*Foto de Verónica Abdala. http://www.lecturasenelaltillo.blogspot.com.ar
FURGÓN DE CARGA*
En el oscuro furgón de carga,
repleto
de bicicletas viejas y triciclos,
viajan
los cansados y los desolados
del tren.
Hablan a media lengua, en
un lunfardo
duro, en voz alta, mientras
sube
un espeso olor a yerba, que
comparten.
Pero en el fondo, reina el
vacío,
que el país de estos años
inventó.
Hay momentos en que crece
el silencio,
que se hace de piedra en los
rostros,
mientras las estaciones van
pasando,
y es como si todos dijeran
algo
íntimo y muy triste a la vez,
que nadie escucha.
*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
PERO EN EL FONDO, REINA EL VACÍO....
Lo Inevitable*
El grupo era tan diverso que no se animaba a intervenir en la conversación. Sonreía como afirmando o permanecía inexpresivo según le parecía más adecuado. No negaba nunca a menos que la mayoría lo hiciera. En el fondo se sentía atemorizado. Eran demasiado diversos y peculiares y él no lograba integrarse. Sentía rechazo por sus caras. Una de las mujeres se parecía tanto a un pájaro agresivo que se negaba a enfrentarla. El hombre que hablaba en voz más alta tenía facciones atigradas. Se censuró a si mismo por sus comparaciones, pero no lograba superar su rechazo. La charla era caótica. Hablaban al unísono o se increpaban mutuamente con grandes ademanes y voces rudas. Pero todos parecían disfrutar de la reunión, salvo él que se sentía tan ajeno, tan confuso, tan fuera de lugar. Después de unos gritos especialmente desagradables de la mujer pájaro, se levantó y manifestó con voz temerosa que se retiraba a su habitación porque se sentía cansado. Vaciló al contemplar las caras que se habían vuelto hacia él. Todos habían callado y lo observaban fijamente. Algunos ojos tenían un brillo de burla. Otros lo evaluaban con cuidado. Casi huyó escaleras arriba. No miraba hacia atrás. Más rápido se decía, más rápido y se apresuraba. Ya estaba en el último tramo y se sintió aliviado. No vió detrás suyo al grupo ávido que le seguía sin ruido.
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
-INEVITABLE ( I)
*
Voy a intentar no distraerme
En las cosas del pasado y del presente
En una esfera de cristal voy caminando
Con las tibias palabras de consuelo de una amiga
Hay flores multicolores un gato atigrado
Huelo a perfumes de miel y vainillas
Con mis parpados bien abiertos
Miraré solo con la frente alta a la aventura
Tomaré solamente los buenos recuerdos
En ese circular del tiempo que paso
No me distraeré con mis errores
No dejaré que susurren mis rencores
Solo buscaré la armonía de pensarme
Con una paz interior y silenciosa
No derramaré lágrimas de desconsuelo
Ni tiraré mis logros por el piso
Me dejaré llevar por los aires del poema
En petardos de flores encendidas
Dejare de lado el desaliento y la tristeza
Que se irán flotando por el río
En la magia de mis amores viviré
Intentando protegerlos con esmero.
Sólo así te prometo vida mía
Que transitaré orgullosa las diagonales
Sin dejar que la suerte me abandone
Sin tener que abandonarme a la suerte.
Así entonces amada vida
Podré decirte que te quiero
No habrá más rincones nebulosos
Ni pegajosas lianas que me aprieten
El aire que respiro será infinito
Si logro el milagro de no distraerme.-
*De Azul. azulaki@hotmail.com
El Pájaro*
*de Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com
Fabián descendió sus largas pestañas, como un telón, sobre el fondo de los ojos verdes.
El atardecer en Pinamar, en un otoño dorado, le devolvió ilusorias sensaciones.
Fumó, ahuecando las manos y en cuclillas, forzando la reflexión y el tono, monocorde, de la confesión.
Susana lo escuchaba en silencio, hacia horas.
Luego de una caminata agotadora y descartable.
A ella le fascinó el aire desamparado, que la delgada figura de Fabián, desprendía.
Guardó silencios flamantes, para aliviar la profundidad de la pena.
Ella pensó en un café fuerte y solidario, para pausar el relato.
Ambos parecían contenerse en las líneas de la frontera, difusa, donde la confidencia borraba brumosas certezas de lo imposible.
La magnitud del nunca más.
La loca danza del protagonismo irrelevante y final.
Fabián pareció confiar en ella, desde siempre, tal vez por la sonrisa animada, prudente y capaz de fortalecer.
El, desorientado, vagó durante un tiempo, sin atreverse.
Tampoco se supo explicar porque debía hablar aunque, secretamente,
aceptaba que alguna vez tendría que hacerlo.
Ambos fundieron un gesto cómplice para proseguir el camino.
La soledad anima cuando alguien necesita compartir el peso de una verdad oculta.
Las dunas jugaron un papel hipnótico para el relato de Fabián.
Susana sabía que podía completar la historia, pero él lo ignoraba, como tantas cosas que ella omitía.
Los veranos escalonados, fueron soldando la relación fraternal.
Ella intuyó, la primera vez, lo difícil que para él, resultaba cada temporada, cuando ”El Pájaro”, líder, protagonista excluyente, exultante, seductor y encantador de mujeres, se le escurría entre muslos dorados, senos turgentes, pezones duros y bocas ávidas.
Susana lo vio morder la impotencia y una suerte de odio pasivo, hacia cada mujer que se lo arrebataba.
Pero “El Pájaro”, era hijo de su fama y ésta, la construía cada verano, sin descanso, como un orfebre.
El consuelo fecundo de Fabián, se alimentaba de los repliegues del invierno, cuando “El Pájaro” era suyo.
Cuando advertía que la soledad desbordaba a “El Pájaro”, de alas descendentes, humedecidas, que le impedían volar y lo abrigaba en
sus brazos.
Amó los climas que él nunca respetó.
Pero la templanza suya nacía de la declinación de él.
Y los dos no se lo perdonaban.
Así Fabián combatía en temporada, los fantasmas del acoso cotidiano que rodeaba a “El Pájaro”.
Su parador tenía el sutil encanto de la discreción, a la que no era afecto, pero la gente y el sitio, oculto y próximo al mar, multiplicaba la fascinación y misterio, que cada pasajero, ansioso de placer, renovaba.
Los secretos códigos que “El Pájaro” nunca había escrito, eran respetados, tolerados o aceptados por quienes, durante tres meses, entendían, que "todo pasaba por allí"; que nadie podía estar ausente.
Era de mal gusto desconocerlos o, tal vez mucho peor, no ser tenido en cuenta.
Ser ajeno, resultaba precio demasiado caro, en ese lugar y para esa gente.
Un riesgo que nadie aceptaba correr.
La arena receptaba el sol e irradiaba oro encandilante.
No era suficiente.
El mar rumoreaba descontento, como siempre.
El viento, arrachado, encorvó a los paseantes.
Levantaron los cuellos de sus abrigos.
Susana, con una delgada vara de mimbre, parecía buscar, con su extremo, alguna respuesta; detectar razones; guiarse por su intuición.
Comprendieron que la cuerda, leve, que los mantenía unidos podría cortarse.
Disfrutaron la fortuna de tropezar, a una distancia razonable, con las líneas, insinuadas entre las dunas, de un refugio, donde se albergan peregrinos o fugitivos, en busca de alcohol, calor y compania.
Coincidieron en un sitio alejado, que les permitiese contemplar la sobrecogedora belleza que alguien pinta, cada vez que el sol decide irse, inexorable, indiferente.
El mar parece beberlo rojo y se contiene la respiración en el momento final.
Compartían el deleite, desde hacía un tiempo.
Hay coincidencias mágicas que unen a las personas, en preferencias estéticas, sin importar la condición de cada uno.
Se arrellanaron en la tibieza de dos sillones, frente a un fuego de leños, que les entibiaba el alma.
Susana aumentó la apuesta, a la temperatura interior y pidió un cognac que sumó al café, para multiplicar el amparo confortable.
Un dulce adormecimiento laxó los minutos siguientes.
Susana viajó hacia atrás en el tiempo.
En busca del calor perdido y la historia peregrina que los tenía reunidos.
Un verano mas, o quizás de menos,
tu saludo breve arrebata un sueño,
viajo con la prisa de urgencias desnudas,
abro tus piernas,
te hago el amor y
tu ... me saludas.
Soy la fiesta, una ansiedad,
el lucero de tus pasos,
luz en la oscuridad,
la tibieza arrebatada,
tu pasión desesperada,
un reclamo de canción,
la pausa de la razón.
Susana apoyó la nota contra el cristal y miró las dunas, desde el amigable ventanal que disfrutaba.
Había interceptado casualmente, el texto, en una curiosa confusión que la tuvo de protagonista.
Al principio, ignoró su contenido, junto con el destinatario.
Esa media tarde, cuando el almuerzo confunde los horarios, la levedad que viste cada acto de frivolidad, la había rozado.
Supo de Carina, delgada, menuda, de ojos y miradas expresivas, por haberla visto, fugazmente, junto a “El Pájaro”, en las puestas de sol confidentes.
Advirtió, rápidamente, un trato distinto, deferente, por parte de él.
Ese seductor compulsivo, obligado, que tanto divertía a Susana y hacía agitar su cabeza, a “El Pájaro”, como renegando, en silencio de su irreverencia.
“El Pájaro”, concedía a Susana ciertas indulgencias, intransferibles.
Sabía, que Susana no le disculpaba tanta liviandad y promiscuidad.
Sólo que el tono de ella no era crítico.
Al tiempo, “El Pájaro” supo revelarle el significado de la presencia de Carina.
Presencia furtiva, episódica, necesaria para “El Pájaro”.
Carina, dueña de silencios inviolables, había ganado en “El Pájaro”, un lugar diferente.
Una suerte de capilla secreta, donde confiaba y se confiaba.
Trabajar y vivir de ganador, era demoledor y “El Pájaro”, a veces, estaba exhausto.
Carina adquirió el hábito, intermitente, como todo lo que sucede en verano, de acompañar algunas fatigas espirituales, que ”El Pájaro” no se permitía exhibir ante el resto.
La fiesta de esa noche, sería brillante, pensó Susana.
No había ninguna razón para suponer lo contrario.
“El Pájaro” hacía brillar la mas trivial reunión, dotándola de una magia especial, que en cualquier otro sitio y con los mismos invitados, seria un fracaso.
El encanto, obvio, era “El Pájaro” mismo.
Inventaba todo el tiempo.
Sorprendía, mérito que progresaba, cuanto más avanzaba la modernidad y el desencanto.
Su candorosa alegría, graduada sabiamente, lo relevaba de la culpa.
Así, por lo menos, pensaba Susana quien, desde su condición de espectadora, tenía primera fila, para los devaneos de visitantes y
protagonista.
Carina, esa media tarde caliente, en una pausa fugaz, junto a su mesa, olvidó aquel texto que Susana, cuando partía en busca de su familia, se sintió obligada a recoger.
Con la frente apoyada contra el ventanal, procuraba reponerse.
La nota no tenía firma. Para ella, no la necesitaba.
Sabía que Raquel, también, integraba esa red que se tendía alrededor de “El Pájaro”.
No lo podía creer. No debía saber. Ni siquiera preguntar. Tampoco averiguar.
Sus familias compartían todos los juegos del verano, las tertulias del invierno. Las cruzadas de los fines de semana. Las excursiones
procesionales que sus maridos organizaban. Las cacerías que ellas proponían, cuando decidían salir de compras, sometiendo al grupo.
Ese verano, con ellos, había llegado Fabián por primera vez, con aquel aire de ave herida.
Susana participó del impacto que “El Pájaro”, produjo en el chico.
La batalla que dentro de él se libraba, para tomar distancias de él.
Pero Susana nunca creyó serio que Raquel hubiera, por su cuenta, abordado A “El Pájaro”.
Sólo recordó una reunión, en la finca que aquella había arrendado, esa temporada; una desaparición, ahora sugestiva de los dos, durante un tiempo prolongado.En aquel momento Susana no prestó atención al episodio.
Ahora, tuvo la certeza del significado.
Tembló por todos.
Raquel y Fabián, pujando por lo mismo; ignorando los sentimientos del otro.
Porque Fabián, Susana estaba segura de ello, conocía el infranqueable muro de cristal que lo separaba de Raquel, en cuanto a la confidencia. Raquel era demasiado protagonista, como para escuchar a alguien por más de un minuto.
Su dedicación a sí, era absoluta.
Un narcisismo bien alimentado, por ella y quienes la acompañaban, cortejándola a espaldas y, a veces, de frente a su marido.
Fabián, integraba el entorno familiar de Raquel y, aunque bajo el mismo techo, estaban a años luz de la comunicación.
Susana, con la nota en la mano, caviló sobre la conveniencia de intervenir o tomar una decisión.
Intuyó que estaba acorralada y que se iba a equivocar.
Era cierto.
Toda una certeza y se equivoco.
La fiesta, espléndida y cargada de la sensualidad que todos, excedidos de tibiezas, aportaban, vagaba del sonido policromo, a los platos y bebidas, organizados, dosificados, con una precisión superlativa.
“El Pájaro”, sabía juntar a la gente mas linda.
Competían en la rigurosidad de la belleza, que daba un tono excluyente.
Susana, a favor del arrullo sonoro y copa en mano como arma próxima, acodó a Raquel en un remanso de luna.
Es que el lugar disponía, de la invitación no escrita, donde lo mágico, era sin cargo.
Adivinó cierta rigidez en la espalda desnuda de Raquel.
Todo un cuadro de líneas perfectas.
Susana guardaba, más allá del afecto, una secreta admiración por la figura impecable de ella.
Una de esas mujeres imposible de ser sorprendidas desaliñadas.
No había hora, donde una sola línea desentonara.
Todo en ella era armonioso, exquisito.
Esa noche descollaba.
Susana decidió ir sin vueltas.
- Raquel ... quería devolverte esto ... dijo y la nota cambió de mano.
El ceño de ella se frunció, levemente.
Una ligera molestia que la situación incómoda le ofrecía.
Dudó si aceptar la tutoría.
Terminó por admitir que Susana no merecía un desgaste absurdo.
- ... ¿como llegó a tu poder? ... interrogó a su vez, con tono lejano y cierto resabio de altivez.
El tono que se usa para admitir, sin confesar, pero sin irritación.
Con la soberbia galanura de su porte.
Raquel manejaba, como nadie, la distinción en cada gesto. Podía hacer sentir a los demás, un indefinible dejo de incertidumbre e inferioridad, no confesa.
- ... Carina estuvo sentada conmigo y de paso tomamos algo... fuimos dos silencios juntos ... pero suficientes ... resumió Susana divertida.
- ... ¿Carina? ... eso no me gusta... el tono cortante de Raquel, daba por sentado que Susana sabia todo o, tal vez, que desde ese momento su complicidad la convertía en protagonista.
- ... “El Pájaro”... parece diluirse a veces ... es un tipo formidable ... pero vulnerable ... agregó, reflexiva.
- ... creo que pudo más mi curiosidad que su encanto... se admitió.
Susana sumaba silencios estimulantes.
- ... pero sigo sin entender algunas dependencias inviolables que tiene ... prosiguió, en su monólogo compartido.
- ... hay algo que lo perturba profundamente y no resiste... me parece ... pero no se que es ... me puede su ternura y termino por no reclamar ni aclarar...
El espejo al que se hablaba permaneció en la sombra de la galería.
- ... seguro que es algo así... grave profundo o excesivo para él... ¿no te parece? ...
Susana se estremeció, sorprendida, no esperaba tener que opinar.
No le gustaba estar bajo la luz de la interrogación.
Prefería los medios tonos y conducir, desde la penumbra, el curso de los hechos.
Era más seguro.
Más control y le permitía, sobre todo, la sorpresa.
- ... es posible... alcanzó a responder, para salir del paso, brevemente, pero Raquel no se lo iba a permitir tan fácilmente.
- ... demasiadas mujeres en demasiado corto tiempo... monologó Raquel.
- ... todas parecemos tenerlo anotado... como trofeo íntimo...
- ... debí contártelo antes... pero fue sorpresivo...
- ... un ciclón en la noche...
- ... y no pude... luego no tuve ... y ahora siento que no debo, compartir demasiadas cosas...
- ... lo acepto ... añadió Susana.
-... pero tienes otros riesgos, tan próximos, que ni siquiera, pareces advertir ... multiplicó rítmica.
- ... Raquel hay algo... hay alguien ... que no sabe ...
- ... hay alguien que de saberlo podría destruirse... enfatizó, ligeramente.
- ... ¿quién ... Daniel? ...
- ... mi marido nunca llegaría a una crisis... afirmó enérgica.
- ... además... el resto quedó trunco.
Susana no tuvo más remedio, inspiró profundamente antes de develar.
- ... Fabián... Raquel ... Fabián es quien se destruiría ... el golpe fue letal.
Ella se volvió bruscamente.
El impacto de la revelación la sorprendió.
Algo se desencajó dentro suyo.
Susana parpadeó. El último latigazo rojo, del sol, azotó su vista. La devolvió a la realidad. Al sitio. A Fabián, acurrucado con su dolor. Las delicadas pestañas, adiestradas por la vigilancia serena, insomne, corrieron un telón a las emociones del recuerdo.
Desfilaron rápido, como el tiempo inexorable, cada uno de los momentos que habitaron con Raquel. La revelación sacudió toda su relación de una vida, hasta allí placentera, algodonada, cómoda y distante. Ambas pasaban por la realidad cotidiana, lejanas, a las situaciones límites del común de las gentes, sin aproximarse lo suficiente, por lo menos para enterarse, para ellas era higiénico. Duro, pero necesario. No comprendían demasiado, tampoco les interesaba. Sin embargo, tropezaron con “El Pájaro” y todos, de alguna manera, cambiaron.
Susana se lo aceptó, Raquel tuvo un silencio elocuente. En ella era todo un signo. La revelación supo ser demoledora y sólo ellas, podían asimilarla magnitud. Sus maridos, espectadores del otro lado del espejo, compartían un paisaje desconocido. Los excluyeron de lo importante, hacía tiempo. Ellos atendían sólo, lo urgente.
Raquel, una mañana y sin aviso, la interceptó bajo la curva oscura de la carpa. Ese toque feudal, que disfrutaban con exclusivismo superior a cubierto de supuestos avatares.
- ... Pequeños asesinatos cotidianos... supo admitirse Susana, alguna vez.
- ... Voy a verlo a Fabián... tengo que hablar con él ... no intentes disuadirme... afirmaciones en voz alta y para sí, aunque Susana era la destinataria. Esta, ajedrecista del alma de Raquel, estrenó un silencio.
- ... Tiene que saberlo por mí... ya pensaré la forma ... volveré a las cinco, para almorzar ... ordenó, sin admitir cambios o deliberaciones.
Era su estilo. Raquel no sabía retroceder. Las cornisas eran sus citas preferidas. Allí, la adrenalina, le daba respuesta. Sobre esta actitud había construido su vida. Así, la conocía. Así, la adivinaba. Así, la moldeaba, impersonal, Susana.
- ... Sólo piensa ... antes de hablar ... sabía que era un imposible.
Pero sintió necesario recordárselo.
- ... Agitar gusanos en el agua, no te hace amiga de los peces ...
advirtió suave pero enérgica. Graduaba el tono. Su voz siempre fue el instrumento preferido. Elegido. Su arma. Su herramienta.
Lo sabía y era una especialista, en su manejo.
- ... Raquel ... el cristal, cuando se rompe, no tiene arreglo ...cuidado.
No era para ella, finalmente, el mensaje. Lo sabían. Sus códigos fueron alimentados por fértiles complicidades. Raquel hacía. Era frontal. Era, también, su destino. Ella obedecía su impulso vital.
Susana operaba desde el costado de la escena; la conducía; muy a su pesar a veces, o a su fatiga, pero ambas estaban profundamente ligadas, sobre todo en las decisiones de la intimidad, su territorio.
Raquel partió rauda, elegante, elástica; su aroma era un rastro.
Una llamada. Susana, esa mañana, cerró los ojos antes de lo acostumbrado y decidió sumergirse en la pausa perceptiva.
un ligero roce, en su muñeca derecha, la devolvió a la playa. “El Pájaro”, casual y transitorio, trajinaba su bronceado perfecto. Venía de viajar por la piel tersa, fresca y excitante de Majo, esa mañana. El fuego sereno, que se activaba a un soplo. “El Pájaro” la descubrió, no hacía mucho, cuando la última línea de luz, todavía no decidía su mudanza. La vió erguida, alta, soberbia, y espléndida, dibujada contra la tarde, con su cabello claro y largo, deslizado y negligente. Detalle fascinante para “El Pájaro”. Abrió el arcón de las seducciones, para exhibir sus tesoros. No fue necesario, Majo de una mirada, compró ese tiempo.
Cómo orfebres, fueron modelando la cita, que llegó aquella mañana. Majo tuvo tiempo, entonces, de saber quien era “El Pájaro”. La leyenda, alimentada en los pasadizos; regada en los arenales; surcos de historia; rumor de histerias y paisajes eróticos. Las protagonistas, alineadas, conmovían. Firmeza de formas, fiesta para los ojos y los sentidos. Abrían, en otros, heridas producidas por astillas de cristal, dolorosas y que calaban hondo.
El pequeño gran asesinato estaba por cometerse. Homicidio involuntario, tal vez. La cita, convenida para antes de su chequeo médico, puntual, inflexible, que su marido agendaba, le daba horas de libertad, que decidió pasar con los fastos de una fiesta total. Una mañana donde “El Pájaro” precisó, con la yema de los dedos, cada centímetro de su piel. Marcó ese territorio, para hacerlo suyo, lentamente, gozando con la levedad. Ella enloquecía y crecía. Sinuosa y mortal. Una trampa escondida en la profundidad de los sentidos. Estallaba como fuegos de artificio. Se acoplaba a él con la exactitud del todo. Resultaron viajeros insaciables.
Sus cuerpos dibujaban figuras de máxima tensión, para derivar en el placer supremo. Llegaban a límites inciertos. A fronteras imprecisas. Resistiendo la culminación. Prolongaban el goce, como si fuera la única vez. En Realidad, la última vez.
Susana intuyó en ese leve roce, parte de la historia. Sonrió, comprensiva Y silenciosa. “El Pájaro” agradeció con el gesto cansado, pero feliz y cómplice. Dibujó en la arena. Una sombra buscando su sombra.
- ... ¿Dónde anda Raquel? ... su tono era ligero y vano...
- ... salió... tenía que hacer unas visitas antes del almuerzo... abundó Susana. No supo preguntarse por su mentira.
- ... Volverá cerca de las cinco, quedamos en compartir... su voz se extinguió; se disculpó, por tener la verdad. El seguía los arabescos del dibujo, enfrascado, como tratando de salir de un tunel, donde había ingresado sin saber por donde. Pero era un perfeccionista de la absolución, sobre todo cuando armaba su sonrisa encantadora ...
- ... ni lo intentes conmigo... advirtió Susana. Tan sola como siempre.
Tan inalcanzable como nunca. “El Pájaro” y ella, a su manera, construyeron una terraza para contemplar, sin preguntarse, el derivar de sus vidas ...
- ... en estos días voy a Madariaga, tengo cosas que vengo postergando...
- ... quería charlar con vos y con ella... antes de irme ... por si demoro y no nos vemos ...
El tiempo, ese deslizador reiterado, amarró una vez más, las tribulaciones de los personajes costeros. Silencioso, como llegara, “El Pájaro” partió, furtivo y dispuesto a regresar, a la hora apuntada. Susana volvió a cerrar los ojos, teloneando a los silencios imprudentes y a las confesiones no debidas. En la carpa de al lado, alguien rescataba “El Alpha” de Vangelis, haciendo saltar su emoción, con la cuerda del más antiguo de los juegos.
Desde ese almuerzo, donde los silencios anudaron, como cuentas de collar la comprensión, los días se deslizaron, raudos, para todos. Largos ocasos sin “El Pájaro”, intermitente y difuso y una sensación de pérdida creciente, como cuando la naturaleza abandona las tibiezas de la arena, altiva y sin sentir, que deja atrás, invadió a los habitantes de la villa.
Desasosegados, algunos nunca supieron que y cuanto les ocurrió, la temporada aquella. Era una víspera. Velaban expectativas sin certezas.
Un rápido taconeo, inesperado en el salón, donde la penumbra abrazaba a los contempladores, rescató a Susana y a Fabián. Ambos, por caminos distintos y misteriosos, recorrieron el mismo, sin verse. Pero ahí estaban, en el peldaño de la revelación.
- ... no encienda las luces ... el tono suave, pero firme, disuadió del servicio que se intentaba brindar. Susana manejaba los timbres y los momentos ...
- ... una mañana de abril, no hace tanto, “El Pájaro”, repentino, me confió el diagnóstico ... Fabián ...; ella había resuelto apurar motivos.
Las urgencias no latían al mismo compás. Se metalizaban los tonos ...
- ... sólo Carina estaba al tanto ... que extraño ... sólo ella, la que menos lo frecuenta, en todo sentido ... Carina depositaria de la
verdad ... curioso, conmovedor, terrible, injusto ... no se que decirte ...; Fabián crecía y el discurso, aluvional, se deslizaba sobre
Susana, impregnado de las frustraciones, el dolor y el amor desbordado, de Fabián por “El Pájaro”...
- ... nunca confió primero en mí...; pareció interrogarse...
- ...y cuando lo hizo, era tarde, para todos ...
- - ... la impotencia que provoca la revelación, me detuvo ... hasta que llegó el final ...; concluyó, descargado.
Susana recordó el veloz deterioro de “El Pájaro”; ese espléndido aniquilamiento del personaje mimético de la villa. No midió el tiempo.
Compartió el dolor de algunos, la indiferencia de otros, el gozo secreto Y perverso de quienes envidiaron y la simulación de la mayoría, que esperaba un pronto final y olvido, para esa historia de todos.
Lo decidió de súbito. Tomó del brazo a Fabián y lo irguió ...
- ... salgamos ...; dijo. Su tono no admitía réplicas. Dócil, Fabián la siguió, luego de hacerse cargo de los gastos ...
me voy ¡ya! ... Fabián ...; notificó, perentoria ...
- ... ¿quieres venir conmigo? ...; dulcificó allí, la invitación. Fabián vaciló ...
- ... me gustaría ... no tengo ganas de estar sólo, hoy ... pero tengo algo que hacer en Madariaga ... ¿viniste en auto? ...; informó y se
informó ...
- ... no ... ¡me voy en micro, o en lo que sea! ... ¡pero me voy ahora! ...
¡no quiero esperar! ...
Fabián volvió a vacilar. Las decisiones eran un territorio dificultoso para él ...
- ... “Su” ... me voy primero a Madariaga ... si postergás unas horas te encuentro y ... ; ella lo atajó con un gesto ...
- ... no lo sé Fabián ... si hay una posibilidad se hará ... no te lo prometo ...
Se despidieron apurados, vacíos de cargas o transferidos de culpas. Susana ordenó sus cosas, en la casa, que había venido a inspeccionar. No midió el tiempo ni los horarios. Sus usos eran erráticos y lo sabía bien. Aprendió a convivir consigo, con lo mejor y lo peor de ella.
No quiso explorar la urgencia repentina.
Subió al micro, confortable y con las estrellas necesarias, capaces de aventar cualquier incomodidad, sólo un detalle impensado, una parada alternativa: Madariaga. Susana pensó en Fabián. En las horas que separaban su última imagen, de ese momento. Mientras el lento ascenso de los viajeros consumaba el peaje de los destinos, se adormeció. Su hábito de preferencia.
El mundo algodonal, donde marchaba más cómoda.
La detención, la parada en el pueblo de Madariaga, la devolvieron a la hora, al tiempo, a la mirada circular, al paisaje exterior, a la calle a las sombras ... a la figura familiar ... a ... ¡Fabián!, algo extraño, pero a Fabián. Aguzó la mirada. Profundizó el foco. Se alarmó. Por su andar parecía sobrellevar más que una tribulación, limitaciones físicas.
El, no advirtió al micro; ese micro; ni a ella. Bajó apurada, preocupada y enérgica, en procura de un reclamo fortuito.
Fabián, asustado, volvió la cabeza al oírse nombrar, respiró con cierto alivio al descubrirla. Las lágrimas comenzaron, lentas a surcarlo. Susana permitió que apoyara la cabeza en su pecho, sin alzar la mirada, vencido por el peso de la humillación. Le confió su llegada a Madariaga, los trámites, el patrullero imprevisto, los tres policías dubitativos, por su pelo largo, por la hippísima luz, que su andar desmañado mostraba y, por las formas y fascinación de su belleza. Fabián no era lindo.
Fabián era bello.
El interrogatorio de la calle, su acceso, violento, al patrullero, el ingreso a la comisaría y las complicidades sumadas, de los dos que velaban la guardia y sus grados. La codicia que avanzaba, a medida que el equipaje, con algunos efectos y algo de dinero, alimentaba lo que se venía.
El calabozo, los interrogatorios estúpidos e innecesarios. La ausencia de resistencia, no tenía nada que ocultar, fortificaron los golpes, las vejaciones y por último, ante su silencio, las violaciones que se fueron organizando, entre los cinco.
Cada uno quiso y pudo gozarlo, humillarlo, disfrutarlo, obligarlo, provocando la excitación del resto. Un carnaval de sexo y alcohol, sudor, golpes, más golpes, más vejaciones, más violaciones, hasta que el agotamiento y los excesos, pudieron sobre el grupo. La cumbre del desprecio, fue liberarlo.
- ...¡ Pero lo logré ... Susana .... lo logré ...; ella conmovida y final, como un acorde, no entendía.
- ... Resistí en silencio, nunca dije nada, nunca conté, nunca se enteraron y nunca se enterarán, porque tampoco preguntaron ...; el tono
era feroz. Se alzaba como un aullido que vibró en la tarde noche de Madariaga.
- ... ¡Me voy ... ahora me voy ... no viajo con vos ... podés peligrar ... me voy! ...
- ... pero recuérdalo, nunca lo dije ... nunca dije ... que estoy contagiado ...
Violento, se apartó. Corrió. Trepó al micro lindero. Susana subió al suyo.
Cerró los ojos. Descendió sus sedosas, arqueadas y largas pestañas. Marchó hacia el sueño. Sabía que alguien la estaba esperando.
-Un cuento de Carlos Alberto Parodíz Márquez. 05-12-1995
No morir hasta haberlo visto todo*
Mi mujer cantando Alfonsina a las diez de la noche
Unas muchachas recostadas a los médanos
Un poeta robándose las obras completas de Severo Sarduy
Tres prostitutas en Medellín que me confunden con un nicaragüense
Un ciego de espaldas al mar
Fayad Jamis leyendo El ahorcado del Café Bonaparte
Una librería con todo Borges y Los alimentos terrestres de Gide
Un pingüino muerto en las costas de Talcahuano
Otra vez mi mujer haciendo pajaritas de papel
Mi madre tendiendo unas sábanas blanquísimas
Un policía leyendo a Rainer María Rilke
Thiago de Melo y María de Aparecida preguntándome por Cuba
Mi padre a punto de morir bebiendo té con bergamota
Una mesa llena de uvas negras y otras ambrosías desconocidas por mí
Tres mendigos sonrientes en la Avenida paulista
Dos revistas Orígenes en la Librería Renacimiento
Unas vacas nadando en el mar de Manzanillo
Un tren francés roto en las llanuras de Camagüey
Un vendedor de agujas con poemas publicados
Un ciervo herido que busca en el zoológico amparo
Mi hermana a la salida de un quirófano
La Plaza de la Revolución vacía y oscura
Los muros del Moncada a las tres de la tarde y en agosto
Esto he visto yo y espero no morir hasta haberlo visto todo.
*De REYNALDO GARCÍA BLANCO. regabla@cultstgo.cult.cu
Cuarenta días de 1936*
*Por Juan Forn
Las dos personas que resumen como ninguna otra, para mí, la Guerra Civil española son el anarquista Buenaventura Durruti y Simone Weil, la mística judeofrancesa que quería ser católica. Sus vidas se cruzaron sólo cuarenta días y apenas tuvieron trato. Nada habría cambiado si se hubieran conocido más porque fueron, en vida, demasiado viscerales los dos. El único diálogo posible entre ambos tendría que haberse dado después de muertos, y levante la mano quien sepa qué nos ocurre después de morir. Llovía cuando los enterraron, a uno en Barcelona, a la otra en Londres. Pero si se empieza por sus muertes, por la desesperante manera en que murieron los dos, no hay
manera de remontarla, así que probemos por otro lado.
A Simone Weil le repugnaban las guerras. Pero en julio de 1936 descubrió que estaba participando moralmente en una, incluso contra su voluntad.
Participar moralmente significaba estar pendiente de cada cosa que sucedía en aquel conflicto, anhelar la victoria de un bando y desear con igual fervor la derrota del otro. En cuanto comprendió eso, la joven Simone Weil hizo lo mismo que un sinfín de jóvenes idealistas del mundo: abandonó todo y se subió a un tren, con el propósito de sumergirse de cabeza en la Guerra Civil española. El epicentro de la guerra en agosto de 1936 era Zaragoza.
Durruti había llegado marchando con su Columna hasta las puertas de la ciudad y pedía desesperadamente armas y municiones a Barcelona: sabía que podía tomar perfectamente Zaragoza. Si lo hacía, nada lo frenaría hasta Bilbao y, con las dos urbes industriales de España bajo bandera, la guerra estaba ganada. Pero desde Barcelona no le mandaban ni las ametralladoras ni los cañones que pedía: los políticos republicanos temían al fascismo, pero temían más que Durruti fuera creando comunas anarquistas en cada lugar por
donde pasaba en su caótico avance: lo primero que hacía la Columna Durruti al entrar en cada pueblo era abolir el dinero, destruir todas las actas de la alcaldía, del juzgado y de catastro, quemar las iglesias y abrir las cárceles. Durruti combatía al poder como si estuviera en el siglo diecinueve, porque el poder ("los dueños de todo y sus cómplices, los curas", en palabras de Simone Weil) seguía matando de hambre al pueblo como en el siglo diecinueve.
La central obrera que Durruti armó en Barcelona (la ciudad más industrial de España y, por eso mismo, la más proletaria también) llegó a tener más de un millón de afiliados, y casi no había comunistas en sus filas, eran todos de la hermandad anarquista: el sueño de Bakunin hecho realidad. Habían sido ellos quienes salvaron a Barcelona de caer en manos fascistas; el gobierno mismo debió agradecerles públicamente. El gobierno sabía que nadie en las filas republicanas tenía el efecto de Durruti sobre la moral colectiva. Por eso no le dieron las armas, por eso no se tomó Zaragoza, por eso lo tuvieron a Durruti esperando inútilmente hasta noviembre, cuando se le rogó que fuera a defender Madrid, y en Madrid salió mal todo lo que podía salir mal: en menos de una semana, Durruti estaba muerto y comenzaba el derrumbe republicano. Simone Weil estaba en París cuando lo supo. Se recuperaba de una fea quemadura en las piernas para poder volver a España, pero ya no era moralmente su guerra. Ya no le parecía un enfrentamiento entre los desposeídos y los todopoderosos, sino una confrontación más de potencias europeas: Rusia, Alemania, Italia, más Inglaterra y Francia en abyecto segundo plano. Durruti pensaba casi lo mismo en sus días finales: que las filas republicanas estaban infiltradas de comunistas de Moscú y que Moscú no quería ganar la guerra civil porque eso hubiera desatado una guerra mundial para la que la URSS no estaba preparada. Por eso se dijo que la bala que mató a Durruti en las calles de Madrid fue disparada por un comunista. En el
departamento de París de los padres de Simone Weil, donde organizó a los ponchazos la Cuarta Internacional a fines de 1933, Trotski había hecho callar fastidiado a la joven hija de los dueños de casa decretando que los anarquistas españoles eran contrarrevolucionarios. Tres años después, esos mismos anarquistas eran acusados de trotskistas y retirados de sus puestos
en la lucha, por los comunistas de Moscú que habían copado el gobierno republicano, los mismos que ya estaban tramando el asesinato de Trotski.
Lo que había desencantado a Simone Weil en su breve experiencia española fue descubrir que toda guerra sólo se hace "para conservar o aumentar los medios para hacerla" y que a eso se había reducido Europa. Antes de ir a España había interrumpido sus estudios de filosofía para probar en carne propia la naturaleza de la opresión obrera. Luego de un año "como esclava" en los talleres Renault en las afueras de París, dijo que no le quedaba sino convertirse a "la religión de los esclavos" y abrazó el cristianismo (aunque sin bautizarse: su confidente, el abate de Naurois, diría después que no estaba lista, por falta de humildad). Con ese espíritu fue a España, y volvió emocionalmente quebrada, y escribió a partir de entonces sus alucinantes libros (que se publicaron todos después de su muerte). Sus padres la arrastraron a Vichy, donde tuvieron que frenarla para que no fuese al comando de asuntos raciales a explicar por qué era un despropósito considerarla judía (hasta a ellos, que la habían educado atea, les estremecía ese rechazo de su hija a la sangre hebrea). Lograron por fin subirla en un barco que los llevó a Nueva York. Ella insistió en dormir en el suelo, ya que no podía viajar en cuarta clase. Meses después cruzó sola a Londres, donde pidió en vano a De Gaulle ser arrojada en paracaídas sobre la
Francia ocupada. Víctima de tuberculosis, internada en un hospital, se negó a alimentarse para compartir el hambre que padecían sus compatriotas bajo la Ocupación. Se dejó morir por lo que hoy se conoce como anorexia mística. Fue enterrada en la sección católica del cementerio de Ashberry. Llovía a cántaros. El sacerdote que iba a oficiar la ceremonia tomó el tren equivocado desde Londres y nunca llegó.
También llovía en el funeral de Durruti en Barcelona. Quinientas mil personas esperaron en las calles el arribo de su cadáver desde Madrid. La camisa que llevaba puesta al morir, con el agujero de bala en el pecho, fue exhibida junto a la bandera anarquista y el féretro, en el enorme salón donde lo velaron. Sólo se hablaba de una cosa, en voz baja: si la bala había sido fascista o comunista. Recién después de la muerte de Franco, cuarenta años después, los testigos presenciales y los íntimos de Durruti aceptaron
contar la verdad que era imposible de confesar en 1936: a Durruti se le había disparado solo el naranjero que llevaba en la mano al bajar del auto; la bala que acabó con él no había sido ni fascista ni comunista. Si hay algo esperándonos del otro lado de la muerte, puede que algún día lleguemos a saber qué se dicen uno al otro Buenaventura Durruti y Simone Weil cuando contemplan desde lejos sus propias vidas y todo lo que pasó después.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-205884-2012-10-19.html
*
y vienen a buscarme
los espectros azules
de un quijote sin sancho
caballos sin párpados
y sus ojos de crines
...
en monturas de sueños
estribos de nostalgia
y vienen a buscarme
son los muertos sin culpa
los espero sin miedo
con esa dignidad
de saberme inocente
soy cordero sin nombre
el que buscó su rostro
en el fondo del pozo
sobre espalda de errores
los espero sin prisa
soy lo que muestro
un hueso arrodillado
sin espejos
y sin dios
*De alba estrella gutiérrez. alba.estrella@gmail.com
***
Juan Carlos Cena (*)
presenta su nuevo libro
FERROCARRILES
ARGENTINOS
DESTRUCCIÓN/
RECUPERACIÓN
Viernes 2 de noviembre - 18 hs
en la Estación del FFCC Provincial, CC Meridiano V.
17 y 71 , La Plata.
Acompañan al autor:
Centro Cultural Meridiano V
Los Okupas de Andén
(*) sus libros anteriores: Memorias de un Ferroviario; El Cordobazo, una Rebelión Popular; El Guardapalabras; El Ferrocidio;
Crónicas del Terraplen; Sinfonía de Acero y Lucha.
***
Inventren Próximas estaciones:
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FURGÓN DE CARGA*
En el oscuro furgón de carga,
repleto
de bicicletas viejas y triciclos,
viajan
los cansados y los desolados
del tren.
Hablan a media lengua, en
un lunfardo
duro, en voz alta, mientras
sube
un espeso olor a yerba, que
comparten.
Pero en el fondo, reina el
vacío,
que el país de estos años
inventó.
Hay momentos en que crece
el silencio,
que se hace de piedra en los
rostros,
mientras las estaciones van
pasando,
y es como si todos dijeran
algo
íntimo y muy triste a la vez,
que nadie escucha.
*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
PERO EN EL FONDO, REINA EL VACÍO....
Lo Inevitable*
El grupo era tan diverso que no se animaba a intervenir en la conversación. Sonreía como afirmando o permanecía inexpresivo según le parecía más adecuado. No negaba nunca a menos que la mayoría lo hiciera. En el fondo se sentía atemorizado. Eran demasiado diversos y peculiares y él no lograba integrarse. Sentía rechazo por sus caras. Una de las mujeres se parecía tanto a un pájaro agresivo que se negaba a enfrentarla. El hombre que hablaba en voz más alta tenía facciones atigradas. Se censuró a si mismo por sus comparaciones, pero no lograba superar su rechazo. La charla era caótica. Hablaban al unísono o se increpaban mutuamente con grandes ademanes y voces rudas. Pero todos parecían disfrutar de la reunión, salvo él que se sentía tan ajeno, tan confuso, tan fuera de lugar. Después de unos gritos especialmente desagradables de la mujer pájaro, se levantó y manifestó con voz temerosa que se retiraba a su habitación porque se sentía cansado. Vaciló al contemplar las caras que se habían vuelto hacia él. Todos habían callado y lo observaban fijamente. Algunos ojos tenían un brillo de burla. Otros lo evaluaban con cuidado. Casi huyó escaleras arriba. No miraba hacia atrás. Más rápido se decía, más rápido y se apresuraba. Ya estaba en el último tramo y se sintió aliviado. No vió detrás suyo al grupo ávido que le seguía sin ruido.
*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
-INEVITABLE ( I)
*
Voy a intentar no distraerme
En las cosas del pasado y del presente
En una esfera de cristal voy caminando
Con las tibias palabras de consuelo de una amiga
Hay flores multicolores un gato atigrado
Huelo a perfumes de miel y vainillas
Con mis parpados bien abiertos
Miraré solo con la frente alta a la aventura
Tomaré solamente los buenos recuerdos
En ese circular del tiempo que paso
No me distraeré con mis errores
No dejaré que susurren mis rencores
Solo buscaré la armonía de pensarme
Con una paz interior y silenciosa
No derramaré lágrimas de desconsuelo
Ni tiraré mis logros por el piso
Me dejaré llevar por los aires del poema
En petardos de flores encendidas
Dejare de lado el desaliento y la tristeza
Que se irán flotando por el río
En la magia de mis amores viviré
Intentando protegerlos con esmero.
Sólo así te prometo vida mía
Que transitaré orgullosa las diagonales
Sin dejar que la suerte me abandone
Sin tener que abandonarme a la suerte.
Así entonces amada vida
Podré decirte que te quiero
No habrá más rincones nebulosos
Ni pegajosas lianas que me aprieten
El aire que respiro será infinito
Si logro el milagro de no distraerme.-
*De Azul. azulaki@hotmail.com
El Pájaro*
*de Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com
Fabián descendió sus largas pestañas, como un telón, sobre el fondo de los ojos verdes.
El atardecer en Pinamar, en un otoño dorado, le devolvió ilusorias sensaciones.
Fumó, ahuecando las manos y en cuclillas, forzando la reflexión y el tono, monocorde, de la confesión.
Susana lo escuchaba en silencio, hacia horas.
Luego de una caminata agotadora y descartable.
A ella le fascinó el aire desamparado, que la delgada figura de Fabián, desprendía.
Guardó silencios flamantes, para aliviar la profundidad de la pena.
Ella pensó en un café fuerte y solidario, para pausar el relato.
Ambos parecían contenerse en las líneas de la frontera, difusa, donde la confidencia borraba brumosas certezas de lo imposible.
La magnitud del nunca más.
La loca danza del protagonismo irrelevante y final.
Fabián pareció confiar en ella, desde siempre, tal vez por la sonrisa animada, prudente y capaz de fortalecer.
El, desorientado, vagó durante un tiempo, sin atreverse.
Tampoco se supo explicar porque debía hablar aunque, secretamente,
aceptaba que alguna vez tendría que hacerlo.
Ambos fundieron un gesto cómplice para proseguir el camino.
La soledad anima cuando alguien necesita compartir el peso de una verdad oculta.
Las dunas jugaron un papel hipnótico para el relato de Fabián.
Susana sabía que podía completar la historia, pero él lo ignoraba, como tantas cosas que ella omitía.
Los veranos escalonados, fueron soldando la relación fraternal.
Ella intuyó, la primera vez, lo difícil que para él, resultaba cada temporada, cuando ”El Pájaro”, líder, protagonista excluyente, exultante, seductor y encantador de mujeres, se le escurría entre muslos dorados, senos turgentes, pezones duros y bocas ávidas.
Susana lo vio morder la impotencia y una suerte de odio pasivo, hacia cada mujer que se lo arrebataba.
Pero “El Pájaro”, era hijo de su fama y ésta, la construía cada verano, sin descanso, como un orfebre.
El consuelo fecundo de Fabián, se alimentaba de los repliegues del invierno, cuando “El Pájaro” era suyo.
Cuando advertía que la soledad desbordaba a “El Pájaro”, de alas descendentes, humedecidas, que le impedían volar y lo abrigaba en
sus brazos.
Amó los climas que él nunca respetó.
Pero la templanza suya nacía de la declinación de él.
Y los dos no se lo perdonaban.
Así Fabián combatía en temporada, los fantasmas del acoso cotidiano que rodeaba a “El Pájaro”.
Su parador tenía el sutil encanto de la discreción, a la que no era afecto, pero la gente y el sitio, oculto y próximo al mar, multiplicaba la fascinación y misterio, que cada pasajero, ansioso de placer, renovaba.
Los secretos códigos que “El Pájaro” nunca había escrito, eran respetados, tolerados o aceptados por quienes, durante tres meses, entendían, que "todo pasaba por allí"; que nadie podía estar ausente.
Era de mal gusto desconocerlos o, tal vez mucho peor, no ser tenido en cuenta.
Ser ajeno, resultaba precio demasiado caro, en ese lugar y para esa gente.
Un riesgo que nadie aceptaba correr.
La arena receptaba el sol e irradiaba oro encandilante.
No era suficiente.
El mar rumoreaba descontento, como siempre.
El viento, arrachado, encorvó a los paseantes.
Levantaron los cuellos de sus abrigos.
Susana, con una delgada vara de mimbre, parecía buscar, con su extremo, alguna respuesta; detectar razones; guiarse por su intuición.
Comprendieron que la cuerda, leve, que los mantenía unidos podría cortarse.
Disfrutaron la fortuna de tropezar, a una distancia razonable, con las líneas, insinuadas entre las dunas, de un refugio, donde se albergan peregrinos o fugitivos, en busca de alcohol, calor y compania.
Coincidieron en un sitio alejado, que les permitiese contemplar la sobrecogedora belleza que alguien pinta, cada vez que el sol decide irse, inexorable, indiferente.
El mar parece beberlo rojo y se contiene la respiración en el momento final.
Compartían el deleite, desde hacía un tiempo.
Hay coincidencias mágicas que unen a las personas, en preferencias estéticas, sin importar la condición de cada uno.
Se arrellanaron en la tibieza de dos sillones, frente a un fuego de leños, que les entibiaba el alma.
Susana aumentó la apuesta, a la temperatura interior y pidió un cognac que sumó al café, para multiplicar el amparo confortable.
Un dulce adormecimiento laxó los minutos siguientes.
Susana viajó hacia atrás en el tiempo.
En busca del calor perdido y la historia peregrina que los tenía reunidos.
Un verano mas, o quizás de menos,
tu saludo breve arrebata un sueño,
viajo con la prisa de urgencias desnudas,
abro tus piernas,
te hago el amor y
tu ... me saludas.
Soy la fiesta, una ansiedad,
el lucero de tus pasos,
luz en la oscuridad,
la tibieza arrebatada,
tu pasión desesperada,
un reclamo de canción,
la pausa de la razón.
Susana apoyó la nota contra el cristal y miró las dunas, desde el amigable ventanal que disfrutaba.
Había interceptado casualmente, el texto, en una curiosa confusión que la tuvo de protagonista.
Al principio, ignoró su contenido, junto con el destinatario.
Esa media tarde, cuando el almuerzo confunde los horarios, la levedad que viste cada acto de frivolidad, la había rozado.
Supo de Carina, delgada, menuda, de ojos y miradas expresivas, por haberla visto, fugazmente, junto a “El Pájaro”, en las puestas de sol confidentes.
Advirtió, rápidamente, un trato distinto, deferente, por parte de él.
Ese seductor compulsivo, obligado, que tanto divertía a Susana y hacía agitar su cabeza, a “El Pájaro”, como renegando, en silencio de su irreverencia.
“El Pájaro”, concedía a Susana ciertas indulgencias, intransferibles.
Sabía, que Susana no le disculpaba tanta liviandad y promiscuidad.
Sólo que el tono de ella no era crítico.
Al tiempo, “El Pájaro” supo revelarle el significado de la presencia de Carina.
Presencia furtiva, episódica, necesaria para “El Pájaro”.
Carina, dueña de silencios inviolables, había ganado en “El Pájaro”, un lugar diferente.
Una suerte de capilla secreta, donde confiaba y se confiaba.
Trabajar y vivir de ganador, era demoledor y “El Pájaro”, a veces, estaba exhausto.
Carina adquirió el hábito, intermitente, como todo lo que sucede en verano, de acompañar algunas fatigas espirituales, que ”El Pájaro” no se permitía exhibir ante el resto.
La fiesta de esa noche, sería brillante, pensó Susana.
No había ninguna razón para suponer lo contrario.
“El Pájaro” hacía brillar la mas trivial reunión, dotándola de una magia especial, que en cualquier otro sitio y con los mismos invitados, seria un fracaso.
El encanto, obvio, era “El Pájaro” mismo.
Inventaba todo el tiempo.
Sorprendía, mérito que progresaba, cuanto más avanzaba la modernidad y el desencanto.
Su candorosa alegría, graduada sabiamente, lo relevaba de la culpa.
Así, por lo menos, pensaba Susana quien, desde su condición de espectadora, tenía primera fila, para los devaneos de visitantes y
protagonista.
Carina, esa media tarde caliente, en una pausa fugaz, junto a su mesa, olvidó aquel texto que Susana, cuando partía en busca de su familia, se sintió obligada a recoger.
Con la frente apoyada contra el ventanal, procuraba reponerse.
La nota no tenía firma. Para ella, no la necesitaba.
Sabía que Raquel, también, integraba esa red que se tendía alrededor de “El Pájaro”.
No lo podía creer. No debía saber. Ni siquiera preguntar. Tampoco averiguar.
Sus familias compartían todos los juegos del verano, las tertulias del invierno. Las cruzadas de los fines de semana. Las excursiones
procesionales que sus maridos organizaban. Las cacerías que ellas proponían, cuando decidían salir de compras, sometiendo al grupo.
Ese verano, con ellos, había llegado Fabián por primera vez, con aquel aire de ave herida.
Susana participó del impacto que “El Pájaro”, produjo en el chico.
La batalla que dentro de él se libraba, para tomar distancias de él.
Pero Susana nunca creyó serio que Raquel hubiera, por su cuenta, abordado A “El Pájaro”.
Sólo recordó una reunión, en la finca que aquella había arrendado, esa temporada; una desaparición, ahora sugestiva de los dos, durante un tiempo prolongado.En aquel momento Susana no prestó atención al episodio.
Ahora, tuvo la certeza del significado.
Tembló por todos.
Raquel y Fabián, pujando por lo mismo; ignorando los sentimientos del otro.
Porque Fabián, Susana estaba segura de ello, conocía el infranqueable muro de cristal que lo separaba de Raquel, en cuanto a la confidencia. Raquel era demasiado protagonista, como para escuchar a alguien por más de un minuto.
Su dedicación a sí, era absoluta.
Un narcisismo bien alimentado, por ella y quienes la acompañaban, cortejándola a espaldas y, a veces, de frente a su marido.
Fabián, integraba el entorno familiar de Raquel y, aunque bajo el mismo techo, estaban a años luz de la comunicación.
Susana, con la nota en la mano, caviló sobre la conveniencia de intervenir o tomar una decisión.
Intuyó que estaba acorralada y que se iba a equivocar.
Era cierto.
Toda una certeza y se equivoco.
La fiesta, espléndida y cargada de la sensualidad que todos, excedidos de tibiezas, aportaban, vagaba del sonido policromo, a los platos y bebidas, organizados, dosificados, con una precisión superlativa.
“El Pájaro”, sabía juntar a la gente mas linda.
Competían en la rigurosidad de la belleza, que daba un tono excluyente.
Susana, a favor del arrullo sonoro y copa en mano como arma próxima, acodó a Raquel en un remanso de luna.
Es que el lugar disponía, de la invitación no escrita, donde lo mágico, era sin cargo.
Adivinó cierta rigidez en la espalda desnuda de Raquel.
Todo un cuadro de líneas perfectas.
Susana guardaba, más allá del afecto, una secreta admiración por la figura impecable de ella.
Una de esas mujeres imposible de ser sorprendidas desaliñadas.
No había hora, donde una sola línea desentonara.
Todo en ella era armonioso, exquisito.
Esa noche descollaba.
Susana decidió ir sin vueltas.
- Raquel ... quería devolverte esto ... dijo y la nota cambió de mano.
El ceño de ella se frunció, levemente.
Una ligera molestia que la situación incómoda le ofrecía.
Dudó si aceptar la tutoría.
Terminó por admitir que Susana no merecía un desgaste absurdo.
- ... ¿como llegó a tu poder? ... interrogó a su vez, con tono lejano y cierto resabio de altivez.
El tono que se usa para admitir, sin confesar, pero sin irritación.
Con la soberbia galanura de su porte.
Raquel manejaba, como nadie, la distinción en cada gesto. Podía hacer sentir a los demás, un indefinible dejo de incertidumbre e inferioridad, no confesa.
- ... Carina estuvo sentada conmigo y de paso tomamos algo... fuimos dos silencios juntos ... pero suficientes ... resumió Susana divertida.
- ... ¿Carina? ... eso no me gusta... el tono cortante de Raquel, daba por sentado que Susana sabia todo o, tal vez, que desde ese momento su complicidad la convertía en protagonista.
- ... “El Pájaro”... parece diluirse a veces ... es un tipo formidable ... pero vulnerable ... agregó, reflexiva.
- ... creo que pudo más mi curiosidad que su encanto... se admitió.
Susana sumaba silencios estimulantes.
- ... pero sigo sin entender algunas dependencias inviolables que tiene ... prosiguió, en su monólogo compartido.
- ... hay algo que lo perturba profundamente y no resiste... me parece ... pero no se que es ... me puede su ternura y termino por no reclamar ni aclarar...
El espejo al que se hablaba permaneció en la sombra de la galería.
- ... seguro que es algo así... grave profundo o excesivo para él... ¿no te parece? ...
Susana se estremeció, sorprendida, no esperaba tener que opinar.
No le gustaba estar bajo la luz de la interrogación.
Prefería los medios tonos y conducir, desde la penumbra, el curso de los hechos.
Era más seguro.
Más control y le permitía, sobre todo, la sorpresa.
- ... es posible... alcanzó a responder, para salir del paso, brevemente, pero Raquel no se lo iba a permitir tan fácilmente.
- ... demasiadas mujeres en demasiado corto tiempo... monologó Raquel.
- ... todas parecemos tenerlo anotado... como trofeo íntimo...
- ... debí contártelo antes... pero fue sorpresivo...
- ... un ciclón en la noche...
- ... y no pude... luego no tuve ... y ahora siento que no debo, compartir demasiadas cosas...
- ... lo acepto ... añadió Susana.
-... pero tienes otros riesgos, tan próximos, que ni siquiera, pareces advertir ... multiplicó rítmica.
- ... Raquel hay algo... hay alguien ... que no sabe ...
- ... hay alguien que de saberlo podría destruirse... enfatizó, ligeramente.
- ... ¿quién ... Daniel? ...
- ... mi marido nunca llegaría a una crisis... afirmó enérgica.
- ... además... el resto quedó trunco.
Susana no tuvo más remedio, inspiró profundamente antes de develar.
- ... Fabián... Raquel ... Fabián es quien se destruiría ... el golpe fue letal.
Ella se volvió bruscamente.
El impacto de la revelación la sorprendió.
Algo se desencajó dentro suyo.
Susana parpadeó. El último latigazo rojo, del sol, azotó su vista. La devolvió a la realidad. Al sitio. A Fabián, acurrucado con su dolor. Las delicadas pestañas, adiestradas por la vigilancia serena, insomne, corrieron un telón a las emociones del recuerdo.
Desfilaron rápido, como el tiempo inexorable, cada uno de los momentos que habitaron con Raquel. La revelación sacudió toda su relación de una vida, hasta allí placentera, algodonada, cómoda y distante. Ambas pasaban por la realidad cotidiana, lejanas, a las situaciones límites del común de las gentes, sin aproximarse lo suficiente, por lo menos para enterarse, para ellas era higiénico. Duro, pero necesario. No comprendían demasiado, tampoco les interesaba. Sin embargo, tropezaron con “El Pájaro” y todos, de alguna manera, cambiaron.
Susana se lo aceptó, Raquel tuvo un silencio elocuente. En ella era todo un signo. La revelación supo ser demoledora y sólo ellas, podían asimilarla magnitud. Sus maridos, espectadores del otro lado del espejo, compartían un paisaje desconocido. Los excluyeron de lo importante, hacía tiempo. Ellos atendían sólo, lo urgente.
Raquel, una mañana y sin aviso, la interceptó bajo la curva oscura de la carpa. Ese toque feudal, que disfrutaban con exclusivismo superior a cubierto de supuestos avatares.
- ... Pequeños asesinatos cotidianos... supo admitirse Susana, alguna vez.
- ... Voy a verlo a Fabián... tengo que hablar con él ... no intentes disuadirme... afirmaciones en voz alta y para sí, aunque Susana era la destinataria. Esta, ajedrecista del alma de Raquel, estrenó un silencio.
- ... Tiene que saberlo por mí... ya pensaré la forma ... volveré a las cinco, para almorzar ... ordenó, sin admitir cambios o deliberaciones.
Era su estilo. Raquel no sabía retroceder. Las cornisas eran sus citas preferidas. Allí, la adrenalina, le daba respuesta. Sobre esta actitud había construido su vida. Así, la conocía. Así, la adivinaba. Así, la moldeaba, impersonal, Susana.
- ... Sólo piensa ... antes de hablar ... sabía que era un imposible.
Pero sintió necesario recordárselo.
- ... Agitar gusanos en el agua, no te hace amiga de los peces ...
advirtió suave pero enérgica. Graduaba el tono. Su voz siempre fue el instrumento preferido. Elegido. Su arma. Su herramienta.
Lo sabía y era una especialista, en su manejo.
- ... Raquel ... el cristal, cuando se rompe, no tiene arreglo ...cuidado.
No era para ella, finalmente, el mensaje. Lo sabían. Sus códigos fueron alimentados por fértiles complicidades. Raquel hacía. Era frontal. Era, también, su destino. Ella obedecía su impulso vital.
Susana operaba desde el costado de la escena; la conducía; muy a su pesar a veces, o a su fatiga, pero ambas estaban profundamente ligadas, sobre todo en las decisiones de la intimidad, su territorio.
Raquel partió rauda, elegante, elástica; su aroma era un rastro.
Una llamada. Susana, esa mañana, cerró los ojos antes de lo acostumbrado y decidió sumergirse en la pausa perceptiva.
un ligero roce, en su muñeca derecha, la devolvió a la playa. “El Pájaro”, casual y transitorio, trajinaba su bronceado perfecto. Venía de viajar por la piel tersa, fresca y excitante de Majo, esa mañana. El fuego sereno, que se activaba a un soplo. “El Pájaro” la descubrió, no hacía mucho, cuando la última línea de luz, todavía no decidía su mudanza. La vió erguida, alta, soberbia, y espléndida, dibujada contra la tarde, con su cabello claro y largo, deslizado y negligente. Detalle fascinante para “El Pájaro”. Abrió el arcón de las seducciones, para exhibir sus tesoros. No fue necesario, Majo de una mirada, compró ese tiempo.
Cómo orfebres, fueron modelando la cita, que llegó aquella mañana. Majo tuvo tiempo, entonces, de saber quien era “El Pájaro”. La leyenda, alimentada en los pasadizos; regada en los arenales; surcos de historia; rumor de histerias y paisajes eróticos. Las protagonistas, alineadas, conmovían. Firmeza de formas, fiesta para los ojos y los sentidos. Abrían, en otros, heridas producidas por astillas de cristal, dolorosas y que calaban hondo.
El pequeño gran asesinato estaba por cometerse. Homicidio involuntario, tal vez. La cita, convenida para antes de su chequeo médico, puntual, inflexible, que su marido agendaba, le daba horas de libertad, que decidió pasar con los fastos de una fiesta total. Una mañana donde “El Pájaro” precisó, con la yema de los dedos, cada centímetro de su piel. Marcó ese territorio, para hacerlo suyo, lentamente, gozando con la levedad. Ella enloquecía y crecía. Sinuosa y mortal. Una trampa escondida en la profundidad de los sentidos. Estallaba como fuegos de artificio. Se acoplaba a él con la exactitud del todo. Resultaron viajeros insaciables.
Sus cuerpos dibujaban figuras de máxima tensión, para derivar en el placer supremo. Llegaban a límites inciertos. A fronteras imprecisas. Resistiendo la culminación. Prolongaban el goce, como si fuera la única vez. En Realidad, la última vez.
Susana intuyó en ese leve roce, parte de la historia. Sonrió, comprensiva Y silenciosa. “El Pájaro” agradeció con el gesto cansado, pero feliz y cómplice. Dibujó en la arena. Una sombra buscando su sombra.
- ... ¿Dónde anda Raquel? ... su tono era ligero y vano...
- ... salió... tenía que hacer unas visitas antes del almuerzo... abundó Susana. No supo preguntarse por su mentira.
- ... Volverá cerca de las cinco, quedamos en compartir... su voz se extinguió; se disculpó, por tener la verdad. El seguía los arabescos del dibujo, enfrascado, como tratando de salir de un tunel, donde había ingresado sin saber por donde. Pero era un perfeccionista de la absolución, sobre todo cuando armaba su sonrisa encantadora ...
- ... ni lo intentes conmigo... advirtió Susana. Tan sola como siempre.
Tan inalcanzable como nunca. “El Pájaro” y ella, a su manera, construyeron una terraza para contemplar, sin preguntarse, el derivar de sus vidas ...
- ... en estos días voy a Madariaga, tengo cosas que vengo postergando...
- ... quería charlar con vos y con ella... antes de irme ... por si demoro y no nos vemos ...
El tiempo, ese deslizador reiterado, amarró una vez más, las tribulaciones de los personajes costeros. Silencioso, como llegara, “El Pájaro” partió, furtivo y dispuesto a regresar, a la hora apuntada. Susana volvió a cerrar los ojos, teloneando a los silencios imprudentes y a las confesiones no debidas. En la carpa de al lado, alguien rescataba “El Alpha” de Vangelis, haciendo saltar su emoción, con la cuerda del más antiguo de los juegos.
Desde ese almuerzo, donde los silencios anudaron, como cuentas de collar la comprensión, los días se deslizaron, raudos, para todos. Largos ocasos sin “El Pájaro”, intermitente y difuso y una sensación de pérdida creciente, como cuando la naturaleza abandona las tibiezas de la arena, altiva y sin sentir, que deja atrás, invadió a los habitantes de la villa.
Desasosegados, algunos nunca supieron que y cuanto les ocurrió, la temporada aquella. Era una víspera. Velaban expectativas sin certezas.
Un rápido taconeo, inesperado en el salón, donde la penumbra abrazaba a los contempladores, rescató a Susana y a Fabián. Ambos, por caminos distintos y misteriosos, recorrieron el mismo, sin verse. Pero ahí estaban, en el peldaño de la revelación.
- ... no encienda las luces ... el tono suave, pero firme, disuadió del servicio que se intentaba brindar. Susana manejaba los timbres y los momentos ...
- ... una mañana de abril, no hace tanto, “El Pájaro”, repentino, me confió el diagnóstico ... Fabián ...; ella había resuelto apurar motivos.
Las urgencias no latían al mismo compás. Se metalizaban los tonos ...
- ... sólo Carina estaba al tanto ... que extraño ... sólo ella, la que menos lo frecuenta, en todo sentido ... Carina depositaria de la
verdad ... curioso, conmovedor, terrible, injusto ... no se que decirte ...; Fabián crecía y el discurso, aluvional, se deslizaba sobre
Susana, impregnado de las frustraciones, el dolor y el amor desbordado, de Fabián por “El Pájaro”...
- ... nunca confió primero en mí...; pareció interrogarse...
- ...y cuando lo hizo, era tarde, para todos ...
- - ... la impotencia que provoca la revelación, me detuvo ... hasta que llegó el final ...; concluyó, descargado.
Susana recordó el veloz deterioro de “El Pájaro”; ese espléndido aniquilamiento del personaje mimético de la villa. No midió el tiempo.
Compartió el dolor de algunos, la indiferencia de otros, el gozo secreto Y perverso de quienes envidiaron y la simulación de la mayoría, que esperaba un pronto final y olvido, para esa historia de todos.
Lo decidió de súbito. Tomó del brazo a Fabián y lo irguió ...
- ... salgamos ...; dijo. Su tono no admitía réplicas. Dócil, Fabián la siguió, luego de hacerse cargo de los gastos ...
me voy ¡ya! ... Fabián ...; notificó, perentoria ...
- ... ¿quieres venir conmigo? ...; dulcificó allí, la invitación. Fabián vaciló ...
- ... me gustaría ... no tengo ganas de estar sólo, hoy ... pero tengo algo que hacer en Madariaga ... ¿viniste en auto? ...; informó y se
informó ...
- ... no ... ¡me voy en micro, o en lo que sea! ... ¡pero me voy ahora! ...
¡no quiero esperar! ...
Fabián volvió a vacilar. Las decisiones eran un territorio dificultoso para él ...
- ... “Su” ... me voy primero a Madariaga ... si postergás unas horas te encuentro y ... ; ella lo atajó con un gesto ...
- ... no lo sé Fabián ... si hay una posibilidad se hará ... no te lo prometo ...
Se despidieron apurados, vacíos de cargas o transferidos de culpas. Susana ordenó sus cosas, en la casa, que había venido a inspeccionar. No midió el tiempo ni los horarios. Sus usos eran erráticos y lo sabía bien. Aprendió a convivir consigo, con lo mejor y lo peor de ella.
No quiso explorar la urgencia repentina.
Subió al micro, confortable y con las estrellas necesarias, capaces de aventar cualquier incomodidad, sólo un detalle impensado, una parada alternativa: Madariaga. Susana pensó en Fabián. En las horas que separaban su última imagen, de ese momento. Mientras el lento ascenso de los viajeros consumaba el peaje de los destinos, se adormeció. Su hábito de preferencia.
El mundo algodonal, donde marchaba más cómoda.
La detención, la parada en el pueblo de Madariaga, la devolvieron a la hora, al tiempo, a la mirada circular, al paisaje exterior, a la calle a las sombras ... a la figura familiar ... a ... ¡Fabián!, algo extraño, pero a Fabián. Aguzó la mirada. Profundizó el foco. Se alarmó. Por su andar parecía sobrellevar más que una tribulación, limitaciones físicas.
El, no advirtió al micro; ese micro; ni a ella. Bajó apurada, preocupada y enérgica, en procura de un reclamo fortuito.
Fabián, asustado, volvió la cabeza al oírse nombrar, respiró con cierto alivio al descubrirla. Las lágrimas comenzaron, lentas a surcarlo. Susana permitió que apoyara la cabeza en su pecho, sin alzar la mirada, vencido por el peso de la humillación. Le confió su llegada a Madariaga, los trámites, el patrullero imprevisto, los tres policías dubitativos, por su pelo largo, por la hippísima luz, que su andar desmañado mostraba y, por las formas y fascinación de su belleza. Fabián no era lindo.
Fabián era bello.
El interrogatorio de la calle, su acceso, violento, al patrullero, el ingreso a la comisaría y las complicidades sumadas, de los dos que velaban la guardia y sus grados. La codicia que avanzaba, a medida que el equipaje, con algunos efectos y algo de dinero, alimentaba lo que se venía.
El calabozo, los interrogatorios estúpidos e innecesarios. La ausencia de resistencia, no tenía nada que ocultar, fortificaron los golpes, las vejaciones y por último, ante su silencio, las violaciones que se fueron organizando, entre los cinco.
Cada uno quiso y pudo gozarlo, humillarlo, disfrutarlo, obligarlo, provocando la excitación del resto. Un carnaval de sexo y alcohol, sudor, golpes, más golpes, más vejaciones, más violaciones, hasta que el agotamiento y los excesos, pudieron sobre el grupo. La cumbre del desprecio, fue liberarlo.
- ...¡ Pero lo logré ... Susana .... lo logré ...; ella conmovida y final, como un acorde, no entendía.
- ... Resistí en silencio, nunca dije nada, nunca conté, nunca se enteraron y nunca se enterarán, porque tampoco preguntaron ...; el tono
era feroz. Se alzaba como un aullido que vibró en la tarde noche de Madariaga.
- ... ¡Me voy ... ahora me voy ... no viajo con vos ... podés peligrar ... me voy! ...
- ... pero recuérdalo, nunca lo dije ... nunca dije ... que estoy contagiado ...
Violento, se apartó. Corrió. Trepó al micro lindero. Susana subió al suyo.
Cerró los ojos. Descendió sus sedosas, arqueadas y largas pestañas. Marchó hacia el sueño. Sabía que alguien la estaba esperando.
-Un cuento de Carlos Alberto Parodíz Márquez. 05-12-1995
No morir hasta haberlo visto todo*
Mi mujer cantando Alfonsina a las diez de la noche
Unas muchachas recostadas a los médanos
Un poeta robándose las obras completas de Severo Sarduy
Tres prostitutas en Medellín que me confunden con un nicaragüense
Un ciego de espaldas al mar
Fayad Jamis leyendo El ahorcado del Café Bonaparte
Una librería con todo Borges y Los alimentos terrestres de Gide
Un pingüino muerto en las costas de Talcahuano
Otra vez mi mujer haciendo pajaritas de papel
Mi madre tendiendo unas sábanas blanquísimas
Un policía leyendo a Rainer María Rilke
Thiago de Melo y María de Aparecida preguntándome por Cuba
Mi padre a punto de morir bebiendo té con bergamota
Una mesa llena de uvas negras y otras ambrosías desconocidas por mí
Tres mendigos sonrientes en la Avenida paulista
Dos revistas Orígenes en la Librería Renacimiento
Unas vacas nadando en el mar de Manzanillo
Un tren francés roto en las llanuras de Camagüey
Un vendedor de agujas con poemas publicados
Un ciervo herido que busca en el zoológico amparo
Mi hermana a la salida de un quirófano
La Plaza de la Revolución vacía y oscura
Los muros del Moncada a las tres de la tarde y en agosto
Esto he visto yo y espero no morir hasta haberlo visto todo.
*De REYNALDO GARCÍA BLANCO. regabla@cultstgo.cult.cu
Cuarenta días de 1936*
*Por Juan Forn
Las dos personas que resumen como ninguna otra, para mí, la Guerra Civil española son el anarquista Buenaventura Durruti y Simone Weil, la mística judeofrancesa que quería ser católica. Sus vidas se cruzaron sólo cuarenta días y apenas tuvieron trato. Nada habría cambiado si se hubieran conocido más porque fueron, en vida, demasiado viscerales los dos. El único diálogo posible entre ambos tendría que haberse dado después de muertos, y levante la mano quien sepa qué nos ocurre después de morir. Llovía cuando los enterraron, a uno en Barcelona, a la otra en Londres. Pero si se empieza por sus muertes, por la desesperante manera en que murieron los dos, no hay
manera de remontarla, así que probemos por otro lado.
A Simone Weil le repugnaban las guerras. Pero en julio de 1936 descubrió que estaba participando moralmente en una, incluso contra su voluntad.
Participar moralmente significaba estar pendiente de cada cosa que sucedía en aquel conflicto, anhelar la victoria de un bando y desear con igual fervor la derrota del otro. En cuanto comprendió eso, la joven Simone Weil hizo lo mismo que un sinfín de jóvenes idealistas del mundo: abandonó todo y se subió a un tren, con el propósito de sumergirse de cabeza en la Guerra Civil española. El epicentro de la guerra en agosto de 1936 era Zaragoza.
Durruti había llegado marchando con su Columna hasta las puertas de la ciudad y pedía desesperadamente armas y municiones a Barcelona: sabía que podía tomar perfectamente Zaragoza. Si lo hacía, nada lo frenaría hasta Bilbao y, con las dos urbes industriales de España bajo bandera, la guerra estaba ganada. Pero desde Barcelona no le mandaban ni las ametralladoras ni los cañones que pedía: los políticos republicanos temían al fascismo, pero temían más que Durruti fuera creando comunas anarquistas en cada lugar por
donde pasaba en su caótico avance: lo primero que hacía la Columna Durruti al entrar en cada pueblo era abolir el dinero, destruir todas las actas de la alcaldía, del juzgado y de catastro, quemar las iglesias y abrir las cárceles. Durruti combatía al poder como si estuviera en el siglo diecinueve, porque el poder ("los dueños de todo y sus cómplices, los curas", en palabras de Simone Weil) seguía matando de hambre al pueblo como en el siglo diecinueve.
La central obrera que Durruti armó en Barcelona (la ciudad más industrial de España y, por eso mismo, la más proletaria también) llegó a tener más de un millón de afiliados, y casi no había comunistas en sus filas, eran todos de la hermandad anarquista: el sueño de Bakunin hecho realidad. Habían sido ellos quienes salvaron a Barcelona de caer en manos fascistas; el gobierno mismo debió agradecerles públicamente. El gobierno sabía que nadie en las filas republicanas tenía el efecto de Durruti sobre la moral colectiva. Por eso no le dieron las armas, por eso no se tomó Zaragoza, por eso lo tuvieron a Durruti esperando inútilmente hasta noviembre, cuando se le rogó que fuera a defender Madrid, y en Madrid salió mal todo lo que podía salir mal: en menos de una semana, Durruti estaba muerto y comenzaba el derrumbe republicano. Simone Weil estaba en París cuando lo supo. Se recuperaba de una fea quemadura en las piernas para poder volver a España, pero ya no era moralmente su guerra. Ya no le parecía un enfrentamiento entre los desposeídos y los todopoderosos, sino una confrontación más de potencias europeas: Rusia, Alemania, Italia, más Inglaterra y Francia en abyecto segundo plano. Durruti pensaba casi lo mismo en sus días finales: que las filas republicanas estaban infiltradas de comunistas de Moscú y que Moscú no quería ganar la guerra civil porque eso hubiera desatado una guerra mundial para la que la URSS no estaba preparada. Por eso se dijo que la bala que mató a Durruti en las calles de Madrid fue disparada por un comunista. En el
departamento de París de los padres de Simone Weil, donde organizó a los ponchazos la Cuarta Internacional a fines de 1933, Trotski había hecho callar fastidiado a la joven hija de los dueños de casa decretando que los anarquistas españoles eran contrarrevolucionarios. Tres años después, esos mismos anarquistas eran acusados de trotskistas y retirados de sus puestos
en la lucha, por los comunistas de Moscú que habían copado el gobierno republicano, los mismos que ya estaban tramando el asesinato de Trotski.
Lo que había desencantado a Simone Weil en su breve experiencia española fue descubrir que toda guerra sólo se hace "para conservar o aumentar los medios para hacerla" y que a eso se había reducido Europa. Antes de ir a España había interrumpido sus estudios de filosofía para probar en carne propia la naturaleza de la opresión obrera. Luego de un año "como esclava" en los talleres Renault en las afueras de París, dijo que no le quedaba sino convertirse a "la religión de los esclavos" y abrazó el cristianismo (aunque sin bautizarse: su confidente, el abate de Naurois, diría después que no estaba lista, por falta de humildad). Con ese espíritu fue a España, y volvió emocionalmente quebrada, y escribió a partir de entonces sus alucinantes libros (que se publicaron todos después de su muerte). Sus padres la arrastraron a Vichy, donde tuvieron que frenarla para que no fuese al comando de asuntos raciales a explicar por qué era un despropósito considerarla judía (hasta a ellos, que la habían educado atea, les estremecía ese rechazo de su hija a la sangre hebrea). Lograron por fin subirla en un barco que los llevó a Nueva York. Ella insistió en dormir en el suelo, ya que no podía viajar en cuarta clase. Meses después cruzó sola a Londres, donde pidió en vano a De Gaulle ser arrojada en paracaídas sobre la
Francia ocupada. Víctima de tuberculosis, internada en un hospital, se negó a alimentarse para compartir el hambre que padecían sus compatriotas bajo la Ocupación. Se dejó morir por lo que hoy se conoce como anorexia mística. Fue enterrada en la sección católica del cementerio de Ashberry. Llovía a cántaros. El sacerdote que iba a oficiar la ceremonia tomó el tren equivocado desde Londres y nunca llegó.
También llovía en el funeral de Durruti en Barcelona. Quinientas mil personas esperaron en las calles el arribo de su cadáver desde Madrid. La camisa que llevaba puesta al morir, con el agujero de bala en el pecho, fue exhibida junto a la bandera anarquista y el féretro, en el enorme salón donde lo velaron. Sólo se hablaba de una cosa, en voz baja: si la bala había sido fascista o comunista. Recién después de la muerte de Franco, cuarenta años después, los testigos presenciales y los íntimos de Durruti aceptaron
contar la verdad que era imposible de confesar en 1936: a Durruti se le había disparado solo el naranjero que llevaba en la mano al bajar del auto; la bala que acabó con él no había sido ni fascista ni comunista. Si hay algo esperándonos del otro lado de la muerte, puede que algún día lleguemos a saber qué se dicen uno al otro Buenaventura Durruti y Simone Weil cuando contemplan desde lejos sus propias vidas y todo lo que pasó después.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-205884-2012-10-19.html
*
y vienen a buscarme
los espectros azules
de un quijote sin sancho
caballos sin párpados
y sus ojos de crines
...
en monturas de sueños
estribos de nostalgia
y vienen a buscarme
son los muertos sin culpa
los espero sin miedo
con esa dignidad
de saberme inocente
soy cordero sin nombre
el que buscó su rostro
en el fondo del pozo
sobre espalda de errores
los espero sin prisa
soy lo que muestro
un hueso arrodillado
sin espejos
y sin dios
*De alba estrella gutiérrez. alba.estrella@gmail.com
***
Juan Carlos Cena (*)
presenta su nuevo libro
FERROCARRILES
ARGENTINOS
DESTRUCCIÓN/
RECUPERACIÓN
Viernes 2 de noviembre - 18 hs
en la Estación del FFCC Provincial, CC Meridiano V.
17 y 71 , La Plata.
Acompañan al autor:
Centro Cultural Meridiano V
Los Okupas de Andén
(*) sus libros anteriores: Memorias de un Ferroviario; El Cordobazo, una Rebelión Popular; El Guardapalabras; El Ferrocidio;
Crónicas del Terraplen; Sinfonía de Acero y Lucha.
***
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-Por Ferrocarril Midland-
BLAS DURAÑONA.
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