de indefensión más poderosa que hubiera podido experimentar, mucho más terrorífica que la de enfrentarse a un desatado malón de la indiada, con sus lanzas al viento y sus aullidos infernales. Aunque no fueron aullidos lo que escucharon a sus espaldas, cada vez más cercano, sino el fragor de un continuo traqueteo y una súbita sirena que chilló en la noche recién llegada.
-¡Hágase a un costado! –le gritó la nueva maestra rural, al tiempo que reparaba en el terreno irregular sobre el que cabalgaban sus monturas y se criticaba a sí misma por haber sido tan ingenua.
Ambos jinetes se apartaron del camino que venían sosteniendo por encima de unos ajados durmientes de madera, rodeados de cantos rodados, para darle paso a una briosa locomotora que los azotó con sus ardientes ventisqueros de vapor, a punto de atropellarlos. La estridente sirena se dejó escuchar durante bastante tiempo, mientras la formación ferroviaria se alejaba presurosa rumbo al horizonte nocturno, sin detenerse junto a la deteriorada silueta de la estación.
Ambos jinetes recuperaron gradualmente el aliento luego de semejante susto, sintiéndose inquietos y extrañados, uno por el desconocimiento, la otra por su falta de percepción ante los espacios abiertos. Jadeantes y azorados, se inclinaron sobre las pringosas crines de los animales y suspiraron aliviados.
-Dígame –comenzó ella, reparando por primera vez en el desgastado uniforme del soldado. -¿Cómo es posible que Ud., que parece del campo, se asuste con una situación así? Debería estar curtido ya.
-Es cierto –acotó él, pensativo. –Es que no termino de acostumbrarme a los cambios. Pasa todo tan rápido, y nada parece tener mucha explicación. Es muy fuerte para mí…
-¿De dónde viene? ¿Acaso el uniforme que Ud. lleva puesto……es de verdad?
-Claro, señora. Y este sable cubierto de sangre seca, que me ha acompañado en varias batallas, también. Propiedad del Ejército Argentino.
-Disculpe la ignorancia –comenzó ella, como si tratara de hacerse a la idea de lo que ocurría a medida que lo iba diciendo. -¿Ud. participó de alguna campaña militar de importancia…?
-Por supuesto, señora –exclamó el teniente Juan Sosa, con orgullo.
-Y si ha estado en el frente –intentó comprender ella, razonando como lo haría en presencia de uno de sus alumnos de nivel inicial o de un lunático irrecuperable, como le parecía éste: -¿Cómo puede ser que, teniendo experiencia de batalla, Ud. se asuste ante la presencia de una locomotora?
-Estas cosas me pasan recién ahora, señora –agregó él, como disculpándose...
–Cuando estaba vivo, no.
*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
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