sábado, junio 28, 2014

EDICIÓN JUNIO 2014


*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
 
 
Artume*
 
 
 
Intuir su presencia en una esquina,
percibir la cadencia de su paso,
caminar a su lado sin sorpresa,
reanudar conversaciones inconclusas
y despedirse luego en un semáforo
o junto al cauce virgen de un torrente
o en el andén de una estación sin nadie.
 
Escuchar, sin comprender, su vuelo leve,
acostumbrarse al blues de sus pisadas,
someterse al dictado de su verbo,
aclimatarse al frío de su risa.
 
Una noche vendrá; lo ha prometido.
No sé si a liberarme de este yugo
o a imponerme otro yugo diferente,
pero ¿acaso importan ya
                                                           las condiciones?
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De Por si mañana no amanece
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Osa menor*
 
 
 
El eje terrestre se detiene.
 
Es inédito. Olvidamos que la luz
 
es sombra carbonizada
 
y que la radiación la multiplicará
 
como los panes.
 
Más tarde o más temprano
 
los nombres de las constelaciones
 
repoblarán los espacios celestes,
 
donde el único método que nos define
 
consiste en habitar la ausencia
 
con la ausencia.
 
 
 
*De Marcelo Díaz. marceloddiaz@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
CUADRATURA DE LA VÍA LÁCTEA*
 
 
 
 
Aquí, en pensamiento vivo.
En interacciones de memoria.
No se de que arcano mundo vengo...
De que galaxia.
De cual reencarnación.
Cuadratura de la Vía láctea.
Un hombre me ha cubierto.
Me ha legado los ropajes de Safo.
Me ha colocado el traje de George Sand
Y fui hembra de llovizna temprana.
Y he gritado en la fosa de los muertos.
Me han tapado la boca con renacuajos muertos.
Con palabras de abismo.
Con voces de ventrílocuos locos
Han mutilado mi carpelo, mi semilla.
Han rapado mi larga e inacabable noche.
Poseidón cabalga en un caballo de agua.
Otro hombre me llega desde lejos.
Me ha vestido con perfume de lluvia.
De algas secretas en escondidas rocas.
Me ha llamado rosa, piedra, culebra.
Me ha sido impuesta su vara de Esculapio.
Me ha friccionado el cuerpo con hierbas milagrosas.
Ha quitado una a una las escamas de cristal de roca.
Me ha besado las terrenales cuencas.
Ha cortado de un tajo mis intangibles miedos.
Me desvistió por dentro.
Me ha dado lo negado.
No se, aun, de que galaxia vengo.
De cual reencarnación.
Pero aquí estoy, vestida con flores de algodón.
Del Arca de Noé queda un potro oscuro.
Y lo abrazo con mis lenguas de fuego.
Y soy acequia. Aljibe. Regadío.
Frenesí de la noria. Frenesí.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Una intemperie regada de estrellas*
 
 
 
 Caminábamos de la mano por la calle peatonal de su ciudad, hoy lejana para mi. Era invierno y de madrugada, íbamos como suspendidos en el aire. La noche estaba estrellada, por momentos parecía que el cielo se derrumbaba… las estrellas estaban ahí nomás, como al alcance de una mano extendida.
Estábamos solos en la calle o al menos sentíamos que éramos los únicos seres presentes en ese momento tan único y tan frágil a la vez. Una pareja que buscaba una casa y una cama para resguardarse de un frío polar.
 
Y ahí aparecieron las preguntas sin respuesta sencilla. ¿Que hacía allí lejos de mi pueblo con ella? ¿Que era aquello tan fuerte que nos unía? ¿Era el amor o la devastación de la vida antigua de cada cual?
 
 
Imagine otra intemperie regada de estrellas. Ellos corren a una caverna. Hay que encender el fuego, abrazarse, cubrirse con unas pieles. El mundo era ese ínfimo presente, la idea de la presencia del pasado en sus vidas no tenía sentido. El futuro por definición no existía. Solo aquel presente.
 
Después llegaron trabajosamente los descubrimientos. Los seres que viven su realidad en un escenario interno que llevan consigo, en una neurosis que los protege y limita a la vez. En su propia caverna con el rugido de sus ancestros-dinosaurios por si no alcanzara con los miedos reales de la jungla social.
 
En eso estaba, bien perdido en imágenes aparentemente lejanas, cuando llegamos a la casa.
 
Y antes o después del cariño físico, Raquel me trajo las pantuflas de su ex marido para que no se enfriaran mis pies camino al baño.
 
 
*De Urbano Powell.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Validar estrellas...*
 
 
 
Las flores nacen y marchitan. Se van
como un reguero de colores cielo arriba.
Las que olvidé mirar están perdidas.
Perdido mi tiempo en estación umbría.
Pero hoy aspiro el aire nuevo
y un manojo de aromas me regala
el código secreto que permite
llegar al umbral de lo perdones.
Si quiere regresar mi oscura lente, le diré:
– Ven mañana.
Si insiste en hacerme cómplice
de su vigilia estéril, puedo pedirle:
– No me toques.
Tú no sabes cuánto
deseo poblar el alba de esperanza.
Por eso es que no quiero demorarme,
he resuelto edificar sobre silencios
y salgo a proponerle a esta noche
mi perfume, mi beso innumerable,
debo germinar en sueños nuevos.
Validar estrellas que aún esperan
hacer constelaciones en mi cuerpo.
 
 
 
*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL ÁNGEL DE LA REPARACIÓN*
 
 
 
Otra vez pensé en el ángel de la reparación.
Quizá sea un mito, sólo un mito necesario. Pero dicen que cada tanto en la vida de cada cual alguien llega a reparar o intentar reparar.
No es el plomero ni el electricista.
El efecto es intangible en la inmediatez. Pero dice la gente humilde -que de creencias vive- que el ángel de la reparación existe y que el día menos pensado aparece tendiendo su mano…
 
 
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Esa niña*
 
 
 
la que mira
 
extrañada el barro
 
sobre el cuerpo marcando edades
 
La que se desola
 
se desierta, se arrodilla cansada de fingir,
 
se enmuda y no sabe y no entiende
 
porqué la penitencia, porque la vida a veces
 
viene sin ninguna señal.
 
Esa niña no es la que todos nombran en los manuales de autoayuda, esa
 
es la que no ha crecido por una anemia de corpúsculos de seda
 
la escondo, trato de sosegarla.
 
La otra que disfruta del juego es una mujer que aprendió de grande
 
Pasa que como los idiomas que no son la lengua madre, a veces  fallan
 
 
 
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA ÚLTIMA*
 
 
 
*De Carolina Bugnone. carolbugnone@gmail.com
 
 
 
Las lombrices se movían todo el tiempo, se enroscaban, buscaban oscuridad. Cuando uno abría el pedazo de tierra y las encontraba, no había forma de que volvieran a sus túneles. Y ahí estaban, enloquecidas, metiendo cabeza y cola entre las cabezas y las colas de sus compañeras, aturdidas por el exceso de luz y de aire.
Nos gustaba observar el proceso, la agitación de los bichos alargados, la humedad cuando las agarrábamos, el enchastre del barro, la revolución de la masa, pérdidas las lombrices en el desamparo.
Antes de que nos llamaran a comer, metíamos las manos en la tierra del patio grande, detrás de las plantas del fondo. Los bichos se nos mezclaban entre los dedos, mojados y pegajosos.
El Rulo era un sacado, gritaba cada vez que aparecía una y amagaba con chuparla, se la acercaba a los labios, estiraba la lengua con la boca abierta al tope y la lombriz se retorcía, un asco.
Pasábamos la siesta entre carcajadas hasta ese sábado en que llegó Lucila, la vecina nueva. Era muy flaca, tenía la risa nerviosa y usaba una remera verde agua enorme que le llegaba hasta las rodillas. Los ojos redondos y color miel, el pelo atado y la nariz chiquitita. No le agarrábamos la onda, de pronto se quedaba seria durante un rato y miraba un punto fijo, o peor, nos miraba a nosotros.
Cuando una mujer te mira fijo ya no sabés dónde estás parado. Aunque tengas diez años.
Para disimular la incomodidad, le hacíamos caras graciosas o decíamos pavadas. Martín se burlaba, le decía “palo con pelo” o “ardilla”, por cómo se reía. Un día Lucila  lloró, pero no dejó de ir los sábados a casa, a eso de las dos y media de la tarde, cuando los grandes se iban a dormir.
Un sábado Martín se fue al carajo. Cuando estábamos en el fondo, detrás de las plantas y buscando lombrices, con un palito le levantó la pollera delante nuestro. Le vimos la bombacha blanca con cositos rosados. Se nos congeló la sangre.
Lucila no dijo nada. Lo miró así como miraba ella, empezó a transpirar, se puso toda roja.
El Rulo y yo no dijimos ni hicimos nada, nos quedamos quietos, aguantándonos la risa y los nervios. Solamente se escuchaban las cotorras en el árbol de la casa de al lado. Parecía la escena de una película de suspenso o de una comedia, no sé.
Lucila se agachó, metió los dedos en la tierra a lo bestia y sacó un puñado de lombrices. Los bichos le latían en la palma de la mano, se movían rapidísimo, enredados, eran como veinte.
Así, colorada y transpirada, abrió la mandíbula en un agujero de odio y se metió el bollo completo de lombrices. Empezó a masticar y vimos, con los ojos muy abiertos y en silencio, cómo cortaba los bichos con los dientes.
Se  tragó todo. Le quedó un poco de tierra en la cara, a los costados de la boca.
Después, muda, lo miró a Martín. Sus ojos apuntaron hacia él pero no lo veía. Martín se asustó y se puso a llorar. El Rulo hizo una arcada. Yo salí corriendo con una explosión en el pecho y la sensación de los bichos en la lengua y la garganta.  Parado detrás de la puerta de la cocina, la espié por última vez.
 
 
*”La última” integra el libro de cuentos "Hasta las seis hay tiempo", editorial Milena Caserola y El 8vo loco.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En las vueltas del río nacía el trigo*
 
Dedicado a CT, en The Guardian
 
 
 
Hoy un viento
sin peso
se desploma:
detrás de los sinónimos
un hombre de mi infancia
calienta el fuego.
 
El periódico
del día da la nota: el barco
se recupera:
aunque siga ardiendo
en sus ansias
renace del imperio este otro día.
 
¿Qué viste en la chica
pudorosa y lámpida,
que aunque reñida con el olor de la guayaba,
era dulce? Qué vería ella en ti,
su Pedro Infante,
de bigote porfiado recortado a lo hilo,
de mechón en la frente, hacia la izquierda
recostado, no a la gomina.
Ella hallaría plenitud de ser
en tus palabras, nuevas telepatías
tu en las suyas; circunscriptos,
juntos leímos utopías y guerrillas.
Bajo un mismo sol
hallé el puente
adonde hoy crece el trigo del ayer
que se hizo soja:¡ vaya comida!
Por eso, cambiaría
mi vida por la tuya.
 
En las vueltas del río
no nace más el trigo
eso es lo cierto.
Pero los girasoles,
que crecen en mi jardín.
madrugan. A veces
los girasoles giran
durante el día
los pájaros
siempre conversan
y saludan sonrientes,
como la suerte.
 
Revivo el valle:
ya no moja esta lluvia:
pétalo por pétalo, cuando el cucú marca las horas
se siente tu calor, pelo por pelo
y sólo está el sol
que nos deshoja.
 
 
*De Marta Zabaleta. mzabaletagood@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
No todo lo sólido es lo que mis manos pueden tocar.
A veces me descubro palpando el aire que deja la llegada del sol
y lo tomo,
pequeñito lo tomo,
en la palma de mi mano.
Y soplo
hasta verlo llegar
convertido en agua.
Estalla el aire en agua.
Arde agua en mi cuerpo,
en pájaros arde
puro aire estalla.
Y me hago tornado,
dentro y fuera.
Fuera y dentro.
Tornado de agua dulce
para ir a regar los jazmines
de la vereda de tu casa.
Y vuelvo.
Regresando vuelvo.
Toco el aire que deja el sol al salir,
con la palma de mi mano soplo,
en agua puedo verte florecer.
No todo lo sólido se desvanece en el aire,
pienso.
 
 
*De Paz Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Hemisferios de soledad*
 
 
 
“Una pequeña mueca
alzándose soberana en tu rostro
(mi patria / mi exilio)
y estas palabras habrán cumplido su función”
(Anónimo)
 
 
 
Querida -por mí-,
son las siete y media pasaditas. Aunque parezca estúpido, es propio del ser humano encerrar sus acciones en alguna especie de simbolismo, un contorno que le otorgue un poco de sentido a la sustancia. Y aquí me ves. No soy la excepción a la regla (Aunque algunas veces quisiera serlo). Desafortunadamente, sigo siendo el mismo. Aquel que prometió amarte desde la percudida ventanilla del tren. Aquel impuntual hombre vestido de melancolía. Aquel que hoy abraza el pasado /porque te incluye/, aquel que pernocta en endecasílabos /porque te nombran/, aquel que escucha la lluvia llover /porque escucha tu voz en ella/, aquel que te busca en el gris añejo de lánguidas paredes /porque no te encuentra/. Pero siempre, aquel hombre que asume el verso para alcanzarte.
Muchas veces no alcanzan los versos para acercarte a mis orillas: de tanto pensarte mar/ de tanto sentirte cielo/ temo que el horizonte se confunda en tu cuerpo/ temo que eso ocurra/ quiero que ocurra. Llevo un poco de tu sino en mi rostro, mi rostro no es sólo la tristeza que inauguro cuando te vas del campo de mis ojos, mi rostro no es simplemente tristeza de lo que no fue; es, además, porvenir, estrellas fugaces iluminando la liturgia del alba, letras heterodoxas que juegan a ser números que juegan a ser letras que juegan a ser tretas que juegan. Mi rostro no es sólo tristeza, pero la tristeza encuentra un hábitat propicio en él, principalmente si no estás. Si no estás, siento que yo no estoy. Tampoco.
Pero si estás, pequeño caramba del destino, te dejo olvidada en el metro o en la plaza. Como si fueras una maleta. Como si fueras. No puedo tenerte porque el miedo a perderte es casi tan grande como el miedo a encontrarte. Y ese laberinto me define. “Cuidado. No lo olvide en un laberinto”, debería estar escrito en mi  rostro. O en mi piel. Piel que alguna vez fue nuestra. En los tiempos en que aún existía el nosotros. Nuestro nosotros. Hoy es historia o, lo que es peor, prehistoria. Nadie más que nosotros podrá recordar todo lo que nos perdimos por miedo a la rutina, al café de oficina y a unas cuantas lunas borrándose con el vino. Antes me consolaba pensar en la sabiduría del tiempo, en la necesidad de las espinas del tiempo, en las esquinas rotas de un tiempo pasado, en el dolor como requisito indispensable para alcanzar la trascendencia. Hoy me pregunto: ¿puede haber trascendencia que no involucre tus ojos? Si sólo fuera cuestión de pensarte y kabum aparecieras, no habría problema y gracias poesía. Pero no. Lamentablemente no. Entre pensarte y tenerte hay un abismo insalvable. Y hoy preferiría estar al borde de ese abismo, pero al lado tuyo. Decirte despacito al oído: adiós tiempo, bienvenido espacio nuestro. Pero no puedo. Hoy el tiempo sigue alardeando su victoria incuestionable, y el espacio está en suspenso, en vilo y no en vivo.
Ya son casi las nueve y sigo escribiendo. Aún no te pude convocar. Ese es otro problema. No sé convocar tu presencia. Tendré que conformarme con rememorar tus ojos, leve simetría horizontal que asemeja caos y orden. Seguir por tu rostro, hormiguero de besos a contramano. Y terminar en tus manos. Abrir este pecho índigo, atiborrado de rosas pulverizadas, y dejarlo en tus manos. Proteger tus manos del frío. Pero no. Lamentablemente no. No me alcanza con pensarte. Desafortunadamente, sigo siendo el mismo. Aquel que prometió amarte hasta el fin de los tiempos. Aquel impuntual hombre vestido de melancolía. Aquel que hoy abraza el pasado /porque te incluye/, aquel que pernocta en endecasílabos /porque te nombran/, aquel que escucha la lluvia llover /porque escucha tu voz en ella/, aquel que te busca en el gris añejo de lánguidas paredes /porque no te encuentra/. Pero siempre, aquel hombre que asume el verso para alcanzarte. Aquel. Éste.
 
 
*De Leonardo Pez. leonardopez@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
desde la soledad
 
hasta tu orilla
 
un mínimo reflejo
 
hace una carta
 
 
 
beso
 
escrito en letra impar
 
 
 
*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com
(Poema de Alejandra versión Coiro)
 
 
 
 
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