sábado, junio 13, 2009
POR EL PODER DE LAS PALABRAS...
*ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.
El hombre que no soñaba*
Un día Freud se encontró con un ser de piel amarillenta y opaca. Estaba sentado bajo un árbol, formaba parte del paisaje en la quietud del atardecer.
Al acercarse, este señor investigador le quiso hacer cosquillas para que sonriera o diera alguna señal de su vivacidad. Le acercó lentamente su pipa, para que saboreara el olor a tabaco. El hombre, sentado, no lograba dar una respuesta de insatisfacción o placer.
Intrigado por esa conducta tan extraña, le preguntó delicadamente ¿que le sucedía?
En un escaso vocabulario, esa figura tan efímera, le relató que había perdido sus deseos.
No tenia ganas de correr ni de caminar. Sus enojos y emociones y toda su personalidad se la habían arrancado desde lo más profundo de su ser. Le explico fugazmente, que cuando era muy pequeño, un ave de rapiña se había posado en su frente y sin estar al tanto de lo que le ocurría, descubrió, mas tarde, que acarreaba un maleficio: le había sustraído todos sus deseos.
Freud llego a la conclusión que ese individuo no podía fantasear. Le faltaba el enigma de su propia existencia, de su singular verdad...
Se pregunto entonces ¿podría llamarse hombre a ese ser en el cual no existían huellas de sus sentires? o ¿era solamente un robot? o ¿una sombra?
No alcanzó analizarlo, ya que no tenía recuerdos infantiles ni anhelos que lo anclaran a un mundo interior propio y atractivo.
Lentamente, el explorador de sueños, se fue caminando, pensando, qué seria de ese ser en el cual no podría investigar su teoría.
*de Azul. azulaki@hotmail.com
POR EL PODER DE LAS PALABRAS...
Vamos a contar mentiras*
Acababa de ingresar en el nuevo colegio y estaba en aquel período de observación prudente en el que uno está a la expectativa para saber como funcionan las cosas. Durante las primeras clases estuvo tomando posiciones para ver los alumnos que podían ser más afines a él, y de forma muy gradual fue entablando conversación con los de los pupitres de su lado.
Era un colegio de mucho nivel al que acudían los hijos de gente pudiente. Políticos, industriales, rentistas y nuevos ricos dejaban la formación de sus vástagos en manos de la institución que, dicho sea de paso, estaba reconocida como una de las mejores en la educación de jóvenes.
En el primer recreo se le acercaron un grupo de compañeros que le invitaron a jugar con ellos, a lo que el nuevo se avino con satisfacción por tener una acogida tan cálida como inesperada.
- ¿Quieres jugar con nosotros?
- Claro, muchas gracias, ¿A qué jugáis?
- Jugamos a "vamos a contar mentiras" - le respondió uno espigado.
- Yo no sé jugar a eso...
- Es fácil todo el mundo sabe. A mi me enseñó mi padre.
- Es que en el otro colegio yo jugaba a fútbol, básquet, balonmano…
- Aquí no jugamos a esas cosas, aquí jugamos a "vamos a contar mentiras"
- ¿Sólo jugáis a eso?
- Ten en cuenta que nos estamos preparando para ocupar los puestos de nuestros padres.
- ¡Ah, claro! ¿Y como se juega?
- Es fácil, únicamente basta con hablar. Se aprende con la práctica fácilmente.
Y el grupo entabló una conversación muy animada sobre como conseguir la confianza de los demás.
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
HISTORIAS BANCARIAS
CAJERO AUTOMÁTICO*
Relato
Cabello revuelto, con hebras rebeldes del color del trigo maduro, hacen juego con su cutis claro y sus ojos azules.
Lucas tiene cuatro años.
Es el querubín de la familia, único nieto por ahora. Su abuelo más de cincuenta, y es gerente de uno de los cuatro bancos de la ciudad-pueblo, en el que se instaló recientemente el primer cajero automático.
Una conquista tecnológica, novedosa todavía, ya que en la zona hay muy pocos. Pero progresivamente se va imponiendo por su gran practicidad, ya que otorga independencia y está disponible las veinticuatro horas, y no requiere de la atención de nadie, ni siquiera es necesario entrar en el edificio del banco, ya que se accede con la tarjeta directamente al lobby desde la vereda.-
Como gerente conoce ya las primeras anécdotas y malentendidos que origina, y trata de contárselas al pequeño en la versión más atractiva, tratando de divertirlo; logrando así despertar el mayor interés en un asunto tan novedoso, máxime en un niño sumamente ávido, acorde a un carácter despierto e inteligente.
-¡Abuelo! ¡ llevame a ver el cajero!... ¡Sí!, ¡Sí!, ¡llevame!... ¡llevame!...- e insistía así, siguiendo el juego comenzado al despertarle su interés; y el abuelo chochísimo, contento cómo si hubiera sacado la quiniela, conseguía lo que inicialmente pretendía; llevarlo como si lo llevara a la plaza, a los autitos, o a los juegos electrónicos que volvían loco a la pequeña criatura.
Prometía tanto goce el evento al abuelo como al nieto, más aún como gerente del banco lo satisfacía de especial manera, porque se trataba de mostrarle algo así como un juguete nuevo, y también su logro, porque para él lo era.-
Además seguramente con eso sería suficiente, y no pretendería que lo lleve como tantas otras veces a jugar en las máquinas electrónicas, donde no podía zafar, y se sentía como un fósil entre el resto de los otros asistentes, todos niños… Pero lo hacía, y hasta por momentos se olvidaba de que debían considerarlo fuera de lugar, en el menos adecuado a su edad y condición, y jugaba a la par, porqué el nieto exigía que jugara con él, así que terminaba eliminando monstruos y otros virtuales enemigos de la pantalla, echando mano a todo recurso disponible, dejándose llevar por el entusiasmo del pequeño.
(¡Mato dos pájaros de un tiro!)- pensó el abuelo; - (¡Le enseño el chiche, aprende algo constructivo con la novedad, paseamos un rato y escapo por una vez de los benditos jueguitos, que de sólo pensar en entrar al local lleno de chicos ya estoy transpirando!)…
-Aunque, la verdad, los niños ni reparaban en él, Sólo veían sus pantallas luminosas, coloridas, y rugientes, llenas de personajes cibernéticos con los que luchaban desde sus botones y palancas, saltando y gritando, absorbidos cada uno en sus juegos de brutales gigantes y guerras intergalácticas…-
Apenas estacionaron frente al banco, el pequeño bajó corriendo, para apreciar de cerca el reluciente cajero, tras la puerta vidriada del lobby; y el abuelo, como luciéndose ante el nieto, abre la puerta con la tarjeta de débito en la mano. Pasan y le muestra al niño en qué consiste el sistema, y se la da para que él mismo la inserte, y le enseña a poner el código, indicándole paso a paso lo que debe ir haciendo para completar la operación.-
Se siente un ronroneo y un suave traqueteo, y al final, con un clink- clink; por la ranura aparecen dos billetes flamantes de cien pesos.- ¡Qué maravilla! ¡Plata!,: Parecían decir sus ojitos chispeantes de asombro…
-¡Mirá Pepe! ¡Dos billetes! ¡Nuevitos, de cien!- Daba pequeños saltitos de alegría, se aplaudía a sí mismo, sin poder creer que la cosa funcionara tan bien…
Cuando llegaron a casa transmitió su alegría a todos, contando y repitiendo la maravillosa experiencia. El abuelo sonreía, contentísimo por haberle mostrado algo nuevo, que le gustara tanto,
Al día siguiente, en cuanto el abuelo estuvo libre, el nieto le pidió, saltando contento, que lo llevara de nuevo al banco para repetir la experiencia del día anterior.
-¡Vamos Pepe! ¡Vamos de nuevo a sacar más plata! – aplaudía gritando entusiasmado.
-¡No! ¡Si ya casi no tengo saldo en la cuenta! – le dijo explicándole que para sacar tenía que tener crédito. El chico se puso serio, no le cerraba. Le volvió a explicar mejor cómo era la cosa. Que podría disponer, pero que debería tener previamente depósitos suficientes…
-¿Vos me decías que antes tenés que poner la plata para poder sacarla después con la tarjeta?- le preguntó serio.-
-¡Es claro! ¿Vos que creías?-… Fue la respuesta del abuelo gerente, con una sonrisa divertida al ver la carita confundida del pequeño nieto.- Y el nieto con los ojitos muy abiertos, retruca…:
-¡Pero Pepe! Así; ¿qué gracia tiene?...
*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
AVELLANEDA, Santa Fe; 01-06-04
PALABRA POR PALABRA*
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
Puen Sung ling (1651 1719) fue un escritor y poeta que vivió a comienzos de la dinastía Ching (1368 1911). Era oriundo de la provincia de Shantung, en la China del este, tierra de rica y larga tradición cultural y literaria.
Patria, entre otros famosos, de Confucio, Mencio y Sun zu.
En uno de sus relatos cuenta que en la ciudad de Chang An, los hombres evolucionaban o envilecían por el poder de las palabras.
Así, las madres creaban niños hermosos y valientes al prodigarles un beso y una máxima amorosa cada noche, antes de dormir. Los niños crecían con un alto convencimiento de su hidalguía y su hermosura. No le temían ni a las luciérnagas ni a los dragones. Y toda vez que una madre le decía a un niño "has crecido más de dos chi", el niño inmediatamente crecía más de dos chi.
Si la madre decía, "memorizarás los poemas de Tíen Hung", el niño memorizaba "El rocío sobre las primeras hojas de ajo", de Tíen Hung. Besos en las noches y palabras en el día, eran los poderes creadores.
En el caso de aquellos niños, cuyas madres severas los regañaban diciéndoles cabeza de mono, cabeza de chorlito, cabeza de zapallo, cabeza hueca, las cosas eran distintas. El poder de esas invectivas acumuladas los hacían crecer con el karma de Kapila y se convertían en monstruos de cien cabezas
que más tarde habitarían los ríos y devorarían a los náufragos.
Si estas madres sentenciaban: "Tus manos son torpes para la labranza", inmediatamente las manos eran torpes para la labranza. Estos hábitos destructivos eran utilizados sólo por una minoría tan repudiable como necesaria, ya que la mayoría de los habitantes de Chang An, precisaban de las faltas ajenas para reprobarlas y por comparación, sentirse ejemplares, virtuosos.
Cuando los ejemplares niños amados se hacían muchachos, las novias besaban sus labios añorándolos príncipes y los jóvenes se hacían príncipes: hablaban como príncipes, amaban como príncipes, enfrentaban peligros como príncipes, empuñaban dagas como príncipes. Sus ojos transparentes y sus pasos activos merecían la adoración de las muchachas que comenzaban a soñar con la boda, el traje bordado con hilos de oro, las sandalias de seda, las esencias de sándalo, los banquetes con ojos de codorniz, lenguas de lagarto, escamas de culebra.
Las novias, el día de la boda, tenían la piel iluminada de poder y hermosura pero los labios, tomaban una apariencia dura y los besos no se alternaban ya con bellas palabras. Una transformación perfectamente natural en la región se iba gestando, y el discurso amoroso de los enamorados iba dando lugar al
discurso ominoso de los casados.
Día tras día, las palabras que antes nombraban los esplendores principescos, ahora hacían un recuento de flaquezas y reproches domésticos. Los hombres que habían nacido príncipes, palabra por palabra se iban haciendo renacuajos. Pero aún con su corazón y su falo de batracios, los hombres se esmeraban por hacer concebir, en lo posible, un niño macho para que la hembra, durante algunos años, volviera a decir aquellas palabras que a él mismo tan dulcemente lo habían engañado. Ya cuando fuera muchacho, alguna
jovencita haría de él un príncipe, hasta que después ella misma lo hiciera sapo.
Según parece, este relato situado en Chang An, fue en cierto modo autobiográfico, ya que por esta tradición presuntamente sórdida, Pu Sung ling conservó un odio imperecedero para con todos los suyos sin distinción de género. Apenas si guardó cierto aprecio por el cordero vegetal de Tartaria, también llamado borametz o polipodio chino, planta cuya forma es la de un cordero, cubierta de pelusa dorada. El poeta, hacedor de irreprochables alegorías, para ejercitar el cariño, eligió un helecho carnívoro que no hablara.
Puen Sung ling, dedicado a la jardinería exótica y la observación del mundo, gestó una frondosa creatividad literaria que florecería en exorcizantes matricidios y ensalmadoras decapitaciones. A la provincia de Shantung no llegó el arte etéreo de las diecisiete sílabas que condensan el esplendor
natural del universo, porque el espectáculo de los individuos, que echan mano a cualquier palabra con tal de masacrarse eficazmente, inspiró de manera diferente a Puen Sung ling, quien sólo supo escribir sobre hombres sapos y mujeres serpientes. Sólo de vez en cuando pudo imaginar bellos árboles que se alimentaban de pájaros y a los cuales les crecían plumas en vez de hojas.
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-18926-2009-06-13.html
Estupidez*
Plumkier llegó a la conclusión de que era un estúpido. Había dejado pasar todo tipo de oportunidades durante su vida, desde ese amor a los 13 años al que renunció, hasta aquel trabajo bien remunerado y con horario reducido, pasando por estudiar otra carrera diferente a la que le gustaba.
Recordaba que su padre se lo decía claramente: ¿Eres estúpido o qué? Y estaba claro que no era un "o qué". Lo había demostrado siempre equivocándose en sus decisiones y errando en todo lo que hacía.
Ya tenía 46 años y no podía seguir así toda la vida. Buscó la manera de desprenderse de su estupidez, pero no quería hacer otra estupidez para conseguirlo, por eso lo pensó detenidamente y no puso en práctica su plan hasta que estuvo seguro que no fallaría.
Lo dejó todo una mañana lluviosa y embarcó en un vuelo directo a Kuala Lumpur. Una vez allá, subió a lo más alto de las Torres Petronas y, con enorme decisión, agarró su estupidez y la lanzó al vacío.
Fue una pena que tardara tantos años en hacerlo, porque cuando bajó a la acera y miró al suelo, pudo constatar que su estupidez era ya irrompible.
*de Joan Mateu. joan@cimat.es
Acaso*
Un tajo en la sombra
La hendidura
abre un posible cielo.
La herida irregular bordea de espera celeste la navaja.
*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Palinuro*
*Por Víctor Zenobi
La luz de la luna transforma al mar en una fosa brillante y trastorna el trajinar de las naves, que contrarrestan la marea con la esperanza de arribar a alguna playa cercana. La solitaria figura del piloto que guía a la nave capitana, Palinuro, acata con respeto el rumbo que le dictan las estrellas y se entrega confiado a los designios que la noche depara. Ni la húmeda calma que lo invade, ni la sospechosa serenidad del cielo y el mar, son suficientes para que intuya los habituales desatinos que los dioses
deparan. De tanto en tanto, recorre con la mirada el ancho ámbito de la nave, mientras el progresivo desplazamiento de las sombras atenúa la nitidez de los objetos, que parecen integrar un mundo transracional, cómplice de una mántica susceptible de transformarlo todo: su convicción, su destreza,
incluso la cordura necesaria, la cordura que quedó suspendida en el estupor cuando algo desde el fondo de la noche se acercó, al principio susurrando su nombre: Palinuro, Palinuro..., y en seguida, la imagen de Iasio, su padre, atormentando con visiones horrorosas que usurpaban al olvido, el festín de la sangre, los cuerpos lacerados por el caos de las lanzas y la Patria, arrasada por el fuego del griego... La visión duró unos instantes, pero fue suficiente para que la intimidad reapareciera reviviendo el nudo de su nostalgia; él había reverenciado el túmulo funerario de su padre, había visto el cadáver de Héctor arrastrado por el carro de Aquiles, había visto arder las torres de su ciudad, oscilando entre el deber del ciudadano o el deseo del mar. Pero, a partir de la caída de su ciudad, el mar dejó de ser el suyo; se había convertido en un mar sin patria, sin retorno y de una multiplicidad multiplicable en la vivencia de vagar en una inmensidad sin orillas, un mar cuyo silencio sólo es trastocado por el gemido del velamen y
el aleteo de los remos en los toletes, impulsados por manos condenadas que lo destinan a la noche ancestral, donde el canto de las sirenas enrarece los sentidos y los lívidos rostros de Príamo, de París y de Héctor, se espejan en las tinieblas, fustigándole el alma con la insistencia de una pesadilla.
Una pesadilla consistente que desarticula el espacio y el tiempo, acentuando en el ahora, un presente cargado de pasado, cuyas ruinas el misterio del tiempo no logra dispersar. Troya ha caído... A pesar de no ser un guerrero, a pesar de que su ámbito abarca el lenguaje que urden los planetas y los augurios que brindan las distintas versiones de la luna, lamenta no haber compartido la suerte de su pueblo, derrotado por un ardid ardiente, un ardid determinado por los Dioses, que resultaron muy crueles entonces, o acaso no... acaso la razón fuese más despiadada... acaso, los dioses solo fuesen un subterfugio de la mente y los hombres como él, una sombra innecesaria que aún bajo las inflexiones de la luz, permanece oculta y destinada a la sombras... No quiso seguir, no en ese sentido, no quiso convocar a preguntas que no tienen respuesta... Se inclinó sobre la borda, mirando el mar que era ahora un flujo infinito en el devenir del mundo, poblado de distintos cursos de tiempo, un tiempo rezagado que comenzaba a interrogar el misterio de su existencia. No en vano su madre le había enseñado que el desvelo, diseminado en los surcos de la noche, subleva las incógnitas formadas en el fondo de uno mismo, procediendo de la oscuridad y dirigiéndose hacia ella, al precio terrible de haber perdido su unidad... Y sin embargo, allí estaba, allí permanecía, iluminado por el ojo de la luna que convoca a las voces de la
noche y a algo más profundo aún, más real, algo que valía la pena asumir para disipar todas las dudas, el enigma del sueño, cuya nostalgia arrastra el nombre de su perdida ciudad... Troya ha caído... Troya ha caído...
La convicción inexorable y despiadada de lo real se reiteraba una y otra vez y lo hacía tambalear peligrosamente en la circulación de la noche que ahora giraba sobre sí misma, parpadeando fatalmente sobre un tiempo donde las cosas brillan en la imagen móvil de su frágil eternidad. En ninguna otra
noche, habría dejado que los sueños modificasen su destino o siquiera que la sutil sugerencia de Morfeo, le susurrase al oído la convicción del reposo, pero esta noche era distinta, en esta noche, como nunca antes, deseaba dormir, distraerse del mundo y no despertar en un suelo incómodo a su intimidad extranjera donde habría de perder hasta el habla... El había deambulado por el mundo y en unas semanas le habían ocurrido más cosas que a muchos hombres en toda su vida, pero ahora... parecía que todo eso no servía, no lo justificaba... ¿Destruidas las altas murallas de su pasado tenía sentido introducir sus fantasmas en un futuro foráneo? En la incertidumbre del presente, colmada la verdad con el olvido, que su impúdica memoria rechazaba, se supo incapaz de tolerar el futuro... Alzó los ojos y miró la inmutable multiplicidad de los astros trazando su secreta escritura.
Rigel y Betelgeuse en la constelación de Orión, Aldebarán en la constelación de Tauro...y desterradas del eterno silencio, el consuelo de unos mínimos sonidos desgarrando unas palabras... ¡Troya ha caído! ¡Troya ha caído!
¡Troya ha caído!
El mar adquirió el fulgor de un oráculo cristalino, desplegando en los surcos de espumas la sensación de un retorno que prometía abrir las puertas del misterio y redescubrir, tras un inminente anegamiento, el país de la infancia... ¡Amada Troya trasoñada de fantasmas y regresos!... Anonadado en la cubierta, oscilando al costado de las jarcas, pensó que nada humano puede fugarse de los sueños, ni de la noche y la muerte que en el sueño habitan, ya que protegen el misterio del comienzo y también del fin...
El grito de Eneas desgarra el velo que Morfeo ha tendido en las tiniebla que ya languidece tras los rosados balbuceos del alba. La nave sin piloto ha perdido su rumbo, pero el héroe sabe que podrá retomarlo. Los hombres no deben temer represalia de los Dioses cuando no han ofendido sus dominios...
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-18892-2009-06-11.html
General Motors compró Crítica*
*Osvaldo Bazán
13.06.2009
Mi primo, chacarero de los autodenominados "gringos", me dijo: "Yo leo La Nación porque ahí escriben lo que yo quiero leer". No sabía mi primo que coincidía casi, casi, palabra por palabra con mi amigo porteño que dos días antes, en un mail, me había contado: "Yo leo Página/12 porque ahí escriben lo que yo quiero leer".
Mi primo vive de su trabajo en el campo.
Mi amigo vive de su trabajo en el Estado.
Viene Perogrullo y dice: Los diarios firman un contrato con sus lectores. Lo hacen desde la elección primaria de sus columnistas, desde los temas que proponen, desde los que no proponen. Dice tanto un editorial de Morales Solá como la foto de las tetas de Diario Popular; las pesadas páginas de psicología de Página/12 como las infografías desplegables de Clarín. Por suerte, la objetividad es una nimiedad que a esta altura del partido sólo pueden pedir oyentes de los que llaman escandalizados a los programas de AM o foristas paparulos en sitios de internet. No hay objetividad posible. Hay señores, hay intereses, hay prejuicios, hay negocios, hay mediocridad, hay de todo menos objetividad.
Conclusión ramplona pero real: es tremendamente subjetivo pedir objetividad.
Objetividad suele ser: "Pensá como yo, querés".
Informame qué pasó.
Lo que pasó es que el Estado es redistributivo y por eso el dinero de los jubilados volvió a sus manos, y que Kirchner sólo quiere hacer caja y se quedó con la plata de los jubilados, y que la Argentina es comunista y uno no puede decidir qué hacer con su jubilación y que por fin el Estado se hace cargo de los intereses de sus ancianos, y que las AFJP son coartadas en su libertad de decidir sobre sus inversiones y sus fondos, y que el dinero de los argentinos queda en la Argentina y no se va más a paraísos fiscales y ahora sirve para crear más riqueza nacional.
Nada de eso es verdad, todo eso es verdad. Eso es objetividad.
Últimamente, anda por ahí una ideíta aparentemente crítica, que se desparrama y se hace carne en mucha gente, que dice "no creas en lo que dicen los medios". Ok, no les creo. ¿Entonces qué? Quedamos así, incrédulos e inoperantes. No le creo a ningún medio. Pero es que los medios son aquellos que tienen la obligación de contarme de qué va la cosa. Si nadie me la cuenta, ¿de qué va la cosa? Si no tengo un relato ni los datos del relato, ¿no hay relato? Ya decía hace años Noam Chomsky que los grandes
medios de comunicación se han convertido en simples agentes de prensa de los grandes poderes. ¿Qué hay de verdadero en los relatos de los grandes poderes? ¿Qué se puede aprender de ellos? ¿Qué hago con toda esta información que me dan todo el tiempo? ¿Para qué me la dan, si es increíble?
Me llenan de información que no pedí para decirme al mismo tiempo que no la crea. ¿Ves una manera mejor de atarte de pies y manos? ¿Ves alguna manera de inducirte a decir "¡ma' si, yo hago la mía, total no importa nada!"?
Si vamos a ser tan simplotes de no creerle a nadie (viene Perogrullo otra vez y dice: "No es lo mismo no creerle a nadie que no creer en nadie"), ¿qué tal si les creemos a todos? A todos. A Morales Solá y a las tetas de Diario Popular. Al mamotreto de psicología de Página y a las infografías a prueba de analfabetos de Clarín. Hasta a esta contratapa de Crítica de la Argentina. Cada medio dice lo que dice por algo. Cada poder arma un discurso. En ese sentido, es verdadero. Ese relato del mundo es una visión
del mundo. Todas esas visiones del mundo, sumadas, restadas, multiplicadas, hacen el calidoscopio en el que vivimos. Sólo así podemos tener un acercamiento medianamente realista de lo que pasa.
No sirve de nada leer sólo aquello que confirma lo que pensamos. Nos cierra el mundo, nos vuelve soberbios consumidores de nuestra propia verdad, nos limitamos al círculo de confirmaciones de verdades autoprofetizadas.
Reforzamos nuestra percepción de que somos inteligentes. Y que, por sobre todos los demás que piensan diferente, tenemos la posta.
¿Ves? Yo te dije que la película era buena, ¡lo dice Minghetti en La Nación!
¿Ves? Yo te dije que la película era una bosta, ¡lo dice Bernárdez en Página!
Los lectores fieles -¡qué especie necia!- no se animan a confrontar su sistema de pensamiento con alguien que piensa distinto. Muerta su capacidad de autocrítica, reproducen el panegírico o la diatriba que consumen. Sólo tienen oídos para un discurso, condenándose al sonido monoaural. Aferrados a una verdad revelada de la que están convencidos, desprecian cualquier posibilidad de cuestionamiento, y en ese círculo de demagogia e ignorancia deliberada se pierde no sólo lo más rico del pensamiento periodístico sino también la posibilidad de entendimiento. Entre mi primo y mi amigo no hay círculo de intersección posible. Se desprecian sin conocerse. Y ahí está Boca y ahí está River y se terminó el chiste.
Ningún diario se anima a provocar a sus lectores, a decirles: "Che, ¿pero vos estás seguro?", "¿Y si lo pensás así, al revés?", "¿Y si te digo este otro dato que no es justo, justo, el que estabas esperando?". ¿Y si un día Página hace una investigación que comprometa al gobierno nacional? ¿Y si un día La Nación reconoce que el Gobierno no hace todo mal? ¿Y si los reyes me dejan una bici?
El público -progresista, de izquierda, de derecha, de cualquier lado- es tan conservador que una vez que piensa cómo le gustaría que fueran las cosas da por clausurada cualquier otra posibilidad. Está tan inseguro de lo que cree que tiene que ir al diario todos los días para que le digan "sí, están redistribuyendo" o "sí, son soberbios y autoritarios". Pero... ¿y si el lector se está equivocando, si está siendo inducido a equivocarse, si hay datos que le faltan para cumplir el rompecabezas complejo de una realidad que es mucho más que una verdad? Seguramente, no va a ser el diario que confirma el propio relato deseado quien se lo diga. La única solución sería leer a los otros, escuchar a los otros.
Un día, a raíz de una nota, Eduardo Feimann (el Feinman malo, suponiendo que el otro es el bueno) me invitó a almorzar. Le dije que sí, elegí el restaurante más caro que se me ocurrió, miré la lista de precios, elegí el plato más caro y escuché su charla durante hora y media. Un embole. No me molestó lo facho, eso ya lo sabía. Me asombró lo terriblemente aburrido y chato de su discurso. Lo impermeable de sus convicciones. Pero creo que ver de cerca a alguien tan en las antípodas puede ser enriquecedor. Al menos para saber por qué yo no era así. Y pagó él.
Hagan la prueba. Lectores de Página, lean La Nación y empiecen a desconfiar de Página. Lectores de La Nación, lean Página y empiecen a desconfiar de La Nación. Verán que el mundo es mucho, mucho más rico.
Cómo me gustaría trabajar en un diario tan desprejuiciado, inteligente y provocador como para permitirme publicar esta nota. Pero no sé, parece que Bonasso acaba de denunciar que a Crítica de la Argentina la compró General Motors.
*Fuente: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=25872
*
Queridas amigas, apreciados amigos:
Este domingo 14 de junio de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor mexicano Julio Estrada. Las poesías que leeremos pertenecen a Eva del Pilar Durán (Colombia) y la música de fondo será de Llaqtamasi (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar
http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).
REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Freundliche Grüße / Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067
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