viernes, agosto 26, 2011

PASEANDO AUSENCIAS...




*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu




SALVACIÓN*


Es tan extraño, amor, es tan extraño.
Tan peregrino. Sutil y doloroso.
Es tan extraño este pensar, dormida.
Este soñar, despierta.
Es la hora de la flor y el insecto.


Y me salen violetas de los ojos.
Y pasan en tropel, los álamos descalzos
Y un toro negro y una yegua blanca.
Y se buscan a ciegas y se encuentran.
Y beben.
Y se beben y tragan el néctar de sus belfos.
Y no es la gloria de la carne.
Ni el corazón del muro.
Ni el semental. Ni el útero.


Es tan imperioso, tan urgente.
Es tan extraño, este salvarse de la muerte.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








PASEANDO AUSENCIAS...




Por qué*




Soy lo que no soy cuando me preguntan que miro
Soy la apariencia de los que otros quieren que sea
Por qué soy un ánima en los momentos
En que soy tibia, solo ternura
Y también enérgica como la luna
Será porque tengo dos caras
Como ese hermoso satélite
Y me pierdo en su presencia oculta
En la penumbra del cuarto
En el creciente silencio
En las mareas del tiempo
En los ciclos de metal de lo clandestino
Donde las palabras no dicen
En las letras de lo que no alcanzo a escribir.
Soy un ave muda de poemas
De espirales fingidos
Que encubren mi legítima consonancia.-



*De Azul. azulaki@hotmail.com







El Grifo*


Ya llegó de nuevo la terrible noche. Vuelven los fantasmas del insomnio, vueltas y más vueltas en la cama y el maldito goteo de este grifo que no hay forma de cerrar. Clinc...clinc....clinc... Suena monótono y terrible mientras va horadando mi cerebro agotado por la falta de sueño.

Cada noche me meto en la cama con la esperanza de poder dormir y el grifo sigue con su monocorde goteo, sin detenerse, sin pausa, sin tregua. Empiezo a estar desesperado y cada vez creo menos esas informaciones sobre las inminentes restricciones de agua.


*De Joan Mateu. joan@cimat.es






Suaves entredichos entre el ojo y la voz*



Eran muchos los dioses y las diosas enlazados en las danzas de la creación. Esa palabra en la boca, a punto, caía en gotas. Al principio, no hubo oscuridad, hubo rojo y sus matices. Las diosas desvariaban en telas con forma de almohadones de algún palacio árabe inexistente aún, incrustaciones de espejos pequeños o brillos o sueños con resplandor. Los dioses al besarlas con su poder centrado, daban lugar al movimiento. Ellas y ellos se fusionaron en todos los matices de lo femenino y lo masculino. Surgieron los verdes y azules, las gotas, los círculos, los huevos con sus frágiles cáscaras pintadas, suavidad del círculo dónde la boca se abrocha a la vida.
Todo se nada y saltan las gemas, los rojos, los relieves, ellos y ellas, dioses efímeros, se dejaban hacer por el amor.
Saltan las gemas como burbujas de champagne, sonrisas, plumas en el interior del cuerpo.
Las gemas saltan, se deslizan, abren.
Los botones del cuerpo desabrochados.
Uvas, pezones, ojos ¿Puede la creación no ser colectiva? ¿no ser amante ?
¿Pueden tantas gemas a punto de expandirse ser fruto de una sola cabeza, mano, alma?
En los encuentros se fecunda lo por nacer.
Gemas de vida


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com









Desde la estatua*




*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com



El águila calva se asomó por una de las ventanas del gigante de cobre, acero y concreto, donde había establecido su nido. Desplegó sus alas como desperezándose antes de alzar vuelo hasta uno de los picos sobresalientes de la enorme cabeza de la mole.
Miró hacia los cuatro puntos cardinales cuando sintió el llamado, como todas las mañanas, de una hermosa mujer rubia, con rasgos casi perfectos y unos ojos tan celestes que parecen pedacitos de color arrancados al cielo. Todo lo que ella tiene fue arrancado a alguien. No puede negarse su hermosura, tampoco la frialdad que refleja esa mirada despótica.
Ella acostumbra encaramarse en lo más alto de la inmensa estatua, algunas veces puede vérsela sobre el brazo descascarado de un roble añejo al que sin dudas,también hace daño. Son pocas las veces que se la encuentra allí, porque no es amante de la naturaleza sino de lo que esta brinda. Comentan los lugareños que desde su sitial puede ver el punto exacto donde comienza o donde termina el mundo, habilidad que le permite sentirse dueña absoluta de todo.
Viste una túnica blanca sujeta a la cintura por una faja formada por barras rojas apoyadas en la blancura de la gasa que delinea sus formas. En la parte superior derecha, de esa faja, resalta un cuadrado azul oscuro en el que parece agonizar un grupo de estrellas blancas arrebatadas a otro pedacito de cielo dejándolo ensombrecido.
Los investigadores de la vida donde creciera esa mujer, dicen que cada estrella es el botín alcanzado por los rayos de su mirada. Dicen que observándolas detenidamente se puede ver que están salpicadas de sangre humana.
Dicen que en los lugares donde fueran arrancadas, dejaron viudas y huérfanos; que quedaron seres mutilados y un odio incomprensible tronando su victoria pírrica disgregando a los hermanos.
Dicen también que el águila le presta sus ojos para que pueda divisar mucho más allá, trascendiendo en el tiempo y en el espacio. Es agresiva la mujer, no tiene uñas sino garras que lastiman todo lugar donde se apoya. No falta quien la compara con las Harpías mientras ruega por la llegada de algún argonauta para que los libere de su brutalidad.
¿Cómo puede convivir tanta maldad con semejante belleza? Es la pregunta sin respuesta de quienes alguna vez cruzaran su camino con el suyo.
Lleva sueltos sus cabellos del color del trigo y por andar siempre en las alturas con una agilidad asombrosa, el viento los arrebata haciéndolos enroscar en las puntas picudas de la cabeza de la estatua, allí donde se posa el águila cada mañana.
La túnica deja al descubierto la delicadeza de su hombro derecho suavemente redondeado. En su pecho una rosa empalidece frente a la imponencia de la mujer o bien pudiera ser que empalidezca entre tanta frialdad. La rosa necesita ternura que ella no sabe brindarle, dejando un enigma indescifrable que cada quien devela a su manera. Algunos dicen que cuando la rosa se ve humedecida, es porque el rocío la besa suavemente para entibiarla, mientras que otros aseguran que son las propias lágrimas de la flor que corren por sus pétalos donde ahogaron el amor.
Dicen que desde sus clarísimos ojos nacen relámpagos cuando algo la enoja y que tienen la fuerza como para calcinar la vida aunque lata a muchos miles de kilómetros de donde ella se encuentra. Esta mujer no es historia pasada, sino presente. Ella está, dirige, impone, incapaz de condolerse por algo que no le ocurra a ella misma, para cumplir sus más oscuros deseos, utiliza el fuerte impacto de su retórica al que muy pocos pueden resistir y si lo intentan, mucha desdicha cae sobre los atrevidos.
La mujer tiene varias hermanas de rasgos muy diferentes, todas de piel morena tan brillante que el propio sol las usa como espejo para reflejarse. Aunque esas son mucho más tiernas y comprensivas sobre todo con sus hijos. Su desamor provocó que ellas sintieran pena pero también fastidio por tanto engreimiento y despotismo que mucho tiene que ver con la gula desquiciada de la belleza rubia.
No hablan el mismo idioma, aunque ella pueda entenderlas, aún sin esforzarse para comprenderlas. Es tan altiva, se sabe tan deseada por todos, que representa la imagen del sueño anhelado, especialmente por los hijos más pobres de sus hermanas, a los que ella mira con desprecio. Destemplanza que se potencia cuando buscan su amparo ante la desventura. Y por esas paradojas de la vida, esa mujer no podría sobrevivir sin las otras, por eso es fácil que abuse tanto sabiéndolas mucho más frágiles e indefensas.
Algunos dicen que sufre porque el amor no hizo nido en su alma sino que buscó cobijo en las entrañas de las mujeres morenas brindándoles esa calidez que las convierte en ejemplos de la maternidad sufriente.
Incapaz de soportar el derroche de calidez de sus hermanas, comenzó a elaborar una idea a la que se irían sumando otras, cada cual más espantosa. La hermosa mujer con sus propias manos hizo un nido de estiércol y amamantó con leche de veneno a una serpiente de medida Standard en su génesis, pero que con el tiempo habría de tomar dimensión incalculable. Tenía el don del entendimiento y demasiada habilidad para extenderse y llegar al punto que su madre le indicara.
La formó con la dedicación con que el escultor esculpe su obra, la fue fortaleciendo como para que fuera capaz de arrastrarse por suelos pedregosos, áridos, secos, así como entre montes, valles y ciudades, siendo indestructible.
Cuentan los ancianos del lugar que si alguien lograra cortarla en pedazos, éstos volverían a unirse y la serpiente reviviría con mucha más fortaleza.

Una mañana sombría, partió desde su nido en la estatua, en busca de frutas que compartiría con su madre, ambas prefieren los bananos, pero la serpiente no tiene buen olfato para sentir en la distancia, por eso, para encontrarlos fue guiada por la mujer cuyos ojos podían divisar el lugar donde iban naciendo los ramos aglutinados de esa fruta. Bastó sólo una señal de su garra afilada y el cruce de sus miradas, como para que la serpiente emprendiera su camino en búsqueda de esas joyas naturales. De paso, por las largas travesías, cazaba otras cosas de valor que iban a parar a la bolsa de la mujer rubia con ojos que parecían arrancados al cielo y dedos terminados en garras.
Chiquita-bra fue llamado el reptil que partió del nido dentro de una de las ventanas de la cabeza de la estatua. De allí salió, arrastrándose, a través de plantaciones, atravesando ríos de aguas cristalinas donde Chiquita solía triturar lo que encontrara a su paso dejando las aguas teñidas de color rojo sangre. Su rumbo fue siempre hacia el sur por esas cosas extrañas de la vida.
Cuando el ofidio se deslizaba por la falda estática de la estatua hacia donde la mujer bella le ordenara, ésta guardaba su cerebro desde el cual podía hacer llegar su directriz. Dicen que en las noches mientras el áspid repta por donde están las hermanas morenas, la mujer acaricia el cerebro repugnante, nutriéndolo para que su crecimiento se produzca sin interrupciones.
Va depositando sus huevos entre los pliegues de las túnicas de las hermanas que no tienen la fuerza suficiente para espantarla, aunque muchos de sus hijos acudan en su defensa y muchos queden para siempre entre las huellas zigzagueantes que deja como recuerdo de su paso con la muerte. Ella tiene la orden de ir demandando silencio y sumisión, demandando obediencia como mecanismo coercitivo capaz de repeler rebeldías.

Cuando la vida que late dentro de esos cascarones, logra romperlos, reciben las órdenes del cerebro mayor protegido por la hermosa mujer de cabellos claros como los trigales a los que también sofoca, tan suaves como la seda de la que se apropia, tan brillantes como el oro que termina embolsado entre las arrugas de su túnica.
La mujer a la que muchos se niegan a mencionar como tal, ordena y manda, escupe su retórica convertida en fuego. Gusta de los ruidos fuertes, cuánto más fuertes más alegran su existencia, especialmente cuando produce explosiones sobre la tierra gimiente frente al estruendo, entre “ayes” de dolor de almas sobresaltadas y alguna cuna que queda meciéndose vacía de cuerpo, desfigurada de sonrisas y mañanas.
La mujer carga sobre sus espaldas que parecen talladas por las manos de algún artesano del odio, la muerte de sus propios hijos y de los hijos de sus hermanas. Eligió ser como Zeus y los devoró uno a uno, aunque de momento, nadie haya logrado que los regurgite. Dicen que semejante atracón estancado en su estómago, contaminó su sangre envenenándola, y la toxicidad fue corroyendo su cuerpo, su alma se volvió de piedra como la estatua donde se posa para divisar en la distancia todo lo que pueda convertir en oro.
Todos la admiran y la odian, cuando parece a punto de desmoronarse, desde lo alto de la estatua, la serpiente le hace llegar gotas de sudor de los hijos de sus hermanas y es ese el nutriente fundamental como para que su caída no llegue a concretarse nunca. Aunque no falta quien cree que su derrumbe es inevitable y quedará clavada entre las planchas de acero de la historia futura, tan lejana.
Mientras tanto, en el presente, sus hermanas siguen meciéndose entre las ramas de los árboles abrasadas por el sol cálido que impide, como antídoto natural, que el veneno de la mujer y su serpiente logren que el frío hiele sus corazones.
Una mañana espantosa la mujer recibió una agresión que no logró ablandar su corazón, mucho menos produjo conmoción en ese hueco estático de roca imperturbable. Sus hermanas fueron las que más padecieron el espanto. La mujer miraba el fuego desde su sitial perpetuo y una mueca se dibujó en su rostro indiferente, mientras se dedicó a buscar culpables, escondiendo a los culpables verdaderos.
Ese ataque produciría gran beneficio para ella. El hijo de una de las hermanas fue la primera voz alzada, manifestando repudio al horror, solidaridad para los hombres y mujeres que viven a pocas millas de donde se erige la cueva de la mujer bella.
Esa hermana es la única por donde la serpiente no pudo pasar por más que lo intentara durante medio siglo, si bien ella no asume el impedimento y la boa intenta denodadamente ejercer su constricción. Por supuesto, la mujer de ojos del color del cielo que parecen puñales afilados para el desgarre interminable, ignoró la solidaridad de su hermana.
Todas lloraron.
Todas acompañaron lo que pensaron, sería su dolor.
Todas fueron una, como siempre.
Una menos una, la principal, la herida sin registro de dolor, la belleza rubia que viste una túnica que deja al descubierto su hombro derecho. Tan derecho como ella.
Ella, la que empalidece a la rosa manteniéndola clavada en el centro de su escote, la que ve por los ojos de su águila depredadora, la que creó a la que constriñe, aprisiona, desgarra, dejando lagos de lágrimas tras el movimiento enérgico de su afilada garra.
La que continúa enviando a su serpiente a recorrer las entrañas partidas, pero vivas, de sus hermanas morenas donde late el amor cantando canciones de cuna a la vida.
La que envía su veneno por cada recodo de los caminos, desovando para perpetuarse. La que riega aguas de espanto en los suelos contaminados por su paso zigzagueante hacia la nada.
Sigue su ondulante camino hacia el sur la serpiente escamosa, recorriendo las geografías bifurcadas, arrastrando el estigma de las guerras que terminan incrustados en las médulas de los pobres. En la columna vertebral de las hermanas que tras su paso, acuden rápidamente para acariciar cada herida provocada en el cuerpo tibio de las matas.
La mujer bella desde lo alto de la estatua de cobre, acero y concreto, ríe frente al dolor que divisa a lo lejos, acariciando al cerebro, mientras convierte a los bananos en divisas para mantener su poder.
Siguen deslizándose por la pendiente del sur, Chiquita-bra y su infaltable compañía, a la que se sumó otra mujer de rasgos y horizonte diferente, que actúa como apoyo de aquella que desde la estatua, saluda con un guiño cómplice a su cómplice.
Dicen los que saben que los bananos se ven doblados por la fuerza feroz de esa mujer que algunos hasta han visto parecida a las Harpías.
Quedan al paso de las huestes malolientes con corazón de piedra, ejércitos de desplazados a los que siguen silenciosos sus hijos desarrapados. Las hermanas morenas acarician esas cabezas renegridas, secan sudores y besan sus frentes sabiendo que ellos son sus custodios fieles azuzados por el llanto de la tierra, acariciados por las túnicas flameando al ritmo de la brisa suave que algún día será el ventarrón que aleje para siempre tanto horror, tanta vergüenza…








PASEANDO AUSENCIAS*


Los amigos, protagonistas del cuento
Miguelito - perro mestizo al que los amigos ayudan
Sigifredo - el oso de felpa
Negra - la muñeca negra de trapo
Amarillo - recuerdo para el perro de playa Varese
Pierángeli - la muñeca rubia que ya cumplió 49 años
Búho rojo - nacido del corazón en 2003
Lola - la gata del Museo de Parque Lillo

Amigos del recuerdo
Tofy - doberman que decidió el viaje porque su corazón no quiso andar más
Locote: pichón de zorzal criado en la casa grande. Se bañaba en la pileta de la cocina.
Trocho: precioso gato amarillo. Hizo el viaje a la montaña
Lady: dulce y querida pointer que hizo el viaje para encontrarnos
Bujía: gata gris, valiente, perdió un ojo en una pelea, defendiendo a sus hijos
Sofía: gata siamesa, independiente, amante de las cornisas



1 - Los amigos se reúnen

El grupo se formó rápido. Cuando supieron que Miguelito no andaba bien, se ofrecieron para acompañarlo.
Programaron la salida temprano en la mañana: el desierto y su sol gigante no permiten otro horario.
El primero en llegar, Sigifredo. Barullero como siempre, el oso se sentó impaciente en la escalera del edificio a esperar al resto. Su felpa tenían varios zurcidos, sus bigotes algunas hebras blancas.
Cuando llegó la Negra, besó al oso y se sentó a su lado. Se arrepintió casi enseguida. Sigifredo la empujaba, le daba pequeños codazos:

- Así que ganabas siempre a la rayuela. te desafío mientras llega el resto eh?
eh?
- No me molestes oso, no tengo ganas de rayuela ni de nada.
- Dale, quiero la revancha, dale.
- Mirá Sigi, ni mis piernas ni las tuyas sirven ya para una rayuela; contame de vos en tantos días de no vernos.
Sigifredo recordó la oscuridad del cajón en el que había permanecido tanto tiempo
- No, no, mejor hablemos de otra cosa. Vos a qué te dedicaste?
- Después de aquella mudanza anduve por ahí sola. Se extraña al principio, pero después uno se acostumbra.

Sus pies y su pelo, mostraban el tiempo y los soles de tantos veranos. Los dos añoraron los juegos en el quillango.
La tristeza se acercaba para sentarse en los escalones, cuando llegó el perro Amarillo; sonriendo feliz, por haberlos encontrado. Más flaco que en el verano y con signos de larga caminata, se echó en el pasto. Sus ojos tenían azul de mar y vuelo de gaviotas.
- Necesito descansar, un rato al menos. Miguelito debe vernos bien, para sentir que él también puede.
- Sí, dijo la Negra. Todavía faltan Lola, la muñeca rubia y el búho rojo.
Esperemos que el camino les haya resultado fácil.
Sigi estaba serio, pero sólo por un instante.
- Lola no se perdería nunca!!! Dice que tiene capacidades especiales, que diosas egipcias, que graneros. ya verá cuando llegue.
- Callate Sigifredo!!! No cambiás más.
Nuevamente los empujones, los codazos, las risas. Como cuando eran niños. El perro Amarillo descansó largamente aprovechando el fresco de la mañana y el rocío del pasto.

Un zumbido suave y penetrante los hizo mirar el fondo de la calle.
- Perangeli, es Pierangeli!!! Gritaron Negra y Sigifredo
Un enjambre de abejas, con sus alas y patas en sillita de oro, traía a la rubia. Su rulo, despeinado, su pollera verde muy arrugada. Todos aplaudieron cuando las abejas se posaron en la vereda. La muñeca olvidó su rulo, su vestido y, corriendo, besó y abrazó a sus viejos amigos.
Sigifredo - maestro de ceremonias - presentó a La rubia y el amarillo.
Qué linda es!!! Pensó Amarillo.
Sus cachetes se sonrojaron pensando que podían leerle los pensamientos; haciéndose el distraído se puso a silbar bajo el farol del parque.

De pronto el sol se tiñó de rojo. Música de alas, bordadas en añiles y corcheas, fue la alfombra del búho. Descendió majestuoso, posándose en un hombro de Sigifredo, que permaneció tieso por la sorpresa, y un poco de miedo.
Negra abrió el aspersor y todos tomaron agua fresca, mojaron un poco sus flequillos y se sentaron a esperar a Lola que no podía demorar mucho más.

Una fila de hormigas negras en ecos de panderetas, castañuelas y guitarras, acompañaba a Lola, la depositaria de los tesoros del tiempo, la que vive en un patio español, bajo la rueda de carro de 1.800, en un museo cerca del mar.
Todos dejaron los escalones y la recibieron entre besos, risas y ronroneos.
El amarillo se puso alerta; pero cuando Lola se acercó y cruzó sus bigotes con los de él, supo que serían amigos.
Ya estaban todos. Sigifredo, la Negra, el perro amarillo, el búho, Pierangeli y Lola.


2 - Preparativos para el viaje

Se repartieron las actividades. Lola llevaría trocitos de pan por si alguno tenía hambre, Sigi - el más forzudo - el bidón de agua, Pierángeli un vasito pequeño. El búho les señalaría los peligros, Amarillo les daría azul y sol de mar, si aparecían nubes. La negra llevaba una gorra para Miguelito, por si había mucho sol.

Pasaron la rotonda, la fuente de aguas gigantes y divisaron la reja verde.
La casa de Miguelito no quedaba lejos. Tras la reja los esperaba con su sonrisa vieja y cansada.



3 - Miguelito

Hacía mucho que no daba un paseo. Sus dos últimas salidas, más que viajes fueron ausencias. Había caminado por escoriales grises. Arboles añosos y desgarbados señalaban el camino. En algún recodo vio a Toffy lamiéndose las patas, Trocho hacía malabares en una cornisa tras el vuelo de Locote. Lady lo observó como sólo ella sabía, intensa y dulcemente. Bujía lo miró con su único ojo diciendo:
- Cuidate de los autos Miguelito; son feroces, son rayos de destrucción. No te das cuenta cómo y te devoran.
-Sofía, la siamesa, le contó que su último viaje/salida había sido definitivo. Porque estaba cansada, muy cansada. Los paredones le parecían montañas, los gorriones, cóndores, los perros de los vecinos eran como monstruos que arrojaban fuego en cada ladrido. Entonces decidió no volver. Y aquí estaba en el escorial buscando el prado verde que sabía estaba al final del sendero.

Unas manos pequeñas tironearon de Miguelito y lo sacaron del escorial. En las dos ausencias ocurrió lo mismo. Vinieron los mimos y las inyecciones.
Las caricias y las cucharadas de vaselina. La colchoneta mullida y esas pastillas que le hacen dar tanta hambre. Quiere dormir, descansar, pero escucha:
- Arriba Miky, vos podés
- Sí, claro que puedo, pero no quiero, qué tanto.

De pronto Miguelito es viejo. Camina con dificultad, mucha dificultad. Su mano derecha hace ruido como de chancleta arrastrada. Tiene la mirada triste. Extraña el árbol del vecino, que pichaba con placer levantando la pata. Ya no puede, su cuerpo tira hacia abajo. A veces se picha encima y las manos pequeñas le limpian la colchoneta, lo bañan, lo miman. Se siente cansado.
Pero hoy está feliz. Sus amigos vinieron a visitarlo. Harán un pequeño paseo hasta donde den sus fuerzas. Los escucha y sonríe feliz.


4 - El viaje

Las manos pequeñas abren la reja y miguelito se funde en un abrazo con sus amigos. Se siente hermano del Amarillo que le presta su hombro para caminar mejor. Lola lo abraza ronroneando bajito en su oreja derecha:
- Estamos para acompañarte, no tengas miedo al escorial
Sigifredo camina adelante, saltando y tirando hacia arriba el bidoncito de agua.
- Oso, vas a romper el bidón! grita Negra
- Es siempre el mismo alocado, opina la rubia.

El búho los sobrevuela indicando los peligros del camino. A pocos metros entran al desierto. Los coirones tienen sus pelos amarillos muy suaves.
Junto con la ratonera les dan la bienvenida.
Miguelito siente que su pata no pesa. Con un poco de temor intenta correr.
El Amarillo lo alienta:
- Corramos Miky! Vamos hacia aquella vertiente!
Todos corren. El búho desciende y acompaña a los amigos. Se sientan en el pasto tierno, cerca del agua. Miky ve el primer árbol y levanta su pata.
- Hey, mírenme, no me caí, no me caí! Vení Amarillo!
Amarillo se acerca y comparte el pis contra el árbol.

El sol se ha suavizado, la barda también. Están en un prado muy verde, perfumado con flores de manzanillas. Un colibrí bebe el néctar de un árbol multicolor.
La sonrisa de Miky le llega a las orejas. No le duelen sus patas, escucha todos los sonidos del prado y del bosque cercano. Ve bien, hasta las mariposas lejanas.
Sentados en círculo a la entrada del bosque, reparten el pan que lleva Lola. Pierángeli les sirve agua. La negra y Sigi entran al bosque a buscar algunas frutas.
Cada uno cuenta historias. Miguelito también
Recuerda que era muy pequeño cuando Toffy, el perro viejo de la casa decidió hacer su paseo de ausencia.
- Cuánto lloré, cuánto frío tuve en ese invierno.
Evoca cuando venían los chicos de la casa que estudiaban lejos. Qué alegría!
- Me hacían upa, a pesar de que soy grandote!
- Qué linda familia tenés Miguelito. La negra sonreía.
- Fue una linda familia, contestó
Amarillo, sin quitar los ojos de Pierángeli, cuenta sus aventuras en la playa. Su felicidad, que duraba lo que una temporada de verano.
El corazón de cada uno trae imágenes de felicidad, otras de tristeza.
De pronto el búho rojo que había permanecido en silencio dijo:
- Miky, ya anduviste por el sendero gris del escorial. Quisimos acompañarte al prado verde para que no vinieras solo.
- Acá no te va a doler nada, hay frutas, agua fresca, sombra y árboles gigantes para pichar cuando te dé la gana. dijo Amarillo.
- Te dejo el pan que no comimos, le propuso Lola.
Sigifredo y la Negra, abrazados, contemplaban juntos la escena.
- Antes que sea de noche, armemos una rayuela! Dijo Sigi
- Veré - dijo el búho - que se respeten las reglas para llegar al cielo.

Entre amigos, juegos y risas, Miguelito ha empezado su larga ausencia.




*De Iris. iris_neuquen@yahoo.com.ar
2005







Que sea éste*


*Por Juan Forn


Un hombre cualquiera, al que vamos a llamar Emmanuel Carrère, está de vacaciones en un hotel en las playas de Sri Lanka, con su mujer y su hijo, cuando sobreviene el terrible tsunami de 2004. Los tres salen ilesos, pero una joven pareja que se les sentaba a la mesa de al lado en cada comida pierde a su pequeña hija. El hotel y la zona quedan aislados. Todo es atroz.
Hay cientos de muertos y los vivos los tienen en sus caras. La pareja que perdió a su hija es francesa, como Carrère y su mujer; la nena muerta tenía casi la misma edad que el hijo de la mujer de Carrère. Casi sin conocerse, las dos parejas pasan a ser familia, en la aciaga tarea de recuperar el cadáver y dar sostén y acompañar en el dolor. Están tan íntimamente próximas y tan radicalmente distanciadas como es posible estarlo: una pareja salió ilesa, a la otra le pasó lo peor. En determinado momento, en una caótica
sala de hospital, mientras esperan por el cadáver de la niña, asisten al encuentro de una mujer con el esposo que creía muerto. La sala entera queda en silencio contemplando cómo ese hombre y esa mujer se tocan el rostro y se miran atónitos a los ojos y lloran. Incluso la pareja que ha perdido a su hija se queda contemplando la escena, por un instante idos de su terrible realidad. Cuando Carrère y su mujer se echan a descansar por primera vez, horas antes de abordar el avión que los devuelva a Francia, lo único que puede pensar él, como un mantra protector, es un anhelo desesperado: que un día esa mujer a la que abraza sea vieja, y él también, y siga queriéndola.
Que sigan vivos, que sigan juntos, como en esa cama, en ese momento.
Dos meses después, ya en París, la mujer de Carrère recibe la noticia de que su hermana menor tiene cáncer, y es fulminante y sin esperanzas. La hermana tiene 38 años, marido y tres hijas pequeñas. Es jueza en una pequeña ciudad de provincia. Es, además, feliz. A los quince años zafó del primer zarpazo
del cáncer, pero ese zarpazo le llevó una pierna. Eso definió su vida. Se hundió en los libros de Derecho, creyó que no tenía posibilidad de ser feliz hasta que apareció alguien que no la quería porque fuera lisiada ni a pesar de que fuera lisiada: simplemente la quería. El Derecho y ese hombre que le dio tres hijas son la vida de ella. Una vida pequeña, burguesa, de provincia, que acaba de entrar en brutal y acelerada cuenta regresiva. Los médicos le han explicado cómo será. La joven jueza encara su muerte con la parsimonia con que encaró cada juicio que le tocó presidir. Carrère y su mujer asisten a ese rito de despedida: llegan para verla despedirse paso a paso de sus pequeñas hijas y morir abrazada por el hombre que la amó totalmente (a quien ella le pide: "Diles que luché, que hice todo lo que pude para no dejarlas").
Carrère tuvo delante, en breves meses, las dos cosas que más miedo dan en este mundo: la muerte de una hija pequeña para sus padres y la muerte de una mujer joven para su marido y sus hijos. "La vida me hizo testigo de esas desgracias una tras otra y me encomendó, o al menos así lo he entendido, dar testimonio de ello." ¿Por qué dice eso Carrère? Porque, después del entierro de la jueza, conoce a un colega de la difunta, un hombre que es de la edad de ella y es juez como ella, y está felizmente casado y tiene hijos pequeños como ella, y es lisiado y víctima del cáncer como ella: ese hombre convoca a la familia para explicarles qué clase de juez fue la jueza y cómo fue la vida para ella, tal como se la confesó a la única persona en el mundo a quien podía contarle todo sin temer despertar lástima, compasión. La manera
en que ese hombre les habla "no era serenidad, ni sabiduría, ni dominio de sí mismo, sino una forma de apoyarse en su miedo y desplegarlo. Era todo lo que siendo él no era él: lo que lo superaba, lo inspiraba, lo maltrataba y lo salvaba, y a lo que poco a poco había aprendido a dejar actuar".
Hay experiencias que nos enseñan algo inequívocamente. Incluso la vecindad con ciertas experiencias puede enseñarnos algo inequívocamente. Es asombroso que eso pueda ocurrir a través de la palabra. Eso es lo que siente Carrère cuando lo ve ocurrir delante de sus ojos, en las palabras de ese joven juez
lisiado. Porque ese hombre que mira a la muerte de frente habla como debería hablar la literatura, como alguna vez habló. Así intenta Carrère que hable el libro que escribe, un libro que en francés se llamó De otras vidas que la mía (en castellano se llama, más escuetamente, De vidas ajenas). Viene la desgracia y pasa su guadaña y qué queda. Hay una escena en el libro en que la jueza lisiada entra por primera vez en la oficina del juez lisiado. Al verla, éste se sonríe y se alza de su escritorio con sus muletas, para que
las vea la mujer en muletas que tiene enfrente. Carrère dice: "Se reconocieron al instante". Yo creo hace mucho en las hermandades que produce la desgracia: el nivel de comunicación casi absoluta que se da de pronto entre hermanos de desgracia. Carrère encuentra nombre a lo que estuvo asistiendo, a través de las palabras de aquel juez. Se reconoce al instante, como se reconocieron esos dos jueces. Se siente adentro de la escena, como todos aquellos que miraban a la pareja reencontrada en aquel hospital de Sri Lanka, como la familia de su mujer mirando a la jueza decir a su marido, poco antes de partir por última vez al hospital, cuando la hija menor, que es un bebé, pide que la alce la madre: "No tiene que acostumbrarse a mí porque después me echará más en falta".
Hay ciertos libros capaces de producir lo mismo que nos hace la desgracia, la enfermedad, la muerte, cuando nos pasa cerca, cuando nos semblantea. En ambos casos hacen que nos importe más lo que nos asemeja a las demás personas que lo que nos distingue de ellas. Quizá sea imposible vivir ahí siempre, o incluso estar ahí seguido, pero cuando ocurre es estremecedor, nos queda grabado en el adn. Lo que nos asemeja a los demás por encima de lo que nos distingue de ellos. Lo que aprendemos entre todos es lo más valioso que se puede aprender, porque no lo sabemos solos: sabemos que otro lo sabe también. Esa ceremonia logra Carrère que ocurra en su libro. El juez, la jueza, su viudo con tres hijas pequeñas, la pareja que perdió a su hijita, el aleteo de esa mariposa negra que es la desgracia, y nosotros, los demás.
Hay otras vidas que no son la nuestra. Si van a leer un solo libro este año, que sea éste.



*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-175395-2011-08-26.html







Poema para una flor secreta*



Algunos te nombrarán sin conocerte.
Otros te escucharán sin comprenderte.
Los más
pasarán junto a ti sin detenerse.


Anónima es la tempestad que no se muestra.


Pero yo descifré sin duda alguna
tu sonrisa de lluvia intermitente.


*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
De Por si mañana no amanece






Travesía*



El intrepidísimo navegante solitario, boca abajo sobre una tabla que en absoluto es más que la tabla de una mesa, con brazos y piernas abiertos y extendidos y, sin rigor, usando estos miembros a modo de remos, surca la inmensidad del océano. Se divierte, hace ruidos con la boca, farfulla. Luce tres prendas: gorro para ducha, calzoncillo anatómico con elástico tipo faja y medias de lana.
-¡Una roca!... ¡Cuidad el palo menor! ¡Que no se abolle la eslora!...
¡Aplicaos a una labor intensa y desmesurada!... ¡Subordinación y subordinación!... ¡Nada de tejer ahora!... ¡Proteged la nave! ¡Cuidad de que no encallemos!... ¡No escupáis como gesto de irrefrenable enojo! ¡Os vi, os vi, corbetero de segunda!...
Abandona ese juego. Se moja la cabeza en el agua. Mira a lo lejos.
-Uia... Esa nube no estaba... Si tuviera un arco te tiraba una flecha, te hacía bajar la frente. ¿Qué, no es tu manera de reír, llover?... Vení, llovéme..., que acá hay un pecho...
Es una mañana luminosa. Los tiburones duermen: sueñan con deliciosos navegantes solitarios.
-¡Yo soy bueno!... ¡Soy un buen pibe!... ¡Un buen soldado, capitán! ¡Un buen náufrago, doctor! ¡Un buen ányelus! ¡Un buen orquestador del atardecer!...
¡Un buen marrano que se cagó en su propia boca, se puso en penitencia, se dejó peinar, se arremangó las piernas y está acá!...Brisa fresca. Es martes.
-¡Refrescando, caracho!
Meduloso. Es noviembre.
-Pensemos en un puerto. Y en un fondín. En un viejo poseído por el vino declarándome su corrupción transparente. Me quiere regalar su camisa y jura que me parezco a él, a las rodajas de sus hijos, jura, él jura, dentro de los sándwiches de todos los fondines del puerto.
Se exalta. Ya van a ver: signos de admiración.
-¡Me quiere convertir en una oreja, en una cama! ¡Me quiere abrazar con su aliento! ¡Qué solidario!... ¡Yo apenas puedo conmigo, caballero! ¡Apenas me puedo dejar zarandear y golpear por alguna adversidad que yo elija! ¡¿O se cree que no me conduelo de mí?! ¡Ni una boya, ni una! ¿Usted me entiende?
¡Ni una! ¡Ni una!...
Se pone de pie. Tormenta.
-¡Yo quería ir hacia allá!...
Trata de señalar, pero la tabla se mueve. Chaparrón.
-¡¿Vas a amainar de una vez?! ¿Vas?... ¿Eh?... ¿Sí?... ¡Soberbios!
¡Cenagosos! ¡Una vez barrí mi casa grande con una escoba nueva! ¡Y maté a una hormiga con una cucharita! ¡Y sepulté un juguete de mi amigo! ¡Y le apreté la clavija al guitarrón pero rompí la cuerda! ¡El vino no! ¡Mámese usted, si quiere! ¡Usted es un empedernido condenado!...
Cede la tormenta. El osado navegante solitario se calma, cede. Hace flexiones. Después:
-Confidencialmente, yo pienso en mi saltimbanqui interior. Irrespetuoso, forajido... Soy un escrutador feroz.
Anochece. La luna desciende sobre él: queda a unos cincuenta centímetros.
Media luna. El todavía no se da cuenta.
-Un escrutador como me gustaría que hubiera otro. Uno siempre busca equipararse, aunque no haya una intención aviesa. Son las ganas de uno de resultar imprescindible. ¡Qué capítulo, señor, escribiríamos todos si no tuviéramos que remar!... Es que uno, se obstina en no ser un buen pez. Pero, ya se sabe, pulmones no son branquias, branquias no son pulmones.
Sin mirar directamente a la media luna:
-¿Y a vos quién te conoce? ¿Te mandaron a espiarme? ¿Traés algún mensaje? ¿O querés que te diga un versito?... Sos una desamorada. Te sacaste las plumas pero es inútil. Me pongo veleidoso cuando me persiguen. Supe renunciar a vos, también. ¡Me soy tan obediente ahora! Vos no lo creerías ni en cien
siglos, que ya sé, para vos es nada. ¡Ay, luna, yo te conozco, no me pude olvidar de vos! ¡Entré a tu dormitorio tantas veces! "Sos un seductor..."
¿Yo, un seductor?... Te regué mis vocablos más irreproducibles. Te extorsioné con un fervor diletante. Autorizaste mi impulsividad y toleraste que instalara mi corte deprimida.
Mira a la media luna.
-Pero yo prefiero que te vayas, ahora. Te quiero mucho, sí, te quiero mucho.
Estoy demasiado inmerso en mis propios pozos. Y sucuchos. Un chico se cayó por una de mis grietas. Todavía podría decirte cosas que nunca te dije.
Atorarme con tu luz. Pero yo prefiero que te vayas, ahora.
La media luna asciende con lentitud. Al rato, amanece. El navegante solitario observa el horizonte con un prismático que simula con sus manos.
Playa a la vista. Hacia allí navega. Sin proponérselo. Sin verdaderamente proponérselo. Mujer desnuda en la playa a la vista (con anteojos oscuros y pulseras), que habla, discierne y se unta con protector solar:
-Todas mis tías muy febriles, muy bienhechoras, un nudo al lado de otro nudo. Pero mamita, no es la primera vez. Pero mamita, no es la segunda vez.
¡Pero mamita, no es la última vez, esa vez!... ¡Todos los mil ojos, las mil empastadas rodillas de mis primas, las mil putas absortas trompas de Eustaquio oyéndome desangrar, y nada! ¡Quienquiera puede levantarse la camiseta; yo, no! ¡Burras, burras! ¡Mujeres rellenas de algodón!... La docilidad para esto: una escarapela. Para aquello otro: firmes, escrupulosas, inexpugnables: otra escarapela. ¡Pervertidas! Mamá pervertida, pobre. Tías con el camisón triste. Esponjosas comedoras de chocolate. Bofe
suculento, sí, para el gato que se comió al ratón, que se había comido a la araña, la que se había comido a la mosca. A ver, querida: plisá tus labios menores, que yo lo haré con los míos. Por favor, reprime tu virulenta condición, tus ansias de conocimiento desmesurado. No juguetees, no me alarmes, querida. No me juguetees a mí. No me estimules, no me hagas aparecer. Eso. ¡Eso es un nudo al lado de otro! Que nada se desate. Todas atadas, apenas entornadas, como para no morirse definidamente. ¡Puaaajj!...
El navegante deja de observar con el prismático.
-Encallé..., encallé...
Camina unos pasos por la orilla, perplejo.
-¿Dónde estaba esta costa, esta arena suave?... ¿Qué hago yo conmigo ahora?
¡¿Qué hago yo conmigo ahora?!...
La mujer se saca los anteojos y mira al navegante. Este, intentando quitarse las medias, pierde el equilibrio.



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar





Correo:


Cuadernos y Palabras*



El 2 de septiembre de 2011 – 20 hs. - en el Centro Balear – Santa Fe (4 de Enero 2784)

estaremos presentando cinco cuadernos más de la colección de LuzAzuL: CUADERNOS Y PALABRAS, colección que se realiza en forma cooperativa, autogestionada por los autores.

En esto ocasión serán las siguientes obras y autores:

Nº 12 – “Algo de mi” de Mirta Gaziano
Nº 13 - "Entre claves oxidadas y destiempos" de León Komorovski
Nº 14 – “Mujer que escribe” de María Beatriz Bolsi de Pino
Nº 15 – “De albores y relojes” de Mónica Laurencena Berraz
Nº 16 – “Como un canto…” de Horacio Rossi

Acompañará, esta presentación, el cantante y compositor cubano CLODOALDO PARADA. (Reconocido por el gobierno de Cuba como uno de los fundadores de la “Trova” cubana).

Conduce: Jorge Majull

Agradeceremos la presencia de Uds., compartiendo la palabra poética y la música.

LuzAzuL y los autores

*Enviado para compartir por Oscar Angel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar




*

Inventren Próxima estación: DUDIGNAC.

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar

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