sábado, noviembre 15, 2008

PARA DEJAR QUE EL PASADO SE DESPRENDA...



*ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.


El destino*



Su abuela le había alejado de todos los peligros del mundo.
No había que recibir caramelos ni dulces de gente desconocida.
No bajar a la calle con la bicicleta, no hablar con extraños ni aceptar invitaciones a la casa de otros
compañeritos.
No comprar panchos en los puestos callejeros ni pochoclo porque las
condiciones de higiene eran pésimas.
No concurrir a los baños del club ni de la escuela.
No abrir la reja del jardín y permanecer dentro del mismo jugando a la pelota.
Ella habitaba en un cactus y era negra; la persiguió con un palito porque huía
demasiado rápido y no la pudo matar.
Pensaba todo eso mientras el cuerpo comenzaba a paralizársele, fue todo tan rápido.
Su abuela nunca le había alertado sobre estas arañas.




*de Diana Poblet. soydian@yahoo.com.ar





PARA DEJAR QUE EL PASADO SE DESPRENDA...






La defensa*


Caín, sonría aviesamente cuando el jurado le declaró inocente por el asesinato de su hermano Abel.

Una muy bien estructurada defensa, llevada a cabo por el prestigioso Bufete Plumkier y Asociados, rechazó la acusación aduciendo que no se había encontrado el arma del crimen y que no había beneficio por parte del acusado. Pero lo que acabó por decantar el veredicto fue la nula aportación de testigos de la acusación, a pesar de que ésta quiso llevar al estrado a Adán Y Eva, pero su testimonio como familiares directos estaba invalidado.

Por otra parte, tampoco se aceptó la declaración de la serpiente al no poder poner la mano sobre la Biblia para hacer su juramento.



*Joan Mateu joan@cimat.es










Catorce años*



*Por Sandra Russo



Catorce años tienen las AFJP, escucho, y pienso en los chicos de catorce años. Hace catorce años la oposición a Menem no logró perforar el relato blindado que bajaba desde el poder político, pero era legitimado por el poder económico y multiplicado por el poder mediático. El Estado elefante había dejado en el imaginario colectivo a la empleada pública de Gasalla, que atendía al público limándose las uñas y gritaba "¡Atrááás, atrááás!". La palabra eficiencia vino a arrasar con esa empleada: fue reemplazada por promotoras de buenas piernas y sonrisa muy amable que regalaban pins y calcomanías de las AFJP.
Hace catorce años, sin embargo, era bastante claro lo que estaba pasando. Y aun con un Estado corrupto como el del menemato, sólo fue posible rediseñar los sectores público y privado de una manera tan grotesca gracias a una obnubilación colectiva que hizo creer a muchos hombres y mujeres que cuando
fueran viejos serían esos ancianos atléticos y vigorosos que hacían trekking en las publicidades de las AFJP.
Cuando teníamos una secretaria de Medio Ambiente que salía envuelta en pieles en fotografías de estudio, cuando íbamos a traspasar en dos horas la estratosfera, cuando se desviaba la investigación del atentado a la AMIA, cuando teníamos esa Corte Suprema, cuando los grandes medios tomaban como
algo pintoresco que el presidente jugara al tenis y sus competidores se dejaran ganar.
Hace catorce años, cuando nacían los chicos que hoy para muchos, incluso y especialmente para el gobernador Scioli, deberían ser imputables, nosotros éramos como sociedad todo eso: un amasijo de jodidos y confundidos y sobornados por la fiebre del electrodoméstico y el viaje a Miami. Y esa
generación que se acopló a la vida en esos años, en su amplia mayoría, estaría destinada al paco, al cartón, al plan, al tetra, al limpiaparabrisas, al arrebato o al crimen. Fue un acto de cobardía no ver
entero el modelo que se estaba sembrando: de él iban a brotar, por la lógica de su propia genética, sectores con muchos bienes acumulados y sectores sin nada que perder. Una sociedad mínimamente civilizada debería preocuparse siempre de que absolutamente todos sus miembros tengan algo que perder.
Comida, trabajo, salud, educación. Son los cuatro jinetes de algo así como la seguridad. Si los esfuerzos colectivos a través del Estado se aunaran para que la comida, el trabajo, la salud y la educación llegaran a todos los rincones del país en dosis aceptables, es muy probable que el efecto colateral de esa política sería algo así como la seguridad. Digo "algo así" porque el delito no es extirpable de ningún modelo, pero es bastante claro que si las necesidades básicas de todos los habitantes de este país fueran cubiertas, habría muchos menos pibes rifando sus vidas o cegando otras.
Pienso en los chicos pobres de catorce años, en el relato social que meció su infancia, en historias de vida que cualquiera conoce y que enloquecerían a cualquier vecino de Palermo Freud. Pienso en las pérdidas que todo chico pobre de catorce años tiene que elaborar. Pérdidas que ni siquiera pueden
pensarse como tales, con el dolor que implica perder. Los pibes pobres de catorce años perdieron antes de nacer casi todos los derechos que los haría sujetos sociales responsables: el derecho a la vivienda, al alimento, a la escuela. Nada de eso los esperaba como esperaba el amoroso cuarto preparado la llegada del bebé de clase media.
La idea misma de bebé ha sido susceptible de divisiones clasistas, en esta sociedad hipócrita e hiperclasista: el bebé de la lavandina, ese que tiene una mamá que usa productos especiales para desinfectar los juguetes y que siempre tiene en la heladera postrecitos con calcio y hierro, y el bebé que carga la señora en el semáforo, el bebé del soborno emocional, el bebé prestado, el que pretende conmover y provoca rechazo. Ese bebé es sólo visto como un fruto de la promiscuidad de los pobres o como una herramienta para la limosna. Uno es el bebé que quizá ya tenga o vaya a tener un hermanito, y
el otro es el bebé que la mirada social juzga "de más", como si algunas mujeres parieran hijos y otras parieran apenas más bocas que alimentar. Uno es el bebé producto del amor de sus padres, y el otro es el producto de un apareamiento.
Los pibes pobres de catorce años han sido bebés del segundo tipo. No es después de un asalto o de un crimen que esta sociedad debería pensar en ellos. Es antes. Pensar en ellos como acreedores nerviosos. Pensar en ellos como los otros que podrían ser hoy si la vida los hubiese recibido con el saludo mullido de las oportunidades. Reflexionar sobre la adolescencia pobre sólo después de un asalto o un crimen es un latigazo más sobre sus lomos.
Lo peor es que ellos no esperan otra cosa.



*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-115065-2008-11-15.html





S. O. S.
El trabajo cuenta*



Cuenta el trabajo que un día se sintió como con los pies y los brazos
amputados. Quería caminar, pero el cuerpo se le hacía pesado, amorfo, insostenible. No encontraba manera de avanzar.
Dice que cuando quiere o decide alcanzar algo, los brazos no les responden, se les pierden en el intento. Quedan extendidos para luego descolgarse pesadamente desplomados, queriéndose separar del cuerpo, y las manos ávidas se vuelven torpes.
Cuenta que las veinticuatro horas del día se las pasa lagrimeando, dice que está cansado de lamentos y frustraciones, que quiere y se ha propuesto volver a ser él mismo. Habla del sentido de equidad, del respeto, la motivación
- A veces- dijo - creo no ser reconocido, no me siento respetado ni querido y con todos estos años que llevo encima, hay hasta quienes me ignoran, no me entienden ni entienden lo que he querido para todos, no saben que los necesito, tanto como ellos a mí-
Su voz me asustó mucho, quería verle el rostro, acercármele, abrazarlo ante tan afligidas expresiones; pero no podía, algo me detenía allí donde estaba y lo escuché, porque él necesitaba ser escuchado por ello le presté atención.
Dice que está hondamente dolido por la alta responsabilidad que tiene sobre sus hombros, que en ocasiones se siente como impuesto y le arde la piel por los malos tratos o la indiferencia que vive. Cuenta que cuando es elegido, es como estar en brazos de mamá, siente mimos, son horas que pasan y nadie siente agobio, todo lo contrario, es como si fuera una gran familia en cada sitio y la alegría viste su mejor sonrisa.
Cuenta el trabajo que ha querido ir más allá de lo que su propia inteligencia le dicta, ha querido probar su capacidad, que los otros también lo hagan, pero no ha podido.
-No sé cómo hacer – dice- para que las cosas “todas esas” que quiero llevar adelante sean logradas, trato de dar tres pasos y es como si retrocediera cien; y para colmo, estoy como estático
Esa mañana cuando el sol alborotaba su cabellera lo escuché hablar consigo, sacaba cuentas y más cuentas, hacía reflexiones tras reflexiones. Su voz me llegaba con sabor a enojo, sí estaba muy enojado.
-Soy fuente de riqueza, estoy aquí, allí, allá, nací para que todo humano saque lo mejor de mí, también quiero dar lo mejor. El último segundo de cada día plasmo en mi libreta lo que voy a hacer al día siguiente, es cierto que no siempre puedo lograr hacer todo cuanto he programado, pero priorizo aquellas que son importantes y las que quedan, de acuerdo a su importancia la traslado para el día siguiente, ¿por qué entonces no hacen lo mismo conmigo? hay quienes me dejan ahí, me encajonan, me echan al olvido. Quiere decir que algo me falla, ¿Qué cosa no he tenido en cuenta?
Se dice masticando una a una las palabras como para no perderlas.
- Si es este el resultado que obtengo de veinticuatro horas, ¿cómo me las voy a arreglar con esta larga lista donde plasmo las tareas de lo que supuestamente haré durante los trescientos sesenta y cinco días del año que representan ocho mil setecientos sesenta horas? No hay dudas, tengo que organizarme mejor.
La respiración se le siente agitada. Desde donde estoy me quiero mover pero no puedo, allí me tiene el trabajo a la escucha.
- Tengo que moverme, -repite una y otra vez- tengo que romper con esta inercia que no me deja ser eficaz. Voy a priorizar aquellas tareas más importantes ahora mismo, sí, tengo que organizarme mejor para poder planificar todo esto que tengo en mente y poder hacer un buen uso del tiempo. ¿Ah, el tiempo? Valeroso tiempo que necesita también de su tiempo para pensar, para el descanso, tiempo que roba tiempo cuando mal se emplea, tiempo lastimado, tiempo del que solo cuenta con sus dedos sin objetivos definidos ni concretos.
Tan pronto erguida, tan pronto enjuta, puedo ver una sombra en la meditación, como quien mide distancia entre espacio y tiempo.
- No puedo descansar ni pensar bien, y hay que descansar y pensar bien, pero no me deja todo este ruido en mi cabeza, tengo demasiado desorden. ¿Qué quiero? Vaya, qué pregunta, son tantas las cosas que quiero. Quiero llenar las aulas de las escuelas de niños y niñas, verlos estudiar y aprender, ese es el trabajo para ellas y ellos, el de estudiar, hacer los deberes para ser útiles en el mañana, libres de pensamiento. Quiero verlos jugar para que crezcan sanos. ¿Se me entiende? ¿Alguien me escucha?
Continúa el trabajo indignado, con muy mal humor, dice que muchos chicos y chicas se le acercan para ayudar a su familia, que ha visto de todo, ya sabe cómo enfrentar a quienes abusan de esos cuerpecitos. Mueve las manos con desespero, agacha la cabeza hasta rozar la barbilla con la tierra y es que se siente avergonzado, tal vez sea también motivo de su fatiga.
Su alterada voz hace estremecer
- Escúchame, necesito recuperar mis piernas y mis brazos que han quedado como amputados. Ayúdame. Dile a todos que preciso caminar para que cada familia entre a las fábricas e industrias que se han de abrir, quiero sentir de a poco en mi corazoncito el melodioso ritmo de las máquinas, la alegría de mis pares en su ir y venir. Pide ayuda por favor. Quiero caminar, es preciso que los hospitales estén en óptimas condiciones, que los enfermos estén bien atendidos y todo el personal contento. Quiero caminar, necesito mis piernas para disfrutar cada jornada junto a los estudiantes y maestros, ver florecer las letras y los números que son cantos a la vida, con ellos he de cuidar cada escuela porque es caudal de riqueza y sabiduría.
El trabajo, que no ha dejado de hablar un solo instante desde que amaneció está cada vez más irritado e inquieto. Contó acongojado que hasta ha visto a la tierra llorar a cántaros. Habla de los desastres de la naturaleza, dice que el hombre es el mayor responsable por no cuidar el medio ambiente.
- Mira cuanta sed y hambre padece la tierra- dice entristecido- vivo abrazado al campesino, sufro sí, porque no hay entendimiento de lo que representa su esfuerzo en el campo, no sabes cómo me estalla la cabeza por querer enderezar este loco mundo, pero por favor, escucha, ayúdame, me urge salir de esta quietud, apremia el tiempo -
Tengo los cuentos y las palabras del trabajo en la mente. Decido salir a la calle, ganarle tiempo al tiempo, buscar ayuda.



*de Juanita Pochet Cala juanipoch@hotmail.com







Espejos*



En la blanca pared del salón
se duermen hoy los espejos
que atesoraron las noches
de vigilia, cenas familiares
y rostros que ya no están.


Recuerdo haber jugado frente a ellos
de espaldas a la tarde,
descifrando, en esa inversión de imágenes,
las secuencias del porvenir.


Al recorrer otra vez la vieja casa
anhelo llegar a los espejos,
para dejar que el pasado se desprenda,
por un rato de la pared.



*de Silvia Berlasso. silvia_1856@yahoo.com.ar







Los norteamericanos están aterrados ante la idea de que Obama se convierta en otra promesa segada

Entre la esperanza y el miedo*



*Tomás Eloy Martinez
para LA NACION


Entre las muchas herencias maléficas que la administración de George Walker Bush le deja a Barack Obama, la economía en ruinas es la más evidente, pero quizá no la más ardua de superar. Como pocas veces antes, el miedo que la Casa Blanca instiló en los Estados Unidos día tras día desde el 11 de
septiembre de 2001 ha servido como herramienta para controlar a los ciudadanos. En Bowling for Columbine , el documental sobre la masacre que dos adolescentes armados provocaron en una escuela de Denver, Michael Moore comparó los 151 homicidios anuales de Canadá con los 11.798 de los Estados
Unidos y advirtió que la razón de la diferencia estaba en el miedo. Según Moore, los norteamericanos creen que el delito aumenta, cuando en verdad las estadísticas indican que disminuye. Con todo, la tasa de reclusos en las prisiones del país es la más alta del mundo: 1% de los adultos. Alimentado por medios de comunicación que convierten cada caso en un fenómeno, el país vive sumido en La cultura del miedo , como titula Barry Glassner un libro citado por Moore.
El miedo es una condición necesaria para el capitalismo moderno: sin el temor a ser rechazado por no usar el dentífrico correcto, el auto de moda o el último teléfono celular, los seres humanos podrían vivir satisfechos, pero faltarían a su función de consumidores. No hace falta que el temor se encarne en factores reales, como los atentados contra las Torres Gemelas: Bush se valió de informes falsos para invadir Irak, pero sus estímulos a la paranoia le permitieron ser reelegido. Los norteamericanos han aprendido que desoír los mandatos de la Constitución y permitir la autorregulación del mercado financiero son estrategias de desgracia que pueden arrastrarlos a la bancarrota. Ahora que la elección de Obama les permite recobrar el aliento, no saben cómo quitarse de encima las telarañas del miedo que se les han enredado en el alma.
La amenaza de una desgracia súbita asoma en todas las conversaciones. La menor de mis hijas, que cursa el último semestre en una universidad del estado de Nueva York, me contó que sus compañeros no hablan casi de otra cosa. La amenaza de una pesadilla circula como un torrente venenoso por los blogs y los celulares. Acaban de aprender la lección de la esperanza y no se resignan a que un mal viento se las arrebate. Los magnicidios dejaron cicatrices perdurables en la historia del país, desde Abraham Lincoln en 1865 hasta John F. Kennedy en 1963, y todos se aterran ante la idea de que Obama se convierta en otra promesa segada.
Cuando el líder de los derechos civiles Martin Luther King y el precandidato demócrata Bob Kennedy fueron asesinados con dos meses de diferencia, en 1968, Obama tenía 6 años. Acaso esa memoria, que marcó a toda una generación, hizo que le resultara natural ser el primero de los aspirantes protegido en las primarias por una docena de agentes del Servicio Secreto (el mismo número asignado a Bush), que lo siguió a lo largo de la campaña.
"Ojalá viviéramos en un país donde la raza no fuera un problema", dijo el senador Dick Durban, de la comisión que autorizó la seguridad, "pero que se trate de un afroamericano aumenta su vulnerabilidad".
El FBI analizó más de quinientas amenazas de muerte contra Obama, cien de ellas de carácter racista. Desde que se convirtió en presidente electo, su casa, en Chicago, se ha vuelto inaccesible: calles cortadas, cabinas de control, barreras contra ataques suicidas. En la madrugada del 5 de noviembre, mientras todavía se contaban los votos, entre los mensajes en la Web hubo muchos cargados de odio fanático: "Hay que acabar con Obama", "Hay que matar a Obama ya mismo, antes de que termine con el país". Como escribió Elias Canetti al final de su clásico Masa y poder : "Detrás de cada paranoia, como detrás de cada poder, se halla el mismo deseo de barrer a los otros del camino, para ser el único".
El miedo a que Obama sea un nuevo Kennedy se suma a las comparaciones con el ex presidente asesinado que tanto seducen a la prensa mundial. Una y otra vez se repiten los atributos en común: ambos senadores jóvenes y brillantes; los dos representan a minorías influyentes: católico uno, afroamericano el otro; hasta sus bellas y elegantes esposas acentúan las semejanzas. Más significativas aún son las coincidencias de sus compañeros de fórmula: Lyndon B. Johnson, el vicepresidente de JFK, era un político experimentado, jefe de la mayoría demócrata del Senado; Joe Biden, que lleva 36 años en esa
cámara, ve a Johnson como uno de sus modelos. Leí en el semanario The New Yorker del 8 de octubre que Biden se resistió a secundar a Obama en la fórmula hasta que éste le prometió que le permitiría ayudarlo a gobernar: "Si me necesitas sólo para que te ayude a ganar la presidencia, puedo hacerlo de otro modo. No quiero estar al margen de las grandes decisiones".
Poco importa que Obama no haya contado con un padre que le abriera el camino a la política con dinero e influencias, o que Kennedy haya combatido en la Segunda Guerra Mundial e intensificado su preparación en política exterior antes de llegar a la Casa Blanca. Más importa, acaso, indagar en los motivos del deseo que, detrás del temor, acerca a los dos hombres. Porque tanto Kennedy como Obama llegaron a la Casa Blanca casi desde la nada, empujados por una simple palabra: cambio.
Cuando aceptó la nominación del Partido Demócrata, en 1960, Kennedy lanzó en su discurso un eslogan que se convirtió en la marca de su breve mandato: la Nueva Frontera. Era el tiempo de la Guerra Fría, de la lucha por los derechos civiles y de la modernización tecnológica. En el Coliseo de Los Angeles, el Oeste, que alguna vez había sido la última frontera para los colonos norteamericanos, dijo Kennedy: "Estamos al borde de una nueva frontera, la frontera de las esperanzas y los sueños por cumplirse. Más allá de esa frontera se hallan las tierras inexploradas de la ciencia y el espacio, los conflictos irresueltos de la guerra y la paz, los problemas pendientes de la ignorancia y el prejuicio, las preguntas sin respuesta de la pobreza y la abundancia". Con idéntica actualidad, pidió que lo votara "la gente sin seguro de salud, las familias sin un hogar decente, los padres de niños mal alimentados y sin escuelas. Todos ellos saben que ha llegado el tiempo del cambio". Palabras más o menos, Obama repitió esa letanía.
El nuevo presidente fue elegido para ejecutar el cambio por el 95% de los negros, 67% de los latinos, 66% de los jóvenes y el 58% de las mujeres. En esos grupos se concentra buena parte de los 760.000 norteamericanos que perdieron sus empleos en los últimos diez meses, una caída constante que dejó la tasa de desocupación en 6,5%y que podría llegar al 8% a fin de año.
Ellos lo votaron y él ha pedido mil días para salir del agujero negro. En tiempos de Kennedy, cien días eran suficientes para evaluar la eficacia del gobierno. Pero ahora, como escribió Zygmunt Bauman, "la política es un tira y afloja entre la velocidad con la que el capital se mueve y la cada vez más disminuida capacidad de acción de los poderes locales". Hasta el presidente de la principal potencia mundial carece de fuerza para torcer el rumbo de los mercados globalizados.
Obama se ha dado cuenta al instante de la vastedad de la tarea y, para que sus acciones de gobierno sean más ágiles, ha identificado doscientas decisiones del presidente actual que deben desactivarse, por
inconstitucionales o por desastrosas. No por nada George W. Bush ha logrado el milagro de superar en impopularidad a Richard Nixon: lo desaprueba el 76% de los norteamericanos, 10% más de los que repudiaban a Nixon en pleno escándalo Watergate. Pero aunque ambos disientan en temas medulares, como la guerra en Irak, el cierre de la prisión de Guantánamo, la crisis energética, la investigación de células madre o la inmigración, esos actos no atenúan la urgencia del mandato central que Obama ha recibido. Lo que sus votantes reclaman es que detenga cuanto antes la velocidad con que se empobrecen los habitantes de un país que siempre se jactó de ser tierra de oportunidades.
Aunque los republicanos se oponen, Obama quiere cambiar las leyes de quiebra, para que los jueces puedan autorizar algo que ahora sólo se permite a las empresas: que la gente pueda renegociar las hipotecas impagables y conservar sus casas. Los estados y las ciudades recibirán del gobierno federal fondos para ampliar los seguros de desempleo y los vales de comida.
A casi medio siglo del discurso de Kennedy, los sueños de otras generaciones han sido desgarrados por las políticas neoliberales y la globalización.
Obama cree que puede torcer ese destino y poner en marcha el cambio. "Tal vez no lleguemos en un año ni en un solo mandato", dijo, al anunciar su triunfo. "Sin embargo, compatriotas, nunca tuve, como esta noche, tanta esperanza."
Ver la luz de la costa después del naufragio ha costado tanto, que sus compatriotas tiemblan ante la idea de una ráfaga de violencia. Para alejar a los fantasmas, Obama llegará a las escalinatas del Capitolio el 20 de enero de 2009 e ingresará a la Casa Blanca en un Cadillac de titanio, acero y cerámica, resistente a las balas y las granadas, seguido por un cortejo de seguridad con camionetas llenas de hombres armados y un automóvil preparado para neutralizar cualquier ofensiva, aun las que se intenten con armas no convencionales. Kennedy no imaginó -no podía hacerlo- que también el odio y la intolerancia crean nuevas e imprevistas fronteras en la historia de la especie humana.



*Fuente: La Nación
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1070149&pid=5372878&toi=6486







Mamá*


*Por Jorge Lanata
Sábado 15 de noviembre de 2008 | Publicado en la Edición impresa


Quiero contarles mi asombro por la cantidad increíble de saludos, recortes, papelitos, mensajes, por el tema de mi vieja, que, por otro lado, está mejor. Me impresionó mucho porque ustedes no la conocen. Entonces, les quería contar cómo es. Por varios motivos, pero porque también creo que nos puede enseñar algunas cosas a todos.
Recién el jueves pasado supe, con certeza, el nombre de la enfermedad que mi madre sufrió durante los últimos treinta y dos años: se llamaba meningioma, y es una especie de tumor cerebral. Fue un meningioma lo que le sacaron de la cabeza un día de 1968 en un quirófano del Sanatorio Mitre. Yo tenía ocho años. Las diecinueve horas de cirugía le dejaron terribles secuelas: todo el costado derecho de su cuerpo quedó casi paralizado y desde entonces mamá está anudada en una tortuosa cuadriplejia y su cerebro perdió la posibilidad de formar palabras; aunque no la de emitir sonidos: puede decir que no, o
que sí, o que "¡Uuauu!" o "¡Eeehhh!". Sonidos, pero no articular otra cosa con su voz.
Hace treinta y dos años que me comunico así con ella, del mismo modo, con miradas y monosílabos, con palabras que no son.
Cuando recuerdo esos años, el espejo me muestra al chico más triste que vi en mi vida.
Una enfermedad no es algo que aparece gradualmente en una casa. Es algo que bombardea una casa. Un día, porque sí, el destino bombardea y desde entonces la vida se divide en antes y después de aquella aplanadora.
Entonces uno empieza a decir: "No? eso fue mucho antes de que se enfermara tu mamá?".
O uno escucha decir: "A ver, a ver, pará? la Angélica se enfermó?".
Cualquier futuro, cualquier sueño, cualquier deseo, a partir de ese momento, sólo va a ser posible el día que "tu mamá se cure". Cualquier cosa que vos quieras hacer, sentir, vivir, recién va a ser posible a partir de ahí. Ese día, el día en el que tu mamá se cure, vas a poder darte el atracón de lo que quieras, y ya vas a poder cruzar la calle solo, y ese día la vida volverá a ser distinta, como lo era antes de que tu vieja se enfermara.
Después vino un médico, después dos, después una enfermera, un kinesiólogo, algunas brujas, libros de esoterismo mezclados entre los pesados tomos de anatomía. Y también lo lógico: los horarios, la rutina de lo excepcional, las decisiones basadas en el bien común. Alguien dijo que en esa casa un chico tan chico podía ser una molestia y terminé viviendo con mi tía Nélida y mi abuela. Y hubo también el día en el que los cambios dejaron de cambiar, y los treinta y dos años siguientes fueron bastante parecidos.
Es difícil transformar en palabras lo que nos dijimos, lo que nos decimos con mi madre en estos treinta y largos años: yo aprendí de ella que el borde de la cama o la distancia desde el baño hasta el cuarto es mucho mayor que la que separa al Himalaya o el Nilo de cualquier observador. No hay distancia más larga que la que se te escapa de las manos cuando no te podés levantar.
En estos treinta y dos siglos no hemos visto juntos ni un solo recorte de diario, ni un noticiero, ni un comentario de actualidad. Pero no dudaría un segundo sobre lo parecidas que deben ser nuestras opiniones sobre la vida.
Sé que mi madre es alta porque me he parado a su lado para darle apoyo, pero nunca la vi de pie; y sé que sus ojos son profundos, verdes y profundos, porque puedo nadar en ellos. Sé que amó como a nadie al cabeza dura de mi viejo, y lo sé aunque nunca la escuché diciéndole: "Te quiero", y nunca los vi tampoco besarse en la boca.
Me desvelé mucho tiempo, mucho tiempo, tratando de adivinar en qué cosas pensaría mamá. ¿Qué decía su silencio cuando dormía y sus ojos estaban cerrados? ¿Qué diría en su aburrimiento? ¿Qué canciones no podía tararear?
Alguna vez me propuse verla, descifrarla, mientras la miraba. Y fue mucho más fácil de lo que pensé: mi mamá se ríe, tiene sentido del humor. Se ríe y se ríe todo el tiempo. Es cálida, besa amistosamente a quienes recién conoce, y les sujeta la mano mientras lo hace. Y si no fuera todo tan absurdo, yo diría que mamá está ahí, tratando de consolar a los demás por ser tipos tan normales, tipos que hablan tanto y ven tan poco.
Le hago bromas sobre las sorderas o las mañas de mi tía Nélida, y mamá las escucha, cómplice, y estalla en una carcajada. Pero, claro, no siempre está así: otras veces nada en medio de una laguna quieta, inaccesible, sonrisa inmóvil de sauce llorón.
La semana pasada estuvo cuatro días en una especie de coma leve: había perdido contacto con el exterior. Pensé, por primera vez después de treinta y dos años, que no iba a poder recuperarse. Si le hablaba al oído, podía notarse que era mucha, muchísima, la distancia que mi voz tenía que recorrer
para llegar a su conciencia.
Pasó un día, y otro, y otro día más. Y de nuevo volvió mamá desde Ningún Lugar, abrió los ojos en esta ciudad de cinco grados bajos cero, sonrió a pleno y le dio un beso a cada uno de los tres médicos que tenía alrededor, que no lo podían creer. Desde entonces fue mejorando poco a poco y la anécdota de "la besuqueira" forma parte de la vida del Hospital Británico.
También empezó a reírse más, y con más ganas.
Ayer estaba un poco cansada, y pasó gran parte del día durmiendo, en ese país al que no puedo llegar. Esta tarde estaba mejor otra vez. Ella, mi mamá, que lleva treinta y dos años sin poder formar una palabra y sin moverse con independencia. Hay algo que mamá no nos terminó de enseñar. Y es
obvio que le molesta dejar las cosas por la mitad.

[Editorial leído en el programa Día D]


*Fuente:
http://adncultura.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1069761&origen=relacionadas








122 y crepúsculo*



*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



Hay días y noches, en los que el espejismo se asemeja al reino de la ascendiente montadura. Yo, narradora reflexiva, que se toma todo el tiempo del mundo para descalabrar minuciosamente los estantes, las leyes y los dogmas; que socavo con paciencia las bases que mantienen firme el enorme
monumento de la realidad quejumbrosa, ruego a mis severos lectores, me permitan esta vez, dar cuenta inmediata del prodigioso traspié que anoche dio la vida.
Ella se cree que todos los días van a ser iguales. Que los colectivos sólo pueden cargar el cansancio de los empleados, la impotencia de los maestros, la rebeldía de los estudiantes. Su vasalla, la literatura realista, se siente dueña de los que viajamos en colectivo. Sus hacedores nos describen según pertenezcamos a la clase media o al proletariado. Nos asignan roles y contiendas. Nos utilizan para propagar ideologías, para ensalzar o hundir gobiernos, para ganar premios, para recibir pensiones vitalicias.
Pero anoche, sensibles lectores, la literatura fantástica, hizo en el colectivo, una jugada maestra. Sentó en el primer asiento, a una joven que a nadie llamó la atención. El empleado del ciber miraba como siempre por la ventanilla. Los estudiantes de arte cargaban sus bastidores, los de música sus partituras, los de psico sus lacanes, los de derecho sus querellas. La docente, la empleada del cotillón, el portero y el desempleado, movían rítmicamente la cabeza al compás del motor cuando ocurrió el primer milagro:
una madre joven descendió del colectivo con un bebé en brazos pero otro, de pocos años, quedó dormido en el asiento. Nadie más que la muchacha reparó en ello, entonces, resueltamente, ésta tomó al niño en brazos y lo entregó a su madre que, ya en la vereda lo sostuvo como pudo mientras trataba de
despertarlo. Pero la generosidad de esa muchacha llamó mucho más la atención porque se desplegó en dos niveles antagónicos: uno moral y otro carnal.
Sabemos de qué nivel se ocupará la literatura convencional, pero a mí, narradora expatriada, me corresponde dar cuenta del costado carnal.
La joven predispuesta, al agacharse para tomar el niño en brazos, no pudo sostener sus deslizantes pantalones que cedieron hasta la mitad de las caderas. La perfecta línea de atrás, nos fue mostrada como una obra maestra.
Era un culo sereno y abismal. Sin tribales ni letras chinas que entorpecieran su lisura. Ante esa íntima majestad develada, el empleado del ciber se incorporó en el asiento, sin saber si era necesario socorrer la exhibición crepuscular de la que, a su vez, socorría. Los estudiantes de música guardaron un respetuoso silencio ante esa gruesa cuerda de guitarra que se imponía como una sinfonía entre voluntariosa y procaz. La docente, el portero, el desempleado, la vendedora de cotillón, hicieron el típico parpadeo de los que necesitan corroborar si lo que están viendo es sueño, es literatura, milagro o cámara oculta. Los estudiantes de arte, bajo sus ropas, fueron vivientes figuras de Schiele por el temblor y por la voluptuosidad. El chofer sintió que toda la jornada laboral había sido pagada con creces.
El viaje continuó, en apariencia, normalmente, pero en cada una de las mentes de los que poblábamos de pensamientos el estrecho margen del colectivo, se revisaba una y otra vez el esplendoroso momento. Las ideas eran tantas, que se mezclaban, y en el amontonamiento, se frotaban, se abotonaban, se reproducían.
Yo me di cuenta al instante de que esa culona milagrosa, me estaba dando un argumento nuevo para escribir, así que además de revivir, como el resto del pasaje, el deleitoso acontecimiento, agradecía a los apocalípticos dioses de mis destierros, que me procuraran la oportunidad de testimoniar un milagro
que, esta vez, no ocurría puertas adentro: todo el que viajó conmigo anoche en el 122, puede dar fe de este texto.
Pero atención, queridos lectores, acá no termina la dicha que nos tenía reservada el traspié de la vida.
Cuando llegamos a la parada en la que la muchacha debía bajar, al ponerse de pie, se le cayeron monedas, o joyas, o estrellas, o gemas, o palabras, o intenciones. ¿Puede un escritor imaginar la redundancia de repetir el mismo accidente en el mismo relato? No. No se nos permite abusar de la estrategia.
Es imposible, también, que la vida, tan hecha y derecha para la literatura de las gentes buenas, conceda dos veces en una misma noche, en un mismo colectivo, la misma felicidad.
Demás está decir que nadie acudió a ayudar a la muchacha porque era preciso que ella anduviera así, acuclillada ante nuestras narices, con el pantalón descorrido casi hasta el desnudo total del eclipse.
La muchacha, la musa, la culona, era tremendamente conciente y feliz por aquello que nos causaba. Fluía de aquí para allá, en un mar de deseo como una sirena sin bombacha. Nadie prestó atención a lo que recogía. Seguramente eran objetos invisibles que no podrían ser descriptos jamás por la tranquilizadora literatura que sólo legitima la cara más evidente de la realidad.
En cambio mi escritura se esmera por testificar el crepúsculo.



*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-16038-2008-11-15.html







En algún lugar*



El hombre decide llamar a su amigo el gallego. Ayer, su amigo cumplió 50 años. -Ya somos cincuentones. Dice uno y los dos se ríen. El gallego es un hombre típico, común y corriente que no cree en ambigüedades. Para él las cosas son o no son. Después de los saludos. De asegurarse que los hijos están bien y creciendo. El hombre le cuenta su situación. Sin metáforas, le cuenta que por alguna cuestión se niega a buscar una nueva mujer para compartir momentos de cariño.
El gallego lo anima. No lo deja seguir con la lista de lo que no tiene.
La respuesta, un evidente destello de sabiduría, sorprende al hombre.
-Salí a la calle:
"En algún lugar alguien esta necesitando lo que vos podés ofrecerle"



*de Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com





*


Queridas amigas, apreciados amigos:

El domingo 16 de noviembre del 2008 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Martín Matalón. Las poesías que leeremos pertenecen a Mario Markus (Chile) y la música de fondo será de Yawar Inka (Andes). ¡Les deseamos una
feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067




Convocatoria*


El trilingüe Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL "Estrella Errante" (impreso y digital), que desde hace 17 años se edita en Salzburgo, Austria, convoca a ensayistas, narradores y poetas a colaborar con el trabajo de difusión cultural que llevamos a cabo.

Las colaboraciones deben tener una extensión máxima 4 páginas para ensayo y cuento. Para poesía se ruega enviar una selección de poemas de un máximo de 10 páginas. Los escritos deben acompañarse de un breve curriculum vitae (que contenga la dirección postal) y una foto digital del escritor a la dirección euroyage@utanet.at
Los textos seleccionados serán traducidos al alemán y publicados de manera digital e impresa.

Más informaciones sobre nuestra labor cultural sin ánimo de lucro en Europa encontrarán en nuestra página de internet www.euroyage.com
Cordial saludo,



*Dr. Luis Alfredo Duarte-Herrera
Director de YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schiessstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067


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