miércoles, octubre 10, 2012

EDICIÓN OCTUBRE 2012


*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba





EL TESORO*



Observó al individuo con el detector de metales, siempre le habían impresionado estos artilugios y no había visto uno de cerca.
Cautelosamente avanzó unos pasos. El aparato emitió un pitido y el hombre, agachándose a tomar algo de la arena, la miró y le dijo:
- ¡Encontré un tesoro!
- ¿Hay algo enterrado ahí? – respondió llena de curiosidad.
- ¿Te refieres a…? – abrió la palma de la mano y dejó caer el objeto – No, es solo una hebilla oxidada… Me refería a ti.


*De Marié Rojas.
-La Habana. Cuba








Caprichosa temporalidad*



La niña llora
y a mi me envejece la siesta

Tengo el abdómen desesperado
no es hambre, no
es la velocidad con la que cuento
cada cabello de muñeca
y le asigno un número

El tiempo es el lugar
donde se entumecen los músculos
y los dedos se acomodan
interpretando rejas.

La niña llora
y a mi me atardece el cuerpo

Tengo las manos agujereadas
no es orfandad, no
es el hábito de mirar relojes
a traves de las ventanas
y darle cuerda al mundo

El día es un hotel
donde los viajeros son azulejos
y los besos se manifiestan
conjugando rostros.


*De Marcela Lokdos lokdos1@yahoo.com.ar






LA VISITA*



Después de caminar lentamente por los jardines recién tocados por la primavera, llego a la casa de los Douillet, donde estaba invitado a almorzar. Me abre la puerta una criada joven, que me mira con curiosidad. Yo le sonrío y me presento. Entonces percibo que estoy desnudo. Me desconcierto, pero igual avanzo hacia el centro de la luminosa habitación, de muebles severos pero elegantes. La joven se dirige presurosa hacia el fondo y aparece Mme. Douillet, con la cual nos saludamos con afecto. Ella parece no notar que estoy desnudo, lo cual me hace sentir cómodo. Me siento en un amplio sofá y hablamos sobre la última vez que nos encontramos en la ópera, donde la obra había sido creada por un profesor y sus alumnos. Coincidimos en alabar el talento del músico y sus jóvenes alumnos. En ese momento siento que llega el auto de M. Douillet y él entra en pocos minutos. Me saluda con amabilidad y yo me siento turbado por encontrarme sin ropas. Él parece  no prestarme atención, pero decido vestirme antes de que lleguen otros invitados. Me disculpo ante Mme. Douillet y me dirijo hacia otro salón que conduce a los dormitorios. Pero no alcanzo a llegar cuando siento conversar a varias mujeres que hablan en voz muy alta. Me apresuro, subo la escalinata y cuando voy a pasar al dormitorio salen de él tres personas que conozco de vista, profesores también del Instituto. Los saludo con normalidad, pero estoy molesto. Son dos mujeres y un hombre. Pensé que sería un almuerzo más íntimo, pero siento que el salón ya está lleno de gente. El hombre me reconoce levantando la mano, una de las mujeres se presenta mientras me acaricia el hombro. Me aparto y en el cuarto encuentro mis ropas. Cuando me estoy poniendo la camisa, entra Mme. Douillet y prosigue el diálogo que teníamos antes, mientras me pasa su dedo índice por los labios. La caricia se hace tan fuerte que siento que los dientes me lastiman los labios. Me excuso y llevo mis ropas al baño. Cuando salgo, ella está  mirando por el ventanal hacia el jardín. Se acerca a mí un instante con ojos desolados  luego bajamos juntos al salón comedor. Ya están todos sentados alrededor de la mesa. Todos se encuentran desnudos.



*De Sonia Arismendi.  soniaris@adinet.com.uy
LOS CUENTOS DEL DIVÁN - LA VISITA









Pretérita reparación*


Una tragedia tras otra
sin conseguir el margen
donde asilar los huesos


Tanto hay detrás
que sobre la marcha,
los músculos se tensan
como el vacío de un nido


Había dado por sentado
tantas figuras como sillas,
y mientras lo pienso
un caballo se me escapa de la mano


Este sonido a golpe seco
me recuerda a los cascos
que guían a los ojos
cuando la luz,
es la única ausente
en la celebración de la cena


He dejado el recorrido de la vida
en una sumatoria de lágrimas
vertidas sobre el mantel,
donde aún supongo
reconocer sus sombras.


*De Marcela Lokdos lokdos1@yahoo.com.ar







El libro del Hada Cartuja*


El hada nació en septiembre. Fue un día especial porque se abrieron todas las flores dormidas, comenzando a mecerse en sus tallos. Sonaban suavemente las campanillas azules y zumbaban las abejas amarillas música barroca. El padre del hada era el rey rojo y estaba muy ocupado en ese momento. El rey rojo estaba siempre muy ocupado, pero corrió ese día para recibir al hada, que cuando nació era azul con el pelo rojo. Tenía mucho pelo rojo. Este detalle fue muy apreciado por el rey que lo tomó como un buen augurio. Las hadas madrinas fueron el hada Sueño, el hada Utopía, el hada Imposible, el hada Nunca y el hada Absurdo.

Todas entregaron sus dones al hadita danzando en el aire y cantando suavemente. Cuando llegó el momento de los trámites comunes que confunden a los seres feéricos, el rey rojo se olvidó del día en que el hadita nació. Pero era setiembre, el mes del aniversario del reino del rey rojo por lo cual él se acordó siempre del nacimiento del hada el 21 de septiembre.  Ella en realidad había  nacido el 24, pero esos detalles no son importantes entre las hadas y los elfos. Por no ser importante, fue anotada en un lugar llamado Registro de Hadas el día 27 lo cual desconcertaba a los humanos corrientes. Más tarde cuando ya volaba entre las nubes el hadita decretó que en septiembre, todos los días eran de fiesta.



*De Sonia Arismendi.  soniaris@adinet.com.uy
Del libro del Hada Cartuja. 








LAS LIBRES JAULAS*

    
Puede ocurrir que una se siente en un parapeto en el Parque del Sur, y  que al lado haya una persona que refleje el cielo con los ojos. Y puede  ocurrir, también, que en vez de darse a la lectura del libro que descansa  sobre el pasto, una se dedique en silencio a observar las evoluciones de los pájaros.
     No siempre se da la felicidad completa, pero esta vez supongamos que el árbol sobre las cabezas se desgrane en minúsculas florecillas como pequeños plumeritos amarillos, y que tal color coincida exactamente con el de mi pantalón, fusionándolo de esta manera con la copa del árbol y con el cielo
que se deja ver entre las hojas.
     Y, en esa tarde quieta, puede ser que al dejarse fascinar por los saltitos de los gorriones, recuerde una que estas avecillas son esencialmente libres, y que tal esencia impide la tozuda tarea humana de
enjaular la belleza.
     Así, en la dulce pereza, surgirá la pregunta ociosa sobre el tamaño que debería de tener una jaula, para que proporcione a un gorrión la ilusión de libertad que impida el  que se estrelle contra el tejido.
     Debe de haber una exacta medida, un espacio cúbico calculable y preciso que demarque la sensación de ser libre.
     Ocurrirá entonces inevitablemente que una mire alrededor, que reflexione sobre las sutiles cadenas y los invisibles lazos que construyen la propia jaula, y sin lugar a dudas una saludará en silencio a los hermanos gorriones, y envidiará melancólicamente a las aves migratorias, cuyas cárceles son quizás estrechas, pero al menos muy largas.
                                                                          

*de Mónica Russomanno.  russomannomonica@hotmail.com







EL SUSURRO*



1

  Cuando todo estaba en silencio, el susurro se hacía presente, Los rodeaba en forma suave, sin molestar, pero ahí estaba. Uno empezaba a ponerse ligeramente rígido, movía un hombro estiraba las manos y se las miraba con atención, tosía como disculpándose…. Era la forma de reconocerlo sin decir nada, sin mirar hacia los lados, sabiendo simplemente que era inevitable. Se comenzaba a hablar modulando, como en un hablar escuchando, que decrecía en pocos minutos. Los ojos se habían dilatado, los oídos eran antenas tensas, el cuello tenía una rigidez particular. Pero nadie lo mencionaba o hacía referencia a él. Se ofrecía más café, se pasaba el plato de galletas, recordaban una película vista hacía tiempo o se hacía referencia a algún amigo del cual no se tenían noticias en los últimos días. El susurro se enroscaba con delicadeza entre los platos y las tazas, trazaba tangentes en las espirales de humo de los cigarrillos, rodeaba un brazo como una pulsera, un beso delicado se posaba un segundo sobre un cuello. Nunca se hablaba de él, pero comenzaban a esperarlo en cuanto se sentaban en los sillones de la sala, cerca de la mesa redonda. A veces aparecía sin anunciarse, rodeando a uno de los del grupo, recostándose en él con la suavidad de un gato. Se quedaba así un rato, entre cansado y cariñoso. Los demás se ponían rápidamente a hacer cosas diferentes, mirando hacia otro lado, hasta que la partida del susurro hacia otro lugar, permitía que el elegido fuera otra vez miembro del grupo. Ese era uno de los momentos más difíciles. Porque cuando simplemente susurraba escondido entre los libros de la biblioteca, se sentían casi liberados.



2


Los días pasaban, parecidos entre sí como pasan los días. Ya el susurro era un integrante más del grupo, no alteraba los ritmos, las charlas se sucedían fluidamente, el té seguía su ritual, las  mujeres tenían  sus pequeñas conversaciones, en voz más baja a veces, para no ser oídas por los hombres que a su vez atenuaban sus voces para contarse pequeñas historias privadas. Sólo el susurro participaba en todo. Se deslizaba en suave ondulación hacia uno u otro grupo o alguna mujer en particular. Eso era especial. Nunca prestaba mucha atención a un hombre, prefería la suavidad de la piel femenina descubierta por el escote o un tobillo redondeado que iba a terminar en un zapato  delicado, sin agresividad. Se pegaba a esa piel en suave  caricia, se enroscaba en una pierna, subía por un brazo que se extendía para depositar un naipe en la mesita redonda. Siempre prodigándose en el grupo, salvo aquellos momentos en que se alejaba hacia los rincones más oscuros, investigaba los libreros o el interior de los jarros de plata.
Esto se prolongó hasta aquel día de mayo en el cual no se movió del cuello de Ana. Se quedó allí apoyado suavemente, sin moverse, sólo modulando sus sonidos en forma casi imperceptible. Todos pensaron que era sólo el capricho de un día. Igual que cuando había estado susurrando desde un tomo del “Orlando furioso” durante casi una semana, sin moverse.  Ana estaba halagada. Siempre se había sentido algo relegada dentro del grupo, como más gris e insignificante. Sabía que esto no perduraría, pero esa tarde se sintió protagonista. Los demás opinaron que era un gesto casi caritativo del susurro, que volvería a ser compartido por todos al día siguiente. Pero cuando bajaron y ordenaron las bandejas de galletas, las tazas de té, sus labores o libros, notaron que el susurro ya estaba allí  esperando con cierta impaciencia. Siseaba molesto moviéndose malhumorado entre las tazas hasta que Ana  se sentó en su sillón habitual, el de pequeñas flores amarillas, con el pelo cuidadosamente recogido en la nuca. Él rápidamente encontró su lugar en el hueco de su cuello y volvió a su ritual de susurro amoroso comenzado el día anterior.
Los demás ya no pudieron desconocer esa clara preferencia. Se miraron unos a otros, mujeres y hombres unidos por su determinación. No podían dejar pasar esa alteración de la rutina. Miraron todos a Ana fijamente, mientras ella algo avergonzada sentía que el calor del susurro sobre su piel era grato y reconfortante. Cuando levantó los ojos hacía los demás, vio que todos estaban rodeándola, con miradas fijas y crueles. Las manos de los hombres parecían demasiado grandes con sus dedos estirados, los de las mujeres tenían las uñas demasiado largas.




*De Sonia Arismendi.  soniaris@adinet.com.uy
-LO DIFERENTE – EL SUSURRO








 UN INQUIETANTE MAESTRO.* 
           


*Cuento de Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar

           
..y si decía del hambre, ese profe no era ningún loco lindo.      
     

El hombre nos daba clase los jueves y hacía divertido su trabajo. Amaba las palabras y nos enseñaba a volverlas ‘voces con miga, inflexiones verdaderas y no caprichos algebraicos y gelatinosos’. Un personaje era el tipo al sonreírnos ‘cuando el atardecer guía el  contoneo de una piba del barrio, las palabras cargan otro peso’, y también se mostraba serio al dictarnos hasta el cansancio ‘si cada palabra arrastra su propia memoria, maestra puede recordarnos a una señora sabedora de todo’. Solía encenderse al afirmar que al cuidar cada palabra ‘estas dejan de ser imprecisiones oblicuas y misteriosas con pretensiones gramaticales’; y nos guiñaba al hacernos copiar cada  entrecomillado en el cuaderno.
      Era interesante aquel maestro de Villa Las Acequias, ni quince mil habitantes y salvo unos pocos inquietos por desatar su propia cuerda, a la mayoría su verba no le caía bien ni mal; aunque al decirnos que varios nombres muy históricos entre nosotros debieran ‘escribirse en minúscula’, nos provocó para discutir feo hasta el fin  de la clase. Aunque otra vez al sugerirnos aprovechar bien nuestro tiempo ‘porque la juventud es una carcajada vital y única’, la inolvidable Celina, - palabras mayores-  anotó en el pizarrón ‘saborear el amor con alegría es todo lo que somos’, la aplaudimos por esa idea de libertad que predicaba el profe. A quien entre nosotros, ya le íbamos valorando con cierto orgullo que tiempo atrás él visitara nuestro pueblo detrás de un amorío.
- Sí, hace un tiempo el fulano ese sabía andar por la Villa – largó un viejo en voz baja.
- ¿ La jugaba de galán misterioso?
-  Nada de eso, un asunto con una solterona – un chimento que Benítez, que fuera monaguillo y renunciara con mucha bronca pese a ser hijo del farmacéutico, aprovechó para decirnos que el maestro no era ningún loco lindo. Y en un ataque discursivo nos advirtió que el profe al comentar la realidad y aquello de multiplicar los panes, hablaba muy en serio. Como lo hiciera al dictarnos ‘cada pibe que muere de hambre es una derrota de dios’; un renglón que el Benítez nos repitiera casi gritando como si eso le concediera mayor fuerza.

     /Qué adolescencia, por favor/ A pesar que de improviso se complicó todo al reiniciar las clases por el mes de marzo, y una noche también en la Villa se acabaron los políticos de la región y como a los uniformados que llegaron a mandar ninguno los conocía, ellos aprovecharon para no saludar a nadie. Y al suspenderse las charlas de la biblioteca pública y prohibida que fueran las reuniones en la plaza, se apagaron todas las conversaciones y mucho tardamos en nombrar al profe de literatura; y lo hicimos en voz sospechosamente baja. De aquel maestro que esperando el ómnibus nocturno cada jueves sabía tomarse un par de ginebras en el bar de la Terminal, nadie escucharía otro  comentario. Y tanto digerimos la imposición de ese olvido que jamás supimos si al menos, él llegó a cumplir con su ritual bolichero o si alguna vez arribó a su casa en Buenos Aires. Y aunque por largo tiempo todos los diarios nos avisaran del abatimiento en combate de tantos peligrosos guerrilleros, allí tampoco descubrimos su nombre.   


(*). Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
www.eduardopersico.blogspot.com







EL REGRESO*



Estoy volviendo de Europa vía Buenos Aires en el año 1973. Es un mal momento para regresar al país y lo sabía. El golpe de estado próximo se respiraba ya como una nube de smog que fuera cubriendo el cielo lenta, irremediable, como la muerte. Presento mis papeles cuando desembarco en Colonia. Siento temor. Pienso en mi barba y me arrepiento de no habérmela afeitado antes de llegar. Fue un acto de soberbia infantil.  Me siento aliviado cuando me sellan el pasaporte luego de detenerse en cada página cuidadosamente. Cuando estoy fuera camino varias cuadras tratando de orientarme en esa ciudad donde ya he estado, pero no reconozco. Quiero encontrar el hotel donde estuve la última vez.  Me parece absolutamente necesario, pero todo me es distinto, una ciudad extraña, gris y sin vida. Me siento en una confitería para tranquilizarme. Pido un café y pregunto por el hotel, no recuerdo su nombre, pero lo describo claramente. Estoy obsesionado por ese lugar, pero no sé porqué. Nada es igual, ni las circunstancias ni yo, ni Juan, que no estará allí. Pero quiero verlo. Siento la necesidad de hacerlo, oler la habitación, respirarla,  tocar los viejos muebles manchados, ver de nuevo los dos paisajes con sus marcos negros, la ventana que no cerraba bien, toda esa fealdad que parecía transformarse durante nuestra estadía. Ya no recuerdo si fui feliz allí. Quizás sea eso lo que quiero saber. Qué sentía, qué buscaba. La camarera vuelve después de hablar con un hombre de edad que está detrás del mostrador Me dice con tono neutro que el hotel puede ser el que se encuentra a unas cuadras de allí. Pago, recojo mis bolsos y comienzo a caminar con cierta prisa, algo inseguro.  Lo reconozco cuando me enfrento a su fachada con el pequeño cartel que lo anuncia. Se llama Buenos Aires. Tiene un jardín con árboles que lo rodea y lo transforma en una isla separada de la calle. Posee cierta nobleza, pienso mientras camino hacia la puerta de entrada. En la recepción pido la misma habitación en que estuve antes. Cuando entro en ella, la contemplo tratando de encontrar lo que pude dejar allí pendiente. No lo sé. Me invade un cansancio triste mientras abro la ventana que sigue cerrando mal. Ahora se puede ver el mar. Me siento tan solo que  me refugio en la en la cama y cierro los ojos. Trato de reproducir lo vivido y no lo logro. Aparecen escenas aisladas, una risa surge de pronto, un roce de manos se desvanece. Me quedo dormido y al despertar pienso que he llorado. Lloré la pérdida del pasado, de la felicidad vivida, pienso. Bajo a almorzar, pero cambio de idea y camino por las calles hasta perderme. Más tarde entro en un lugar pequeño. Me siento tan desdoblado que puedo verme sentado comiendo mi arroz como si me mirara a través del lente de mi cámara. Decido ir a Montevideo, aunque me dé temor. Los controles son estrictos, la represión se agudiza. No es el momento más adecuado para volver a buscar el tiempo perdido. Pago el hotel y le dejo mis bolsos al dueño en custodia hasta que vuelva. Parto sólo con una mochila. Viajo en un ómnibus que es detenido dos veces por la policía haciendo bajar a todos los pasajeros para revisar su documentación. Las dos veces sentí miedo y rabia.  No comprendía porqué había vuelto. Todo era diferente y amenazante. Cuando llegamos a la ciudad, tomé un taxi hasta la casa de los padres de mi amigo Iván. Me recibieron con agrado porque les llevaba noticias de su hijo, pero noté cierta reserva cuando les pregunté si podía quedarme uno días allí. Decidí que me iría en cuanto encontrara a Juan. Llamé por teléfono a su trabajo y pude ubicarlo al tercer intento. Me contestó con sorpresa y agrado pero sin alegría. Esto me decepcionó. Nos citamos en un bar  luego que terminara su horario. Durante el tiempo que faltaba recorrí el centro de la ciudad, sorprendido por los cambios. Lo encontré triste y sin animación. La gente caminaba sin mirarse entre sí llevados por su temor o por su prisa. Cuando entré al bar, Juan no había llegado. Me ubiqué en la mesa donde solíamos hacerlo cuando nos encontrábamos allí.. Cuando por fin entró y se dirigió hacia mí, sentí que nada sería lo que yo había esperado. Nos saludamos afectuosamente, pero en mí había tristeza y en él algo que yo no lograba descifrar. Parecía mayor,. Su pulcritud de antes era ahora severa y sin detalles de color. Tenía el cabello diferente, más oscuro quizás y más  corto. Nos contemplábamos para reconocernos en los de antes, pero no lo lográbamos. Comencé a preguntarle sobre su vida durante mi ausencia. Me pareció que en sus respuestas parcas había un dejo de rencor o de reproche. Quizás había sido una torpeza volver sorpresivamente sin saber lo que él quería. Me sentía cansado y triste.  Le estaba relatando alguna de mis experiencias cuando se acercó un camarero. Por costumbre, me apresuré y ordené para los dos sin consultarlo. Me interrumpió y con voz baja y algo ronca, se dirigió al camarero y pidió lo que deseaba para él. Lo hizo sin mirarme, mientras yo me sentía agredido y culpable a la vez. Debí preguntarle, pensé reprochándome mi torpeza. Traté de no manifestarlo y le pregunté por amigos comunes, pero parecía que él se había alejado de ellos en mi ausencia. Cuando nos trajeron la cena, yo ya no la deseaba. Él comió sin hablar, en forma rápida, mirándome mientras yo hablaba con ojos inexpresivos. Cuando finalizó le comenté sonriendo que había comido con más apetito del que yo le conocía. Traté de que mi comentario pareciera natural y alegre. Sus ojos se volvieron totalmente neutros y mientras colocaba los cubiertos sobre el plato me contestó que siempre había comido así cuando la comida le gustaba.  Me sentí angustiado otra vez, pero no sabía como tratar a ese extraño tan cercano al que había venido a buscar. No te agradaba lo que comíamos antes?  le pregunté con sorpresa. Nunca lo dijiste, insistí ante la mirada de él que revelaba por fin que estaba dispuesto a decir lo que había  callado por mucho tiempo. Nunca me preguntaste, dijo. Siempre quisiste que me gustara lo que tú disfrutabas. El té por ejemplo, dijo con cierta burla. Nunca pensaste que podía odiar el té?  Pues lo detesto. Como también las comidas orientales, las vegetarianas y las macrobióticas……Ahora  hablaba como si hubiera preparado un tema escolar y lo recitara rápidamente para no olvidar nada. Pensé en mis alumnos de la escuela cuando aprendían los textos de memoria. Estaba tan sorprendido que no me animaba a interrumpirlo. Creo que lo miraba casi con temor. Era ver la transformación de lo que se  creyó conocer completamente en algo totalmente ajeno. De alguna manera su agresividad tenía algo de infantil.  Traté de detenerlo, decirle que todo eso no tenía importancia, que era reparable, que había sido errores míos. Pero seguía hablando con voz monocorde, reprochando todo lo que había sido  nuestra vivencia diaria, Me sentí mareado. Ahora hablaba de nuestros amigos comunes, de la gente que habíamos frecuentado juntos. Tus amigos, afirmó terminante. Nunca lo fueron míos. Quizás algunos sí, dijo vacilando por primera vez, con tono repentinamente triste. Sí, algunos me miraron realmente a mí, no al que tú esperabas que yo fuera. Al otro día volví  a Colonia y luego a Europa. Fue la última vez que lo vi.



*De Sonia Arismendi.  soniaris@adinet.com.uy
LOS SUEÑOS- EL REGRESO






***

Presentación del libro y muestra de dibujos.


"SE DESANUDA LA LENGUA"

Poesía Erótica.

Griselda Roces.

Jueves 11 de octubre. 20.30 hs.


Al cierre de la presentación: Tango.
Canta: Rosa María.
Música: juan Manuel Uribe.


"MORDISQUITO"  Bar Cultural

Pasaje E. S. Discepolo 1830
(A mts de Callao y Corrientes)
Telefono: 4372-4360.


*Griselda Roces. griseldaroces@hotmail.com




***


Inventren Próximas estaciones:

ARAUJO.
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
 
Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


 BAUDRIX.  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


BLAS DURAÑONA.   LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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1 comentario:

  1. jamais pude me esquecer de ray respall e sarah - perdi o contato com marié rojas, sua mãe, que sempre me permitiu usar os desenhos dos filhos enquanto eram garotos e a ela sou muito grata.

    meu livro juvenil vai ser publicado brevemente, gostaria de enviar-lhes um exempla - preciso obter seus endereços. gracias!
    líria porto

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