domingo, septiembre 18, 2011

EDICIÓN SEPTIEMBRE 2011.



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.




ESTACIÓN DE LOS PÁJAROS ESQUIVOS *



La niña mira la distancia en los ojos de su padre.
La tristeza le llega a las rodillas.
Sabe, que él piensa en Ella, que no es ella.ni su madre.
La tristeza es una cuerda que ata.

La niña mira el llanto de violetas en su madre.
La madre, tiene un solo tallo en la mano, y se lo da al padre.
El padre devora la mujer, el tallo y las violetas.
La niña muerde sus uñas hasta fundirlas con sus manos.

La mujer mira la niña que transmigró.
El amor es un pájaro esquivo.
Cubre su cuerpo con una manta negra.
El niño llora en el túnel de alba; solo es un pretexto de vida.

El niño tiene una tristeza de pantalones cortos.
Mira a su madre y le pide agua. Ella le señala la lluvia.
Sabe que ella piensa en Él, que no es él.ni su padre.
La tristeza es una pena que desata.


*De la Serie Tiempo de las Estaciones


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar





EL LEGADO*


Nos abrió la puerta un anciano gris, marchito, arrugado.
Sus sonrisa fue una mueca vacilante en su cara angulosa, llena de líneas y manchas decenarias.
Nos mostró la casa con un andar sigiloso. Parecía ondularse como una serpiente, pero al mirarlo imaginé una lagartija gigante.
La casa era fría y húmeda, como la piel de los reptiles. Había moho en los rincones y los techos estaban llenos de hongos.
Mi mujer me apretó el brazo con disimulo.”No me gusta. Necesita luz y ventilación”, murmuró.
El anciano se volvió como si la hubiese escuchado, aunque estaba lejos de allí.
“Mi esposa- acotó - dijo lo mismo la primera vez que la vimos”.
En la galería la hiedra y los potus habían ganado los vidrios de la ventana y casi no podía verse el patio.
_”¿Tienen hijos?”- preguntó el viejo.
_”Todavía no”- respondió mi mujer.
Él agregó algo que no pude entender. Su voz lanzaba como un silbido extraño que me ponía los pelos de punta.
_”Miren el patio y luego vuelvan”, indicó.
Al salir le comenté:
_”Hay una cuestión con las garantías…no sé si le dijeron algo en la inmobiliaria…”
El anciano me interrumpió:
_”No hay problema. No las necesito”.
Su espalda encorvada desapareció en la penumbra de la galería.
Cuando regresamos adentro de la casa, no había rastros de él.
Sobre la mesa de la cocina, en un antiguo aro de bronce con una piedra verde, estaban las llaves de la casa.
Las paredes, de pronto, parecían claras y luminosas.
Mi mujer agarró las llaves y sonrió.
Mirándome a los ojos puso su mano sobre las mías.
Su mano fría, gris, marchita, surcada por cientos de quebradas líneas.
En la casa comenzó a escucharse un murmullo lento, viscoso, casi imperceptible, como un reloj de arena que había sido girado por una mano invisible.


*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar







HACIA EL PORTAL*


Mis manos bordean
horizontes imaginarios
que carecen de límites,
que bloquean náufragos
en el mar de las dudas
y en la tierra de nadie.
Mis ojos persiguen huellas
en el mundo de la nada,
quieren inventar matices
de espectros que caducaron
y construir un refugio
para peregrinos tercos
que aún creen que existe
portales hacia la magia.
Pero mis manos regresan,
las distancias se alargan,
las dudas se vuelven flechas
que a matar son disparadas.
El portal lloró en ruinas,
ya no arribó la mañana.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar







En el caudal espeso de mi sangre*



Te quedaste a vivir
en el caudal espeso de mi sangre.


Estás allí, escondida,
ciñéndote al redoble acompasado
de un corazón que lentamente va apagándose...
Mas, de pronto, te elevas
sobre el silencio inerte de la noche,
de súbito apareces, exultante;
un trote repentino despereza mis venas
y estás de nuevo ahí, llenando mi recuerdo
con el calor de tu palabra ardiente...
Y por un instante, creería que estoy vivo...


Pero pronto recaigo en el letargo.
Lo demás es quietud, desesperanza
y un reloj incesante que astilla la penumbra.


Te quedaste en mi sangre, a la deriva.
Yo
me he resignado a ser tu laberinto.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
http://sergioborao2011.blogspot.com/






*


De Bocas baldías
Buenos Aires, 2000-2001



Una botella
rota
en la cuneta,
¿quién la bebió?,
¿quién
la rompió?
Una botella
rota,
con su etiqueta
y su barro.
Su pico
apunta
al cielo,
y si te acercas,
a tu frente,
como un dedo
vacío,
sin uña,
sólo borde.
Una botella
rota,
más allá de todo
olvido,
en la media cuadra
del suburbio.



*


Andén



Un hueco, un vacío
de tormenta
en las miradas,
en la voz, las voces,
y un desierto
precario
en la espera.



*


Ese hombre inclinado con su palo
en medio del basural,
donde las bolsas de nailon
y los olores gruesos,
en marejada,
cubren el paisaje,
no busca la felicidad,
en cualquiera de sus versiones,
o acaso sí
creyó ver un atajo
allá, en los límites
del horizonte,
entre bolsa y bolsa,
o recuerdo y recuerdo;
una felicidad fugaz,
con un palo,
o posible o creíble,
mientras el sol lo alumbra.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
http://www.eduardodalter.com/







LA RED*



Con una certeza firme, sin titubeos, mi hijo me dijo:
_Hay un fantasma en la casa.
Me reí, incrédula.
_¡Es cierto, mamá!- se exaltó Sofía- yo lo escuché!.
Inés, la más seria de la casa, la apoyó:
_Yo también lo oí. Y es un nene-
Ahí empecé a tomar el asunto un poco más en serio.
_¿Un nene? ¿Y ustedes cómo saben?
_Hace ruido en la caja de los juguetes. Y ¿no te acordás cuando pintamos la puerta? Había la huella de una manito . Aunque le pasamos varias manos de pintura encima no pudimos taparla.
_Es imposible- repliqué-Desde que ustedes eran chicos me he levantado miles de veces durante la noche y jamás vi ni escuché nada.
_Eso es porque vos sos grande y no deja que lo veas. Debe tenerte miedo.
_Si es un chico debe saber que aquí está seguro- agregué ofendida
_Tal vez quiere que juguemos con él, por eso nos deja oírlo. Seguro que tiene mi edad- dijo Benjamín.
_Tenía_ corrigió Inés.
Un respetuoso silencio cortó la discusión. Nadie dijo nada más.
Pasaron los días y me olvidé del tema, pero Benjamín no pudo.
En cuanto se le presentaba la oportunidad, sacaba la conversación:
_¿Qué le habrá pasado? ¿Extrañará a su mamá?
Lo noté preocupado y un poco triste.
Una noche me levanté al baño y lo encontré parado al lado de la caja de los juguetes.
_¿Qué hacés? ¿Te pasa algo?
_Escuché al pato y al trencito. Estaba seguro de que lo vería…
_Basta, Benja. Volvé a la cama.
Pero, noche tras noche, mi hijo pasaba más tiempo despierto que dormido. A veces, sin poder convencerlo de que regresara a su cama, lo dejaba parado junto a los juguetes y volvía a acostarme, muerta de sueño.
Una mañana lo encontramos dormido en el suelo.
Tuvimos que hacer grandes esfuerzos para despertarlo.
Empezó a quedarse dormido en la escuela, sobre la mesa, hasta parado bajo la ducha.
Perdió el año escolar. Sus amigos ya no venían a visitarlo. Siempre lo encontraban dormido.
Consulté médicos, curanderas, sanadores. Nada pudieron hacer.
Una noche me despertó un sonido inconfundible: risas de niños.
Me levanté rápido, segura de encontrarlos junto a la caja de los juguetes.
Pero el comedor estaba totalmente oscuro y desierto. Dentro del viejo baúl, los juguetes, inmóviles, parecían haber sido abandonados precipitadamente.
Fui hasta la cama de Benjamín. Estaba profundamente dormido.
Me acosté decepcionada, pero desde ese instante me propuse descubrirlos.
Todas las noches, cuando los demás duermen, me despiertan las pequeñas carcajadas.



Y así me paro, junto a la caja, dispuesta a no irme hasta saber qué ocurre.
Ya hace un tiempo que no distingo claramente el día de la noche.
Lo único cierto que he escuchado es la lejana voz de mi hija, diciendo con amargura:
_A ella también la ha atrapado…



*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar







POR CUATRO DIAS LOCOS*




*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Miguel Ferrari me dice, divertido, que yo ya no recuerdo un pueblo. Que yo no escribo sobre mi pueblo sino una ciudad y amenazo con abarcar un continente.
Me sonrío por su salida y contesto que con seguridad yo también encontré mi Yoknapatawpha y le recuerdo aquel comienzo del texto de Borges, que dice que un hombre se propone describir minuciosamente el universo y al final comprendió que sólo había narrado las arrugas de su rostro y las
líneas de su propia mano.
Conmigo los críticos pueden estar seguros, hace años que no salgo de mi barrio el populoso "Jazmín", de mi pueblo. Arracimado apenas en las afueras, cuando el sur se hace campo a través del "Camino del Diablo".
De aquel tiempo recuerdo sobre todo el frescor de las hondas quintas umbrosas, repletas de ciruelos y duraznos y damascos maduros y goteantes y las tupidas higueras con sus brevas maduras.
En aquél tiempo luminoso y despreocupado, lo mejor era el verano. Los amodorrados y largos veranos de mi pueblo que era el mismo tiempo de las cosechas donde desaparecían las espigas del trigo que eran como la bella espuma de ese mar amarillo que también planeaba bajo el viento como una gran bandera.
La cancha de nuestro club queda a dos cuadras y media de mi casa, y yo para no dar la vuelta y llegar más rápido para ser tenido en cuenta en los picados, ganado por la ansiedad, saltaba dos alambrados, cruzaba la cortada de Spizzo y Altamirano y me quedaba sortear el último, el que cercaba el predio deportivo que aún no tenía pileta de natación, pero con orgullo exhibía dos canchas de tenis, la de paleta y los juegos infantiles: hamacas, subibajas, calesita, trapecios y un cuadrado de ladrillos revocados con arena par los más chicos.
También estaba el edificio del antiguo Tiro Federal que ostentaba en el frontispicio una leyenda en letras azules sobre fondo blanco que decía:
-Acá se aprende a defender a la patria.
Pero en épocas que yo empecé a ir con frecuencia, ya no funcionaba. Se usaban sus instalaciones como vestuarios para los locales. Yo recuerdo que en alguna época lo usábamos como fuerte, y allí un grupo se pertrechaba adentro y otro debía tomarlo desde afuera con grandes lanzas que fabricamos con largas ramas de fresno. Queríamos imitar tal vez las películas de la matinée del cine "La Perla" donde los caballeros intentaba defender el honor de una dama, sólo que allí no había ninguna, salvo en nuestra riquísima imaginación.
En todos los veranos la cancha, o ese conglomerado deportivo al que por síntesis llamábamos así, fue literalmente nuestro hogar, ya que lo pasábamos gran parte del día. En especial por la tarde, ya que en las mañanas dedicábamos un poco de ella a los mandados, que nunca se hicieron tan rápido.
Cuando uno volvía con los demás o solo, esto era menos frecuente, necesariamente pasaba por la casa de los Escobar, concretamente la vereda de don Perfecto Escobar y su esposa doña Amalia, quienes vivían allí con sus hijos, Nancy, Pilar, Miriam y su único varón: Walter Perfecto.
Don Escobar era Secretario del Juzgado de Paz: atildado y siempre haciendo gala a su nombre. Era delgado, muy delgado, moreno, usaba bigotes como todos en ese tiempo y andaba de traje gris, eternamente, y en el cuello un pañuelo rojo y a veces lo trocaba por una corbata. Muy atento y respetuosos con todos, incluidos nosotros, a quien nadie nos tenía en cuenta, él, invariablemente hacía un movimiento de cabeza -la frente con entradas- y nos decía:
-Salú pibe, salú.
Enfrente estaba la casa del Sindicato de Obreros Rurales y al lado de éste la familia Gúbero. Yo conocí al viejito barbado, con sus dos hijos solterones: "Nin" y "Beco". De este último tengo su firma en mi partida de nacimiento como testigo, Américo Gúbero, alías "el Beco". Amigo de mi viejo. Hoy de él no se acuerda nadie pero yo tengo su firma. La de él, que está hecho polvo y por eso lo recuerdo. Escribí en otra parte que el verano no comenzaba si don Juan Ugolini no entraba desde el campo con su carrito
ofreciendo sus sandías. Pero no fui justo, Para que el verano permaneciera (el hermoso verano, diría Pavese) debíamos esperar el paso en esos mediodías inflamantes de sol a plomo, el corpachón del gordo Spina, a quien llamaban "El pobre".
Cerraba su peluquería al lado del bar "El Cometa" de los turquitos Esne y venía por el medio de la calle, con una ramita de paraíso que cortaba al pasar y que pretendía que lo defendiera del sol, a guisa de sombrilla.
Venía siempre cantando el tío Francisco, como yo lo llamaba y al llegar frente a mi casa, se sacaba el pañuelo del bolsillo y se secaba la frente sudorosa.
-Que decís, nene.
Saludaba y seguía cantando a voz de cuello aquella canción que popularizara Alberto Castillo:
"Por cuatro días locos que vamos a vivir".
Por cuatro días locos te tenés que divertir".

Y entonces sí, ahora el verano era perfecto.






El deseo*



De chica tenía una bolsa de deseos en mi diario íntimo.
Allí se prendía en luces fosforescentes el poder bailar con zapatillas de punta y un mágico tutú de color blanco.
También estaba el de ser cristalina y transparente con mis emociones.
La risa estaba en un primer plano y era la protagonista de mi película de ciencia y ficción.
La curiosidad era uno de mis destinos, intentaba averiguar con ojos de científica cómo la araña tejía sus maravillosos caminos de la encrucijada.
Sus tentadores hilos vibrantes y sedosos, fascinaban mi búsqueda. Quería ser la tejedora de esas suaves y potentes líneas que reflejaban con su belleza los rayos del sol.
El amor de colores alilados me guiñaba entre las guirnaldas de las hortensias.
Los picaflores con sus enérgicas alas, parecían estar suspendidos en el aire sin la fuerza de la gravedad.
La rosa estaba enamorada del ruiseñor y el Principito podía domesticar al zorro y a mi amada perra collie.
El tobogán del pizarrón escribía los nombres de mis amigas.
La palabra futuro era tan amplia y cautivadora, que resplandecía cuando iba a jugar con mis hermanos al jardín de la paz, donde se erguía el viejo teatro argentino.
En mi anhelo de ser grande existía la palabra amistad, compañerismo, compartir y confianza.
No pensaba en la muerte, o la sentía como un hecho más y muy lejano.
No creía en la incomprensión ni en el egoísmo.

También añoraba mirando las vidrieras robarme los juguetes sin dueño. Y no sabía que significaba el valor del dinero.
Tenía admiración y respeto por los linyeras, creía que iban pidiendo limosna para poder volver a su hogar. No les tenía miedo.
El lechero que venía dos veces por semana era un señor amable y recto. Mucho no me gustaba tomar la leche. Pero me encantaba mirar la espuma que dejaba cuando vaciaba en nuestra cacerola los litros para nuestros desayunos y meriendas. Me intrigaba ver cómo hervía y subía tres veces como condición
necesaria antes de beberla.
La hora de la siesta era la peor. Mis viejos nos obligaban a dormir. Que aburrimiento.
Y así en el paso del tiempo fueron pasando ilusiones, fantasías y aventuras.

Le contaba a mi abuela ( le decía “la babi “) que: quería tener doce hijos y no entendía por qué ella me sonreía en complicidad. Aún hoy recuerdo y anhelo el color celeste de sus ojos, esa compañía que colaboró tanto en mi crianza y en mis caprichos. Ella me hacía sentir feliz con sus comentarios
cariñosos, con sus aventuras picarescas y sus mimos.
Para mí: “la babi” no tenía edad, no era joven ni vieja, era mi refugio y mi alegría. Con mi abuela pude volar en su sillón mecedor por las travesías y travesuras de mi niñez.



*De Azul. azulaki@hotmail.com





CUENTOS DE LA REALIDAD


La navidad sin Luis*


*Por Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com



Por el descenso de la oscuridad, y en las inmediaciones del jardín sevillano, se veía llegar el camino de “las trazadoras” que iluminaban el cielo.

Preparativos de una celebración imprecisa que comienza apenas anda diciembre.

Parece ser que el concierto de colores, que estallan en el espacio, con la sensualidad de orgasmos demorados saludan a los globos tradicionales y encendidos, que vuelan rumbo al sur, manteniendo el rumbo, de eso se trata, pese a todo.

Al revés de las golondrinas que, por otras razones, peregrinan desde el norte.

En medio del despilfarro de luces, olor a pólvora y diluvio de corchos, con más o menos abolengo, la navidad parecía una señal no escrita y mucho menos aceptada, mucho menos recordada y reflexionada.

Pero hasta los adalidades cristianos –sobre todo blancos del otro hemisferio- han instalado certezas, para su propio convencimiento, sobre la relación privilegiada que tienen con Dios.

En su nombre han masacrado pueblos (Afganistan, Irak por citar dos) y se les hace agua la boca sobre los que se vienen; genocidios tan negros como los intereses que mueven apóstoles inquisidores de este siglo XXI.

El petróleo todo lo puede y las hermanas (el poder de los poderes) que siguen siendo siete, se abusan del número de Dios.

La brisa con nombre de mujer, Cecilia, se descolgó desde su mirada gris verdosa (mujer con anteojos, mujer que me puede, bah no se debe andar justificando una delicadeza). Ella quería saber todo y con ahínco escucha.
Grave señalador a la hora de presagiar su futuro en la vida.

Trepa los interrogantes, se desliza en preguntas y me pregunta, propietaria de inquietante fijeza; pero el placer de mirarla ( por ahora), me absuelve de eludir su curiosidad cristalina.

El vasco no piensa lo mismo. Pero eso ya es histórico entre él y yo. Su desconfianza se nutre de abordajes temerarios, en todos los terrenos y siempre tengo que llevármelo, en la condición que lo encuentre o lo dejen, aunque luego reciba sus andanadas de reproches.
Pero un largo entrenamiento en la sobrevivencia, nos une casi como un fatalismo congénito.

Pese a todo y con la tercera en armonía -jamás podría ser de discordia-, partimos. Tomamos, como siempre y para empezar, conocimiento de la preocupación precisa que traía Yon, a la mesa del pub, de paredes claras, maderas oscuras, parque verde y aromos conocidos.

Naturalmente, conducía el encuentro, narración y detalles. Su tradicionalismo lo traiciona y, por supuesto, me beneficio de ese respeto por los detalles. Es así que las anchoas que llegaban orgullosas, brillosas, por el aceite de oliva, pasaban altaneras frente a las cuentas impagas que registramos los laburantes.

Trabajar y no cobrar parece ser la exégesis y la acumulación de mentiras - para no pagar-, adquieren alturas colosales.

La pimienta blanca maquillaba, conveniente, duros sabores que requerían un vino duro, porque eso de “picar”, a horas desusadas, cuando la gente está en otros aprestos, requiere sabiduría y oportunidad, además de agua mineral para la pareja incierta de la copa de cristal checo.

El pan casero, saborizado, de buen cuerpo, no tanto como el de Cecilia que miraba asombrada el despliegue, pero sin renunciar a probar cuanto se elija, estaba levemente tostado y los cuadrados perfectos, eran portadores de las
delicias que se hallaban en aduana.

Finalmente, Shirah fue el sabor decidido por Yon, quien dubitó un tanto –tal vez tres segundos-, antes de elegir el rubí, como color para la charla.
¿Que pasa? – le dije como para ocuparlo y poder beber, además de mirar a Cecilia, la mejor combinación. Guardé cierta compostura por la respuesta, casi una sajona atención.

- Se trata de la navidad de Luis – respondió lacónico y críptico. Yo, muchas ganas de averiguar no tenía, pero la curiosidad flamante de nuestra acompañante me invistió de adecuada solemnidad.

- ¿Que Luis ... Barrionuevo – tiré como para empezar, ante la posibilidad de una detención oportuna, por su pleito deportivo. – Tal vez Luis “chapita” - quien en la redacción pasó a cobrar el día de Navidad, con la ilusión absurda de que un Papá Noel, borracho se hubiera equivocado y le dejara "la mitad de la mitad", de lo que presumía cobrar.

Una larga galería de Luises, incluído el de León cantautor de queja eterna, se me cruzaron, veloces, dando el presente. Me quedé interrogando, en silencio.

- Luís es el pibe que lava los parabrisas, en Boedo y la avenida, en Lomas, juega equilibrios tirando palos al aire, pelotas al mediodía, en Portela y trató de convencer - poster mediante – que Boca es el mejor del mundo, después de Japón -, dijo todo de un tirón y sin retorno.

- ¿Y que pasa con él? - , pregunté un tanto fastidiado, por la demora de él y de la segunda botella de Shirah que no superaba los controles del somelier de este puerto enjuto, llamado “Ques”.

- Un presunto hincha de River, en un Gol, blanco y rojo, se lo llevó puesto, cuando le quiso ofertar el poster de Boca. Mala suerte. Está en el Hospital, pero no juntó para llevar a casa la comida de nochebuena -, dejó caer y yo caí.

-¿Y entonces? – yo hago preguntas inadecuadas. Doy respuestas destempladas. Soy una calamidad camino del Guinnes.

- Que nos vamos a la casa de esta gente, porque tengo algunas cosas que junté, por lo menos para que los chicos, la pasen un poco mejor que nunca. ¿Me acompañás? –, lo dijo sin mirarla.

Me ofendí por la omisión, pero sabía que él estaba seguro, que no era la primera vez que, vestidos como fuera, salvo mi remera roja, fuimos visitantes inesperados de muchos, que nunca más nos volvieron a ver. Como se debe.

Ella tenía la mirada iluminada y por supuesto ansiaba llegar a ser Noel...ia. La llevamos en el Alfa gris. Algo me tenía preocupado, por no recordar con claridad, hasta que esa mirada iluminada, trajo otra, dorada y tapada de polvo, por la memoria de escombros que se llevan las reformas de otra iglesia privada. Nos fuimos, para que la Navidad no nos sorprenda. Bebí de apuro, el penúltimo trago con disgusto y nos perdimos en la noche del nacimiento.

-Navidad del 2004







ESTAMPAS*



I


Dejé de llorar por mí,
las lágrimas no restañan
las heridas de la vida.
Cavé un hambriento pozo
que deglutió mis angustias,
les apagué la luz
y las dejé dormidas.
Mi risa en cascabeles
sonaba a campana antigua,
para el afuera insensible
mi nostalgia era alegría,
era azul, anaranjada,
destellos en el espacio
lavados por la llovizna.



II


Las partidas son
viajes sin retorno.
El tiempo es relámpago
que deja secuelas
porque imprime daños,
heridas sin cura
por ninguna magia.
Pero quedan las imágenes
custodiadas por guardianes
que celosamente impiden
que se conviertan en nada.
Y ocurre un raro misterio,
el nombre que le pusimos
a los adioses furtivos
vuelven todas las noches
a velar junto a la cama.



III


Sueño con el eco
que guardó suspendido
entre dos deseos
de alcanzar utopías.
El grito se expande,
golpea y regresa,
nos dice que existe
cuando es solo un grito.
Y nos esforzamos
por buscar respuestas
a preguntas que exigen
que el eco responda.




IV


La gran aventura,
hallar el camino.
Tiene tantas cruces ,
tantos ecos yermos,
tantas fantasías
montando dragones
que no vemos claro
cual es el sentido
de horadar rincones,
barrer los senderos
para hallar la meta
que nos justifique.



V


No puedo pedirte
que esperes regresos,
hice mis valijas
y casi he partido.
¿Por qué me detengo?
Me angustia el olvido,
ese gran gigante
que al cerrar la puerta
tomará mi cama,
quemará mi cofre
sin mirar adentro,
borrará mi nombre
de todas mis huellas.
Por eso he dudado
y postergo el viaje,
me asusta la nada
dueña de la casa
que será anfitriona
cuando yo me vaya.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar







ESTACIÓN DE LOS TREBOLES Y UNA TRISTEZA MENOS*


“Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin, muero de máscaras, de triángulos oscuros e incesantes”
Jaime Sabines



Un hombre añora tréboles. Tréboles pide.
Clamo por las siemprevivas de tus muslos.
La mano se ahueca en el pecho ingrávido.
El amor, leve sombra, cruza el monte.


Una mujer suspira en tréboles maduros.
Puñal y tropel. Mi gruta umbría espera.
Ofrece la quieta monotonía de sus pechos.
El amor, sol radiante, sigue la raíz del viento.


Un hombre, una mujer y rescoldo de luna.
Lluvia nocturna y cuatro pétalos de trébol.
Perfección de fragancias y estaciones.
El amor es un potro embravecido


Un hombre, una mujer y un niño
Parejos. Semejantes. Desiguales.
La mano se ahueca en el pecho grávido
Madre, padre y trébol de 60º.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







ALLI LEJOS Y HACE TIEMPO*


W.H. Hudson i.m


*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Alberto Compañy me escribe diciéndome que el recuerdo más antiguo que tiene de los arroperos es su acampe mientras estaban en el pueblo. Lo hacían en la calle Pacto Federal, que comienza en la ruta detrás de la casa de Hugo Ruiz y atraviesa baldíos, las vías del ferrocarril y el barrio Evita, que es el
primero de casitas sociales y que se sorteó en 1973. Esa calle sale por el galpón de Albanessi donde hubo una fábrica de arados en los años 60, pasa por el caserío de los Villarreal, la carpintería del "Pelado" Bellini y muere en la antigua chacrita de Indelángelo.
Esa calle limita con el campo que en ese tiempo era de la familia Terré y hoy es de la familia Compañy.
"En ese tiempo -me escribe- nosotros no sabíamos que esa calle tenía nombre". Sí, le digo, además estaban esas palmeras centenarias y el chalé que había sido de los Terré y era el viejo Dispensario donde doña Bianco de Broglia nos ponía unas inmensas inyecciones que guardaba
celosamente en una cajita de acero inoxidable.
A mi me traían de la mano- prosigue- mi abuelo Compañy y mi hermano mayor, es decir, Miguel. Mi madre me había peinado a la gomina, yo venía del campo, de la chacra, y mi entrada triunfal era por esa calle".
Cuánta razón tiene Alberto, en ese tiempo remoto nosotros ignorábamos casi todo, yo tampoco sabía el nombre de las calles. Cuando con mi madre arrancábamos por la Juan de Garay doblábamos por la calle de los Terré, como se le decía en ese tiempo a la Pacto Federal, y justo en la casa con galería de Hugo Ruiz enfilábamos hasta la vía y tomábamos el camino que iba hacia Cañada del Ucle, para ir a la casa de mi abuela y mis tíos todavía solteros. Tenía una entrada por esa calle y otra por la que
habitaban los Zinni, los Spizzo y el inefable gringo Félix Maestri, a quien todo el mundo llamaba "Felichón". Tenía un camioncito desvencijado con el cual recorría las chacras comprando gallinas y huevos. En un paso a nivel oscuro un tren lo arrolló en un descuido. Era tan bueno, tan generoso que
todos lo querían. Su esposa usaba unos gruesos lentes y a su nombre se lo llevó el olvido, como al de su único hijo, que después se fue del pueblo.
Si yo seguía por ese camino llegaba a un centenar de metros al Matadero Comunal a cuya inauguración me llevaron mis viejos. Recuerdo un mar de gente, seguramente todo el pueblo, estaba hecho todo de ladrillos, pintadas las aberturas de un rojo violento que contrastaba con el blanco opaco de las paredes. Tenía un gran arcada en la entrada y escrito en letras hechas de material y pintadas de rojo: Matadero Comunal, 1950, año del Libertador General San Martín.
Era el presidente de la Comisión de Fomento, don Cruz Roca, quien había clavado un cartel cerca de la entrada que era imposible no ver: Perón cumple.
El Matadero antes había estado en el paso a nivel alto, en la otra punta del pueblo, enfrente del "Mingo" Giuliano. Allí había dos altos palos de quebracho con otro que los cruzaba horizontal, estaba lleno de moscas y sangre por doquier. Varias roldanas donde se colgaban las redes y el que cuidaba el lugar desde un ranchito. Siempre tomando mate con su mujer, los dos muy ancianos o así los ve mi memoria. No era otro que el chino Bruno, hermano de don Agripino, vecino nuestro.
Pero si yo vuelvo hasta la calle que hoy se llama Pacto Federal, y que nosotros le decíamos la calle del "Zurdo" Peralta, un viejecito que veíamos pasar por la calle con su bolsito de las compras y ese ungido respeto nos venía de la leyenda que lo precedía en el pueblo. Había sido muy guapo y muy ligero con el cuchillo en el barrio Villa Regules de Firmat, digo que si vuelvo es para recordar.
Cuando nosotros nos acercábamos con las tramperas en busca de una bandada de mistos o amarillitos o vistosos paraguayitos, que se zambullían en el trigal de Terré, donde el horizonte giraba en los crepúsculos detrás de la chacra de Rogelio Compañy, en el tiempo remoto donde estallaba el ruido de
los abejorros y los horneros fabricaban sus ingeniosas casitas sobre el palo de la luz de don Arturo Miranda, quien impasiblemente recorría el pueblo con su carrito tirado por un caballo bichoco vendiendo marlos o carbón o zapallo o no sé qué. Su figura atraviesa la tarde con su cara morena, su
sombrero muy negro y su infaltable pañuelo al cuello mientras la brisa lo agita suavemente como si fuera una pequeña bandada de brasita de fuego. Y si nosotros nos acercábamos era simplemente para ser felices.
Mientras que enfrente en el campo Terré, donde ondeaba un trigal amarillo bajo el leve viento de octubre, los pechirrojos caían en bandada como un puñado de fuego.
Y yo también como William H. Hudson podría decir sin equivocarme al recodar que: "mantendré hasta el inexorable final la imagen de una belleza ya desaparecida por la tierra".







La caída de las hojas*



Los pasillos de la biblioteca aparecieron llenos de hojas esparcidas por el suelo. A medida que pasaban los días, el grosor de las hojas iba en aumento, y solo faltó que alguien abriera las ventanas para que se crearan remolinos de hojas que al final se acumularon en los pasillos de la Z y la V.

El sustituto del bibliotecario titular estaba obnubilado por el suceso y no sabía como reaccionar. Se resistía a tirar las hojas, ya que de hacerlo dejaría ejemplares incompletos, pero por otra parte tenía que hacer algo porque, de seguir así, en una semana sería imposible pasar entre las estanterías.

Se resistió hasta donde pudo porque quería que se reconociera su capacidad para llevar la biblioteca pero llegó el momento en que no tuvo más remedio que llamar al viejo bibliotecario oficial.

No esperaba que el anciano no se sorprendiera y aun resuena la carcajada en sus oídos y aquella respuesta "¿Pero, acaso no te has dado cuenta de que estamos en otoño?"


*De Joan Mateu. joan@cimat.es







Cumpliendo décadas*


Se necesitaba la inabarcabilidad
de tu brioso desprecio
por mí

para contraponerlo a la atávica
contumacia de mi depresión:

conyugicidio nuestro
cumpliendo cuatro exitosas décadas
justo hoy.



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar





En busca de una historia.*


Un adolescente, tras años sin saber de su padre, recibe una misiva que contiene la noticia de su desaparición y una misteriosa llave. Parte en busca de una historia, sin saber que hallará "algo" que cambiará su vida. Le esperan acertijos que abren puertas a su comprensión del mundo de su padre,
al mundo de la magia, tres universos que se entrelazan. En sus manos está resolver los enigmas que lo conducirán al desenlace. Así comienza la aventura de Alex, protagonista de la novela "En Busca de una Historia", de la escritora cubana Marié Rojas, finalista del Premio Andrómeda 2008.

¿Qué mensaje querías transmitir cuando escribiste En busca de una historia?

Aquello en lo que creemos intensamente puede llegar a tornarse realidad.
Sostener la fantasía es un modo de mantener la fe. Ir en busca de una historia cualquiera puede develarnos enigmas de nuestra propia historia.

¿En qué género y temas te sientes más cómoda cuando escribes?

Me gusta el cuento breve, la fantasía especulativa. El engranaje recurrente de mi cosmovisión es lo extraordinario que surge de los pliegues de la realidad aparente. Me fascinan las criaturas mágicas: ángeles, vampiros, gárgolas, brujas, dragones, duendes, quimeras. Pero sobre todo, los saltos
involuntarios a universos paralelos.

¿Qué tres libros y tres películas te llevarías a una isla desierta y por qué?

Para leer el resto de la entrevista:

http://www.libroandromeda.com/PDF/Holopantalla_Marie_Rojas.pdf


La autora.

Marié Rojas Tamayo, cubana, 48 años, Licenciada en Economía del Comercio
Exterior, Inglés y Francés. Miembro de la UNION DE ESCRITORES Y ARTISTAS DE CUBA
Libros publicados: Tonos de Verde, Fundación Drac, Mallorca; Adoptando a Mini, Fundación Drac, Mallorca - en proceso de reedición por la editorial cubana GENTE NUEVA -. De príncipes y princesas, Ed. El Far, Mallorca. Cinco minutos a solas con las musas; Viaje a los astros; Locuras temporales;
Algoritmos y ciudades; Incerteza cuántica, ediciones digitales, Inventiva Social, Argentina. En busca de una historia, Ed. Andrómeda, Colección Mundo Imaginario, España.
Mención Especial Premio Lazarillo de Tormes, OEPLI, España; XX Premio Ana María Matute, Ed. Torremozas, entre otros. Ha participado en más de 50 antologías internacionales, su obra ha sido llevada a la radio, la televisión y el teatro. Colabora con periódicos y revistas del mundo.
Nominada por el American Biographical Institute entre las mujeres destacadas por su relevante aporte a la sociedad. Miembro de la red mundial de escritores REMES.

Enlace para adquirir el libro:
http://tienda.cyberdark.net

Para leer relatos inéditos de la autora:
http://www.libroandromeda.com/PDF/El_Tulpa_Marie_Rojas.pdf
http://www.libroandromeda.com/PDF/El_Sobrino_Marie_Rojas.pdf
http://www.libroandromeda.com/PDF/Solo_un_cafe_Marie_Rojas.pdf




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