miércoles, agosto 01, 2007

DE UNA INNECESARIA SUTILEZA...


De una innecesaria sutileza...






IMPENSADOR MUCHO*



¿Es Macedonio Fernández un escritor o un filósofo? Quién sabe, se escribieron tesis y se reunieron en un libro, los escritores llegaron a Santa Fe, pusieron los ejemplares en una mesita, nos convocaron a
escucharlos en un ambiente mágico.
El bar Tokio norte es un bar de los que fueron, de esos que estuvieron cuando la plaza España tenía una fuente con una mujer de blanca belleza, que se bañaba impúdica a la luz de las parpadeantes estrellas. Esa mujer en su fuente seca ahora tiene los estragos de la enfermedad de la violencia, esa
violencia que destruye las estatuas y los bancos de listones de madera. Y desde la vereda de enfrente, dialoga la blanca mujer con los muros del bar en las blancas madrugadas.
En el bar perdura la calidez del tiempo estancado. En el bar, el techo se pierde en las alturas, las paredes se descascaran, el espejo de bordes biselados duplica el tiempo cúbico. Las columnas sostienen en sus repisas los antiguos ventiladores atados para el verano, y simula calefacción con garrafita y pantalla, apenas suficiente en tan grande lugar para que el gato acostado en una silla haga más placentero su entresueño. Falta el perro de tres patas, que la dueña trae en un changuito por las mañanas.
Tres mesas, una de billar y las otras arregladas para ser de pool ocupan la mayor parte del salón. Alrededor, las baldosas gastadas señalan el lugar por donde evolucionaron y evolucionan los jugadores.
¿Es, Macedonio, un filósofo? Los jugadores de pool y billar hacen chocar las bolas mientras los escritores se inquieren tal sutileza, acaso innecesaria. Ellos, danzando en torno al campo verde, realizan también movimientos exactos pero de difícil traducción para quien no domina las reglas. Fuman, toman cerveza, un hombre apoya hábilmente el cigarrillo en el borde de la mesa con la brasa hacia fuera. No dañarán el tapete. Los escritores hablan haciendo chocar las palabras con golpes de taco.
El libro presentado es "Impensador mucho", yo miento que es obra de los jóvenes ese título, pienso en la manía decontructivista de hace unos años, pero no. Macedonio usaba ese nombre para sí, anticipándose a la destrucción del lenguaje, o construyendo de esa forma en que las palabras rebotan una contra la otra para formar una nueva figura. Los escritores hablan, los jugadores anotan con tiza los aciertos en su pizarra. Palabras y bolas se ordenan y desordenan, cada jugador está abstraído en su propio campo. Las realidades forman un estrato de interés entre el juego, las ideas, el gato y un niñito que se empeña en alcanzar una guitarra esperando en el suelo o al propio gato, sus niveles coinciden. El nene se lanza hacia la guitarra, es atrapado por su madre antes de llegar, vuelve a lanzarse festivamente. Vemos
lo que está a la altura de nuestros ojos y eso es lo que tratamos de alcanzar.
Jugadores, niño guitarra y gato, disertantes. Realidades paralelas donde se danza en sonidos y se trazan misteriosos derroteros efímeros. Macedonio con los jugadores, claro, pensando para sí y haciendo seguramente alguna observación irónica o desconcertante, seguramente apartado y observador, anotando, siempre para sí, las figuras que dibuja el movimiento de las bolas en secreta combinación con las palabras, teniendo en cuenta el tiempo, el lugar, la amarilla mirada del gato, el entusiasmo del niñito. Y, dentro de su discurso, pesará también el baño pasando el patio, donde subsiste la letrina de porcelana velada por la bombilla mortecina. No se ve el baño desde el salón, pero lo tiñe de melancolía y es importante al final del juego.

¿Es Macedonio un filósofo? Daniel Attala dice que sí. Diego Vecchio que no. Anotan en tiza las razones para que su tesis sea la correcta, golpean las ideas unas contra las otras para que entren en los bolsillos de la mesa, los jugadores pronuncian sus jugadas límpidas como ideas sin expresión verbal, el gato vive un momento eterno mientras el niño ignora por completo lo que es hoy, mañana, filosofía y razonamiento. Conviviendo todos los nosotros que éramos por un rato en el bar Tokio norte, tan lejos de Japón, reunidos como las bolas de marfil sobre el tapete de esta llanura que se hace convexa para dar la vuelta y formar el mundo, suspendido en un universo incognoscible.
Fernando Callero interpreta tres canciones. Nos vamos.



*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com








HAY UN MORIR*




No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.
Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.




*de Macedonio Fernández.

-Fuente: http://www.poesia-inter.net/mf005.htm








Miércoles, 01 de Agosto de 2007
La Conexión Ludlum*



*Por Rodrigo Fresán
desde Barcelona


UNO¿Por qué les dirán libros usados (figura fea si la hay) en lugar de libros leídos (calificación más justa y precisa y, sí, lírica)? Hasta donde yo sé, los libros no se usan ni se consumen ni, mucho menos, se agotan. Los libros se leen y se renuevan y cambian sin traicionarse con la electricidad de cada lector que los activa y pasa por ellos para que ellos permanezcan y hasta la próxima y el próximo.
DOS En cualquier caso, semanas atrás en Brasil, en Paraty o Parati (todavía, y de regreso, no he conseguido saber cómo es que se escribe correctamente el nombre de esta playa colonial anfitriona de un perfecto festival literario), entré a un negocio de libros leídos y -tal vez impulsado por una infantil
pero respetable rebeldía, tal vez como forma de contrarrestar el altísimo nivel del lugar donde por unos días convivían apellidos como Gordimer o Coetzee- enfilé derecho hacia los best-sellers. Y fue ahí donde lo vi.
Tantos años después, pero como si nada hubiese sucedido; porque mi alegría por el reencuentro fue exactamente la misma de aquel que lo leyó, flamante entonces, en castellano y no en inglés, a principios de los '80. Ese título y ese autor: El Círculo Matarese, de Robert Ludlum.
TRES Pagué unos pocos reales (descubrí ahí mismo y ahí mismo me llevé, también, una continuación de 1997 titulada The Matarese Countdown) y regresé contento a mi habitación de posada de-luxe y volví a reencontrarme con las peripecias de los agentes Brandon Alan "Beowulf Agate" Scofield (CIA) y
Vasil "Serpiente" Talienikov (KGB) quienes -archienemigos desde siempre- se ven obligados a unirse para acabar con una histórica organización criminal, el Círculo Matarese, cuyo poder trasciende el de toda patria y gobierno. Y, de acuerdo, estaba peor escrito de lo que yo recordaba (ese uso indiscriminado de itálicas y de signos de admiración) pero el vértigo y la sorpresa seguían manteniéndose intactos. Y en algún momento, entre un asesinato y otro, se me ocurrió pensar que Ludlum, al igual que Philip K. Dick, se las había arreglado para -detrás de un supuesto escapismo que en
realidad nos informa de que no tenemos escapatoria- convertirse en uno de los más precisos a la vez que demenciales decodificadores de los crípticos caracteres con que están escritos nuestros tiempos rebosantes de erratas.
CUATRO Y los que han pasado por Ludlum (y es curioso o no tanto que, a lo largo de estos años, hayan sido varios los colegas que se emocionaron cada vez que pronuncié la palabra Matarese) saben perfectamente a lo que me refiero. Los títulos de Ludlum constan todos de un sujeto -que puede ser
Identidad, Progresión, Mosaico- y de un nombre o clave -Aquitaine, Matlock, Osterman, Parsifal... que, por lo general, es pronunciado en las primeras páginas por alguien que agoniza en brazos del héroe. Alguien que -casi siempre- es el brazo ejecutor de ejecutivos que, de pronto y sin aviso, deciden que ese alguien sabe demasiado o sabe un poco de algo que no hay que saber nada. A no confundirse: el héroe ludlumiano no es un hombre inocente como los que jugaban James Stewart o Cary Grant en los films de Alfred Hitchock. Tampoco son tipos engañados por el sistema. No: son peones con ganas de coronar y dar jaque mate. Enseguida, tiros, líos y cosas muy goldas y la poco inteligente torpeza de agencias de inteligencia preocupadas más por luchas intestinas que por los inevitables e inminentes ataques cardíacos y derrames cerebrales ocasionados por enemigos externos. Los rusos son malos, sí. Pero nobles. El verdadero mal reside en resucitadores del Tercer Reich, en corporaciones tentaculares, en traidores en serie o -como anticipó en The Icarus Agenda- en oscuros iluminados musulmanes. Si se lo piensa un poco, todo, pero absolutamente todo 24 sale de aquí adentro. Y ya que estamos: la sinuosa agencia Treadstone, dedicada perseguidora del amnésico Jason Bourne, pronto tendrá su propia serie de televisión. Cambio y fuera. O no tanto.
CINCO Y ahora Rusia expulsa a diplomáticos ingleses y los ingleses expulsan a diplomáticos rudos; acaba de caer un topo español; Cristina Fernández de Kirchner denuncia con "puño crispado" pero, por ahora, sin rodete, las conjuras empresariales ibéricas (¿La Clonación Evita?); Bergman y Antonioni
mueren, ¿casualmente?, ¡el mismo día! (¿La Secuencia Lumiére?, yo que Godard me escondo ya) y, sí, el mundo se ludlumiza. Y tal vez por eso Ludlum -fallecido hace seis años- se niega a morir y dejó todos los papeles en orden más que consciente de que su marca iba a ser, cada vez más, una propiedad muy hot. Lo tuvo claro Matt Damon, quien relanzó su carrera protagonizando la Trilogía Bourne, y lo sabe ahora Leonardo Di Caprio, quien se apresta a hacer lo mismo filmando próximamente El Manuscrito Chancellor
(junto con El pacto de Holcroft, mi otro Ludlum preferido y, si la cosa funciona, a seguirla con la secuela que por estos días invoca un ghost-writer). Porque -a diferencia de Ernest Hemingway o Italo Calvino- Ludlum no dejó manuscritos a medio empezar o terminar. Ludlum se limitó a dejar su apellido sabiendo que con eso alcanzaba y sobraba. De ahí que -a partir de someros bosquejos y leves instrucciones- se sigan publicando libros escritos por otros (algunos, pocos, firmados con letra más pequeña, como es el caso del también best-seller Eric Van Lustbader) pero escudándose en la potencia de un nombre propio que muchos reclaman y disfrutan. El pasado lunes leía sobre el fenómeno en The New York Times: los fans saben que Ludlum no escribe esos libros -doce publicados y muy bien vendidos desde su último aliento- pero lo mismo continúan comprándolos aunque estén tecleados por otros. No importa. Lo que importa es la permanencia de una visión sin párpados, con ojos que no se cierran nunca, mirando a ese hombre disparando y saliendo disparado. Sin parar.
SEIS En el artículo de The New York Times, Henry Morrison -agente de Ludlum en vida y Más Allá- recordó: "En 1990 o 1991, Bob tuvo un cuádruple by-pass y nos pusimos a conversar sobre lo que sucedería cuando él ya no estuviera y él me dijo: 'No quiero que mi nombre desaparezca. Me he pasado 30 años escribiendo libros y construyendo mi público'". Dicho y hecho y no hay escritor que no piense en eso: en lo que sucederá con su nombre sobre papel cuando ya no haya piel sobre sus huesos. Pasó con Holmes y con Bond y con tantos otros, sí, pero no con sus autores. Lo que se busca allí es a las
creaciones. Lo que se encuentra aquí es al creador y Ludlum se salió con la suya y -de acuerdo-. Si se compara a Robert Ludlum con John le Carré, Robert Ludlum no es más que Robert Ludlum. Si se lo compara con Dan Brown, Robert Ludlum es algo así como Marcel Proust. Lo que me lleva a pensar -una vez más- que la literatura no está en crisis ni nunca lo estará. Los que están en crisis son los best-sellers y los escritores de best-sellers. ¿Qué quién mató a Jesucristo y a toda su familia y descendencia? Fácil: los sicarios de Matarese.
Y a otra cosa. Y a otra conspiración donde los malos nunca triunfan pero los buenos tampoco ganan. Y unos y otros siguen siendo usados por Ludlum para seguir siendo leídos por nosotros.
La Conexión Ludlum y todo eso.


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-88998-2007-08-01.html





CREÍA YO*


No a todo alcanza Amor, pues que no puedo
romper el gajo con que Muerte toca.
Mas poco Muerte puede
si en corazón de Amor su miedo muere.
Mas poco Muerte puede, pues no puede
entrar su miedo en pecho donde Amor.
Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.



*de Macedonio Fernández

-Fuente: http://www.poesia-inter.net/mf002.htm









Miércoles, 01 de Agosto de 2007
La retórica del ron*


*Por Miriam Cairo cairo367@hotmail.com


Olores impurísimos
A veces, en el trayecto que va desde el ahora hasta el recuerdo, se me aparecen ciertos poemas, de pie, sobre un círculo que se agranda suavemente.
La órbita desbordante exuda olores impurísimos. Al despegarse, radiosos, del pollerón negro de la historia, se produce un advenimiento de escamas fabulosas. La poesía despliega su enorme enagua rosada y sexual. Al pensamiento le sobreviene un hambre púdico de flores moradas y el cielo descorre su prepucio celeste.


La herencia
Entonces, las palabras se sacan el sombrero negro, retozan sobre las hojas de hierba, practican la retórica del ron y se produce el alumbramiento.
Algunos poemas me nacen en silencio, otros con terrible alarido, otros, con un breve trueno, pero cada uno trae un pedacito de carne inmortal. Algo que lo anuda al viejo ombligo de la primera poesía. Extraña continuidad que promueve un tiempo disminuido. Su carne, como un pequeño sudario de palabras, se abraza nueve veces a la bendita Babel que producirá más amenazas, más resplandor de máculas, más corrosión.


El moribundo
A veces, en el trayecto que va desde el silencio hasta la escritura, los versos siempre leídos me siguen, me buscan, rozándome. Son la clase de poemas que abren la garganta del lenguaje moribundo y, por su artificio, el moribundo puede ser lo contrario de sí mismo. Cuando la noche derrama sobre el escritorio sus chorros de tinta, un poema viene a caer como estrella en lo oscuro y la luz que muere no tiene necesidad de sepultura.


La punta del pie
Por un instante escucho la voz de mis mitades transparentes y otros poemas se alzan con sus sílabas irisadas, con sus velas y sus mástiles zozobrando sobre una ola que se rompe para siempre. A veces, se me acercan poemas mínimos y traslúcidos cómo ángeles de cebolla que empujan con la punta del
pie, un montoncito de palabras.


Lirio
A veces, al mediodía, el sol embriaga y rompe el orden de las cosas.
Entonces un poema me lanza su mirada como flecha de claveles que prolongan el fuego. Un poema me coloca al borde de su abismo y no puedo ser nada más que yo misma ante el ángel de la devoración. Angel que con cara de lirio, engulle mis sabores, me los extirpa del cuerpo en cada succión sin importarle si esas son mis mañas de la noche, los rituales de mi oscuridad.


La renuncia
En el trayecto que va de la palabra a la palabra, la escritura es un parto eterno. Un desgarramiento fulgurante. Es una mordedura en el labio superior de la fecundidad que no fecunda. Cuando el aire es insuficiente en el agónico proceso de pujar, otra vez un poema me respira. Me hace vivir fuera
de mi muerte. Fuera de la muerte de una escritura que, con gritos unánimes, renuncia a la prosa. La criatura se niega a caer dentro del corral y del mandato. La escritura huye del oficio de la escritura, huye del instrumento que se estrecha por extrema sumisión a la ortodoxia.


Formidable nervio
A veces, cuando al jardín baja algún pájaro con pies de calandria, ciertos poemas abren su bolsa de azúcar sobre las azucenas. Las cosas encuentran su nombre y las calas ofrecen a las abejas su formidable nervio de mujer. Las babosas fruncen el ceño, fruncen el ano y se arrastran por un surco de
palabras no transparentes. Sus glándulas negras descargan fluidos sobre cada letra. Me ato y me desato a los sucesos de una irrefrenable naturaleza. Espasmo. Sudo. Yerro.

En el trayecto que va desde la noche hasta el desvelo, una mariposa de alas pequeñas y oscurísimas, no se impresiona de mi tamaño ni de mi disolución y bajo sus alas, me cobija.


Procedencia
Una mano escribe la palabra y la palabra busca su primera manera de decir.
En el trayecto que va de la escritura hacia la reescritura, un poema me precede. A veces me confundo. Creo que conjugo el presente pero la palabra es una cosa empezada en otro tiempo. Es algo que me preexiste, algo que no sueña con fundar un comienzo.


Llaga venerea
A veces vuelve una y otra vez la sombra de ese poema que se estremece, temeroso y deslumbrado por sí mismo, por su obstinada novedad y su vigencia.
Aunque pasaran por mi cabeza un millar de escritores siempre lo reconocería.
Aunque me volviera ciega podría sentir sus brazos difíciles, podría distinguir el perfume de sus flores malolientes sobre mi cuerpo mitad diluvio, mitad salida. Cada eslabón, cada estrofa entrecortada como
respiración de ninfa, cada llaga venérea, que supura desde el año 1850 hasta esta herida, se abre como una oreja cortada sobre un libro, como el corazón de un pájaro desterrado del cielo.


Latifundio
Aunque me ejercitara escribiendo todas las páginas del porvenir, nunca podría salvarme de mi mañosa manera de versificar. Por mucho que lo intente, la palabra nunca podrá ser una fortuna narrativa.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-9630-2007-08-01.html









Palabras de Borges ante la tumba de Macedonio Fernández*



Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república.
Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse,
almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. A
Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofía: no le importaron, pero si la filosofía. Fue filósofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta, porque sintió que la poesía es el procedimiento más
fiel para transcribir la realidad. Macedonio, pienso, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagonista diera con aventuras reales más portentosas que las que le prometieron sus libros. Fue novelista, porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeron a
negar el yo. Metafísicas o de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la muerte.
Toda su vida, Macedonio, por amor de la vida, fue temeroso de la muerte, salvo (me dicen) en las últimas horas, en que halló su coraje y la esperó con tranquila curiosidad.
Intimos amigos de Macedonio fueron José Ingenieros, Ignacio del Mazo, Carlos Mendiondo, Julio Molina Vedia, Arturo Múscari y mi padre; hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí
que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa. Yo pasaba los días leyendo a Mauthner o elaborando áridos y avaros poemas de la secta, de la equivocación, ultraísta; la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para
justificar las semanas. En el decurso de una vida ya larga, no hubo conversación que me impresionara como la de Macedonio Fernández, y he conocido a Alberto Gerchunoff y a Rafael Cansinos Assens. Se habla de la irreverencia de Macedonio. Este pensaba que la plenitud del ser esta aquí, ahora, en cada individuo, venerar lo lejano le parecía desdeñar o ignorar la divinidad inmediata; de ese recelo procedieron sus burlas contra viejas cosas ilustres.
Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una
negligencia increíble.
Las mejores posibilidades de lo argentino -la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial- se realizaron en Macedonio Fernández, acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos.
Macedonio era criollo, con naturalidad y aun con inocencia, y precisamente por serlo, pudo bromear (como Estanislao del Campo, a quien tanto quería) sobre el gaucho y decir que éste era un entretenimiento para los caballos de las estancias.
Antes de ser escritas, las bromas y las especulaciones de Macedonio fueron orales. Yo he conocido la dicha de verlas surgir, al azar del diálogo, con una espontaneidad que acaso no guardan en la página escrita.
Definir a Macedonio Fernández parece una empresa imposible; es como definir el rojo en términos de otro color; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y lo que excluye, es quizá el más preciso que puede hallarse.
Macedonio perdurara en su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir.


Marzo-abril de 1952

-Fuente:
http://www.poesiaargentina.8k.com/otrosdoc/docMFernanporBorges.htm



*

Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).

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