jueves, agosto 26, 2010
LA DANZA INMÓVIL...
MARAVILLA*
a José Luis Fariñas
No hacía caso al principio a sus molestias en el oído. Pero al fin fueron tantas que acudió al especialista. Éste, tras un concienzudo examen, pidió hablar con alguien de la familia. Como los padres ya no estaban en este mundo, había ido a acompañarla el vecino.
“Se le ha colado una semilla en el oído”... La cosa se complicaba, al parecer la semilla se había adherido de modo tal a su oído interno que no era posible extirparla sin acudir a una cirugía, en cuyo caso corría el peligro de quedar sorda. Era mejor mantener una estricta observación.
En casa, tras descubrir que echando dos gotitas de agua hervida cada seis horas, sentía cierto alivio, comenzó a recordar cómo aquella semilla había llegado a su oreja: hacía diez años, la abuelita del vecino les había dicho que si colocaban una semilla de Maravilla debajo de su almohada y le decían “Maravilla, Maravilla, revélame tus secretos”, les sería revelado en sueños el rostro de su alma gemela. Nada ocurrió, salvo que a la mañana siguiente no encontró la semillita por ninguna parte. Fue a comentarle al vecino y él le dijo que había preferido plantar la semilla...
En la próxima consulta le dijeron que la semilla al parecer se había caído sola, pues no se veía por ninguna parte. Pero a la semana comenzaron los picores, primero detrás de la oreja, luego por toda la cabeza. Se rascaba hasta que los brazos no le daban más, el vecino venía entonces para ayudarla a cepillarse los cabellos, hasta dejarla dormida.
Un amanecer vio el primer brote asomando detrás de la oreja. A la semana tenía tres flores. Poco a poco fueron emergiendo las demás. El vecino palmeó emocionado ante el espectáculo y la invitó a merendar helado de vanilla.
Nunca podrá librarse de sus enredaderas, la Maravilla mientras más se poda, más se obstina en crecer; pero si las acomoda se ven muy hermosas, mezclándose con sus cabellos color miel. Cuando se peina ante el espejo, juega a adivinar como serán los hijos que tendrá con el vecino, y se pregunta si heredarán su capacidad de germinación.
Es feliz: mientras otras mujeres tienen que adornarse el pelo, a ella le brotan Maravillas.
*de Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.
LA DANZA INMÓVIL...
De vuelta a casa*
Cuando abrí la puerta
comenzaron a mover sus alas.
Estaban posadas en todos los muebles.
En especial en las paredes de la cocina.
Mi lugar preferido, el más cálido.
En un abrazo de mil colores
revoloteaban a mi alrededor.
La casa me saludaba con mariposas.
Algarabía de alas, amor colorido.
Yo volvía del infierno
y ella, mi amado refugio, se alegraba.
Me senté, extasiada, mirando como,
en rápido vuelo, el bullicio de colores
se alejaba por la puerta abierta.
No quise saber por donde entraron.
Tres meses hace que dejé mi casa.
Tres meses en loca pelea
con la vieja huesuda que se sonreía
en desdentada alegría de llevarme.
Pero no pudo. Mi corazón gritó ¡No!
Me daba chance de ¿cuántos años?
No lo sé, no importa, seguiré
contando mariposas y estrellas,
mirando crecer mis nietos,
comiendo chocolates,
y regando mis malvones.
*de Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
VENUS SOBRE MIRLOS*
La muchacha con largos ojos de Venus nórdica
me besó como desatinada adolescente
que a mano armada roba
su primer beso
a una boca comprometida.
Y con los nervios ahogando mis palabras
guardé silencio, era más prudente
fingir ser tonto
que cazador de piernas cortas
a plena luz del día.
Ella no aceptó la sorpresa. Sin menoscabo
rehusó entender que el miedo
es mucho más promiscuo
que los deseos mundanos.
La muchacha con ojos más largos que el día
besó mi noche con la frugalidad
espartana
de quien demanda hacer la guerra
para saciar la sed de paz
en cada célula del cuerpo.
*de Daniel Montoly©. danielmontoly@yahoo.es
Florecido*
El hombre la había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada.Al otro día, justo al otro día. El hombre plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea. La mujer se marcho prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedo quieto. Siguió plantando bellas mujeres que se marchitaban antes del nuevo amanecer. Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar. Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo y que se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza. Y eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre se vio a la siguiente mañana en el espejo y comprendió lo que sucedía.
No había logrado extirpar bien las raíces de ella. Su amada.
Sus brotes se abrían paso por sus poros y estaban a punto de estallar en flor.
-Sólo pido que las flores sean del color de sus ojos. Pensó resignado.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Boliches de campo*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
El primero que recuerdo y que aparece nítido imbatible en la memoria es aquel que llamaban Boliche de la Legua, camino más allá del cementerio y que al estar a esa distancia exacta del pueblo, en un cruce de caminos se ganaba de por sí el apelativo.
De los otros, a los que sólo oí nombrar y que mi amigo Miguel Compañy trae sobre la mesa y los deja palpitantes como pececitos brillantes a gotas de un ámbar fiel, allá van: Santos Ferrara, Los prados, La Lata, Blanco, La viuda, Valvazón, Pendija, Copani, La Pellegrina, La Portada o Demarchi (que estuvo en los inicios, antes de que el mismísimo pueblo existiera), Tamborini, Raviola, Villa de mayo, o El dólar, que sigue estando en Colonia Hansen y que regentea su dueño y mi amigo. Estoy nombrando a Emir Egilio Menza, conocido popularmente como El Narigón, tan diligente y bueno como el pan recién horneado. Se me ocurre que estos boliches debieron ser la secuela de las antiguas pulperías que mojonaron la pampa en aquellos tiempos de caballadas atronadoras, ya fuera ranquel o de sufridos chinos patrios, especie de Martín Fierro, según eternizó Hernández.
Esas pulperías que según Sarmiento eran un oasis de sociabilidad en aquellas resolladuras del sol y los largas jornadas con peligros constantes y que había que ser muy baqueano para internarse entre esos pajonales machazos con la sola presencia de los ñandúes fugaces y el grito del chajá quebrando la noche de un solo y violentísimo tajo.
Estos boliches -los que yo conocí casi siempre de lejos, mejor dicho "vi" desde lo alto de un carro- eran seguramente más seguros y con unos parroquianos mucho más pacíficos, más proclives a jugar a las bochas que a las salvajes "visteadas" a cuchillo filoso.
Esos boliches estaban necesariamente lejos del pueblo y a veces a su costado se construía una escuela
-hoy despobladas por el sistemático éxodo rural pero casi siempre tenían un galpón o una pista de mosaicos sufridos para los escasos bailes donde iban a sacudirse el polvo las juventudes chacareras de
entonces. Estas pistas descubiertas se subsanaban con una buena carpa de lona o arpillera para cada ocasión y con algunos faroles que llamaban "sol de noche" producían la ilusoria sensación de un esplendor que sólo tendrían los salones del segundo imperio en el mediodía de Francia. Si bien estos
boliches, es de suponer, abrirían todos los días para una copa casual o rutinaria tal vez de viandantes o de tamberos que eran los que tenían una actividad más regular -una vaca se ordeña dos veces al día, inexorablemente y ese trecho obliga a las cremerías de la zona y por ese trayecto siempre habrá "un" boliche a mano, o dos. Los boliches -como las pulperías en su momento eran un centro de información y una ocasión de hacer sociales.
Por lo tanto el día señalado era el domingo a la tarde, único hueco de la semana que se permitían a si mismos los sacrificados hombres rurales de entonces.
Se pasaban esas horas de ocio entre naipes, tabas, juego del sapo, o, ya en ocasiones mayores, una carrera de sortija o unas cuadreras como Dios manda.
Y a veces, a esto era ponerle un digno broche de oro: un baile donde nunca faltaba un acordeón a piano y un par de guitarras.
Si había a su alrededor alguna escuela como el caso de Colonia Hansen o el boliche La lata o Los Prados, la cosa se presentaba distinta. Había -allí sí una configuración de acontecimientos y sociabilidad diferente porque todo estaría investido de un carácter más formal ya que los actos escolares llevaban necesariamente un protocolo que aún en esos parajes solitarios y casi dejados de la mano de Dios, la persona que representaba al Ministerio de Educación, a la sazón maestras o maestros que fungían de directivos, amén de enseñar a leer y escribir, hacer cuentas y aprender algo de Historia y Geografía, si fuera posible, debía cumplirlo.
Como nunca asistí a un acto escolar en esas escuelitas rurales nada puedo agregar que no esté en la conjetura y la fabulación de mis lectores o yo.
Escapan en estos momentos los rostros de todos aquellos hombres y mujeres que poblaron la Colonia cercana a mi pueblo. Un gran vacío más hondo que todos estos años se interponen entre algún recuerdo, alguna anécdota sucedida en aquellos míticos boliches y yo. Si yo pensara en los obreros que transitaron mi pueblo y que hoy son sombra y olvido sería distinto. Pero tratándose de aquellos chacareros difusos prefiero hacer mutis, porque mi experiencia infantil con las zonas rurales era esporádica y acotada y sujeta a mi discreto rol de acompañante de mi padre, es decir sin ninguna iniciativa propia como por otro lado era mi vida y la de cualquier niño de entonces.
Y el lector se preguntará con razón ¿Y los boliches entonces? Ay, los boliches ni mis amigos ya no están. Han sido borrados de la faz de la tierra. Y es tan triste reconocer que es como si nunca hubieron existido.
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-25044-2010-08-26.html
Sol*
tiene un sol
más bien es poseedor de un sol
un sol le pertenece
órgano el sol de sus voces
suyas
sale a tomar el sol de sus voces
el solitario sale a tomar el sol de sus voces
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Tratando de mirar a los otros*
*Por Gary Vila Ortiz
¿Desde qué sitio escribo estas líneas? Desde mi escritorio, rodeado como siempre por los libros, los discos y todos esos objetos inútiles que colecciono. Que siempre coleccioné. Muchos de los más viejos aún los conservo, otros se han perdido irremediablemente. Escribo estas líneas escuchando la cuarta sinfonía de Dvorak, en un aparato de música que no anda nada bien. En algún momento podré cambiarlo, no por ahora. También están presentes las nostalgias, hoy no sé bien por qué, más fuertes que de
costumbre.
Me voy ubicando para que se comprenda, si es que algún lector quiere hacerlo, el lugar y el estado de ánimo en que me encuentro al comenzar estas líneas que tratarán de explicar qué significa para mí ese mirar a los otros del título. Y los otros no son solamente aquellos que observé en el bar por la mañana sino también los autores de algunos libros que he leído a lo largo de la semana, los de la música que he escuchado, de ciertos films que miré por televisión. Es decir que los otros son todos esos seres humanos que me conmueven, que hacen que sienta la necesidad de escribir sobre ellos. Es cierto, pese a que me siento triste, que fumo como debe hacerlo todo individuo de 75 años que tiene asma, que tengo una taza de café a mano, y algunos pesos en el bolsillo, no más de quince o veinte y dos pesos, estando en lo que suelo llamar mi refugio, un ser privilegiado. Lo que quiero decir y no tan sólo insinuar: miro a los otros desde un lugar de privilegio. (Digo refugio, no madriguera, Kafka me dijo que las madrigueras eran muy
vulnerables).
Como le decía alguna vez al Negro Ielpi mientras mirábamos los materiales de un libro que publicamos juntos y que fue Gilberto Krass quien tuvo la amabilidad de publicarlo, le decía al Negro, "son necesarias algunas precisiones". Dicho sea de paso, inevitablemente siempre me voy por las tangentes, hace unos días pude conseguir ese libro en una librería de esas que son las que llamábamos de viejo pero que ya no lo son, a tres pesos; el amigo de la librería me lo quiso regalar, lo que no acepté para tener
constancia de su enorme valor. No me interesó demasiado ni por mí ni por el Negro, pero sentí cierta incertidumbre por Raymond Chandler y Philip Marlowe, a quienes el libro en cuestión estaba dedicado. Todo esto a cuento de las precisiones que deseaba hacer para este artículo. Entre las cosas que ando leyendo tengo algunos libros de John Berger, a quien tendría que haber descubierto antes pero que descubro recién ahora. John Berger, un escritor inglés nacido en 1926, nos ofrece una mirada de penetrante lucidez del mundo en muchas de sus realidades. Uno de sus libros se llama justamente "Mirar" y uno de sus artículos me provoca un gran bienestar. Se trata de unas hermosas líneas sobre Giacometti, acompañadas por una fotografía de Cartier Bresson.
El bienestar me lo produce una coincidencia. Hace mucho, no recuerdo en qué año, pero con seguridad después del 69, escribí un poema dictado por dos fotografías, la de Giacometti que usa Berger en su comentario y una de Nabokov fotografiado mirando unos frascos con mariposas. Las fotografías estaban en el anuario de 1969 de "US.Camera", un número que descripto por Berger sería una inteligente observación de lo que había ocurrido en la década del sesenta. El poema se publicó en un diario, pero no puedo encontrarlo, aún cuando sé que debe estar en algunas de las cajas acumuladas con papeles, que ya tendría que dar por perdidos.
Ese "mirar" de Berger es notable. Si digo que me hubiera gustado conocer un análisis de ese número de "US.Camera" es porque las reflexiones de Berger sobre la fotografía son estupendas. Debemos ponerlo junto a los que han hecho, entre otros, Italo Calvino, Susan Sontag, Roland Barthes. Ese anuario muestra el mundo de los sesenta, con muchas de las cosas que fueron pasando y con fotografías de primera línea. Hay fotos de los asesinatos de Robert Kennedy y de Martin Luther King, ocurridos en 1968, de la guerra de Vietnam, desnudos de mujeres sumamente atractivos, animales, fotos que nos resultan curiosas y además, pero faltaría enumerar otras, las de personalidades como Giacometti y Nabokov. Hay de Marlene Dietrich, un homenaje a Edward Steichen, de Salvador Dalí, una bellísima de Marianne Moore, una conmovedora de Carson McCullers, otra, terrible, del examen por tres individuos del cadáver del Che Guevara y esa tristemente famosa foto del asesinato de un miembro del Vietcong por parte de un brigadier general de Vietnam del Sur, quien dispara su revólver sobre la cabeza del guerrillero que tiene las manos atadas. También las célebres series de Eadweard Muybridge, una sobre la mujer que va a acostarse y otra sobre la secuencia de un jinete galopando con su caballo. La de la mujer data de 1885 y la del jinete de 1878.
Muybridge había nacido en 1830 y murió en 1904. (La del jinete y su caballo creo que fue utilizada para la tapa de un disco dedicado a Philip Glass).
Se pregunta Berger qué hacía las veces de la fotografías antes de la invención de la cámara fotográfica. Uno espera, sigue diciendo Berger, que se diría el grabado, la pintura, el dibujo. Pero la respuesta más reveladora sería la memoria. Es entonces cuando pienso si para los argentinos las fotografías han reemplazado a la memoria en el sentido que le da Berger.
Creo que al mirar a los otros nos parece intuir que no solamente hemos perdido la memoria de muchas cosas sino también las posibles fotografías de las mismas. Y además que muchas fotografías que deberían haber sido tomadas no lo fueron, por una imposibilidad real o porque no se las permitió tomar.
Aún cuando siento una verdadera pasión por la fotografía no sé tomarlas. Es decir, puedo apretar lo que haya que apretar en una máquina que alguien me presta para que le tome una foto, pero no tengo cámara y de tenerla sería para hacer un trabajo que ignoro si podré hacerlo. En general miro a los otros con afecto, pero esa mirada tiene el límite que tiene que tener el ojo que mira. El otro límite es mi memoria. No me gustan las fotografías "artísticas" sino las otras que podríamos llamar documentales. Por ejemplo, las mencionadas de Giacometti y Nabokov lo son y permiten observar a esos artistas en dos momentos particulares de sus vidas.
Me permito mirar a los otros siempre y cuando experimente, ante todo, una de las formas del amor. Mirar, de otra manera, como ajenos a lo que miramos, me parece algo parecido a lo que considero el peor de los pecados, la soberbia.
Hay que mirar siempre, aún cuando lo que observamos nos produzca rechazo, con una aceptación plena de nuestro espíritu. Berger es un ejemplo en tal sentido, un ejemplo que no puede pasarse por alto. Si queremos observar y además escribir sobre eso, tenemos la obligación (acepte el lector la
exageración) leer a Berger para sumarla, claro está, a las otras lecturas que nos permiten hacerlo. Nunca debemos ser aquellos que todo lo anotan prolijamente, es decir, los que miran desde el más profundo desprecio por la condición humana. Los nazis, ejemplo máximo en este sentido, llegaron hasta
lograr "entender" que el amor en la situación que ellos ponían a otros seres humanos era imposible. En un experimento que es difícil calificar (el nazismo destruyó además de nuestro concepto de la justicia y del amor, el lenguaje: las palabras dejaron de significar lo que alguna vez significaron); por eso decir que ese experimento que hicieron fue abominable o infame no alcanza, como no alcanzaron los juicios de Nurenberg. Pero lo hicieron y dejaron constancia de eso. Posiblemente lo hicieron pensando que la barbarie que implantaron iba a durar los mil años que querían para ella.
Esa barbarie no duró, pero hay otras también feroces aunque ninguna rozó ni la superficie del nazismo.
Mirar debe ser ante todo un acto de amor, que probablemente dure mucho menos que una fotografía, pero una fotografía si bien puede ser tomada desde un compromiso afectivo con lo que se mira a través de la cámara, no siempre es un compromiso amoroso, una de las formas de amar o de tratar de sentir lo
que han experimentado esos otros. O lo que aún siguen experimentando. Existe un inventario fotográfico de los horrores, como decía Susan Sontag, eso que ella califica de "epifanía negativa". Berger apunta con razón que las fotografías son reliquias del pasado, huellas de lo que ha sucedido. Los vivos, sin embargo (expresa Berger) no han asumido ese pasado y de esa manera las fotografías adquirirían un contexto vivo. "Es posible que la fotografía sea una profecía de una memoria social y política todavía por alcanzar".
Estaba escribiendo sobre mí mirar, limitado en el espacio y en el tiempo. Me comprometo en ese mirar y hasta el momento es mi memoria la que hace las veces de la cámara. Miro dentro de los límites en que es posible mi mirar.
Creo que a los argentinos, que no saben asumir su pasado, a menos que lo asuman como una mentira, habría que reemplazarles la memoria por fotografías que a lo mejor le hacen entender de qué se trata esto que somos y eso otro que queremos ser. Pero tenemos (los argentinos todos) una enorme facilidad
para trampearnos y la mirada hacia los otros, desde que las recuerdo, no siempre han sido miradas del amor sino de diferentes formas del odio. Es una lástima que la fotografía, aún las más precisas, pueden hacernos reflexionar sobre esos temas, pero no pueden fotografiarse. Los resultados del amor y del odio pueden verse en las fotografías, pero las miradas del amor o del odio, del desprecio o de la indiferencia son inmunes a todas las cámaras, si bien aquellos como Berger, Sontag, Barthes o Calvino, puedan revelarnos su esencia.
*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-24981-2010-08-22.html
La danza inmóvil*
*De Alejandra Pizarnik.
Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos.
Se buscó debajo del aullido de la luz.
Se quiso detener el avance de las manos enguantadas
que estrangulaban a la inocencia.
Y si se escondieron en la casa de mi sangre,
¿cómo no me arrastro hasta el amado
que muere detrás de mi ternura?
¿Por qué no huyo
y me persigo con cuchillos
y me deliro?
De muerte se ha tejido cada instante.
Yo devoro la furia como un ángel idiota
invadido de malezas
que le impiden recordar el color del cielo.
*Fuente: http://www.devoradaporelespejo.com.ar/2009/04/30/la-danza-inmovil/
4TO. ENCUENTRO DE ESCRITORES*
“ESPACIOS ABIERTOS: LECTURAS, ESCRITURAS, DIÁLOGOS”
Fecha: Sábado 4 de setiembre de 2010
A partir de las 9hs.
Lugar: Foro Cultural de la Universidad Nacional del Litoral
9 de Julio 2154
Santa Fe
Organizado por: Secretaría de Cultura de la U.N.L. y Sociedad Argentina de Escritores Santa Fe
CRONOGRAMA
9 hs.: Recepción de participantes- Palabras de bienvenida-
9,30 a 10,40: Primera Mesa de Lectura. (7 escritores- 10´ cada expositor)
10,40 a 11: Pausa para café e intercambio de trabajos.
11 a 12 : PANEL . Tema: “La incidencia del paisaje en la escritura literaria”.
Panelistas: Julio Gómez (Santa Fe), Jorge Isaías (Rosario), Fortunato Nari (Rafaela)
Coordinadora: María Beatriz Bolsi
12 a 12,30: Diálogo con el público
13 a 14,30: Pausa para almorzar-
14,30 a 15,40: Segunda Mesa de Lectura: (7 escritores- 10´ cada expositor)
15,40 a 16: Pausa para café e intercambio de trabajos
16,15 a 17,40: Tercera Mesa de Lectura. (8 escritores- 10´ cada expositor).
17,45hs. Cierre del Encuentro
*
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ORDOQUI. / CORBETT. / SANTOS UNZUÉ.
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LA RICA. / SAN SEBASTIÁN. / J.J. ALMEYRA.
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ENRIQUE FYNN. / PLOMER. / KM. 55.
ELÍAS ROMERO. / KM. 38. / MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. / MERLO GÓMEZ. / RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. / JUSTO VILLEGAS. / JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. / ALDO BONZI. / KM 12.
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