domingo, marzo 06, 2011
EL DON DE LO QUE NO SE TIENE...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
MI NIÑO*
¿Donde está el niño
que nació conmigo,
que no tuvo cuentos
antes de su sueño,
que no tuvo abrazos
que secaran lágrimas,
que perdió su hada
por rapto del viento?
Al abrir los ojos
se erigió un imperio
que marcó con órdenes
cada paso lento.
La magia fue guardada
en un cofre secreto
para que nadie violara
lo supremo de su esencia.
¿Donde está ese niño
que abrió los ojos
a un mundo negado,
a un mundo sin duendes
que pusieran trenes
sobre las almohadas
para volar lejos
sin cercos ni amarras?
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
ALUMBRAMIENTO*
Han pasado los relojes vacíos.
Han quedado cardones.
Voces madera
Ardor. Pata de palo. Azahares.
Me asomaré a la infancia
Descifraré signos:
Raro polvo mortal llamado hombre.
Jugaré con los sátiros.
Seré sacerdotisa de los amarillos.
Construiré pájaros de alcanfor.
Cábalas de azúcar.
Bailaré con los muertos.
Leeré sus manos.
Comeré cebolla.
Volveré a mi ribera
Exactamente, a la hora del gallo.
Nómade y gregaria.
Seré uva. Humo. Lengua de sapo.
Mi boca besará pájaros núbiles
Buscaré conchillas y efemérides.
Husmearé en monedas de cobre.
Desafiaré a Saturno.
Casa cristal arena.
Danza del vientre.
Feliz alumbramiento.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
El único dios de las ateas*
Ella le pedía siempre a dios quedar embarazada, tarde comprendió que era mejor pedírselo a un hombre. Si la hacía exclamar ¡ay dios mío!, ¡ay dios mío, ¡ay dios mio! y era divino le ponía encanto a la situación pero no era imprescindible para la finalidad.
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Frida Kahlo*
Hay una belleza infame en su rostro,
arrogancia, desafío, lucha.
Lucha por ser mujer,
pero vivir libre como el hombre.
Odia y ama sus dolores.
Desata tormentas su cuerpo.
Las perfectas líneas americanas
de su cara de princesa maya,
causa revuelo en los espíritus.
Heredo de su padre germano,
resistencia, vigor, empeño.
Del duro México la morbidez de sus formas,
la innata sensualidad que desmayó
sensatez y cordura de hombres y
mujeres.
Reconocidos políticos y artistas
sucumbieron ante su presencia,
arrolladora y libertina.
Con su sino de huesos rotos,
años de sufrimientos presa de corsé de acero.
En sus autorretratos gritaba al mundo
el padecer sin concesiones.
Nació con el fuego
de la revolución de Zapata.
Un dios de Oaxaca la dotó de sensualidad
y pasión.
La Frida es América joven y pujante,
que reclama con urgencia por sus
exuberantes riquezas.
La Frida es la Mujer que exige,
vehemente y generosa,
un lugar que en siglos le fue negado.
*De Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
Signo de amor*
La demanda de amor es "demanda incondicional de la presencia y de la ausencia" -destaca el autor-: "El amor requiere la presencia, el 'Aquí estoy' del Otro", pero esa presencia "toma su valor extremo, vital, si el Otro no está", por eso "la carta de amor tiene una función eminente". Y aun en oscuras fantasías como la del niño que es pegado, "lo que se encuentra al inicio es una cuestión de amor".
Por Jacques-Alain Miller *
¿Tendrían los hombres idea del amor si las mujeres no les enseñaran? En verdad, es dudoso. Para ambos sexos eso empieza con la madre. Es cierto que aquello que se da no lo es todo. También están el arte y la manera: si se considera el modo en que se hacen los regalos, puede decirse que el arte y la manera de dar valen más que dar mucho. Los japoneses son muy buenos para dar naderías rodeadas de una pompa sensacional. Me ha ocurrido recibir regalos de japoneses. Debo decir que eran de lo más exquisito, aunque fuesen naderías. También se puede pensar en esa ceremonia con la que saben rodear la producción de una taza de té. Es un gran despliegue de artificios, de maneras, de arte, para, finalmente, muy pocas cosas: un pequeño vertimiento que, gracias al arte y la manera, toma el valor de un elixir, de una quintaesencia. En el amor es igual. Si ustedes no lo rodean de una suerte de ceremonia, el pequeño vertimiento tiene un valor muy, muy relativo.
Con el alimento, es igual. A tal punto que hace unos años, al volver de Japón, hice una pequeña anorexia. Si en Kyoto los alimentan durante una semana con comidas que constan de un considerable número de platos, a cual más pequeño -donde hay una cosita escondida, envuelta, una miniatura de alimento, bocaditos, semibocados con la superficie ocupada esencialmente por el delicadísimo envoltorio-, al regreso, cuando vuelven a los churrascos, el puré, la cabeza de ternera, las pezuñas de cerdo, se dicen: Ya no puedo comer eso, y se vuelven un poquito anoréxicos. Al regresar de allí demandamos nada, encontramos que aquí todo es excesivamente pesado. En Japón se aprende a consumir nada. Es delicioso.
Esto contrasta con lo que se llamó la sociedad de la abundancia. Pero, para que esa nada tenga valor, debe venir por añadidura, debe ser un suplemento; un suplemento de nada.
En nuestras calles de la sociedad de la abundancia se multiplican los mendigos. ¡Qué figura fascinante es el mendigo! Hoy no puede hacerse su elogio: son desempleados. Es muy difícil recuperar el valor eminente que el mendigo tuvo en la historia, antes que el trabajo se volviera un valor esencial, antes que entrara en el superyó. Hubo una cultura de la mendicidad, un mito del mendigo. En el Medioevo, volverse mendigo era un recurso. Ustedes dejan todo por el amor de -por el amor de Dios, por el amor de Cristo, por el amor de una mujer-, y se van a pasear su falta por el mundo; así dan a los otros la oportunidad de hacer buenas acciones -por el amor de Dios-. Solución formidable, devenir así (por otra parte suelen ser más bien hombres que mujeres) una falta ambulante, una falta peregrina.
Claro que hoy pueden caer bajo la crítica de ser una boca inútil. Hoy se trata mal a las bocas inútiles. Pues bien, es lo contrario: las bocas inútiles son muy útiles. Se consagran a hacer presente el agujero; un agujero con derechos sobre quienes tienen, sobre quienes están colmados. Es una invitación a que éstos se descompleten.
Lamentablemente, los mendigos se transformaron en holgazanes. El término holgazán [fainéant] data de 1321. Holgazán es quien hace nada [fait néant]. ¡Es formidable ser holgazán! Pero en cierto momento de la historia del buen Occidente ya no se pensó más que en poner a trabajar a los holgazanes, en extraer su fuerza de trabajo para la producción. Eso permitió convertirlos en desempleados para que los otros trabajen tanto más y por mucho menos -ese es el uso del desempleado-. Debería honrarse al holgazán. En efecto, hacer nada es angustiante. A veces, para librarse de la angustia, uno hace algo, no importa qué; se mueve, se agita.
Tomo estos atajos para hacer el elogio de algo que las mujeres han logrado en Occidente: que los hombres respeten la nada. No lo lograron tanto en Japón, pero sin duda no lo necesitaban, pues allí todo el mundo respeta la nada. En Occidente lograron, en el curso de una larga elaboración del amor, que los hombres respetaran la nada. Piensen en ese momento distinguido por Lacan, el del amor cortés. Un retoño del amor cortés es el preciosismo.
Floreció en el siglo XVIII, especialmente en Francia, donde se vieron las mayores expresiones de esa gigantesca empresa de educación del hombre por parte de las mujeres. Además, en el siglo XVIII el gusto mismo se convirtió en un problema teórico. Se indagó cómo hacer para que las maneras se refinaran y que, en vez de caer sin vueltas sobre el objeto de la necesidad, se empezara a hacer lo que villanos y toscos llamarían zalamerías.
El cortesano es una forma pulida del caballero. Su aparición estuvo vinculada con el crecimiento del Estado, que exigió dejar en la puerta la lanza, la espada, la armadura. Hoy en día, curiosamente, en algunas culturas se observa cierta renuncia femenina. El feminismo, en las formas estridentes que a veces toma en Estados Unidos y que quizá nos llegarán de allí, el feminismo valeroso, guerrero -ellas son las que toman la lanza, la espada y la armadura-, está quizá fundado en una decepción, la de que el hombre sigue siendo un burro, es radicalmente ineducable, y para que se comporte tal vez haya que amenazarlo sin cesar con las iras de la ley. En Francia y entre los latinos todavía es diferente. Para una mujer, sigue siendo esencial el signo de amor.
Ella busca el signo de amor en el otro, lo espía. Quizás a veces lo inventa.
El signo de amor es tan frágil, tan fugaz, que hay que hablar de él con todos los miramientos. El signo de amor es a la vez mucho menos y mucho más que la prueba de amor. La prueba de amor siempre pasa por el sacrificio de lo que se tiene, es sacrificar a la nada lo que se tiene, mientras que el signo de amor es una nadería que se marchita, que decae y se borra si no se la trata con todos los miramientos, si no le testimonian todas las consideraciones.
"¿Estás aquí?"
Lacan distinguió entre la demanda simple y la demanda de amor. La demanda simple ya tiene un efecto de significantización de la necesidad; más allá, la demanda es demanda de amor, es decir, demanda de nada o "demanda incondicional de la presencia y de la ausencia", como dice Lacan en "La dirección de la cura y los principios de su poder". ¿Por qué demanda "de la ausencia"? La presencia es el puro llamamiento a que el Otro esté y dé signos de su presencia; que al menos diga que está, que dé signos de su existencia; que responda, pues, al llamamiento, o que llame para decir simplemente: "Aquí estoy". Ahora bien, que el Otro diga "Aquí estoy" por cierto sólo tiene su valor extremo, vital, si no está. Es en ese caso cuando
en verdad vale algo. Si el Otro está aquí, dándoles la mano, y ustedes son muy sofisticados, pueden aún demandarle: "¡Dime que estás aquí!"; sobre todo si el señor que les da la mano es un obsesivo, que justamente piensa en otra cosa. Podemos entonces exigir "¿Estás aquí?" aun en presencia del Otro. Pero
en fin, el hecho de que diga "Aquí estoy" tiene su valor vital cuando él no está. Por eso Lacan, en su Seminario XX, decía que la carta de amor tiene una función eminente en el amor. En general, solo se envía una carta a alguien que precisamente no está. En todo caso, es el testimonio de un tiempo en el que el Otro no estuvo, hasta ese instante en el que se redacta la carta. La ausencia del Otro es también la mía, y toda carta de amor dice: "Tú no estás aquí" y, en tu ausencia de mí y en mi ausencia de ti, estamos juntos, estás conmigo. También existe el teléfono. A veces un llamado telefónico se torna estrictamente equivalente al don del amor.
Entonces, por un lado la demanda, y por el otro la demanda de amor. Está la demanda que tiene algo por objeto, es decir, la demanda del objeto de la necesidad -tengo hambre, tengo sed, etcétera-: allí el objeto, aunque pase por la demanda que lo significantiza, es algo. Y está la demanda de amor, que apunta radicalmente a la nada -un simple signo, una nadería-. En la conjunción entre la demanda y la demanda de amor, está el deseo. Si el objeto en la demanda es algo, y en la demanda de amor es nada, el objeto del deseo es como una amalgama entre algo y nada. Lo que Lacan llamará objeto a -y se hará célebre- es el significante de algo en conexión con nada. Si la demanda de amor apunta a la nada, en asuntos del deseo no puede desatenderse la insistencia de algo -algo absolutamente particular-. Además, en el amor es esencial la relación con el Otro, que distribuye los signos de amor y del cual se espera el signo de amor, mientras que el deseo se sustrae de esta relación con el Otro. El deseo tiene más bien relación con algo en el Otro, y por eso puede ser angustiante.
El deseo, según la fórmula que Lacan propondrá en el Seminario XI, involucra en ti algo más que tú: involucra en el Otro un elemento no conocido por el Otro mismo, que pertenece a la intimidad más reservada del Otro, una intimidad incluso no conocida por ese Otro. Por eso propuse utilizar, para esa zona del Otro, el término "extimidad". Mientras que el amor depende de los signos del Otro, el deseo está enganchado, estimulado por algo desapegado del Otro. A eso se debe que Lacan, tras haberlos construido en continuidad, se vea llevado a oponerlos. Lo hará bajo una forma dialéctica, marcando que en cierto modo el amor y el deseo tienen la misma estructura, que en el deseo se reencuentra lo incondicional de la demanda. Para articularlos, Lacan dice que hay como un trastrocamiento en el que lo
exigido en el amor, lo sin-condición del amor, se invierte. En el amor, el sujeto está sometido al Otro, pero en el deseo lo incondicional se invierte.
Si el amor está ligado al Otro, el deseo está ligado a algo desapegado de este Otro, algo que Lacan llamará la causa del deseo.
Con la causa del deseo, el sujeto ya no queda sujeto al Otro. A este respecto, el deseo es una relativa emancipación respecto de los signos de amor. Un deseo decidido -puede reprochársele- no siempre se preocupa demasiado por los signos de amor. Pero eso no está bien. Hay que saber que el deseo decidido no excusa todo. A deseo decidido, amor tanto más cortés.
"Pegan a un niño"
Dije que esta oposición, situada en el origen mismo del concepto lacaniano de deseo, ya tan célebre, acentúa la emancipación del deseo con relación al amor. El ejemplo que da Lacan es elocuente, pues dice que eso ya se ve en el nivel del objeto transicional. (N. de la R.: El psicoanalista Donald Winnicott desarrolló la noción de objeto transicional: es, por ejemplo, un muñequito o una manta, que llega a adquirir una importancia vital para el niño pequeño, sobre todo en ausencia de la madre o al ir a dormir.) El objeto transicional consiste en tomar un trocito, y luego ¡ciao al Otro! El objeto transicional de Winnicott permite al sujeto remitir el Otro a sus fallas o a su falta y resistir el impacto, pero Lacan señala que es apenas el emblema del objeto a; apenas una representación imaginaria, en imágenes, del objeto a, cuyo lugar está en el inconsciente. El objeto a no es el objeto transicional: la observación de este último sólo sirve de apoyo. El objeto a está en el inconsciente.
Esta presencia del objeto a en el inconsciente permite sostener que el fantasma inconsciente siempre tiene, según la fórmula de Lacan, un pie en el Otro; pero no los dos, dado que a está desapegado del Otro. Pueden remitirse a la construcción que Lacan retoma de Freud con su comentario del fantasma
"Se pega a un niño". (N. de la R.: "La fantasía de presenciar cómo 'pegan a un niño' es confesada con sorprendente frecuencia por personas que han acudido al tratamiento psicoanalítico, y surge probablemente aún con mayor frecuencia en otras que no se han visto impulsadas a tal decisión (...) La
confesión de esta fantasía cuesta gran violencia al sujeto"; S. Freud, "Pegan a un niño. Aportación al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales", 1919.)
Freud distingue tres tiempos de elaboración, al último de los cuales corresponde la fórmula "Se pega a un niño". Muestra cómo, en estos tres tiempos, hay una transformación de las fórmulas. La segunda fórmula, señala, es la que debe ser reconstruida porque nunca es recordada por el sujeto.
Esta fórmula es: "Yo soy azotado por el padre", y a su vez toma su valor de la transformación de la primera fórmula: "El padre pega al niño que yo odio".
Lacan glosa esta fórmula, que así pasa a ser: "Pega a mi hermano o a mi hermana por miedo a que yo crea que él es el preferido". Sostiene que allí hay una forma intersubjetiva desarrollada, muy articulada. En efecto, en esta primera forma del fantasma, que luego de la transformación dará "Se pega a un niño", está en juego el amor: pegar al otro niño vale allí como signo de amor dado por el padre al sujeto. Dicho de otro modo, en el origen mismo del fantasma se tiene una posición de amor. Sólo más adelante, después
de las transformaciones, tendremos apenas "Se pega a un niño", donde ya no se reconoce la historia amorosa del fantasma. Pero cuando se reconstituye la genealogía de este fantasma, lo que se encuentra al inicio es una cuestión de amor.
Hay familias en las que el padre efectivamente golpea. Puede haber una familia en la que el padre golpea a los hijos y no a las hijas; por el contrario, las mima. Pues bien, que los golpeados sean los muchachos, las fascina. En consecuencia, ellas pueden verse llevadas a imaginar el goce de ser golpeadas como muchachos, y a preguntarse si ser golpeado no será de hecho una prueba de amor del padre, muy superior al hecho de ser mimado.
El fantasma "Se pega a un niño" está sostenido por una articulación compleja, y la escena que se despeja en la forma final del fantasma es sostenida por toda una historia permutativa, de tal suerte que este fantasma es a la vez una escena, por lo cual pertenece a lo imaginario, y el resultado de una transformación simbólica que la hace una escena significantizada, coagulada, hierática, sagrada. Se parte de una pregunta sobre el amor, y se llega a la escena separada. Estas imágenes indelebles, si bien pertenecen a lo imaginario, sólo toman su función de lo simbólico: la historia de la que se desprende el recuerdo encubridor. Y para el sujeto esas imágenes perduran como un hueso; se le quedan atragantadas, permanecen con un carácter paradójico, escandaloso, incluso vergonzoso: quedan como lo real de esa elaboración simbólica.
Nada
La tesis de Lacan es que la demanda de amor no es demanda de un objeto, sino de nada: no demanda esto o aquello, un objeto en particular, sino que demanda lo que sea, y es entonces indiferente a la particularidad del objeto: lo que sea, siempre que tenga el valor de prueba de amor. Lo que sea, siempre que signifique: "Tú me faltas". En este sentido, el don de amor que rodea, que apremia al don del objeto, tiene un valor exactamente inverso. Dar es, ante todo, decir. "Yo tengo, yo poseo". Dar destaca el tener del Otro, pero el don hecho al Otro en calidad de signo de amor significa, más secretamente, que yo no tengo, que me faltas tú. De tal suerte que, si bien en ambos casos se dirige al Otro, hay no obstante un
desdoblamiento. La demanda surgida de la necesidad se dirige al Otro en la medida en que el Otro tiene, mientras que la demanda de amor se dirige al Otro en la medida en que no tiene. Esto es lo que justifica definir el amor como el don de lo que no se tiene: dar prueba de la propia falta.
* Texto extractado de Donc. La lógica de la cura, de próxima aparición (ed. Paidós).
-Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-163348-2011-03-03.html
lego*
Como para frenar mi abulia,
Busque entre imagenes visuales,
Y miles de rostros, entre ellos
Algunos nombres
De los cuales algunos me traian
Lánguidos recuerdos.
Muchos rostros
Y nombres
Y rostros,
Retumbando en la memoria frágil,
Quien se defendio
eliminandolos como un ruido incestuoso.
¡ que necesidad tan necia de estar entre tantos!
Que necia necesidad que de tantos,
Yo fuera la pieza que irrumpe
La continuidad del relieve
Pues no ha habido angustia mas grande,
De experimentar que de la obra,
Soy la pieza que menos posibilidad tiene
De provocar el impacto de lo inacabado.
miles de rostros
Y nombres,
Y rostros,
Que desaparecen como
Una información mal guardada
Esa que resuena,
en la punta de la lengua
Y mi nombre, entre otros nombres,
Pues no hay otra función
Que la de ser.
Mira el delirio que provoca
El creer.
*De Daniela Wallffiguer. danielawallffiguer@gmail.com
Manías de spleen*
-Apuntes sobre Todos los triciclos tienen dos alas de Ramón Manrique-Boeppler
*Por Julio Pino Miyar. isla_59_1999@yahoo.com
11 de enero 2011
Existe un vocablo que el poeta francés del siglo XIX, Charles Baudelaire universalizara. Tal término es spleen y describe los sentimientos de falta de interés y hastío que puede experimentar el ciudadano contemporáneo abocado a un mundo que no le satisface y tampoco le ofrece superiores motivaciones, puesto que en él no hay nada grande ni hermoso que hacer. A partir de ese singular estado humoral, Baudelaire escribió el que quizás fuera el primer libro de poemas en prosa, en el que relata lo que ya la poesía no podía decir, aquello que la época obligaba a expresar de otros modos, acudiendo para eso a una alocución mucho más directa, y como reciclando el papel del individuo en el mundo quien, como el poeta, se encuentra condenado al irreversible prosaísmo de sus palabras.
Anoche leí el libro de Ramón Manrique-Boeppler y me percato que éste amigo de algún modo no ignora que las profecías sobre el mundo actual, implícitas en la obra decimonónica de Baudelaire, nos vienen proponiendo un nuevo tipo de relación con la palabra escrita, acaso más efímera, accidental e inclusive trivial. Porque es ese hombre trivial, ora despierto y sosegado, ora ambivalente y menospreciado, aunque esencialmente dispuesto para la aventura diaria y consecutiva de la vida, es el que se trasluce en los textos de Manrique. Y lo curioso es que él lo sabe decir de la mejor manera: “Soy amigo de las ideas elementales sobre la felicidad”.
Es justamente ese tipo de alocución y ese atreverse a levantar la voz por encima del cenáculo de los artistas e intelectuales, el que defiende y esgrime el autor y le hace poner alas a su triciclo cual un curioso redy made de sus propios postulados, como un crujiente mecanismo pop art carente de elaboraciones superfluas, sobre el que se coloca a horcajadas su ser. El subtitulo del libro se ocupa de definir lo que es en sí esta compilación personal: “cuentos, divagaciones y otras cosas” que siendo hija esencial del ocio y la morriña conforma un testimonio y un modo en particular de acotar los pasos por la vida de aquello que en cierto sentido resultamos ser: transeúntes solitarios, acompañados por nuestro propio melodrama. Una compilación de textos que van más allá de los que hubieran podido ser simples apuntes autobiográficos, para mostrar en cambio la punta del iceberg donde anidan los viejos temas de la felicidad, la angustia y el valor elemental de las cosas.
El presente volumen es además como un recetario que propone profilaxis que bien podrían ayudar al lector, perdido como el autor por los extraños vericuetos de las emociones laceradas y las cosas solo realizadas a medias. Temas escogidos casi al azar, carentes por completo de pretensiones, construidos por el mero afán de decir y de tratar de explicar, y de explicarse, ante el resto de las personas, la vieja tarea de existir, o de habitar una época que no acabamos de comprender. Mas, ¿en qué lugar se enlazan la incontestable melomanía del spleen con las referencias expuestas por Ramón Manrique?
Hay algo que este último nos dice y que es como un elogio al suicidio si de hecho se consumase: “el suicidio es el único acto humano que no admite arrepentimientos” La frase conserva su contenido hilarante, la realidad torcida de una broma hecha para conjurar a los fantasmas del mal humor. Sin embargo, en el libro aparecen nombradas dos significativas figuras que la Modernidad ha convertido en iconos y que no tuvieron ocasión de arrepentirse del suicidio porque cada cual, y a su modo, lo consumó. El primero de los aludidos es Vincent Van Gogh, el otro es Ernest Hemingway, y ambos están mencionados en el libro como litografías puestas en la pared de un cuarto de estudio. Creo que las dos imágenes aportan contenidos que podrían muy bien ampliar los horizontes de lectura del “triciclo alado”. Algo similar sucede con las referencias que aparecen en torno a Girl, Interrupted, el filme norteamericano protagonizado por Winona Ryder y Angelina Jolie… En este caso se habla de una vida interrumpida por los ingresos en los sanatorios, truncada por esa incapacidad fundamental que padecemos de ayudar a nuestro prójimo, y que fuese, irónicamente, institucionalizada por la psiquiatría.
Ignoraba que el filme de la W. Ryder hubiese sido inspirada en una pintura flamenca de Johannes Vermeer: “La Joven interrumpida en su música”, Manrique se ha encargado de decírnoslo. Hay algo que se ha interrumpido en nuestras vidas, que ha quedado en suspenso y podría conducirnos al pesimismo más desasosegado, como si hubiéramos quedado prisioneros de un cuadro enmarcado por las sombras. Nos dice sin embargo el autor, retomando la postura de alguien que debe, a pesar de todo sentirse feliz, ya que ha decidido disfrutar de las remesas del día y de su misma existencia: “Corre el mes de abril. Es domingo en la tarde. Decidí hace rato salir de mi casa, en dirección al parque. La calle está desierta”.
Subyace en estas últimas líneas un grácil sentimiento que nos acompaña en el olvidado ritual de caminar hacia un parque para que las cosas nos devuelvan allí sus valores más sencillos y joviales, o lo que quizás sea el más profundo significado que posee esa caminata concertada para un mes de abril: hacer nuestra la certeza de que por alguna razón continuamos vivos y permanecemos aquí despiertos y vigilantes. Pues es el mismo autor quien también ha dicho: “(…) toda obra creada en el contexto de un auténtico compromiso con el hombre, produce regocijo. Produce felicidad”.
El derecho a decir es uno de los conceptos más fundamentales que ha descubierto nuestra, no obstante irresuelta Modernidad y Manrique me lo recuerda con sus palabras a cada instante. Tiempos modernos que deberían concedernos todavía el siguiente acápite: no se trata solo de vindicar ese derecho a la expresión, haciéndolo parte de las experiencias que a diario tenemos con nuestro semejante, sino lo que ese concepto implica: no puede haber marginados de la palabra, porque todos estamos de algún modo capacitados para hacer uso de ella.
Reflexiones sobre eventos históricos, relatos de hechos imaginarios, citas de autores preferidos y presencia de una sensibilidad que se niega a renunciar a la tarea de pensar, en el contexto de una realidad que muchas veces se nos vuelve ajena, los textos de Manrique no son sino lo que he dicho, un testimonio y un modo de atreverse a poner en blanco y negro tanto sus incertidumbres, desencantos como sus certezas. Ese valor en sí mismo justifica el libro y justifica además mis palabras, tan ociosas y frágiles como las de él. Es la sempiterna manía del spleen del que hablaba hastiado Baudelaire, pero llevado y amoldado en nuestro interior, del mismo modo que conservamos un hermoso significado, o una buena amistad que nos espera siempre en el parque más próximo.
pájaro al trino*
1
transportada a palaciega cama por un granadero
suspiró imbuida de improrrogable inspiración patriótica
2
acúñame en tus brazos amantes para que nada falte
despidémiame de mi mala índole para que nada sobre
3
el sablista y el sableado
primos que viajan en bandeja y paradigma
4
denotativos palíndromos los de alguna retentiva confiada
núbil impar en casi medio de la boca de lobo
segmento inapresable bizco entre los bizcos inapresadores
rostro que niega la noche con un guiño
5
dije para mí
lágrimas conducidas hasta el abismo
sal/tar las lágrimas
6
aúpanse recíprocamente los que no nombro
remítolos a vuestros propios innombrables
7
hacían así las lavanderas con las manos enjabonadas
cuando hace veintidós años yo tenía veintidós años
amada mía de ahora
que no la de hace veintidós años
8
"un enigma más rantifuso el hombre
mucho o poco todo a ser visto
mensurable
decisivamente anatómico"
9
nos estamos
acaricio
lo que se dice marchitarse
cesa y luego
tal vez cae
10
palestina ka'aba gólgota
extiendo denominaciones y montañas ombligales como cheques
certificados e incobrables
11
deja latir a tu corazón y pensar a tu cacúmen
destinado al atlansil y al sibelium
a la gracia química atemperadora
de muy aviesos desvaríos
12
magnani: anna roma tatuada insoslayable
13
el partener de la canabis y el talante del eros
lo depositan de súbito en tus mejillas
14
menos mentada que la luna y más alucinada
llamálo bomba: corroborable plenitud
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
*
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