lunes, marzo 14, 2011
EL AVE DE ESPUMA, VOLANDO ESCAPABA...
-Ilustración: Ray Respall Rojas (dibujo a plumilla)
Océano de dos aguas*
Contemplando el mar azul,
La ola moldeó una figura
Que voló hacia mí,
Cual gaviota encantada.
Me pidió mis labios,
Y una sonrisa
Dibujó a lo lejos, con las nubes claras.
Dividí el océano como una manzana...
Puse la alegría en la espuma blanca
Sobre grises aguas reposé mis penas.
La tarde se iba... Sin decirme nada.
Sumergí mis manos en las aguas mansas,
Burbujas oscuras brotaban del fondo,
Tocaban mi rostro, mas no me inmutaba.
El sol y la luna ya se encontraban,
Jugando conmigo entre las dos aguas,
Veía a mi gaviota, como se marchaba...
Tomando una piedra en forma de ala,
La puse en mi pecho,
Y escuché sus voces:
¿Por qué no la amas?
Ahora es un ave que llora en silencio,
Vuela en la noche sin cielo,
Mas es una joven, dormida,
Que sueña encontrarte.
Entregué a la roca,
Un poco de amor del que me quedaba
Mi mirada se perdió a lo lejos...
El ave de espuma, volando escapaba.
*De Mario Quiroga Fernández. jossuexy56@yahoo.com
Ciudad Habana, 12 de septiembre de 1962. Actualmente reside en México. Aficionado a la fotografía. Ha publicado sus cuentos y poemas en revistas internacionales como: “La casa de Asterión” y “Gente con talento”, Colombia; “Poemas en añil”, Argentina, “Mundoculturalhispano”, “Yoescribo” y “Arena y Cal”, España; “Archivo cubano”, Italia; “Somos jóvenes”, Cuba, entre otras. Participa en foros y listas de poesía.
Cuidado con la luna*
Ten Cuidado con La Luna que es Vereda sin esquina
que quiere morder cordón .
Ten Cuidado que se mece sin sustento.
Hace trenzas con mis venas y quebrantos astillados
La luna Remendada con el humo mi voz
Sabe falsear los cerrojos y deshojar con yelmo .
Lloviznar el resuello macizo de tanto encuerar.
La Luna llena esta… de arrastrar y cargar con la cruz.
La luna que no es panal y quiere zumbar.
Con espigas y matas… con beso de almidón
Cuidado con la luna agujerada que
Hincada en las sombras rizadas intenta brillar
Cuidado la luna… que aclara...mis dudas…
*De Ricardo Rosales ricardo_rosales78@hotmail.com
Paisaje de mi calle.*
*Por Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar
Atardece. Mi vecino José Juan cruza por su nieto a la escuela de enfrente y luego vendrá a conversar unos minutos. Hoy con certeza me hablará del terremoto en Japón, del riesgo de una lluvia radioactiva más la guerra del petróleo y las fortunas inhumanas que acumulan futbolistas y famosos. Esas cosas.
La luz se adelgaza en la tarde y desiste de obstinar su brillo. Quizá se repliegue sutil bajo el ocaso hasta volver el día sobre el mundo. Que no cambió es verdad y está en su sitio. Es muy sabia la luz, vale creerle que de medir el universo no justamente pero al menos en millones de tiempos imprecisos, esta esfera vagando el infinito no parece de mucha relevancia. Una porción modesta de universo que ni los más fanáticos en milagros y cielos aciertan en decirnos lo contrario.
Es que acaso habitemos una brizna que el infinito ni percibe y el girar diminuto de este planeta nuestro, por miles de centurias no inquietó ni un segundo al gigantesco espacio. Y a pesar del anuncio que nos vendrán dioses que ‘se la saben todas’, nadie arriesga si la inmortalidad anda cerca del barrio o es lejano infinito, como al fin nos parece.
Ya pasó mi vecino José Juan con su nieto, sonriendo, y prometió decir algo que leyera ‘de las deudas perpetuas de los países pobres’. En verdad, no con ansiedad aguardé su llegada si cuánto bien vendría charlar con algún dios de esos que nos imponen ajustar cuentas a nosotros, seres comunes que respiramos en este sur del mapa y por siempre nos aprietan matones vestidos a la moda que nos envían unos divertidos banqueros. Y José Juan predice que admitiendo por siempre ser deudores de cuentas desprolijas nos evitamos futuros de pólvora y calibre; ‘nosotros tan pobres seres vivos ayudamos al ciclo de quienes siempre cumplen al acreedor fantasma que eternamente cobra, deudas que no sabemos quien contrajo’, redondeó mi vecino. Nos reímos, charlamos otro rato y lo ayudé a salir al comenzar con frases que a él lo divierten demasiado. Son estilos.
Las sombras ya se apropian de la calle abierta y esa penumbra anuncia cierto otoñal encanto. La yunta de aguiluchos apareados de vuelo retorna a la torre de la escuela y acalladas las voces, la tarde amaga cierta leve tristeza en el entorno. El silencio convoca a un concilio de sombras y mi jardín ya opaco sin madres y sus chicos trajinándole cerca, me dice hasta mañana. Hay un tiempo más tiempo que sugiere esta calle, un diálogo constante o al menos, simulado libreto guardado en su memoria. Es la calle en que vivo y no se si contemplo o ya imagino el mundo.
Por aquí no transcurren multitudes esclavas ni eternos ganadores exhibiendo riquezas o panfletos de moda; es un sitio hasta esquivo a esos vendedores de la fe en iglesias mezquitas sinagogas y varios. ‘A quienes hay que liquidarles tanta impostura de eternidad y cielo prometido; cada pibe muerto de hambre en el mundo es una derrota de sus dioses; y ustedes no sigan haciéndose los giles, che’. Parrafada que recién esquivé que pregonara José Juan y gritada por una multitud cambiaría el ensoñado paisaje de mi calle.
*Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
Una cajita dorada*
En una caja donde hubo bombones
guardo poemas
Como espejo ese brillo dorado
es insuficiente
aunque algo refleja.
Una imágen que puede,
(en el encanto de lo sospechado
de lo no nítido)
aludir a la belleza dulce de lo que contuvo
alegría en los labios
o a ese ir hacia adelante
que tienen las palabras o hacia atras
o a sostenerse.en el hilo del tiempo
Me miro en el brillo dorado
iluminada
Un hermoso collar verde me acaricia el cuello.
Las piedras acompañan con música
ese espejo impreciso
que me alza en el misterio ..
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Pintar la nieve*
*Por Juan Forn
El que ve por primera vez La Ola de Hokusai no se la olvida nunca más: el mar tendrá para siempre forma de garra en sus pesadillas. El que ve por primera vez El sueño de la mujer del pescador tampoco se lo olvida nunca más: sea varón o sea mujer, se va a pasar la vida añorando experimentar alguna vez en carne propia uno u otro de los roles de esa gloriosa escena (una joven echada de espaldas, con las piernas abiertas, y un pulpo realizándole el cunnilingus más impresionante de la historia del arte
erótico). Ni ese mar ni ese cunnilingus fueron pintados con pincel: Hokusai era el rey indiscutido del grabado japonés. Dice la leyenda que Hokusai era capaz de tallar una golondrina en un grano de arroz. Dice también la leyenda que un día en que Hokusai pasaba borracho por el templo que estaban
construyendo a la vera del río, en Asakusa, vio un enorme lienzo extendido entre dos columnas de piedra y se hizo traer una de esas tinas en que se preparaba el sake, la mandó llenar de tinta negra y, con una escoba como pincel, pintó un Buda enorme, retrocedió unos pasos para contemplar su obra y comentó, antes de irse a dormir la mona a su casa: "Un caballo podría pasar por su boca. Un hombre podría echarse a descansar en la cuenca de cada ojo".
No se ha hablado lo suficiente, creo, de lo que era capaz de hacer Hokusai con las palabras. Tiempo después, cuando el templo ya estaba terminado, el Gran Shogun se detuvo allí a su regreso de un día de caza con su halcón y ordenó que el mejor artista del vecindario lo amenizara. Mandaron buscar a
Hokusai, éste desenrolló un largo papel de arroz delante de su excelencia, pintó una larga línea ondulada en marrón oscuro con un grueso pincel, sacó un pollo de una canasta, le embebió las patas en pintura bermellón, lo puso a caminar por el rollo de papel, guardó el pollo, se inclinó ante el Shogun y anunció que estaba terminada su obra Hojas otoñales de arce flotando en las aguas del Sumida. El Sumida, vale aclarar, es el río que cruza Tokio.
Los jardines del templo de Asakusa desembocan en él, tal como desembocaban en aquel entonces todas las aguas servidas del vecindario.
Hokusai no había nacido en cuna de oro pero casi: su padre era el Pulidor Oficial de Espejos en el palacio del Gran Shogun, en Edo (como se llamaba a Tokio en aquella época). El puesto era hereditario, pero Hokusai se lo cedió sin pensarlo dos veces al hermano que lo seguía y se sumergió de cabeza en
el tóxico "mundo flotante" de Asakusa, el distrito rojo de la ciudad, mejor conocido como "la letrina de Edo". Igual, algo había aprendido el joven Hokusai de su padre porque, cuando entró como aprendiz en uno de los infectos talleres de grabado que había en Asakusa, demostró que se le podía dar a la madera la textura de los espejos. Se calcula que Hokusai hizo más de treinta mil grabados en su vida, y vivió noventa años; lo que da un promedio de casi uno diario. Imagínense un tipo que, en un día cualquiera,
hace La Ola, después se va de juerga y le queda tiempo para pintar un Buda gigante con una escoba como pincel antes de dar por finalizada su jornada.
Imagínense ahora que son contemporáneos de ese tipo y que viven en la misma ciudad: por sólo 16 sen, lo que costaba un cuenco de sopa con fideos, habrían podido comprarse una lámina de Hokusai en alguno de los puestos callejeros de ukiyo-é en Asakusa.
El ukiyo-é daba para todo. Había quienes colgaban alguna de esas láminas en sus paredes a la manera de los almanaques de gomería (imagínense El sueño de la mujer del pescador en el living de sus casas) y había quienes lo hacían a la manera de un santuario: los pobres que no tenían ni dinero ni medios para
ir en peregrinación a los lugares sagrados, como el Monte Fuji, colgaban una lámina del Monte Fuji en sus paredes. Y nadie plasmó el Fujiyama en un grabado ukiyo-é mejor que Hokusai: sus 36 vistas del Fuji son el punto más alto que alcanzó aquella disciplina antes de que comenzara su ocaso. Hokusai se fue a pintar el Fuji desde distintos puntos del Japón porque el shogunato había decidido reducir el libertinaje de la ciudad limitando drásticamente los temas que podían tratarse en los grabados ukiyo-é. Ya que no lo dejaban enfocar en la belleza femenina como él quería, Hokusai decidió hacer foco en todo lo demás. Las japoneses se jactan de que el Monte Fuji es visible desde todos los rincones del Japón. En sus 36 vistas del Fuji, Hokusai pone el Fuji al fondo la mayoría de las veces (como en La Ola) y lo que pone adelante es un retrato del Japón de su época: porteadores en caminos de montaña, campesinos sembrando arroz, geishas con sombrillas contemplando la vista desde un puente, un niño solitario remontando un barrilete en el atardecer, una comitiva real defendiéndose del viento (¿de qué color es el viento?, pregunta un famoso koan-zen).
Hokusai tenía más de setenta años cuando empezó sus 36 vistas del Fuji. Es célebre la declaración que incluyó al fin de la serie: "Desde la edad de seis años tuve la manía de dibujar la forma de los objetos. A los cincuenta años había publicado infinidad de dibujos, pero todo lo que produje antes de los setenta no vale nada. A los setenta y tres aprendí un poco acerca de la verdadera estructura de la naturaleza. Cuando tenga ochenta habré progresado aún más, a los noventa penetraré en el misterio de las cosas y, cuando tenga ciento diez, todo lo que haga, ya sea un punto o una línea, estará vivo.
Escrito a la edad de 75 años por Hokusai, el anciano loco por dibujar". Peor que morir sin llegar a los noventa fue, para Hokusai, que su máximo triunfo quedara opacado en cuestión de meses por la obra de un descarado advenedizo (tenía cuarenta años menos que Hokusai) llamado Hiroshige, que desplazó del
gusto popular las 36 vistas del Fuji con sus atrevidas 53 vistas de la Ruta Tokaido, el camino que iba de Kioto y las demás provincias a Edo, el camino de la pureza a la perdición.
El viejo maestro no pudo soportarlo y redobló la apuesta: ofreció al público sus Cien vistas del Fuji, una proeza realizada enteramente en blanco y negro, con preponderancia cada vez mayor del blanco, un trabajo que fruncía el corazón. Pero el veredicto popular ya se había manifestado, y lo que había manifestado era que quería más y más de la colorida y descarada vulgaridad de Hiroshige. Las Cien vistas del Fuji fueron tal fracaso que llevaron a la quiebra no sólo a Hokusai sino también a su impresor. En cambio, las Cien vistas de Edo de Hiroshige recorrerían el mundo (hasta Van Gogh y Monet llegaron a admirarlas). Hiroshige reinó desde entonces en el mundo crepuscular del ukiyo-é, hasta que el almirante Perry llegó con sus "naves del mal" y obligó a Japón a abrir sus fronteras al mundo. Hokusai ya llevaba diez años muerto y olvidado. Hiroshige tomó la tonsura de los monjes budistas y se retiró del mundo. Pero antes de morir rindió homenaje a su admirado rival y maestro: en su última serie antes del retiro, titulada Ruta de montaña de Kisokaido, retrató el país de nieve en un tríptico perfecto, donde todo es blanco, con mínimos trazos de negro, tal como lo habría pintado Hokusai de haber logrado llegar a los 110 años.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-163882-2011-03-11.html
Furia de lo vivo*
La carne de las flores cae en racimos
resbala en el aire
Agujeritos de luz en la mancha verde
por donde los espías del cielo
nos dan señales..
La belleza está en lo inesperado.
Una hoja se suelta casi con dolor
Emisario que trae la noticia.
“Los ángeles no existen
son ustedes”
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Parsimonias del "Ñato" Pessi*
*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
Hombre muy habilidoso con las manos, fue en genio y figura don Agustín Pessi, para mayor gloria llamado "El empacador" o más modestamente "El Ñato", entre sus íntimos.
Hábil artesano para "los cabos de hueso", como decía mi viejo refiriéndose a los cuchillos que "El Ñato" con gran amor dejaba listos para arremeter con la carne asada que se le pusiera adelante: vaca, cerdo o cordero hecho a la estaca, con las llamas que se perdían en el patio de sauzales de don Víctor Sánchez, padre de mi amigo "El Tago" y titular del despacho de bebidas en esa esquina que supo regentear don Alejo, su abuelo. Y que ahora lo hace el gringo Giovanelli, tío político del mismísimo "Tago" tan ausente hoy, en tierras canadienses llevando el estilo de don Atahualpa, sin saber a ciencia cierta si allá se aprecia esa música tristona, esa letra decidora y reflexiva, llena de la poesía más honda y popular como nunca dijo otro paisano de mi tierra.
Los tres hermanos Pessi, que vivían enfrente de la esquina de los Sánchez, siempre fueron habitués de esa esquina. Ginebra, Amargo Obrero y naipes hasta altas horas de la noche, cuando había que despuntar el vicio de dejar pasar las horas en que no había "pique", es decir trabajo remunerado, ya fuera en los galpones de las casas cerealeras, hombreando bolsas, cargándolas en camiones o vagones de carga del Mitre, como se llamaba esa línea ferroviaria que antes había sido la Central Argentino, en las épocas
de don Carlos Casado del Alisal, apenas despuntado el siglo XX. O ya fuera en algún arreo de tropa por las hondas estancias de la zona o en algún establecimiento rural cercano como "La Tacuarita", cuyo titular era don Ulrico Gallusser, un suizo de costumbres muy cómicas, según el paisanaje de la zona. Los tres hermanos Pessi trabajaron allí.
Anselmo, Agustín y Juan. De los tres el segundo era el único soltero y de muy particular conducta, según es la fama que aún se comenta en los corrillos melancólicos del Club Huracán. Hombre muy habilidoso y muy afable, y hasta gaucho, era este Agustín, aún con su toque de personal rebeldía.
Andaba --siempre a cuento de la narración de mi amigo "El Tigre"- con un par de encendedores (los antiguos carucitas a bencina) y cuando a alguien le fallaba el chispazo, él, "El Ñato", o "El empacador", o don Agustín, como prefieran, cortésmente introducía dos dedos en el bolsillo superior de su camisa y, también muy cortésmente, lo canjeaba por un carucita que no funcionaba. Reparaba el que le habían dado y nadie que usara esos encendedores en el pueblo iría a sufrir mucho tiempo, siempre que se
encontrara a este hombre afable y silencioso que sin decir palabra hacía el trueque como un gesto cordial hacia su semejante y copoblano. Las anécdotas de este buen hombre aún sobrevuelan esas mesas solitarias y se heredan --digamos así - de una generación a otra.
"Fedeo" D`onofrio, como al sesgo me tira un par antes de partir a cenar (parado en la vereda del "glorioso Huracán", como dice "El Tigre" cuando se refiere al Club). El hermano mayor, Anselmo, era el encargado de la hacienda en la estancia de Gallusser. Como se habían pasado algunas vacas a un potrero de alfalfa, en esa condición --de encargado y no hermano- le ordena a Agustín: "Empaque --dice apocopando el apodo -, pase esas vacas al lote 38 donde deben estar", y siguió con sus tareas. Pasado un rato largo descubrió que la orden no había sido cumplida.
¡Empaque! Le dí una orden carajo.
Agustín se sacó el cigarrillo de la boca cuyo humo no le permitía ver la cara del hermano que oficiaba en ese punto de ser jefe, y sin hesitar le contestó: "¿Pa` qué? ¿No es acaso hacienda del mismo dueño?".
Y luego desliza otra, del mismo orden cartesiano. En una época la estancia trabaja en dos turnos: de seis a once, había un corte para almorzar y se retomaban las tareas a las 15. Al "Ñato" Pessi le prestaban un caballo, volvía al pueblo a comer y regresaba por el mismo medio. Ya para este tiempo don Gallusser había muerto y el mando estaba en manos de su hijo Martín, a quien un día se le ocurrió extender --no sé por qué razón práctica- en media hora la tarea mañanera.
"El Empacador" no estaba enterado del cambio y, al horario antiguo, ensilló el caballo y enfiló para el pueblo. Por el camino se lo cruzó al patrón, a quien saludó cortés, llevando la mano hasta tocar el ala del sombrero, a la vieja usanza gaucha.
Cuando Martín cayó en la cuenta de que el empleado se iba media hora antes de sus tareas, y llegando ya a la estancia, le pidió a su cuñado "Fedeo" que lo fuera a buscar, cosa que éste hizo.
Parsimoniosamente pegó la vuelta, tal vez de no muy buena gana, pero no llegó hasta el casco. Se detuvo a hacer tiempo en el puesto donde antiguamente había estado Juárez.
Al percartarse, Martín le pidió a "Fedeo": "Decile que lo necesito acá, no en el puesto". Cuando "Fedeo" le llevó la orden, el hombre, sentado en un banquito, con un mate que el puestero le había alcanzado y luego de chupar parsimoniosamente la bombilla, contestó: "Me quedo acá. Pa` qué viá cansar el caballo al pedo".
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-27652-2011-03-03.html
días de vino, subripuir y rosas*
1
efectos de una malacrianza alarma
su buen esqueleto en mi ropero
2
por un persistir en adulterarla sin emoción
me quedo con mi vida
3
en mi vida tuve muchos muchos témpanos
pero nunca un iglú
¿muchas minas?, ¡ni hablar!: nunca tuve
ni hablar de las minas que no tuve
y sin embargo
hablar
4
no es vaselina todo lo que lubrica
texto
no abusés de la amada
5
en resumen:
la odio con locura
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
Correo:
AUTOS FEOS SUCIOS Y MALOS*
Sin ponerse en la barricada ferrofanática, está comprobado que, por cada litro de combustible por pasajero que se consume en automóvil, se puede realizar un viaje 2,53 veces más largo en tren (Ticket to the future, UITP, 2004).
En términos sociales, el límite de hacer de determinada forma una actividad es aquel en el que la misma comienza a perjudicar mucho más allá de los beneficios personales o sociales que produce. La apuesta al transporte automotor particular ha rebasado esa barrera, por lo menos en Argentina.
Según los indicadores, el aumento de consumo de nafta creció en 3.000 Millones de litros anuales, lo que implica un costo de unos 4.000 millones de dólares.
Si nos olvidamos de todas las externalidades (multimillonarias), como la mayor emisión de gases de efecto invernadero, la mayor accidentabilidad, la mayor demanda de repuestos y de la generación de chatarra no siempre reciclable, o la congestión y el tiempo perdido que la misma genera, podremos remitirnos al simple número de los costos más sencillos: El gasto personal (social), directo sobre la NAFTA.
¿Y si lo comparamos con los trenes que nos faltan para reemplazar esos viajes en auto?
Tomemos en cuenta TODOS los conglomerados metropolitanos del País y todas las oportunidades de viajes de media y larga distancia.
Esos 3.000 millones de litros de NAFTA equivalen a la movilización de 900 millones de pasajeros anuales metropolitanos más otros 48 millones de pasajeros de media y larga distancia.
Poner en marcha los coches, locomotoras y coches motores para transportar esas personas todos los días de todos los años (sin contar vías e instalaciones), ronda los 4.200 millones de dólares (de una vez).
El costo energético para sostener esos mismos nuevos trenes en marcha, ronda los 1.200 millones de dólares anuales.
Es decir, el ahorro de 1.800 millones de dólares en NAFTA utilizada en viajes particulares, alcanza para pagar la inversión en los nuevos trenes en solo tres años.
¿Qué es lo que estamos haciendo en Argentina desde 1951? (Mientras seguimos obedeciendo al Plan Larkin y a los exégetas de Martínez de Hoz)
*De Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
Marzo 11 de 2011. - Ingeniero White - Buenos Aires
*
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