sábado, octubre 03, 2009

SU MÚSICA INTERIOR...




Aquella música interior*



Cómo quisiera reconquistar
esa música antigua
que persiste en los latidos
del mínimo aire
ondulante, avistada apenas
en un soplo hacia la luz de los ocasos;
en las alas plumosas
ávidas de espacios ligeros
sumergida en la eternidad de las palabras.
Mundo sonoro
presente en cada gota de agua
en el arrullo de las hojas
y en el croar de las ranas.
Hasta la piedra despierta en el sonoro sentir
Se abre en plena desnudez
en el milagro de ser música
de extraer de sus entrañas la belleza
para que el hombre
que está viviendo la noche de sus días
encuentre por fin,
su música interior..



*de Bertha Carou. bcarou2004@yahoo.com.ar






SU MÚSICA INTERIOR...





Mercedes Sosa
Un día en que cantamos todos*



La voz iba a llenar el teatro ¿de música? de canciones? No, era otra cosa, teníamos miedo, no sabíamos si se iba a hacer el recital o no. Sucedía que con ellos nunca nada era previsible. Esa era la esencia de ellos, lo enloquecedor. Actuaban como dioses malignos que no respetan ninguna regla, ninguna lógica, para empequeñecernos. Las entradas vendidas, nosotros en las butacas no eran indicios suficientes. Debería saber el año, la fecha, sólo sé que era verano y que la dictadura, me imagino, empezaba a acabarse. Quién puede saber las últimas heridas que el cuerpo tambaleante de los monstruos son capaces de provocar. En las películas el asesino serial en el piso siempre se levanta y arremete. Lo conocen los hondureños, esa joven mujer que acaba de morir, con gases tóxicos en su garganta todavía con gritos por gritar.
Norberto, me digo, sabría la fecha, podría rescatarla, pero él no está. Recuerdo el aplauso gigante cuando apareció, ese aplauso gigante porque lleno de palabras, de llantos ahogados, de rabia, de amor. Ese aplauso como un abrazo que nos unía y la unía a ella con nosotros y con los ausentes. Esa liberación antes de que cantara. Ese aplauso contaba a quienes quisieran oírlo que estábamos ahí por algo más que por el canto. Desde la puerta entreabierta de mi memoria lo escucho en el cuerpo. Mi memoria en el cuerpo, en las manos que duelen, en la piel estremecida por la música de las manos que duelen, que los otros clavaban en la piel, música fuerte de libertad oprimida que se desata, como una bandera ondeada en el cuerpo colectivo, cuerpo que ya se había parado, como un animal que busca la salida.

Después solo después la voz llenó el teatro.



*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






UN PURGATORIO PARA EL SOFÁ*




*de Jesús Brilanti T. lugburtian@hotmail.com



Constrúyeme por favor un purgatorio donde pueda expiar todas mis culpas, y enmudecer cada uno de mis anhelos por intentar encontrar las respuestas donde yo mismo sé de las soluciones y de las causas.
Constrúyeme, si acaso pudieras, un purgatorio para lavarme por dentro cada herida que supura, que arde cada vez que respiro, mientras el oxígeno se encarga de envenenar la parte que queda sana en mi ser.
Sé que sólo soy un rayo de luz que se ha infiltrado por entre las grietas y después de ellas me he metamorfoseado en halo de oscuridad; y oscuridad desnuda me quedo cuando no me vienes a buscar, así acontece por horas mientras simplemente me detengo a respirar tendido sobre aquel sofá. Mientras estoy en medio de este recinto acromático soy ausencia de luz, soy cuerpo opaco que divaga con este problema mío en el que choca a contra reflujo mi existencia con la vaciedad.
Cuando tienes hambre vienes y abres la puerta para que yo vuelva a aparecer como el destello de luz que ilumine tu trayecto hacia tu habitación, pasando por el corredor hasta llegar al refrigerador; a final y al cabo sacias tu apetito, das media vuelta y simplemente te vas, de regreso yo te guío iluminando el trayecto hasta tu alcoba, justo en media hora una vez dormido, silente, estarás. Eres un niño con preocupaciones muy tuyas, muy de tu corta edad, con todo ese egocentrismo que atasca cada rincón, cada muro, cada ventana y aun más las puertas ajenas a la realidad. Yo tan solo soy un halo de luz, a destiempo y sin edad, lo que las mayorías conocen como simple oscuridad, oscuridad silente soy y mírame como he permanecido aquí por siglos soportando esta frialdad.
Constrúyeme, si fuese tu voluntad, un purgatorio que redima parte de mi asfixia, la que no termina por dejarme en paz ni siquiera cuando me escondo debajo de mis párpados.
Me buscas por las noches cuando un mal sueño se ha metido bajo tus cobijas y llenado de mugre tus almohadas, y corro desde el sofá para buscarte e iluminarte, tienes que saber nada te pasará cuando la luz llega hasta tu habitación, te detienes y sabes que nada es real, mi luz te tranquiliza y vuelves a pensar en que siempre te estaré espiando, asegurándome tu tranquilidad. Te duermes, como siempre te olvidas de mi existencia, me retraigo, pienso que me utilizas a tu conveniencia, pero eres un niño pequeño y egoísta como todos, que duerme en pijamas con un oso de felpa abrazado y la figura de un hombre crucificado pende del muro a la altura de tu cabeza.
Soy destello de luz que cuando le olvidas, me refugio en las arrugas de aquel viejo sofá desahuciado, para convertirme en penumbra y de negro me quedo para guardar luto por la pena, la amargura que me embriaga al saber que estoy contigo y a la vez estoy tan lejos cuando oprimes el interruptor.
Cuando llueve y hay tormenta por las noches esperas me quede de pie a tu lado, iluminando hasta el último rincón donde algún fantasma empapado pudiese refugiarse del brutal aguacero; pero en las noches tranquilas colmadas de calma, muy pronto adiós me dices y me condenas a la no existencia impregnado de susurros animados por tu resoplar cuando caes dormido en la cama y no importa nada más que tu sueño y tu egoísta ánimo por descansar. Eres un niño, no importando tus desplantes al cerrar las cortinas, provocando que todo se tiña de amarga oscuridad; pero si algo te espanta a media noche bien sabes que la luz vomitará lo que carga en el vientre. La luz te dice que lo grotesco se quedó atorado en medio de un confuso y obsceno sueño; no pasa nada, nada pasará, pero para mí nada pasa, el sueño gira en torno de mi propia aberración de sentirme desahuciado y abandonado por mi propia opacidad.
Elabórame, con esa basta imaginación infantil, un purgatorio para el sofá donde duermo como sonámbulo por instantes en esta grotesca sensación de soledad.




Casi una historia de infancia*



En Catálogo de juguetes (La Compañía), la escritora italiana cuenta con qué jugaban los niños nacidos poco después de la Segunda Guerra. Dos ejemplos de esa lista muestran que la autora describe actos y objetos, pero también el espíritu de una época
Noticias de ADN Cultura: Sábado 3 de octubre de 2009



*Por Sandra Petrignani



Bicicleta

Primero viene el triciclo, rojo, cómodo, seguro. La sensación de crecer sobre él, la satisfacción de volverse grande, mientras el juguete se vuelve pequeño y las rodillas sobresalen a los costados para no golpear contra el manubrio. Se empujan los pedales con alegría loca. El paso siguiente es la bicicleta con las rueditas a los costados. Una prueba de inestabilidad, que se agrava cuando una de las rueditas es quitada. Entonces pedalear es temblar. El esfuerzo de las primeras tentativas de mover la bicicleta de tres ruedas. Con ese vehículo inicial de grandes, un niño siente toda la responsabilidad de ser una criatura, un habitante del mundo.
Hay un pasaje de la infancia a la adolescencia, un paso peligroso, una prueba que debe ser superada para merecer el reino. Este punto es el día en que se consigue no caer del asiento cuando la segunda ruedita también es quitada. Un joven padre tiene la mano sobre el asiento mientras sigue a pie la bicicleta. Dice palabras de aliento a su hija que, cauta, pedalea. Ella no lo advierte, pero de tanto en tanto él verifica el equilibrio de la niña soltando por unos instantes la presa. Cuando está seguro de que podrá, advierte: "Ahora te suelto...sigue sola". Ella grita de excitación: "¡No, todavía no!", como cuando quiere retrasar el pinchazo de una inyección. Pero ya pasó, corre, vuela sin ayuda, libre, sobre dos ruedas. Papá se queda quieto mirándola, y no sabe si alegrarse o sufrir.
La niña no recuerda cuándo aprendió a caminar, pero sabe que debe de haber experimentado una satisfacción análoga, un sentimiento de dignidad, de juicioso orgullo. La bicicleta es uno de los poquísimos objetos que atraviesan la existencia de las personas desde la infancia hasta la madurez sin distinciones mortificadoras ligadas a la edad. Pueden ir todos juntos en bicicleta y puede suceder que justamente el más pequeño sea el mejor y el más temerario. Con la práctica aumenta la pericia y las acrobacias se multiplican. La primera consiste en soltar una mano del manubrio para hacer sonar el timbre. Después es lanzarse en bajada sin tocar los frenos, después pedalear de pie, después sin manos, después sobre un solo pedal, después desmontar con la bicicleta todavía a la carrera, volviendo de la escuela, hambrienta, empujando la bici dentro del garaje y tirando con prisa los libros sobre el estante que está al lado de la puerta de entrada para llegar puntual a la mesa. Llegado a este punto, la bicicleta se ha vuelto una prolongación del cuerpo, de las piernas, de las manos. Le da a la fatigosa verticalidad humana la estabilidad del cuadrúpedo.
Nota al margen. La bicicleta tiene sexo, existe una versión femenina y una masculina. La fabricada para los varones, con el "caño" que va del asiento al manubrio, es más incómoda que aquella otra, para las chicas, y si se tuviese que imponer un solo tipo, sería sin duda más racional elegir aquella sin el caño horizontal. Pero el caño tiene su atractivo. En una época allí se llevaba a la novia. O bien eran los hermanos mayores los que llevaban allí a sus hermanitas.
Los obreros de Piacenza pedaleaban en la niebla hacia el astillero y llevaban colgando del caño viejos bolsos deformados de cuero negro o marrón, de empleado. Pasaban el borde alrededor del tubo de metal, que permanecía aprisionado dentro del bolso, haciéndolo pendular levemente. Dentro de ellos no había papeles, sino el almuerzo: pan y tortilla, pan y carne, y una botella de vino.


Caballo mecedor
¡Era de Herman´s, en la 42, o de Lord & Taylor, en la Quinta Avenida? ¿O era de Sacks? En el zaguán un caballo mecedor de tamaño natural, con montura y riendas de cuero, listo para ser cabalgado. Repetía perfectamente en madera la forma y los colores de un alazán común, lanzado al galope sobre un tubo de metal curvado. Los niños lo miraban con admiración; los adultos, con desconfianza. ¿Cómo resistirse a montarlo? Una provocación sádica. ¿Cuándo se le ofrece a un adulto la ocasión de revivir las experiencias infantiles con juguetes adaptados a sus actuales medidas, un parque de diversiones de los recuerdos?
En la calesita, los caballos eran los preferidos. Alineados de dos en dos corrían en círculos, subiendo y bajando. La lisa cavidad de la montura acogía afectuosamente a las nalgas; la maternal hinchazón del vientre obligaba a abrir las piernas en una posición excitante. Contra la piel al descubierto el frío de la cartapesta. A lo mejor tenían razón cuando creían que no era conveniente que una mujer cabalgase con las piernas separadas: adivinaban que en eso había una satisfacción secreta, el inevitable delicioso frotamiento. Una niña cabalgará su caballo mecedor únicamente por el movimiento, el impulso. Para divertirse no le hace falta -como sí a los varones- blandir la espada, incitar a imaginarios compañeros para que combatan. Ella cabalga abandonándose a un erotismo inconsciente. Cierra los ojos, concediéndose al viento que mueve sus cabellos, aprieta las rodillas y endurece los músculos provocando dentro de sí una corriente de escalofríos in crescendo .
Aquel caballo de Nueva York era, agigantado, el modesto caballo mecedor encontrado una Navidad bajo el árbol. Regalo frustrante para niños habituados a montar los mansos caballos de la calesita. Había que espolearlo fuerte para divertirse, en la ficción de un galope desenfrenado, y aprender entretanto el rico vocabulario de la anatomía equina: cruz y corvejón, grupa y espolones, crines, ollares, belfo, testuz, cascos, coronas. Debe de haber sido la desproporción respecto del original y su mito la causa de tantas variantes que signan el destino del caballo mecedor. Si por ejemplo la muñeca se transformó en armonía con los cambios sociales y tecnológicos, en las mutaciones del caballito se percibe la volubilidad de una búsqueda siempre insatisfecha. Probaron a cubrirlo de pieles, e incluso a sustituirlo por otro animal, un elefante o un oso. Individualizando únicamente en el vaivén el atractivo de este juego, se pensó en sacrificar la semejanza estilizando la forma. Y en ciertos ejemplares, el belfo es sugerido por una burda tablilla plana. Hay un tipo hecho de madera clara, de fabricación alemana, que en lugar de ojos tiene un agujero que atraviesa la madera de lado a lado. Otra tabla, horizontal, de bordes redondeados, constituye la grupa. Largas cerdas claras hacen de crines y de cola; un simple cordel es la rienda. Un objeto decorativo más que un juguete, un rocín más que un corcel. Pero no importa, estamos a un paso del mango de la escoba. A menudo, en el mundo de los juguetes, se retrocede.



[Traducción: Guillermo Piro]
*Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1180341







De la magia al consumo*




*Por Sandra Petrignani
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009

La idea original del Catálogo de los juguetes era escribir una historia de mi infancia, una infancia de la década de 1950. Yo tenía un hijo chico, Guido, a quien el libro está dedicado, y observando su modo de jugar y su relación con los juguetes, me pareció entender que se había originado una gran fractura en el mundo infantil. Yo, que pertenecía a la generación del baby-boom (era una babyboomer con todas las de la ley), de las manifestaciones estudiantiles, de la revolución sexual, etcétera, había sido una chica mucho más parecida a los chicos que me habían precedido que a aquellos que habían venido después. Quiero decir que si bien los nacidos después del final de la última Guerra Mundial encontraron un mundo totalmente distinto del anterior, en lo que respecta al mundo de los juguetes la revolución debe fecharse uno o dos decenios después. Yo nací en 1952; mi hijo, en 1983. Entre él y yo los juguetes han perdido (casi) completamente el "aura", es decir, su sustancia mágica. De algún modo se convirtieron en objetos equivalentes a los demás, parte del gran sistema de consumo.
Es por eso que pensé en escribir el libro bajo la forma de una meditación sobre objetos-juguetes particulares (cada capítulo un juguete), para recrear el aura perdida y el sabor lejano de mi infancia, tan distinta de la de mi hijo y sus amiguitos. Utilicé el método proustiano de la memoria involuntaria, los juguetes se convirtieron en mis magdalenas. Recuerdo que, literalmente, me rodeaba de juguetes: los pocos que me acompañaban desde chica (un osito, las bolitas, una vieja cafeterita, la Barbie) y los de Guido. Y cuando entre mis amigos se corrió la voz de mi proyecto, todo se volvió una competencia por recordarme este o aquel juguete, este o aquel juego, un indagar hacia atrás que contagiaba y emocionaba. Incluso los juguetes que nunca había tenido (el trencito eléctrico, por ejemplo) resucitaban en mí recuerdos inmediatos. Volvía a ser chica, volvía a la casa de un compañero de la escuela, varón, que me mostraba su trencito que corría intrépido sobre ruedas. Lo veíamos desaparecer dentro de las pequeñas galerías y detenerse en la estación minúscula que lo esperaba con los faroles encendidos. Revivía el sentimiento de exclusión (mi compañero no quería que yo tocara nada, sólo podía mirar) y el encanto de imaginar a las personas que no veía, tantos liliputienses escondidos dentro de aquellos minúsculos vagones.
Escribir el libro fue una emoción continua de ese orden: revivir momentos perdidos y recrear al mismo tiempo la relación con esas cosas especiales que son los juguetes y, a través de ellos, la relación con los adultos, con el crecimiento, con los miedos infantiles y la milagrosa experiencia de lo mágico que tienen todos los chicos.
Confrontando luego aquellas emociones mías con el mundo en que vivía mi hijo, entendía que yo había alcanzado a vivir la infancia con una ingenuidad y una libertad que a los chicos de hoy no se les conceden casi nunca, al menos en las sociedades del bienestar. Por ejemplo, me daba cuenta de hasta qué punto los chicos de entonces formábamos una banda, de distintas edades y hasta de clases sociales distintas. Jugábamos libres, en la calle, en las plazas, sin el control continuo de la mirada adulta sobre nosotros. No estábamos cargados de ocupaciones como los chicos de hoy: lecciones de natación, de inglés, de esto y de aquello. Vigilados siempre por madres, abuelas o baby-sitters , porque se mueven en un mundo mucho más peligroso que lo que era el nuestro.
Creo haber reconocido dos elementos que trastornaron definitivamente el mundo de los juguetes: la irrupción de la electrónica y el negocio de la infancia. En ambos casos el juguete se convirtió en algo complejo. Nosotros podíamos jugar durante horas lanzando piedritas hacia arriba y atajándolas con las palmas o con el dorso de las manos; un chico de hoy, en cambio, se aburriría en cinco minutos. Los chicos son más solitarios y necesitan aparatos para hacerse compañía: TV, computadora, PlayStation. Tienen con los juguetes una relación de propiedad coleccionista, más que afectiva. Ya no existe esa muñeca precisa, aquel único osito, sino una serie de muñecas, de ositos, en una multiplicación sin fin, creada y estimulada por la industria y la publicidad, que logran hacer del chico un consumidor esclavo de necesidades inducidas.
De todas formas, éstos son discursos sociológicos, reflexiones a las que inevitablemente me ha conducido la escritura de este libro, pero que no explican lo esencial, ni la suerte del libro en Italia y en el exterior. Creo que lo atractivo es justamente el uso que hice del juguete como médium, el proponerlo como objeto especial, mágico, sagrado. Es una manera de entrar en contacto con la parte infantil del ser humano, porque el comportamiento de los chicos puede cambiar y el mundo cambia en torno a ellos, pero lo que no cambia es la parte más tierna y secreta que resiste dentro de nosotros y que, en la edad infantil, estuvo más cerca del gran misterio del que todos venimos y al que todos estamos destinados a volver.


[Traducción: Matías Alinovií]
*Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1180420







Tío Esteban*


*Por Carlos Caposio. carloscaposio@hotmail.com



Como quisiera ser como Esteban para que María esté tranquila y no llore en el baño, para que deje de tratarme como a un niño y de volver locos a los doctores del nuevo hospital, pretendo explicarle pero es difícil, ella no conoció a Esteban.
Aquella vez estaba contento porque el tío venía a casa y por teléfono me había contado sobre algo raro que había hecho en su pelo.
De chico yo creía que era el único que lo entendía debido a una charla que había escuchado en casa. Estábamos en el patio, bajo la parra, él se había ido a descansar y ni bien se escucharon los primeros ronquidos, la tía Marta explicó que Esteban había tomado mucho y que por eso estaba colorado y tenía
sueño. Después comenzó con lo del juego, con que no podía pasar un mes sin ir a Mar del Plata al casino, con que asociaba todos los número para jugar a la quiniela. Dijo también que había perdido mucha plata en los dados, y en ese juego que el tío me había enseñado la semana anterior donde hay que sumar siete y medio.
Era verdad que le gustaba el juego. Recuerdo el día que dijo que encontró una moneda en la calle, y que como no tenía plata, se había ido caminando desde su departamento de San Isidro hasta un bingo de San Fernado para colocarla en una máquina de apuestas. Por entonces no estaba el Casino de Tigre porque sino seguro hubiera ido caminando hasta allá. Contó que comenzaron a sonar una sirenas y que el tragamonedas escupía monedas sin parar, que las manos no alcanzaban, que puso la boina y se le rebasó, y que por último, le habían traído una carretilla tan grande que para llevarla a su casa necesitó la ayuda de un hombre del lugar.
Estaba ansioso por la llegada del tío y por el chocolate que siempre traía.
Ese día tenía miedo, el río había desbordado y había llegado hasta la vía muerta de la esquina de casa, en Martínez, por donde hoy pasa ese tren medio artificial. Él no estaba muy lejos, pero yo presentía que no iba a llegar, después mamá me tranquilizó y comencé a planear de que forma le sacaría la golosina.
En muchas cosas soy como Esteban o como lo veía cuando era niño. El tango, por ejemplo, lo mamé de él, cada vez que venía me enseñaba una palabra nueva del lunfardo. Los burros también, los domingos cuando me sentía bien, agarraba el bastón del tío, compraba La Rosada e iba al hipódromo a jugar
alguna fija. Y mis viajes, lo mejor de todo, el siempre decía que viajar era lo único adquirido por lo material que duraba toda la vida. Pucha si tenía razón, el televisor lo cambié tres veces, el equipo musical otras tantas, y la computadora, es la misma pero la tuve que renovar cada 5 años, además
cuando el tío vivía no había computadoras. Pero mis viajes, con sólo pensar en ellos ya estoy allá nuevamente, salgo de la cama sin moverme y estoy en Guatemala, en el templo del gran jaguar; paso por Río de Janeiro y subo al pan de azúcar; y en México, visito las ruinas mayas de Chichén Itzá.
Cuándo llegó estaba todo mojado por la tormenta, no recuerdo bien que inventó, creo que dijo que había venido nadando, o que un exiliado de Venecia lo había traído en góndola, o que se agarró de la cola del caballo que ganó la carrera, o que con un ventilador, había llevado el río a su cauce para poder venir caminando. No sé, lo cierto es que tenía el pelo raro, parecido al de un bebe, como quemado. Yo fui corriendo a abrazarlo, sabía que tenía el chocolate en el bolsillo y se lo saqué sin que se diera cuenta, él sonrió y dijo que no entendía como lo había logrado. Siempre lo sorprendía o por lo menos creía que así era.
Esas son las cosas que extraño de Esteban, como en el verano en que entró por el fondo con la máquina de cortar el pasto. Al escuchar el ruido del motor salimos sobresaltados al jardín con mamá y papá. Estaba parado arriba de la máquina, juraba que había venido manejando el aparato y que en la bajada de Libertador no había podido frenar y se había agarrado de la rama de un árboly que así, colgado, había visto como la cortadora seguía hasta el río y caía al agua. Cuando yo le decía que no podía ser, que el río estropeaba las cortadoras de pasto y que si fuera cierto haría cortocircuito, él salía con que lo deje terminar, con que yo era muy impaciente, y con que el cable de la máquina se había atascado en el muelle, y que por eso, no había llegado al agua.
Con los años me di cuenta que Esteban y la tía estaban separados y que venían juntos sólo para conservar la imagen familiar. Por eso Marta le hacía fama de timbero y no paraba de hablar mal de él. Mamá siempre le daba la razón a la hermana pero un par de veces dijo que la tía era medio loca y que
el tío era una buena persona. Eso me tranquilizaba.
Nunca había pensado que por la diferencia generacional era imposible envejecer juntos.
No sé por qué nos imaginaba de viejos en la plaza de la Catedral jugando al ajedrez, quizás porque había prometido que cuando yo cumpliera unos años más me iba a enseñar, pero no aguantó el pobre.
Después de la parodia del chocolate explicó por qué tenía el pelo así. Me confesó en secreto que era por la falta de frutas y verduras. Recuerdo que las semanas siguientes pedía a gritos jugo de naranja y buñuelitos de acelga. Que ocurrente era el tío. Aunque a veces se contradecía, porque un tiempo después, creo que fue la última vez que lo vi, le volví a preguntar por el pelo, ya casi no tenía, otra vez se me acercó y dijo que por estar sin bañarse tres días se le había formado un panal de abejas en la cabeza.
Recuerdo que abrí grandes los ojos y lo miré fijo. "Sí -me juraba- lo tuve que quemar y se me prendió fuego el pelo".
La tía Marta dijo que se había ido de viaje. Le creí, porque mamá además de contar que la hermana era medio loca, siempre afirmaba que "la tía no mentía". Además al tío le encantaba viajar, hasta cuando tuvo hepatitis juraba que había estado en Machu Picchu con los Incas. Después supe que era cierto, no que había ido cuando estaba enfermo, pero sí de joven. Él siempre seguía viajando con la mente, hasta en eso nos parecemos.
Esa última vez, no se había ido al exterior, o sí, porque a dónde vamos después de la muerte es un poco más de la incertidumbre de la vida. El tío tenía cáncer de próstata.
Que poco lo disfruté, no llegamos a jugar una partida, estoy seguro que dejaría que juegue con blancas.
Unos años después de que murió inventaron un tractor para cortar el pasto, no lo quise comprar porque, al igual que lo hacía Esteban, hoy vivo en un departamento de San Isidro, pero si el tío lo hubiera visto, era capaz de comprarlo y tenerlo atado a un árbol con un candado de bicicleta.
María tiene miedo. Por más que le cuente nunca va entender ¿Cómo hago para que deje de estar triste y de hacer tanto alboroto?
Al dorso de una de las últimas fotos del tío dice: "Aunque uno esté prisionero en una cama, puede ser libre con la mente y viajar, en definitiva, uno es lo que recuerda y lo continúa en su forma de contarlo".
Cuando miro el espejo, además de las arrugas veo el pelo quemado de Esteban, porque para mi había espantado las abejas con un hisopo gigante bañado en alcohol. No entiendo como estaba de tan buen humor con esta basura de la quimioterapia.
Él siempre con esa sonrisa contagiosa, burlándome con la mosqueta, enseñándome a jugar al tute o amasando pizzas para toda la familia. Yo decía que las de él eran las más ricas que había probado, recuerdo que mi vieja, que en paz descanse, se ponía celosa.
Mi único hijo se llama Esteban, cuando vendimos la casa de Martínez le di unos mangos y después de casarse se fue con la mujer a vivir a San Martín de los Andes, a una comunidad nativa del lugar. Ahí tuvo a Nahuel y en un mes nace Luna. No tendría que venir pero María siempre fue la misma exagerada,
lo llama desesperada, lo asusta y el otro grandote otario se viene en avión.
Pero qué les voy a contar, no entienden que con sólo bañarme dentro de los tres días, tiempo que tarda en formarse un panal de abejas en la cabeza, no se me caerá más el pelo. Cómo avisarles que ahora estoy de viaje por América latina y no acá, cómo revelarlo, cómo explicarlo; si nunca conocieron al tío Esteban.


*Fuente: http://www.artecomunicarte.com/ArtistaDatosPAD2_L.php?Arp=714
http://blogs.clarin.com/la-fusion-de-los-generos/posts









Sobre una hoja*



color ocre
me dicen versos los viejos
profetas de la tierra
con sus canciones...
y aquí estoy
buscando todavía
la lluvia y el sol
anidando tardíamente
en los remansos
de los días -espejo de poetas-
y encuentro la voz...
la del otro,
en espada conmovida vibro...
aleteo mariposa de selvas...
signo de infinitud planetaria
soy yo y tú y el otro
la brisa de los escribas antiguos
grabada en el desierto de la humanidad
que nos despierta cada día
con la certera madera de la vida...



*de Mónica laurencena
(Santa Fe)
(Contestando al amigo Agu sobre esto de leer a los otros poetas)
-Enviado para compartir por Oscar Agú. cachoagu@yahoo.com.ar





*


Se mataron.

A puro dolor
salieron andando.

Hacia delante,
pero muertos.

No vieron caer al otro.

Ni a sí mismos.


*de Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com







Al final del camino*



Otoño del amor y de la vida,
ocre y oro de la hojarasca seca.
Ni praderas, ni visita a la meca,
paz y perdón en esta despedida.


Una sonrisa final para partir
al insondable infinito de la nada.
Dejarte, mundo, con una carcajada
en la esperanza de no más sufrir.


En los últimos días de la vida
vivir, vivir, a grandes bocanadas.
Gozar, soñar la tierra prometida.


Entrar en el llamado del ocaso,
llenarse de la luz de la alborada
cuando demos aquí el último paso.



*de Celina Vautier. celka@arnet.com.ar






HAY QUE SUPONER*




*por Juan Disante. juan.tefuisteporlaletra@gmail.com




Supongamos que usted una mañana se despierte,
se siente en el borde de la cama,
se mire el cuerpo,
se estire como un gato
y apretando el riñón con su índice,
diga bueeéh.!
Supongamos que una mañana usted se despierte.
poeta.
Supongamos.
Que deposite una gota de esternón
sublingual,
estire el regreso de un deseo,
y frente al ingreso ventanal del sol,
se hamaque.
Que levante las cuatro sotas que dejó tiradas anoche,
le recorte los tacones,
y al periódico del día lo salpique
con matecocido y porfía.
Que le den ganas de dibujar bocas y zapatillas,
dejar escapar todos los adjetivos por las mirillas,
perseguir en paños menores a la metáfora menor
por toda la casa.
Que de repente se le aparezca la letra jota
minúscula,
y aquella vieja historia de la música,
secrete.
Que los sedimentos sedimenten,
los nutrientes refrigeren,
los amores platonicen,
los perdedores ironicen.
Digamos, que a usted no le interese más otra cosa
que la semilla,
el desentono,
quebrar el semen.
Querrá fatigar el suburbio
si devino poesía,
resoplar su potrillo.
Vamos a suponer que sale a la calle en puntas de pié,
que salude cortésmente a una señora con sombrero.
"Buon giorno"
y en vez de una flor le obsequie un soliloquio.
Por un momento, supongamos
que al doblar la esquina del buzón
vienen a su encuentro Alejandra Pizarnik del brazo de
Julio Cortázar,
lo besen como a un viejo cómplice
y se vayan los tres abrazados hasta la última mesa
de un bodegón malhablado
a describir, muertos de risa,
el rechinar de los pecados
que pasan
en fila india. uno a uno.

Piénselo.
Una mañana desatinada
usted debería suponer.






*

Queridas amigas, apreciados amigos:



Este domingo 4 de octubre de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor mexicano Alejandro Padilla. Las poesías que leeremos pertenecen a Alfredo Pérez Alencart (Perú) y la música de fondo será de Wankamaru (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067



*

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Inventiva Social publica colaboraciones bajo un principio de intercambio: la libertad de escribir y leer a cambio de la libertad de publicar o no cada escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se editan bajo ejes temáticos creados por el editor.
Las opiniones firmadas son responsabilidad de los autores y su publicación en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor emitidos.
La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada obra queda a cargo de cada autor. Inventiva solo recopila y edita para su difusión virtual las colaboraciones literarias que cada autor desea compartir.
Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.

Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre el escritor y el editor, cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.

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