lunes, mayo 09, 2011

LA CORRELACIÓN DE LEJANÍAS...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu



LOS SILENCIOS DEL PECADO*


"...Dudo que alguien pueda leer o escuchar tu historia sin que las lagrimas
afloren a sus ojos. Ella ha renovado mis dolores, y la exactitud de cada uno
de los detalles que aportas les devuelve toda la violencia pasada..." (Carta de Eloisa a Abelardo)"...



Amo el "Jardín de las delicias"
El resultado del cruce de dos rectas.
Imprevisibles e inesperados triángulos.
La fuente de la juventud y el huevo.
Oscuridad y sigilo fecundados. Silencio.
El silencio del inmortal deseo.
La sombra quieta de mi padre.
Las abejas inquietas en el pelo de mi madre.


Amo al silencio. Los ecos del silencio.
De las voces calladas. Antiguas profecías.
De la metamorfosis de una boca.
Del cazador. Cabalgando. Huyendo siempre.
De la manos. Números cardinales. A veces círculos.
De los pies que se van cuando amanece.
El búho y el martín pescador.


Amo los hombres-pez.
Las mujeres desnudas .La tentación.
Los sabores frutales, tan hondos, tan profundos.
Las uvas. El cielo y el infierno.
La bola de cristal craquelada. La inconstancia.
Los álamos. Los jinetes. Los espinos
Los adioses de corcel, patria en el vientre.


Amo la lechuza y la flecha.
Los silencios golpeando mis umbrales.
El abrazo intacto, embriagado, tendido.
Tu fatiga descansada en mi cansado pecho.
El miedo de la lluvia sobre tu piel de jade.
El temor y el milagro y lo dulce y lo amargo.
Las mariposas y los mejillones.


Amo la serpiente, el verde y el azul profundo.
Los campos rojos y los blancos lirios
Y los ojos, ah, amo los ojos.
Y los muertos que veo en los ojos de los gatos.
Los ojos que han mordido mi nombre.
Los ojos que ven alambiques y matraces.
Los ojos que mueren sin mis ojos.
Los ojos que aman los estanques turbios.


Y los ojos de Delfina e Hipólita.
Buscándose, huyendo en su hondo penar.
Y los ojos de Abelardo y Eloisa.
El ojo azorado del infierno de Rimbaud y Verlaine.
De Baudelaire y Louchette.
De Zorba y Bubulina.
De Medea y el hombre con un pié calzado.
Atados a una lira y una cítara.
Los ojos del vacío que apuestan a la vida.


Los ojos de la trasgresión y el pecado.
Amo, los silencios del pecado, entonces.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar










JAZMÍN DE PERFUMES LEJANOS*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



Con el tiempo aquellos amaneceres altos se fueron diluyendo en distancia, en niebla difusa, en ala delicada de mariposa ya posándose en las flores, mezclándose con los picaflores o entrando temerariamente en la bola ígnea del verano.
Hoy, cuando llega el momento del recuerdo, en el espacio en que el crepúsculo se descabeza en los brocales de los aljibes abandonados y que casi cubren las malezas, nos sentimos más seguros si estamos bajo techo, con un libro en la mano y la vista que se pierde a través de la ventana en la última luz que se esconde tras aquellas casuarinas oscuras.
De todos modos los años, las estaciones, las lluvias y los soles forman una argamasa en el alma que casi siempre predispone a mitigar fechas no tan cercana.
De la casa de don Clemente Gerlo sólo nos separaba un tejido. Pero no era cualquier tejido, porque del otro lado moraban las frutas más apetitosas, más exquisitas que sólo esperaba nuestro salto hacia esa felicidad suprema.
De esa casa –hoy levemente reformada- recuerdo dos hileras de casitas (un palomar, como se las llamaba) donde se reproducían las palomas caseras y donde yo afinaba mi puntería con la gomera. A cada tiro –que nunca daba en el blanco- quedaba el plumerío levitando sobre el aire seco de mayo, esas plumas iban depositándose sobre los almácigos, los tomatales y los pimientos y hasta las higueras que esperaban con sus brevas maduras o sus duraznos de almíbar goteante o sus ciruelas rojas y pulposas como muslo de mujer.
En los meandros verdes de esa quinta yo vi pasar la figura pensativa y triste de doña Marianna Gerlo. Con su cuerpo delgado, sus cabellos blancos, sus pómulos altos y sus profundos ojos celestes donde un mar calmo de Italia reinaba en esa sonrisa melancólica.
Alguna vez pudo desprenderse de su propia miseria y ofrecerme una naranja con esa mano huesuda que sólo sabía de privaciones y miserias esas manos de largos dedos finos que hoy se me ocurren de una blancura transparente. A don Clemente lo recuerdo menudo, adusto, de calva pronunciada y de bigotes acepillados, blancos, y sobre todo como un gran trabajador.
Don Gerlo, como le llamábamos nosotros, tenía una jardinera traqueteante despintada de verde, para no decir que alguna vez ese color ya desvalido había cubierto esa madera sometida a los soles y las lluvias y una yegua mansa que se llamaba “Chicha”. Este sufrido animal no sólo era uncido a ese vehículo para trasladar sus verduras, que vendía por el pueblo, sino que la ataba a un aradito a mancera, para roturar un terreno mayor, que tenía detrás de mi casa. Allí sembraba zapallos, maíz y tal vez alfalfa o alguna otra pastura.
No sé cuantos años hacía que este matrimonio italiano estaba allí, pero habían comprado esa casa del palomar y el terreno al que pasaba su aradito de una reja don Gerlo. Entre seguras privaciones criaron dos hijos: Terencio y Secundina. El primero tenía un hijo de mi edad que se llamaba Palmiro, en algún momento, antes de comenzar nosotros la primaria se fueron a Villa Constitución o alguna población vecina. Secundina, casada con Santiago López tuvieron una hija –Edith- también de mi edad con la cual hicimos toda la primaria. La recuerdo como una chica de grandes ojos escrutadores, inteligente y muy callada. Nunca más la vi.
A don Santiago López –gran trabajador-, también, mi padre le decía “el correntino” por su provincia natal. La familia la completaban dos hijos varones, menores que yo; Alfredo y Sergio.
Nosotros –ahora lo digo con culpa-, le arrasábamos a veces los frutales de la quinta. Todos muy apetitosos.
Jugábamos fútbol en esa cortada de gramilla y cuando la pelota caía sobre sus almácigos -algo inevitable- el que saltaba el tejido para buscarla comenzaba a tirar frutas hacia nosotros. Como estas acciones eran siempre a la hora de la siesta, el pobre don Clemente tardó en percatarse. Entonces pasaba las siestas debajo de las higueras, con su revólver de níquel oxidado sobre las rodillas, tan cansado estaba. Con seguridad no tenía balas y casi con seguridad tampoco funcionaría. Ingenuamente, en su desesperación, pensaría asustarnos.
De pronto se cansó y no vino más. Hoy lamento todo el daño que le produjimos. Ya que la economía familiar vivía escasamente de esa pequeña quinta. Aunque a la altura de mi relato estarían solos con doña Marianna pero no puedo sacarlos de la cabeza esos viejecitos que habían cruzado el mar y con mil privaciones adquirido esos pequeños terrenos y nosotros no respetábamos ni sus almácigos, ya que al trasegar en busca de frutas pisábamos sus esplendorosos canteros de legumbres riquísimos.
En esa casa había vivido el dueño anterior, un tal Tomasso Benedicto, quien sembraba todo ese terreno de jazmines, ya que su oficio era el de floricultor.
Justamente, ese olor fragante y dulzón impregnó todo el barrio durante muchos años hasta que fue conocido, hasta hoy, por todos los habitantes, del pueblo como “El Jazmín”.
Barrio lleno de gloria si los hay en el pueblo y el que tiene -según mi amiga Ana Bugiolacchio, cuando lo conoció- un aura distinta por sobre todos los demás barrios del pueblo.
Y yo diría que tiene toda la razón.






*


Las Tres Marías están perpendiculares al horizonte.
Es Mayo en Buenos Aires y marcan el Oeste.
¿Será verdad que aquello que se ve fijo muy a lo lejos en realidad se está moviendo?
¿Y si lo que en realidad se mueve, en realidad esta quieto?
Así como se contrapone la quietud al movimiento; lo hacen:
El sonido al silencio.
El pasado al futuro
La luz a lo oscuro.
Y seguro se podría continuar listando...
¿Y si ruido y silencio; pasado y futuro; luz y oscuridad, son en realidad la misma cosa?
De a pares y todo junto.

¡Que joda! ¿No?



*De Alfredo Armando Aguirre. choloar47@rocketmail.com






MI PRIMERA MAESTRA*



*De Felisberto Hernández.



Cuando yo tenía seis años cruzaba, por las mañanas, una plaza inclinada -vivíamos en la falda de un cerro- y entraba a la escuela. La maestra era grandota; ponía, arrollados sobre el pupitre sus dedos gordos y nos permitía hacer ruido. Yo hacía emes minúsculas con vueltas redondas como los dedos de ella. Una tarde, sin que mi madre supiera, crucé la plaza, llamé con el pie a la puerta de la maestra y apareció por la ventana su cabeza grande, parecida a la de una vaca buena sin cuernos.
-¿Qué quieres?
-Vengo a hacerle una visita.
-Bueno... te quedas un ratito y enseguida te vas...
Cuando abrió un poco la puerta de la calle yo pasé cerca de su pollera gris. Ella, con su mano tomó la mía y me llevó al fondo. Debajo de un paraíso había una gallina echada; empezó a cloquear y por debajo de su cuerpo -de un gris parecido a la pollera de la señorita- se asomaban pollitos amarillos. Estarían tan calentitos como mis dedos entre la mano de la maestra. Después ella me acompañó hasta la puerta y yo le dije:
-De aquí a un ratito voy a venir a hacerle otra visita.
-No, no; otro día.
Pero yo seguí pensando. Esa noche, cuando estuve solo en mi cama, me acordé de la gallina con pollos y empecé a imaginarme que vivía bajo la pollera de la maestra. Al día siguiente, a la siesta, volví a pensar lo mismo: a esa hora yo no dormía; y mis padres tenían los ojos cerrados. Suponía la maestra de pie, recostada al paraíso; y yo, debajo de sus polleras le acariciaba una pierna; o más bien las dos. Sentía su calor y veía que después de terminar las medias negras que yo conocía, las piernas eran gordas como las de mi abuela y muy blancas. Todo parecía muy natural; y mientras yo la acariciaba, la señorita se quedaba tan tranquila como la gallina de los pollos. Aunque estaba debajo de la pollera yo veía, sin embargo, la cara de la maestra; y ella miraba distraída para todos lados. A veces venía la madre: era una viejita muy buena -una vez me dio café con leche; pero yo no lo pude terminar porque ya había tomado en casa. En algunas siestas yo me quedaba pensando en la viejita o en cualquier otra cosa; y de pronto me olvidaba que debía estar debajo de la pollera; eso me daba fastidio y hacía esfuerzos para imaginar todo de nuevo. En otra siesta pensé que la viejita le había preguntado a la hija:
-¿Qué estás haciendo?
Y la maestra había respondido:
-Tengo cría.
Pero la madre sabía todo y hablaba como en los días que tenía caramelos y me decía, en broma: "No hay caramelos". Ahora la hija le hacia una guiñada y yo la veía mientras le acariciaba las piernas. En casi todas las siestas las gallinas de casa cacareaban y yo las odiaba; no me daba cuenta que estas gallinas eran iguales a las de la maestra.
Cuando llegaron las noches de verano mis padres me dejaban jugar un ratito antes de irme a la cama; entonces yo cruzaba la plaza, entraba al zaguán de la maestra y de pronto soltaba una carcajada y la asustaba. Una noche vi, desde la vereda, que ella iba a cada momento del comedor a la cocina llevando los platos. La lámpara que estaba encima de la mesa del comedor tenía pantalla y daba luz clara nada más que en el mantel. Sin que la maestra me viera, entré al comedor y me escondí debajo de la mesa. Al ratito ella vino, con los pasos de siempre, pero traía una pollera blanca; se acercó mucho a la mesa y yo, tocando el piso con la cabeza miré hacia arriba y me asomé al interior de su pollera: todo estaba un poco oscuro; pero se aclaraba más cuando ella, para alcanzar alguna cosa que estaría al otro lado de la mesa, apoyaba un pie y levantaba el otro en el aire. Yo hice varias veces la prueba sin que mi cabeza tocara sus pies. Después de levantar la mesa ella volvió al comedor con pasos lentos; se recostó al borde de la mesa, levantó un pie y dejó el otro en el suelo. Entonces yo me asomé por el lado de afuera de la pollera y vi que tenía la cara tapada con un libro.
Entre nosotros había mucha confianza; si ella me descubría debajo de su pollera, yo le diría que era jugando. Por fin me decidí a entrar. No sé si llegué a tocarle las piernas; ella soltó un grito y al bajar el pie que tenía en el aire, me pisó; también sentí que me apretaba la cabeza. Enseguida vi caer todo su cuerpo, oí sonar unos vasos que había en el aparador y alcancé a ver un pedazo blanco de la pierna de ella. Cuando se levantó estaba muy enojada y creí que me pegaría; pero de pronto se echó a reír: quería hablarme y no podía; dio vuelta la cabeza, fue hasta el zaguán y miró para la cocina: la madre estaba lavando los platos y no había oído nada. la maestra volvió hacia mí y levantando un dedo me dijo que le mandaría decir a mi padre lo que yo había hecho y que ahora me fuera para mi casa. Yo pasé por delante de ella con la cabeza baja pero mirando la pollera blanca; caminaba lentamente, me daba cuenta que ella me perdonaba y me sentía feliz. Al cruzar la plaza recordé su risa y pensé: "A ella le gusta que yo me meta debajo de su pollera".






FILO *


Sufre la piel del aire los domingos
hacia el crepúsculo
cuando el filo de la oscuridad
desgarra el cielo.
En ese momento alguien precipita sombras
como ecos multiplicados.

Un entramado de almas fugan
del filo de la oscuridad,
de su corte que amenza
y no termina de matar...
nos guarda para siete días más,
cuando otro domingo sucede,
pasa,
desciende.

Y el dolor --esa abstracción--
es un latido que permanece.



*De Miryam Seia miryamseia@cablenet.com.ar







Los internados para niños*



*Por Laura Ramos cuadernosprivados@gmail.com
Cuadernos privados


Las novelas de internados siempre ejercieron un efecto mórbido en mi imaginación. Si dejamos de lado los internados de niñas, es decir, si logramos olvidar por un momento la escuela para hijas de clérigos pobres de Jane Eyre , el internado de niños pertenece a Charles Dickens, o, mejor dicho, a David Copperfield y su escuela de Salem. Si no fuera yo una cipaya, debería aparecer en mi mente el colegio pupilo de La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig, pero leí a Puig después de los dieciséis años,
cuando mi épica había sido ya forjada por la literatura inglesa de folletín.
El edificio de la Casa Salem, cercano al puente de Londres, de aspecto triste y desmantelado, estaba custodiado por un hombre con el pelo cortado al rape y una pierna de palo. La habitación donde se daban las clases, que a David Copperfield le pareció el lugar "más desolado y abandonado" que
hubiera visto nunca, para mí era una delicia: tres largas filas de bancos y mesas y las pizarras a lo largo de las paredes.
El día de su llegada le ataron a la espalda una chapa de metal con la leyenda "Tened cuidado: muerde", de acuerdo a las instrucciones impartidas por su padrastro, Mr. Murdstone. El maestro acostumbraba hablar solo, rechinaba los dientes y se tiraba del cabello, pero aunque asustaba bastante, no era tan temido como el director Creakle, que se autodefinía como "un tártaro". Mr. Creakle se solazaba en pellizcar las orejas y chasquear su látigo sobre el lomo de los pupilos. La única ventaja de la
predilección del director por el látigo fue que a los pocos días hizo retirar la chapa de David, porque era un estorbo al momento de propinarle latigazos. Pero esos mismos infortunios que hacían llorar a los niños todas las mañanas, al comenzar las clases, por una especie de ley de compensación les endulzaba con un deleite especial los momentos de dicha. Días después de su llegada, el correo trajo a David un pastel de naranjas y dos botellas de licor de velloritas que le envió Pegoty, su vieja niñera. El festín, que compartió con sus condiscípulos esa misma noche, en el dormitorio, le brindó un placer tan vivo, un sentimiento de tal comunión con sus compañeros de desdichas, que compensó con creces los látigos, los domingos lluviosos y la atmósfera sucia y pesada que envolvía los claustros. (Una tarde de verano, antes de irse a la playa con mi hermano, mi madre me alcanzó a la bañadera un precioso ejemplar de David Copperfield , apoyado sobre una bandeja de madera de diseño moderno. ¿Cómo no amar los internados?) Cuando llegaron las vacaciones, David tuvo un súbito pensamiento: deseó que se le hubiera roto una pierna para verse imposibilitado de volver a su casa. Con la aparición de ese sentimiento, que le acarreó un dilema moral, David aprendió una lección no menos importante que la conjugación perifrástica pasiva del latín: la felicidad sólo puede alcanzarse lejos del hogar (el modelo de los niños literarios modernos de Roald Dahl).
En Las tribulaciones del estudiante Törless , de Robert Musil, el verdugo no es la autoridad del colegio, sino el envilecimiento de los propios estudiantes. En el instituto de W. se educaba a los hijos de las mejores familias de Austria con el fin de prepararlos para la escuela superior o para los servicios militares del Estado. El estudiante Reiting hace desvestir a su condiscípulo Basini, caído en desgracia, y le pide que le lea la historia de los emperadores de Roma; luego lo azota. El estudiante Beineberg, cuyo físico tiene algo del aura de los atletas homéricos, hipnotiza a Basini, le clava agujas en el cuerpo y le exige que ladre como un perro. La mansedumbre y sujeción del débil, pero sobre todo el temor a los otros, provocan en Törless el impulso de practicar una crueldad similar, pese a la aversión y repugnancia que siente. "Pero en ese doloroso sentir había un sutil placer, un orgullo, el sentimiento de hacer algo singular, de servir a una divinidad no comprendida." Las primeras abyecciones del héroe
de Musil ya contienen las futuras. (Los estudiantes austríacos gozan de una perversidad más refinada que la de Mr. Murdstone, pero nada, nadie me hizo llorar como Dickens).
Las tribulaciones de Törless pertenecen al orden de las de Toto, el héroe de Manuel Puigg, al que sus padres mandaron pupilo al colegio George Washington, seguramente con el propósito de "enderezarlo" (y me refiero a su sexualidad). Por fortuna, la educación inglesa no logró ese propósito. El primer domingo a la noche, en la escalera del internado, El Cobito contra la baranda y Colombo del lado de la pared, cerraron el paso a Toto, y volvieron a tenderle una trampa días después con un pañuelo empapado en cloroformo.
Pudo, sin embargo, escapar de ambas celadas.
Me distraigo al notar que el nombre del verdadero colegio, el internado en el que se educó Manuel Puig cuando era niño y que inspiró al de su novela, el Colegio Ward, y el apellido de Rita, se pronuncian igual. La traición del Colegio Ward; Toto Worth; Hola Ward: yo te traiciono, y así hasta el infinito.


*Fuente: http://www.clarin.com/ciudades/internados-ninos_0_476952442.html






Sobre héroes y tumbas: los otros mundos que están dentro de éste, *



*Por María Rosa Lojo
Para lanacion.com
Sábado 30 de abril de 2011


Con la antorcha de la ceguera, la narrativa de Ernesto Sabato ilumina un camino desviado hacia la noche original. A mediados del siglo XX, en una ambiciosa ciudad periférica de Occidente, se abre un agujero negro, un hueco estelar. En su espejo invertido desaparecen las formas de las cosas habituales, "el sentido de lo cotidiano". Desaparecen, a secas, las formas, devoradas por una succión que disuelve los contornos de todos los seres, la "conciencia que establece las grandes y decisivas divisiones en que el
hombre debe vivir".
Muy por debajo de esta ciudad que vemos fluye un río turbio, de aguas fétidas, que en algún momento deja de ser un confuso torrente de desechos, para convertirse en el lecho "limoso y elástico" de una laguna pampeana, y en una planicie iluminada por otro sol, y en una cordillera sumergida y en un paisaje lunar, y en el lomo petrificado de un dragón gigantesco. Un mundo seco y muerto, desolado y vastísimo, donde sin embargo arde un fuego eternamente vivo. El fuego late en el fondo de su contrario: el agua.
Proviene de un Ojo Fosforescente iluminado como una gruta submarina. Aquí tiene lugar la más extrema y radical aventura poética, la aventura de la traslación y la transformación: "tuve la impresión de haber atravesado eras zoológicas y haber descendido hasta los abismos de algún océano profundísimo, arcaico y desconocido", dice Fernando Vidal Olmos, héroe y antihéroe.
La apuesta más audaz y más feroz de las vanguardias, y en particular, del surrealismo: la alianza de los extremos, la "correlación de lejanías", desborda en la poética de Sabato los puntuales resplandores de la metáfora, para extenderse a toda la concepción del arte novelesco: "En realidad sería necesario inventar un arte que mezclara las ideas puras con el baile, los alaridos con la geometría. Algo que se realizase en un recinto hermético y sagrado, un ritual en el que los gestos estuvieran unidos al más puro
pensamiento y un discurso filosófico a danzas de guerreros zulúes. Una combinación de Kant con Jerónimo Bosch, de Picasso con Einstein, de Rilke con Gengis Khan.", dice en Abbadón el Exterminador.
En Sobre héroes y tumbas el arte novelesco de "Gengis Kant" ("bárbaro conquistador y filósofo alemán", afirmaba la genial boutade de Uno y el Universo) llega a un punto clave de esplendor turbulento. Vidal Olmos ha encontrado su Aleph, su centro del Universo, donde coinciden los opuestos, donde conviven de algún modo todos los espacios y todos los tiempos. Pero a diferencia del contemplador borgeano, se hunde de cuerpo entero en la "fosa de la verdad". El registro de sus vivencias lo lleva también a las máscaras animales y las combinaciones monstruosas. Es un monstruo, y es el poeta que
vuelve a las raíces mágicas y míticas de la poesía, cuando los términos puestos en relación sufrían, no la sola identificación mental, analógica, sino la fusión carnal, vivida en términos perceptivos y afectivos.
Sobre héroes y tumbas, "novela total" (de acuerdo con la aspiración romántica, que solicitaba del género la visión de lo humano en todas sus dimensiones) entreteje múltiples voces e historias con la Historia, expande en direcciones contrapuestas los ámbitos geográficos, abre, desde la ciudad cotidiana, una grieta en la percepción, una ventana oscura hacia el otro lado de lo que creemos real. Hay en ella un relato de amor entre un adolescente solitario e inseguro que no sabe aún cómo devenir hombre (Martín) y una muchacha (Alejandra) que parece llegar desde un pasado inmemorial. Hay también un relato de horror que es la Historia de un país donde se vuelven a deshacer, con el trabajo del odio, los cimientos de una fundación que nunca pudo asentarse en la inestable arena del combate. Hay otra historia de incesto (entre Fernando Vidal Olmos y Alejandra -y también la madre o la Diosa Madre--) que le reclama al héroe volver insaciablemente a los orígenes y afrontar el terror y la desintegración para nacer de nuevo, acaso, desde la unidad primordial. Este mandato imposible, esta paradoja, encontrará su adecuado escenario en las cloacas de Buenos Aires, y su expresión simbólica en la Ceguera. Una Ceguera que tiene su propia y oculta sabiduría, que cuestiona la luz meridiana del "logos", de la razón platónica, para instalar, en un territorio mítico, más allá de las engañosas copias visuales, fuera del tiempo, el camino del "conocimiento por el tacto": la recuperación convulsiva del cuerpo --negado y escindido-- en las experiencias agónicas del devoramiento y de la fusión.
Ese camino poblado de imágenes alucinatorias, tan afín al surrealismo y sus paisajes oníricos, que marcaron de manera decisiva la estética del autor, no obstruye otras visiones más familiares y cercanas. Sobre héroes y tumbas es también una novela de Buenos Aires-Babel, la gran ciudad donde convergen, no siempre felizmente, las etnias y las lenguas, donde las muchedumbres no alcanzan a constituir una comunidad, sino la conjunción azarosa de seres humanos que viven, ensimismados, su propio extrañamiento: no sólo los inmigrantes europeos sino los "cabecitas negras" que llegan desde las provincias como otros desterrados, no menos extranjeros en la ciudad cosmopolita.
Desde su singularidad, la novela expresa cabalmente los temas y debates de la coyuntura de "los sesenta" (la vuelta de la mirada hacia el interior, la indagación en la historia nacional, la relectura del peronismo, el "compromiso" del escritor); se convierte en inexcusable referencia y en hito representativo con el que dialogará la generación siguiente. Más allá de su contexto inmediato, es un palimpsesto, una obra complejamente simbólica, susceptible de asedios desde los más diversos registros (metafísico, sociológico, histórico, político, gnoseológico). Por lo demás, en su espacio desdoblado y sinuoso cada peregrino o transeúnte podrá hallar el diseño de su propio itinerario vital, de sus preocupaciones intelectuales, de sus terrores y sus deseos. Unos la leerán como el vademécum que nos guía por una ciudad aparentemente conocida y esencialmente misteriosa. Algunos rastrearán en ella el origen del Mal o del mal argentino, o el mal del Origen. O las torsiones del arte moderno, desde el romanticismo al surrealismo, o las antinomias de la condición hispanoamericana (y de la condición humana). O verán en sus mapas de escrituras diversas, de grafittis y restos verbales, vislumbres postmodernas. Otros seguirán el hilo fracturado del discurso amoroso que alcanza, en Martín y Alejandra, una configuración ya legendaria.
Acaso por la variedad de estas "entradas" posibles, por sus potencialidades de abordaje, Sobre héroes y tumbas fue, a partir de su primera recepción, un texto sujeto a todo tipo de discusiones críticas. Por mi parte, siempre encontré en ella, desde la pasión empírica de la lectura, un "núcleo duro" perteneciente al orden de lo irrefutable. Si de algo tengo certeza, es que en ese núcleo de Sobre héroes y tumbas ha sucedido y sucederá la poesía en estado puro, esto es, en estado mágico.
Bajo la luz del sueño, dijo Jean Paul, vemos ambular, en libertad, de noche, las fieras que la razón diurna mantenía encadenadas. O, según Novalis, adivinamos la eternidad, el pasado y el porvenir. A veces la literatura se inviste con los poderes del sueño y libera los animales enjaulados, ilumina territorios imaginados y perdidos. Sobre héroes y tumbas, gótico surrealista y argentino, galería de fantasmas familiares, geología fantástica, perverso libro de viajes fabulosos en el corazón de lo cotidiano, nos ofrece la ilusión de recobrar un tesoro siniestro. De atisbar por una secreta claraboya, como en un diseño abismal de cajas chinas, todos los "otros mundos" que están dentro de éste.


*Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1369667-sobre-heroes-y-tumbas-los-otros-mundos-que-estan-dentro




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