jueves, septiembre 09, 2010

EDICIÓN SEPTIEMBRE 2010.


*IMAGEN: LUIS ALFREDO DUARTE HERRERA.


Estimados Lectores y Colaboradores de Inventiva Social.*


Amargamente debo contarles que he recibido la noticia del fallecimiento del Dr. Luis Alfredo Duarte Herrera. Director de YAGE AUSTRIA. Luis Alfredo era un amigo de la gente de la cultura. Un incansable constructor de puentes. Un amigo que siempre ayudo a la difusión de Inventiva Social.
Un ser vital y talentoso.
Ha muerto un enamorado de la vida.

Hasta siempre amigo.


*Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com

-Puede leerse un texto conmovedor en Radio Fabrik.
http://www.radiofabrik.at/home/home-news-einzelansicht/article/luis-alfredo-duarte-herrera-1958-2010-1.html






CHESED*


A la memoria de Luis Alfredo Duarte Herrera.



Más allá del Abismo,
De la negra laguna
Donde habitan las serpientes
Hay una tierra idílica,
Isla de unicornios embridados,


Morada de juglares
Donde florecen mensajes
Sin firma ni destino...
Las nubes son cartas de Tarot.


Entre olas, riscos, ventisqueros,
Reina una mujer de arena
Esculpida por un loco
Que bailaba invocando a los astros.


En bosques de pinos y de cedros,
Buscando tréboles de cuatro hojas,
La Vida y la Muerte marchan de la mano,
Cantando, saltando como niñas.


*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba.







Mar azorado*



Mar azorado mi cuerpo con tu
presencia.
En las profundidades, revueltas marejadas
se entremezclan con ondulantes sirenas
y suaves danzas de medusas
transparentes.


Mar azorado mi cuerpo.
Los rojos corales de mi sangre
se mecen gozosos, y las algas,
en graciosos contoneos,
saludan mi ansiedad.


Mar que llega en ligeras olas
a las playas de tus manos,
dejando solo espuma,
que tus ojos entibian.


*de Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar







Recordando con un escrito a Luis Alfredo Duarte Herrera. (1958-2010)

¡LAS FÁBRICAS DE ARMAMENTO DEBEN DESAPARECER DE LA FAZ DE LA TIERRA! (1)



La invasión israelita del Líbano con el despliegue de todo su potencial humano y bélico, además de ser un acto de barbarie incomprensible para un hombre de paz, constituye una desesperanza más en la construcción de un mundo mejor, en la cual se encuentran empeñados millones de seres humanos en el planeta.

La humanidad se mueve en un lamentable círculo vicioso del cual no encuentra la salida apropiada. Cada tanto aparece una o varias nuevas guerras o se revive un viejo conflicto; entonces las crónicas, los informes, los artículos periodísticos, los vídeos, las dramáticas y desoladoras fotografías impulsan a hombres de paz y a millares de organizaciones, desde la poderosa ONU hasta las más humildes del planeta, a solicitar, en todos los tonos posibles, la finalización del conflicto bélico. Inteligentes y bien documentados ensayos, hermosos discursos, canciones, conciertos, poemas desgarrados y/o desgarradores, exigencias piadosas o altisonantes: por doquier brotan millones de expresiones exigiendo el fin de la beligerancia, sin que tengan objetivamente la más mínima incidencia en el decurso de la conflagración. Y días, meses o años después, cuando la guerra por fin se termina o adormece, todos aquellos que se han movilizado en contra de ella, sienten que de una u otra manera su aporte algo ha ayudado a la construcción de la enclenque paz conseguida.

¡Falso alivio para la mala conciencia! Quien conoce la mentalidad militar sabe que ningún discurso conmueve a la soldadesca y a los comerciantes de la muerte. De conflicto en conflicto, toda esta masa de ingenuos que exaltados claman la paz, transita por el mundo siendo el hazmereir de los fabricantes de armamento y las marionetas que éstos movilizan en su lucrativo negocio. Lejos de ayudar, el gigantesco movimiento en pro del cese de la guerra sirve sólo para poner en movimiento millares de microeconomías cuyos fondos finalmente van a parar a manos de los gobiernos en forma de impuestos, fondos que servirán también para financiar los grandes presupuestos que exigen los ministerios de defensa en todo el mundo, fondos que estos ministerios en buena parte invertirán en armamento, munición y demás pertrechos producidos por la industria del asesinato legal.

En 1998 los estados del mundo invirtieron 55,8 millardos de dólares en la compra de armamento. 26,5 millardos fueron a parar a las fábricas de armamento estadounidenses (proveedoras del 49 % de los suministros mundiales de armas), 9,8 millardos a Francia (17,5%), ) 9 millardos a Gran Bretaña (16 %) y 2,8 millardos a Rusia (5%). “Aunque a nivel mundial los gastos militares aún se encuentran por debajo de aquellos practicados durante la efervescencia de la guerra fría, es reconocible a partir del 2001 un significativo aumento de los mismos. En los Estados Unidos, por ejemplo, en el 2002 los gastos militares crecieron en un 13 % con relación a los efectuados en el año inmediatamente anterior y constituyen ahora el 43 % de los gastos militares de todo el planeta. Rusia con un 12 % y China con un 18 % se han aunado al aumento en sus presupuestos militares, al igual que Francia y Gran Bretaña. El Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) estima que durante el año 2002 los gastos militares mundiales fueron de 794 milliardos de dólares, o sea, US$ 128.- por cada habitante del globo ... cada sexto habitante del mundo, aproximadamente 1000 millones de personas, viven en medio del ámbito de influencia de conflictos armados”.

Será imposible evitar las guerras mientras los ciudadanos del mundo, en especial de los países productores de armamento, no tomen conciencia sobre necesidad imperiosa de una completa abolición del enorme poderío personal, político y comercial que el negocio de producción y venta legal de armas ejerce en todo el mundo. Las fábricas de armamento y el servicio militar deben desaparecer de la faz de la tierra, antes de ello no habrá paz ni seguridad completa para nadie, individual o colectivamente. La industria de armamento es económicamente una de las más grandes y poderosas de todo el orbe. Los países productores de armamento toman siempre el cuidado de ubicarlas en puntos estratégicos lejanos a los centros de mayor atención ciudadana, de guardar un silencio sepulcral sobre su existencia, desarrollo y programas, y muy especialmente de no incluir las enormes cifras económicas que éstas manejan en los datos oficiales a publicar sobre economía o de incluirlas simplemente en el renglón de “industria y/o maquinaria” sin mayores detalles. Mientras la información sobre producción y mercadeo de productos agrícolas o industriales útiles a la paz y el progreso humano es desde hace décadas de fácil acceso, los datos sobre producción y mercadeo legal de armas aparecen como de casi inaccesibles y muchas veces por razones de “seguridad nacional” como restringidos y/o “estrictamente confidenciales”.

“Las guerras e intervenciones militares cuestan más que los fondos librados que han sido desplegados para el desarrollo. Mismo en un país desarrollado como Alemania, las organizaciones gubernamentales y sociales encuentran dificultades para la provisión continuada de los medios necesarios. Por tal motivo una iniciativa propuesta en junio del 2003 en Evian, al margen de la Cumbre de los 8 (G-8), por el presidente de Brasil Luíz Inácio da Silva gana la atención. El presidente brasilero propuso la creación de un “Fondo del hambre”, alimentado con impuestos provenientes del comercio internacional de armas. La idea de imponer impuestos al tráfico de armas no es nueva. Ya había aparecido en los avances de la primera asamblea general extraordinaria de la UNO en el año 1978, la cual se dedicó al problema de un desarme global, y fue siempre traída de nuevo a colación posteriormente por la delegación francesa. El pensamiento adquirió prominencia en el informe de la Comisión Norte-Sur “Asegurar la sobrevivencia”, bajo la presidencia del ex-canciller alemán Willy Brandt, en el año 1980. el documento constató el escándalo moral que constituye el enorme gasto en armamento comparado con el vergonzoso e ínfimo desembolso para la erradicación del hambre y la enfermedad en los países en desarrollo”. La idea de Lula, lejos de constituir una solución, permitiría un cínico alivio moral para los fabricantes de armas con el catastrófico argumento de que, entre más elevadas transacciones obtengan en su industria, estarán contribuyendo, en mayor medida, a la erradicación del hambre en el mundo.

En relación con la Unión Europea, “en total los países miembros de la UE otorgaron licencias durante el 2004 para la exportación de armas y mercancías de armamentos en un volumen de 25,2 millardos de euros (2003: € 28,2 millardos). De ellos correspondieron a Francia € 13,57 millardos, a Alemania € 3,8 millardos y a Gran Bretaña € 2,97 millardos”. De tal cifra, más de una tercera parte correspondieron a exportaciones realizadas a países clasificados como “países en desarrollo” según el DAC (Development Assistance Committee), perteneciente a la OECD (Organisation for Economic Cooperation and Development) que manejan los países industrializados.

Con relación a la actual guerra del Líbano, es importante reseñar que “Israel pertenece hoy en día al círculo de los más importantes productores de armamento, más allá de la esfera de los países industrializados. Apoyado en su propio entendimiento de seguridad, mantiene una voluminosa y tecnológicamente avanzada industria de armamento, cuyo desarrollo saca provecho de la especial relación del estado con los Estados Unidos y una serie de estados europeos, especialmente con Alemania. Sin embargo, la producción de armamento israelita está destinado especialmente a la exportación, para utilizar potencialidades plenamente. De tal forma Israel también se ha establecido en los años anteriores como gran exportador en el mercado mundial de armamento. Para ello son factores relevantes sus capacidades en la adaptación técnica de armas y tecnologías de diversas procedencias, abriendo entre tanto a Israel el acceso a compradores tales como India y China, los cuales disponen de un inmenso arsenal de fabricación rusa y en cuya revaluación están interesados. La modernización de las actuales existencias es otra de las características de la producción israelita para la exportación de armas, la cual conforma la base de numerosos convenios turco-israelíes de cooperación sobre armamento. Las exportaciones alemanas hacia Israel se han mantenido durante decenios y en años pasados en secreto, o se han efectuado una y otra vez por medio de terceros países. Ésto contradice el mandato de transparencia y la constitucionalidad a la cual está obligada la política alemana nacional e internacional”.

No habrá una solución posible al problema de la guerra, en tanto no exista una toma de conciencia por parte de los pueblos de la tierra sobre la imperiosa necesidad de exigir la abolición de las industrias de armamentos y/o su completa sustitución por industrias enfocadas al desarrollo en paz y concordia. Como toda industria, la de armamento solamente se puede desarrollar y reproducir si hay un consumo efectivo de sus productos a fin de obtener nuevos pedidos. El medio más efectivo y rápido para tal fin es la guerra. Un día de retraso en la celebración de un tratado de paz significa, aparte de los enormes daños ambientales, sociales y económicos, un multimillonario negocio para estos fabricantes legales de asesinatos.

Un inventario sobre el arsenal propio, el que se produce, el que se importa y/o exporta, a la par que un constante debate público sobre sus nefastas consecuencias en todos los ámbitos, hasta lograr un concenso mayoritario nacional e internacional que exija de los gobiernos la eliminación de tales fábricas y arsenales, será una de las metas políticas más ambiciosas y hermosas en las que podamos trabajar. Mientras exista un solo hombre armado en el mundo, los demás no estarán seguros y tendrán el mismo derecho a armarse; este es el estúpido fundamento en el cual se ha sustentado la aberrante carrera armamentista de la humanidad, la mayor vergüenza, la peor mancha de la ya larga historia del espíritu humano.


*Luis Alfredo DUARTE HERRERA

(1) Las citas entre comillas pertenecen al informe: Rüstungsexportbericht 2005 der GKKE, elaborado por el GKKE-Fachgruppe Rüstungs, www.GKKE.org

-FUENTE: XICóATL No 77. http://www.euroyage.org/es/luis-alfredo-duarte-herrera






Un corazón que late en los pies*



Eres tu propio cielo,
Tu propia luz,
Tus propios colores.


Eres tu propio cielo,
Con sus divisiones armónicas,
Con sus milagros cotidianos.


Eres tu propio cielo,
Con tu piel llena de estrellas,
Tus mejillas sonrojadas hasta la nariz.


Con tristeza en tus ojos
Muestras a los hambrientos:
Dominados,
Pero no convencidos de esa dominación.


Eres tu propio cielo
Azul y negro,
Sonriente y ocurrente.


Eres tu propio cielo
Que cuando se rebela con sangre y sueños
Recupera su existencia.


Eres tu propio y amarillo cielo,
Que cubre adornando sus orejas
Con la caída entre cascadas de tu cabello.


Eres tu propio cielo
Con los bolsillos desgarrados,
La miseria sosteniendo a quienes dicen:
“Esto es vivir en paz”.


Eres tu propio cielo
Que añora mirar el día
Que ponga de pie a los oprimidos...


Eres tu propio cielo,
Tu propia tierra,
Tu propio mar,
Que apachurro fuerte entre mis brazos
Para que la deuda externa
No te arranque también de mi lado.


*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com












CONFIESO*


Un goteo de días
resbala por mi nostalgia
saneando las espinas
de rosales ajenos.
Tal vez tenga aristas propias
adosadas a mi alma
que lastimen al que pasa
caminando por mi senda.
No reniego de mis culpas,
fueron por buscar el cielo,
por querer darlo en ofrenda
sin ver si era el momento.
He llegado a la montaña
escalando sobre ortigas,
a solas lloré mis muertes
en cada día de vida.
Desde aquí comtemplo lejos
el tiempo en despedida,
planté flores de esperanza,
las vi morir sin lamentos...
Tal vez florezcan mañana
cuando inicie mi partida.


*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar











"RÍO DE LAS PENAS"*


"...Es angosta la puerta
y acaso la custodien negros perros hambrientos
Y guardias como perros..."
OLGA OROZCO




Este río es una confluencia de ríos.
Se sube a las cornisas.
Fluye por los lechos.
Apedrea la luna. Rompe la soledad.
Invita a recorrer la noche a diosas o manzanas.
Misteriosas. Íntimas. Disfrazadas de santas.
Las muerde y las penetra, descalzo.
Arrasa vertientes. Lagunas. Malecones.
Puede ser cascada o aluvión.
Descansa en las riberas.
Se rebela. Se desangra en el alma de los muertos.
Muere y resucita. En el mar, en lagos, en la tierra.
Desaparece y se transforma en nube.
Diques sin compuertas.
Inframundo.
Vino lento que recorre infiernos.
Nirvanas.
Sabe que solo una balsa llega.
No obstante, se niega a la moneda o a la rama de oro.
No hay ritos sepulcrales, ni monedas, ni lenguas.


También a mi me moja.
Me recorre en dirección contraria.
Socava las vides enterradas.
Me liba en púrpura.
Moja las dos islas de mi cuerpo.
Se derrama en prodigio. Besa lo que encuentra:
Las sienes de mi pulso. El trébol de mi boca.
Mis cristales de roca. Los lejanos eneros.
Las doloridas huellas. Los pies, frágiles, de barro.
Transforma los desiertos, viñas calladas, tan secretas.
Enredamos los tallos y las rosas.
Me tomo de las bridas. Testaferro de vida.
Enfrentamos los deltas: Triángulos.


Boca de sed, lagarto entre palmeras.
En mi vientre fundamos ásperas heredades.
Ha bebido el zumo de mis pechos. Y ha llorado.
Y llora todavía, como un perro extraviado.
Forastero del viento. Bitácora perdida.
Crucifijo en los cuatro puntos cardinales.
Río. Río herida. Hijo, río.


Este río vino es una cascada de golondrinas negras.
Lleva en sus ojos una aurora ausente.
Señales que vienen desde el este.
Fogata de domingo. Blanco guardapolvo abierto.
Mensajero de la sed.
La sed abierta y la botella rota
Amante sin retorno. Tálamo.
Río que ha traspasado límites de angustia.
Río hambre de madre. Pan y llanto y oro.
Llanto que se esconde en la cueva del oso
Apostata. Empecinada búsqueda en jardines ajenos.
Río que se torna en mansedumbre y en rabia se evapora.
Río padre. Vino sacrílego. Amado. Irreverente.


Me escucho crecer en estas cepas.
Dormida piedra, sobre piedra mojada.
Rumor de agua sagrada.
Mis ojos se enredan en sus ojos de agua.
Doliente río de salitre y lava
Río de entregas y de esperas. Quietas, expectantes.
Labios resecos. Gotas.
Río de esperas. Silencio de hospitales.
Tez macilenta y sonatas de arena.
Río resurrección del vino. Río de deudas y deudores.
Río que clausura las sombras. Que escribe crucigramas.
Evade los preceptos triangulares y perros de tres cabezas.


Río que me besa las grietas y las máscaras.
Que me empapa... y me bebe.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







JOSECITO EL CARPINTERO*



Su carpintería estaba a unas ocho cuadras sobre nuestra misma calle. Papá me había mandado con una pequeña notita, me parece que a cobrar un flete de maderas. Me iba de mala gana y refunfuñando, ya que hubiera querido quedarme con mi hermano mayor, Audino, ayudándole a pintar las llantas del camión, que comenzaban a lucir rabiosamente amarillas; pero una vez en camino me divertía ir entretenido con el paseo, en aquella mañana radiante de sol.
Era la penúltima calle del pueblo, de tierra, con no más de una docena de casas a lo largo. Las cuadras estaban alambradas o con tejidos, casi todas sembradas como pequeñas chacras: media cuadra de algodón, un sitio de maíz, huertas con zapallos, mandiocas, arvejas, o pequeñas quintas de duraznos, pomelos, o naranjas. El paisaje se completaba con la brisa y un silencio salpicado de trinos dispersos y apagados. Escuchaba en un ir y venir la propaladora del centro, con frases traslapadas, con un parloteo de ecos inentendibles y lejanos.
El galpón parecía pequeño debajo aquella morera gigantesca y umbrosa, con su copa tan verde y tupida, rodeados además por plantas de pomelos y limoneros, en el sitio detrás de la casa. Empujé el portillo, y no vi de donde surgió un enorme perrazo que en un instante estuvo sobre mí, ladrando embravecido, con sus fauces abiertas, dispuesto a tragarme. Yo con mis ocho años no atiné a nada, paralizado por el terror… Pero, en el salto final quedó congelado en el aire, sujetado por la cadena, que corría a lo largo de una maroma que atravesaba el patio. Luego de forcejear, quejumbroso se volvió al trotecito, a tirarse entre los pomelos caídos debajo de las plantas.
Allí he visto la colosal silueta del carpintero recortada en la puerta, en su acudir presuroso, con sus herramientas en la mano. Adentro un banco de gruesas maderas, mazas, formones, y por todos lados: tablas, tirantes, tacos y sobre todo virutas y aserrín… El polvo en suspenso de tan denso, reflejaba los chorros de luz que entraban por la ventana, por la puerta y por algunos agujeros del techo de chapas…No sé que me dijo mientras volvía a su trabajo. Yo lo miraba cepillar un grueso tirante, ejercitando sus fuertes brazos sin mangas, con brillos de sudor. Detrás en el suelo, una cabriada a medio armar, esperaba seguramente el madero que Josecito estaba aprestando, con tanto fervor que yo lo miraba embelesado, mientras finos rulos surgían del alisado, e iban cubriendo el banco.
Hoy diría que se parecía a Antony Queen, por su aspecto de gigante rubio, pelo ralo, de gesto aquietado, y su modo afable, imponente y campechano. No hablaba mucho, ceñudo, parecía enfadado, pero sorprendía con una risa escueta, que mezquinaba. Esa mañana lo vi reírse, y mucho. Sin querer tropezó con el gato que se había agazapado entre los retazos del suelo. Debe haberle aplastado la cola al pobre. El maullido fue interminable y estremecedor, mientras saltaba como un resorte, del suelo al banco, al estante, y de allí a la ventanita trasera por donde salió como un relámpago, pero antes tumbó un tarro de pintura colorada, que se hizo una pasta en el suelo con el aserrín amontonado. Afuera se debe haber topado con el perrazo, por los ladridos y las disparadas. Josecito entró a reírse sin poder parar por un buen rato, pese a la pérdida de la pintura. Y yo con él; y creo que desde ese día, nos hicimos amigos…
Se advertía que no estaba él muy en armonía con la sociedad, al menos con la más cercana; la gente que tenía preeminencia en los estamentos de aquel entonces, en nuestro pueblo, para él acusaba de fallas imperdonables. Que la cooperativa agrícola, que asociaba a más de mil familias de productores agropecuarias, según él estaba arbitrariamente dirigida y había quienes eran perjudicados, mientras que había otros con privilegios de amistad, o de familia, o de otros intereses. Lo mismo pensaba del párroco, que con un par de familias transcendían sobre la moral de todo el pueblo y la colonia, y se inmiscuía en todas las decisiones. Esto era como estar en contra de todo, por la absoluta incidencia que tenía en la vida del común de la gente.
Tendría entonces unos cincuenta años, pero manifestaba la inconformidad y rebeldía de la más briosa juventud. Creo que volcaba esa adrenalina en el trabajo, que encaraba con dureza y responsabilidad.
Para los desbastes más gruesos, los cortes más grandes, contaba con el aserradero de la familia de su mujer. Los cuñados disponían de herramientas más pesadas e industriales, por lo que solía ir allí a hacer esas labores, casi a diario. Pasaba por casa, temprano en las mañanas, a grandes pasos; cargando al hombro un par de tirantes, tablones o distintas maderas, ya que el otro taller estaba a otro tanto de casa, pero al otro lado del pueblo. Para cualquiera hubiera sido una carga más que pesada, pero para su tamaño y su fortaleza, parecía no afectarlo en lo más mínimo, ya que caminaba presto y como si no pesara gran cosa.
Pero había otra razón para tomarse todo ese trabajo. Entre taller y taller, él hacía un pequeño rodeo, tres o cuatro cuadras y pasaba por el bar del Club de bochas, donde Vicente atendía el bar, y si bien a esa hora estaba cerrado, tocaba dos o tres golpecitos, y le abrían para que se desayunara, mandándose al coleto tres copas grandes de fernet Branca, fuerte y puro; que era el combustible imprescindible para iniciar su jornada. Al regreso hacía lo mismo. Su alcoholismo se hizo más y más exigente, se fue agravando; y en pocos años cayó a lo más profundo del pozo. Estuvo muy enfermo y terminó hospitalizado un buen tiempo, de donde salió renovado y haciendo votos de que nunca más probaría bebidas blancas… Y poco a poco las fue reemplazando por cervezas. La cantidad que tomaba era proporcional a su tamaño, o a su fuerza. Era increíble. Vaciaba decenas de botellas por día. Pero la verdad parecía que para él eso era el mejor remedio, nunca lo he visto ebrio, ni que le afectara, o al menos, no que se notara.
De tanto en tanto me llamaba para que lo ayudara con sus liquidaciones de impuestos y demás anotaciones. Iba a su casa a la noche, y mientras yo peleaba con sus apuntes, él acarreaba porrones de cerveza desde el “boliche” de la esquina. Me consta que en esas horas tomaba más de una docena. Yo tenía que acompañarlo, pero no le llegaba ni a un décimo. Y él seguía tan fresco y lúcido como siempre.
Era a fines de los años cincuenta y tomó el trabajo de hacer la nueva puerta principal interna del templo parroquial, que casi toda la década estuvo refaccionándose, junto al nuevo campanario que agregaba la nueva elegancia de su afilado pináculo, lo que le confería un depurado estilo neo-gótico, con los relojes y la gran cruz del remate en lo alto. En la inmensa puerta de madera clara, de Raulí chileno, tuvo Josecito que labrar sus ornamentos en relieve: un par de escudos, columnas y capiteles, que cinceló con maestría. Necesitaba que yo le dibujara las formas y los perfiles, para seguirlos luego con sus formones y gubias, y así labrado un perfil dibujaba yo el otro lado, y él los iba terminando. Puse mi pequeño grano de arena, al lado de él, que perdurará creo en ese monumento, por muchísimo tiempo, aunque no lleve allí ninguna firma.
El párroco de aquellos tiempos, el Pbro. Celso Milanessio, patriarca indiscutido de la comarca, en sus gentes y en sus bienes, era el artífice de lo que lograba la comunidad, de él y de los colaboradores más cercanos. Siguiendo su concepción de la remozada imagen del templo, externo e interno en detalles, le ayudé dibujando distintos artefactos, entre ellos candelabros de pared, de lo que aún algo queda; no en sus sitios ni ornamentos, y sin las tulipas originales.
No sé por qué Josecito se cansó de tan noble profesión, un verdadero carpintero y ebanista; como dice la zamba… “lindo oficio, ¡Quien lo pudiera tener!”
Así que, un día, decidido, cambió de rubro. Se planteó un giro, una actividad distinta. Fabricar mosaicos. Pasó del día a la noche. ¿Qué podría atraerle un trabajo doblemente duro, exigente, tosco; pasar de la madera tan noble y cálida, a la cal, cemento, arena y a accionar una prensa manual de hacer mosaicos, tirando a músculo puro, el volante de tornillo, para el moldeado de cada pieza; unas doscientas o trescientas veces en el día, para ganar un módico sustento?
La prensa que compró era una máquina vetusta, que reemplazaba la empresa donde yo trabajaba entonces No sólo por vetusta, sino porque esos mosaicos calcáreos ya eran reemplazados por los graníticos y luego por las cerámicas. Pero él siguió con verdadero tesón adelante con su nueva actividad, en buena hora ya que los cambios se dieron despacio, y lo suyo tuvo vigencia muchísimo tiempo.
Hubo veces en que me hizo confidencias de sus años mozos, y de aún después. Confidente yo…, que aún no cumplía los veinte; pero lo escuchaba, porque veía que debía decírselo a alguien… Tenía su lado blando, romántico. Me habló de un gran amor, no sé si de soltero o de casado, sé que por algo aquello era “non sancto”, con una directora de una escuela señera; pero hacía años ella volvió a sus pagos de origen y sólo quedó el olvido. Volvió una vez en un acto conmemorativo de la escuela, muchos años después, por unas pocas horas. Yo la vi en el palco, una señora elegante, distinguida, pero entonces yo no sabía quién era. Era un chico todavía. En cambio él no pudo, no recuerdo por qué; pero lo lamentaba todavía profundamente. Conocer ese aspecto del hombre tan duro que yo veía en el, desde aquella mañana que pisó el gato, me desconcertaba, y al mismo tiempo me alegraba, porque adivinaba un espíritu sensible y en el fondo triste, totalmente humano…
Una tarde me mostró dos varillas de madera dura, secas y griseadas por la intemperie, que estaban entre otras maderas en la pared trasera de la casa, madurándose al sol.
-Son de lapacho- me dijo- lleva años para hacer lo que quiero.- De estos palos van a salir dos tacos de billar que van a ser únicos…, uno es para vos, y el otro para mí…-
Sopesé la madera, me imaginé cómo sería desbastada, pulida, y contrapesada; pero íntimamente dudé que aquello pudiera llegar a ser lo que él prometía…
-Tanteá el peso, cuando esté balanceado, vas a ver…- me decía con los ojos brillantes, ilusionados. Y volvió a depositar las maderas contra la pared… -Pero requieren estacionarse más todavía…-
Pasó mucho, mucho tiempo, y un día los tacos, estuvieron listos; me los enseñó terminados, como había predicho: eran de una sola pieza, no desarmables; pero prometían un golpe como a veces soñamos tener los billaristas, en un taco ideal
-Elegí el tuyo…- dijo pasándome ambos. Pero yo no acepté, y tuvo que darme él uno de los dos.
Jugamos algunas veces juntos en el Círculo, gozándolos ambos. El mío era ligeramente más fino, con más peso atrás. Me dio el mejor. Otro lado suyo era la nobleza…
Pero al tiempo sus salidas no eran más que promesas, excusas, postergaciones. Josecito estaba decayendo. Sé que no se sentía bien, y dejó su empeño para más adelante, cuando volviera a sentirse mejor.
Hasta que un día, años después, me dio también el otro taco.
-Tenelo vos, en cualquier momento te lo pediré prestado…- Sentí un gusto amargo, no en la boca, sino en medio del alma...,-A veces vas a querer cambiar… tenelos, siempre…-
Y siempre fueron mis tacos. Jugué años. A Josecito lo empecé a ver cada vez menos. Luego entré al banco, y tuve que irme y radicarme en otras ciudades, en otras provincias. Fui dejando de jugar, absorbido cada vez más por nuevas obligaciones y otras amistades.
Josecito murió estando yo lejos, incluso me enteré mucho después. Lo sentí mucho, pobre amigo, quizás haya querido verme por última vez, y tal vez yo estaba muy ocupado…
Los tacos los perdí, hace años, y no pude recuperarlos, por más que sigo intentando rastrear su derrotero, le he pedido a amigos que me ayuden, pero sin lograrlo. Habían quedado en la parroquia, en poder del hermano Rogelio; pero un día las mesas se vendieron con todos los tacos. No sólo los míos, varios amigos tenían los suyos en las mismas condiciones. Las mesas y los tacos cambiaron de dueños, una y otra vez, y por el momento no logramos localizarlos.
Me gustaría volver a tener mis tacos, SUS TACOS, como trofeos de amistad, como trofeos de la vida. El hubiera querido que los tuviera SIEMPRE, aquellas maderas nobles, labradas con sus manos toscas, curtidas con honradez.




*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda. Santa fe






POEMA DES-ANDADO*


En la Estación Central. Un hombre. Solo.
Llega y parte, buscando andenes.
Siempre está de regreso, aún de llegada.
En su mochila verde,
solo una golondrina,
un vértigo y una antigua foto
amarillenta, de un niño
y un caballo.
No, no está solo. Hay una convención de soledades.
Aquelarre.
Están todos.
Nadie falta a la cita.
El hombre ciego,
atenazado a un banco, pide.
Pide porque ha dado.
El niño con mocos escarchados
y ojos que nunca lloran.
¿Para qué hacerlo si no han de consolarlo?
La mujer que vende su fusión en tumbas solitarias
Boca de percal y pechos de magnolias.
Tampoco falta el viejo, alarife de soles
de puentes y andamios que casi no recuerda.
Al lado de una bolsa abandonada,
otra bolsa. Sin sexo.
Con un hálito de vida.
No conoce otra historia que la nada.
Y está la vieja.
Añorando las rejas del hospicio.
Meciéndose en una hamaca de
cantos y de tiempo.
Y el tren que llega,
andando y desandando
condenado a no tener raíz
a partir y a llegar.
El hombre trepa
en trasborde de sueños.
Avanza, siempre avanza
sin mirar hacia atrás.
Antes del viejo puente, al lado de un álamo
talado por un rayo, el tren para.
Y el hombre no lo piensa, solo salta
y vuelve al aquelarre.
Ellos están allí ¿adónde irían?
El hombre se arrodilla.
Les da la golondrina. Un apretón de manos
e inicia su regreso.
Ya no le teme al vértigo.
Desanda soledades.
Penetra lentamente, en la antigua foto amarillenta.
Allí lo esperan. El niño y el caballo.
El silencio y el miedo.
La raíz y la flor.
La vida y la palabra.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar





EL MILAGRO*



Para Eli


Se había detenido en medio de la habitación, todas sus pertenencias estaban desparramadas sin ningún orden o destino, todo lo que le había costado conseguir durante su vida estaba allí y ni siquiera podía experimentar el goce de haberlo obtenido con su solo esfuerzo, sin ayuda ni aliento de alguien.
Los años se le habían ido acumulando y era consciente de que el fin del camino no estaba muy lejano.
Mirando sus cosas pensó que no tenía sentido conservarlas. ¿Para qué? ¿Para quién? No tenía a nadie y era posible que fueran ofrecidas al mejor postor o tiradas al basurero.
Esa idea sacudió su inmovilidad como si hubiera recibido una descarga eléctrica, comenzó a embolsar cosas, a apilarlas en su living y dejó a un costado unos pocos objetos de los que no podía desprenderse.
Con la misma decisión fue hasta el teléfono y marcó un número, dio unas consignas y fijó un horario que equivalía a decir ya.
No pasó ni media hora cuando arribó una camioneta y un joven muy solícito cargó todo en el vehículo que pertenecía a una Sociedad Benéfica.
Luego entró a la casa, se dejó caer en el sofá, apretó contra su pecho esas pocas joyas según su afecto y cerró los ojos.
- Si desapareciera en este momento, estaría bien, - se dijo, - lo consideraría justo.
La ventana se abrió, un rayo de luz violeta cayó sobre ella y la convirtió en estatua que poco a poco fue empujada hacia la puerta de calle.
Atardecía cuando Raúl, el pintor loco según los vecinos, volvía a su casa caminando displicente por la vereda, al enfrentarse con la estatua quedó inmóvil.
-¡ Qué hermosa! – exclamó. - ¿Quién la pudo abandonar aquí?
Su instinto lo obligó a recorrer con su mirada la calle que permanecía totalmente desierta y la tentación pudo más, la tomó con cuidado y con paso presuroso siguió su rumbo.
Ya en su habitación plagada de caballetes, cuadros apoyados en cualquier parte y todo un arsenal de elementos acordes con su actividad, procedió con sumo cuidado y con ojos de experto a buscar un lugar para apoyar su trofeo, ya ubicado la miró en silencio disfrutando la imagen que le ofreció.
- Eres un milagro, - dijo como en susurro, - serás una excelente compañía que atenuará mi soledad.



*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar






El cadáver de mi amor*



Se retuercen mis tripas.
Es un tambor hueco mi pecho.
Las manos tensas, abiertas.
Allí está. Es el cadáver de mi amor
tirado en el barro.
Pisoteado, sucio, ignorado.
Fue el mejor compañero de mi
corazón
Durante diez años
lo entibiaba, lo mimaba.
Y él latía dándome vida.
Nadie lo ve.
El sol sigue su rutina,
el viento pasa indiferente
soplando las últimas hojas amarillas.
Solo yo, hipnotizada, velo mi amor.

Quizás el mejor.

Quizás el último.


*De Elsa Hufschmid elsahuf@yahoo.com.ar





Paseo*



Hoy quisiera que un ser extraterrestre me llevara por el espacio en su nave.
Recorrería con él las ciudades más importantes. Intentaría apropiarme de la luz templos sagrados como el Tahal Majal y ser iluminada por la sabiduría de la meditación. En ese estado, descubriría los misterios de la reencarnación.
Despojada de mis primitivas y odiosas emociones primitivas, intentaría adentrarme en la jugosa pulpa de las flores de loto. Flotaría por los lagos cristalinos de la paz y la humildad.
Tendría una charla cara a cara con Borges y quizás podría, a pesar de su ceguera contemplar el Aleph con esos ojos mudos, sagaces y tan sarcásticos. Con la inteligencia de sus ficciones me dejaría llevar por los laberintos del género humano.
Observaría paulatinamente el tiempo de la metamorfosis de los huevos de los gusanos que producen la extraordinaria suavidad de la seda. Me confortaría palpar la delicada tela oriental, dejándola deslizar por mis manos.
Me internaría en las oceánicas profundidades de los guiones de los sueños. Me sumergiría plácidamente en los diversos niveles de montaje de la alucinación. Las imágenes visuales rodarían con personajes difusos y condensados. Circularían por las lumbreras de la atemporalidad. El espacio tiempo unido en sus apariciones acoplaría el calor de mi abuela con su exclusivo perfume. Acariciaría a mi perra collie con aquella inexperiencia que no le interesa solamente la verdad. Dialogaría con mis amigos del barrio y en el mismo plano estaría jugando con ellos a las escondidas. Buscaría el mejor lugar para ocultarme. Podría palpar el entretejido de las formas simétricas de las telarañas y sentir el vibrar de sus hilos, despojada del miedo a lo desconocido.
Viajaría, luego a Verona para presenciar las escenas de amor de Romeo y Julieta. Bebería un sorbo de la pócima que preparó fray Lorenzo para fingir por dos horas la muerte falsa de un amante.
Al despertar, embriagada recorrería las pirámides de Egipto: Keops, Kefrén y Micerino y observaría, también la pintura egipcia sin perspectiva, para que la escena se mantuviera exacta en el más allá.
Luego de recorrer tantos paisajes, me recostaría a descansar en una playa. Hundiría mis pies en la arena. Con mis ojos entrecerrados contemplaría el atardecer respirando profundo el aire puro del mar.
Luego, reposaría un tiempo para emprender nuevamente el viaje.-



*de Azul. azulaki@hotmail.com








De cuando Roberto Vega era “El Mincho”*



A la memoria de don Miguel Balagué


*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Las calles eran grandes barriales donde se hacía casi imposible el tránsito, ya que los carros numerosos y los mismos sulkys más livianos producían huellas profundas, mientras las pisadas de los caballos conformaban un lodazal de espanto.
Los inviernos eran duros, muy duros. La escarcha blanqueaba los zanjones con agua estacionada y en el campo los pastitos quemados y los pájaros muertos daban fe de la furia de agosto.
Crepitaban en las cocinas económicas o en los más humildes fogones con una plancha de hierro fundido encima, aquellos desaparecidos marlos blancos que se guardaban en grandes trojas hechas con cañas.
Las cocinas solían llenarse de humo y hasta circulaban sobre las lámparas incólumes de querosén iluminando pobremente las caras de todos.
Cuando me acuerdo de aquellos inviernos un vendaval se atropella en mí abriendo las pocas telitas que los años obturaron.
¿Cómo resistir a pata ancha los más duras vientos y las más sucias lluvias si se abatieron sobre uno con toda la maldad y saña del mundo?
Pero hoy bastaría levantar esa telita leve para que salte desde el remoto olvido la larga chata con ruedas de hierro que supo tener el catalán Miguel Balagué.
Don Miguel, con su único diente para sostener esa pipa ya carbonizada por el uso. La chata tenía solo dos barandas una al frente y otra en la culata donde un cartel pretensioso y pintado con letras coloradas decía:”Expreso El Rápido”.
Esas inocentes letras fueron de los enigmas que mi niñez consideraba realmente insondables. Porque don Miguel esperaba todos los trenes que paraban cinco minutos en mi pueblo y luego salía a repartir las encomiendas. A mis pocos años, ese traqueteante armatoste era lo más alejado de la velocidad y la rapidez que uno podía suponer. Y si en ese tiempo yo no hubiese tenido vedado el conocimiento a la retórica hubiese dicho que la chata de don Miguel y el nombre del “expreso” eran un perfecto oxímoron. Si se le agregan los dos caballejos pachorrientos que tiraban de ella con destaparrado andar está todo dicho.
Esos caballos –al menos uno por vez- le servían a don Miguel para el reparto de los helados de su pequeño establecimiento familiar, donde su bella hija Delia ocuparía destacado lugar.
Don Miguel y sus famosos y ricos helados “Balagué”.
El reparto se hacía con un carrito pintado de amarillo, con sus dos rueditas chirriantes, su solo asiento y su toldito del mismo color.
Cada verano empleaba a algún mozalbete para que incursionara bajo la dura canícula ofreciendo tal exquisitez.
A algunos de sus vendedores aún los recuerdo: “Chelita”, Valentín Prámparo (a quién llamábamos “Luisito” para distinguirlo de su padre del mismo nombre) y sobre todo a mi viejo amigo Roberto Vega, a quien llamábamos “El Mincho”.
El trabajo era muy bien preciado porque los helados eran de las pocas cosas que no resistían el deseo de probarlos. Cualquier bolsillo aún muy flaco podía –dada la baratura del producto-adquirir su preciado sabor para revertir la dura canícula que se abatía sin piedad sobre el pueblo.
Con “El Mincho” éramos amigos desde mi más remota infancia ya que habíamos sido vecinos hasta que se mudara y como si fuera poco, de una cuadra donde sólo había vecinitas, resultado por el cual él y yo éramos los únicos habilitados para patear esas esquivas pelotas de trapo que su habilidad fabricara.
Otra cosa tenía “El Mincho” que lo hacía único: sus abuelos. Ella, doña María, rezadora que hacía torcer con velas los pronósticos futbolísticos mas adversos (todavía recuerdo las siete velas de los siete goles que le infligiera Huracán a su tradicional rival del otro lado de la vía aquella tarde de gloria que no olvidaré mientras viva) y para rematar su abuelo era el mítico don Ángel Pichichello, italiano lleno de historias, buenazo con su sombrero aludo que hacía sombra contra la contra de la suerte, sus bigotazos “de manubrio de bicicleta” como le decíamos bromeando, su bonachona mirada azul plenas de montañas de su tierra natal.
Así que apenas salido en su recorrer, El Mincho no podía con su genio y volvía a su viejo barrio “del Jazmín” no a vender demasiado pero sí a charlar conmigo, que había desertado de la obligada siesta, y lo esperaba bajo el más bello y coposo paraíso de mi pueblo.
Mi amigo debía competir con la pujante heladería de don Gimmo Callegari quien había confiado a Albertito Nocino o a algunos de los tantos hermanos Correa su propio carrito todo pintado de blanco, tirado por un caballo del mismo color.
Sentado en la gramilla profusa, en ese detenido sopor de la siesta, yo miraba pasar las nubes entre las pocas ramas ralas que me dejaba el paraíso, escuchando el canto estridente de las pirinchas, y aún el canto armonioso de alguna corbatita, de un mixto o un federal.
“El Mincho” llegaba con su carrito amarillo, zangoloteando los dos inmensos tarros de aluminio o de acero, no sé bien, con el hielo picado y su sal, para conservar los preciados helados.
-Tenés guita, me preguntaba.
Y yo que a veces había podido juntar de alguna propina que me daban las vecinas por algún mandado (doña Luisa Aimetti, doña Rosa Campos) esa breve, esquiva y preciada moneda, o su equivalente, el exiguo billetito verdoso de cincuenta centavos se le extendía a cambio de un riquísimo helado con sus tapitas que guardaban la crema o el chocolate que hacían mi delicia. Entonces, él sacaba otro para él y empezábamos a gustarlos mientras conversábamos con toda parsimonia de fútbol, equipos, o de películas cortadas que veíamos en la matinée del cine La Perla.
Si yo no tenía una triste moneda –que era lo más probable- mi amigo sacaba lo mismo su helado, lo partía equitativamente y en gozosa fraternidad lo hacíamos desaparecer en nuestras respectivas bocas.
Don Miguel le descontaría por las noches estos helados que El Mincho “sustraía” con generosidad y tal vez profusión.
Un día lleno de moscas zumbadoras, mientras estábamos conversando animadamente tal vez de un próximo clásico, el caballejo estaba espantándose las moscas a coletazos y pisotones, cuando uno de éstos cayó sobre mi pie desnudo, como los tenía casi todo el verano.
Ahogué el grito que me produjo el dolor de esa pata llena de verrugas y mugres sobre mi propio pie indefenso, porque si mi viejo despertaba de la siesta el castigo podía ser peor que el pisotón de un caballo.
“El Mincho, con la seguridad que otorgan el ser dos o tres años mayor no se inmutó. Sacó presto un puñado de hielo y sal y me lo puso sobre el pie herido.
Mi madre, como siempre guardó el secreto, luego de hacerme curaciones con alcohol puro, en un descuido de mi viejo, por suerte siempre en babia, o en sus lucubraciones misteriosas. Sé que fui un hombre, que no grité porque así me lo pedían los numerosos varones de mi familia paterna, el Kelo en primer lugar.
A veces pienso que será de la vida de mi viejo amigo “El Mincho” (el origen de su sobrenombre, que me confió, nunca saldrá de mis labios porque tiene algunas connotaciones vergonzantes).
Lo veo poco cuando voy a mi pueblo, tal vez, ni recuerde su primer trabajo, en el establecimiento de don Miguel, Esto fue antes que comenzara a aprender el oficio de carpintero, que llegó a dominar muy bien.
A veces pienso también qué habrá pasado con aquel numerosísimo ejército de mariposas, con esos cuises que sin piedad cascoteamos y qué con ese casal de horneritos que por piedad no matamos, ya que al verlos tan hacendosos ablandaba nuestros crueles corazoncitos de cazadores. ¡Pobre del que se atreviera a matar alguno! Merecía el desprecio de la barra toda.
En aquellas siestas el mundo se detenía y nosotros con él, porque todo estaba tan lejos y para todo había tiempo, hasta para mi amigo “El Mincho” se olvidara de la competencia, que andaría sacándole los clientes por la otra punta del pueblo.
Pienso en ese viejo paraíso, el primero de una larga hilera que comenzaba en el límite del terreno de mi casa y seguía por la vereda de don Clemente Gerlo, a quien no le dejamos fruta sin robar.
Pienso que lo habrá desgajado una tormenta con su violencia, o fueron simplemente los años que lo pueden todo, o tal vez alguna comisión comunal que como sabemos odia a los árboles con bastante fruición.
Bajo esa sombra propicia nos resguardábamos de la miseria del mundo, de las lluvias y de los soles más brutos que se abatían sobre esa zona de la pampa, tan gringa.
Estaba todo tan lejos, más lejos aún que propio recuerdo que lo único que se acerca hoy es mi más pura amistad para con “El Mincho”, mi amigo que hizo de improvisado enfermero de esa intensa canícula , bajo el mejor paraíso del pueblo.








DÉJAME CON MIS SUEÑOS.*



Déjame con mis sueños
y mis cosas ocultas,
mis misterios.
Tómate la libertad
de forjarte otros recuerdos.
¿Por qué no acabas de entender
que después de ti y de mí
la vida sigue?
y si se acaba
siempre habrá alguien para contarla.



*De Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu







VACÍO*



Se abalanza sobre mí
Y en el recorrido de su caída mortal
Yo espero,
Aguardo,
Impaciente
Por sentir su peso en la garganta.

Los segundos que transcurren
Parecen horas.

Mis lágrimas brotan
Y son arrastradas por el viento del invierno.

Tengo fe de que,
Cual semillas,
Caerán al suelo de primavera
Y germinarán, dando la vida
Que ahora me es arrebatada.

Su golpe seco corta
Los conductos que me dan vida,
Mi cabeza,
Confusa,
Acongojada,
Rueda por el empedrado de la plaza,
Viendo inmutable la burla
Y el bochorno de todos.

¡Mi hija me ha matado!
Exclama mi alma
Sin aliento.

La guillotina que he construido
Con precisión de artista
Me ha quitado la vida.

Mi cabeza deja de rodar.
El carpintero ha muerto.


*de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba






OCTAVA MORADA*



I


Una lluvia de cenizas
Surgida de mi propio volcán
Neutraliza mi contorno
Y me convierte transparente.
Existo como conjuro de respuestas
De los que se pierden
En sí mismos.
No importa donde yace mi presencia,
No importa si soy
O me evado,
Importa que al abrir la puerta
El que busca
Encuentre mi sonrisa.
Así dejé de ser algo viviente,
Alguien que puede sufrir
Sin rendir cuentas…
Soy un oasis en medio del desierto
Deshumanizado y sin alma
Que da de beber
Al peregrino que pasa.



II

El camino agita impaciencias,
Tarda el amanecer esperado.
Quisiera anular todos los relojes,
Detener lo determinado
Por quien decide los sucesos.
¿Alteramos las órdenes del Supremo?
¿Olvidamos ver la luz
Que iba a su encuentro?
Somos los entes descarriados
Que al recibir la libertad
Erraron la senda.



*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar





Mareo*



Estoy mareado por este subir y bajar interminable de la humanidad. Repetitivo y cambiante. Todo acaba en la guerra. Rueda, caza y guerra. Invasión persa, invasión turca, invasión china. Pirámides, huida y Jericó. Filósofos, juegos y guerras púnicas. Atila, huestes romanas, 100 años, mundial, civil, de guerrillas…

Quizás precisemos una guerra que acabe con toda las guerras.

Y todo esto me marea. Este sube y baja incesante de muerte, odio, dominación, confrontación y pausa. ¿Dónde estará la escopolamina que cure este mareo?



*de Joan Mateu joan@cimat.es





Sol*



tiene un sol
más bien es poseedor de un sol
un sol le pertenece
órgano el sol de sus voces
suyas
sale a tomar el sol de sus voces
el solitario sale a tomar el sol de sus voces



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar






De vuelta a casa*



Cuando abrí la puerta

comenzaron a mover sus alas.

Estaban posadas en todos los muebles.

En especial en las paredes de la cocina.

Mi lugar preferido, el más cálido.
En un abrazo de mil colores

revoloteaban a mi alrededor.

La casa me saludaba con mariposas.

Algarabía de alas, amor colorido.

Yo volvía del infierno

y ella, mi amado refugio, se alegraba.
Me senté, extasiada, mirando como,

en rápido vuelo, el bullicio de colores
se alejaba por la puerta abierta.

No quise saber por donde entraron.

Tres meses hace que dejé mi casa.
Tres meses en loca pelea

con la vieja huesuda que se sonreía

en desdentada alegría de llevarme.
Pero no pudo. Mi corazón gritó ¡No!
Me daba chance de ¿cuántos años?
No lo sé, no importa, seguiré
contando mariposas y estrellas,
mirando crecer mis nietos,
comiendo chocolates,
y regando mis malvones.


*de Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar






MARAVILLA*

a José Luis Fariñas


No hacía caso al principio a sus molestias en el oído. Pero al fin fueron tantas que acudió al especialista. Éste, tras un concienzudo examen, pidió hablar con alguien de la familia. Como los padres ya no estaban en este mundo, había ido a acompañarla el vecino.

“Se le ha colado una semilla en el oído”... La cosa se complicaba, al parecer la semilla se había adherido de modo tal a su oído interno que no era posible extirparla sin acudir a una cirugía, en cuyo caso corría el peligro de quedar sorda. Era mejor mantener una estricta observación.

En casa, tras descubrir que echando dos gotitas de agua hervida cada seis horas, sentía cierto alivio, comenzó a recordar cómo aquella semilla había llegado a su oreja: hacía diez años, la abuelita del vecino les había dicho que si colocaban una semilla de Maravilla debajo de su almohada y le decían “Maravilla, Maravilla, revélame tus secretos”, les sería revelado en sueños el rostro de su alma gemela. Nada ocurrió, salvo que a la mañana siguiente no encontró la semillita por ninguna parte. Fue a comentarle al vecino y él le dijo que había preferido plantar la semilla...

En la próxima consulta le dijeron que la semilla al parecer se había caído sola, pues no se veía por ninguna parte. Pero a la semana comenzaron los picores, primero detrás de la oreja, luego por toda la cabeza. Se rascaba hasta que los brazos no le daban más, el vecino venía entonces para ayudarla a cepillarse los cabellos, hasta dejarla dormida.

Un amanecer vio el primer brote asomando detrás de la oreja. A la semana tenía tres flores. Poco a poco fueron emergiendo las demás. El vecino palmeó emocionado ante el espectáculo y la invitó a merendar helado de vanilla.

Nunca podrá librarse de sus enredaderas, la Maravilla mientras más se poda, más se obstina en crecer; pero si las acomoda se ven muy hermosas, mezclándose con sus cabellos color miel. Cuando se peina ante el espejo, juega a adivinar como serán los hijos que tendrá con el vecino, y se pregunta si heredarán su capacidad de germinación.

Es feliz: mientras otras mujeres tienen que adornarse el pelo, a ella le brotan Maravillas.





*de Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.







HORÓSCOPO DE MIEDO*


"¡Y que buena es la tierra de mi huerto!:
hace un olor a madre que enamora."
MIGUEL HERNÁNDEZ


¡Madre! ¡Juro que no elegí!
No elegí, ser la ráfaga vital de tu horóscopo de miedo
No elegí este misterio arcaico. Emboscado. Grotesco.
No elegí ser animal, pradera, dios, hombre, bestia.
Juro que no elegí las huellas dactilares de arena.
Esa fábula de escondido deseo.
Quisiera recordar.
Saber como era cuando aun no era.
Recordar si tus dedos
No fueron, ay, tan macabros y tristes tristes.
Madre pradera rosa, no elegí profanar tu isla de pasión.
Como habrás lamentado la marca del amor paralela al olvido.
Madre valle profundo, como amabas,
Ah, como amabas salvajemente ese amor mentira.
Se, que hubieras podido vivir, sin pan, sin agua. Sin fuego.
No sin el aire que él te respiraba.
Inadvertidamente fui tallando tu vientre.
Juro que no quise romper el triángulo de plata.
El temor, el espanto, la discordia.
Quise anudar en mi cuello la serpiente y la lumbre.
Te consta madre espina mariposa, se que te consta.
Intenté cerrar las llaves y el conjuro.
Casi lo logro.
No obstante no pude evitar este vital retorno.
Madre plural impar único dios.
Ríes madre leche. Pero sé que lloras.
Lagrimas agua gracia. Gracias.
Vida. Vida.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








NOMBRES Y VIAJES*



*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



Hay anécdotas, situaciones, palabras que expresan un momento y por alguna razón uno las recuerda siempre.
Hay amaneceres y crepúsculos, hay noche con grillos chilladores y con sapos que persiguen escarabajos aburridos a la luz mortecina y esquinera. Débil lamparita que daba lástima en la noche cerrada de los pueblos solitarios de entonces.
Y hay nombres. Nombres que tal vez hoy no digan nada a nadie o a pocos o -lo que más importante-sólo a mí.
Si yo digo por ejemplo Flaivani, Contreras, Castillo, Torres, Vera, Montesi, Montaldo, Peñaloza, Cella (a quien llamaban “Los Chelitas”), Giglio, Galo, Ibarra, Correa, Spìna, Balquinta, Mansilla, Zinni, Fusco, Nocino, Di Benedetto, y tantos otros que fueron devorados por la boca sin fondo del olvido, y, que me empecino en tirar de sus hilachas para traer al presente escurridizo tanta vida humilde pero no exenta de su importancia que puede ser vista en un momento antes de que el óxido arreciara sobre ella.
Sin embargo hay un largo camino polvoriento que se pierde entre kilómetros de sembrados a cada costado los alambrados que sostienen las lechuzas curiosas.
Ese camino lo transitamos con mi padre, ambos en el sulky de mi abuela, atado a él ese matungo que se llamaba “Picaso”. Nunca supe que fue de él, en qué campos blanquearon sus últimos huesos, en que frigorífico terminó esa carne cansada, hecha a los más duros trajines del trabajo rural. Hasta que devino en caballo manso y sólo apto para el sulky, una jardinera, o, eventualmente un charret si mi familia hubiese sido empecinada al extremo de gastar esos lujosos carruajes, hechos a otros gustos y sobre todo ingresos monetarios de los que nosotros, obviamente, estábamos exentos. Aunque pensándolo bien, mi familia –arrendataria, semianalfabeta casi toda –muy poco podría aspirar-, salvo a esa dignidad austera que venía del trabajo y que era a la postre, todo su capital.
Con esto quiero decir que un sulky, una jardinera o un pequeño carro era señal suficiente para que nos sintiéramos realmente importantes.
A nosotros, ni para eso nos daba el cuero. Pero mi viejo no se preocupaba porque siempre había alguien cercano que tenía un vehículo a tracción a sangre como llamaba el periodismo de entonces.
Cuando mi abuela y mis tíos se mudaron a Rosario, en el barrio había quien suministraba un carro con su correspondiente caballo lento, inmune al látigo en su cuero curtido. El “Pelado” Míguez y don “Manolo” Gómez, por ejemplo.
Mi padre le pedía a uno u otro, y en esa solidaridad de vecinos nunca se negaban.
Entonces mi padre me subía y me sentaba en esa tabla dura que fungía de asiento y luego de treparse él pisando un estribo de hierro me ordenaba tomarme con una mano de una baranda del carro y emprendíamos el camino hacia el campo.
¡Qué hermoso se veía todo desde allí arriba!
Le perspectiva cambiaba radicalmente para mis pocos años. Primero las propias calles ya solitarias ya abigarradas de vehículos según la hora. Como las casas y los árboles y la propia gente iban pasando con lentitud al costado de mis ojos que no se apartaban un ápice del lomo del caballo, que visto desde esa altura, perecía más pequeño.
Esto, hasta que alcanzábamos la últimas calles del pueblo, entrábamos en esas estribaciones donde el pueblo se diluía en campo a través de sus primeras quintas de sus terrenos amplios y a veces sin tejido y sin alambrar.
¿Por qué realizaba mi padre estos muy esporádicos paseos y por qué me llevaba a mí –tan chico- es un verdadero misterio?
Fue su manera un poco primitiva de hacer relaciones públicas, siendo tan intolerante como era.
Elegía muy bien a esos chacareros buenazos a quienes les concedía esa prenda de amistad como era molestarse en pedir un vehículo prestado e iniciar esas excursiones. Era la poca gente con la que se sentía bien. Los D`Allosta`, los Cicarelli y sobre todo los Clérici., en cuyas pequeñas chacras había trabajado desde muy joven.
Aprovechaba estas visitas, de mates, cuando no de asados, y solicitar permiso para tirar en esos campos unos “tiros a las perdices”. Eufemismo que usaba para pedir lugar para cazar. Luego también mataba liebres o patos, si la ocasión daba y todo terminaba en la olla grande donde mi madre podía hacer maravillas con esa carne que nos dejaba su olor a salvaje fácilmente.
A veces volvíamos de esos paseos con algunas bolsas de blancos y fragantes marlos que irían a engrosar la pequeña troja que mi padre año a año construía de cañas en el gallinero.
Otras veces era invitado a “cuncuñar” maíz. Una palabra cuyo origen no pude averiguar y que me preocupa bastante. Remitía al acto de recoger maíz en los rastrojos donde ya había sido levantada la cosecha. Yo lo entiendo en el sentido de “repasar” el rastrojo para recoger las pocas espigas olvidadas en las plantas, que en general respondía a los terrenos bajos, donde la planta se caía y podía pasar desapercibida al “juntador”.
De todos modos la “cuncuñada” podía reportar alguna bolsa chica que iba a engrosar a la pequeña troja donde se guardaba para darle de comer a las gallinas. En un cajón de manzanas se atravesaba una planchuela de hierro y se raspaba la espiga contra ella sentándose “el desgranador” con una silla o banquito donde el cajón de marras se pudiera meter entre las piernas.
Al atardecer volvíamos felices; aunque mi padre siempre silencioso y al entrar por la última calle del pueblo, luego de atravesar el paso a nivel alto veíamos aquella casa donde vivía esa mujer hermosa: ¿Y usted Elba Miglio adonde se fue con su cabello que era una llamarada ardiendo en la soberana abulia del pueblo?





*


Sobre el muro de la memoria tacho tu nombre hoy,
Cierro mi mente a tu recuerdo para no volver tras mis pasos.
Para no escucharte en los gritos sordos que me atormentan,
Para dejar de mirar con los ojos nublados el futuro al revés
Para por fin salir del eterno ensueño
y alejar de mis manos lo que alguna vez fue cuerpo.



*de Freyja freyja_walkyrien@hotmail.com





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