miércoles, abril 07, 2010

ALLÍ DONDE LAS PALABRAS CARECEN DE TODA SIGNIFICACIÓN...



*Ilustración de Ray Respall Rojas (Cuba)



EL LIBRO QUE NUNCA ESCRIBÍ*



Siempre quise escribir un libro,
no uno cualquiera,
¡un libro apto para todos!
Los materialistas,
los científicos,
los beatos,
los chiflados,
los cuerdos,
los ortodoxos,
los buenos
y los impíos,
los niños que se ríen de las hadas,
los que han olvidado su propia infancia,
los cazadores de brujas trasnochados,
los que nos tildan de locos
por salir a pescar sirenas, o unicornios,
los que se burlan cuando les decimos
que hemos visto un fantasma,
o sencillamente, que escribimos...
los solitarios,
los melancólicos,
los importantes,
los descreídos…
Pero sobre todo,
a pesar de todo,
y más que todo,
para los que al ver caer una estrella
se olvidan de los meteoros,
de las clases, del planetario,
de los materialistas,
los científicos,
los beatos,
los chiflados,
los cuerdos,
los ortodoxos,
los buenos
y los impíos,
los solitarios,
los melancólicos,
los importantes,
los descreídos…
Cierran los ojos y
dan rienda suelta a sus caprichos.



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.






Borrado y sin botones*


Se parte de un misterio, de algo no dicho a lo que uno se acerca, se aproxima pero no llega.


Un día Uma de 4 años apenas estrenados, me pregunta porqué estamos borrados.Trato de entender y le hago mas preguntas.Se señala los brazos o mis manos, mostrando la piel clara, sin ropas y dice, así como estamos, pasando su mano sobre su piel.Como dice Calvino cuando se piensa el sentido de una cultura desde otra o de un tiempo desde otro, se hace una traducción.Por un lado la pregunta es si desde nuestra subjetividad se puede conocer la de un maya, o mucho más cercano, tan cerca para algunos de nosotros, si un chico de 15 puede comprender hechos de los 70 donde la valoración de la vida , la muerte , la solidaridad, eran tan diferentes a las actuales.La respuesta de Calvino es que no se puede , que siempre hay algo que no se puede saber y que al mismo tiempo es imposible no intentar darle un sentido a las cosas.Lo que entendí de las palabras enigmáticas de Uma fue algo así ¿cúando perdimos los colores ? o lo que pienso ahora¿cúando perdimos lo escrito sobre nuestro cuerpo? hasta quedar como un cuaderno borrado.

En un taller de periodismo Uma se pregunta qué sería del mundo sin botones, no pude llegar más lejos que a saber que a ella no le gustaría un mundo sin botones. Ese algo no sabido, es lo que impulsa pienso. Es lo que me hace escribir, la diferencia entre mostrar todo, o ver algo a través de una puerta, una ventana, o un agujerito de espiar.

¿Borrados y sin botones no nos quedamos desnudos?


¿El botón, el color, la escritura, no son adornos? ¿Los adornos dan sentido? ¿son más que orrnamentales? ¿La ropa, los botones, un cuerpo escrito, los tatuajes, no son maneras de firmar?
Lo que se dice y la forma en que se lo dice no se pueden desabotonar.

¿No hacemos tantas cosas para no quedar borrados? entre otras escribir. ¿escribir no complejiza todo?.


Antes de hacer este texto, sólo creía que borrados para Uma era haber perdido un mundo en tecnicolor, ahora veo que todo puede ser otra cosa, el secreto de lo poético, está en lo que falta...



*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







ALLÍ DONDE LAS PALABRAS CARECEN DE TODA SIGNIFICACIÓN...





"El miedo"*

-Canción-


*de Victor Turquet. victurquet@yahoo.com.ar



El miedo ronda entre las sombras y amenaza nuestros sueños,
como un guardián que fiel custodia esa vereda tan estrecha
que lleva a la felicidad.... ... Ver más
Y se disfraza de promesa y se maquilla de alegría,
cubre las noches de pasiones, y las mañanas de utopías
todo para que demoremos lo que igual nos llegará.


El miedo es parte de un viejo dolor
nos acobarda gritando que nó
que no se debe volver a creer
que no se vuelve a amar...


El miedo es parte de la soledad
de las heridas que la memoria
no dejá cerrar, no quiere curar...


El miedo sabe que el amor viene por más
buscando lo que sobrevive al temporal,
es la caricia demorada que esperó por esa piel,
a quien jurara eternidad.


...y nos sorprende el sentimiento a contramano de la vida
y la canción de un buen amigo le puso marco a esta postal,
y el miedo queda convertido en un buen punto de partida,
y la vereda se hace ancha, y ser feliz vale la vida!
cuando el amor pega la vuelta y nos regala un ciclo más.


El miedo sabe que hasta el grito del horror
es silenciado en un susurro del amor
y sabe bien que esta batalla la perdió cuando tu piel
me recordó la eternidad!






El hombre blanco y negro*



*Por Andrea Ferrari


Clarence King (1842-1901) tuvo una extraña doble vida. Para sus amigos y familiares era soltero, pero en verdad tenía mujer y cinco hijos. Más curioso aún es que este prestigioso geólogo, que se movía cómodamente en medio de la elite política y cultural de Estados Unidos, era, para quienes lo trataron en su existencia paralela, un guarda de tren. Pero lo que resulta ya difícil de creer es que en una de sus vidas Clarence King fue blanco y en la otra, negro.
La historia, minuciosamente investigada por la historiadora Martha Sandweiss para su libro Passing Strange, revela hasta qué punto la raza ha sido en Estados Unidos una frontera que va mucho más allá del color de la piel.
"Pasarse" hacia el otro lado (un término usado para definir generalmente a afroamericanos de piel clara que podían "pasar" por blancos) significaba entrar en otro mundo y a menudo negar toda relación con el de origen. King "pasó" en la dirección menos usual, pero también necesitó construir en torno
de ese hecho un muro de silencio.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, brilló como geólogo desde muy joven. Formó parte de la expedición que durante seis años estudió las tierras del oeste norteamericano, escribió libros clave de su especialidad y, cuando en 1867 el Congreso creó el Instituto Geológico de Estados Unidos, lo nombró su primer director.
Sus amigos sabían que no le gustaban las damas de alta sociedad, sino las mujeres más "naturales", y que en sus múltiples viajes solía explorar ambientes populares en busca de emociones. Defensor de los derechos de los afroamericanos, muchas veces expresó la idea de que la mezcla racial "mejoraría la vitalidad de la raza humana". Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. King seguramente sospechaba que su privilegiado entorno frunciría la nariz ante la mera idea de una esposa negra.
En esta historia en que todo es asombroso resulta particularmente extraño imaginar el momento en que King, rubio y de ojos azules, conoció a Ada Copeland, una mujer 19 años menor que él nacida en Georgia de madre esclava, y le dijo que se llamaba James Todd y era negro. Pero hay que ubicarse en la época: según había dictaminado la Corte Suprema en 1896, en el caso "Plessy vs. Ferguson", con sólo tener un abuelo negro una persona debía considerarse negra, cualquiera fuera su aspecto. Seguramente a Ada le resultaba más fácil aceptar como pareja a un afroamericano de piel clara que a un blanco y creyó en su versión, más aún cuando le dijo que trabajaba como guarda en Pullman, una empresa ferroviaria de reciente creación que sólo contrataba guardas negros. Poco después se casaron sólo con una ceremonia religiosa ante un pastor metodista, práctica común en ese entonces en la comunidad negra- y ella se convirtió en Ada Todd.
La elección de su trabajo le sirvió perfectamente a King para justificar sus largas ausencias, producto de viajes profesionales y compromisos familiares.
Cuando volvía a Nueva York fijaba domicilio oficial en el elegante hotel Albert de Manhattan, frecuentaba amigos como el secretario de Estado John Hay, y contaba con un valet negro para su asistencia personal. Luego cruzaba a Brooklyn para quedarse con Ada y sus hijos (tuvieron dos mujeres y tres varones, uno de los cuales murió en la infancia). En el camino se pondría una chaqueta de Pullman y se iría sumergiendo poco a poco en ese otro mundo, en otra forma de hablar, en su vida como negro.
Cuando la familia creció, King los instaló en una casa más grande en Queens, donde Ada contaba con personal de servicio doméstico. A esa altura, ella creía que su marido era un viajante de la industria siderúrgica. Los gastos de manutención del hogar, sumados a los de su madre viuda y hermanos menores
y a negocios no muy exitosos, fueron agotando sus irregulares ingresos y tuvo que pedir préstamos en varias oportunidades a sus amigos.
¿Cuánto sospechaba Ada? Si intuía algo, no lo dijo. A lo largo de trece años y pese a las prolongadas ausencias de Clarence, la pareja mantuvo el romance intacto, al menos a juzgar por las encendidas cartas de amor que él le enviaba en sus viajes y que más tarde Ada se vería obligada a desempolvar.
En el año 1900 King contrajo tuberculosis y por consejo médico se instaló en Arizona. Antes de viajar le dijo a Ada que no debía preocuparse por el futuro, ya que iba a dejar ochenta mil dólares (una fortuna en ese tiempo) en manos de su amigo de infancia, James Gardiner, para que instituyera un fideicomiso en su beneficio. Pero recién cuando sintió a la muerte tocándole el hombro le envió una carta desde Arizona confesando que no se llamaba James Todd sino Clarence King.
A Ada Copeland-Todd-King, primero esclava, luego empleada doméstica, más tarde esposa de clase media, le tocaba ahora luchar por su reconocimiento y la herencia de su marido. Fue una batalla larga, varias veces abandonada y retomada. Si bien Gardiner le facilitó, a través de diversos intermediarios,
un estipendio mensual y una casa donde vivir, Ada consideró que le estaban escamoteando su derecho al dinero que le había querido dejar King. No logró llegar a juicio hasta 1933, ya con setenta años. Para ese momento Gardiner había muerto. Obligado a comparecer, su secretario e intermediario William Winne dijo que en verdad nunca había existido un fideicomiso, ya que King estaba quebrado: un benefactor anónimo había aportado durante más de treinta años el dinero para Ada y sus hijos. Fueron meses de tironeos legales hasta que finalmente reveló su nombre: John Hay. Según Winne, al saber de la
familia negra de su amigo, el ex secretario de Estado decidió aportar los recursos para evitar el escándalo. A su muerte, lo siguió haciendo su familia.
De ese juicio Ada sólo consiguió que el título de la casa donde vivía pasara a su nombre, aunque se le acabó el estipendio. Desde entonces, y hasta que murió a los 103 años, usó el nombre de Ada King.
Las dos hijas mujeres que tuvo con Clarence, Grace y Ada -ambas de complexión clara-, al igual que sus hermanos se casaron con hombres blancos.
También lo hizo Thelma, hija de Ada. Cuando quiso tener hijos, esta nieta del hombre que con tan espectacular mezcla de amor, cobardía e ingenio cruzó la frontera racial a fines del siglo XIX, decidió que no quería correr el riesgo de que sus genes le dieran una sorpresa y prefirió adoptar. Dos niñas
blancas.


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-143323-2010-04-06.html








La particular mirada del clero a la realidad.*




*Opinión de Eduardo Pérsico. epersic@ciudad.com.ar



En las apariciones del papa en la última Semana Santa hubo alguna contradicción, en cuanto quienes interpretan cada palabra del máximo exponente de la Iglesia Católica no hallaron ni un renglón de arrepentimiento por los asuntos de pedofilia y violación de menores . La corporación católica tan influyente en la política y economía mundial, igual que otras sectas místicas o confesionales de menor peso, demuestran su propio sustento postergando a voluntad o elección, (ad libitum), aquello que contradiga su designio, y así las cosas, el domingo 4 de abril del 2010 de nuevo cardenales, obispos y adherentes católicos siguieron embrollando el inevitable blanqueo de tantos varones con sotana, tan entusiasmados con eso de practicar sexo con lo que venga. Una afición poco apreciable si se considera que toda agresión a otra persona en cualquier país jurídicamente organizado, es pasible de un castigo penal; hecho también punible si lo comete un fraile de cualquier jerarquía. Esa perversión por siempre delictual fue metódicamente negado por los católicos en todas las instancias, hasta cuando la ‘indisciplina’ se conociera con fecha, hora y lugar del hecho en un informe policial. Ante el cúmulo de encartados en las ‘naturales aberraciones’, - alguien pontificó así y nos sonreímos- el cardenal Sodano luego de dialogar con el papa Ratzinger desenfundó una sentencia que quizá le festejarán los hermeneutas vaticanos por un largo tiempo: ‘nuestros fieles no se dejan impresionar por las murmuraciones’. ¿Murmuraciones, qué tal? El cardenal Sodano pronunció lo mismo que cualquier futbolero argentino al perder su equipo: ‘andá a quejarte a la iglesia, gil’, sacudiendo una didáctica broma a esos ‘fieles que no se dejan impresionar por calumnias y chimentos’. Y bueno.
Dejando ciertas irreverencias con la verdad, histórica y cotidiana, al unir las religiones su destino al oro, la sociedad con los reinados se hizo manual de texto cuando los Reyes Católicos de España emprendieron la conquista de América. Entonces ahí, a puro atropello, matanzas y cruces ensangrentadas en esos territorios, los europeos empujados por el hambre, - causa definitiva en las migraciones del hombre- acometieron contra sus habitantes nativos ante la mirada católica y piadosa de los curas que por allí anduvieron. No pocos naturales murieron en los brutales trabajos forzados impuestos tantos por españoles como portugueses, y no existe ninguna malversación libresca que cambie semejante realidad. El negocio era cargarse la mayor cantidad de oro hacia Europa, y no jodamos, al desaparecer la economía agrícola en las Antillas la extinción de su población resultó casi absoluta. Pero sin embargo no hubo ni una acción significante de los religiosos contra tanta crueldad, en cuanto aquellos europeos consideraban inferior a todo lo diferente. Y por aquí alguien hoy diría, como ahora.
Esta persistencia en disfrazar quienes son y qué pretenden las corporaciones religiosas no es circunstancial ni de coyuntura; es estructural. El privilegio y la impunidad inherentes al Poder están en su naturaleza, y bien ancladas en los cimientos de la superstición y de la fé. Para fundamentar eso basta con ver las actitudes contra los gobiernos constitucionales que acontecieran y suceden en la Argentina, donde la jerarquía católica se consolidó como un partido político más de la derecha económica y política. Eso sí, bien trenzada a las corporaciones mediáticas ‘tan inocentes’ del Proceso Militar que desapareció a miles, y vendiera chicos en complicidad con jueces aún vigentes y de arrodillarse en el confesionario. Pero los religiosos, tan diestros en su tarea, piadosamente ya hablan de la inequidad que soporta un tercio de la especie humana y hasta se largan a discursear sobre la pobreza, algo políticamente tentador. Entonces y dejando de ahondar en la falencia ética de tantos místicos irrecuperables, sepamos a cambio qué pretenden en verdad: cuál es su proyecto contra la creciente hambruna de la especie humana; qué plan, pensamiento o como lo bauticen pergeñan sin invocaciones al Supremo o contra los herejes del cataclismo final. Pensamos que ese libreto se agotó y es hora de abrumar al mundo con cifras o enunciados novedosos; por favor, la humanidad aguarda al menos una opinión o gesto de las multimillonarias corporaciones religiosas que resulte factible de concretarse. En principio, que comamos todos es la única verdad y no es negociable, entonces con algún proyecto de los aspirantes al cielo eterno evitemos que cada cinco segundos se muera un pibe de hambre en el mundo, como hoy. Y si ciertamente los católicos le propusieran a la especie humana algo serio y posible, no pocos recuperarían la creencia; digamos, es un decir… Pero de proseguir parlando banalidades sin riesgo económico, intelectual ni conceptual y seguir sermoneando cómo ganar el reino divino, en el planeta seguirán perdiendo clientela y la propiedad espiritual del hombre. Eso que viene aconteciendo aunque nadie repita ‘la religión es el opio de los pueblos’. (Y calma que no transcribiré la docena de nombres alemanes impronunciables, esos que sentenciaran lo mismo antes que Carlos Marx lo escribiera por 1844).


*Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.







Allí donde las palabras carecen de toda significación*



-La mejor carne del país, amigazo: eso se lo aseguro.
Al escuchar la frase, acompañada por un guiño cómplice, Sergio Cejas pensó que aquel barman del vagón comedor le estaba gastando una broma. ¿Turismo sexual en Rosario? ¿Promovido por el Nuevo Ferrocarril Santafesino-Bonaerense? Era de no creer. Y sin embargo, la otrora “Chicago argentina” gozaba de una fama indiscutida en esos temas. La primera imagen que se le cruzó en aquel momento a Sergio Cejas fue la del gran Alberto Olmedo, improvisando como siempre delante de una cámara de TV, quizá sentado junto al inolvidable Javier Portales, o tal vez con uno de los tantos figurines que inevitablemente se lucían a su lado.
La referencia “olmédica” no era casual. En los últimos meses, todo lo que lo rodeaba le parecía una farsa, algo artificial y paródico. Sus ritmos cotidianos, sus escasos placeres, las monótonas tareas que realizaba en esa oficina bancaria que parecía tragárselo día a día bajo toneladas de trámites acaso banales –simulando ser un personaje kafkiano casi contra su voluntad-, hasta su propia vida, parecían haber perdido todo sentido. En caso de haberlo tenido alguna vez…
¿Desde cuándo había notado que su existencia comenzaba a desbarrancar? La respuesta parecía ser la única certeza con la que contase por el momento: desde aquella traumática separación con Evelina, denuncias policiales mediante, durante el invierno pasado. Una época negra de su vida, que aún le dolía en el recuerdo, y cuyos detalles se desdibujaban en el ayer.
¿Por qué se había decidido a viajar en tren? Ni él lo sabía. Los acontecimientos de las últimas horas se le tornaban borrosos. Sólo podía precisar que su propia desilusión lo había conducido desde un departamento desordenado y con sobras de comida por todos lados, hasta las vías. Y que en vez de acostarse sobre ellas en espera de filosos rieles que acabasen con el motivo de su dolor, se había trepado con un violento impulso al primer tren de larga distancia que partiera desde la piojosa estación en la que se encontraba. Trayecto salvavidas hacia Rosario –pasaje de ida solamente- durante el cual había conocido a Ernesto, un simpático barman que le relatara sus desventuras a bordo, apuntando con especial detalle a la increíble historia del camarote embrujado, ocurrida el año anterior, entre las estaciones de Navarro y de Patricios, durante una noche de tormenta.
Aunque no fuera compañía lo que buscaba, Sergio Cejas agradeció la consoladora presencia de Ernesto –además de la secreta botella de whisky, fuera de inventario, que ocultaba debajo de la barra-. Y sin embargo, la espontánea oferta de sexo lo sorprendió generosamente. Aunque, ¿para qué trasladarse a Rosario para conseguirlo? Conocía algunas esquinas de Buenos Aires donde podía encontrar decenas de ofertas como ésa; nada de travestis, eso sí, no era su estilo. Además del inexplicable traslado en busca de una triste porción de sexo alquilado, también había hallado una inesperada compañía amistosa junto a varias medidas de whisky, al menos para despejar sus ocasionales pensamientos suicidas… Eso estaba muy bien, aunque sólo fuera por unas horas. Ahora: ¿acaso Sergio Cejas ansiaba encontrar en Rosario algo más que aquello, imposible de precisar?
-Hágame caso, amigo -insistió Ernesto, el barman. –Aproveche. No se va a arrepentir.
Ni bien bajó del tren al llegar a destino -seguido de Ernesto, quien comenzó a hacer señas trepado al estribo en dirección a un borde alejado del andén-, se le acercó presuroso un gordo que lucía una larga y lacia cabellera, junto a una barba candado bastante espesa, que no dejaba de fumar cigarrillos negros.
-González Raúl, para servirle –saludó, parco y en un susurro, mientras le daba un breve estrechón de manos. Y agregó: -“Canalla” de alma, para más datos.
Sergio Cejas consideró que no era momento de esbozar siquiera su leve simpatía por la “lepra” de Newell´s. Su interlocutor no parecía muy afable a las diferencias. Y él no tenía ganas de malgastar la poca energía que sentía bullir en su interior, a pesar de la bruma existencial que lo rodeaba.
-El señor busca servicio especial -le informó Ernesto, aún trepado al estribo, como si la oferta de sexo -ajena en absoluto al contexto ferroviario- fuese un extraño rebusque del barman para hacerse unos pesos extras. –No me hagas quedar mal…
-¿Alguna vez lo hice? –retrucó el gordo, y sin aguardar respuesta alguna le masculló a Cejas cerca del oído: -Sígame.
Sergio Cejas, carente de todo equipaje, llevándose a duras penas a sí mismo, lo siguió sin saber muy bien lo que hacía. Todo le daba lo mismo. O tal vez no…
-¿Tiene plata? –lo interrogó el gordo, ni bien subieron a la vetusta camioneta Ika que los aguardaba en una calle lateral. Sergio Cejas asintió, un tanto trémulo, aunque no estaba muy seguro de la cantidad que llevara encima. El gordo no pareció muy convencido de la respuesta, por lo que disparó: -Revise bien los bolsillos, ¿eh? No lo llevo a ningún lado si no hay efectivo.
Sergio Cejas indagó dentro de su ropa. De manera incierta encontró un total de cuarenta y dos pesos con treinta centavos. ¿Cómo había hecho para salir con tanto dinero a la calle, sabiendo que su idea inicial era tirarse debajo de un tren? ¿Y el dinero para el pasaje? Misterio…
-Por mí está bien –aclaró González Raúl, y puso la Ika en marcha. –Siempre que no se ponga exigente…
Tardaron unos quince minutos en llegar hasta un barrio semi marginal, estacionando junto a una casona bastante antigua, cuya elegancia había conocido épocas mejores. Un par de hombres de proporciones considerables conversaban entre sí junto al portón de entrada. Sergio Cejas se atemorizó, y no supo cómo hacer para declinar la oferta. Pero González Raúl ya había bajado y le indicaba junto a la puerta abierta de la Ika, sosteniendo el cigarrillo negro entre sus labios:
-Vamos; las chicas esperan.
Más que a una tarde de placer, Sergio Cejas parecía encaminarse a paso cansino hacia una ejecución. De pronto, el fugaz ratoneo con la fantasía de un encuentro sexual fuera de Buenos Aires se había disipado, dejando en su lugar una cruel sensación de estar siéndole infiel a Evelina. La imagen se avecinó sobre su alma con el peso mortal de un ataúd.
Sin embargo, siguió adelante, detrás de la espalda de González Raúl.
Los fornidos patovicas se hicieron a un costado al ver llegar al gordo. Ambos cruzaron el umbral para encontrarse con una habitación en penumbras, apenas iluminada por un par de trémulos veladores en los rincones, y con el rumor de fondo de una cumbia proveniente de un cuarto del fondo. Sergio Cejas apenas vislumbró un par de siluetas femeninas caminando entre los sillones del cuarto, ajenas a todo lo que las rodeaba. Casi tanto como se sentía él.
-Venga –masculló el gordo por sobre su hombro, sin despegarse el cigarrillo de entre los labios.
Atravesaron el cuarto, impregnado de perfumes baratos, hasta llegar a una de las mesitas iluminada por el velador. Recién al acercarse descubrió a la obesa mujer sentada a un costado que se limaba las uñas con una indiferencia pasmosa.
-Edith: el señor requiere de los servicios de las chicas –informó el gordo, y mientras se volvía le dijo a Cejas al pasar: -Lo espero afuera. Si no estoy, me espera Ud.
González Raúl salió de la casa, y la masculina voz de la tal Edith retumbó cerca suyo: -¿Qué le gustaría? ¿Bucal… vaginal… anal… completo…?
Sergio Cejas volvió la cabeza hacia la mujer obesa y no supo qué contestar. Una sola idea le cruzó la mente.
-¿Qué puedo hacer con cuarenta pesos? –preguntó.
-No mucho -dijo ella, sin levantar la vista de la indiferente labor de la lima. –A menos que no le importe tratar con Isabel…
Él permaneció en silencio, sin entender a qué venía el comentario.
-Las blanquitas y jóvenes son las más caras –comenzó Edith, casi resignada. -Cuanto más entradas en años, más baratas cotizan. Menores de edad no tenemos; vaya a buscarlas a los bulos de los políticos, si las quiere. –Otro silencio contemplativo hacia la tarea manicura, hasta que por fin, recordando de qué estaba hablando, agregó: -Isabel es la tullida.
-¿P…perdón…? –balbuceó Cejas, incrédulo.
Edith ya parecía molesta por tener que hablar tanto.
-Se cayó del tren hace unos años -informó, siempre sin mirarlo. -Ya se dedicaba al oficio, así que después de la tragedia seguía en lo suyo o pedía limosna en el cordón de la vereda. ¿La quiere o la deja? -terminó por impacientarse la mujer obesa.
Sergio Cejas sintió el impulso de escapar, dueño de un siniestro aire de ajenidad, aunque irse de aquel lugar sin haber cumplido el esperado alquiler de cuerpos era similar a cavar su propia fosa hacia el abismo de la desesperación. Afuera lo aguardaba un tren, impiadoso y veloz, al que ningún ruego podría detener, cuyo objetivo fuera el de lanzarse pujante sobre él……y no precisamente para llevarlo como pasajero…
Le parecía estar escuchando la lúgubre sirena acercándose hasta él, estremecido por el escalofrío, cuando se escuchó decir:
-E-está… bien. Me quedo con la …t-tullida…
-¡Greeeeeetaaa!!! –aulló Edith, sobresaltándolo, siempre sin levantar la vista de sus uñas, más que perfectas. -¡Decile a Isabel que tiene visitas!!!
Sergio Cejas estaba a punto de acercarse a la cortina de cuentas de vidrio que separaba la sala en penumbras del pasillo hacia donde imaginaba que estaban las habitaciones, cuando oyó un chistido que lo detuvo en seco.
-Se paga por adelantado –anunció Edith, terminante. –Son treinta pesos. –Cejas dejó el dinero sobre la mesa, con mano trémula. La mujer obesa aclaró: -Si es de los que se impresionan, lo lamento; no hay devolución.
Manoteó los billetes, mirándolos apenas, se los guardó en el escote, y ya no habló más.
La cortina de cuentas de vidrio cantó al abrirse. Una chica delgada y morochita, vestida con una solera de sarga, luciendo una amplia sonrisa rematada en dos enormes paletas de conejo, le hizo una seña para que pasara. Sergio Cejas la siguió, con paso vacilante. El sonido de la cumbia sonaba cercano. Por debajo del perfume barato había un intenso olor a humedad. Caminaron hasta el fondo de un largo pasillo, donde sobre una ajada puerta de madera la morochita golpeó dos veces.
-Pase. Está abierto -respondió una voz de mujer.
La chica abrió, empujó la puerta, y sin borrarse la estúpida sonrisa de conejo se hizo a un lado para que Sergio Cejas pudiera entrar. Una vez que traspuso el umbral, ella cerró la puerta a sus espaldas.
La imagen de la cama en el centro del cuarto con la mujer recostada sobre ella acaparó toda su atención, salvo por la silla de ruedas, antigua y maltratada, que yacía cerca del colchón, con una bata sobre ella. La bombita desnuda alumbraba desde el techo, develando a una chica de unos treinta y tantos años, de tez trigueña, bonitas facciones, cabello enrulado, hombros sólidos, pechos firmes, vientre un tanto abultado y caderas amplias. Algunas cicatrices le cruzaban el abdomen, producto de varias operaciones. Se la veía bien alimentada, el tronco apoyado sobre varias almohadas, y aunque estuviese desnuda por completo, las sábanas le cubrían las piernas desde el borde superior del muslo hacia abajo. O mejor dicho: donde deberían haber estado sus piernas.
-Hola –lo saludó ella. –Bueno… ¡Qué suerte la mía! Dale, vení… Acercate. No siempre me tocan clientes tan finos como vos.
Sergio Cejas pensó la chica se burlaba de él, considerando la desarrapada imagen que presentaba desde hacía tiempo. Se detuvo a pensar en la clase de hombres que visitarían a esta chica a diario, y contuvo sus ofensas. ¿A diario? Algo le hizo pensar que, dadas sus condiciones, Isabel no debía ser muy requerida por los clientes del lugar. Y sin embargo, alguien con sus características hubiera sido muy solicitada por quienes gozaran de perversiones como éstas. Si hasta parecía bonita…
-Vamos, che. No seas tímido –lo incitó ella, tendiéndole un brazo para que se acercara.
Él avanzó tembloroso, sobrecogido por la imagen que contemplaba, sintiendo una honda vergüenza, como si quien estuviese desnudo fuera él. ¿Llegaría a tener una erección sabiendo lo que había –o no había- debajo de aquella sábana?
De pronto, deslumbrado ante lo inesperado de la sensación, avasalladora como locomotora desbocada, advirtió que lo único que quería obtener de ella era un fuerte y cálido abrazo que lo contuviera. La cruel inermidad que contemplaba sobre aquella mujer le parecía insignificante frente a su propio desvalimiento.
Caminó hasta el brazo extendido, se sentó sobre el colchón, y antes de que Isabel comenzara a quitarle la campera Sergio Cejas se derrumbó sobre ella, sin mirarla, abrazado a esos hombros sólidos y musculosos como un borracho aferrado a un poste de luz, y comenzó a llorar.
Un llanto agónico, profundo, de esos sollozos que emergen desde los abismos del alma y pronto se convierten en una caudalosa catarata, devastando cualquier falsa apariencia de normalidad.
Sorprendida, Isabel le devolvió el abrazo, con una calidez inusual, desconocida para sus cada vez más ocasionales clientes, y comenzó a acariciarle el cabello de la nuca, mientras murmuraba, casi a su pesar:
-Bueno… bueno… ya va a pasar… No te pongas así… Ssshhhhh…
Sergio Cejas se aferró aún más a ella, a su piel, a su calor. Ya no le importó saber dónde se encontraba, ni ante quién estaba, ni cuál era su condición. Sólo le importaba saber que existía ese abrazo, ese afecto momentáneo que desconocía la manera de calmarlo, pero que al menos intentaba hacerlo sentir un poco menos solo. Un oasis en medio del desierto, en el que sólo quería refrescarse y beber, de la manera que fuera…
Sin siquiera secarse las lágrimas, con la mirada enturbiada, comenzó a besarle el cuello, a incorporar a la chica hasta sentarla en la cama, a desplazar lentamente sus manos a lo largo de aquella espalda, descendiendo hacia una cintura donde comenzaba una zona cruzada de marcas, y ascendiendo luego hacia sus pechos, experimentando una ternura insólita, como hacía mucho tiempo no sentía al lado de nadie, olvidando por completo el contrato pactado con la mujer obesa.
Isabel recuperó parte de su integridad profesional, relegando aquel momento de tierna debilidad, cuidando de no caer en el peor de los errores que podía cometer: enamorarse ante los sentimientos de los clientes. Al tipo éste se lo notaba destrozado, aunque su cuerpo estuviese entero. Ella, ignorando cómo, parecía sentirle el alma partida en pedazos dentro del pecho, y sólo atinaba a abrazarlo y acariciarlo, como si con aquel contacto pudiese combatir sus propios temores. Hasta que volvió a intentar quitarle la campera, y esta vez él le ayudó, reaccionando como un autómata, desvistiéndose en busca de una mayor cuota de calor.
Una vez con el torso desnudo, y aún sin verla a través de sus lágrimas, que le bañaban las mejillas, volvió a abrazarla. La suavidad de su piel, junto al vibrante roce de sus pezones, lo estremeció, causándole una erección casi dolorosa que lo obligó a desprenderse violentamente del pantalón.
Tenderse sobre ella y penetrarla fue mucho más que un acto de placer; se convirtió en una desconocida necesidad vital. La prostituta tullida, acaso deforme, se convirtió en la mujer ansiada y amorosa, nutricia de ternura y contención. Y el orgasmo, inexplicable para ambos, los transportó muy, muy lejos, allí donde las palabras carecen de toda significación.
Las lágrimas se secaron sobre la piel y las almohadas. Los jadeos se extinguieron en una serie de acompasados suspiros. Y ninguno de los dos, sostenido de ese abrazo, atinó a quebrar aquel momento con palabras vacías.
Sólo después de un buen rato, ambos se irguieron muy lentamente, consiguieron mirarse a los ojos, y sin premeditarlo, preguntaron a la vez:
-¿Cómo te llamás?


*De Aldima. licaldima@yahoo.com.ar








A la salud de las arañas*



*Por Candela Sialle. candelasialle@hotmail.com



Piensa. Calcula la noche en que volverá a ver telas de araña similares a las que acaba de quitar del último estante de su biblioteca modesta. Y sí, las mujeres solas suelen tener bibliotecas prudentes, no sin genuinas perlas, que deben poder ser trasladables de departamento a departamento en diez o doce cajones de manzana. Es que el concepto de practicidad se impone al de abundancia. Estas señoras han entendido que el exceso obstaculiza, encorseta y por fin, te obliga tarde o temprano a hociquear. Lo comprenden aunque es seguro que de tanto en tanto ansían el sobrante y a escondidas quizás, hasta
lo sueñen.
¡Puta! ¿Y cómo es que este verano concentró tantos insectos? ¿Cómo es posible que las arañas se hayan vuelto bestias voraces? ¿No se dan por vencidas? Uno destruye sus artefactos, anula sus intenciones con plumas de ganso, en milésimas de segundos les vomita su insignificancia. Dignas de envidia, sin embargo, se sobreponen en sorprendentes lapsos de entre 48 y 72 horas; su umbral de resistencia a la frustración alguna vez será estudiado por la biología.
Es un dato cronometrado; dos a tres días. Ella lo observó durante semanas, a estas alturas, creo que meses. En los últimos tiempos el aplax no funciona, una suerte de acostumbramiento inhibe la acción terapéutica y entonces las redes de los depredadores, las disonancias de Rita Lee a la postre del Rock
and roll, y la correspondencia apolillada son sus principales disecaciones científicas. Las mujeres solas se pegan a la ciencia para no llorar a chorros "como canillas abiertas y olvidadas" Girondo . ¡Ay! ¡Siempre le ha tentado escribirlo de un tirón, en alguna parte donde pudiera prescindir de la cita, donde el lector pudiera atribuírselo a su persona sin más!. No pudo, no podrá. Supongo que la habita una buena porción de ley paterna y la insoslayable matriz Nac. & Pop que jamás le perdonaría la subestimación del
lector, real y/o imaginario.
Doy fe que intentó ser amigable. Antes, preparó dulces caseros durante tardes enteras. Antes, se perdió en el amor o en aquello que lo antecede, e hilvanó con esmero las imágenes por las cuales la vida vale la pena ser vivida. Doy fe porque oí el crujido de sus vísceras abandonadas mascullando ganas y sólo ganas, sin paz, ni pan, ni agua. Doy fe porque presencié cómo cada noche permitió que su cintura retozara en un mismo cuadrante; aun fastidiada, aun aburrida, aun desorientada lo permitió y se comprometió mientras pudo con la decisión de alojarse en ese recorte. ¿Zigzagueó? ¿Por supuesto! Una cama de dos plazas es una fina tanza en donde la contención / opresión -la transferencia con uno u otro término del binomio, se deja al libre albedrío del lector son extremos que se respiran cerquita.
Pero con todo, resistió el embate por temporadas cuantitativamente respetables.
Culpa de esta recidiva cíclica que cada tres o cuatro años suele provocarle oleadas de insomnio, con ese mismo cuerpo agotado por la falta de descanso un amanecer templado se marchó de allí también. En el cuadrante izquierdo de un sommier confortable clavado sobre el 10º B de una ciudad chata y pretenciosa sintió quebrársele la voluntad, reincidir. Hubiese preferido que la ataran, que una ampolla de alopidol inyectada por los hombres que la quieren bien, le abortara la compulsión. Pero estos recursos jamás serán dignos de su persona, lo sabe: a la locura hay que merecerla.
"Linda y buena" aunque" "Ya no sos mi margarita". Lo escucha de las arañas, de su padre y de ese mulato fibroso que, en este verano aciago imbuido en el conjuro de maldiciones populares a la Empresa Provincial de la Energía, le enseñó a bailar la salsa de La Habana.
¿Viste? Ahora empezás a comprender que hay otros a los que la vaga idea de permanencia sobre el mobiliario cama, les descascara la dermis. Y no portan culpas ni contemplaciones.
Al cabo de cumplir 31, el Hada protectora, que repartía sus buenos oficios entre las amigas del grupete, fue ganada por el sector reaccionario del sindicato, por la burocracia. Cuando el dos de febrero las agujas llegaron a las 00 hs, nuestra madrina tomó la palabra y nos explicitó su opción por "la plancha". Instó a que de ahora en más, cada una se la rebusque como pueda.
Y esto, se ha puesto heavy.




*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-23056-2010-04-07.html







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