viernes, julio 17, 2009

TODO, MENOS LA ESPERANZA...






CANCIÓN PARA VAGABUNDOS*
(COMPUESTA POR JUANCITO CAMINADOR)







*Raúl González Tuñón.





Salud a la cofradía

trotacalle y trotamundo.

Todo nos hace falta en el mundo,

todo, menos la alegría.





Y viva la santa unión

de Sin-ropas y Sin-tierras.

Todo nos falta en la tierra,

todo, menos la ilusión.





Corto sueño y larga andanza

en constante despedida.

Todo nos falta en la vida,

todo, menos la esperanza.





Amigos de las botellas

pero poco del trabajo.

Todo nos falta aquí abajo,

todo, menos las estrellas.





Inofensiva locura,

sinrazón de vagabundo.

Todo nos falta en el mundo,

todo, menos sepultura.





Prosigamos, si Dios quiere,

nuestro camino sin Dios,

pues siempre se dice adiós

y una sola vez se muere.











TODO, MENOS LA ESPERANZA...

















Lontano*



El aroma de la rama de albahaca hila el vacío

es una mínima cita de sombraluz
que alude al desamparo y lo consuela







*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar













El Padre*





Cuando pienso en mi padre me vienen a la memoria los regresos a casa, al terminar nuestra jornada de trabajo. Volvíamos de noche, él en bicicleta y yo trotando. Corría a la par, a veces me atrasaba un poco y luego lo alcanzaba. La bicicleta era de mujer, el asiento estaba demasiado bajo y mi padre, un poco echado hacia atrás, pedaleaba despacio por la calle de tierra. Estoy seguro de que no hablábamos. Si intentara recuperar algún diálogo con mi padre me resultaría imposible. Sólo frases sueltas. Esto de los regresos ocurría en Salto, el pueblo de la provincia de Buenos Aires donde fuimos a vivir cuando emigramos de Italia. Un hermano de mi padre estaba en la Argentina desde antes de la guerra y le había ofrecido una participación en su carnicería. Yo tenía doce años.
Recorrimos ese trayecto durante meses y meses. Con frío, con calor, con lluvia. Después de tantos años, la memoria rescata una única carrera nocturna que las resume a todas. Esa imagen siempre vuelve y se impone sobre los demás recuerdos. Aunque son muchas, nítidas y fuertes las imágenes que tengo de mi padre. En general de la época de mi niñez, en el pueblo italiano, antes del largo viaje en barco a través del océano. Podría intentar hacer una lista y creo que no acabaría nunca. Ahí está la figura de mi padre, oscura y quieta bajo una nevada, esperándome en el portón del colegio de monjas al que yo iba. Mi padre guiándome por un atajo, a través de una colina que dominaba el lago, hasta llegar a la desembocadura de un río donde nos deteníamos a pescar. Mi padre caminando cauteloso unos pasos delante de mí, en los bosques que comenzaban más allá de las últimas casas: bajo el brazo llevaba la escopeta belga de dos caños de la que estaba orgulloso. Mi padre cortando pasto desde el amanecer hasta el anochecer, en el campo de un terrateniente, parando unos segundos para sacarle filo a la guadaña, secarse el sudor de la frente y tomar un trago de agua. Mi padre vaciando la letrina con dos baldes colgados en los extremos de una larga vara de madera que se cruzaba sobre los hombros. Mi padre abonando los surcos de la huerta con el contenido de esos baldes. Mi padre hachando troncos, apretando los dientes y soltando un soplido ronco en cada golpe. Mi padre llegando a casa de noche, con un pino para el árbol de Navidad, seguramente arrancado de algún lugar prohibido. Mi padre emparchando la cámara de una bicicleta. Mi padre con el torso desnudo, afeitándose en el patio, frente a un espejo colgado de un clavo, explicándome por qué había dos zonas de la cara que necesitaban ser enjabonadas más que el resto. Mi padre fabricándome una flauta. Mi padre lavando una oveja en el arroyo para luego esquilarla. Mi padre realizando trabajos de albañilería, de carpintería. Mi padre sembrando, cosechando, pisando la uva para hacer vino, injertando frutales. Teníamos un ciruelo que daba frutos amarillos en una rama y rojos en otra. Un peral que daba peras de diferentes estaciones. Yo estaba asombrado con tantas habilidades. Aquel hombre sabía hacer de todo. Parecía que nada tuviera secretos para él.
Mi padre era un montañés callado y tímido. Pero podía irritarse y mucho. Una vez lo vi perseguir a un tipo por la calle hasta que el otro saltó por encima de una cerca que daba a un barranco y escapó. Se trataba de una disputa entre vecinos. No recuerdo la razón o nunca la supe. Tengo una imagen muy clara de esa violencia al aire libre. Todavía me parece oír el jadeo de los dos hombres corriendo. Me pregunto qué hubiese pasado si mi padre lo alcanzaba.
Con nosotros nunca se enojaba. Nos quería y nos respetaba. Pocas veces tuve oportunidad de aplicar tan adecuadamente la palabra respeto. De él, sin duda, heredé la inconsciencia y la tozudez. Estoy pensando en la actitud de mi padre durante la guerra. Trabajaba en una fábrica de gas y a veces su turno terminaba en la mitad de la noche. De nada servían los ruegos de mi madre y los consejos de sus compañeros. Volvía a casa sin esperar que amaneciera, desafiando el toque de queda y las balas, porque quería dormir en su cama, era su derecho, y no existían hitler o Mussolini o guerra que se lo impidieran.
Partió para América en 1948. El día de la despedida reía, bromeaba, se lo veía de buen humor, pero a mí me pareció que lo hacía para darse ánimo y cubrir el desconcierto. Recuerdo el reencuentro en el puerto de Buenos Aires, pasados dos años de separación, su abrazo torpe y sin palabras. En el viaje en tren a través de la llanura invernal, rumbo al pueblo, tampoco habló demasiado. Iba sentado junto a mí y su brazo se mantuvo rodeándome los hombros todo el tiempo. De tanto en tanto sus dedos se comprimían para darme un apretón.
Después vino el trabajo a su lado, en la carnicería, donde aprendí la recorrida de los clientes antes de memorizar la primera media docena de palabras en castellano. Salía al reparto a la mañana y a la tarde y, cuando terminaba, ayudaba en el negocio. Siempre había algo que hacer. Limpiar la picadora de carne, la sierra eléctrica, lavar el piso, pelar ajos para los embutidos, darles agua a los animales. Empecé a jugar al fútbol en la sexta división del Club Compañia General. Estaba contento con los botines, el pantaloncito y la camiseta que me habían dado y podía llevarme a casa. Los partidos eran los sábados después de mediodía y a veces llegaba con un poco de retraso al trabajo. Entonces, durante toda la tarde, vivía en un clima de acusaciones silenciosas. Las acusaciones provenían de mi tío y mis dos primos. Mi padre no me decía nada. A lo sumo rumiaba una frase en voz baja cuando me veía aparecer corriendo. Se sentía obligado con su hermano mayor que lo había traído a América, y la deuda me incluía. Estoy seguro que esa dependencia lo amargaba. Pero no podía hacer nada y guardaba silencio. También en el reducido territorio de aquel negocio éramos extranjeros y había que ganarse el espacio y soportar las humillaciones cuando llegaban. Yo intuía que mi padre hubiese deseado un destino distinto para mí.
Una noche, cinco años después de la llegada al pueblo, emprendí otro viaje. Partí a descubrir la ciudad. A esta altura mi padre se había separado de mi tío y había instalado su propia carnicería. No le iba bien. Mi padre no era el mismo de antes. América lo había golpeado. Yo no estaba con él en el negocio nuevo. En los últimos tiempos había trabajado de cadete en una farmacia. Me fui sin que lo supiera. Mi madre y mi hermana me vieron dejar la casa porque se despertaron mientras yo preparaba la valija. No lograron retenerme y tampoco se animaron a llamar a mi padre. Ignoro cuánto pudo dolerle aquella huida. Nunca me la reprochó. Después, en los espaciados regresos al pueblo, me encontraba con pequeños cambios en la casa. Algunas comodidades en el baño, en la cocina. Me enteré que una vez, al comprar un calefón, mi padre comentó: "Para cuando venga Antonio". Por lo tanto pensaba en mí con cada mejora.
Cuando murió, yo estaba lejos. Una enfermera iba a aplicarle inyecciones día por medio. La última fue un sábado. La enfermera se despidió hasta el lunes. mi padre dijo "Vamos a ver si aguantamos hasta el lunes". No aguantó. Sé que en el final preguntó por mí. Llegué al pueblo el día posterior al entierro. Venía desde Brasil, viajando en trenes y en ómnibus. En la puerta encontré al marido de mi hermana que me dijo: "Papá murió".
Muchos años después de su muerte, mientras mirábamos unas fotos, oí a mi hermana murmurar: "Qué hermoso era papá". Nunca había pensado en eso. Eran fotos de sus veintisiete años, tenía a un chico de meses en brazos, estaba tostado por el sol y se le notaban los músculos bajo la camiseta clara. Se lo veía feliz. El chico era yo.
De tantas cosas relacionadas con mi padre me acuerdo especialmente de aquellos regresos a casa después del trabajo. Eran siempre noches grandes, cargadas de estrellas y de silencio. Así las veo. Avanzábamos a través de un decorado de casas mudas y luces fantasmales en las ventanas y en los patios. Yo me sentía extraviado en esa oscuridad y la sensación no me gustaba. Quería llegar rápido, para que pasara la noche, y luego el día, y otra noche y otro día, hasta que el cerco de las noches y los días se rompiera. ¿Y mi padre? ¿Qué pensaba? ¿Qué significaba para él ese tránsito entre la agitación de la jornada y la promesa del descanso? ¿En qué medida mi presencia le servía de compañia, de incentivo, de alivio? ¿Me vería como yo me veo ahora en el recuerdo? Lo que veo es un cachorro impaciente, agazapado en el fondo de sí mismo, esperando su oportunidad para dar un salto. Mi padre pedaleaba y yo trotaba a su lado. No teníamos otra referencia que el foco de la bicicleta alumbrando un óvalo de tierra, hipnótico, surgido como desde un sueño, renovándose en una calle que podría no tener fin. Esa luz mínima marcaba el camino y finalmente nos sacaba de la oscuridad. Nos guiaba a la mesa familiar preparada para la cena, a los rumores de las sillas arrastradas sobre el piso de ladrillos y de los cubiertos en los platos. Pero durante ese trayecto permanecíamos lejos de todo. Ahí estábamos solos y estábamos juntos. Nos movíamos en una zona de vacío entre un mundo que ya no existía, perdido del otro lado del océano, y este otro que se proyectaba en los días futuros y estaba hecho de necesidades e insatisfacciones y furias contenidas y esperanzas obstinadas.







*de Antonio Dal Masetto.

"El padre y otras historias", Editorial Sudamericana. Buenos Aires, edición del 2002.















UNA VELADA DE HOMENAJE, EN ORIHUELA
Miguel Hernández: palabras para un poeta en su tierra*


Se habló del vínculo de Hernández con los poetas porteños, a metros de la casa donde él creció.






*Por Jorge Aulicino. jaulicino@clarin.com



En Orihuela, la ciudad natal de Miguel Hernández, que el año próximo celebrará los 100 años del nacimiento del poeta, se realizó una velada en la que el argentino Antonio Requeni habló de la relación de los poetas porteños con el malogrado autor de El rayo que no cesa y Viento del pueblo. La charla, en el antiguo casino en el que Hernández leyó sus poemas en 1933, fue auspiciada por la Fundación Miguel Hernández, que también agasajó al escritor Alejandro Roemers con un premio por su labor poética, de estilo clásico.


La Fundación realizará el año próximo diversos actos en memoria de Hernández, quien murió en una prisión de Alicante, durante el franquismo, en 1942. Como parte de la celebración, que se espera que también se produzca en la Argentina, se lanzó el Premio de poesía Miguel Hernández, dotado de 24.000 euros. Las bases están en: www.miguelhernandezvirtual.com.


El poeta y periodista Requeni, miembro de la Academia Argentina de Letras, evocó el poema que el poeta de Orihuela escribió al argentino Raúl González Tuñón. Raúl, si el cielo azul se constelara/ sobre sus cinco cielos de raúles /a la revolución sus cinco azules /como cinco banderas entregara, comienza el soneto, dedicado a nuestro autor, que Hernández consideraba su maestro en la conversión al comunismo. Hombres como tú eres pido para /amontonar la muerte de gandules, seguía el poema de Hernández, quien en 1936, al estallar la insurrección nacionalista, se sumó a las filas del legendario Quinto Regimiento, la milicia formada por el Partido Comunista español.


El antiguo casino en que se realizó el acto conmemorativo conserva aún, estampada sobre las mayólicas de su salón central, la lista de los "muertos por Dios y por la patria", es decir, los que combatieron en el campo franquista.


Cerca del centro, se conserva la casa austera de Hernández, hijo de un propietario de ganados del entonces pueblo levantino.


Considerado uno de los grandes poetas españoles del siglo pasado, pasión y tradición se unían en sus poemas, muchos de los cuales fueron musicalizados décadas después por Alberto Cortés, Paco Ibañez y Joan Manuel Serrat. Su último libro, El hombre acecha, fue destruido por la censura franquista. Algunos ejemplares se salvaron y fueron reeditados posteriormente. En Buenos Aires se deben al poeta paraguayo Elvio Romero las primeras reediciones de sus libros, que estaban prohibidos en España.

Hernández -muerto en la flor de su edad, a los 32 años- estaba ligado al Siglo de Oro; la dura pasión que lo encendía y consumía no era hostil a las viejas y nobles formas castellanas del verso, incluso encontraban en ellas su mejor continente.

Se casó en Orihuela, durante la guerra. Perdió su primer hijo, y en 1939 nació el segundo, Manuel, a quien dedicó luego, en la cárcel, sus famosas Nanas de la cebolla.

Después de haber estado en la batalla de Teruel y en los frentes de Extremadura y Andalucía, intentó salir de España cuando cayó la República, pero fue entregado por la policía de Portugal. Logró la libertad gracias a gestiones de Pablo Neruda ante la curia y volvió a Orihuela. Delatado y condenado a muerte, se le conmutó la pena por la de 30 años de cárcel, merced a la intervención del vicario de la diócesis.

Al término del acto en el casino, se celebran en Orihuela las guerrillas de las "fiestas de moros y cristianos", que en todo el Levante (la costa del Mediterráneo) recuerdan la reconquista del territorio ocupado por los árabes, por lo reyes católicos españoles, en el siglo XV. Los disfrazados disparan con arcabuces potentísimas bombas de estruendo que estremecían todo el centro, incluidas las vidrieras del casino.

De humo, explosiones y simulacro de combates están llenas las calles del fascinado poeta de la Guerra Civil.



*Fuente: http://www.clarin.com/diario/2009/07/17/sociedad/s-01960030.htm















Ecce Donna*




*Por Juan Forn




El año es 1958. Pier Paolo Pasolini y Laura Betti acaban de conocerse por intermedio de Alberto Moravia y Elsa Morante, la pareja estrella de la intelectualidad romana. La Betti viene huyendo de la corrección provinciana de Bolonia con su electrizante unipersonal de music-hall. Pasolini ha llegado a Roma para ser el escritor que el Friuli le impidió ser (además de arrebatarle su cargo de maestro en un ignominioso proceso judicial). Los dos se han reconocido instintiva e instantáneamente como almas gemelas, en esa Roma que ya es casa tomada por la dolce vita que Fellini en breve habrá de inmortalizar en celuloide (Fellini le regalará a Pier Paolo su primer coche, un Fiat 600, en agradecimiento por haberle presentado a la Betti, a quien colocará en Las noches de Cabiria primero y en La dolce vita después, permitiéndole en esa ocasión que se escriba ella misma los parlamentos de su personaje).
Los paparazzi la han bautizado La Giaguaro ("La Mujer Jaguar") por su casquete rubio platinado y sus ojos estirados por el maquillaje como dos comas hacia las sienes. En su show Giro a vuoto (que podría traducirse como "giro de 360 grados" o "yiro absoluto") canta textos escritos especialmente para ella por Moravia, Italo Calvino, Vittorio De Sica, André Breton y Pasolini ("Ballata dell suicidio"), musicalizados por Kurt Weill, Nino Rota y hasta Igor Stravinsky. Según la prensa, la Betti ha inventado una nueva forma de glamour, combinación de provocación y desprecio que deja sin aliento a su platea. La noche en que se conocen, es ella quien toma la iniciativa. Encara a Pasolini, que lleva un rato largo mirándola de lejos con los anteojos puestos, y le dice: "¿Qué es lo que te da miedo de mí?".
Horas después, colgada de su brazo y a la deriva por la inconsumible noche romana, lo presenta como "mi marido". El acepta el juego: poco después se la presentará a Jean-Luc Godard, a Roland Barthes y a muchas personas más como "mi mujer no carnal".
Lo que empezó como un juego, un desafío a los prejuicios de la época, fue haciéndose cada vez más bizarramente cierto con el tiempo. Acompañarse no se reducía a farandulizar: Pasolini llevaba sus ragazzi di vita al departamento de Via del Babuino, donde la Betti vivía como una reina y recibía todas las noches a su claque de amigos, amantes y fans. La cocina era el VIP, y muchas fiestas terminaban cuando Pier Paolo y la Betti se encerraban ahí a conversar, dejando a los invitados sin comida ni bebida. Otras veces se peleaban a gritos delante de todo el mundo, con insultos vertiginosos e implacables. Elsa Morante les dijo una vez, cuando ya la tenían harta: "¿Por qué no se dejan de joder y fornican de una vez, en lugar de hacerlo con palabras?".
Pero cada vez que Pasolini era llevado a los tribunales (por su novela Una vida violenta, por su película Accatone, por sus incursiones nocturnas por el Trastevere), acusado de "psicópata del instinto", de "anómalo sexual", de "amenaza social", la Betti estaba siempre en primera fila, mirándolo sin parpadear para darle apoyo. Según Pasolini fue ella quien le regaló el hoy famoso verso "a un inocente no se le cree nunca" en una de esas batallas judiciales.
Con pocas personas se confesó Pasolini como con la Betti. Nomás conocerla le había dicho: "No puedo permitirme equivocarme en ninguna de mis obras. Mis enemigos me despedazarían y mis amigos dejarían de estimarme". Pero "La Jaguara" fue de todo menos tolerante con él. Cuando él conoció a Ninetto
Davoli y empezó a ir todos los días al gimnasio, ella lo increpó: "¿Dónde ha quedado toda aquella ternura dulcificada? ¿Prefieres ponerte la máscara de los músculos, como Mishima?". Cuando una úlcera perforada lo postró en cama durante meses y volvió a escribir, la Betti le dijo: "Me parece que no
entiendes que eres un poeta. Ante ese hecho, el cine se convierte en un pálido sucedáneo, que sólo ofrece satisfacciones mundanas. Te prefiero como poeta antes que como cineasta, aunque me detestes por eso". (También Italo Calvino le decía lo mismo: "¿Es posible que no consigas abandonar el cine y la publicidad que se deriva de él para volver a ser el escritor que, ante todo, eres?")
Pero cuando Pasolini presentó El Evangelio según Mateo en el Festival de Venecia y otorgaron el León de Oro a El desierto rojo de Antonioni, fue la Betti (que, por supuesto, estaba a su lado, además de haber actuado en la película sin figurar en los créditos) la que consoló a Pasolini cuando éste anunció que abandonaba el cine. Fue ella quien le hizo ver que por fin había llegado al lugar donde quería llegar, que por fin podía filmar lo que quería. "¡Puedes hacer la vida de Gramsci! ¡Si se te antoja, puedes hacer
hasta esa porca película sobre San Pablo!"
Pasolini no hizo ni la una ni la otra pero, como sabemos, no abandonó el cine. Tampoco dejó de apelar a la Betti como actriz: primero le pidió que estuviera a su lado cuando armó, para las películas grupales Capricho a la italiana y Las brujas, el insólito dúo actoral de Totò y Ninetto ("Ayúdame a orquestar estos conciertos para Stradivarius y pito"). Después, en Teorema le dio el papel de la sumisa empleada doméstica que le valió un premio a la mejor actriz en Venecia y que acabó con la paciencia de él (ella había amenazado suicidarse en medio del rodaje: "Niego haber tenido un comportamiento que no fuera poético. Y no puedo creer que tan luego tú no entendieras eso").
Aunque estuvieron casi dos años sin hablarse ("Extraño tus sublimes faltas de sensibilidad, añoro tu angustia egoísta. ¿Por qué no quieres verme?"), ella volvió a su lado cuando él la necesitó en Saló ("Nadie quiere actuar en esta película. Quieren dejarme solo"). Y la última vez que se vieron, la tarde del 1º de noviembre de 1975, sólo horas antes de que lo asesinaran, también hablaron de cine: él quería convencerla de que aceptara hacer de Adolf Eichmann (¡!) en Porno-teo-kolossal, la delirante película-denuncia que quería filmar en Nueva York, Palestina y la China de Mao.
Desde 1975 hasta su muerte en 2004, Laura Betti dirigió la Fundación Pasolini (que ella misma había creado), coordinó la edición definitiva de sus libros, donó a la Cinemateca Italiana copias nuevas de todas sus películas, escribió un libro y filmó uno de los mejores documentales que existen sobre él (PPP, la razón de un sueño). Y hasta el final repitió la misma frase, cada vez que le preguntaban por él: "Su muerte me dejó sin histeria". Sólo ella podía lograr que los millones de homosexuales que idolatran a Pasolini en el mundo la aceptaran como su viuda.




*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-128372-2009-07-17.html













PARADERO*




Él se esconde en la alborada de mi boca
para despertar con un sabor distinto,
para saber del saborcillo cómo se llama el nombre
de la hembra que lo tiene por a-tajo.
Sangre abierta la arteria aterida
navega en la placidez de no saber de la cosificación
cuando mi plañidero lo lleva al lugar del gozo
por la selva de vegetación lujuriosa
allí donde hace de mi palabra safari
la caza del dolor donde lo quiebra el optimismo.
Él que comprende mi voz que no es más que la Otra
que lo nombra desde el más allá de la palabra
que nos transfigura en la mariposa andrógina
porque fuimos dos con un pene
y un batido de alas glandiosas entre su jaleosleo
de mi escritura automática sobre la piel que nos pene-tra.
Ay de esta continuidad que nos brotamos por polución
en nuestra eterna Primavera.
Ay del hombre aquél a quién devolví mis huesos.
Membrana de pasión para el dueño de mi cocear.
Su mano sabia que desata las tinieblas de mi naturaleza de Ángel
su amor que me pervierte en mis orillas
y hace que lo arrastre hacia el centro del Misterio.
No hay lugar más oportuno donde pueda guarecerse:
rincón ambiguo de ardor y ternura
que justos por justos llamamos Amor.








*de Fanny G Jaretón. fanyescribe@yahoo.com.ar
http://fannyjareton.webcindario.com

-Enviado para compartir por Ruben Vedovaldi













Vidrios rotos*





La primera honda que tuve me la hizo en San Luis mi tío Eugenio, que trabajaba de detective en el casino de Mar del Plata. Era una joya: habíamos buscado la horqueta perfecta por todos los árboles del barrio y cuando la encontramos yo subí de rama en rama para cortar la que guardaba el tesoro. Mi tío la peló con un cuchillo y la pintó con un barniz amarronado. Los elásticos los cortó de una cámara que nos regalaron en la gomería y para alojar el proyectil buscó un cuero suave, como gamuza, que hacía juego con el color de la madera. Los amarres con firulete los hizo mi padre con un alambre de cobre bien pulido. Ese fue uno de los grandes días de mi vida. Poníamos tarros de conserva alineados en el fondo de un baldío y practicábamos hasta el anochecer. Mi tío era pura pasión pero acertaba pocas veces. Lo mismo le pasaba con los números del casino, donde dejó fortunas propias y ajenas. Hasta que pasó al otro lado del mostrador y aprendió la profesión de los escruchantes para agarrarlos con las manos en la masa. Para sorpresa de todos, el que se reveló muy bueno fue mi viejo, que había pasado por el Otto Krause y detrás de la máscara de hombre de ciencia conservaba la picardía de su abuelo, el pistolero de Valencia. Como todo zurdo contrariado a mí me costaba acomodarme para tirar. Todavía recuerdo con rencor a la maestra que alzaba la voz y me gritaba: "¡ Niño Soriano, la lapicera se toma con la diestra !". Y yo la agarraba con la derecha y dibujaba una caligrafía imposible que todavía hoy me cuesta descifrar. Lo cierto es que me costaba acomodarme a la gomera. Una noche de verano salimos con mi padre en ronda de inspección para sorprender a los que derrochaban agua corriente. Caminamos sin apuro, después de cenar, hasta el barrio de chalés. Ahí había gente que tenía piscinas de veinticinco metros y mandaba lavar coches, veredas, frentes con el agua que les faltaba a los infelices que no tenían plata para pagarse tanques de reserva ni motores eléctricos.
Mi padre tocaba el timbre y se presentaba como un caballero, quitándose el sombrero ante las damas. Yo me quedaba unos pasos atrás a escuchar su discurso que cambiaba cada vez y derivaba en evocaciones poéticas y citas sarmientinas. Es verdad que a veces hacía demagogia. Ponía en la pluma de Sarmiento y en la boca de San Martín cosas que a mí en el colegio nunca me habían enseñado. Tenía fibra para golpear al hígado y llegar al corazón. Una vez, frente a un industrial con pinta de señorito consentido, que nos había mandado dos veces a la mierda, señaló un grueso y frondoso roble que tapaba la entrada de un potrero y le preguntó con voz serena y convencida: " ¿Sabe que el general Belgrano ató su caballo a ese árbol cuando volvía de la batalla de Tucumán?". El señorito se sorprendió y miro al baldío mientras en su patio seguía la fiesta y los invitados se zambullían en la pileta iluminada por grandes faroles. "A mí qué carajo me importa", contestó el tipo y nos cerró la puerta en las narices. Mi padre me puso la mano sobre la cabeza, se limpió el polvo de los zapatos y volvió a tocar timbre. El tipo apareció de nuevo, metió la mano al bolsillo y empezó a contar unos billetes arrugados. "Tomá -le dijo a mi viejo-, andá a comprarle un helado al pibe." Hacía tanto que no me compraban un helado que ahí no más se me aceleró la respiración. Los billetes eran marrones, nuevitos, y el tipo se los tendía a mi viejo con una sonrisa displicente y pacífica. Alcanzaba para dos kilos de chocolate, crema americana y frutilla. Desde el fondo llegaba la melosa voz de Lucho Gatica. A mí me latía fuerte el corazón mientras mi padre seguía parado ahí, bajo el alero del porche, con el traje todo raído y el sombrero en la mano. no le gustaba que lo tutearan. De pronto levantó el brazo y señalo de nuevo el árbol. "La tropa acampó atrás -dijo-. El general estaba muy enfermo y pasó la noche abajo de ese árbol. No tenían ni una gota de agua y todos se pusieron a rezar para que lloviera."
Hubo un largo silencio hasta que apareció un muchachón con un balde de agua y se paró bajo el marco de la puerta. "¿Y, llovió mucho?", preguntó el industrial, burlón, mientras contaba dos billetes más. "Ni una gota", contestó mi viejo y movió la cabeza, desconsolado por la triste suerte del general. "Mandó hacer un pozo para buscar agua y enterrar a los soldados que se le morían." Yo me di cuenta enseguida de que tampoco esa noche iba a tener helado. Mi viejo se calzó el sombrero con un gesto cansado mientras se escuchaban las risas de las mujeres y los arrumacos del trío Los Panchos. "No se conseguía agua metiendo la mano en el bolsillo, señor", dijo mi viejo. El tipo extendió el brazo con la plata y mi viejo dio un paso atrás. "Mirá -se empezó a cansar el otro-, el gobernador está adentro, así que tomatelás, ¿sabés? Rajá si no querés perder el empleo." Mi padre me tomó de un hombro y empezamos a salir. Entonces llegó el baldazo y sentí que a mí también me salpicaba el chapuzón de mi padre. Salí corriendo pero mi viejo hizo como si nada hubiera pasado. El industrial y el otro largaron la carcajada y la puerta se cerró de golpe. Ya tenían algo para contarle al gobernador y reírse toda la noche al borde de la pileta.
Cruzamos la calle en silencio. Al llegar a la esquina no pude contenerme y me eché a llorar como un tonto. Mi viejo caminaba cabizbajo pero imperturbable y fue a sentarse bajo el árbol donde según él había pasado la noche el general Belgrano. Prendió un cigarrillo, sacó el talonario y escribió la multa con una letra redonda y clara que siempre le envidié. El cielo estaba estrellado y hacía un calor de infierno. Justo para estar al lado de la pileta tomando un helado. "No le cuentes nada a mamá, ¿querés?", me dijo. Yo pensaba en los billetes marrones y en los días que faltaban para fin de mes, cuando traía su sueldo de morondanga. Por decir algo le pregunté cómo había hecho Belgrano para conseguir agua.
-No sé, hijo; en cada puerta que golpeaba le tiraban un balde con mierda.
Se puso de pie, se quitó el saco para escurrirlo y me pidió que le inventáramos a mi madre un accidente con el camión regador. Ya nos íbamos cuando de repente se paró a mirar la copa del árbol.
-¿Trajiste la gomera? - me preguntó.
Le dije que sí y se la pasé con la bolsita de piedras que llevaba bien agarrada al cinturón.
Dejó el saco sobre un arbusto y empezó a trepar por el tronco. No estaba para esos trotes pero alcanzó a ganar la primera rama y de ahí pasó a otra más alta hasta que empecé a perderlo de vista. Tenía miedo de que se cayera y se rompiera algo, como le había pasado otras veces. Empecé a imaginar a Belgrano encaramado al árbol, oteando el horizonte, enfermo y sucio, con el pantalón blanco, la chaqueta azul y el poncho colorado.
Entonces escuché un ruido de vidrios rotos y enseguida una lámpara hecha añicos y otra que reventaba. Me di vuelta y vi que la casa de la piscina se quedaba a oscuras. Busqué a mi padre entre el follaje del árbol y de pronto lo oí desplomarse a mi lado con la gomera en la mano. Esta vez cayó de pie y con la cara iluminada.
-Dale- me dijo en voz baja-. Vamos a tomar un helado.





*de Osvaldo Soriano

"Cuentos de los años felices" . Editorial Sudamericana, Bs As, edición de 1994














Miradas*



Crucigramas de espejos

para los enigmas del cuerpo

La ventana los devuelve

en un juego de réplicas

donde los fragmentos revueltos del día

acuerdan otra vez : cristales







*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






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XICóATL Nr. 88 está ya en internet!


El número 88 de nuestro Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL “Estrella Errante”, edición Julio/Septiembre/2009, puede ser ya consultado en nuestra página en internet www.euroyage.org bajo el link:

http://www.euroyage.org/es/xicoatl-88


CONTENIDO:

ENSAYO: Marcos Ana, el Quijote viviente. Cristina Castello.
POEMARIO: Poemas. Marcos Ana.
Poemas. Alfredo Pérez Alencart. CRÓNICAS: Dos Crónicas sobre Cartagena de Indias. Gustavo Tatis Guerra.
AUSTRIA: Poemas. Peter Blaikner.


La edición impresa de XICóATL # 88 puede ser puede ser solicitada a YAGE por e-mail a la dirección euroyage@utanet.at al precio de 7.- Euros (incl. envío postal).


Cordial saludo,

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067




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Poesía y Música Latinoamericana 393


Este domingo 19 de julio de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor español Ángel Arranz. Las poesías que leeremos pertenecen a Manoel Alves Calixto (Brasil) y la música de fondo será de Wayna Picchu (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
(Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.




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Inventren Próxima estación: Rolito.

Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar



InventivaSocial
"Un invento argentino que se utiliza para escribir"
Plaza virtual de escritura

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