sábado, octubre 15, 2011
LA MANERA EN QUE SE CUENTA LA VIDA...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
DESAYUNO*
La mesa servida
-el desayuno-
rostros sumergidos en sendos mundos,
explayados en sus propias quimeras, distantes
interrogantes flotan en el aire:
-¿el amor?-
-¿el deseo?-
...uno lee periódicos, otro arruga el alma
y se oye el sonido de los platos
como campanas llamando a misa
y oídos sordos
y el cuchillo se desliza por la mantequilla
evasivas miradas laceran la piel
de algo que una vez estuvo,
de algo que alguna vez fue bueno, corazones ofuscados
buscan leves rayos de luz
en la oscuridad luminosa del tedio
y dudas saltan
y provocan remolinos de recuerdos
y más interrogantes flotan en el aire
-¿y el amor?-
-¿y el deseo?-
-¿alguna vez existieron?-
deambulan los cuerpos fríos
senderos pedregosos, desconcierto
y capullos lloran tempranas muertes
y la culpa corroe
y el fantasma de la ilusión yace sepulto
y la mentira hecha verbo esparce cenizas al viento
la nada flota en el aire
extraños en la misma mesa
extraños comparten la cama
extraños bajo el mismo techo
afuera la vida pasa, miles de techos,
miles de mesas, los desayunos servidos,
miles de rostros callan.
*De Ruth Ana López Calderón. anilopez20032000@yahoo.es
03-04-2011
YAPEYÚ*
(La llovizna y las tuercas)
Era bastante incómodo bajar por el único ascensor del edificio con todo el equipo de camping, aunque mis tres hijos aún bastante pequeños me ayudaran con los bultos; pero nuestro entusiasmo lo superaba ampliamente.- Mi esposa entretanto terminaba de preparar elementos y comestibles que íbamos a necesitar en el largo fin de semana que teníamos por delante.-
Este equipo era nuevo y mucho más completo que el que usábamos anteriormente, lo que nos llenaba de expectante apremio, y lo estrenaríamos ahora en la costa del río Uruguay.- De paso conoceríamos la casa natal de San Martín en Yapeyú, mientras pasábamos un par de días con sus noches, durmiendo en carpa, a pleno aire libre, bajo la frondosa arboleda en galería de la orilla derecha del Río, casi por el sólo gusto de vivir en medio de esa naturaleza tan apacible, y exuberante; compartiendo una alegre e inocente aventura en familia, aprovechando la tierna infancia de nuestros hijos. -
Era el primer día de primavera y el cielo despejado prometía un sol intenso, quizás algo caluroso, ya que los días anteriores nos mostraban que el invierno iba alejándose y las jornadas eran cada vez más cálidas y soleadas.-
Cargamos todo en el auto, y tras verificar que no nos faltara nada, emprendimos el viaje de varias horas, dejando atrás la mesopotámica ciudad que recién se despertaba, y tomamos raudamente la ruta en un larguísimo tramo hacia el sol temprano, que se elevaba lento, brillando generoso sobre los campos del este correntino.-
El pavimento comenzaba a ondularse bajo reflejos cambiantes, remontando y bajando colinas y lomadas, entre extensos y verdes campos cubiertos de vacas y terneros de distintos pelajes, algunos en grupos cercanos, otros más lejanos, diseminados en el horizonte de las lomas, todos pastando; aparentemente quietos, como parte permanente del paisaje, a campo abierto, o a veces junto a montes plantados de eucaliptos, y muy de cuando en cuando, cerca de una pequeña laguna color de cielo, o algún arroyito disimulado, quebrándose entre los cortos pastizales.-
No habremos divisado mucho más de una veintena de estancias, eso sí, de extensísimas dimensiones, con sus instalaciones que no siempre eran visibles desde la ruta; pero sus portones las delataban, y sus caminos de ingreso eran a veces rectos, otros unas huellas sinuosas, y algunos mostraban ostentosos portales de mampostería rematados con tejas rojas, o artísticos compuestos de troncos nativos trabajados a hacha.-
Portones de gruesos parantes, eran incluso de fornidas plantas secas y con las ramas recortadas, que enterraban invertidas logrando gran firmeza por el extraordinario anclaje, dado que quedaban con esas ramas bajo tierra, como si fueran auténticas raíces, y los troncos cortadas a la altura deseada, para formar la formidable entrada.-
Y así, dejando atrás portones y campos, arroyos, lagunas y vacas; llegamos al final del pavimento.-
Desde allí el camino dobla al norte, manteniéndose paralelo al río a unos pocos kilómetros, a la altura de Paso de los Libres.- Ya no hay pavimento, pero es ancho y afirmado con ripio.- Seco es algo polvoriento, y con lluvia forma pequeños charquitos en un suelo duro y saltarín e inestable.-
El viaje era más lento, pero fácil de seguir a una marcha moderada.- Además dentro del auto íbamos tomando mate, los chicos comían facturas, e improvisábamos canciones y juegos para entretenernos.- Tampoco era tan lejos.- Estábamos acostumbrados a viajar, especialmente en auto, en largas jornadas.-
En el puente de un ancho arroyo paramos a sacar fotografías, y recuerdo un chico bañando su caballo en la playa, junto a un potrillo, y obtuve a contraluz unas hermosas tomas.- El más pequeño de mis hijos, de sólo cinco años, bajó apremiado y me tentó el relejo del sol que hacía brillos iridiscentes en él, por lo qué lo registré mientras orinaba inocente; y ese fue mi error, porqué luego, indignado, se mostró tan lastimado que tuve que desechar la foto.-
Llegamos y visitamos las ruinas, luego ya cerca del mediodía fuimos al camping y armamos las carpas y toldos en una hermosa limpiada, cubierta con un grueso colchón de hojas, bajo las altas copas, amplias y frondosas, a pocos metros de la orilla pedregosa del río, que bajaba silencioso.-
La sombra era fresca y tupida.- Algunos pájaros revoloteaban entre las ramas.- Se escuchaba un arrullo de hojas, movidas por el viento, que nos traía ecos lejanos de gritos de niños que jugaban al borde del río.-
Encendimos fuego y a las brasas asamos carne que llevamos para la ocasión, así que comimos tarde, y luego descansamos a la sombra en unos prácticos catrecitos, tipo militar, desarmables, también nuevos; y el resto de la tarde fue exploratoria de los alrededores, avistando y fotografiando aves y paisajes.-
A la noche contamos cuentos, mientras la luna llena nos espiaba desde lo alto, a través de una techumbre negra y vegetal.-
Felices, dormimos como ángeles, y la mañana siguiente la pasamos entre mates, juegos y caminatas.- Subimos a un viejo y alto mirador de palos, que pretendía parecer un mangrullo de nuestras antiguas fronteras indias, desde donde se veía, sobre las copas de los árboles, el ancho río que bajaba adormecido, perdiéndose en la lejanía en un manto nebuloso y blanquecino.-
Después de comer fue nublándose, cambió el viento y refrescó.- De pronto un trueno retumbó cercano y siguió oscureciendo rápidamente.- Siguieron otros truenos entre relámpagos y el viento pasó a sentirse más y más fresco mientras aumentaba en intensidad.- Las ramas altas comenzaron a agitarse y cuando nos dimos cuenta estábamos dentro de una fuerte tormenta.- Las primeras gotas cayeron frías y nos obligaron a refugiarnos en las carpas, mientras corríamos a guardar algunas cosas que no queríamos que se mojaran.-
El viento comenzó a arreciar pese a estar relativamente protegidos por la espesa arboleda, y la lluvia se volvió torrencial.- Ahora las ramas más altas se doblaban y movían hasta los troncos.- Algunas se rompían con un gutural crujido agregándose a los truenos y al estruendo de la tormenta, que alcanzó su máximo fragor por largos momentos, donde sentimos la amenaza que arrasara las carpas.-
Suerte que al presagiarla, nos terminamos juntando todos en una, y estábamos así reunidos preocupándonos menos por los chicos, y ellos a su vez más confiados y acompañados; por momentos se les iba el susto y todos nos reíamos, hasta que un rayo caía en las cercanías y todos dábamos un salto de espanto.-
No les miento si les digo que en un momento, todos rezábamos juntos con espontánea devoción.-
Cuando la tormenta al fin fue mermando y finalmente cesó, siguió lloviendo ya sin prisa, y el día siguió oscuro y se tornó frío, cambiando totalmente nuestra estadía.- Ya no estábamos tan seguros de seguir allí, con todo el piso mojado, sin poder salir, en una tarde gris y triste, sin mayores promesas.-
Decidimos desarmar el campamento antes que fuera más tarde, y sin esperar a que la lluvia parara del todo, lo hicimos esforzadamente terminando la ardua tarea de vencer al piso embarrado y guardar todo, y a ese todo acomodar a prisa malamente en el baúl del auto, llevando muchas cosas en el interior con nosotros.-
El regreso fue mucho menos contemplativo.- Nos urgía pasar el largo camino de ripio con la poca luz de la tarde encapotada.-
No me resultaba nada cómodo transitar por la ancha ruta, llena de pequeños charcos de agua barrosa que saltaba cada vez que los pisábamos; sino que aparte de la saltarina y dificultosa marcha, el agua al pisarla las ruedas delanteras terminaban contra el parabrisas, que se ensuciaba de modo espeso y acumulable, impidiéndome tener buena visión.- Era un charco detrás del otro, de un camino interminable.-
La lluvia se transformó en llovizna, y eso por una parte me ayudaba menos a lavar la suciedad del vidrio; y por otra, hacía la tarde más y más cerrada, como si estuviera anocheciendo.-
En un momento presté atención porque me pareció que el auto se tornaba más saltarín y traqueteante, y si es posible, hacía aún más ruido de lo que venía haciendo en el ripio aflojado por la lluvia; pero el auto seguía avanzando y estábamos cerca de alcanzar el punto donde se encuentra con la ruta pavimentada.-
Quería llegar allí para investigar si algo andaba mal.-
Pero no alcanzamos.- El auto comenzó a bambolearse, sacudiéndose fuerte atrás, y el ruido se transformó en trueno.- Finalmente dio un fuerte barquinazo y se plantó como si se hubiera partido, se asentó atrás a un lado, y quedó paralizado por completo.-
El pavimento estaba a sólo cien metros, y nosotros, varados en medio del ancho ripio bajo la llovizna que ya no dejaba ver casi nada.-
Bajé resignado, e intrigado, y los tres chicos me siguieron.-
Fuimos a mirar.- Había salido la rueda trasera izquierda, pero quedó inserta dentro del guardabarros.- Eso no impedía que el eje y el piso del auto quedaran en el suelo, aunque sólo podíamos ver en parte la rueda suelta y aprisionada debajo.-
Había que volver a ponerla en su sitio; si era nada más que eso.-
No teníamos las tuercas.-
Me vino a la memoria el cuento del loco que en un caso así pensó en sacarle una a cada una de las otras ruedas.-
Manos a la obra, antes que se apagara la última claridad; Pensé.-
¡Chicos!- les dije, especialmente al mayor…-Mientras yo pongo el gato y miro mejor; ¿Porqué no buscan por donde veníamos, quizás alguna tuerca haya caído cerca y ustedes la encuentran?
Poner el gato no era fácil; casi no había lugar, y el suelo de ripio, en la capa superior, era realmente una mezcla barrosa que al apoyar la base del gato se hundía un par de centímetros, pero mas abajo estaba durísimo.- Estaba luchando por sacar la rueda todavía cuándo escucho regresar los chicos que venían alborozados.-
¡Habían encontrado las tuercas!..., ¡No una…!, ¡Sino las cinco!
¿Cómo era posible que en un suelo tan sucio, chirlo y revuelto, casi en la oscuridad, y en un camino tan anchuroso, hayan podido encontrar nada menos que las cinco tuercas perdidas, casi sin caminar mucho…? ¡Misterio!...
Pero más misterio aún, cuando retiré al fin la rueda encajada en el guardabarros…
Allí vimos que la rueda salió porqué los agujeros se habían agrandado, seguramente al venir la rueda traqueteando en el camino poceado y pedregoso...-
¡Las tuercas quedaron en su lugar, estaban allí, sin aflojarse ni salirse!...
¿De dónde salieron entonces las tuercas encontradas en el ripio?...
Es lógico pensar que allí debía haber muchas otras tuercas si así fácilmente se encontraron esas…-
¿Entonces a cuántos les pasó lo mismo, en el mismo lugar?...
¡Por más que lo pienso no me lo explico...!
*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
-Texto incluido en "Los días felices" Avellaneda, Santa Fe; 08/04/05
Mi ciudad*
“Buenos Aires, la Reina del Plata...”
Manuel Romero
De esa ciudad viva
me queda:
un río ancho como un mar
un obelisco solitario
en mis noches
un bandoneón de tango
un sentimiento extremo
de lejanía
fantasías de volar
una libreta de ahorros
muerta un retrato de Clide
una herradura de fútbol
un implacable antimilitarismo
amigos
desaparecidos y recuperados
un café en el centro
dos mujeres o tres
una tarde de sol
en el parque Saavedra
el circo de los Hermanos Rivero
un sabor a yerba Salus
un paquete de Imparciales
una madre viuda
un hermano en la mishiadura
una inmensa búsqueda
tantas inteligencias
y una incorrupta
visión del mundo.
Me queda la poesía.
*De Carlos Sánchez. sanchez.carlos@tiscali.it
Folignano (AP) Italia
- Carlos Sánchez nació en Buenos Aires, Argentina, en diciembre de 1942.
Ha viajado por muchos países de América Latina, Medio y Extremo Oriente como consultor y experto en comunicación social para diversos organismos de las Naciones Unidas y la cooperación internacional. Es ciudadano Italiano y reside en Folignano (Ascoli Piceno).
Ha trabajado como lector y profesor de Lengua y Literatura Hispanoamericana en la Universidad “La Sapienza” de Roma, Cassino y “Sor Orsala Benincasa” de Nápoles.
Ha publicado:
“Gestos”, poesía (Ed. Juan Mejía Baca, Lima Perú, 1964);“América Latina mi país”, fotografías (Ed. Experimenta, Nápoles 1976);“Apuntes de vida”, poesía (Ed. Experimenta, Nápoles, 1978); “Signo de tierra”, novela, (Ed. Lalli, Siena, 1983); “El inquilino incomodo”, poesía (Ed. Gemina, Roma, 1991); “La efímera dulzura de vivir”, poesía (Ed. Búho, Santo Domingo, República Dominicana 1997); “Doce cuentos para ser leídos en conchos y voladoras”, cuentos (Ed. Búho, Santo Domingo, República Dominicana, 1998); “Alta Marea”, poesía (Ed. Quasar, Roma, 2005);
“La poesía, las nubes y el ajo”, (Colección “I poeti di Smerillana”, Ed. Lìbratì, Ascoli Piceno, 2009)
“Recuérdate que no sabes recordar”, Ed. Lìbrati, Ascoli Piceno, 2010. Sus poesías se encuentran en la “Antología de la poesía argentina”,de Raúl Gustavo Aguirre (Ed. Librería Fausto, Buenos Aires, 1979).
Actualmente colabora en el Área Europea en la Revista Polidiomativa On Line de arte y cultura “I Poeti Nomadi”.
Poesía, cuentos y artículos, han sido publicados en revistas y periódicos de América Latina y
Europa, como así también en numerosos sitios de Internet.
Tres monedas*
Era el segundo o tercer día de clases de mi segundo año en la escuela primaria. El primer día habíamos tenido un acto. El segundo hicimos algunos ejercicios; pero yo no tenía útiles. En casa aún no me los habían comprado.
Cuando volví a casa mamá me prometió que iba a comprármelos en cuanto papá volviera del trabajo, en la fábrica, en turnos alternados en ese momento, de ocho a doce. Pero al llegar la noche aún no los tenía, y ya había agotado mis pedidos a mamá, y la pobre desviaba el tema, y finalmente la mirada. Yo no entendía. No comprendía eso de ir a la escuela sin un cuaderno, un lápiz y una goma; por lo menos, como cualquiera de los demás compañeritos.
Papá, en la cena, respondió muy molesto, más bien de mal modo: …Que ya me iban a comprar, que verían mañana u otro día…
-¿Pero qué haré yo mañana? La señorita me dijo que tenía que llevar esos útiles, ¿en qué y con qué voy a escribir?
Nunca supe porqué mi padre estaba tan molesto…
-Le pedirás a la maestra. ¡Ella te tiene que dar! ¡Decile que te dije yo!- Y dio una palmada fuerte en la mesa, poniéndole fin al asunto.
Esa noche no me podía dormir. Recuerdo que lloré, y en mi angustia, no una vez; sino que durante la noche soñaba con mi mañana, y volvía a llorar… No quería que llegara el día siguiente.
Pero llegó, y tuve que afrontar entre “pucheros”, tomar el desayuno e iniciar aquél cruento camino a la escuela… Me sentía tan mal que ni lágrimas me salían. Recuerdo que mamá siempre en silencio, me acarició los cabellos y sentí como que ella me acompañaría, con esa mirada que aún la siento, como si aún me acompañara; como si desde esa mañana saliendo a la escuela, nunca más me habría de dejar…
Y me uní con otros compañeritos, que pasaban a buscarnos, para ir juntos…
Todos reían. Todos iban jugando, contentos, como yo mismo hubiera querido ir…, pero no podía evadir lo que me esperaba: ¿Como iba a presentarme, qué iba a hacer sin esos útiles, que le iba a decir a la maestra…?
Ya caminaba como en el aire de tan avergonzado de ir con las manos vacías… ¿Y ante los demás chicos de la escuela? Todos lo sabrían, todos me mirarían, y yo me apartaría sólo, a un rincón del patio, en el recreo… Miraba casi sin levantar la vista a mis compañeros que iban jugando felices, todos con sus cuadernos y sus lápices… Incluso algunos llevaban mochilitas llenas de lápices de colores, gomas, sacapuntas… Ellos no tenían mi problema… ¡Ellos sí que eran felices! ¿Por qué teníamos que ser nosotros tan pobres, que mis padres no me pudieran dar ni siquiera lo mínimo para la escuela?
¡Ojalá no llegara nunca el momento de entrar a clase, ese día!
Iba con mis compañeros, pero yo estaba en otro mundo. Iba muy triste, con un nudo en la garganta, cavilando, con mi mirada en el suelo…
Y allí en ese suelo había tres moneda amarillas… ¡Me parecieron de oro!, Juntitas, casi apiladas, casi escondidas entre las pisadas de los caballos, que aquella vez transitaban nuestras calles de tierra, tirando sulkis, o las volantas, de los colonos que venían al pueblo…
Una de veinte, una de diez, y una de cinco centavos…¡Eso me salvaba!...
En 1946, todavía la plata tenía todo el valor, no había envilecido. Nuestro país era muy rico, y no conocíamos la inflación, que tras la segunda guerra estaba azotando a Europa.
Me agaché casi reverente y tomé las monedas. Sentí como si un ángel se hubiera arrodillado conmigo. Me levanté de un salto y fui corriendo a la librería de la otra esquina. Compré un cuaderno, lápiz, goma, y hasta un sacapuntas, y aún me sobró para comprar, enfrente, unas roscas azucaradas con las que convidé a mis amiguitos, que quedaron en la esquina esperándome.
Ese día fui seguramente, el chico más feliz de toda la escuela…
¡Y está entre uno de los mas felices de mi vida! ¡Por qué me hizo ver que los milagros existen!
Descubrí que hasta las cosas que pueden parecer pequeñas tienen su importancia, y dar tanta angustia, tanta felicidad, en ciertos momentos… ¡y tener su significado para siempre!
.Después papá nunca más me negó como esa vez, los útiles necesarios.-
*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
-Texto incluido en "Los días felices" Avellaneda, Santa Fe 24/07/05
Yo jamás fui niño*
Mi sonrisa es seca, y mi rostro es serio
mi espalda ancha, mis muslos duros
mis manos partidas por el crudo frío
solo ocho años tengo, pero no soy un niño,
detrás de mis ovejas ando por el cerro
y cargo mi leña, bajo hasta mi puesto
a soplar el fuego, a mismear mi soga
y no tengo tiempo para ser un niño.
Tengo ya diez años, y todo es lo mismo
mote, sal con lechi, son mis caramelos,
mis juguetes un chivo o el perro ovejero,
diez años tan solo pero no soy un niño.
Mi avión de juguete es un cuervo viejo.
Mi camión, un burro de trotar muy lento.
Mi amigo es un zorro que roba mis cabras,
diez años tan solo, pero no soy un niño.
Mi rostro es de viejo y mi andar de abuelo.
Mis callos partidos por piedras del cerro.
Mi poncho rotoso por el fuerte viento.
Todo eso me dice que no soy un niño.
…¡Y no hay Reyes Magos!
…¡No hay día del niño!
Jamás tuve suerte de poder ser un niño.
*De Fortunato Ramos.
Humahuaca.
-Enviado para compartir por Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
El hombre que odiaba las novelas*
*Por Juan Forn
Aquellos que quieran saber con qué se mamaba Faulkner para escribir así, pueden encontrar la respuesta en un insólito evento que tiene lugar en Londres en 1854, cuando el cónsul americano en esa ciudad reunió en su casa a los exiliados revolucionarios europeos para que conocieran al futuro
presidente Buchanan, de paso por Inglaterra. Era un gesto político: demostrar a las monarquías europeas de qué parte estaba el Nuevo Mundo. La lista de invitados era un resumen de las fracasadas revoluciones de 1848: Garibaldi y Mazzini por Italia, Victor Hugo y Ledru-Rollin por Francia,
Kossuth por Hungría, Worcel por Polonia y el gran Alexander Herzen por Rusia. Durante la velada se brindó copiosamente por el advenimiento de "una federación de pueblos libres europeos" y un futuro de concordia entre ellos y la joven democracia americana. El cónsul hizo venir a su esposa para que
acompañara en guitarra la entonación a coro de "La Marsellesa" y la bebida ofrecida era un ponche especialmente preparado para la ocasión, con bourbon de Kentucky ("nuestra bebida nacional", como anunció el cónsul). Terminaron todos peleados menos de dos horas después. Se pregunta Herzen en sus
fabulosas memorias si el fracaso de la velada pudo deberse a la bebida servida, que parecía "hecha de pimienta roja embebida en vitriolo" y que "embrutecía el paladar, roía la garganta y estallaba en llamas en el pecho de quienes la bebían".
Herzen se fue de Rusia para combatir el zarismo, la autocracia, la servidumbre. Quería la igualdad entre los hombres, la democracia, pero cuando vio la democracia en Occidente se asqueó enseguida de los burgueses (como buen aristócrata los veía poca cosa, mezquinos, miserables) y entendió que no le quedaba otra que hacerse revolucionario. Se pasó la vida predicándola, desde el diario La Campana, que imprimía de su bolsillo en Inglaterra y enviaba clandestinamente a Rusia. En la dedicatoria de sus ensayos reunidos, le dice a su hijo: "No construimos; destruimos. No proclamamos una nueva verdad; abolimos una vieja mentira. La única religión que te dejo es la religión revolucionaria de la transformación social. Es una religión sin paraíso, sin recompensas, sin siquiera conciencia de sí, porque una revolución no puede tener conciencia". Entregó ese libro a su hijo solemnemente en la Navidad de 1855, en la coqueta mansión que habitaba en Twickenham, delante de su familia y una cincuentena de invitados, al pie de un gigantesco árbol de Navidad lleno de regalos para todos.
Cuando Bakunin logró huir de su cautiverio en Siberia y llegar hasta Japón, le escribió desde allí a Herzen para que le pagara el pasaje en barco hasta Londres. Herzen se lo llevó a vivir en su casa. Hasta que el ama de llaves alemana le hizo un ultimátum: o Bakunin o yo. Herzen optó por el ama de llaves. Pero mantuvo su cariño por Bakunin: cuando Garibaldi le pregunta por carta si puede confiarse en el pronóstico de Bakunin acerca de la inminencia de la Revolución en Rusia (en 1862), Herzen contesta que "hay en mi viejo amigo una inveterada tendencia a confundir el segundo mes de embarazo con el noveno". Bakunin, por su parte, le reprochaba festivamente a Herzen: "¿Sabes cuál es tu mayor debilidad? Que eres incapaz de dejarte cegar por un entusiasmo".
Herzen se creía el colmo de la sensatez mientras llevaba una vida que parecía una novela por entregas y en la que involucraba a todos sus amigos libertarios. La historia es así: al exiliarse de Rusia, el primer destino de Herzen fue París (hasta que la monarquía rusa solicitó a la monarquía francesa que lo expulsaran), allí conoció a un joven poeta alemán llamado Georg Herwegh, que había desafiado a la monarquía alemana con su polémico "Poema de un hombre que está vivo". Herwegh era el héroe del momento pero llegó a París sin una moneda. Herzen lo acogió como hijo, como diamante en bruto, como delfín. No sólo adoptó al poeta sino a la familia del poeta (Herwegh estaba casado y tenía hijos, que convivían con los de Herzen). Pero he aquí que el joven Herwegh era el epítome del poeta romántico y enamoró a la mujer de Herzen. Se desató entre ellos una pasión incombustible y más que incómoda. El poeta primero exigió que se les permitiera vivir su amor, luego pidió a Herzen que lo matara, luego lo retó a duelo. Negro de ira, Herzen convocó a un tribunal de honor libertario para que dirimiera el asunto: bombardeó de cartas a Mazzini, a Lasalle, a Michelet, para que dijeran qué correspondía hacer. En determinado momento, el libertario alemán Vogt se ofreció a matar él a Herwegh, para que Herzen no se ensuciara las manos (y también, probablemente, para que dejara en paz a las cabezas del movimiento). Herzen le contesta que la proposición es abominable y después, a solas, escribe enfurecido en su diario que lo que debería haber hecho Vogt, de ser un caballero, era "realizar el asunto sin preguntarme". En
medio de todo esto muere la mujer de Herzen y a él se le parte el corazón y se va a vivir a Londres con sus hijos, donde se encuentra con su adorado amigo de infancia Ogarev, a quien procede a hacerle lo mismo que le había hecho Herwegh a él: enamorarle a la mujer y demandar el derecho a vivir ese amor. Esta vez no hizo falta convocar tribunal de honor (los libertarios de Europa respiraron aliviados): Ogarev era tan manso que concedió el capricho a la apasionada pareja y se fue a vivir con una prostituta a la que quería reformar (convirtiéndola en asistente y enfermera de sus sesiones de láudano). Herzen se casó con la mujer de Ogarev. Ogarev siguió siendo su mano derecha en La Campana hasta el triste final del diario, y fue también el más fiel de sus interlocutores: a él dirigió Herzen sus últimos lamentos por el fracaso que creía que había sido su vida, en conmovedoras cartas, cuando se fue a morir a Suiza.
En esos lamentos, Herzen menciona cuánto detesta las novelas y el nuevo furor que despiertan: "Las novelas no cambian la vida de nadie", le escribe a Ogarev. Tres años antes había dado a imprenta sus fabulosas memorias (Mi pasado y pensamientos). Sabemos que Turgueniev le envió a Flaubert (aunque
no logró que éste la leyera) una traducción al francés de ese libro, con el modernísimo argumento de que se leía como una novela. Dostoievski y Tolstoi, que nunca coincidieron en nada entre ellos y menos que menos con Turgueniev, leyeron de igual manera la versión rusa: se la devoraron como una novela, vieron en ella la combinación de ethos y pathos, relato y reflexión, brillantez y profundidad, que querían poner en sus propios libros. Quizá la vida de Herzen fue un fracaso ("la más brillante nulidad de su tiempo", dice de él el holandés Ian Buruma) y las novelas no cambien la vida de nadie, pero a mí me gusta pensar que las memorias que escribió aquel hombre que odiaba las novelas cambiaron silenciosamente la vida de los dos más grandes novelistas de todos los tiempos, porque leer ese libro les cambió la concepción que tenían de la novela, ¿y qué otra cosa es la vida para un novelista que la manera en que cuenta la vida?
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-178883-2011-10-14.html
La niña de las palomas*
*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
La niña tiene ocho añitos, sólo acumula hojas de calendario sobre su espalda flaca. En su mesa, con suerte, apenas un pan del día y un plato de guiso ácido de tanta recalentada. Todos los mediodías corta un pedacito del pedacito que le toca en suerte. Lo guarda en un pliegue de su remera rota, sale a la calle y una bandada de palomas aparece como mágicamente para recoger las miguitas.
-Siempre les doy pan para que coman, me cuenta. En el fondo de sus ojitos, casi sin brillo, encuentro una luz y veo un brote de la esperanza iluminando su mirada pícara. Ella comparte lo que le falta, otros, lo que le sobra. Algunos la llaman “negra de mierda”. El cura de la iglesia, a media cuadra de allí, todavía no la vio, esa nena tiene la magia de pasar inadvertida, para tantos…
http://textosnechidorado.blogspot.com
Correo:
SI ELLAS ME DEJAN CONTARLO*
Estimados Amigos :
Los espero para la presentación de mi tercer libro “Si ellas me dejan contarlo”, son doce historias de mujeres que se atrevieron a pensar diferente. En esas historias incluí técnicas de P.N.L que ayudarán a transitar los relatos desde otra óptica. Para la presentación contaremos con las generadoras de esas historias que relatarán tramos de sus propios cuentos. Siendo este un acontecimiento especial para mí y para ellas, los invito a ustedes por unos instantes a compartir esos momentos. Cabe resaltar que como lectores forman parte de mi mundo, y a ustedes, entonces, se los dedico.
Muchas Gracias por el apoyo
*Silvia. C. Milos. milossilvia@yahoo.com.ar
VIERNES 21 DE OCTUBRE
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