viernes, abril 29, 2011
LA BURLA INCONMOVIBLE DE UN OBJETO...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
OCTAVA MORADA*
XLI
Soy a través de la palabra
el paisaje de mi alma
en acuarela.
Con hechizos intrigantes
y en pentagramas
te cuento de mis sueños
y mis ritos.
Puedo inventar la primavera
en medio de otoños
y de lluvias
y hacer florecer en el invierno
cerezos y rosales,
alelíes y orquideas.
Soy imagen en palabras,
sin ellas sería un acertijo,
algo blanco y brumoso
sin principio ni fin
con tonos imprecisos.
La palabra alumbra mi deseo,
el amor, la pasión
y hasta mi abismo,
allí donde escondo las quimeras,
los fallidos intentos,
los olvidos.
La palabra me nombra,
soy imagen,
por ella me descubro
y me descubres
y cambio vestimenta a tus ojos
según me sumerja
en su espejismo.
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
Ella, la Sra. Tere*
La Sra. Tere se había dado la gran vida. Era una mujer muy hermosa y de mucho carácter. Su perfil aguileño le sentaba de maravillas, y estaba orgullosa de él. Jamás pasó por su mente en hacerse una cirugía plástica de nariz, ella comentaba orgullosa que le daba "personalidad".
Rememoro sus días de fiesta y de extravagancias. Su afán de ser la más linda.
Cuando enfermó llamaron a sus familiares avisando que había fallecido, fueron de inmediato sus hijos a la sala de terapia intensiva para despedirla. Pero abrió los ojos lentamente y les dijo: "todavía no me voy a morir".
A sus allegados no les sorprendió que despertara, ¡tenía tanta personalidad!.
Los que estaban asombrados eran los médicos.
En Febrero le llegó la hora y voló para otro boliche, quería seguir de caravana tomando Whisky, fumando cigarrillos importados, llevándose los vestidos de moda hechos a medida.
Sus cenizas se las dieron a una de sus hijas, quien con un poco de impresión no quería tenerlas en su casa, por lo tanto se las proporcionó a Roxana (una amiga) y quedaron que en Semana Santa las esparcirían en el Lago del Bosque.
Pasó esa fecha, y el cofre de Tere estaba en el cuarto Roxy.
Una noche, Roxana empezó a sentir ruidos raros, se levantó de la cama y al no encontrar nada, se acostó.
Nuevamente comenzó a escuchar más murmullos.
Entonces se puso frente a la urna y le inquirió: Tere que querés? Te doy un cigarro, un poco de champán? El susurro siguió.
A la mañana siguiente Roxana observó que en el cuarto de baño había dejado enchufado el artefacto que derrite la cera depilatoria. Ja.
Pasaron cuatro años y Tere, luego de haberse mudado a otro departamento, después de estar en el baúl de un auto paseando por el interior del país.
Fue entregada a su hija.
Están sus cenizas en el living de su hogar. Sigue haciendo de las suyas.
Esta acompañada por una osa de peluche gris que pertenece a su nieto.
Algún día cuando su sucesora pretenda despedirse de ella, la llevará al lago, pero mientras tanto está en compañía.
*De Azul. azulaki@hotmail.com
29/4/2011
LAS HORTENSIAS*
(Parte 8 de 10)
*De Felisberto Hernández.
VIII
Walter había regresado de unas vacaciones y Horacio reanudó las sesiones de sus vitrinas. La primera noche había llevado a Eulalia al salón. La sentaba junto a él, en la tarima, y la abrazaba mientras miraba las otras muñecas. Los muchachos habían compuesto escenas con más personajes que de costumbre. En la segunda vitrina había cinco: pertenecían a la comisión directiva de una sociedad que protegía a jóvenes abandonadas. En ese instante había sido elegida presidenta una de ellas; y otra, la rival derrotada, tenía la cabeza baja; era la que gustaba más a Horacio. Él dejó por un instante a Eulalia y fue a besar la frente fresca de la derrotada. Cuando volvió junto a su compañera quiso oír, por entre los huecos de la música, el ruido de las máquinas y recordó lo que Alex le había dicho del parecido de Eulalia con una espía de la guerra. De cualquier manera aquella noche sus ojos se entregaron, con glotonería, a la diversidad de sus muñecas. Pero al día siguiente amaneció con un gran cansancio y a la noche tuvo miedo de la muerte. Se sentía angustiado de no saber cuándo moriría ni el lugar de su cuerpo que primero sería atacado. Cada vez le costaba más estar solo; las muñecas no le hacían compañía y parecían decirle: "Nosotras somos muñecas; y tú arréglate como puedas". A veces silbaba, pero oía su propio silbido como si se fuera agarrando de una cuerda muy fina que se rompía apenas se quedaba distraído. Otras veces conversaba en voz alta y comentaba estúpidamente lo que iba haciendo: "Ahora iré al escritorio a buscar el tintero". O pensaba en lo que hacía como si observara a otra persona: "Está abriendo el cajón. Ahora este imbécil le saca la tapa al tintero. Vamos a ver cuánto tiempo le dura la vida". Al fin se asustaba y salía a la calle. Al día siguiente recibió un cajón; se lo mandaba Facundo; lo hizo abrir y se encontró con que estaba lleno de brazos y piernas sueltas; entonces recordó que una mañana él le había pedido que le mandara los restos de muñecas que no necesitara. Tuvo miedo de encontrar alguna cabeza suelta -eso no le hubiera gustado-. Después hizo llevar el cajón al lugar donde las muñecas esperaban el momento de ser utilizadas; habló por teléfono a los muchachos y les explicó la manera de hacer participar las piernas y los brazos en las escenas. Pero la primera prueba resultó desastrosa y él se enojó mucho. Apenas había corrido la cortina vio una muñeca de luto sentada al pie de una escalinata que parecía del atrio de una iglesia; miraba hacia el frente; debajo de la pollera le salía una cantidad impresionante de piernas: eran como diez o doce; y sobre cada escalón había un brazo suelto con la mano hacía arriba. "Qué brutos -decía Horacio- no se trata de utilizar todas las piernas y los brazos que haya". Sin pensar en ninguna interpretación abrió el cajoncito de las leyendas para leer el argumento: "Esta es una viuda pobre que camina todo el día para conseguir qué comer y ha puesto manos que piden limosna como trampas para cazar monedas". "Qué mamarracho -siguió diciendo Horacio-; esto es un jeroglífico estúpido".Se fue a acostar, rabioso; y ya a punto de dormirse veía andar la viuda con todas las piernas como si fuera una araña.
Después de este desgraciado ensayo, Horacio sintió una gran desilusión de los muchachos, de las muñecas y hasta de Eulalia. Pero a los pocos días, Facundo lo llevaba en su auto por una carretera y de pronto le dijo:
-¿Ves aquella casita de dos pisos, al borde del río? Bueno, allí vive el "tímido" con su muñeca, hermana de la tuya; como quien dice, tu cuñada... (Facundo le dio una palmada en una pierna y los dos se rieron.) Viene sólo al anochecer; y tiene miedo que la madre se entere.
Al día siguiente, cuando el sol estaba muy alto, Horacio fue, solo, por el camino de tierra que conducía al río, a la casita del Tímido. Antes de llegar el camino pasaba por debajo de un portón cerrado y al costado de otra casita, más pequeña, que sería del guardabosque. Horacio golpeó las manos y salió un hombre, sin afeitar, con un sombrero roto en la cabeza y masticando algo.
-¿Qué desea?
-Me ha dicho que el dueño de aquella casa tiene una muñeca...
El hombre se había recostado a un árbol y lo interrumpió para decirle:
-El dueño no está.
Horacio sacó varios billetes de su cartera y el hombre, al ver el dinero, empezó a masticar más lentamente. Horacio acomodaba los billetes en su mano como si fueran barajas y fingía pensar. El otro tragó el bocado y se quedó esperando. Horacio calculó el tiempo en que el otro habría imaginado lo que haría con ese dinero; y al fin dijo:
-Yo tendría mucha necesidad de ver esa muñeca hoy...
-El patrón llega a las siete.
-¿La casa está abierta?
-No. Pero yo tengo la llave. En caso que se descubra algo -dijo el hombre alargando la mano y recogiendo "la baza"-, yo no sé nada.
Metío el dinero en el bolsillo del pantalón, sacó de otro una llave grande y le dijo:
-Tiene que darle dos vueltas... La muñeca está en el piso de arriba... Sería conveniente que dejara las cosas esatamente como las encontró.
Horacio tomó el camino a paso rápido y volvió a sentir la agitación de la adolescencia. La pequeña puerta de entrada era sucia como una vieja indolente y él revolvió con asco la llave en la cerradura. Entró a una pieza desagradable donde había cañas de pescar recostadas a una pared. cruzó el piso, muy sucio, y subió una escalera recién barnizada. El dormitorio era confortable; pero allí no se veía ninguna muñeca. la buscó hasta debajo de la cama; y al fin la encontró entre un ropero. Al principio tuvo una sorpresa como las que le preparaba María. La muñeca tenía un vestido negro, de fiesta, rociado con piedras como gotas de vidrio. Si hubiera estado en una de sus vitrinas él habría pensado que era una viuda rodeada de lágrimas. De pronto Horacio oyó una detonación: parecía un balazo. Corrió hacia la escalera que daba a la planta baja y vio, tirada en el piso y rodeada de una pequeña nube de plovo, una caña de pescar. Entonces resolvió tomar una manta y llevar la Hortensia al borde del río. La muñeca era liviana y fría. Mientras buscaba un lugar escondido, bajo los árboles, sintió un perfume que no era del bosque y en seguida descubrió que se desprendía de la Hortensia. Encontró un sitio acolchado, en el pasto, tendió la manta abrazando a la muñeca por las piernas y después la recostó con el cuidado que pondría en manejar una mujer desmayada. A pesar de la soledad del lugar, Horacio no estaba tranquilo. A pocos metros de ellos apareció un sapo, quedó inmóvil y Horacio no sabía qué dirección tomarían sus próximos saltos. Al poco rato vio, al alcance de su mano, una piedra pequeña y se la arrojó. Horacio no pudo poner la atención que hubiera querido en esta Hortensia; quedó muy desilusionado; y no se atrevía a mirarle la cara porque pensaba que encontraría en ella la burla inconmovible de un objeto. Pero oyó un murmullo raro mezclado con ruido de agua. Se volvió hacia el río y vio, en un bote, un muchachón de cabeza grande haciendo muecas horribles; tenía manos pequeñas prendidas de los remos y sólo movía la boca, horrorosa como un pedazo suelto de intestino y dejaba escapar ese murmullo que se oía al principio. Horacio tomó la Hortensia y salió corriendo hacia la casa del Tímido.
Después de la aventura con la Hortensia ajena y mientras se dirigía a la casa negra, Horacio pensó en irse a otro país y no mirar nunca más a una muñeca. Al entrar a su casa fue hacia su dormitorio con la idea de sacar de allí a Eulalia; pero encontró a María tirada en la cama boca abajo llorando. Él se acercó a su mujer y le acarició el pelo; pero comprendió que estaban los tres en una misma cama y llamó a una de las mellizas ordenándole que sacara la muñeca de allí y llamara a Facundo para que viniera a buscarla. Horacio se quedó recostado junto a María y los dos estuvieron silenciosos esperando que entrara del todo la noche. Después él tomó la mano de ella, y buscando trabajosamente las palabras, como si tuviera que expresarse en un idioma que conociera poco, le confesó su desilusión por las muñecas y lo mal que lo había pasado sin ella.
A Felisberto Hernández*
Muequitas en el pizarrón:
escríbanme o partan tizas
Inteligiendo en las costas
los restos de un pesar
antroposófico
Caí
de fallecimiento provocado por un signo de
admiración
Anticipé:
ya venía con brizna la brisa:
Alicia en el País de las Sevillanas
es una artista asediada por su vello púbico
Advertirlo
sin ablandarse en la modestia
Da sobre las cosas el sol:
sobre Felisberto da como vemos
que ve cómo da
sobre las cosas.
*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
El Buda de los buitres*
*Por Juan Forn
El Coty Aldazábal, mucha gente lo conoce, ayudó en una película que estaban filmando por sus pagos de Alejandro Korn y, sin proponérselo, se hizo fama de amansador de animales en el mundo del cine. Tanto que un día lo van a buscar de una productora que trabaja con la Universal de Hollywood preguntándole si es especialista en buitres, porque andan buscando uno para una superproducción internacional que va a filmarse en Corrientes. El Coty los mira y dice: “Especialista no sé, pero tengo onda con los bichos, con cualquier bicho, aunque buitres nunca vi”. Déjenme describir al Coty: es enorme, canoso pero rapado a cero, con cara de pelado bueno pero una forma de mirar que dice inequívocamente que no es un pelado bueno cualquiera. El Coty fue rugbier alguna vez, después marino mercante, recorrió el mundo, descubrió el zazen, se fue a vivir al medio del campo, tuvo una parva de hijos con su mujer, no le tiene miedo a nada en el mundo salvo quizás a su mujer y a sus hijos, hizo y hace artesanías nobles en cuero, toca o tocó hasta hace muy poco en la banda de sus sobrinos, los Pléyades (toca la flauta de bambú; se las fabrica él mismo; los muchachos de la banda estuvieron años tratando de convencerlo para que se pasara al saxo, o al menos al trombón, y así tener una sección de caños power, pero él es zazen, él toca su flauta de bambú, creo que por eso terminó abandonando o abandonado por la banda).
Los de la Universal le explican al Coty que necesitan un árbol lleno de buitres, que el árbol tiene que aparecer varias veces a lo largo de la película, que buitres y árbol ya tienen, lo que necesitan es que los bichos hagan para la cámara lo que dice el guión, y le ofrecen al Coty una plata que no está acostumbrado a ver, si es capaz de ayudarlos. El Coty parte a Corrientes, llega a la estancia donde está montada la preproducción, tiene quince días antes de empezar a filmar, lo llevan por el campo como doscientos kilómetros hasta un frigorífico en cuyos fondos tiran las cabezas y las patas de los animales faenados. El olor es imposible; la cantidad de buitres carroñeros, igual. El Coty se instala con sus cosas en el frigorífico (el Coty viaja siempre con sus cosas en una bolsa de arpillera, “para que los pungas no se tienten”). Hay orden de ayudarlo, pero nadie del frigorífico quiere saber nada, lo dejan solo como loco malo, sentado en posición zazen mirando los buitres, un día y otro, después aventurándose entre la carroña, después arrastrando carroña lejos y viendo si los animales lo siguen, después armando una trampa enorme de alambre tejido y flejes de madera con carroña debajo. Cuando cae la trampa quedan varios buitres adentro pero tienen tanta fuerza en los cogotes que consiguen alzar los flejes de madera y escabullirse. El Coty le hace entonces unos faldones a los flejes de la trampa. Como recibe nula cooperación del frigorífico se va al pueblo más cercano caminando, ve que está lleno de pasacalles políticos porque hay elecciones y procede a subirse a los árboles e ir cortando pasacalles (uno de cada partido político, para no abusar, aclara) y con ellos hace los faldones de su trampa. En el pueblo se sabe ya que el Coty es el loco de los buitres y nadie se anima a decirle nada, especialmente cuando tampoco los faldones hacen funcionar la trampa.
El Coty ya lleva gastados diez de los quince días que le dieron y mucho efecto no le hace ya estar sentado en posición zazen, cuando se le acomoda al lado un changuito con una gomera al cuello, que le pregunta: “¿Usted anda buscando buitres, don?” Y abre la mano y dice: “Tengo doce piedras. ¿Doce animales le alcanzan?” El Coty cose lo más rápido que puede unas bolsas con los pasacalles y se interna en el carroñal detrás del chango, y se encarga de embolsar y atar cada bicho que el chango deja inconsciente de un hondazo. El chango le enseña cómo evitar los espolones de las patas y de las alas cuando las agarre despiertas. El Coty avisa desde el frigorífico que tiene los buitres. Le mandan un taxi, doscientos kilómetros. Cargan los bichos en el baúl, le pagan al chango, arrancan. En la estancia el Coty dejó armada una bruta jaula. Cuando suelta los animales adentro, uno de ellos se le va al humo, directo a los ojos, él alcanza a cubrirse con el brazo, le quedan el brazo y la pelada feamente arañados. Bichos bravos, pero el Coty se pasa dos días alimentándolos con una caña en cuyo extremo cuelga vísceras, aventurándose cada vez más en la jaula. Llega el equipo de filmación y los actores. Le muestran al Coty el árbol donde deben ir los buitres. El pide saber en qué ramas. Se sube y marca los lugares exactos. Arma unas lengas de alambre y lleva los bichos embolsados y los va atando de las patas en los lugares marcados. Los alimenta ahí mismo, día y noche, las últimas cuarenta horas antes de que rueden la escena. La escena es un éxito. El Coty está por soltar los animales cuando un ayudante de producción le dice desesperado que el buitre estrella, uno que debía beber sangre de un tazón que le daba un brujo en la película, llegó hace instantes en avión de Buenos Aires, con su entrenador, pero el bicho llegó muerto.
El Coty pide sangre. Le traen un tazón con líquido rojo. ¿Qué es esto?, dice. Glicerina líquida con colorante. “El buitre necesita sangre de verdad, y si está tibia mejor”, dice el Coty, y pide una oveja, y abre su bolsa de arpillera y saca un torniquete de goma y un bisturí, y sangra con mano sabia a la oveja y hasta le pone curabichera en aerosol (que saca de su bolsa) antes de soltarla. Mientras la oveja se aleja berreando, él trepa al árbol, embolsa a once de los doce buitres y al restante, aquél que lo había lastimado, le ofrece el tazón de sangre. El bicho bebe. El Coty pregunta dónde tiene que estar el bicho en la escena. Le marcan el lugar. El Coty arma unos disimulados ganchos para las lengas de alambre, sigue dándole sangre al buitre hasta que llega el momento de poner al bicho en su lugar. El actor que hace de brujo recibe aterrorizado el tazón que Coty llena con sangre, pero el Coty lo va tranquilizando, le explica cómo acercarse, cómo opacar los ojos para que el animal se fije más en el brillo de la sangre que en él. Se rueda la escena, es un éxito.
Con la plata de la Universal, el Coty le puso techo a su casa. No quiso en cambio ponerle luz eléctrica. Durante años, hasta ayer nomás, si uno se acercaba de noche a la casa, lo que se veía era la luz de las velas y la lumbre del fogón (la casa es un ambiente enorme con un fogón gigante en el medio; alrededor del tiraje del fogón el Coty hizo un entrepiso y ahí puso todas las camas). Dice el Coty que el día en que estaba terminando el techo miró al cielo y vio una bandada de pájaros grandes, quizá chimangos, aunque eran muy grandes para chimangos, volando dos veces en círculo sobre su cabeza antes de perderse a lo lejos, igual, igual que el día en que soltó a los buitres en Corrientes, antes de volverse a sus pagos de Korn. Dice el Coty que cuando un bicho grande te pasa volando tan cerca se puede oír el ruido del aire en las plumas, y que aquellos dos días diferentes lo que él oyó fue exactamente el mismo sonido, esa clase de cosas uno no se las olvida así nomás.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-167220-2011-04-29.html
TRANSMUTACIÓN*
El cuerpo ajado
que acaricias
por los bordes
de la rutina
Encallas
Centro
terso
imponente
Y absorbes
útero.
*De Ana Romano romano.ana2010@gmail.com
*
Inventren Próxima estación: ORDOQUI
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