miércoles, noviembre 07, 2012

EDICIÓN NOVIEMBRE 2012.

*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.






EL CRUCE*


Ligeramente doblado hacia delante y apoyando el peso sobre el bastón espera que cambie el semáforo por cuarta vez. Lleva cuatro minutos esperando para cruzar la calle y cada vez que se detiene el tráfico, calcula el tiempo de que dispone. Es consciente de que es insuficiente para cruzar aquella ancha avenida.

Los seis carriles se llenan de coches en cuanto cambia el semáforo y pasan veloces haciendo roncar sus potentes motores, como conminándole a no aventurarse a cruzar.

...

Es consciente de que sus piernas no son lo que eran y sabe que no puede caminar más deprisa por lo que está seguro de que, caso de decidirse a cruzar, no alcanzará la otra acera antes de que cambie la luz… Y eso es un riesgo enorme porque está seguro de que los coches no le van a respetar.

A los diez minutos, inicia una cuenta atrás para iniciar la travesía en el mismo momento que cambie el semáforo, con el fin de disponer de más tiempo, pero una vez alcanzado el segundo carril da la vuelta y regresa todo lo deprisa que puede y aún y así alcanza la acera en el momento que un bocinazo le avisa de que los coches no van a parar. ¡Ha estado en peligro de muerte!.

Debe buscar una solución, un recurso que le permita cruzar la calle. Él, que ha sido un estratega toda su vida, no puede dejar que un burdo semáforo le barre el camino.



Quizás no haya sido la mejor idea de su vida. Por supuesto ha podido cruzar la calle, pero no ha tenido en cuenta las consecuencias de su decisión.
Pensar que si se desnudaba y pasaba en cueros por el paso de peatones los vehículos le cederían el paso y así fue, pero al llegar a la otra acera no tenía ropa que ponerse, por lo que tuvo que ir hasta su casa con las vergüenzas al aire y por si eso no fuera suficiente, ahora su mujer, al verlo llegar como Dios le trajo al mundo le recriminaba a voz en grito. ¿Qué semáforo, ni que cuentos? ¡Tu has tenido que salir de la cama de una vecina a toda prisa! ¡Parece mentira a tu edad! ¡Lo poco que tienes lo podrías dejar en casa!
¡Crápula, más que crápula!



*De Joan Mateu I Marti. joan@cimat.es









El Hada Cartuja*


Al tiempo que aprendía a volar con diferentes estilos, estilo mariposa, deteniéndose en la luz para lucir sus colores, estilo abeja, agregando sonido, estilo nube, con colores impresionistas, estilo avión, con grandes figuras y diferentes picadas, estilo cortazar, volando rauda a la vereda de enfrente, el hadita aprendió a leer. Entonces se metía en un caparazón llamado libro, en el cual se pasaba mucho tiempo conversando con la gente que estaba dentro, porque todos vivían allí para siempre, prisioneros por toda la eternidad junto a sus alegrías y tristezas, Todo esto era muy emocionante para el hadita, que se estaba tan quieta que nadie se acordaba
de ella por mucho tiempo. El rey rojo porque tenía siempre muchas cosas que atender y estudiar y la reina porque tenia que atender su propio reino que se llamaba Universidad. La Universidad era un reino muy especial y sagrado. La reina le dedicaba toda su vida con devoción admirable. El hadita se pasaba dentro de los libros tanto tiempo, que el pelo rojo le llegaba ya hasta el suelo. A veces la reina distraída mientras pensaba en su reino, movía sus manos entre el pelo rojo y lo ataba en trenzas muy largas que se movían solas por la casa como serpientes o subían hasta las estrellas para saber que cosas pasaban allí. Un día el rey rojo se fue a la guerra y vino a
vivir a la casa del hada un nuevo guerrero que había estado en la guerra de España, una guerra muy sentida por los elfos y las hadas. Fue muy tremendo para todos cuando se perdió esta guerra contra los malvados y horribles mueralarepública, que así se llamaban los enemigos. El guerrero estaba algo loco, porque había comido tantos caracoles y ratas que tenía delirios y pesadillas que ni las canciones de tilo de las hadas, ni las melodías del laúd del sueño de los elfos, lograron calmarlo nunca. El hadita le tenía un poco de miedo, pero también sentía curiosidad. A veces el guerrero leía en voz alta, mientras caminaba por toda la casa, grandes libros de historia o
hacía ejercicios mnemotécnicos con un señor llamado Martín Fierro que nunca se veía. Por la noche, el hadita no podía dormir más adentro de sus libros, porque el guerrero y la reina iban por la noche a otro reino que se llamaba españademocrática. Allí trabajaban toda la noche haciendo una pócima que se llamaba periódico. El hadita entonces dormía en un banquito de tres patas y las trenzas bailaban en el suelo o se levantaban y salían por las ventanas buscando las estrellas o la luna.


*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy







MI CASA*



No cabe duda. Ésta es mi casa /aquí sucedo, aquí /me engaño inmensamente.
Ésta es mi casa detenida en el tiempo.
Mario Benedetti


Dicen que mi casa es sucia.
Indecente no, no obscena. Solo sucia.
Porque hay polvo, heces de ácaros y hollín en polvo.
Grandes telararañas cuelgan  de sus techos.
La Pacha    duerme  en todos los rincones.
A veces, una brisa de amante  la despierta.
Y en bardas, cubre la casa, como niebla.
Niebla áspera y dulce.

Mi casa es pura. Es una crisálida dormida.
Un niño con caricias de barro en las rodillas.
Una mujer dormida en el cansancio de la hierba,.
Un ladrillero. Un caballo de capa negra.

Mi casa es impoluta. Es una mujer amamantando.
Como una rosa. Como un infante.
Es inofensiva mi casa.
Como un muerto. Como una naranja partida.

En mi casa tiene lecho la Historia.
Nunca mas, nunca.Nunca.
Las pisadas  van y  vienen, dejan huellas.
Se conjugan los tiempos de los verbos.

Mi casa es crédula. Incauta. Ingenua.
Como el día de la Raza. Como los mandamientos.
Como papá Noel y la cigüeña de París.
No sabe que hay gente que tiene nariz de Pinocho

Mi casa es sucia, dicen.
Pero te espero, la cama deshecha.
La mesa puesta.
Y el amor colgado en el tendal.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar








ALMA CASCABELERA*


A mi hija Sarah, por sus dos años



Inquietos deditos
Siempre trabados en las puertas.
Cabellos perseguidos por el cepillo.
Cejas fruncidas
En perenne mohín de "no quiero".
Frente perseguida por los muebles.

Pies escaladores
De cuanto quede por encima del suelo.
Ojos de pájaro
Que atisben el mundo tras la verja del silencio.
Mirada que habla lo que no dice.

Tras ella, invariablemente:
Restos de papeles que fueron trascendentes.
Aguas derramadas de sus vasos.
Flores arrancadas de sus tallos.
Dibujos en las paredes.
Tazas rotas...

Y, para concluir,
Echó el Creador en la redoma
Donde se forjaba su alma cascabelera
El último ingrediente:

Sonrisa de pilluela,
Que obligue a quererla
sin preguntar razones.




*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba
(2001)








  ALJIBES*
           
           

*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar



La cuestión al escribir es simple: hay que llegar a creer que uno está usando una historia verdadera. Pero además lograr que el que la lea crea que eso es así. Esto según Joseph Brodsky. 
¿Sería como un artefacto que funciona? - preguntaba el inquieto Víctor Humberto Sánchez, mejor conocido por su apodo, El Tago, y por el rasguido estricto de su guitarra, por las calles argentinas de mi pueblo.
Cuando digo mi pueblo quiero decir aquel de los frescos tomatales de diciembre, que mi padre recomendaba regar de madrugada porque los que lo hacían al anochecer corrían el riesgo de arruinar la cosecha porque había tenido solazo macho durante todo el día. Y cuando se le inquiría más precisión, mi padre respondía con un dejo zumbón de sentido común.
-Porque la tierra húmeda protege todo lo que está sembrado o plantado. Mejor al amanecer: tirar mucha agua.
Un verano, mientras mi padre estaba en los campos de Albino Trentini, en  González  Cháves, hicimos la prueba con mi madre, yo, adolescente empeñoso iba sacando baldes tras balde de un pozo que estaba al final del terreno, y mi madre rebalsaba los surcos con agua fresquísima.
Ese año vinieron los tomates más grandes y jugosos. Con lo que sobraron de esa cosecha para consumo familiar, mi madre puso en botellones con sal y albahaca los que dejó madurar mucho y lo usaba como salsa. También hacía conserva pero no recuerdo qué método se había traído de su pequeña y perdida aldea italiana.
De ese pozo sacábamos el agua para beber y a juzgar por el vecindario era muy dulce. Negrita y Delia Campos, doña Emilia Peralta y la tía Anécdota venían diariamente a sacar el agua para beber. Nunca entendí que si ellos eran vecinos tan cercanos no  pudieran beber de su propio pozo, o la napa de nuestro terreno había sido tocada por la varita mágica de un hada buena.
A este pozo que estaba en la quinta me estoy refiriendo hoy como el único  (y el último) que recuerdo. Sé que hubo otros, y que cuando fuimos a vivir allí siendo yo muy pequeño había un aljibe junto a la casa, donde ahora se eleva un fresno. Pero no sé si lo vi o son los relatos de mi padre, que siempre empezaba así:
 -Teníamos un aljibe que daba un agua dulcísima, pero lo tuve que tapar porque estaba muy cerca de la casa y podía hacerle ceder los cimientos.
Es decir que cuando yo le cuento a mi hermano que nació mucho después, el lugar que supuesta o realmente ocupó el aljibe, muy seguro le señalo el lugar con el dedo. Casi como si hubiera sido contemporáneo mío, como si el aljibe y yo hubiéramos crecido juntos.
El aljibe que si recuerdo es el de mis abuelos, que estaba calzado con ladrillos y cuando alguno de mis tíos me levantaba y me hacía asomar por ese redondel yo veía allá al fondo una moneda oscura que se movía de a poco.
            El aljibe estaba en el patio de la parte familiar que tuvo el almacén Las Colonias.
Cuando fallecieron los abuelos, don Rogelio Nievas que compró casa y negocio a mi familia, usó un tiempo largo ese aljibe. Pero un día, lo tapó con tierra. Y cuando le pregunté qué había pasado me dijo que se llenaba de hormigas y que ya los pozos no se usaban más.
Los habitantes del pueblo van a comprar la fruta y toda legumbre a las verdulerías, como si estuvieran en una gran ciudad.
En la década del sesenta, cuando los chacareros se empezaron a mudar  al pueblo, tampoco tomábamos la leche de sus vacas que se compraba a los lecheros y el gran sachet fue rey. Se modernizaron, digo. Y todos muy contentos en perder las tradiciones que producen el trabajo. Es decir que todas las quintas  de mi pueblo han desaparecido.
No quedan las que yo recuerdo como las mejores: la de Pocho Jeremías, de Altamirano, de Manuel Gómez y don Manolo González.
Era una delicia caminar por esas calles hondas que a sus costados exhalaban ese olor increíble a albahaca que nos llenaba nuestras almitas, llenas de avidez gozosa por los duraznos del Turco Alé, como conté cabal, la anécdota del hurto frustrado, una noche que  las sombras habían caído como un tropel de yeguas locas sobre el pueblo.
            Y esa carrera nos hizo olvidar que la noche era  magnífica y era un enero que los tiempos que siguieron no pudieron superar.








Una herida en mi paisaje*



Estoy escuchando, con un cierto dolor, las ramas del Ficus que caen. Esas hojas que alguno en no se qué reunión me preguntaba si lustro, las que se plateaban en la noche. Uno está solo con lo que pierde, pero puede compartirlo. Uno además no sabe casi nunca la verdad de la tristeza, lo cierto es que es una herida en mi paisaje. Una punta de mirada se va en ellas. Tendré más luz y pasto, aunque se perderá algo de selva indomable en un pedacito pequeño de ciudad. Recuerdo a  Marisa de Giorgo con sus jardines locos. El jardinero me lleva hacia la cordura, pero lo que está, insiste, vuelve a aparecer.



*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com







TRANSFORMACIONES*



Trabajaba con intensidad, concentrado como siempre en lo que hacía, pero sin placer. Estaba de mal humor. Sus ojos fijos en la pantalla luminosa, donde se mostraba un mapa coloreado por sectores, tenían un brillo tenso. Los dedos golpeaban las teclas con precisión, pero con demasiada fuerza. La boca se contraía mostrando el brillo de los dientes en una mueca irónica. Hacía todo con perfección natural, sin esfuerzo, pero hoy no se encontraba bien. Sentía una furia contenida hacia los directores del proyecto. Era la tercera modificación que le pedían, sin razones válidas para hacerlo. Se detuvo un momento y se dirigió a la pequeña cocina anexa al estudio. Se sirvió una copa de vino y tomó un sorbo todavía apoyado en la mesada,. Pensó que esto no era su estilo. Cuando bebía una copa de vino lo hacía en la atmósfera adecuada, la música sonando suavemente, la copa apoyada con cuidado en la mesa redonda al lado del sillón rojo. Pequeños rituales que llenaban sus espacios, siempre jugados en el ambiente perfecto. Se molestó consigo mismo y se dirigió de nuevo al estudio, pero no siguió trabajando. Se sentó despacio en el sillón con la copa en la mano, la mirada recorriendo sus libros ordenados con cuidado. Sonrió. Eran demasiados. Quizás tendría que dejarles la casa para ellos. Luego se fijó en el ordenador con el mapa desplegado dentro de él como una pintura primitiva. Se sintió agotado, pero con un deseo incontrolable de cambio, de movimiento, de reversión total. Pensó con una mueca en las veces que había soñado con mutaciones totales. Estoy harto, se dijo. Bebió el resto del vino y se adormeció en el sillón, las manos laxas apoyadas a los lados, la cabeza erguida contra el alto respaldo con los ojos cerrados. Mucho más tarde, los abrió, mirando fijamente, hacia la luz que lo atraía. Luego los entrecerró como ranuras, comenzó a mover su cuerpo con suavidad, despacioso y silente. Se movió hacia la luz del ordenador. Se apoyó en el suelo con sus brazos elásticos cubiertos de pelos dorados, las garras ocultas, el lomo estirándose con sus manchas negras, las patas apoyadas con firmeza. Reconoció el lugar lentamente, deteniéndose en la contemplación de cosas que lo llamaban., pero no lograba identificar. Se movió hacia la luz del ordenador con un impulso de ira. Trepó de un salto a la silla y aplastó el vidrio con furia. La luz se apagó. Todavía inquieto, siguió su recorrida. Lo detuvo la figura de madera de un muñeco articulado y un pájaro de lata que picoteaba el piso sin parar. Los husmeó y gruñó amenazador. Se sentó frente a  ellos preguntando con los ojos. Algo parecía surgir en su memoria, pero desapareció. Con un golpe rápido aplastó al pájaro. Moviéndose despacio se desplazó a lo largo de las bibliotecas atestadas. Algo allí era importante para él. Husmeó los libros con placer,  oliendo especialmente algunos estantes. Algo le molestaba como un dolor. Se revolvió nervioso, sentándose luego totalmente inmóvil con los ojos fijos en los libros. Pero fue inútil. Se levantó sintiéndose cansado y se dirigió hacia el otro ambiente. En el dormitorio el tatami lo esperaba y él lo aceptó como propio. Se sentó encima afirmando su posesión. Se sentía agotado. Se estiró con suavidad, colocó la pesada cabeza entre las patas y se durmió con la luna llena en el vidrio de la ventana.



*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy







De cabeza*



Estaba yo en alguna cosa
al querer tocar tus palabras
y un ascensor me llevó
al lugar donde nacieron

Pensé en tu nombre
y la pintura del techo
comenzó a desplazarse
alrededor de mis pies

Desde una corbata
a un sobre
al papel de un caramelo
te encuentro ahi
y te pongo coronitas
que me invento con los ojos.

Estaba yo en alguna cosa
entre relojes que se pisan
sobre el orden extranjero

Empecé a contar mis dedos
para buscar la hora
en que la luna
está brillando las persianas
de tus pesadillas


*De Marcela Lokdos lokdos1@yahoo.com.ar






Cuando el velero azul*


a Horacio C. Rossi.



Cuando el velero azul levó anclas
estabas con tus sandalias prestas a subir el crujiente maderamen
que hace de escalera. Y sé que no dudaste.
Ya falta poco, decías en tu largo poema de Cachi. Y así fue.
Tal vez  en tus remezones de la vida, lo azul se había presentado disfrazado
de palabra y tu único ademán fue escribirla.
Por ello el "ya falta poco".
Y te fuiste sin nada en los bolsillos o quizás, con migas de ensaimada
o con tu espalda cubierta de abrazos, de esos que los amigos extrañan,
o con poemas  aún volátiles   en tus manos.

Presente aún está
esa imagen de parar el auto /en la banquina/ para ver el atardecer
            a mitad camino de Rafaela
y fijar los matices en algunas fotos de principiantes.
O de verte caminar con lentitud los canteros de boulevard, rumbo a tu
trabajo
anotando lo que acontece en la calle
o regalando poemas a los que iban por trámites.
Supongo que se preguntarán ¿dónde está ese hombre que nos acariciaba el día?
Esa irreprochable manera de gozar los momentos
            alimento sutil para un poeta
para continuar, luego, con el aquí y ahora, saludando a las cosas y a los
hombres.

Y más presente está esa hidalguía de tender lazos entre la gente
sembrando la amistad, modo muy tuyo de habitar el mundo. Hoy
en este hoy con tu ausencia presente, en ronda de amigos, lo sabemos
si, lo sabemos sin nombrarte. Y agradecidos estamos.



*De Cacho Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
/2012









III*



yo: Escribo solo fines de semana
voz interna: de algo hay que vivir decía Egon Wolff.
Yo: No entiendo a quienes lo tienen todo y llegan solo hasta la línea del Ecuador.
Voz Interna: ¡ Tampoco el descariño me gusta!
yo: pero ha sido escuela y me hace identificar compatriotas.
Voz interna: existe un camino, mas ninguna meta.
yo : dijo Franz Kafka.






IV*



no hay mucho,
la angustia me tiene de espía otra vez,
aprendí el truco de vivir con poco
pero transmitirla alguna vez
de manera fecunda llena eres de gracia.
y la codicia no es pecado.
el lado de la vereda donde se pone el sol,
es la que descubres
 como próxima guarida sin el mínimo esfuerzo.
buena escuela la tuya,
la mía es el refugio intacto donde ningún rayo
atreve a asomarse.



*Poemas de Daniela Wallffiguer. danielawallffiguer@gmail.com






***


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BAUDRIX
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