lunes, abril 18, 2011

OH EL TIEMPO...




*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu





CONVERSACIÓN DE SOBREMESA*


No tuve el tiempo necesario
para explicarle a mis padres y a mi hermana
aquello de W.C.W de que los hombres
todos los días mueren miserablemente
por no tener aquello que tienen los poemas


Cómo decir próstata y primavera
decir accidente cerebro vascular y lontananza
cómo decir sobredosis y la noche con su ostentación


Apenas puedo encender el hornillo
que se muere en el patio
doblar una hoja de papel
y ponerla a navegar
subir y bajar cuatro pisos con las bolsas del mercado


No tuve tiempo en mesas como éstas
coronadas con vegetales
y un café como un salmo


Muchas deudas de reconciliación
con el joyero que nos vendió un falso escudo patrio
la mujer de la panadería
con los doctores de la ley y el orden


Oh el tiempo.



*De REYNALDO GARCÍA BLANCO. centrosoler@cultstgo.cult.cu
SANTIAGO DE CUBA/CUBA










LOS PAJAROS*


*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar



Antes que se abriera ese mundo la tierra era distinta, de otro modo respiraban los pájaros y el rocío estremecía el verdor de los pastos.
Ese mundo que era primitivo sin dejar de ser alentador, espléndido sin evitar ese primigenio color de las cosas y las primeras cosas y las primeras experiencias que saturaban el asombro y lo dejaban perplejo.
El campo, de cualquier modo, era una implosiva planicie que visitaban gaviotas, teros, cigüeñas y garzas morenas desde el aire que espolvoreaba neblinas sobre cañadas y alfalfares verdosos hasta no dar más de rabiosas flores amarillas y blancas. Sin embargo aquel tiempo ya es absoluta y totalmente irrecuperable. Aunque de vez en cuando alguien me llama, de muy lejos, como para que le dé una noticia sobre la salud o la muerte de alguien, un conocido o amigo o condiscípulo de aquel tiempo remoto en que las calles del pueblo eran propiamente el mundo. Pero era un mundo luminoso y espléndido, porque era el mundo del principio, de la esperanza, de los sueños.
Todo eso junto era sentido por nosotros y hoy, si nos atrevemos a pensar un mundo semejante sólo entre nosotros como un razonado anhelo, algo que ya se perfila como una construcción adulta que no cree en milagros sino en cosas posibles como suele ser la módica vida de un hombre, luego de mucho, luego de tanto. Es decir, de tanto golpear con la cabeza la misma roca dura de una pared.
Yo trato de pasar teléfonos, correos, noticias entre tan pocos amigos o compañeros de infancia a los que pretendo revitalizarles el afecto aunque de allí sólo hilachan pérdidas en los años y los recodos de esos mismos años de vez en cuando nos visitan.
A las pérdidas una voz de adulto pero que yo pego sin piedad a una imagen infantil, tal vez sea excesivo, porque no es en verdad impiedad, es desconocimiento que traen estos cincuenta años lejos de esa voz, que en este momento es la de Justito Pezzino, quien me inquiere por alguien, “hoy muertito” como decía con toda su ternura Haroldo Conti.
Es el turno de Armando Grillo, el popular “Negro”, hijo adoptivo de doña María Belasteguin y de don Paco Olave, titulares de bar “El Palenque”, que disimuladamente (o no tanto) fungía de prostíbulo clandestino. El “Negro” siendo varios años mayor se trenzaba en arduos picados con nosotros. Era por lo que recuerdo, lo que los periodistas, deportivos llamaban un “jugador temperamental”, con “Tuto” Vega, de esos que ponen tanto entusiasmo que en algún momento el árbitro no tiene otro remedio que expulsarlos, ya que en nuestros tiempos las tarjetas no existían, pero sí una pequeña libretita donde se iban anotando las faltas, ignoro si luego se elevaría un informe escrito a algún comité de disciplina.
Un día, la dulce señora Elena Gabilondo de Zubalzú, cansada de nuestras trapacerías apareció con cara adusta y nos mostró un pequeña libretita, amenazando que nos iba a ir anotando a los que nos portábamos mal (que éramos todos los varones, desde luego) y yo, por congraciarme o por hacerme el chistoso tal vez porque la ví muy seria, respetuosamente, me paré junto al barro y le pedía permiso para hacerle una pregunta:
-¿Ud. Señora va a hacer como el referí, que anota a los jugadores?
-No sé como quién, me contestó seca y con cara de pocos amigos.
Un frío me corrió por la espalda, porque nosotros la queríamos mucho, como Usted sabrá, según lo escribo por si me lee. Debimos haberla cansado y ese susto era razonable. Nunca nadie fue anotado en esa libretita que nos produjo tanto miedo. Estábamos en cuarto grado.
Cuando terminé la primaria nos fuimos a vivir a Rosario. Apenas cumplidos los catorce, nos volvimos. Habíamos estado menos de dos años y aquí nació mi hermano. Mi padre decía “no hallarse”, expresión que usan mucho los criollos cuando se trata de expresar algún desagrado por algo. En ese tiempo entré a trabajar en la sodería del “Mono” Boccolini. El inefable y no olvidado Hugo Boccolini.
A la mañana ponía mis tramperas para pájaros, costumbre cazadora que había adquirido en las quintas del barrio “Las Delicias”, aquí en Rosario.
Como vivíamos en el sector donde todavía no estaba urbanizado, no era difícil que al mediodía las encontrara llenas de pájaros incautos. Como en Rosario alguien me había regalado una pajarera o jaulón con patas, allí iba colocando los pajaritos que cazaba.
En aquel tiempo comencé a regalar algunos, luego de haber cazado una bandada de “Federales” que no eran menos de treinta. Eran mansitos y debían ese nombre al color rojizo de su lomo ya que el pecho era azul bien claro, por lo poco que recuerdo. Nunca más volví a ver un “Federal” en mi vida.
Algunos de los habitués que se llegaban hasta mi casa y pasaban a admirar ese gran jaulón debajo del añoso ceibo donde colgaba la hamaca que mi viejo le había hecho a mi hermano que no era más que un bebé, digo que a algunos de ellos ya los he olvidado, pero dos ex compañeros de primaria venían regularmente a buscar los pájaros que yo les regalaba. Ellos eran Héctor Domingo y Cristina Miranda, de cuyos particulares destinos, estoy ausente y desinformado desde entonces.
Cuando pisé la Biblioteca “Belgrano”- querida biblioteca de mi club y empecé a leer- una idea de libertad y de justicia me empezó a pasar y un día –luego de masticar la idea torvamente- abrí todas las puertitas: jaulas y jaulitas y ese gran jaulón. Al principio los pájaros titubeaban, pero luego empezaron a salir, detrás del primer tordo que valientemente se atrevió.
Entonces el breve cielo debajo de ese ceibo se cubrió de manchas multicolores y se fue perdiendo hacia lo alto.
Me quedé solo, ya que no lo había hecho ante testigos y mascullé un aforismo de Baldomero Fernández leído días atrás: ”Una jaula, aunque tenga el tamaño del espacio, siempre es una jaula”.








POEMA DES-PINTADO DE AMOR*

Ya no habrá para mi cielos ocres, azules o rosas.
Ya no habrá pentagramas de luz. Mi cielo será negro

Amor, inmensa eternidad, llama candente.
Amor, barrera sin fronteras,
pulmón de rosa azul.

Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar.
Sumergida en mares de destellos
en el verde, el topacio y el rubí.
Me abrazo incandescente a la página en blanco,
devuelve, quemazón, abrazo,
rojo malvón en flor.

En ausencias de luz, convoco al negro,
negro sobre mi, rondando el aire,
pecho de zorzal palpitando mi asombro.
Amor, espina que no duele,
negro clavel del aire aferrando mi sombra.

En la noche estrellada vislumbro lirios blancos
mas crecen por doquier aciagos lirios negros.

Amor. Amor. Amor. No te puedo olvidar
y otra vez y otra vez,
elijo la soledad y el negro.
Porque eres como él.
El negro no es color. Es su ausencia.
No es el color, entonces, es la ausencia
que duele.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







SENTENCIA IRREVOCABLE*




Hay, entre los seres del mundo, uno que jamás será mi amigo.
Compartiendo quizás más de una convicción, con seguridad coincidiendo en muchos gustos, manifestando similares preferencias, hay alguien, sin embargo, que jamás sonreirá a la apertura de mi sonrisa, y que crispará el rostro si me halla de pronto en una acera.
Será en balde que hayamos crecido en la misma ciudad, que la edad nos hermane en una generación. No servirá de atenuante que algún amigo nos sea común. No seremos, nosotros, amigos. Y he perdido para la eternidad la posible dicha de compartir con este hombre una cena o una charla de las que alimentan la vida. No comentaré sus anécdotas, no veré las fotos de sus hijos, no intenteré consolarlo de alguna desdicha.
Hemos cometido la imprudencia de conocernos en una inflexión en la que nuestros intereses se contraponían. Hemos, por desgracia, desconfiado de la buena fe del otro. Y entonces, irreparablemente, la ofensa se erigió como un muro que se construye veloz y sólido, infranqueable. Nada modificará jamás
la inicial frontera.
Si nos hubiésemos conocido en ocasión de dicha, la pequeña historia arrojaría otro resultado cuando los dados tocasen la mesa. Pero hay, entre todos los seres del mundo, alguien más que no será mi amigo aunque los años desgasten las ofensas.
Entonces, no habrá relación de amistad porque un hecho ha objetado su nacimiento. ¿Qué hay de las amistades que han prosperado?
Hay gente que es mi amiga porque, en la suma de los días, nuestros intereses no se han contrapuesto y porque la crispación se ha dado con otros y no conmigo; porque no hemos visto los unos de los otros el momento del traidor, el momento de la bajeza, el momento de la estupidez que ataca a todos en alguno de esos instantes para sonrojarse en el recuerdo.
Alguna instantánea tuya me disuadiría de conocerte, una fotografía hay entre las que me pertenece, que haría que te hubieses apartado en el lejano día del primer encuentro. Unas palabras; aquella desafortunada discusión en la que dijiste lo que ni siquiera es tu creencia, esa desgraciada broma que
salió mal y cuando quiere explicarse es tarde, ha provocado sufrimiento.
Tantas ocasiones hay para que quien no nos conoce desprecie nuestra compañía antes de entablar conocimiento.
Me disculpan y los disculpo porque ya sabemos más o menos quiénes somos, por afecto, por costumbre, por historia. Pero nada nos protege del juzgamiento de los extraños, un mal paso nos precipita para siempre al fondo del barranco.
Y hay, por desgracia, un ser entre los seres del mundo que jamás, jamás, será mi amigo.



*De Mónica Russomanno russomannomonica@hotmail.com







rodeos*



1

hacerse amigo de la yegua salvaje y/o del juez
hacerse desde el hacerse amigo o amante de la yegua
y/o del juez
los jueces también sintiéronse en los tiempos trastornados por la yegua
salvaje
sintiéronse por la yegua salvaje
sintiéronse en los tiempos por la yegua salvaje
o bien, los jueces también sintiéronse en los tiempos trastornados
trastornados por la yegua salvaje




2

aprendiz de hacerse amigo para no desanimalizar a la yegua salvaje
ni
claro
estrictamente
desalvajizarla
aprendiz de hacerse
jamás otra que aprendiz
hacerse amigo del hacerse
del yegua
de la sustancialidad salvaje ser
¿dónde se es acaso no salvaje?




3

hacerse amigo de la yegua salvaje que se saca del río
o:
¿qué hacer con el hacerse amigo de la yegua salvaje que se saca del río?
¿del río salvaje?
¿madre río salvaje?
¿madre salvaje?:
los materiales del hacerse
los espirituales materiales del hacerse
las persecuciones yeguales
la yegualidad fuera del río
la yegualidad fuera del río palabra
sólo por rodeos
trama
el conjuro de los bordes
¿algo más que bordes?
y palabras
abra
ábralas
habrá palabras
llamando: juez: agua va




4

doble
agua va doble
agua estrechada
doble
¿no doblegada?



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar











LA CAPILLITA SOLITARIA*




La antigua ruta once, el camino real para nosotros, era ancha, arenosa, polvorienta, y desde nuestro pueblo hacia el norte, habitualmente desolada, casi desierta; haciendo lucir desolado todo lo que lo circundaba. Los arbustos, enredaderas, y pastos de los costados; se veían sucios, cubiertos por el polvo que se levantaba del camino, más por los vientos, que por el escaso tránsito de aquellos tiempos. Muy pocas casas se animaban a asentarse a su vera, sólo algún “boliche” o paraje, muy lejano uno de otro. Las casas de los colonos eran espaciadas, y se presentaban bastante alejadas de la ruta.
En la mitad del siglo veinte éramos niños, y solíamos acompañar a mi padre, en sus cortos viajes, con el traqueteante y pequeño transporte de fletes varios. Solíamos visitar colonos, llevando moderadas cargas de mercaderías, o de insumos, trayendo parte de sus cosechas, especialmente hortalizas y otros productos, que se comercializaban bien en el pueblo.
A un par de kilómetros de las últimas casas, donde un abandonado camino vecinal formaba la esquina de un pequeño lote de campo, yermo y de breves pastos amarillentos, alejado de todo vestigio de vida: se levantaba solitaria una pequeña capillita ornamental, que se erguía, no más alta que una persona, sobre una delgada columnata retorcida, de aspecto neo gótico, símil mármol, y consagrada seguramente a una deidad religiosa, alguna virgen. Nadie sabía qué conmemoraba, ni en honor a quién se había erigido, y sobre todo por qué precisamente allí, alejada de todo.
El tema es que verla siempre tan sola, causaba una sensación incómoda, revestida con algo de inexplicable temor, y nuestra imaginación infantil, nos proponía absurdas relaciones con alguna leyenda, de hechos o personas que desconocíamos; máxime que más de una vez hemos visto, a algún acompañante circunstancial de la zona, persignarse respetuosamente cada vez que pasábamos por el lugar.
Nunca pasé indiferente, ni lo hubiera hecho sin advertirlo; siempre ese resquemor, ese recelo. Y no sólo yo, en casa se contaban cosas curiosas que habían ocurrido, a quienes de noche pasaban por allí, y no guardaron tal vez el debido respeto; aunque no es que lo creyeran del todo, siempre aparecían esos temas en charlas de sobremesa, como algo gracioso, folklórico.
Recuerdo que una noche nublada y muy obscura, nuestro pequeño camión quedó sin nafta, y se detuvo, precisamente enfrente; aunque no podíamos verla, sabíamos nuestra posición, porque ubicábamos las primeras y espaciadas luces del pueblo. No podría decir que me daba miedo, estaba al lado de mi hermano mayor, que si bien todavía era un niño, era una compañía enorme para mí, y además estaba papá, que fue quién se bajó y midió con una pequeña regla, cuanta nafta tendría el tanque. Pero varias veces me descubrí escudriñando en la negrura, a ver si veía la silueta de la capillita, y a veces miraba fijamente. por si alguna cosa extraña se moviera cerca…
Un jinete se acercaba al trote.
Lo escuchábamos desde una buena distancia. Papá le habló cuando estuvo junto a nosotros, aunque ni remotamente lo conociera. Le dio un billete y una damajuana de vidrio, pidiéndole que le consiguiera algo de nafta en un almacén, que estaba sobre la ruta, hacia el norte. El jinete apareció tras un largo rato, con la damajuana a medio llenar, suficiente para llegar a casa. Generoso y honesto el criollo. Luego no sé bien qué pasó. Papá le pasó un billete de poco valor como propina, agradeciéndole “la gauchada”; pero el hombre se indignó, se enojó, y lo expresó a toda voz, y era que consideró escaso el pago por el servicio.
Mi hermano y yo nos decepcionamos, ya que en principio entendimos que era un gesto generoso, y no aceptaría pago alguno por el auxilio; pero no, el hombre entendió que era una changa, y le habían pagado poco…
Todo esto sumado hizo que nuestra avería requiriera bastante tiempo en el lugar, que para mí era apremiante. Me avergonzaba sentir el miedo o resquemor que estaba sintiendo, y por momentos tenía un cosquilleo y escalofríos, hasta que volvía a serenarme viendo que ya nos íbamos y dejábamos atrás aquel oscuro y desolado sitio. Alejándonos, y sintiéndome algo más seguro me animé a voltearme y mirar casi hipnotizado hacia atrás, esperando ver, vaya a saber qué misteriosa aparición.
Tengo en mi memoria ese percance, y aquella noche tan cerrada; donde tuve omnipresente la inquietante cercanía de la misteriosa capillita…

Y esto del halo singular y casi exótico, que emanaba el pequeño santuario, estaba bastante difundido, y amalgamado a una profunda cultura religiosa, que a su vez, de un modo curioso, se ligaba también a un abanico de supersticiones y temores. Era evidente, al menos entre nuestros conocidos y parientes; aunque nadie habría querido reconocerlo, y sólo surgía si se involucraban, como pasó con un primo mayor nuestro, que estaba viviendo temporalmente con nosotros…
Era todavía soltero, así que estaba en la etapa de conocer posibles candidatas casaderas.
Acostumbraban en la zona rural de aquel entonces, acceder a encuentros de muchachos y muchachas, en las fiestas familiares, o en los bailes de colonia, fiestas religiosas o cívicas, y tantos eventos domingueros o casuales. Pero sobre todo de un modo muy recurrido en la zona: las visitas domiciliarias; donde solos, o en compañía de un amigo, o a veces dos, el pretendiente llegaba un sábado por la noche, “a tomar mate”… directamente y sin invitación alguna, a una casa elegida, donde hubiera chicas casaderas;
El juego era ir “tanteando”, a ver cómo eran “recibidos”; y no excluía que también visitaran otras casas, a veces esa misma noche, hurgando en un itinerario de selección, que concluía sólo cuando se formalizaba un compromiso, Esto podía ser una búsqueda de meses o de años, tornándose en algunos casos crónica, y como todo, ir devaluándose con el tiempo, siendo recibidos lógicamente, cada vez con menos expectativas.
No sólo los sábados, también las vísperas de fiestas, donde la otra parte también esperaba con impaciencia, qué podría depararle aquellos encuentros; que por otra parte no siempre eran tan fortuitos, a veces, ya tenían previamente alguna mirada complaciente, como un guiño, o un convite concertado.
Mi primo pertenecía a éstos últimos, visitantes “tomadores de mates”…
Un jueves por la noche, víspera del sagrado viernes santo, en que no podía realizarse ninguna actividad que no fuera de recogimiento, o adoración a Dios y a Cristo crucificado. Mamá no hubiera querido, que ninguno de nosotros saliera de casa esa noche.
-Mirá que tenés que estar de vuelta antes de las doce. No te entretengas. Acordate que pasada la medianoche ya va a ser Viernes Santo…-
-Si tía, quédese tranquila.- dijo mi primo, guiñándonos un ojo a sus espaldas, cancheramente…
Y con esa promesa, mi primo subió a su bicicleta, y partió a su visita romántica, a una legua al norte. Cuando decidió volver vio que ya eran más de las doce; y aunque nada tomaba en serio, se sintió profundamente sólo al volver por la ruta, en una noche alumbrada fantasmagóricamente por la luna llena.
A la mañana siguiente, tartamudeaba, todavía desencajado al contar, lo que él juraba que le había pasado:
Precisamente al llegar a la capillita, vio de reojo como de la misma salía un pequeño perro negro, mostrando una ferocidad rabiosa, y ladrándole furiosamente, arremetía decidido a morderle la pierna. Trató de pedalear más fuerte, pero el camino arenoso le frenaba las ruedas, y el perro lo atacaba más y más fieramente. Comenzó a defenderse arrojándole patadas, pero cada vez que le acertaba una, el perro crecía, y se hacía cada vez más grande y más aguerrido; y en un momento se había convertido en un perrazo enorme que no le daba tregua…
Se acordó entonces de rezar desesperadamente, mientras se concentraba en pedalear, y poco a poco se fue distanciando; del descomunal y fiero animal en que se había convertido, salvándose según él, por muy poco de sus filosos colmillos…
Todos trataron de hacerlo entender, que el perro habrá sido nada más que un perro, y que el miedo hizo el resto…
Pero a él nadie le hizo cambiar nunca, lo que aseguraba haber vivido.
Y muchos de nosotros entonces, sin querer, sentimos un escalofrío….
Y yo, lo vuelvo a sentir cada vez que me acuerdo.



*de Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar








La taza de café*


La boca se acerca, húmeda del sabor oscuro. Casi una forma de tomar la noche por asalto. La boca se mira en el espejo de los sueños. Ahora sí, empieza el día.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar





*

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