domingo, agosto 05, 2007
GARY COOPER QUE ESTÁS EN LOS CIELOS...
La Angustia, la muerte y el amor*
Si la muerte
Es la llegada de la nada
O la pérdida de todo
Si la angustia
Crea la imposibilidad de todo
Y las ganas de nada
¿Qué debe hacer el amor
Ante tanta angustia,
Ante tanta muerte
Con la angustia de la muerte
Con la muerte que trae angustia
Que puede hacer el amor
Si la muerte
Es segura
Y la angustia más fuerte
¡Que debe hacer el amor?
Si no lo entrenaron
Para la lucha
Cuerpo a cuerpo con el dolor
Que quiere hacer el amor?
Si la angustia
Lo seduce
Hasta dejarlo
Desnudo
Dentro de un
Cálido féretro
Acurrucado
Acompañado solitariamente
Por la muerte
*de Silvia Irigaray. silviairigaray@arnet.com.ar
GARY COOPER QUE ESTÁS EN LOS CIELOS...
A FONDO: CLARA CORIA: PSICOLOGA
"Cuando una mujer dice 'soy sola' está defendiendo su derecho a elegir"*
Crecen los hogares con jefa mujer y cada vez parece más difícil estar en pareja para las de 30 a 40 años. Quizá, porque los cambios que motorizan hombres y mujeres están yendo en dirección contraria.
*Analía Roffo. aroffo@clarin.com
Bastante más confiable que la cifra de inflación, una estadística reciente del INDEC revela que desde hace seis años no dejan de crecer los hogares con jefa mujer. Ya no, como en los tiempos álgidos de la crisis, sólo en los sectores más pobres, sino sobre todo en los de clase media y media-alta. Más mujeres viven solas o con sus hijos, sin una pareja al lado.
El dato tiene la contundencia de los números y, a la vez, una sensación térmica. La mañana en que la vicejefa de Gobierno electa de la Ciudad, Gabriela Michetti, le contestó por radio a Dady Brieva "soy sola, como dicen hoy las chicas de mi edad", los llamados de identificación colmaron el programa.
La psicóloga Clara Coria tiene varias décadas de buceo en temas críticos en la vida de las mujeres. En 1986 publicó El sexo oculto del dinero y de ahí en adelante las negociaciones con los hombres, los mitos y verdades acerca de la maternidad y el amor fueron ejes de otros libros reveladores. La experiencia de la soledad no le es hoy ajena: hace un año enviudó, después de un largo matrimonio. Por eso, con la lucidez de su trabajo clínico y el reconocimiento de sus propias emociones puede reflexionar sobre los matices que tiene la soledad para las mujeres.
¿Qué lectura se puede hacer del dato del INDEC?
Me plantearía algunas de las cosas que sienten esas mujeres. Ellas sienten que pueden elegir entre lo que consideran estar mal acompañadas o estar con ellas mismas. Muchas sienten que no tienen ganas de vivir junto con alguien con quien no se sienten satisfechas. Eso, unido a una mayor independencia económica, y a que socialmente una mujer que está sola ya no es mal vista, da por resultado una mayor legitimidad para elegir. Por supuesto, tienen mucho trabajo. Pero tienen el doble de trabajo cuando además de sostener el hogar y los hijos, tienen que sostener a un marido incómodo.
Muchas mujeres dicen hoy "soy sola", casi como si fuera una declaración de principios. ¿Es realmente una elección o a veces se hace de necesidad, virtud?
Estoy convencida de que es una libre elección. Y le hago una aclaración: difícilmente un varón diría "soy solo". Pero creo que en las mujeres existe la aceptación de que todas las personas somos solas y de que tanto las mujeres como los varones podemos o no estar acompañados. Creo que cierta confusión deviene de que, durante siglos, la identidad de las mujeres no era "completa" si no estaba acompañada por un varón. De hecho, hace no muchas décadas, las mujeres no podían hacer un montón de cosas si no estaban casadas, y si no firmaba el padre o el marido.
Planteada así, la soledad parece un estado ideal, y no creo que siempre lo sea...
No, déjeme hacer una diferenciación. La soledad es una de las grandes dificultades con las que tenemos que enfrentarnos todos los seres humanos, pero hay dos tipos de soledades. Una es la soledad por ausencia de compañía de otros, y otra es la soledad por ausencia de compañía de sí misma.
Entiendo el primer tipo. ¿Cómo sería el segundo?
No poder estar acompañado de uno mismo es cuando no está legitimado que una o uno tiene sus propios intereses, sus propios valores, sus propios deseos y sus propias aperturas en la vida. Cuando una persona es quien es, se acepta como es y trata de desarrollar el máximo de sus potencialidades, está en muy buenas condiciones para compartir vida con otro. Porque se puede compartir con otro, saludablemente, cuando uno parte no de una especie de vacío existencial sino de acompañamiento básico con uno mismo. Hablo de compartir no sólo con una pareja sino con amigos y afectos en general. De esta forma, una puede decir "soy sola", porque de manera circunstancial no comparte cosas con una pareja, pero "no soy sola de mí misma, ni de mis amigos, ni de mis proyectos". Una amiga, en una oportunidad, viajaba sola, y me decía: "Yo no sé qué pasa, todo el mundo me dice: '¿Cómo, te vas a ir a París sola?' Y yo les decía: 'No, yo no voy sola, voy conmigo'".
¿"Soy sola" es una reivindicación entonces?
Cuando una mujer dice "soy sola" está defendiendo su derecho a elegir. Están diciendo: "Soy capaz de sentirme bien conmigo mis ma y legitimada sin tener que estar acompañada por una pareja". Y eso también quiere decir que no caen en las situaciones de dependencia extrema que las llevan a sentir que si no están con una pareja no son nadie, o les falta un pedazo. No, a nadie le falta un pedazo por no estar en pareja. En todo caso, nos falta una experiencia, o nos gustaría tener una experiencia que no tenemos. La soledad de una consigo misma necesariamente genera situaciones de dependencia. Por eso vemos muchas mujeres que entran en desesperación cuando pierden una relación afectiva. Desesperación que va más allá del dolor lógico que ocurre cuando no resulta algo que uno deseaba. Muchas sienten atacada la propia identidad y la propia posibilidad de ser una persona.
Al comienzo usted enfatizó que los hombres difícilmente dirían "soy solo". ¿No lo dirían por no marcar una eventual fragilidad o porque, en realidad, nunca están solos?
En general, los hombres están en su propio eje, son ellos; bien, mal, con dificultades, sin dificultades..., pero son, no necesitan a una pareja para ser. No necesitan tener una mujer al lado para estar definidos como varones. Por otro lado, creo que los hombres no tienen demasiadas oportunidades para estar solos. Siempre hay un espectro muy amplio de mujeres que, como están buscando aquel compañero ideal para sentirse enteras, se le ofrecen. Además, como los hombres pueden buscar desde mujeres más grandes que ellos hasta mujeres mucho menores, en definitiva lo único que tienen que hacer es elegir. Son muy pocos los hombres que queriendo estar acompañados, no lo están.
Según esta descripción, las relaciones entre hombres y mujeres no han cambiado tanto como uno creía. ¿Es así?
Bastantes cosas han cambiado, pero pareciera que muchas mujeres siguen esperando, un poco románticamente, aquel hombre que las satisfaga en su deseo más profundo. Mientras que los varones, en ese sentido, son mucho más prácticos. Buscan una mujer que satisfaga cosas muy concretas: una sexualidad cómoda, un acompañamiento sin inconvenientes y un servicio doméstico adecuado. Entonces, en un sentido, a las mujeres les es más cómodo estar solas porque de la casa siempre se ocuparon, y ahora -que se animan a estar con sus amigas, sus proyectos, sus propios intereses- tienen espacios más amplios para desarrollarse y sentirse plenas. Mientras que los varones siguen, de alguna manera, en una dependencia infantil, en donde en toda mujer esperan una mamá que les diga qué película les conviene ver y qué ropa tienen que ponerse para ir al club...
¿Permanecen los estereotipos: la mujer resuelve las minucias de la vida cotidiana y los hombres se encargan de los grandes temas?
Tengo la sospecha de que es así, pero el tema me parece más complejo. En estos procesos de cambios, tanto las mujeres como los varones estamos accediendo a otras modalidades, pero todavía no nos hemos desprendido de las anteriores. Por eso creo que muchas mujeres siguen pendientes de un ideal romántico y le exigen tanto al hombre. Los varones tienen lo que tienen para dar, que es limitado, igual que las mujeres. Entonces, cuando las mujeres les piden a los varones que sean dioses, y los varones saben que no lo son pero tratan de demostrarlo, la exigencia resulta tan grande que no se establecen vínculos o los que se establecen no son saludables. Eso se observa hoy sobre todo en las mujeres entre treinta y cuarenta. Es cierto que muchas ya no buscan dioses ni el ideal romántico; pero tampoco encuentran varones que satisfactoriamente estén en condiciones de acompañarlas en esta nueva modalidad.
¿No cree que las de 50 tienen una actitud distinta? Me parece que se expresa en una frase que no es de resignación lastimera sino de aceptación madura: "es lo que hay".
Es que las que ya han pasado los cuarenta largos y cincuenta, generalmente han cubierto alguno de los deseos o mandatos de la vida. Si han tenido ganas de tener hijos, los han tenido; si han querido disfrutar la sexualidad, la han disfrutado. Hay cosas que ya están hechas y por eso se busca compañía de una manera menos exigente. Mientras que las más jóvenes todavía tienen cosas pendientes, como por ejemplo la maternidad. Ahora, las mujeres de treinta ya saben lo que implica tener un hijo, en cuanto a las autopostergaciones y los cimbronazos en la pareja. Mientras que las que somos mucho más grandes no lo sabíamos. Por eso hoy la ambivalencia es mayor. Y tienen razón de estar ambivalentes. Porque demanda tanto la crianza de una criatura y significa tanta autopostergación, que se puede hacer si se encuentra un compañero que esté totalmente dispuesto a compartir lo que es la crianza de un bebé. Que esté dispuesto a levantarse la mitad de las noches y a cambiar los pañales con caca -no sólo con pis-, que esté dispuesto también él a autopostergarse. Los varones, creo yo, no han cambiado lo suficiente ni en proporción a lo que han cambiado las mujeres que han cambiado. Por eso son tantas las dificultades para armar pareja.
Copyright Clarín, 2007.
La peor forma de vivir la soledad
Clara Coria juzga positivas varias de las formas actuales de la soledad de las mujeres. Pero no todas, lógicamente.
Cuando se le recuerda una vieja película de la directora española Pilar Miró, no duda en objetar la clase de soledad que aquel filme denunciaba. Pasados los cuarenta años, la protagonista debe encarar una operación cardíaca de urgencia. No busca amparo en nadie que la rodea y, cuando entra en el quirófano, le reza a "Gary Cooper que estás en los cielos" (tal el título de la película).
"Esa es quizá la peor forma de la soledad", remarca Clara. "Abrirse a buscar compañías es toda una tarea de vida, en la que hay que enfrentar ilusiones y desilusiones, vínculos que se cumplen satisfactoriamente y frustraciones. Alguna gente, lamentablemente, se encierra por temor a hacer todo ese arduo trabajo que significa poner en juego los vínculos afectivos. La protagonista del filme español estaba tan sola que sólo podía conectarse con un ideal, alguien tan lejano como inexistente. Para conectarse con uno mismo y los demás hay que poder desterrar mitos e ilusiones falsas y aceptar a cada uno tal como es".
Señas particulares
EDAD: 65 AÑOS
NACIONALIDAD: ARGENTINA
ACTIVIDAD: PSICOLOGA
ULTIMO LIBRO: LOS CAMBIOS EN LA VIDA DE LAS MUJERES (PAIDOS)
Es docente de posgrado en universidades nacionales y extranjeras. Dirige grupos de reflexión sobre temas de género.
*Fuente: Clarín
http://www.clarin.com/suplementos/zona/2007/08/05/z-03815.htm
Cajas*
1
Una mujer con el pelo como un océano oscuro se acerca y aleja al mismo preciso tiempo del hombre que la cerca. El abrazo es extraño como si los contuviera a ellos y a un espacio misterioso que se abre entre los dos. Las figuras parecen escapar de un sueño en el rojo profundo. La caja en la que Renata Schussheim las puso, es sólo una metáfora, nunca una prisión. Los gestos viajan en la búsqueda de todo lo imposible. Nunca la abro, no recuerdo que guardé. Hay otras que si me muestran sus contenidos, a ellos los dejo en esa habitación infinita del arte. Desnudos de cualquier utilidad posible, brillando.
2
Tal vez gustos, palabras, una enredadera de sonidos, un beso a punto de darse en el antes de su materialidad, es lo que evoca la caja. Algo que está por llegar, el deseo que se expande.
3
El pelo de ella da vueltas por la caja como si no bastara este lugar donde él la ronda.
Ella sonríe con sonrisa inabarcable, sonríe porque él se acerca y sabe lo que se avecina pero no sólo por es, sonríe en ella misma, sonríe en los tres tiempos, el presente perpetuo de la escena,
lo que la mirada de él le cuenta del futuro tan próximo pero ella sonríe más, sonríe pasado como una niña recién amamantada, que no es, pero conserva esa oscura tibieza sin palabras.
Más todas las palabras que necesitó para no quedar atrapada en esa gota de leche, sin perderla.
4
El busca, no sonríe, ella traslada paraísos.
*de Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar
Sueño con Diosa en un directo a Santa Fe*
*Por Daniel Attala
Desatan el sueño las acompasadas sequedades del canto de un tambor (con timbre de caja puneña). Un lamento como de trompa modula, por entre honduras y picos de la percusión, una marcha lidia de mortuorio peán. Eso al principio. Luego comienza el peán a desgranarse; desvirtúase su funebridad
en nervioso serpenteo; despiértase de su gravedad, yérguese, libérase de la pesadez de la tierra, y acaba siendo un aire alegre y saltarín:
"leue tympanum remugit, caua cymbala recrepant."
Pronto unas castañuelas sobrevuelan repicando cual histéricos cencerros; calla ya la trompa plañidera, calla también el bárbitos, y avecínase el cabriteo de un "piccolo", sumiendo en estridencia y vivacidad el páramo paraje. Cuando se añade el estallido ríspido, cabrilleante y ligero de unos platos, cuando el tambor es sustituido por los candomberos tamboriles y el conjunto se agudiza y tono y altura de la música se elevan, del peán no queda sino el remedo, y todo es, de un rato a otro, algarabía, cabrioleo
frigio y vocinglero, festividad y descontrol.
Una llanura hay, y un camino polvoriento. Desde la herida punzó del ocaso, avanza, lenta y al principio como amodorrada, una procesión de campesinos y sacerdotes. En la orilla izquierda del sendero yo contemplo y oigo las ráfagas de música cada vez más nítidas que emana la procesión. Ésta ya no es
un punto, ni un conjunto amorfo, sino un grupo bien diverso de personas entre las que puedo distinguir a miembros de la Honorable Sociedad de Psicología Pura y Aplicada, y a muchos familiares míos. Los sacerdotes, menean casi todos el caderamen al ritmo de los sones. Son una multitud.
Visten colorida indumentaria, y les deforma el rostro un pigmento arcilloso enchastrado en pómulos, frentes, párpados, mentones y mejillas. Los ojos en especial los tienen trabajados con un arte como primitivo, de formas y colores extraños. Van tocados de alta mitra, cual arzobispos o sátrapas, y
muchos exhiben sederías de azafrán. Otros portan túnicas albinas, con fluentes bandas lanceoladas tintas en púrpura y ligadas reciamente a la cintura con un lazo blancuzco. Tanto ajusta ese cinto, tanto, que parecen divididos sus usuarios en dos, cayendo el tajo por la cadera como en la figura humana de la plástica minoica. Calzan sandalias amarillas de palmera trenzada. Los campesinos, en cambio, rezagados, avanzan alicaídos y harapientos.
La música cesa de golpe. La procesión, muy cerca mío, se va a detener. Y se detiene.
Un racimo de mujeres de uniforme vestidura (ahora veo que son mujeres), las Pastóforas, portan al hombro la escultura de dos luengos leones, echados a metro y medio uno al costado del otro, lustrosos y negros, los cuales a su vez aguantan a lomos la plataforma que sostiene a la Diosa. Sobre una suerte
de jamuga amarfilada, allá está ella, arriba, decorada a cincel con extraordinario esmero (no sé si ella o la silla).
Al enmudecer la música, la procesión se aquieta, quedando la gestatoria, alzada y vacilante, justo ante mí. La Diosa se pone de pie solemnemente y yo tiemblo de pies a cabeza. Los Curetas, que con sus armas la protegen, se abren como dándome paso y dejan, entre mí y la divinidad, una innegable avenida por la que no puedo sino avanzar, en sagrado temor.
Me detengo. Desde su elevación, inclina la Diosa el torso hacia el costado donde estoy, y agachada pero con elegancia sublime, sin que se altere el castillito asentado en su testa, me tiende su diestra con la palma al cielo y la intensión inexcusable de que aporte en ella mi tributo. En la siniestra, veo, enarta la Diosa el emblema de una hoz o hacha ligur de doble filo, rarísimamente grande. Contrito y obediente, dispongo en su mano una bolsa, inconsistente como cucharal de pastorcico, y cuyo contenido recién
esta vez, en el colectivo, conoceré, pues cuando diga lo que diré, agregaré una A que lo revela todo.
Pongo la bolsa y le declamo con voz desconocida, horripilante: "Depongo mis Atributos". Y no digo "Tributos", como siempre hasta entonces en este punto del sueño; digo con espantosa claridad: "Atributos".
En respuesta ella me ruge estas palabras ineluctables que galvanizan todo mi torrente sanguíneo:
-"Consuela, infiel, al fidelísimo Combado. Atargatis lo manda.."
Reanudan música y procesión su marcha, ahora cansina. Tornan a flamear las lustrinas que amantelan la plataforma, mientras aléjase la Diosa ya de espaldas. Crecen en frenesí los sones frigios, y enloquece el bárbitos en golpeteo arrítmico de platillo y tamboril. La Diosa soporta por un instante más el castillito, equilibrado, en la cúspide de su testa, hasta que ella misma se lo deshace tirando violentamente su miembro superior hacia atrás, su pelo entonces se enmaraña y se resuelve en crin, en clina, en melena
vivaz y sanguinaria. Tal metamorfosis me inquieta; el ánimo se me atenebra.
Al fin, cuando parece que la procesión será tragada por el polvo extático colgado sobre cañadas y campos, espeso de sulfuros de ocaso, la retaguardia de fieles se gira hacia mí, da inicios a una linfática danza que pronto de torna energúmena, y ululando disonantemente y corriéndose las túnicas en
patente desafío, me esgrimen a guisa de higa unos miembros ebúrneos, combos y descomunales. Son incisivos de elefante, pienso, o eso parecen, y en sus cimas bailotean como en ludibrio unos hombrecitos, o tal vez son monos, monos chicos, o muñecos, monos o muñecos, muñecos, ¿sí?, digamos pequeños
saltimbanquis.
Unos, haciendo poco caso de los saltimbanquis que se agitan sobre los colmillos enhiestos, retuercen la cabeza hacia atrás, y con sus mandíbulas en alto se mordisquean la musculatura de los brazos; otros se lacinan mutuamente con diversos instrumentos, o se golpean con látigos de lana guarnecidos con huesos de asno, dándose también dentelladas entre ellos mientras la música los aturde y mientras más adelante, donde no penetra la precisión de mis ojos, desarrollan los demás, dirigidos de cerca por los de la Diosa, más paroxismos que calculo de la misma mena.
El espanto está a punto de llegarme a lo más hondo, y tras medio rato en que mi espíritu resiste como amímico, al fin llega. Y es tanto dicho espanto, tanto, que tras duro bregar me despierto convulsionado. Pero de los eriales del sueño no regreso sin traer en mis oídos, como siempre, esta trágica pregunta: "Quid miserum, Annea, laceras?" ¿Porqué, Anio, laceras a un desgraciado? El sueño dejaba rebotando en mí esta interrogación cada vez que sucedía.
Una vez despierto, aparte de mi voz entonando la pregunta latina, aparte del motor del vehículo en el que venía, únicamente el silbido remoto del caramillo se escuchaba. El humal de los campos seguía en pie en el mismo colectivo, elemento onírico en plena realidad. Pero no era amarillo; tenía ahora la coloración azulina, sedosa, pastoril, de la flama que quema el azufre: espeso vaho era, azul; olía todo a pinares, todo a violetas olía.
*© Daniel Attala.
*Fuente: http://www.beatrizviterbo.com.ar/zunino/zz_part.php?id=233&sec=Inéditos
EL PRECIO*
Él iba a su departamento algunas veces. Le avisaba el mismo día por teléfono, charlaban con un vino cabernet hasta la medianoche, hacían el amor furiosamente, se despedían con un beso cálido, no volvía hasta que lo reclamaba la necesidad de verla.
Había pasado todo un año de citas hermosas y únicas, que la llenaban de deseo y le ponían una sonrisa luminosa en los ojos.
Ella quiso que su amante se le hiciera novio. “¿Es que acaso no me necesitas?”, le preguntó. “No”, dijo él. “No me eres indispensable, eres un lujo”.
La mujer buscó un hombre para quien no fuese chocolate, sino pan y sal. Lo halló. Dio en casarse.
No fue feliz.
Su marido la consideraba necesaria como el pan y la sal, cotidiana, así de barata.
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
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