lunes, junio 16, 2008
FRUTILLA O CHOCOLATE...
*Foto de Florencia Soler Abbate y Valeria Marioni. hijasdelviento@hotmail.com
BESTIARIO AZUL*
He llegado a tocar el fondo espejado donde los muertos entierran
A sus propios muertos.
Zumban.
Espanto. Suciedad. Moscardón. Abominable
He tocado el borde quieto del abismo. (Un paso solo un paso)
He ingresado, desnuda, al bestiario azul.
Los cuatro vientos, remolinos de sangre, se alojan en mi pubis.
Partido. Profanado. Parto. Partida
(LOS MUERTOS lloran sobre mi cuerpo en cruz)
He caminado por las estrellas de seis puntas de cristal del mal.
A lo lejos.
Ojos perforados por agujas de hielo
Debajo, duerme la ignominia, cenagal salobre, inexplorado.
Arriba, una cobra real color olivo.
Ojos de bronce.
No mata. Fragmenta suavemente las neuronas
He levitado sola en el mar feroz de los desgarros.
Hasta el aire mismo se ha negado.
La luz, el agua, los trigales
Elegir el final.
¿Elegir el final?
*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar
FRUTILLA O CHOCOLATE...
TENÉS QUE ELEGIR*
Hace muchos años en los patios de la escuela se formaba un trencito, y dos chicos hacían de barrera. Cuando atrapaban al último vagón entre los brazos le decían “frutilla o chocolate”, y el chico elegía frutilla o chocolate (no otra cosa, otra cosa no se podía), y se colocaba detrás del niño frutilla o el niño chocolate. Ganaba el que quedaba con la fila más larga detrás de si.
Ahora el gobierno y el campo nos piden que nos encolumnemos, también, sin darnos demasiada opción de elegir algo diferente a las dos únicas posibilidades.
Un problema económico se transformó en político y acabó en ideológico.
Los del campo se negaron a desalojar las rutas, desobedeciendo una orden judicial. El gobierno no da quórum para tratar el problema en el Senado. Los manifestantes peronistas llevaban palos y la policía los dejó correr a los contrarios. El país entero es rehén en el conflicto.
Todo está permitido. Los trasfondos son tan oscuros que todos pueden sacar basura de los otros armarios y arrojársela a la cara. En algún punto tienen razón, todos, especialmente cuando esas razones están fuera de contexto.
Y la sociedad se divide. Y volvemos a “los negros de mierda” versus “la gente que quiere trabajar”. El peor de los fracasos, el más miserable de los retrocesos. A favor o en contra, no se aceptan críticas, sólo adhesión incondicional.
Seré ingenua, no creo que este gobierno encarne el ideal socialista. No creo, tampoco, que toda la gente que apoya al campo sea de derecha. No creo que se busque un golpe de estado. No creo que la gente tenga que optar entre dos ideologías. Al menos no por ahora. Salvo que sigamos por esta vía muerta que termina en un enorme paredón sin salida.
Yo no quiero ni frutilla ni chocolate, o quiero las dos. Se puede. Para eso está la democracia. Pero para eso están los instrumentos democráticos, no los cortes de ruta, no los actos de apoyo o rechazo, no los discursos de barricada ni los emisarios bravucones.
Yo quiero legalidad para todos. Normas claras y vigentes para todos. Justicia social de veras y también, y especialmente en las provincias pobres (que la justicia social sea una bandera que nos una, no una pertenencia partidaria). Y que nuestros representantes nos representen. No hay otra manera de que funcione la cosa.
Frutilla, chocolate, dulce de leche, vainilla. ¿No era éste un país generoso?
*de Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Georgina*
Estaba asomado al mar por babor. Miró distraídamente un barco que se cruzaba con el suyo y vio en la cubierta, tomando el sol a Georgina. La llamó con un grito que se llevó el aire. Inmediatamente el barco y Georgina desaparecieron.
El hombre bajó rápidamente al camarote donde encontró a Georgina agitada, como saliendo de una pesadilla.
- He soñado que estaba tomando el sol en un barco - le dijo al verlo entrar - y cuando me llamaste desperté.
*de Joan Mateu joan@cimat.es
LA OCTAVA MARAVILLA*
*De Vlady Kociancich.
35
Aturdido, bajé en la puerta del Hotel Kempinski.
De modo que el sinvergüenza que se parecía a mi padre me había estafado. Al viaje lo había estirado dando vueltas para cobrarme una fortuna en marcos. se lo comentaría al conserje.
Pero no hubo oportunidad.
El conserje del turno mañana era otro hombre, muy diferente en el aspecto en el aspecto, no en la cortesía ni en la respuesta:
-No quedan habitaciones libres, señor.
Le mostré mi tarjeta, intenté hacer valer la reserva.
-No tenemos ninguna reserva hecha a su nombre, señor Paradella. Lo siento.
-Escuche, había una reserva. Ayer...
-Le ruego que comprenda que cuando hay un congreso...
-Ya sé que hay un congreso, yo estoy inscripto en ese congreso.
con una mano blanda y un encogimiento de hombros, señaló el vestíbulo inundado de pasajeros y de valijas. No me quedó otro remedio que postergar la discusión y la busca de un hotel. tenía que llegar a la ITB.
El Centro de Exposiciones de Berlín es como sus similares en todas partes del mundo. Una especie de pulpo gigantesco con una inmensa cabeza de cristal y de acero y cientos de tentáculos donde circula la gente tratando de no perderse.
Tardé una barbaridad en encontrar el cartel indicador de la entrada. Aún más tiempo me llevó averiguar por qué estaba cerrada la puerta.
El guardián que la custodiaba no hablaba inglés, francés, ni italiano. Mi sucinto alemán me impedía preguntar: ¿Por qué está cerrada la puerta? En cambio, dije:
-ITB, ITB. Wo ist der ITB, bitte?
Invariablemente contestaba:
-Hier, hier.
Muy bien, muy bien. Aquí. eso lo entendíamos los dos. Pero, ¿por qué estaba cerrada la puerta? ¿Por qué no había un río de gente entrando y saliendo? Ahí moría el diálogo. Ya estaba por abandonar cuando la cara del guardián se iluminó.
Alzó una mano y empezó a contarse los dedos.
-Ein, zwei, drei, für...
La mano se le terminó. La cerró, levantó la otra, mostró dos dedos.
-Sieben, sieben, Tag, verstehen sie?
Ah, sieben tagen. Siete días. ¿Siete días de qué?
La mano hizo otros movimientos. deseé encontrarme en Italia, donde la expresividad de los gestos conforma una segunda lengua. insistió con el vuelco de la mano, que giraba un poco hacia atrás, un poco hacia adelante. Y al fin, cielos, al fin comprendí.
la ITB se postergaba por una semana. Siete días, sieben tagen.
Parado en la vereda del centro de Exposiciones, bajo una lluvia feroz, el papel que envolvía las revistas deshaciéndose en el agua, me faltó ánimo para buscar un hotel. En el bolsillo del impermeable me pesaba la llave de Frieda Preutz.
Un taxi, un Mercedes negro y lustroso, se acercaba lentamente. Lo paré.
Sólo cuando terminé de acomodar los paquetes en el piso del auto, recordé que ignoraba la calle de la pensión. Por decirle algo al chofer, sin esperanza alguna, dije:
-Frieda Preutz Pension.
-Bitte sehr.
Y el Mercedes arrancó suavemente.
Maravillado, miré al chofer. El, a su vez, me miró por el espejito.
Los ojos grises, limpios y afables, eran los del taxista que me había estafado la noche anterior. "Y eso que Berlín es grande", me dije con amargura. Pues bien, si mi mala racha lo quería, que me estafara a su gusto una segunda vez. Prefería llegar a la pensión, pagando mucho o poco, y éste, al menos, conocía el camino. Me recosté en el asiento, prendí un cigarrillo. Nada podía salirme peor.
Sin ninguna necesidad había perdido el coloquio en Paestum, estaba anclado en Berlín sin Feria, arrumbado en una pensión de los suburbios, con un clima deprimente y yo resfriado. La única solución era adelantar el viaje a Viena, volver luego a berlín para ocuparme de la ITB.
Pasamos frente a la catedral. Imagino que esa horrible mole me decidió.
-Stop -dije al chofer.
Bajaría en la Kudam, buscaría una agencia de viajes, compraría ya el pasaje a Viena.
-Stop, please. Hier.
Pero no me oyó o no me entendió, porque siguió la marcha y entonces, con una maniobra violenta, salió de la avenida.
-¡Otra vez no! -grité.
Mientras el coche avanzaba a los tumbos por la calle de tierra, el chofer me miraba por el espejo con esos ojos inocentes.
-Stop! ¡Pare aquí, maldito sea!
¿Cómo pude confundir a ese sinvergüenza berlinés con mi padre? sin embargo, pronto se detuvo. No habíamos andado mucho desde que salimos de la Kudam, así que me dispuse a volver caminando por el barro. Bajé, pagué sin contar el dinero, recogí los paquetes de revistas, di unos pasos en dirección a la Kudam. Y me vi, azorado, en la vereda de la pensión, pisando las baldosas acanaladas y amarillas, delante de la puerta, del cartel de madera con sus letras rojas.
El 23 de febrero fue un día realmente inolvidable.
No sólo se postergaba la ITB, me negaban alojamiento en el Kempinski, volvía sin remedio a Frieda Preutz, sino que tampoco compraba el pasaje a Viena y que esa misma noche, antes que el extraño día concluyera, me comprometía a escribir el guión de Vida y Obra de Francisco Uriaga.
*Fragmento de La Octava Maravilla. Seix Barral. Biblioteca Breve-
Lunes, 16 de Junio de 2008
LITERATURA ENTREVISTA AL ESCRITOR SERGIO CHEJFEC
“Vivimos vacilando entre lo verdadero y lo falso”*
Frente a la reedición de dos de sus obras de los años ’90, el autor reflexiona sobre el giro autobiográfico en la literatura argentina y relativiza el carácter anticipatorio del menemismo que se le atribuye a la novela El aire.
*Por Silvina Friera
Pocos escritores consiguen provocar en vivo y en directo un efecto similar al que genera la lectura de sus libros. El estilo narrativo de Sergio Chejfec –elogiado por Beatriz Sarlo y Rodolfo Fogwill– parece traducirse, o amplificarse, en una oralidad tan morosa como puntillosa, modulada por un tempo interno alejado de las pautas de celeridad; una oralidad que pone en duda las frases hechas, no por timidez, ni mucho menos por inseguridad o desconfianza hacia el lenguaje. El escritor apela a ese modo lento, pausado, reflexivo –en un tono que a priori puede sonar cansado o pesimista– porque lejos de resultar taxativo prefiere inclinarse por ensayar respuestas desde una perspectiva en diagonal y un tanto desviada, desplegar pensamientos vacilantes, aproximarse a tientas, cavilar y deambular como un modo de enunciar.
Algo así le sucede a la mayoría de sus personajes y narradores. Le pasa a Barroso, el protagonista de su tercera novela, El aire, publicada en 1992 y reeditada recientemente por Alfaguara juntamente con El llamado de la especie, de 1997. Benavente, su mujer, lo abandona y le deja una carta con un breve mensaje: “Me voy a Carmelo. No me sigas. Más adelante voy a escribirte”. El lector no conocerá las razones de esa separación, sólo asistirá a las consecuencias: la perplejidad inicial, el desmoronamiento y la desintegración de Barroso, que se fundirá con la escenografía de una Buenos Aires que también se desmorona, donde el dinero ha sido reemplazado por el vidrio, donde los hombres caminan por las veredas “mirando hacia abajo y pateando piedritas con desgano como si arrastraran la desocupación, la angustia y la vergüenza”; un paisaje urbano del que emergen nuevos traperos, lúmpenes, desamparados, con asentamientos en los techos y terrazas de las casas y edificios donde levantan sus ranchos.
Escrita en Caracas (Venezuela), donde Chejfec vivió durante quince años hasta que en 2005 decidió radicarse en Nueva York, El aire es una novela que, vista en retrospectiva, puede leerse como doblemente anticipatoria. Desde una mirada política, pronostica las consecuencias del menemismo, eso que estaba en el aire y que el narrador y poeta captó con una prosa tan bella como desconcertante. Desde el conjunto de su obra, esa novela bien podría ser el preludio del “efecto César Aira” en la narrativa de Chejfec.
–¿Por qué el narrador de El aire, pero también el de otras de sus novelas, está siempre relativizando o poniendo en duda lo que afirma?
–En mis narraciones hay una suerte de indecisión o vacilación entre lo que se considera falso y verdadero. Esta vacilación es un eje bastante radical en la literatura. Durante mucho tiempo la literatura se consideró como un discurso dominado o atravesado por el eje de lo real y lo no real. A mí me interesa más considerarla en términos de verdad y falsedad porque me parece que es una vacilación muy productiva de la literatura, y productiva para nosotros como género humano. Nosotros estamos constantemente vacilando entre lo verdadero y lo falso, incluso tratamos de buscar qué es lo verdadero dentro de lo falso y qué es lo falso dentro de lo verdadero en los hechos y en las circunstancias más importantes de la vida y en las cosas más nimias, sencillas y casuales. En mi literatura existe ese tipo de juego que tiene como efecto que el narrador ponga en duda o relativice lo que previamente se ha considerado elocuente, factible o real. Al mismo tiempo eso se combina con mi manera de escribir; no es una escritura que avance por la acción o por la intriga sino más bien por la puesta en duda, por la cavilación alrededor de lo que se está contando.
–¿El aire es un momento bisagra en el que incorpora a Aira como influencia?
–Pasó mucho tiempo y me resulta difícil reconstruir lo que ocurrió. El aire fue la primera novela que escribí cuando llegué a Caracas. Sí recuerdo que Saer me produjo un impacto profundísimo como escritor y como lector. Lo mismo me pasó con Aira. Me cuesta tener una opinión tajante; es verdad que uno puede pensar que El aire tiene algún tipo de alusión al apellido de Aira (risas). Los buenos escritores siempre nos producen un impacto muy fuerte, y yo nunca me consideré un escritor concluido, en el sentido de formado y ya formateado por mi propia formación, cristalizado en mis temas, en mis motivos y en mi forma de escribir. Siempre lo que me impresiona se refleja en lo que estoy escribiendo o lo que voy a escribir. De manera que no sería muy erróneo o alocado pensar que quizás hubo un efecto Aira en mi novela.
–¿Cómo explicaría ese “efecto Aira” en la literatura argentina de las últimas dos décadas?
–Lo que tiene de curioso Aira es la profundidad y la rapidez de su intervención, quizá derivada de la radicalidad de su estilo, de su propia producción y de cómo logra modificar lo que era hasta ese momento la ideología literaria argentina. Aunque se escriba alejado, en contra, a favor o más allá de él, Aira es uno de esos escritores que siempre se lo puede utilizar como eje de comparación. En ese sentido, Aira es parecido a Borges o a Saer, aunque Saer es distinto porque el impacto que ha tenido en la literatura argentina es de otro orden, es un efecto más soterrado, más estético. Aira apunta mucho más a lo que es la ideología literaria. Saer quizás está ubicado más hacia el pasado; Aira es un escritor que ya parece obviar toda la problemática de las vanguardias; es un escritor que a través de su literatura no establece divisiones entre lo que pueden ser diferentes registros y niveles de literatura, cosa que es muy central para Saer. Pero al mismo tiempo, si uno ha conocido tanto a Aira como a Saer, puede ver también que en el aspecto individual y en sus campos de intereses esta correlación se invierte: Saer estaba mucho más interesado por todo tipo de géneros; en cambio, Aira es alguien más anclado en el universo de la vanguardia, al contrario de su obra.
–En la novela aparece una Buenos Aires en ruinas donde se percibe a cada paso la crisis social. ¿Es una anticipación de las consecuencias de las políticas neoliberales del menemismo?
–Cuando la escribí, no pensaba en una novela de anticipación, no tenía ese tipo de preocupación. Más bien la descripción de ese paisaje social y urbano se debía a tres razones. En primer lugar, al efecto que me producía irme de Buenos Aires, una ciudad bastante horizontal en términos de circulación urbana, abierta a los caminantes, cualquiera sea su condición social. Llegar a Caracas fue muy crudo porque no solamente me encontraba viviendo en una sociedad secularmente acostumbrada a convivir con un 50 o 60 por ciento de la población en niveles de pobreza sino porque, al ser una ciudad con estribaciones, medio montañosa, las villas, que ahí se llaman barrios, eran sumamente visibles e incluso existían como amenaza social y política. En segundo lugar, yo estaba muy cercano a cierta ideología del pesimismo, el caso más emblemático puede ser el de (Ezequiel) Martínez Estrada. Todo ese tipo de carga pesimista, anticipatoria, premonitoria respecto de la condena del país me interesaba, y en ese momento pensaba que había una zona de la literatura argentina de los años ’40 y ’50 que quería representar el carácter nacional y dejar sentado un tipo de alarma, de señal, de advertencia. Me interesaba incluir este aspecto en la composición de mi novela porque era una manera de tramar crisis social y pertinencia literaria. En tercer término, aunque en ese momento la crisis no había ocurrido, había mucha gente que percibía que la estructura económica de la Argentina iba a cambiar de manera radical, y que los porcentajes de pobreza y marginalidad social no sólo iban a aumentar sino que iban a ser estructurales, como ocurrió finalmente.
Chejfec se saca un rato los anteojos, se frota un poco los ojos como si una esquirla de ese menemismo que vivió a la distancia, pero que respiró en el aire antes de irse a Venezuela, ahora regresara en la forma de una basurita que le irrita la vista, la mirada. Barroso, ese personaje condenado a vivir solamente en el presente, es un adicto a la lectura de los diarios. “La prensa es la instancia que regula el tiempo político cotidiano –explica el escritor–. Los diarios siempre han tenido esa capacidad para regular y pautar el tiempo, siempre he sido un lector adicto de los periódicos. En Barroso volqué parte de mi experiencia más abstracta en la lectura de los diarios, desde cómo un periódico te sirve para comenzar un día hasta las consecuencias metafísicas, en el sentido de que los diarios apilados por tu propia desidia materializan una cantidad de tiempo que te resulta cercana y al mismo tiempo completamente ajena, incluso hostil, porque es tiempo que ves traducido en papel.”
Chejfec plantea la existencia de una especie de juego de intromisiones en El aire. “Por el atributo de regularidad que tiene la prensa, pero al mismo tiempo por la capacidad política para instalar temas y cuestiones en la opinión pública, muchas veces son las noticias de los diarios las que crean la realidad y no la realidad misma. Barroso lee primero la noticia y después la ve traducida en la experiencia –señala el escritor–. Pero también me interesaba representar que lo que se le pedía a la literatura lo estaba haciendo la prensa.”
–Cuando hoy se habla del giro autobiográfico en la literatura argentina, ¿se está buscando que el autor “cuente su verdad” en un registro cercano a lo que se le exige al periodismo?
–Hay una tendencia de lectura que subraya determinados aspectos de las obras, pero con la misma vocación autobiográfica podrías leer la literatura de los ’60 o los ’70. Uno se pregunta por qué subrayarlo ahora y no antes. Tiene que ver con una tendencia de lectura, pero también con una demanda realista, en el buen sentido de la palabra, que tiene la crítica. Por la crisis de la crítica y de los saberes de las ciencias sociales, los textos literarios son cada vez más oscuros, tienden a jugar más con el sentido y no está claro qué es lo que quieren decir. En la medida en que no está claro qué es lo que quieren decir, la interrogación sobre la autobiografía aparece como una forma de dirigir esa falta de sentido. No sé si esto obedece a una inclinación casual de algunos autores; más bien responde a una necesidad de la crítica, académica o periodística, de establecer una especie de clasificación, cosa que siempre ocurre, siempre la crítica tiende a clasificar y a organizar los materiales de alguna manera. De pronto las propias vidas se tornaron muy narrables, pero eso siempre fue así. Lo que ocurre ahora es que hay una suerte de actualización. Siempre se ha dicho que en la literatura argentina no ha habido muchas autobiografías, que el género autobiográfico ha sido bastante esquivo, pero como contrapartida hay muchísimas novelas a lo largo del siglo XX que son completamente autobiográficas.
–¿En cuáles autores o novelas está pensando?
–Podemos pensar tanto en Roberto Arlt como en Marechal, como escritores menos leídos ahora, Enrique Wernicke o Haroldo Conti... esa literatura autobiográfica siempre estuvo presente. Lo que vemos es una “literatura del yo”, como se la llama, tramada con una diferente composición. Ahora el yo se representa de otra manera.
–¿Qué características tiene esta representación del yo?
–Es un yo más deliberado y es una individualidad más atravesada por órdenes diversos. Antes, esos órdenes eran bastante sacrosantos y rígidos; estaba el orden de lo sexual, de lo político, de lo ideológico, de lo histórico. Ahora, esa literatura del yo da cuenta de un cambio de sensibilidad, pero como todo cambio implica un desafío grande porque puede ser una propuesta que se cristalice muy rápido y se convierta en mera fórmula. Es muy difícil concebir algún tipo de elocuencia o de equilibrio cuando alguien se propone escribir literatura a partir de las demandas del momento.
La ficha
Sergio Chejfec nació en Buenos Aires en 1956 y actualmente reside en Nueva York. Es autor de las novelas Lenta biografía (1990), Moral (1990), El aire (1992), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Boca de lobo (2000), Los incompletos (2004) y Baroni: un viaje (2007). Ha publicado también dos libros de poemas: Tres poemas y una merced y Gallos y huesos; y un libro de ensayos, El punto vacilante. En 1990 recibió una propuesta para trabajar en una revista de ciencias sociales en Caracas. “Sentía que la vida iba a ser más real si cambiaba de país, estaba un poco cansado de estar en la Argentina”, dice el escritor. “El tiempo finalmente terminó pasando y lo que concebí como una experiencia de dos o tres años se fue prolongando. En 2005 tuve la opción de seguir en Venezuela o instalarme en Nueva York y me pareció que era un cambio propicio, pero irme de Venezuela fue como volver a salir de la Argentina.” Acaba de terminar Mis dos mundos, una novela en la que combina un paseo por un parque con las reflexiones sobre el cumpleaños del narrador.
Textual
¿Cuánto dura el presente?, quiso saber al rato, mientras aguardaba el ascensor que, según él, había dejado en su piso probablemente requerido por alguien desde algún otro. Este pensamiento puede parecer obvio, pero sin embargo es idéntico al que tuvo Barroso cuando al dejar su casa vio que el ascensor ya no estaba ahí. “¿Cuánto dura el presente?”, continuó interrogándose, ya una vez adentro, mientras descendía: cada una de las puertas idéntica a la anterior, ofreciendo el mismo rectángulo de luz a medida que bajaba, cada determinados metros y segundos. “¿Y si la repetición fuera la medida del presente?”, murmuró en voz alta al salir, frente a un vecino que esperaba. En la calle había luz, era aún de día, y por la avenida corría un aire cálido, acaso presagio de tormenta, aunque no sofocante. Sin darse cuenta, Barroso reprodujo en la vereda el gesto que el día anterior había observado en Benavente: miró de manera alternada dos veces a la derecha y dos veces a la izquierda, como si vacilara sobre el rumbo a tomar.
* Fragmento de El aire (Alfaguara).
-Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-10369-2008-06-16.html
No sé si este poema es mío*
Yo poseo eso mismo que odio:
Puntas oxidadas
que raspan al paso.
Una brusca frenada de colectivo
bajo la lluvia.
Zapatos que quedan chicos.
Paraguas rotos.
El último pedazo de pan: vencido.
La agenda de un muerto
y un televisor que no anda.
Inútil impulso
de hablar por teléfono.
Perseguir a alguien
en sueños-pesadillas.
Libros sin tapa,
tela que pica,
perro que muerde,
boca que calla.
*de Dafne Mociulsky. duniashka@yahoo.com.ar
www.duniashka.blogspot.com
Correo:
A usted Sra. Cristina, mujer*
Cuando la Sra. Cristina F de Kichner asumió en diciembre del 2007 y dijo que le iba a ser un poco mas difícil gobernar por se mujer, me conmovió. Sé que a la mayoría de las mujeres no nos educan para el poder.Pero lo que realmente me conmovió es que existiese una posibilidad de que el poder sea ejercido femeninamente.Por eso Sra. presidenta, busque en su interior la esencia de la mujer: Paciencia, ternura, intuición, dialogo, escucha.La obstinación es una característica demasiado masculina.
Por eso le creí que sería difícil para usted gobernar, porque creo que no estamos preparados para tremenda revoluciòn.Lo mas difícil era el desafío de gobernar como mujer, de no mimetizarse con los hombres
Usted sabe que ser mujer no es sinónimo de debilidad, es sinónimo de más esfuerzo, de más profundidad, por favor que su esencia, por miedo o por lo que sea, no se esconda detrás de tantos trajes.
Con cariño
*Silvia Irigaray. silvirigaray@arnet.com.ar
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
El domingo 15 de junio del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Fernando Maglia. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de Bandolas de
Venezuela (Venezuela). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo! Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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