jueves, enero 13, 2011
AÚN CUANDO FALTEN PÉTALOS BRUMOSOS...
*Ilustración: Ray Respall Rojas.
Piensa en mí*
Piensa en mí
aún cuando a la rosa le falten pétalos brumosos,
aún cuando a tu ave se le duerma el trinar.
Piensa en mí,
como recuerdas aquel otoño oscuro
en que dormiste entre árboles inmensos,
cubierta de musgo.
llena de fosforescencias lunares,
única...
Vine,
como vinieron a llamar a tu cabaña
un mago que no duerme,
o la escoba solitaria desde que murió su bruja.
Y me iré, como se va tu risa tras el mar de plumas
que devuelve tu eco
infantil.
Piensa en mí,
allá en el norte de tu collar de perlas,
habré de posar mi hogar...
*De Yordán Rey Oliva
La Habana, Cuba
PENSANDO EN TI*
Quiero escribirte tantas cosas y no encuentro las palabras...
Hablarte de los olores que trae la brisa,
De las notas que lleva en sus alas
Y de nuestro abrazo,
Ese abrazo que hace reales las quimeras.
Mas no puedo, no hallo, no me alcanzan las palabras
Para decirte que sin ti no hay ciudad,
Ni árboles, ni ventana… solo lejanía.
Y el eco de perlas rotas, de pasos ilusorios,
Ese abrir la puerta y ese silencio amargo.
¿Cómo hablarte si las hojas callan?
Si no hay más que soledades a mi alcance,
Los muros son distancia, los sueños naufragio,
Las flores solo exhalan aromas de nostalgia,
El viento no trae melodías de pianos robados al oleaje…
Porque sin tus brazos ciñendo mi cintura,
Sin tu voz en mis oídos,
Sin tu mejilla junto a la mía
Contemplando como se oculta el sol tras los tejados,
No sirven, no son nada las palabras.
*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana, Cuba
La extraña flor*
En el fondo del mar habitaba un pez muy viejo; y dentro de su corazón, había un estanque de agua dulce en el que crecía una flor. Ni el propio pez podía entender que precisamente él, que vivía rodeado de agua salada, pudiera contener aquella agua dulce dentro de su ser, y para colmo, que creciera una flor en él, la más bella flor que se hubiese visto nunca.
Casi nadie sabía de aquello, a casi nadie se lo había contado, no valía la pena: no le creerían. Lo primero que se cuestionarían los juiciosos sería la posibilidad de que hubiese agua dulce en el corazón de un pez: no es posible vivir en el mar sin acabar por ser salado; lo segundo sería que hubiese una flor dentro de él: el corazón de un pez es demasiado pequeño para que le pueda nacer algo tan bello; y lo último sería que la flor se mantuviese viva por tantos años cuando no recibía ni oxígeno ni nutrientes de los cuales alimentarse. Nadie - o casi nadie - comprendería el milagro, ni la tozudez de la flor ni la suerte del viejo pez.
A veces sentía un peso muy grande en su corazón, pensaba que le iba a estallar, porque toda aquella agua y la flor ocupaban casi todo su ser. Y hubo una época en que deseó que el estanque se vaciara, que la flor muriera para poder aligerar el peso que llevaba dentro. Sólo que a un pez le es muy difícil arrancar por sí mismo algo que lleva en las entrañas; no en vano aparecen tantos tiburones y ballenas con todo tipo de objeto en su vientre, pero este no era el caso: su flor valía una fortuna y él llegó a comprenderlo. Decidió entonces cuidarla, mimarla, desde fuera, claro está, porque ni siquiera podía tocarla. Trataba de alimentarse sólo de aquello que sabía que sería vital para ella, evitaba lo que pudiera perjudicarla, se rodeaba de las cosas que pudieran gustarle con la ilusión de que ella las percibiera y las disfrutara a través de su alma.
Un día una malvada perla descubrió la presencia de algo que podía ser su rival: nada en el fondo del mar puede ser más preciado ni más importante que una perla. Ella no tenía la certeza de que aquella flor estuviese realmente viva, pero quiso asegurarse de que nunca le robase su lugar en el fondo marino. Sólo que le era muy difícil descubrir cuánta fuerza podría tener aquella flor, y mucho más aún, arrancarla de las entrañas del pez. Y el pez, que había aprendido a defender con todas sus fuerzas su espacio y su territorio, evitaba todo enfrentamiento que pudiese dañar el encanto y el amor que llevaba dentro.
¡Pero es tan difícil para un pez preservarse siempre del resto de los habitantes del mar! Tuvo que aprender a tratar con todos sin que nadie descubriera la verdad, tuvo que fingir que era igual al resto de su especie. El sabía que llevaba dentro un tesoro, aunque su flor no fuera trasplantable; sabía perfectamente que nadie más podría alimentarla con la misma persistencia ni con la misma ternura, que nadie más la cuidaría con el mismo afán y con el mismo mimo.
Y dejó que la flor viviera para siempre en su corazón, aunque poco a poco le fuera absorbiendo toda su sangre, aunque quedara seco por dentro, aunque sus raíces acabaran por salir de su cuerpo denunciando su presencia. Estaba dispuesto a todo con tal de defender su milagro, porque en su mundo salado, profundo y oscuro, llevar algo dulce y bello dentro, no podía ser menos que un milagro.
*De Viola Cárdenas Ruiz. vcr1961@yahoo.com
La Habana, Cuba
*
hojas como en germen de otra lápida de piedra entre las torres mínimas de arena malvenida en el océano austral de algún silencio torpe o tempestad en candelabro cocido al alma en el alpiste de entre guiones o puros de belleza en el oleaje mínimo del sol que ha dado vuelta en semicírculo la arena entre las piedras áridas del norte en la hojalata divididas desde mí como entre puntas acuosas de los senos móviles en el alma tan pura del entierro caoba de los muertos que titilan palmo a palmo al asumir la voz
(lo puro de la voz) en la nostalgia
*de Liliana Celiz. lilianamariaceliz@yahoo.com.ar
La hija de la aurora*
*Por Marcelo Figueras
En el principio, cuando Luth todavía era Luth, la tripulación toda tenía la misma edad. (Entre otras calificaciones, habían sido elegidos precisamente por su edad. La selección era rigurosa a este respecto.) Pero a uno se lo eximió de la norma: se apartaría de ella de a poco, como quien se desangra.
En su condición de líder de la expedición, Weh, el Oficial Político, envejecería a solas durante el viaje: según la Compañía, aquel a quien se le concedía poder debía pagar por el privilegio. Mientras tanto los tripulantes dormirían un sueño profundo, preservando su lozanía. Fue así que los viajeros se despidieron de un Weh aún fresco, graduado con honores de la Academia; la obsesión que lo había impulsado todavía quemaba en sus ojos.
Sin embargo el Weh que los volvió a la vida, en la inminencia de su destino (Mak vio la nube roja que envolvía el planeta y dijo: "Esto no es lo que soñé"), ya no era aquel joven sino un viejo de melena gris, a quien el espacio había forjado en su silencio.
A lo largo de la travesía, la nave reanimó a Weh a intervalos regulares. Una vez en funciones corregía curso (se dirigían a una sistema de una única estrella, lo cual constituía una novedad) y efectuaba tareas de mantenimiento. Después realizaba amniocentesis, tantas como tripulantes. A excepción de Weh dormían sin interrupciones, flotando en una sopa orgánica; cualquier alteración de ese líquido habría sido alarmante. Al finalizar Weh se arrastraba a su nicho, en pos de la pequeña muerte del sueño. La
obligación de tolerarlo todo en soledad consumía el grueso de su energía.
Durante aquellos episodios de lucidez, el tiempo golpeaba además con la fuerza contenida durante la espera.
Apenas llegados Mak, el Oficial Científico, tomó mediciones del planeta. Su atmósfera era tóxica: metano, amoníaco, gases ricos en hidrógeno. Mak propuso sembrar cianobacterias en el océano de color cobre. Se alimentarían de las moléculas de agua, liberando el oxígeno necesario. Weh dio su beneplácito. Aun así sugirió que Luth permaneciese en la nave madre. El planeta estaba lejos de ser acogedor: la visibilidad era nula a causa de la niebla y los relámpagos. Los volcanes representaban un peligro aparte,
producían vapores que devorarían los trajes y quemarían la piel. Pero Luth pidió que se le permitiese cumplir con su deber. Como segundo Oficial Científico, le correspondía llevar la bitácora de la expedición. ¿De qué serviría su presencia si no registraba las minucias del proceso?
La siembra fue exitosa. El planeta comenzó a oxidarse de inmediato.
Mientras aguardaba la culminación del ciclo (el cielo empezó a despejarse, una masa terrestre emergió de las aguas; con el tiempo se preguntaría si no había sido un presagio), Luth experimentó los primeros síntomas de la transformación. Tardó en reconocerlos porque no los esperaba. En teoría faltaba mucho para su próximo cambio, que sólo debía ocurrir después de finalizada la tarea, cuando ya hubiese regresado a casa -tal como había sido previsto para la tripulación entera-. No obstante la evidencia resultaba incuestionable. Sus formas perdieron angulosidad, su voz se volvió melodiosa, la palidez habitual se convirtió en fulgor.
Mak fue el primero en advertirlo.
"Ya no eres Luth", le dijo. "Ahora eres Luth-i."
La metamorfosis perturbó a la tripulación. ¿Cómo era posible que hubiese ocurrido, a pesar de los recaudos de la Compañía? ¿Acaso había mentido Luth, ahora Luth-i, sobre la fecha de su nacimiento? Luth-i rechazó la acusación por injuriosa, pero los demás no oían otra cosa que su pánico. ¿Qué
ocurriría si ellos también resultaban afectados y las transformaciones se sucedían: si Weh devenía Weh-i, y Mak se tornaba Mak-i, y?
Weh atribuyó el fenómeno a los vapores hidroclóricos. Debían haberse filtrado dentro del traje durante una visita a la atmósfera enrarecida (Weh no se privó de recordarlo, había alertado sobre el riesgo) y obrado sobre el metabolismo de Luth. En cualquier caso lo relevante eran las consecuencias
del asunto. Para no interferir con la misión pendiente, Luth-i debía mantenerse apartada de sus compañeros: preservarlos de su perfume, de la música con que ahora se expresaba, de su cuerpo transformado por el imperativo de engendrar vida.
Fue así que le ordenó que permaneciese en la nave, observando cuarentena.
Con un poco de suerte la metamorfosis sería breve: al no recibir semilla su ciclo se acortaría, entonces volvería a ser Luth. Pero Luth-i pidió permiso para cumplir con su trabajo. Ahora que la atmósfera era respirable podía observar in situ la evolución del planeta; de ese modo se mantendría, a la vez, a prudente distancia de los suyos.
La reacción de Weh fue negarle el permiso, pero Mak intercedió. Para convencerlo exhibió muestras tomadas sobre el terreno. La vida se desarrollaba a velocidad extrema. (Un efecto del ritmo con que el planeta giraba, día y noche en un abrir y cerrar de ojos.) En la atmósfera nueva los organismos se habían diversificado, preservando el equilibrio: algunos liberaban oxígeno para vivir, mientras que otros lo consumían. Weh accedió al fin, recordándole a Luth-i que no debía interferir con las especies. Los
protocolos establecían este principio con fuerza de ley.
Pero en la rara y ahora límpida atmósfera, Luth-i experimentó emociones nuevas.
Las criaturas que allí medraban vivían vidas brevísimas, como chispazos.
"Bocetos, intentonas de dar con un camino hacia formas como las nuestras", le dijo a Mak durante un encuentro clandestino.
En la abundancia de oxígeno, y bajo luz de su única estrella, la energía de que disponía la vida se había potenciado. Las aguas bullían, su azul flamante permitía ver hondo. Luth-i advirtió la existencia de filamentos verdes, de individuos gelatinosos, de ejemplares protegidos por corazas calcáreas. Un predador de cuerpo tubular forzó a muchas criaturas al exilio.
Una vez habituadas a tierra firme, se desplazaron reptando. Pronto aprendieron a saltar. No tardaron en encontrar otro atajo hacia la especie de Luth-i: desarrollaron alas, adueñándose de un espacio que hasta entonces permanecía vacío. Volaban por encima de los bosques, serpeaban entre montañas a lomo de las corrientes, flotaban en el aire fétido de los pantanos.
El planeta respondía al estímulo con imaginación. Ninguna forma le era inválida, ningún recurso cuestionable, ningún tamaño inconveniente. Algunas criaturas eran visibles bajo cristal magnificador. Otras sacudían la tierra con sus pasos. En su compañía Luth-i conoció colores insospechados. Le gustaba reflejarlos sobre su piel, lustrosa por obra del deseo. Ciertas especies mudaban de acuerdo al entorno. Ante Luth-i se volvían plateadas, espejo contra espejo. Se le ocurrió que no tardarían en imitar otros de sus rasgos. ¿Era una conclusión científica, o tan sólo expresión de su necesidad?
Por fortuna Mak la visitaba con frecuencia. Lo hacía a escondidas, para no desafiar la ira de Weh. Se habían comprometido a no seducirse. Mak no quería agregar más tribulaciones a Luth-i, que estaba viviendo como paria. Y aunque el vacío de su vientre le producía dolor -magnificado, quizás, por la
prodigalidad de la vida en aquel mundo-, Luth-i procuraba evitar el albur de la concepción. ¿Qué sería de un vástago suyo a tanta distancia de casa? ¿Y cómo lo llevaría de regreso? Todos los nichos estaban ocupados por sus compañeros. Uno de ellos debía morir para cederle su lugar. De otro modo su hijo -había soñado con él la vida entera: lo llamaría Lill- se vería forzado a envejecer durante el viaje.
Mak y Luth-i se limitaban a conversar entre susurros. Luth-i le contaba de sus asombros: de la porfía de la naturaleza, de las criaturas que ya no precisaban de huevos para reproducirse. Ahora emergían del cuerpo de sus madres, húmedas de limo. A diferencia de los visitantes, algunas de ellas nacían hembras -y permanecían así para siempre-. A su vez Mak refería los avances de su empresa. De seguir a ese paso, el planeta no tardaría en tornarse del todo habitable. En su entusiasmo había enviado informe de sus
progresos a la Compañía, ganándose el enojo de Weh. Según Weh toda comunicación debía pasar por sus manos. ¿Qué habría conseguido, por ejemplo, si hubiese sido indiscreto respecto del percance de Luth-i? Preocupar en vano a los funcionarios de la Compañía, propiciar decisiones apresuradas -por ejemplo el envío de una segunda misión-.
"Cuando confesé que ya había una en camino, Weh se llamó a silencio", dijo Mak. Desde entonces no había vuelto a dirigirle la palabra.
Luth-i sugirió que le diese tiempo. Como buen Oficial Político, Weh era celoso de su posición. Tan severo para todo, que no había dejado de visitarla un solo día. Como lo sabía apegado a los protocolos, Luth-i
informaba de su condición inalterada a través de la rejilla, sin permitirle acceso a su recámara. Weh la había tentado más de una vez, sugiriéndole que no era un simple tripulante sino el responsable de su bienestar. Pero Luth-i eludió la trampa.
El tiempo obró al fin, aunque no como bálsamo. La segunda nave no consumó el relevo, tan sólo dio cumplimiento a su propio, fatídico destino. A poco de su llegada se averió, quedando librada a la gravedad del planeta. La vieron caer sin remedio. Girar en espiral, abrasándose. Oyeron gritar a sus hombres hasta el último instante. Después sobrevino el estallido y ya no oyeron más.
Hubo llanto y desesperación pero escaso tiempo para el duelo. El planeta reaccionó ante el impacto, generando lluvias ácidas y nubes de un polvo que se negaba a asentarse. Para desmayo de Luth-i, las criaturas más grandes se extinguieron. Enfundada en su traje, vagó por paisajes cubiertos de osamentas. Al tañirlas, los vientos producían una música que nunca había oído.
Mak se sentía responsable del desastre. Luth-i trató de llamarlo a la cordura, pero entonces la desgracia golpeó una vez más. Un descenso en la radiación de la estrella impidió que el planeta retuviese gases. Al bajar la temperatura, los hielos se adueñaron de la superficie. El globo adquirió una palidez en la que Luth-i se desvanecía, invisible en su reflejo. Hubo más especies desaparecidas, sin embargo Luth-i se cuidó de llorar en presencia de Mak.
Weh no fue tan delicado. Le hizo saber que el contratiempo era obra de su negligencia. Mak arguyó que alguien había manipulado sus instrumentos, pero Weh no le creyó. Dijo que no lo destituía tan sólo porque Luth-i no estaba en condiciones de reemplazarlo. A continuación lo llamó a salir de su estupor. Era imperioso revertir la situación: el planeta helado se había vuelto inhóspito, estaban más lejos que antes de sus objetivos.
Mak retornó a sus instrumentos. Produjo perforaciones, la entraña del planeta liberó calor. Se derritieron los hielos, arreciaron los huracanes, la tierra se abrió en gajos que boyaron sobre las aguas.
Al secarse sus ramas, las criaturas que moraban en los árboles bajaron al suelo. Se adaptaron con celeridad, modificando los huesos de la pelvis para andar sobre dos patas. Pero ahora las hembras parían de forma prematura.
Escupían criaturas lampiñas que morían de inmediato. Hasta que los machos intervinieron, con inventiva digna de su medio. Durante la indefensión que sucedía al parto, protegieron con celo a madres y cachorros: les daban calor, cobijo y alimento hasta que lograban valerse solos. Criada por un progenitor único, como toda su gente, Luth-i observó el proceso con un respeto nuevo. Le sugería una forma de entrega que nunca había considerado; una alianza verdadera.
A esa altura ya había empezado a ponerles nombre. Al primer cachorro que sobrevivió lo llamó Dam. Era casi negro, su negativo perfecto; cuando sonreía se le parecía como gota de agua. Podría haber pasado perfectamente por su hijo -su hijo desprovisto de alas-.
Pero algo le quitaba el sueño: las dificultades de la manada para prosperar en tierra baldía.
Cuando le comunicó su intención secreta, Mak no protestó. Lejos de ello, se avino a colaborar con sus planes. Trasladaron a unos cuantos -Dam incluido, era uno de los más pequeños del grupo- a una región verde, de aguas dulces y árboles frutales.
Al dejarlos allí, Mak vio en derredor y dijo: "Esto es lo que soñé durante el viaje. Estos colores, estas criaturas".
Luth-i no se resistió a su beso.
Ya había regresado a su recámara cuando oyó el revuelo. Le dijeron que Weh había arrestado a Mak por contravenir los protocolos de la Compañía. La acusación era grave: Mak había alterado el orden natural, salvando a una especie de la extinción que era su destino. Sería ajusticiado después del juicio sumario.
Esa vez, cuando golpeó a su puerta como de costumbre, Luth-i dejó pasar a Weh. Tampoco objetó sus avances. En el abrazo le pidió un favor: que librase a Mak de la ejecución. Weh argumentó que su muerte era más necesaria que nunca. Había que liberar uno de los nichos de animación suspendida. De otro modo, ¿cómo regresaría a casa el hijo que intentaban concebir?
Luth-i vio a Mak una vez más, Mak lo había solicitado a modo de último deseo. En vano rogó Luth-i para que revelase la verdad: ella había concebido la idea y colaborado en su implementación. Mak dijo que era inútil que muriesen los dos, estaba claro que Weh no condonaría su pena. "Si en verdad me amas, déjame comportarme como esas criaturas y protegerte de un destino injusto", pidió en la despedida.
Las moléculas de Mak llovieron sobre el planeta que ayudó a florecer.
Poco después, mientras Weh dormía, Luth-i abandonó la nave para siempre.
"No volveré a someterme a tu poder", decía el mensaje que dejó para Weh.
"Fuiste tú quien alteró el líquido amniótico durante el viaje, precipitando mi transformación. Fuiste tú quien estropeó la segunda nave, para que nadie interfiriese con tu cometido. Tú manipulaste los instrumentos de Mak, barriendo a las criaturas que eran mi delicia. Tú que hablas de los protocolos pero no reconoces más ley que tu deseo. Tú que urdiste planes en la noche del tiempo para hacerme tuya, sin darme la oportunidad de amarte.
Tú, enfermo de soledad."
Luth-i, que jamás volvió a ser Luth, parió una hembra de cabellera roja.
Lill-i creció como hermana de Dam y luego fue su amante. Cada vez que preguntaba por su padre, sometía a Luth-i a las mismas dudas. A veces Luth-i decía que era un ser autocrático y caprichoso. Otras sostenía que por el contrario, había sido un ser generoso que entregó su vida para protegerlas.
Pero Weh no cesaba de enviar tormentas y terremotos. En sus manos, los instrumentos de Mak sembraban sólo destrucción. Hasta que las criaturas las expulsaron de su compañía, atribuyéndoles sus desgracias. A pesar de que les debían mucho -empezando por el lenguaje, que sus labios multiplicaban en versiones rotas-, nunca habían dejado de temerles.
De tanto en tanto, eludiendo la soledad a que Weh la condenó en su venganza, Luth-i se colaba en una aldea por las noches. Se sentía feliz con poco: viendo trabajar a las criaturas, oliendo sus comidas, oyendo sus historias.
En general repetían las mismas anécdotas: hablaban del sitio abrasador al que no querían regresar, del paraíso perdido, del padre iracundo que moraba en lo alto y del diluvio que les había enviado, blandiendo rayos, por haber acogido a las extrañas en su seno.
A veces la descubrían -su cuerpo la delataba al reflejar las fogatas- y la echaban a piedrazos. Algunas aldeas colgaron amuletos y alzaron tótems para alejarla, o acuñaron conjuros maldiciendo sus nombres, que ni siquiera pronunciaban bien; condicionados por su paladar, los descendientes de Dam decían Lilith en vez de Lill-i.
Pero aun así Luth-i la portadora de luz, aquella a quien llamaban Lucibel o Lucifer, no perdió nunca la fe en los hombres.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/23-160383-2011-01-13.html
El cuento por su autor*
No sé de dónde salió este cuento. Leyéndolo ahora descubro signos de ciertas obsesiones. Algunas son puramente literarias. Cierta ciencia ficción que leía cuando empecé a escribir con regularidad: la Ursula K. Le Guin de La mano izquierda de la oscuridad, novela que me prometo revisitar desde hace treinta años; el Ballard de los paisajes desolados. Otra de mis obsesiones es la religión, esa metástasis de la literatura, y sus temas más preciados: los orígenes míticos, el libre albedrío, la cuestión de la (discutible) caída. La tercera, y al mismo tiempo la más improbable, es la ciencia. O para ser más preciso, la manera en que la investigación de la vida en todas sus formas puede ser leída como una variante de la poesía, e incluso de la épica.
Aunque claro, el cuento también puede ser leído como un capítulo perdido de The Twilight Zone.
El relato tiene algún tiempo (mensurable en meses, acaso en años) pero por algún motivo cuando lo leo me da la sensación de haber sido escrito hace siglos. Tal vez porque su género remite a la práctica inicial de mi vocación. (Todavía recuerdo, con esa mezcla de vergüenza y orgullo que resulta inseparable de la adolescencia, a cierto profesor de Lengua leyendo en clase una narración que yo había escrito a modo de tarea. Pobres mis compañeros. De esa época es también un relato que describía un diluvio contemporáneo, con un sobreviviente que en su busca de tierra firme debía caminar sobre los cuerpos hinchados de los muertos. La experiencia de la dictadura presionaba tanto, que afloraba también en las pesadillas diurnas.)
O tal vez porque el cuento remite a los orígenes de la especie, cuyos traumas todavía no hemos dejado de recrear, ni en el arte ni en las noticias.
Es raro leer un cuento que uno escribió y que parece escrito por otro. Pero raro bien, como diría alguna de mis hijas. Ese otro escritor de este relato parece más libre y más seguro que yo. Como casi todo el mundo, cabría decir.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/160383-51447-2011-01-13.html
14 memorias*
Te esperé en la esquina de Mayo
estaba de pie, transeúnte, transparente
era un peatón con el jean gris, la campera café, los zapatos bourdie
como si fuera un “yo” auspiciado por el entorno
como si no existiera la felicidad en el descontento
como si no hubiera aviones más allá de ese aeropuerto
Esperé en el banco, caminé 3 cuadras,
4 pasos, 9 retrasos, 14 memorias
te esperé en el parque, al lado de la banca
donde te asomabas a verme desprevenido
a saciarme la mente de espantos,
a jugarme el vals del fugitivo
Y ahora quiero contarte cómo es todo acá
del sur al norte, del polo al horizonte
cómo hay calor en el frio, cómo pasan los meses
...cómo pierdo sentido.
Y ahora que quiero decirte al oído
lo que no sabes encontrar en palabras
ahora que quiero gritarte a los ojos
las cursilerías de mis adjetivos
mi pobre tren empedernido
mis estatuillas de verso camufladas en trenes
ahora que quiero que cuentes mis letras
y hagas trencitos de manzanilla con ellas
ahora que quiero verte a los ojos.
¿Dónde se encuentran tus manos entre tanta ciudad,
entre tanta maleza, entre tanta pereza?
¿Dónde estás si no es para decirte princesa?
*De Isaac Varela. varelosqui@gmail.com
Correo:
Bodas de Oro del Asesinato de Pueblos*
Todo aquello que cuentan los pocos viejos que quedan y los nostálgicos de lo que era, pero que nunca vivieron, estaba allí. En ese momento. En esos lugares. En ese tiempo.
Todo estaba al ritmo del desarrollo, en la medida de lo posible, de lo que el terruño y su Pueblo podían dar y recibir.
El Telégrafo estaba, pero ya se iría. El Correo estaba, pero también se iría. Las personas estaban...pero también debería partir.
El Teléfono no estaba, y solo por el esfuerzo de los que quedaban lo tendrían antes del fin del Milenio. El Camino no estaba, pero había un río o un ferrocarril con qué arreglarse.
A alguien le pesaba que aquello funcionara. Algunos millones de tontos justificarían que no les llegue más el agua. Que no les llegue más el correo. Que alguna vez, en un simpático programa de TV, se rasgaran las vestiduras porque mientras ellos hablarían por un diminuto celular, a aquel caserío, la bondadosa colecta de los adolescentes de Recoleta, les alcanzaría para que tuvieran una PC y una conexión satelital que quien sabe quien abonaría los meses siguientes a la donación.
Fue hace 50 años cuando los diarios mentían al son de los "datos de Estado" sobre los transportes en general y sobre el ferrocarril, los puertos, los ríos y las rutas en particular. Fue el momento en que contaban sobre multimillonarios déficits sin brindar dato alguno de para que se gastaba en trenes, barcos o caminos.
La Metrópoli se quejaba al ritmo de los cafés urbanos con un teléfono público junto a la barra, un tranvía en la puerta y un correo frente a la plaza.
Sí, así comenzaron desde la gran ciudad a quejarse de los trenes. Así apoyaron aquellas futuras medidas los medios de las capitales provinciales y hasta de los propios pueblos pequeños.
Solo algunos despertaron cuando el tren no corrió más. Unos despertaron en 1961, otros en 1977 y los últimos en 1993. En el '77 despertaron los productores e indutriales del Paraná y el Uruguay, cuando la Flota Fluvial, los puertos y hasta el dragado mermaron hasta el remate por chatarra de los bienes.
Puede hablarse de los asfaltos masivos y de altísima calidad de antes de los años '60 frente a los pocos de los 35 años siguientes y de su pésima calidad.
Cada telégrafo que se apagó, anuló negocios económicos entre las personas. Cada Correo que se cerró prohibió cartas de amor que jamás encontraron destinatario. Cada tren que ya no llegó, expulsó sueños, dineros y hasta vida de miles de caseríos, poblados y hasta ciudades.
Tantos aplaudieron a Frondizi, Videla, Menem, Alsogaray dos veces, Martínez de Hoz y al no bien conocido Plan de Desarticulación de la Argentina (Más conocido como Plan Nacional de Transporte o PLAN LARKIN), que ni cuando golpearon a sus puertas dejándolos sin trabajo, sea en la ciudad o la metrópoli, alcanzaron a darse cuenta de qué cosa es la que aplaudían.
Sí señores, antes del Otoño de 1961 se iniciaba la desarticulación planificada del Territorio Argentino. 17.000 Km de ferrocarriles cerrados de una vez en 1961; cientos de oficinas de telégrafos en el 77; miles de kilómetros de caminos que no se construyeron entre 1961 y 1993; docenas de servicios fluviales que se aniquilaron antes de 1980, y millones de teléfonos que no se instalaron hasta 1990.
¿Los gremios? ¿Los laburantes? No, solo una coincidencia casuística. Fue un Plan escrito por un General de División de Logística y ejecutado por 30 y pico de años de gobiernos de todo tipo.
-Enero 11 de 2011 -
*de Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
- Ingeniero White - Buenos Aires
*
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