viernes, febrero 12, 2010

EDICIÓN FEBRERO 2010.


-Ilustración de Ray Respall Rojas. (Cuba)


EL TALLO DE LA ROSA*



Soy octubre y soy viento y soy rosa.
Y soy jagüel. Fiebre de heno. Serpiente

Los manantiales tiemblan y a la sed se ofrecen.
Y descienden en oscuro delirio.
Y vibran los muslos. El damasco partido. El olor a la noche.
Tiembla la rosa.
Los animales tiemblan, se buscan, se persiguen.
Y la rosa no es rosa. Es solo un secreto destello.
Algo cotidiano. Simple. Escueto.
Como un pez, una luna, una puerta.
Una geografía incompleta.
Un deseo.
Y no le bastan los insectos alados.
Ni el pedernal, ni los santos evangelios.
Y no le bastan los juncales remotos, ni los velos.
La rosa quiere un tallo. Solo un tallo.
Que la sostenga. Que se prenda a sus venas.
Que la habite.
La rosa, no es rosa sin su tallo.
Un tallo, solo un tallo.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
-San Luis- Argentina.







EL ÁRBOL DE BOUKMAN*



proclamamos la unidad del sufrimiento
y de la rebelión…
Jacques Roumain



A estos niños y niñas de Toussaint
que el mundo los desprecia
por sus color de piel
y por sus rostros gruesos.


...el espíritu de Boukman
debe mostrarle
el sendero de vuelta al viejo árbol
protector de los secretos
a sacrificar en su tronco
una paloma blanca
y un borrego negro
para que la raíz mayor:
madre del profeta
despierte la doblegada ira
del mar, el agua y el viento.


para levantar la vieja dignidad
que el sol sea testigo
como en los viejos tiempos
cuando las cadenas rotas
se transformaron en estrellas
guías de nuestra América.


A éstos, los herederos de Toussaint,
que el mundo los castiga
por el color de su piel
y por sus labios gruesos.




*de Daniel Montoly © danielmontoly@yahoo.es







NOCHE*



La oscuridad me envuelve,
Me protege del silencio,
De la no-palabra, del no-decir,
Del eco sordo de mi voz,
Del vacío que dejan otras voces.

La noche, cálida amiga,
Da razón de ser a mis esperas...
Acogedora, la luz de la lámpara
Da la bienvenida a mis pupilas.
Abro el libro que dará vida a mis sueños.

La mariposilla gris
Que me visita cada noche,
Arde en la ilusión de hacerse fénix.
Es la misma de mi niñez,
La de ayer, la de mañana...

Tal vez un día mi esencia
Se funda con la suya:
Viajera de luz en luz,
Mas allá del cansancio,
Y de la rueda del karma.




*de Marié Rojas.







DE TUERCAS Y MOTORES*




El taller del gordo, le decíamos. Todos lo conocían así. El taller y la casa de familia estaban casi lindantes a la nuestra, a no ser por un pequeño predio, con un elemental lavadero de vehículos. Ocupaban la esquina, aunque allí le agregaron en ese tiempo, dos columnas, una pequeña losa, como una visera, y un surtidor de naftas, que nunca tuvo una aplicación muy comercial. No más de un par de veces he visto cargar allí combustibles, a no más que un par de vehículos.
Eran tan pocos los autos y camiones que había entonces en el pueblo, y casi todos de los primeros modelos, hasta incluso la década de 1930. Aquellos de capota de lona y guardabarros acucharados. En la década del cuarenta el mundo estaba en la segunda gran guerra, y recién después del cuarenta y seis
se vieron algunos nuevos. Eran escasos, modernos y aerodinámicos en comparación.
Eso trae que mucho trabajo no tendría un taller de entonces; pero también sucedía que había pocos, y los vehículos envejecían rápidamente en aquellos caminos de polvo, o huellones y barrizales, y cada tanto había que reacondicionarlos.
Tampoco el lavadero se ocupó más que alguna vez. Así que nosotros los chicos del vecindario, lo usábamos como patio de juegos, junto a la vereda de gramilla y la calle que de este lado no tenía cuneta, aprovechando que muy de cuando en cuando pasaba alguien.
Un primo de papá, había comprado, un camión "guerrero", un GM color verde oliva, rezago de la guerra, con tracción en las cuatro ruedas Los días de lluvia, en los que no se permitía transitar para no estropear las calles, pasaba frente a casa transitando por la otra vereda llenas de yuyos, dejando profundas huellas, desgarradas con las tremendas ruedas "pantaneras", en el barro blando.
Los gitanos, que siempre tenían camiones o autos para vender, rejuntados de partes y modelos, solían venir y ellos mismos trabajaban de mecánicos.
Nosotros nos acercábamos curiosos y nos reíamos divertidos, de sus dichos y palabras extrañas.
Un ómnibus de media distancia comenzó parar en la esquina, teniéndola como terminal. Desde allí salía en sus dos o tres viajes semanales al norte de la provincia, todos caminos polvorientos y alejados. Nosotros jugábamos, los varones, pateando una pelota de cuero, que solía picar mal, porque la pelota
no era del todo redonda, y el suelo y la cuneta, si bien playa, tampoco eran muy parejos. Nuestra práctica era patearla como venga, cuanto más alta o más lejos mejor, siempre que no pasara el tejido en enfrente. Una siesta pateábamos la pelota de ese modo, mientras el ómnibus permanecía ajeno en el
centro de "la cancha", en espera de su partida. En uno de esos piques, voleé la pelota con todas mis fuerzas, alto, alto. La pelota giraba descentrada mientras venía cayendo, y cayó justo para romper el vidrio trasero con un espeluznante crujido y desparramo de vidrios.
Corrimos a refugiarnos, pero mi hermano ya "mayor", habló con el dueño y todo terminó felizmente.
Yo comencé a ir por las tardes a "ayudarle" al gordo. Lavaba las piezas que desarmaba, le alcanzaba una herramienta, o hacía algún mandado. Esas tardes pasaron a ser muy emocionantes, especialmente por una sobrina que asomaba igual que yo, a los once años; que usaba un prendedor con una margarita en
el pelo, y tenía una mirada y una sonrisa que me erizaban la piel. En el barrio había otras chicas con las que éramos también compañeros y vecinos, muy bonitas; pero era ella la que me hacía sentir aquello. Era ella la que me aguardaba para ir a la escuela, esperándome frente a su casa hasta que yo salía, y entonces sentía sus pies de niña alcanzándome, y mirándonos nos sonreíamos, y podría jurar que flotábamos en nubes y estrellas, hasta cerca de la escuela de ella, donde nos separábamos. Al regreso solíamos encontrarnos en la plaza y volvíamos lentamente, flotando., soñando. Casi no hablábamos, a veces sí, pero nos entendíamos con la mirada. A veces nos demorábamos un momento en un banco de la plaza, contándonos proyectos, o nimiedades; pero antes de llegar a casa nos separábamos. Era tan tímido que no hubiera soportado una pequeña burla de mis hermanos o de mis hermanas, y menos una mención de mi mamá. Después; el tiempo se encargó de desarmarlo todo, pero no pudo borrar ciertas huellas que se graban para siempre.
Así que esas tardes del taller fueron inolvidables.
El gordo, era un ropero, alto y grueso por todas partes. Era grueso su cuerpo, sus brazos, su cuello, su rostro; casi de niño, redondo y oscuro, nariz y orejas pequeñas, cabello muy enrulado y un minúsculo bigote ralo, mínimo, como hecho con un lápiz. Vestía siempre un mameluco, o jardinero azul, y camisa de mangas cortas. Era ceñudo, como de un enojo constante, aunque poco creíble; así hablaba a los gritos, "mandoneando", o mezclando estentóreas carcajadas. Para mí, entonces, tenía una edad indefinida, era un adulto, y además "era grandote", podría tener cincuenta, o cuarenta, como mi papá; pero después supe que no, que era muy joven, recién casado y con una beba.
Estaba armando su propio vehículo, mitad auto, mitad camioneta. En aquel entonces tenía el chasis, las ruedas sin guardabarros, el motor, y muy poco más. No tenía asiento y ponía un par de cajones con una manta para ir con su mujer a Reconquista, o hacer alguna compra. Marchaba después de muchos
manijazos, ya que le faltaba el motor de arranque; y llenaba el taller de humo, atronando la calle, ya que casi no tenía escape. Salía sólo una o dos veces por semana, pero estaban casi toda la tarde afuera, dejándome alguna pequeña tarea, y Zuni venía a "ayudarme", pero nosotros sólo sabíamos reírnos divertidos de cualquier ocurrencia. Volaban aquellas horas y de golpe escuchábamos a lo lejos el inconfundible ruido del motor regresando por el fondo de la calle. Espiábamos asomándonos a la esquina, y los veíamos avanzar, como una estrambótica araña de dos cabezas, arrastrando un remolino de polvo blanco y humareda azul, brincando con los barquinazos de la calle.
Una tarde, en que el gordo optó por silbar partecitas de un chamamé, mezclando carcajadas y expresiones de su Goya natal, mientras desarmaba un carburador, de un camión roñoso, modelo del 35, que íbamos a desmantelar para reconstituirlo, incluyendo pintura completa; llegó un criollo en una alta jardinera de dos crujientes y esqueléticas ruedas, casi como el viejo y sufrido caballo blanco, que mostraba sus huesos tanto en el anca como en la cruz.
Ofrecía un motor de arranque "en buenas condiciones", que vaya a saber de donde lo habría obtenido el hombre, por sólo veinticinco pesos. Era barato.
Y el gordo lo necesitaba como el agua para su "chatita", como él aseguraba que terminaría siendo. Nuevo, ni soñar. Aquella vez todo era usado. Todo tenía valor. Todo se vendía. Un guardabarros de auto, de bicicleta, el volante de una máquina de coser, un destapador de vino, una mecha, un bulón, lo que sea.
-Eso sí, lo podría traer la semana siguiente.,- Porque no lo tenía consigo.
-Está bien.- Dijo el gordo, sin mostrar la impaciencia que sentía.
A la semana cayó el hombre, con la misma jardinera, y milagrosamente con el mismo caballo; y sin decir palabra le mostró la preciada pieza, enterita, bien presentada.El mecánico la acunó casi, la vio perfecta; se le había dado justo.
Pero con toda indiferencia sacó del bolsillo veinte pesos, y pretendió pagarle; pero el hombre puso cara de disgusto., y frunciendo el cejo le dijo:
-No mi amigo, un trato es un trato; quedamos en veinticinco pesos.
-No; usted está equivocado, quedamos en veinte.
Y así discutieron, para sorpresa del criollo, que no esperaba que le salieran con eso. Que sí, que no.
El tampoco quería perder la operación.
De pronto tuvo la idea salvadora.
-Allí está el chico.- Se refería a mí, por supuesto. -El puede decir cuanto era...
El gordo me miró y ví su cara iluminada. Tenía el árbitro de su lado. El chivo cayó sólo en el lazo, el viejo no pensó en eso.
Pero vi la mirada del viejo. Parecía decirme que confiaba en mí. El no podía concebir que YO pudiera defraudarlo. El parecía saber que era un chico honesto, limpio.; pobre viejo.
Y yo no lo defraudé.
Miré la cara aniñada del gordo, no bajé la vista para nada., y le dije:
-No, Don Raúl, eran veinticinco pesos.-
El mecánico, se aguantó las ganas de gritar, de zapatear., y sacó del bolsillo lo que faltaba, y le dio al criollo su plata.
Sé que fue justo, pero todavía me asombra mi actitud de aquella tarde.
Creo que el primer impulso del gordo, habrá sido comerme crudo; luego, seguramente, no se sintió muy orgulloso delante de mí, por su intento.
Hasta creo que terminó valorando la actitud del pequeño Quijote.



Epílogo:

Más de veinte años después, cuando comencé a pasar lo domingos en la balsa cruzando el río Paraná, para cubrir la gerencia del banco en Mercedes; me pareció verlo sentado, en cubierta, afuera de la sala de máquinas. Igual. Todo igual. Como si estuviera delante del mismo gordo, de la misma edad de aquellos tiempos.
Titubeante, me acerco y sintiéndome descolocado, recordando su apellido, le pregunto:
-Perdón, pero Ud., ¿Podría ser de apellido Lorenzo.?
Levantó su mirada con dudas.
-Si. ¿Por.?
_Y tiene un hermano menor., ¿De nombre Raúl?
Soltó su clásica risotada.
-¡JA, JA, JA.! ¡Yo soy Raúl!... - ¿Y vos?...
No lo podía creer, ¿Y los más de veinte años. dónde los había dejado?
Le dije quien era. Quiso saber de mi madre, de todos nosotros. Ambos nos reencontramos con un trozo de vida, aquel domingo de sol y de río: y muchas veces nos volvimos a sentar hablando, pero juro que nunca me animé a preguntarse por la Zuni, su pequeña sobrina.




*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda, Santa Fe.








REMEMBRANZAS*



El alga rota que trae la marea,
Moteada de extraños caracteres.
La nube, dibujando tu rostro en la penumbra,
El olor que empuja el viento, cuando parte...


El roce de las alas de mi cuervo.
El canto de los peces, tus sabores,
Tus ojos cerrados, tus manos ingenuas,
El cristal transformado en esmeralda,
El calor de tu cuerpo contra el mío...


El árbol que crece en el camino
Cuando se inclina a mi paso y me susurra:
“¿Lo has visto hoy… hoy te ha besado?”


El dolor de tu ausencia se deshace, hiriendo más adentro,
La respuesta se oculta tras las sombras.
Sobrevuela sus ramas la oscura mensajera de los dioses.
“¿Quieres saber si te amó, si aún te ama?”
Vuelvo la espalda al triste espectro.



*de Marié Rojas.





LA MANO QUE MECE LA CUNA*


es la que gobierna al mundo


Desde niña solía preguntarme acerca de la diferencia entre la bondad y la maldad. ¿Por qué había buenos y malos? ¿Qué determinaba que algunas personas fueran buenas y otras, malas?
Criada en un escenario católico apostólico románico, hija de inmigrantes italianos, con olor a bacalao durante la cuaresma y recibiendo al vecindario para recoger ramillos de olivo del patio de casa, los domingo de ramos previos a las pascuas de resurrección; transitaba la escuela pública del bien hacer, la de la mejor alumna y aún mejor compañera; educada en la consigna de la solidaridad, la generosidad, la tolerancia, la justicia y la alegría de estar viva cada mañana al despertar, en fin, todo hacía pensar
que algo de la humanidad y su majestad se ponía en escena.
Hasta cierta edad, digo diez u once años (ya llegaban los setenta), creí entender que las instituciones habían hecho de mí, la persona agradable que sentía ser y que mi mini mundo, para mí inmenso e interminable, me devolvía, como tal.

Pecado de candor.
Mi espacio se tiñó al poco tiempo de verde militar, de sotana color obispo, de blanco inmaculado de maestra y de negro corazón morado de machucones de tristeza.
Desapareció la peluquera jipi de la esquina, el hijo del abogado del centro, mi compañera de volley, el pelilargo de las tardes de cine, el profe de ERSA, la profe de literatura, la cuñada de mi amiga, la gente como yo, que no desaparecí en ese exacto sentido.
Me pareció entender, entonces, que las instituciones habían hecho de mi mundo agradable, la verdadera porquería que en realidad era.

Pecado de mocedad.
¿A dónde van los pájaros que mueren. los que desaparecen. los hijos de los que desaparecen. las risas que no han podido reírse, los abrazos que nunca se dieron y las palabras nunca dichas de esos abuelos que debieron sustituir la ansiedad de la sala de partos por la quimera inenarrable de un campo de concentración?

Me piden no excederme de 2.500 palabras (o caracteres, está bien) para opinar que las instituciones, que somos nosotros, porque somos sus actores, sus hacedores, sus destinatarios y su contralor, han hecho de nosotros este silencio impune que sostenemos por costumbre e inercia, por resignación, porque no hemos hallado el modo ni el mecanismo de revocar la mano que mece la cuna.
El secuestro de personas, seguido de tortura y desaparición, en el escenario de uno de los tantos genocidios de nuestra historia argentina, que continúa atestiguando sus efectos hoy en día, se procrea y abastece en el marco de las instituciones: Iglesia, Fuerzas Armadas, Poder Judicial, Medios de Comunicación y puede continuar la enumeración.
Y en su seno y a su través se legalizan y se legitiman sus recursos, sus motivaciones y sus consecuencias.
El arrebato del derecho a la vida, la incautación de la identidad, la manipulación de los destinos y los desatinos, el ejercicio de la mentira y la extorsión, la negociación de la historia de un país, la expropiación del acceso de una persona a su origen y contexto, y esa misma expropiación
injiriendo en la vivencia legítima del dolor, la pérdida, la libertad, el conocimiento, la lucha, la duda, la verdad, sólo son pasibles de ser solventados por la connivencia, la complicidad, de las instituciones al
resguardo de la mano que mece la cuna.
Es la trama institucional y nosotros, sus actores, quienes debemos hacer alcanzables los horizontes, deshacerles el estigma de la imposibilidad como proyecto y ponernos a andar la construcción de un nuevo lenguaje posible, sin sujetos predicados.
Sin predicados sujetos.
Sin oración.



*de LUCÍA A. CINQUEPALMI. luciaguionbajo@gmail.com









LOS GOLES GLORIOSOS*


Al Fanta
A René Peiretti


*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


La discusión –tal vez el término no sea necesario- quiero decir la amable charla donde no se eludía el cambio de opiniones, era justamente, cuál había sido el mejor gol que ningún jugador hubiera hecho para anotar en la pizarra de la gloria intima del Club.
Y aquí -como no podría ser de otra manera- las de ganar la llevarían los veteranos. Pero también las de perder, porque de pronto un mocoso puede no creernos y endilgarnos allí, qué digo espetarnos, el mote de fabuladores. Para lo cual, al calor de la amable polémica –si se me permite el oxímoron, cito borgeanamente- diré que actuábamos confrontativamente. Es decir, a la invocación debía seguirle la confirmación de la mayoría, si eso no era posible, paciencia. Es decir si nadie más que el memorioso lo recordaba no tenía valor. Si había quedado en la retina de los más, merecía ser recordado. Si existía alguna razón mayor –no haber visto el partido, tal vez- quedaba descalificada la objeción, pero tres o cuatro votos era suficiente para ubicar en el podio mayor, de la memoria la gloria de un gol.
Un rápido rastreo personal puede inscribir en esas páginas que ninguna cámara captó: el gol del Negro Cornejo, frente a Newberton de Cruz Alta en 1956, el gol de Borello consignado en este mismo libro, los del Pelado Míguez, los dos de Carlitos Salinas también testificados en estas páginas, los goles de Juan Carlos Lallana, en especial el que le hizo a Deportivo de Beravebú, de taquito, el ya mítico de Balazo Renzi cuando gambeteó a toda la defensa, incluido al arquero (2 veces) con la pelota rebotándole suavemente en la frente, y así llegó hasta la red. Muchas veces medité –sin respuesta posible- qué siente un hombre frente a semejante hazaña que lo tiene como protagonista. ¿Qué pensó el Balazo Renzi, qué pensó Juan Renzi, ese día, cuando la cancha íntegra lo aplaudió, incluido los rivales? Cuando salió desde las mallas de la mismísima red, con la pelota debajo del brazo derecho y se la dio al referí como una ofrenda, para que reiniciara el partido, ese partido que él había tenido la osadía de interrumpir con semejante hazaña. Hazaña de la cual no pareció hacerse cargo porque salió con su cara de nadie, con su pintita desgarbada, su mirada indolente. Como habiendo acabado con un trámite. Y pensar que hoy con muchos menos, pero con muchísimo menos, los jugadores actúan luego de un gol payasescamente, si hasta parecen salir de una escuela de mimos y estar en un teatro y no en una cancha de fútbol.
Yo me he preguntado si Juan Renzi, al que todos llamábamos Juancito y la hinchada simplemente Balazo, ese día sintió o pensó algo. Si algo muy hondo se movió como una red multicolor dentro de él, algo como una estantería llena de campanillas cayó sobre él, se movió, algo derivado del canto de mil pájaros hendiendo los cielos imantados de gloria.
Pero hasta hoy no lo sé.
Mi hermano me dice que entre los últimos cracks, los que le han dado al Club en los últimos tres años varios títulos y muchos goles dignos de figurar en la antología flamante del cielo de gloria del club, está el caso de Marito Mancinelli, hijo de mi amigo Víctor, nieto del mítico don Carlos Mancinelli, titular del legendario despacho de bebidas “El amanecer”, de perenne memoria.
Por desgracia yo no lo he visto al Marito, pero pude apreciar en una semifinal contra “9 de Julio” de Beravebú un gol digno de ser anotado en el cielo mayor de los goles. Lo hizo Darío Fantasía, a quien todos apodan El Fofo
Darío posiblemente no pase de 20 años, es despreocupado y vital, como lo son a esa edad los muchachos. Es callado, camina con una mezcla de seguridad atlética y un signo desgarbado y aparenta ser un muchacho como todos y tal vez lo sea. Pero es de esa clase de jugadores que pueden ser homologados con un poeta. Corre toda la cancha, juega, y lo hace bien, y sobre todo- algo que rara vez se ve- da los pases como si los diera con la mano, es tal la precisión con que los ejecuta.
Darío pertenece a esa rara religión de jugadores que un día, nadie sabe de dónde, nadie sabe por qué, acomete las más extrañas jugadas, desequilibra un partido de la nada. La gente dice “está inspirado”. Nunca mejor usada esta expresión. Yo fui testigo de los segundos en que esa inspiración se produjo. Jugábamos como ya lo dije, contra los albinegros de Beravebú. El partido era malo, el trámite enredado, todo para olvidar; a ellos no les salía una y a nosotros tampoco. De pronto, faltan dos minutos y el cero a cero era una certeza amenazante. Una pelota cruza el área a media altura, nadie la toca aunque todos la ven, mejor dicho a menos de media altura, a dos cuartas del suelo, y de pronto, sale –nadie sabrá nunca de dónde- Darío, se tira y la roza, peina la pelota, como se dice, con la cabeza. Bastó para dejar al arquero desorientado, bastó para que todas las gargantas de los nuestros se enronquecieran, bastó ese toque de joven desgarbado. Fue un golazo.
Mientras flameaban todas las banderas rojiblancas, yo me quedé pensando:
¿Puede ser que alguien tenga esa intuición para estar en el momento justo haciendo lo preciso? ¿Qué deflagra en la cabeza de un muchacho para tensar todos los músculos, saltar, pensar, todo al unísono?

Tampoco sabemos qué pasó por la cabeza del Dante, cuando arrimó a su idea la perfección de un terceto. Y menos curiosidad tenemos, sólo lo admiramos, sin más.






VASCA*


Vengo de allá la mar
Mi sangre a veces
Me sacude –VASCA-
Más que española
De Olés y de dramas los amores
De castañuelas y largas las pasiones
Que soy de tan Castellana
El Nono de Logroño
Se me ha mezclado
Con la Nona bella y francesa
Y alguna abuela paterna
De raíz sufriente tana
Vengo de la sangre allá,
Pero que mi Patria escondida,
En el corazón de la gaucha
Se hizo de tierras estas bellas
Y del canto libre de las muchachuelas
Así, que aunque me digan que vengo de
Tal o soy de otra, porfío
Que mi sangre está acuñada
Entre los ríos
Y las barrancas,
Y los viejos líderes,
Y luego, la querida sudada
Sangrada patria
Que nunca fuese liberada
De mi paisano de mi compañero
Allí, muerto en el mar
Y de estos amigos poetas
Que gritan bajito su canto
De cántigas de líricas
Libertades
Esta soy yo
La que resume
El cutis cetrino y la mano
Que se entrega
Como el corazón que desflora
Las madrugadas de guitarra
Embelesada.




Ráfagas de luces*


La mañana rompe en rocíos cuajados…
En los bolsillos rotos y escondidas
las manos cargadas de frías brisas,
los rostros diarios pálidos…
Mis alumnos, los alumnos…
Compañeros en la escarcha del día.
Somos un aula más de una escuela más
la cantada despojada aprisionada
tierna tierra mía
ráfaga de luces –camino de regreso-
vuelvo cargada de libros y de penas …
En el remanso del hogar
la cabeza se rompe se inquieta:
resuena recuerda la sonora risa de un pibe…
Desde el fondo del aula me detiene con su gesto
de infancia perdida…de morena incertidumbre
no lo puedo alcanzar en su tenue melancolía…
La ráfaga es sólo la tierna humanidad que nos traspasa
los huesos …


*Poemas de Mónica Laurencena Berraz monilaurencena@hotmail.com







SOBREVIVIENDO*




Bajo el látigo implacable aprendió a obedecer.
Así tuvo un amigo,
y Neón, un dueño.
Compartieron la vida como si fueran uno:
indivisibles,
atentos,
desconfiados,
salvajes,
intransigentes.
Despiertos antes que la madrugada,
mirando el río desde el paisaje isleño.
Aprendieron el lenguaje de los pájaros y el del cielo,
manipulando el agua y sobreviviendo.
Como un nido asestado por el viento,
cayó la vida del viejo una noche,
Como alguien diría: “se durmió en un sueño y no despertó”.
Neón no entendió la ausencia
y empezó a extrañarlo.
Ladró hasta el amanecer,
aulló como un lobo en medio de la isla
Desde mi canoa intenté rescatarlo de las sombras que había dejado el viejo,
me miró con ojos caníbales
que pedían sangre más que comida.
Allí lo dejé aullando sin consuelo.
Sabía que el viejo le había enseñado a sobrevivir.





DADOS*


El mundo acabó por dejarnos sueltos.
Bebimos el esporádico miedo de caer apenas los primeros pasos,
caer para remedar culpas ajenas como si fueran propias.
Demonios que se fueron acercando con simpatía,
arden los fuegos de la vida.
Hay un azul de cielo que
va a romperse sobre nosotros.
Sobre el abismo,
sobre tú y yo.



*


Un conjuro de sueños se fue apagando con las manos cerradas,
vierten los pasos mutilados desde el fondo de la casa,
sombras ancladas parecen tomar nuevas formas
y a la vez deformarse.
El silencio ahora es el miedo,
el miedo ahora es el silencio.
La dorada luna visita el cielo de mi desesperación,
mientras me rasguña la vida por algún costado invisible.

Como un pájaro herido me derrumbé en la noche,
el cielo se abrió
y me tragó invisible
por un hueco de plata
donde duerme la luna.




*Poemas de Melisa Ferraris. flordeloto1980@hotmail.com








UN GOL EN CONTRA*


Para Daniel Durval Peraffán
quien -casi un niño- ese día se río de mí
Para Armando Grillo



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



El día era de oprobio, más proclive a quedarnos en casa tomando mates, comiendo esas ricas tortas fritas crocantes que hacía mi madre. O no, o llegarse hasta el Club –previo calzarse las botas de goma media caña, para sortear el barro de las tres o más cuadras a transitar- y café de por medio, jugarse una partida de ajedrez o un truco cantado y refranero o un chinchón broncoso.
De todos modos, pese a la llovizna, la Liga o el árbitro, autorizaron a jugar y jugamos.
El encuentro era contra el Club Atlético Argentino, de Firmat.
Era la revancha, habíamos perdido en su cancha, la primer fecha del campeonato. Allí debuté yo, en la antigua cancha del club firmatense, en el barrio “La Quemada”, donde según refería mi padre había vivido entre los cinco y los diez años.
Mi compañero de zaga, es decir, con el tres a la espalda jugaba mi amigo el Negro Armando Grillo, quien me palmeó antes de entrar a la cancha y al verme muy nervioso –era un jugador experimentado amén de llevarme 4 ó 5 años-, me dijo, entre confidente y tranquilizador:
-Vos, jugá como sabés pibe, que todo va a salir bien…
Bueno, el consejo no me sirvió de nada, perdimos tres a cero o tal vez dos, pero él cometió muchos fules y al final colgó del alambrado a un rubio corredor y el árbitro lo expulsó. Y yo, no pude sacar una pelota que ya había vencido al arquero, justito pasó la raya un segundo antes que yo tirara la patada desesperada.
¡Armando Grillo! Hace 20 años que no lo veo. La última vez que lo vi., estaba en un acto político, en el Club. Era en el amanecer de la democracia, la campaña de Vernet como gobernador de la provincia. Mi viejo me dijo:
-Andá a saludar a tu amigo Grillo, está en el patio, con los asadores.
Allí, entre el humo y las numerosas parrillas con sus correspondientes vaquillonas estaba, sereno, agachado, moviendo unas brasas, él, mi amigo el Negro Armando. Nos dimos un abrazo.
El Negro fue siempre un raterito de poca monta. Después de allí volvió a su casa como llama él a la cárcel de Coronda. El Negro es casi un artista del descuidismo, roba pequeñas cosas, y cuando lo largan, vuelve a robar para que lo encierren.
La última vez, según me refirieron, el jefe del penal le dijo:
-¡Otra vez acá vos negro! ¿Cuándo vas a aprender...?
-Sabe qué pasa señor, que afuera “yo no me hallo”.
-Bueno, jodete por pavo, le contestó el de uniforme.
El augurio de este partido que pretendo comentar no podía ser peor, Ellos iban primeros y nosotros, últimos. Ellos eran un equipo muy experimentado, tenían entre veinte y treinta años, y nuestro equipo era mayormente conformado por chicos que no pasaban los 18 años, salvo la excepción del Tutú García y tal vez Rubiolo o el Zurdo Allegre. Nosotros veníamos bajoneados por una serie de derrotas consecutivas, pero había que jugar y jugamos.
El trámite del partido –como lo supone el lector- le he olvidado porque es olvidable. Sólo recuerdo tres cosas: una llovizna finita que de manera insistente caía sobre nosotros, la escuálida hinchada que se guarecía bajo los árboles y que la pelota siempre la tenían ellos.
Al fin, el Toto Míguez –gracias a un providencial tiro libre- la clavó en un ángulo.
Pero la ilusión no llegó a esperanza, nos empataron sin llegar a cumplir 5 minutos de la hazaña del Toto.
Para abreviar, en el segundo tiempo, apenas empezado, perdíamos dos a uno y nos dominaban ampliamente. Y aquí llego a ser confeso, voy a contar mi culpa y mi oprobio.
Como para poder conjurarlo es que escribo estos recuerdos.
Faltaban dos minutos para finalizar el partido (o “el encuentro” como dicen los periodistas deportivos) cuando una pelota vino muy alta y sobró al 9 de ellos y me sobró a mi que estaba pegado a su espalda.
Corrí hacia mi propio arco y se la alcancé a Roberto Vega, arquero y mi amigo. Sea porque la pelota iba despacio, o porque se demoró en la cancha barrosa y además, porque él vaciló en salir del arco, lo cierto es que yo sentía la respiración del delantero en mi nuca y sin pensar, como venía, le pegué un zapatazo de zurda, con tanta mala suerte que la clavé en el ángulo izquierdo.
Era, lo recuerdo, el arco que da hacia los antiguos hornos de ladrillos de don Máximo Spizzo, es decir, la parte sur de nuestra cancha.
Si yo tenía de madera la derecha, la zurda era de cemento, diré en mi disculpa.
El oprobio, la pitada final y la culpa. Yo había hecho el primer y único gol de mi vida, pero en mi propio arco.
La gente se olvidó de todos los que salvé, incluso uno en un clásico, pero no perdona los errores. Así de exitistas son los hinchas de fútbol.

Pasaron treinta y cinco años. Un día estaba de visita, en casa de mis viejos y mi padre me pidió que lo llevara hasta la chacra de los Prámparo, a comprar leche recién ordeñada, ya que mi madre, por costumbre, no tomaba otra.
Y allí fuimos en mi viejo Valiant 4.
El pequeño campo de los Prámparo está en frente al cementerio. Hoy ya han muerto los dos hermanos solteros que lo trabajaban: Severo y Serafín.
Este último no era otro que el famoso Loco Prámparo (loco diplomado, como les decía mi viejo a los que habían estado internados en un psiquiátrico). Él había hecho siempre ese trámite a voluntad. Cuando se sentía mal se iba solito al psiquiátrico de calle Suipacha y allí se quedaba unos meses. Como era manso, lo dejaban salir los sábados y domingos para ir al cine, según nos refirió ese día.
De todos modos, al momento de contar esta anécdota hacía ya un tiempo largo que se dedicaba a ayudar a su hermano en esas tareas del campo. Sembraban soja, trigo, zapallos, tenían una espléndida quinta con legumbres y además ordeñaban y vendían leche al menudeo. Vivían con holgura y hasta tenían sus pesitos en el banco.
El establecimiento agrícola (como se le dice a la vulgar chacra) está frente al cementerio, así que el trayecto fue brevísimo, ya que está a sólo mil metros o menos del pueblo.
Al bajar del auto, mi padre, tal vez por presentarme, tal vez por probar la memoria de Serafín que fue quien nos atendió, le dijo a boca de jarro:
-Te acordás de éste- y me señaló con el pulgar.
Me miró y se despachó más o menos así:
-Arco sobre el pisadero de Spizzo, 10 de octubre de 1963, éste se hizo un gol en contra jugando con Argentino de Firmat…
Un poco amoscado y otro poco divertido, le pregunté:
-Serafín ¿no tuviste un mejor recuerdo para mí?
No me contestó. Y no sé si para disculparse o porque se le ocurrió, caminó unos pasos y de un arbusto trepador, con guías que rodeaban el tejido de la quinta, cortó una pequeña calabacita y me la entregó sin ceremonia:
-Tomá te regalo un mate.
Y como mi padre, hombre curioso, me lo arrebatara de las manos y comenzó a estudiarlo, lo sacudió y se lo llevó a la oreja, comentando:
-Adentro tiene semillas…
El loco con un razonamiento demoledor y rápido contraatacó:
-No, si las va a tener afuera Santos…
Mi padre, quien nunca se caracterizó por su diplomacia o discreción, me codeó diciendo:
-Tomá pa´l loco.
Cuando estábamos llegando al pueblo, como mi padre fuera muy serio, le comenté:
-Este de loco no tiene un pelo, al final nos tomó el tiempo a los dos.
-Y sí, los locos son como los chicos, siempre dicen la verdad – me contestó.
Yo enfilé el auto hacia el boliche de Markicich y cuando llegamos al Club Social ya se habían encendido todas las luces del pueblo.







*


Decir exilio es decir ausencia
Ausencia de vos
Blindar mi corazón para no pensarte
Pintar de vacío todas las sospechas
Que me enlazan a viejos orgasmos.
Sigue haciendo ruido todo mi útero
Cuando sin querer provocas disturbios en mi mente
Y sobre mi muerte de cada noche.
Busco huellas que dividan las lunas
Busco huellas que me dejen amar sin el dolor eterno
Busco bocas con vocales fugaces
Busco bocas nómades
Donde se caigan los besos
Y se pierdan en la humedad desnuda de todos mis latidos.



*

Siempre voy por la cornisa del desamparo
Pero con aquellos sueños que siguen encallando en mi cintura
Con aquellos besos que compré de contrabando
Con todos los diluvios que duran una risa
Con todas las magnolias pegadas en mi frente.
Quiero demorarme en las sábanas con brisa de bandera
Con brisa que se agita sin pudor
Quiero salvarme también de la metamorfosis de todos tus abrazos
Porque simplemente tengo ganas de contagiarte todos los milagros
Que me surcan esta tarde.





*


Tantas madrugadas para irte
tanto desenfado pintado de silencio
tantas lunas/noches…lunas/tardes
buscando sofocarme
ahorcando hasta las sombras
los gestos, los candados de mi muerte.
No alcanzó enredarme la palabra “amor”?
golpear desenfrenado el contorno de mi grito?
Si ya morí
dos mil cuatrocientas ochenta y dos veces morí.
Así, cayendo desde tu mentira
humillada de ausencias
destilando lamentos.

Ahora me mudé a otro cielo
y se parece a los atardeceres que pasan de a uno
nada más.



*Poemas de María Manetti. dulcemariam6@hotmail.com







Ranura*



Mañana
de presagio
El viento
es negro
Arrumbado
asoma
El disparador
en este
día nublado
empuja.




Cuña*



La matanza
coagula
El quejido
secciona

El soporte aflige
escarba
amputa

Inocula
-estéril
roto
perplejo-

autonomía.


*Dos poemas de Ana Romano artiana_ro@yahoo.com.ar







TRAJINAR*



Estoy ganando la pérdida de mis posiciones
(y por ende, en mi caso, de mis posesiones)

y posicionándome en la perdición de mis ganancias


Trajinar que me indisposiciona
me pierde
me gana.



*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar






Adiós*


Te vi tendida allí en el camastro
Y desde entonces mi pensamiento fluye en torno a tu figura.
Tu delgadez extrema.
Tu osamenta expuesta,
La transparencia de tu piel, dejaba ver las venas azuladas,
La palidez en el rostro muy profunda,
Las ojeras marcadas denotaban,
Lo mal que estabas,
Tú sentencia...

Supe enseguida, por lo que pasabas,
Y tu mirada se clavó en la mía,
Y no pude precisar si me mirabas,
No logré más alejarme de tu lado,
Tomé tus manos y quise confortarte,
No pude más que darte mi presencia,
No te sirvió de mucho, más bien de casi nada.
Tenías dueña, te había señalado…

Llegó temprano.
Vino esa mañana,
Y le ganó a la helada del invierno
No aprovechó el sol del nuevo día
Sello tus ojos, y calló tu boca suavemente,
Llevándose hasta el último quejido
Dejó tus manos en cruz sobre la falda,
Marcada levemente por la sábana.

Y te imagino flotando entre las nubes
Suave, ligera, tenue y transparente
Libre al fin del tormentoso sufrimiento
Que te tenía cautiva entre sus dientes

Y te imagino, lábil, fina,
Sin duras contorciones,
Fluyendo entre tules y espumosas gasas
Entre colores tenues y dulces movimientos.


Y puedo verte, aún sin esforzarme
Verte en el cielo junto a querubines que forman tu cortejo
Si bien fue triste y nos dejaste ahora
Lo bien que hace saberte tan dichosa
Flotando arriba, mirando desdeñosa
Lo que quedó después de tu partida...



*De Mirta Gaziano mirtagaziano@arnet.com.ar







*


Queridas amigas, apreciados amigos:

Este domingo 14 de febrero del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del Carnaval de Rio de Janeiro 2010, Sambas Enredo Grupo Especial (parte 2). Las poesías que leeremos pertenecen a Marta Beatriz Calabrese (Brasil) y la música de fondo será del Carnaval de Rio de Janeiro 2010, Sambas Enredo Grupo A (parte 2).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link: MP3 Live-Stream).
Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!! (Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).



REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg
AUSTRIA
Tel.: 0043 662 825067



*


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