viernes, noviembre 13, 2009

NAVEGANTES EN BARCAZAS DE CORCHO...


*ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS. (CUBA)


POEMA DESPOBLADO DE VERDE*


“Desde ese entonces data la ferviente
y abrasadora sed que me arrebata”
NICANOR PARRA



De qué sirve mi verde si vos no estás conmigo
De qué sirven mis cenizas de amor


El sol.
Armado con lanzas de fuego.
Verdugo implacable del bosque profundo,
Despuebla
Mi pajonal de verde.
Arde rojo de sangre y ceniza.
La luna,
Piadosa, le acerca
La humedad plateada del amor.


De qué sirve la luna, en cenizas de ausencia
Si al irte te has llevado mi esplendor hecho verde.


¡Oh, dioses del averno, acallad mi boca!
¡Oh, sol! ¡Oh, pajonal!
¡Despobladme de verde las manos!
¡Lo merezco!
¡Cambiad mi sangre por arena!
Olvidé:
El verde deslizante de la lagartija entre las piedras.
El arco iris sonoro de los loros.
El verde denunciante de los árboles quietos.
Olvidé el picaflor.
Ese pequeño pájaro dormido
Que busca el refugio de mi boca.


De qué sirve el solsticio que se anuncia
Si mi corazón no es una yema verde, verde espera


El sol
Desarmado, sin lanzas, ni fuego.
Compañero ardiente del bosque profundo,
Puebla
Mi pajonal de verde.
La ceniza se va y la sangre queda.
La luna,
Más luna que nunca,
Le acerca
La humedad plateada del arraigo.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







NAVEGANTES EN BARCAZAS DE CORCHO...







RÉQUIEM PARA UN ÁNGEL NIÑO*


Para Roberto Rojas Vergara




Pequeño rey en trono de rueditas,
Niño eterno, Peter Pan,
¿Es suficiente un verso para cantar tu despedida?



Que la última hora en este mundo
De bandidos y princesas
Te sea leve.



Que la oscura mensajera llegue,
Tan sutil como tu sombra
En el castillo sin almenas ni banderas.



Que el arco iris matutino,
Reciba tu alma pura.
Que no lloren las estrellas,
Los caracoles que escondimos.
Que canten los unicornios,
Las flores que sembramos.
Que no gima el mar tu ausencia,
Navegante en barcazas de corcho.
Que no te cubra la noche una vez más.



Parte en calma, dulce amigo,
Mi alma volará esta noche en sueños
Para dejar en tu frente el beso
Que aún te debo.


*de Marié Rojas.
(2005)






Extraña noche*



qué extraña noche de destiempo
de fragancias usadas para otras ocasiones
de acordes y armonía
que otra noche bastaban al alivio
del mismo viento que va y viene
sin tormenta
atormentando esta noche que le halla sentido
a todo mi tormento
un camino en un sentido único
que no es viento que va y viene
es camino que se va y no queda nada
es camino que va y se lleva todo
lo que hemos sido
dicho
lo que hemos sido dichos
hemos sido dichosos
si hemos sido si hemos ido
el único sentido
de la muerte agorera de estrellas en penumbra de la luna
que tarda en dar la vuelta pero vuelve
a chispearse de sol
a trascendernos
que falta de respeto al brío de estar vivo
que burla cada sueño aún en espera
que trunca la mirada y la piel necesitada todavía
que detiene la risa para siempre
que da tanto por reír según se dice
queda tanto por reír
tanto porque reír a ese va y vien
del viento sempiterno
que no sabe de sueños
los arrastra los quiebra
se los lleva




*de Lucía Cinquepalmi luciaguionbajo@gmail.com
– una puta noche de noviembre lejos de todo








DEFENSORES DE “EL PALENQUE”*



A Richard Bessone


De cómo llegué al alto honor que significó defender los colores de “El Palenque” daré cuenta más adelante, si mi sufrido lector me permite una breve digresión histórica que hace a mis inicios frustrados como futbolista de mi pueblo.
Cuando ya tenía aproximadamente 7 años, mi barrio se conmocionó por un acontecimiento inédito, que importaba a todos los chicos del pueblo. Y fue la organización del primer Campeonato de Baby Fútbol a cargo de la antigua Cooperativa Agrícola Federal y que hizo una amplia convocatoria a toda la purretada. Pronto supimos que se jugaría de noche –algo nuevo para nosotros- con luces y una pelota pintada de blanco, para la visibilidad fuera más plausible. La cancha sería armada en los patios de la propia Cooperativa –lo recuerdo pelado, sin una gota de gramilla- que con sólo montar un par de arquitos y con sillas alrededor para comodidad de las damas estaría todo listo.
Los equipos se conformarían de siete jugadores y con sólo la inscripción de dos suplentes.
Era un verano apacible, donde hubo pocos mosquitos pero muchos escarabajos, éstos no nos preocupaban demasiado porque los sapos –numerosos en aquel año- darían cuenta de ellos, siempre y cuando se aproximaran debajo de los foquitos miserables de las esquinas.
En el barrio “El Jazmín” el equipo se armó rápido. Había muchos chicos y muchos que jugaban bien, así que cuando Cholo Belluschi juntó los futuros campeones, quedamos muchos como para armar por lo menos tres equipos más. Tuvimos que resignarnos a otros colores y a otros nombres, pero no nos importó porque todo el mundo sabía a qué barrio pertenecíamos.
A mí me convocó el Pelado Míguez a través de mi viejo (a quien obviamente tuvo que pedirle permiso, por mi edad), es decir me llamó para formar uno de los tres equipos muletto como se dice ahora. Pero a mí a esa edad lo único que me importaba era jugar a la pelota.
Aún recuerdo con emoción la noche en que llegaron las camisetas y el Pelado nos convocó a su casa para repartirlas y darnos algunas instrucciones porque la noche siguiente comenzaba el campeonato.
Esa noche mi viejo me permitió que yo fuera solo hasta la casa (que en rigor quedaba a escasos cien metros de la mía y con sólo dar la vuelta por la esquina del Cholo, la tenía a tiro de escopeta).
Esos metros fueron instantes o minutos de tormento, hasta que el Toto –mi amigo- me abrió diciéndome:
-Dále que mi viejo está por repartir las camisetas…
Las camisetas estaban sobre una gran mesa cubierta por hule azul con flores naranjas, no obstante exhibían toda su extremada belleza. Eran los colores de “Peñarol” de Montevideo, cuya proximidad con los colores de “Central” me la hacían y me la hacen simpática.
-Allí el Pelado nos informó que el cuadro se llamaría “Sacachispas” y que debutábamos al otro día. Cuál no sería mi sorpresa cuando me alcanzó una camiseta de “Central Córdoba” –la cual al no haber ninguna amarilla era la del arquero sin duda, así deduje- y ante mi inhibida protesta:
-Yo no soy arquero, don Míguez.
-Qué querés pibe –contestó abriendo los brazos –si tengo tres defensores.
-Pero es yo soy fulbá centro –le dije, medio amoscado.
No hubo forma. Todo pasó desapercibido entre la euforia de los chicos que junto conmigo escucharon la advertencia del Pelado.
-Ojo, mañana a la noche, a las 9, sean puntuales. Jugamos con el “El Ciclón”.
“El Ciclón” era el equipo de los Bellini, jugaban con la camiseta de “Boca”. Hasta allí todo bien, el caso es que ellos tenían un delantero temible. El gringuito Luqui, quien no era habilidoso, pero tenía el instinto de gol. Era ligero, se escapaba fácil y tiraba de cualquier parte-
Él fue el culpable de mi ignominia. Perdimos cinco a cero. A la pelota sólo la veía pasar con impotencia. Nunca había jugado en el arco ni nunca más jugué, como el lector supone.
A la noche siguiente, luego de cenar y cuando se aproximaba la hora del partido, mi padre se levantó de la silla, fue hasta la habitación donde dormían con mi madre, sentí el ruido que hacía la puerta de ese gran ropero y volvió con un hermoso libro de estampas e historietas para colorear. Toda la noche estuvo junto a mí, por única vez en mi vida.
Era evidente que los cinco goles también le dolían. Mi madre miraba en silencio, mientras tejía.
Nunca supe si había hablado con el Pelado y quiso evitarme otro bochorno. Como era muy orgulloso es probable que no haya dicho nada. Pero el Pelado nunca más habló conmigo del tema. También es probable lo contrario, que le haya dicho que me sacaba del equipo y él hizo causa común conmigo. Me moriré sin saberlo, ellos ya no están para aclararlo.
De todos modos debo agradecer esta anécdota enojosa y humillante porque mi padre –quien sólo firmaba mi libreta escolar a fin de mes- tuvo la paciencia de sentarse a mi lado y mirar cómo su primogénito pintaba pacientemente esos dibujos. Fue, creo, la única vez que usó la paciencia en su vida. Y me gustaría creer que lo hizo por un poco más que el puto orgullo que lo martirizó toda su vida. Es decir que lo hizo por un poco de amor hacia mí.
Otra vez –yo ya era un par de años más grande- volvieron los campeonatos del esperado Baby Fútbol de la Cooperativa. Esta vez no sólo competían los equipos de los barrios, había otros que representaban una tienda, un bar- tal el caso de “El Amanecer” del gran Carlos Mancinelli-, un taller mecánico o un bazar, sino que venían chicos de las chacras –“El Refugio”, “La Catalana”, “La Terrasson”- y éstos no eran muy buenos, pero pegaban lindo, tal vez endurecidos por esa vida rural y el trato con los animales que los hacían más templados. Y además, ¡cómo corrían!. Eran incansables, verdaderos perros de presa para las delanteras contrarias.
Cómo sería el entusiasmo que ese año hasta el cura tuvo su propio equipo, le había puesto “San Isidro”, en alusión al patrono del pueblo y usaban ¡qué horror! las camisetas de “Nuls”. Cuando ese año también me quedé fuera del equipo, yo rogaba que alguien me llamara –aunque fuese el cura- porque jugar para un santo, vaya y pase, pero el problema es que yo a la camiseta rojnegra. No me la hubiera puesto por nada del mundo. De esta terrible opción ilusoria (el padre nunca me llamó) me sacó un mediodía mi viejo cuando volvió a almorzar luego del trabajo.
-Andá a verlo al Min Villarreal –me dijo- está armando un equipo para el Baby Fútbol.
No quieran imaginarse mi alegría, yo quería salir de allí como un tiro, pero mi viejo me paró en seco.
-¿Adónde va usted? –cuando me quería retar siempre usaba el usted-. ¿Acaso no va a comer?.
Y volviendo a mi madre le dijo a manera de reproche generalizado pero que por el tono la incluía a ella.
-Este con tal de patear una pelota es capaz de abandonar hasta la escuela….
Y agregó con su tono sarcástico y zumbón que era su marca resaltante:
-¿Sabés para quién va a jugar tu hijo?
-…No sé –dijo mi vieja, lacónica, mientras arrimaba una fuente de tallarines que sus santas manos habían amasado esa misma mañana.
-Para el bar de la Chola –dijo y se quedó esperando la respuesta.
La Chola de marras era una ex prostituta que regenteaba un bar, usando éste de pantalla, ya que todo el mundo sabía que en las piezas del fondo se ejercía el “oficio más viejo del mundo”.
Ella estaba ya retirada, pero oficiaba de elegante madama, una especie de empresaria y representante de las chicas quienes al parecer venían de otro pueblo, lo que hacía atrayentes a la hora de concurrir la clientela.
Mi madre se puso lívida, dejó de comer, puso el tenedor al costado y lo encaró a mi padre.
-¿Y a vos no te da vergüenza dejar que tu hijo juegue para un prostíbulo?
A mi padre lo asistía cierta perversidad, en especial con mi madre, y cuando se daba cuenta que algo la molestaba, se ponía insistente.
-¿Y qué? ¿Vos le vas a quitar la ilusión al chico acaso?
Y dirigiéndose a mí, a quien no consultaba ni para salir al patio, me preguntó:
-Y vos, nene, ¿querés o no querés jugar?
Y yo, ante la mirada furibunda de mi madre, seguí el camino del deseo y en ese momento, ni un rayo me apartaba de la posibilidad que se me abría venturosa.
Entonces mirándolo a los ojos, le dije –a sabiendas que traicionaba los anhelos más puros y razonables de mi vieja-:
Sí, papá, quiero jugar y no me importa.
-Bueno, no se hable más del asunto –dijo mi viejo y cuando él cerraba la conversación, mi vieja y yo sabíamos que era palabra santa. Claro que los resultados no eran lo mismo para ella que para mí en este caso.
Ella nunca quiso ir a verme jugar, salvo una noche en que estaba de visita mi abuela y su madre, quien no quiso dejar de ver a su nieto, un futuro crack habrá pensado y no tuvo más remedio que acompañarla.
Las razones que lo llevaban a tomar una decisión a mi padre siempre me resultaron un misterio, aún hoy no lo entiendo, cuando ya no está. Muchas veces pensé qué lo habría llevado a permitirme jugar. Tal vez para molestar a mi madre, tal vez porque él siempre alentó esta pasión mía, pero no con palabras, no con palmadas ni con felicitaciones cuando yo jugaba un buen partido. En él todo era secreto, con pocas palabras y aún las pocas palabras debían ser develadas, como un enigma. Muchos de ellos trato de descifrarlos aún.
Benjamín Villarreal, alias El Min- jugador ya retirado que oficiaba de entrenador y visto a la distancia tenía una visión del fútbol y le gustaba trasmitirla, como el Pelado Míguez, más allá de los clubes y las banderías-, era el padre de mi amigo Jorge.
Una noche antes del debut, el Min nos reunió, nos mostró las camisetas –que eran de “Racing Club”-, nos dijo que el equipo se llamaría “El Palenque” (nombre del bar de la Chola) y que “la señora” nos deseaba mucha suerte. Así se refería siempre cuando hablaba de ella. No como si fuera una prostituta retirada, sino como si fuera una dama auténtica, casi una duquesa.
Cuando nos dijo contra quiénes debutábamos –otra vez “El Ciclón”- yo recordé aquella humillación de tres años atrás y le pregunté alarmado:
Don Min, ¿qué hacemos con el “gringuito” Luqui?
-De ése te vas a encargar vos –me dijo-. Te le pegás en la espalda y lo seguís durante toda la cancha.
-¿Y mi puesto?- pregunté con la culpa del defensor que abandona las cercanías del arco que tiene que ayudar a defender.
-Vos haceme caso que todo va a salir bien. Sólo hay que ponerlo nervioso, es muy calentón me dijo y agregó “no te preocupes por tu puesto”.
Y así fue. Esa noche lo seguí por toda la cancha. Él empezó a ponerse nervioso, y yo no lo dejaba ponerse en contacto con la pelota. En un momento me dijo fastidiado:
-¿Qué me seguís pibe?, ¿tengo caramelos acaso?
Pero yo, impertérrito, inmutable, mudo, lo seguía, según las instrucciones de mi director técnico.
Esa noche, yo contribuí al triunfo o al empate, ahora no me acuerdo, con sumo orgullo porque seguí las sabias instrucciones de Benjamín Villarreal.
Muchas veces he pensado que el fútbol argentino le debe al Min, un monumento, porque quién antes que él pensaba en la marca hombre a hombre. Pero así es la vida, nosotros estábamos en el mundo, pero el mundo no se daba cuenta, como dice aquel personaje del cuento de Antonio Di Benedetto. Quién lo iba a tener en cuenta al Min, si vivíamos en un pequeño pueblo de la llanura santafesina con el asfalto más cercano a 25 kilómetros.
Cuando finalizó el campeonato donde salimos últimos, nuestro D.T. nos convocó para comer un asado, un sábado a la mañana y nos dijo que iba a estar “la señora” porque se quería tomar una foto con todos nosotros para tenerla de recuerdo.
Era la primera vez que estábamos con ella (e iba a ser la última) y apenas si nos habló, pero cuando lo hacía, su trato era muy dulce. Ella no tenía hijos, pero había criado al después famoso Negro Grillo quien iba a jugar conmigo en la segunda de Huracán.
La foto la tengo antes mis ojos y voy a dar los nombres de aquellos aguerridos niños que compartieron el equipo conmigo. Parados estamos en la foto: Carlitos Villarreal (que era el arquero), su hermano Antonio, la propia Chola, Jorgito Guiñazú y yo. Abajo están el cordobés Vidal Orozco (que era suplente y nunca jugó), Pinky Rossi y el Cholo Aguirre. Faltó al asado y a la foto el zurdo Mazza, quien era titular pero vivía en el campo y deduzco que ese día no habrá podido venir.
Doy vuelta la foto y leo unas palabras escritas con tinta negra de pluma cucharita con una letra perfecta, armoniosa, sin ningún error de ortografía, es una letra que no elude la elegancia, sino que la resalta y dice así, copio:
“A mi buen crack Jorge Isaías (y abajo)
Por su buen desempeño y el entusiasmo puesto de manifiesto en defensa de los colores de El Palenque recibe este recuerdo en prueba de mi mejor reconocimiento”.
Y abajo la firma, con las mayúsculas estiradas en una larga curva:
María P. Belasteguin L.Q. 18/5/57
A todos nos había puesto la misma dedicatoria. A todos nos dio la mano antes de retirarse. Nunca más habló con ninguno de nosotros.
Si no me quedara la foto como prueba yo diría que soñé esta situación, porque más allá de su vida y de la marginación a que estaba sometida por razones más que obvias en un pueblo chico, nosotros debimos a esta mujer una gran alegría, y siempre digo que uno no puede ser desagradecido con una persona que nos dio un poco de felicidad, cuando éramos acreedores de todos los sueños.
Muchas veces he pensado durante tantos años en esta mujer y en esta circunstancia por lo menos anómala, ¿qué le habrá pasado por la cabeza para apadrinar un equipo de chicos en un torneo infantil? Iba todas la noches acompañada por una amiga y nos aplaudía cuando la jugada lo merecía y luego se iba sin tener el mínimo contacto con nosotros.

Cuando ya habían pasado muchos años y mi abuela era una mujer mayor, con muchos achaques encima y la Chola no lo era tanto, siempre se arrimaba a darle una mano, ya que eran vecinas. Con la sinceridad que permite ser agradecida y con un poco o mucho de afecto o de amistad que autoriza la pregunta, una vez mi abuela me relató este diálogo:
-Ay Chola, vos que sos tan buena conmigo y al tener yo seis hijos varones muchas veces pensé cuál de ellos habrá pasado por tu casa…
-Si es por eso Laura –contestó la Chola- no te preocupes, por allí pasaron todos.
Y con toda naturalidad dejó en claro una situación, como para que nada enturbiara esas tenidas de mates y charlas, mientras con seguridad las calandrias que cantaban sobre el tilo del patio de mi abuela, habrán cantado indiferentes a toda la mojigatería que andaba suelta por el pueblo e incluso a la charla de estas dos ancianas apacibles que agregaban de vez en cuando un trocito de cáscara seca de naranja a la yerba.



*de Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar








Nonos no*



*Por Bea Suárez. beagasua37@hotmail.com



"Habrá siempre un hombre tal que, aunque su casa se derrumbe, estará preocupado por el Universo. Habrá siempre una mujer que, aunque el Universo se derrumbe, estará preocupada por su casa".
Ernesto Sábato. Uno y el Universo.



A
Antes de conocerlos (de conocer uno, al menos), pensaba yo que los llamados geriátricos eran otra cosa, Qué digo!, eran mejores.
Imaginaba una gran familia de viejos jugando a las cartas, o en señoras pensando, tejiendo, conversando, leyendo, mirando la tele, esperando pasarla bien, etcétera.


B
Bueno. No es así.


C
Cada vez que pensaba en ella, en los avatares de su núcleo familiar, en sus tres nietos, su nuera, creí (por momentos) que la atenderían como ella los había atendido treinta años antes, al nacer de los mellizos por ejemplo.
Tuvo la desgracias de ver morir a su hijo de 54 años y quedó solamente la nuera mas esos tres nietos. La nuera que no es sus hija y tres fríos nietos de corazón achicharrado ya que, al faltar Carlos (el hijo que mencioné) la Tata quedó a un costado, viviendo en Arroyito, asistida por otra gente, entre esa gente, sus vecinos.


D
Desde el pasillo se escucharon durante todos estos años a esos vecinos con dosis de bondad, comestibles, impuestos a pagar, buena onda e identidad de decencia y ternura hacia esa Tata un poco sola entre gladiolos.


E
Ella pensó que así terminaría sus días, entre la casita, el antiguo olor a la aceitera Patito, la calle Rubén Darío 1780, Carrasco 1840 o Vélez Sarfield, Rosario Central, Peruca, El Tonio, La Victoria, Gloria, su amiga Carmen y un puñado de familiares más lejanos. Pero se cayó.
Se desvaneció el día que nacieron todas las abuelas y hubo que internarla.


F
¡Faltaba más! Le dijo a una enfermera y se sirvió sola el café, mostraba carnets, ecografías, estudios del corazón y otros amoríos por su cuerpo de 88 años. Llegó el médico y sentenció: "Esta nona no puede estar sola". Y, como los tres nietos (su sangre, ensangrentados de juventud, que alguna vez también cumplirán 88) no podían tenerla, la nuera cansada (tal vez o no? con justa razón), se decidió: el geriátrico.


G
Ge. Ge de geriatría, de gerente, de viejo choto, de mujer artificial que no le sirve a nadie, que ya sirvió, cuando atendía la feria y laburaba todo el día con el tío Negro, en las épocas de creer en Argentina si o si. Ge de gastado, gatillo, gélido, generación, genealogía, gene, gen, garrotazo, garrafal, garantía, garete, ganso y ganar.



H
El silencio de la hache se sintió cuando la fui a ver. Estaba sentada en la cama. Incorporada totalmente. Bien. Bien. Muy bien. Alrededor algunos internos con ojos fijos, todos en galería de ahogos grises. Me miró, nos miró a todos y dijo: "Quiero irme a mi casa, y si me muero de una caída, que sea allí". Punto. Punto final, no suspensivo. Pensé en ayudarla a salir de ese lugar tan feo, excesivo, tan oscuro, donde se ve gente triste, sola, encerrada, con la torpeza de algo irremediable y tapices de laberintos sin salida. La hache muda me hace a ayudarla. Y en dos o tres días volverá a su domicilio de plantines. Tal vez a morir como Dios manda. No como mandan algunos humanos que fundan geriátricos para castigar con el exilio, en complot con ciertas partes de la familia.
Exilio como al Cid. Como los griegos. O los argentinos de los setenta, pero en plena ciudad. Un geriátrico disimula la muerte, la maquilla. Pero nosotros, y ella, estamos vivos.


I
Y coleando.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-21069-2009-11-13.html





La prostituta calle y los honestos ciudadanos*



*Martín Caparrós
13.11.2009


La calle está muy dura, los honestos ciudadanos se molestan. Este miércoles 11 de noviembre, por ejemplo, en Buenos Aires, nadie se acordó de san Martín de Tours, el protoperonista que, en una premonición del fifty-fifty, le dio a un pobre la mitad de su capa mucho antes de ser elegido nuestro santo patrono por sorteo. Nadie se acordó, tampoco, de que se cumplían 91 años del final de la Gran Guerra que iba a terminar con todas las guerras, ni del siglo y medio exacto desde el pacto de San José de Flores, que nos unió por fin a las provincias. Este miércoles, en el centro de Buenos Aires, todos se
acordaban de las madres de todos, porque las calles habían dejado de ser vías de circulación vehicular para convertirse en pantanos políticos. Los honestos ciudadanos se molestan -para eso están los honestos ciudadanos- de que últimamente la política se dirima en la calle. O, mejor dicho: de que una parte de la política se dirima en la calle.

La política en la calle suena confusa, pegajosa, incontrolable o, por lo menos, cerca del descontrol; la democracia representativa se inventó, en principio, como un modo de reemplazar -y acotar- esa participación directa.
Si la Revolución Francesa estalló en la calle, después se formalizó en sus Asambleas, y ése fue el modelo que terminó imponiéndose: un sistema donde las voluntades ciudadanas están mediatizadas -digamos mediatizadas- por el filtro de sus representantes. Pero la calle siguió siendo la última instancia, la corte suprema de la política. Cuando todo el resto deja de funcionar, la calle vuelve e impone su mandato: la última vez, aquí, cuando el hartazgo se juntó en la calle para que de la Rúa se fuera volando. Miles
y miles de personas en la calle dicen, antes que nada, más allá de matices y particularidades, que la democracia representativa no está funcionando: que no da las respuestas que esas personas necesitan -y salen a pedirlas, y entonces todo se complica.

La ciudad, sobre todo, se complica, y los honestos ciudadanos tienen razón -para eso están los honestos ciudadanos- en molestarse. En la calle, los que tratan de manifestarse realmente se manifiestan: obligan a los que no querrían escucharlos a escucharlos. No porque quieran que los escuchen esos honestos ciudadanos; porque pretenden que los honestos ciudadanos se molesten y obliguen al gobierno a tomarlos en cuenta. Para eso, entonces, irrumpen e interrumpen las vidas de los otros. Yo también lo sé: no hay nada más irritante que la idea de pasarse la siguiente media hora encerrado en una tonelada de lata y vidrios y calor y gelblung en la radio cuando, en realidad, uno tenía que estar cerrando el negocio de su vida o curando una leucemia o, mejor, marcando una tarjeta. Y la irritación hace olvidar una minucia: que, en general, los que están parados delante de sus autos también querrían estar cerrando la leucemia de sus vidas o, incluso, marcando una tarjeta.

Parece una obviedad, pero las obviedades son lo que más se obvia: nadie se pasa el día marchando bajo el sol si puede estar sentado, tranquilo porque esa noche come. Estar en la puta calle, como cada ciudadano -incluso los honestos- sabe, significa estar en bolas y gritando, sin más protección que la intemperie. Así están, hoy, nuestros conflictos: carne viva. Los honestos ciudadanos -los antaño llamados cacerolos- lo olvidan y se quejan. Los honestos ciudadanos suelen decir que no son sus problemas y que por qué
tienen que pagar con su tiempo los problemas de otros: los honestos ciudadanos, educandos ávidos, quizá no notan que están recibiendo un curso rápido de responsabilidad social: que están recordando por la vía del embotellamiento que todos somos responsables de lo que nos pasa.

Tampoco recuerdan que cuando ellos ocupaban la calle les parecía muy bien, legítimo, decente. Suele pasar con los honestos ciudadanos: nos parece mal cuando un subsecretario coimea, pero le ofrecemos un diego al policía si nos pasamos un semáforo; les disgusta que un juez no encierre más, pero se pueden aprovechar de un paralítico para currarse los impuestos de un mercedes. Entonces los honestos ciudadanos se exaltan y escuchan a los políticos honestos, que tratan de aprovechar la situación denunciando lo que llaman caos -que no lo era cuando "el campo" cortaba carreteras- y dicen, por supuesto, que todas estas marchas están manejadas por tal o cual sector de su galaxia politiquera para obtener sus ventajitas. Los más desaforados empiezan a hablar de gente armada -que ha sido siempre la forma de justificar golpes, represiones. Lo hizo anteayer la señorita Carrió con el señorito Grondona, por ejemplo. Y ayer, el A.M.A. -algunos recordarán, un ente llamado Autor Marcos Aguinis- superó nuevos records de irresponsabilidad, junto con el diario donde publica, La Nación. A.M.A. escribió que "en la provincia de Jujuy corre la voz de que han ingresado armas de las FARC y que en los escondrijos de nuestro bello y laberíntico Norte hay gente entrenándose con esas armas de fuego. Muchas de esas armas tienen origen venezolano". ¿Dónde corre la voz? ¿En la maratón de San Salvador? ¿Por la quebrada de Humahuaca en boca de su vaca? Si la voz corre, lo primero que intentan un periodista y un editor y un medio es detenerla y averiguar de dónde viene, quién la manda, cuánto tiene de cierta. Si no, la dejan correr hasta poder hacerlo. Pero publicar la afirmación tajante de que "muchas de esas armas tienen origen venezolano" cuando ni siquiera saben si existen esas armas o si la voz corre en sentido equivocado es una de esas razones por las cuales cualquier medio despide con causa a un periodista. O
por las que un difamador termina ante un juez, o un político o intelectual u honesto ciudadano golpeando puertas de cuarteles.

Fue un excurso: lo interesante, más allá del terrorismo verbal -de los que quieren aterrorizar a los honestos ciudadanos-, sería ver qué política interrumpe el tránsito estos días, qué se juega en la calle. Es otra obviedad: lo que interrumpe el tránsito es mayormente la pobreza. La parte de la política que está en la calle es la lucha de clases o, por decirlo de otro modo: la pelea de los que están en lo más bajo de la escala de clases argentinas. Que, como sabemos, están muy fragmentados y pelean distinto.

En los sectores más pobres, entre quienes hace mucho que no consiguen un trabajo verdadero, las opciones más habituales son, para la mayoría, la dependencia de la caridad estatal o privada y, para una minoría muy promocionada, la delincuencia. Este miércoles, por ejemplo, estaban en la calle los piqueteros no-K, que pedían que la caridad estatal fuera repartida equitativamente: ya no un cambio social, ya no un trabajo, ya no la posibilidad de mantenerse; la merced de acceder a la limosna sin tener que seguir a un intendente o un puntero. Y el gobierno les da lo menos posible porque quiere mantener el clientelismo suburbano funcionando.

También estaban los trabajadores de Kraft -apoyados por estudiantes de la UBA-: la punta de lanza, junto con los subtes, de los que están asustando a la burocracia sindical. Y el gobierno dilata y dilata su respuesta porque porque quiere mantener la alianza con Moyano & Cia. Que se defendieron con una frase memorable: "No jodan, este modelo le dio resultado al país", dijo Juan Belén, metalúrgico y segundo de la CGT, que no consiguió explicar de qué país estaba hablando.

Y estaban en la calle, también -pero eran pocos porque el acto central era en La Plata-, docentes, médicos, judiciales y estatales bonaerenses en paro.
Que el gobierno provincial no paga como debiera porque el nacional lo tiene corto con la guita y porque no invierten en salud y educación públicas.
Todos ellos representan sectores de lo que podemos llamar, con las sabidas reticencias, izquierdas. En la calle, haciendo política en la calle, están limando día tras día el intento kirchnerista de ganarle ese flanco a su oposición progresista -que empezó con la ley de medios y se está estrellando contra lo que no se arregla con discursos: la exclusión, la pobreza.

Así que el gobierno, bloqueado por sus propias limitaciones políticas y sociales, debió blanquear sus ideas, sus alianzas: anunció que el 20 de noviembre Néstor Kirchner será el orador principal del acto organizado por los capos sindicales para defender la democracia contra "la izquierda que está produciendo estos hechos de desestabilización al Gobierno", según el mismo Belén. Ninguno de esos luchadores democráticos lleva menos de 20 años de poder, más o menos los mismos que acumula, entre su provincia y su nación, el señor presidente. Pero, como terminó de explicar ayer Belén, capanga del pesebre: "Marchamos para parar a esa zurda loca que manejan desde afuera". ¿Quién, Carrió?, le preguntaron, prejuiciosos. "No, la CTA, la CTA, que es la Cuarta Internacional", quiso aclarar. Néstor Kirchner va a encabezarlos, a dejar por fin una de sus caretas.

Siempre critiqué a los que hablaban del supuesto setentismo de este gobierno, pero esta situación es un remedo setentista: la CGT acusando a la izquierda de todos los males y marchando para defender su orden. Sucedió ya entonces, el 31 de agosto de 1973, cuando Perón auspició una manifestación en la CGT. Ahora este gobierno, como aquel, se pone del lado de ese orden corrupto, autoritario y macartista. Digo, aunque más no sea para precisar referencias históricas ligeras, ignorantes: no montoneros, no militantes ni "desaparecidos"; peronistas de Rucci, Isabelita, López Rega.

(Esta columna ya estaba en prensa cuando Cristina Fernández, enfatizando su admiración por la CGT, pidió suspender la marcha. Si lo hacen, celebro sus reflejos.)


*Fuente: http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=33844








Cómo me hice hiena*




*Por Juan Forn


Nadie se alegró demasiado en la Argentina cuando V. S. Naipaul ganó el Premio Nobel de Literatura en 2001. Unos porque no lo conocían, otros porque recordaban lo que Naipaul había escrito sobre nuestro país en 1974: un ensayo publicado en la New York Review of Books que se titulaba "Los prostíbulos detrás del cementerio" y explicaba la política argentina a partir de la vecindad de los mausoleos de la Recoleta con los inquilinatos que rodeaban al cementerio por la calle Vicente López (donde hoy se alza ese cachivache compuesto por los cines Village y su patio de comidas). Naipaul decía que aquellos inquilinatos eran un enorme lupanar, que las colegialas porteñas temían ser abducidas y terminar sus días allí y que la sociedad argentina se regía "por un machismo degenerado que considera que el lugar de
la mujer es el prostíbulo" y que la gran manifestación de ese machismo era la penetración anal ("sólo entonces es completa la conquista de una mujer para el macho local").
Naipaul se las arreglaba para enfurecer simultáneamente a peronistas, heraldos de la oligarquía, juventudes armadas, casta militar y eclesiástica y a casi todo el resto de los argentinos con aquel ensayo, ampliado y retitulado en su libro El regreso de Eva Perón, que circuló de mano en mano
y más bien clandestinamente por acá cuando se publicó en España en 1980 (los milicos de la dictadura por supuesto vetaron que se hiciera una edición local). Más o menos el mismo efecto han tenido sus libros sobre el mundo musulmán, sobre los países africanos, sobre la India, sobre las Antillas y demás territorios del Tercer Mundo que se le ha ocurrido retratar. Naipaul es capaz de escribir novelas fenomenales (Una casa para Mr Biswas, Un recodo en el río) y libros que dan ira y vergüenza a la vez (su libro Entre los creyentes fue definido como "una catástrofe intelectual" por el orientalista
Edward Said). Naipaul ha descripto como nadie la obscena superioridad moral con que el británico trata a los nativos de sus colonias o ex colonias, y el brahmin indio trata a las castas inferiores de su país, pero lo ha hecho adoptando los peores tics y miserias de sus focos de crítica. Por eso es tan odioso para la mayoría de los que empiezan a leerlo. Y para tantos de los que siguen leyéndolo. Porque ése es el tema con Naipaul: uno sigue leyéndolo. Y, cuando más lo está odiando, él se despacha con un libro fenomenal.
Es lo que sucederá en estos días con la publicación en simultáneo de El mundo es lo que es, una explosiva biografía sobre su persona (en la que él mismo confirma las revelaciones más escabrosas) y Cartas entre un padre y un hijo, la correspondencia que mantuvo con su progenitor desde que llegó a Oxford a los dieciocho años, en 1950, con una beca estatal y sin dinero, hasta que su padre murió, tres años después, sin que volvieran a verse. De los dos libros, la biografía es la que ocupará más espacio en la prensa en
las próximas semanas, si se repite lo ocurrido en el mundo anglosajón, porque Naipaul no sólo le dio carta blanca a su biógrafo (entre otras cosas le concedió acceso irrestricto a unos diarios íntimos de su esposa muerta que él nunca quiso leer), sino que le reconoció después que las barbaridades que decía aquella esposa sobre él eran ciertas ("Podría decirse que yo fui el causante de su derrumbe. Y sospecho que de su muerte también"). El libro revela, entre muchas otras cosas, cómo fue sodomizado Naipaul en la adolescencia por un primo mayor, cómo conoció, en aquella visita de 1972 a Buenos Aires, a una angloargentina que dejó a su marido y a sus tres hijos por vivir una historia de amour fou con Naipaul que duró más de veinte años y se basó en el sadismo sexual de parte de él (la sodomía y las palizas como
elemento central) y cómo dejó abruptamente en la estacada a aquella angloargentina para casarse con una millonaria hija de banqueros paquistaníes sólo dos meses después de enviudar de esa esposa inglesa a la que, según su propia confesión, humilló y maltrató hasta la muerte (de manera que los argentinos ofendidos por aquel ensayo de 1972 tendrán ahora todos los elementos servidos para hacer su interpretación psicológica del caso Naipaul).
Las Cartas entre un padre y un hijo, en cambio, ofrecen una oportunidad única para atisbar al Naipaul que pudo ser y no fue. Como se sabe, la familia de Naipaul fue parte del contingente hindú que el imperio británico trasplantó a sus dominios caribeños como mano de obra agraria hace más de cien años. El lado materno de su familia pronto progresó. El padre de Naipaul, en cambio, era hijo de labradores y periodista mal pago de un diario antillano. Además, Naipaul padre escribía. Humillado a la par por sus
compatriotas de casta superior y por los funcionarios coloniales británicos, escribía. Muchas veces a lo largo de su carrera, Naipaul hijo ha declarado que su escritor favorito de todos los tiempos es su padre. La frase parece una muestra más de su olímpico narcisismo. Lo que Naipaul se ha guardado siempre de decir es que su padre también fue su mejor amigo, y el único confidente literario que se permitió tener en su vida.
Es casi inimaginable que un padre y un hijo sean mejores amigos, especialmente si ambos son escritores inéditos, y pobres, y carecen de contactos con el mundo literario. Pero ése es el asombroso y conmovedor caso de Seepersad Naipaul y su hijo Vidia. "No apuestes mucho por mí porque si no lo consigo te decepcionaría y eso sería terrible para los dos", le escribe el padre desde las Antillas.
"Por favor sigue teniendo fe en mí hasta que te aconseje que dejes de hacerlo", le contesta el hijo. "Si hace falta vender esta casa para que sigas en Oxford, lo haré", le escribe el padre, cuando pierde su trabajo a causa de la enfermedad. A lo que el hijo contesta: "Sólo te prometo una cosa: te traeré conmigo a Inglaterra, y haré realidad un deseo que tengo: que puedas escribir tranquilo y que se publiquen tus cuentos. Pero por favor espera a ese momento antes de hacer cualquier tontería". La tontería, lamentablemente, ocurre: Seepersad Naipaul muere a los 46 años. Y Naipaul hijo escribe a su madre y a sus hermanas, antes de sumirse en una depresión que lo llevará a intentar suicidarse: "Era el mejor hombre que he conocido. Siempre he considerado mi vida una continuación de la suya. Pero ahora
deberé renunciar a la idea de hacerme mayor en compañía de él".
Después del éxito de Una casa para Mr Biswas, la novela de 1961 en que homenajea a su padre, Naipaul logró que se publicaran los cuentos de Seepersad (The adventures of Gurudeva and other Indian tales). Pero nunca hizo el menor esfuerzo por contribuir a la publicación de Cartas entre un padre y un hijo. Y se negó a leerlas cuando se publicaron. "No escribo para que me quieran", ha declarado muchas veces. Es cierto: le alcanzó con que lo quisiera una sola persona, un escritor inédito como él, cuando él no era
todavía la hiena que conocemos hoy.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-135205-2009-11-13.html







Aunados*



Los otros personajes me expulsaron
de todas mis películas


Me diluyeron, me exoneraron
me fusilaron o enterraron vivo


Me extirparon los otros personajes
alentados por el director o por el guionista


Según cada propuesta fílmica
por los productores, por los técnicos
y una vez hasta por mi representante


No desisten en colaborar
en la concepción irrefrenablemente mutilada


de mi trayectoria.




*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar






*

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*


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CONTENIDO:

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POEMARIO: Poemas. Mayamérica Cortez.
Poemas. Reynaldo García Blanco.

NARRATIVA: Impasse. Graciela Bucci.

AUSTRIA: Poemas. Rosemarie Schulak.

La edición impresa de XICóATL # 89 puede ser puede ser solicitada a YAGE por e-mail a la dirección euroyage@utanet.at al precio de 7.- Euros (incl. envío postal).


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