* Tapa de Festín
Efímero de Cristina Villanueva.
(Instituto
Lucchelli Bonadeo, Buenos Aires, 2014, 96 páginas)
*
Como advierte
el excelente prólogo de Héctor Freire, en este poemario “…los placeres del
lenguaje y los sabores de recetas a inventar, entran en contacto.” Debe
señalarse que estas recetas son muy ocurrentes.
El libro se
compone en su mayor parte de pequeños poemas en prosa. En uno de ellos
(“Placeres textuales”) la autora manifiesta: “Pequeños textos, una forma de
festejar la vida, cuando aceptamos con dolor que es, en el mejor de los casos,
una fiesta efímera.” Se trata imágenes íntimas combinadas con citas
relacionadas con el sabor de las comidas.
La boca y los
labios son los receptáculos del deseo y de la expresión amorosa (“El alimento,
la palabra, el beso, donando a la boca su sentido.”) Pero en la profundidad de
estos poemas anida una vehemente y bella celebración de la palabra, que “se
mece en el espacio donde alguna boca la rescata”. Cristina Villanueva invita al
lector a enamorarse de la literatura (“Es sólo un beso en la nuca de la
página”), a gozar intensamente la vida y la belleza natural.
En esa línea,
hallar la sabiduría sería algo simple: consistiría en entregar el cuerpo al ser
amado y así indagar el sentido del cosmos y poder disfrutar en la Tierra tanto
del Paraíso Perdido como de la idealizada Arcadia.
Las imágenes y
símiles de los poemas desbordan una sensualidad pletórica y remiten con
frecuencia a los encantos de Oriente. Asimismo, la lluvia adquiere
protagonismo, como si fuera un ser que de vez en cuando es capaz de compartir
sus encantos y sueños con los humanos.
Curiosamente la
conjunción de comida y literatura promueve la evocación y la nostalgia: “El
queso con ciruelas y pasas (…) es un consuelo a lo perdido que alza tantos
recuerdos, aún la memoria de lo que nunca fue.” Se define la tarta de queso
centroeuropea como un receptáculo de la literatura y el lenguaje, se compara el
sabor del café a “una forma de tomar la noche por asalto” y parece que la
tortilla a la española da paso a secretos y tristezas.
Festín efímero
desborda un optimismo vital a ultranza y propone que el lector haga de su
título un objetivo cotidiano.
*Germán
Cáceres.
-Cristina
Villanueva es, además, cuentista y narradora oral; con anterioridad
publicó Cuentos para convidar (2002), Lengua Suelta (2007)
y Relaciones Textuales (2009).
UNA CADENA EFÍMERA DE MANOS Y PALABRAS…
Poesía
Y hasta el
poema es una flor hecha de hambre,
pero es además
la única y efectiva sospecha
de que aunque
el hambre no deja nunca de ser hambre
es a veces
hambre que alimenta.
Roberto Juarroz
*
El deseo de la
palabra,
tiembla,
se desnuda
hasta abrirse
en el cuerpo
como una
red de ecos.
Boca a Boca
El deseo
busca refugio en los laberintos del placer. El hambre que alimenta el
deseo es una apuesta. Asociaciones, variaciones, vaivenes, el dios de la
vida creando combinaciones.
Luces para
arrinconar lo gris, lo que se estanca.
El placer de la
palabra
La palabra
disfruta en el borde de los labios, se deshace en la boca, extraña, extrañada
como esa breva de la infancia a la que nunca vi, en el árbol
al que nunca subí, ni tuve en mi recuerdo. La
historia la acercaba mi madre. Cuando la contenía en la mano y la
memoria, un jugo salía de los hilos rojos del centro de la fruta que
cubría de un color mojado la garganta túnel donde se unen,
sabores y sonidos.
A pedir de boca
Los labios,
coágulos de color, tarde roja, coronita de fuego por la que entran, salen,
o se quedan en la memoria del cuerpo, los besos, los bocados, las
palabras.
Quiero ser tu
bocado
Algo se abre
antes que la boca, como si dijera "quiero ser tu bocado". No lo dice
ella ni él; sí una tercera persona imprecisa. Pintura que finge sangre, un algo
como el alma en colores, rubor. Nadar, se empuja contra la nada, se crea.
Ella se pinta,
aviva la mucosa. Saca del lápiz casi acabado, con la uña, ese resto suave, ese
brillo, ese pasto rosa fuerte. Lo mira en el dedo, lo desliza, imagina su boca
sin espejo. Ella es el lienzo, su propio pintor.
Él busca,
desarma la trama, saborea, se mete en el señuelo del color, la desnuda del
artificio, la boca sin palabras, ofrecida, indefensa.
-De su libro Festín
Efímero.
ESLABÓN DE LUJO*
un niño ayuda a
su padre a tender la ropa
juntos hacen
una cadena efímera de manos y palabras
el niño
pregunta y el padre cuelga las dudas
las aprisiona
con los broches para que no se vuelen
para que sea
más fácil luego plancharlas
pero el niño se
queda solo en el patio eleva la cara
contra el sol
así las gotas de las respuestas
golpean una a
una en su cabeza esa piedra llena de poros
olvido y
caricias húmedas de cien por ciento algodón
como si una
fina lluvia en mangas de camisa
viniera a
revelarle un deseo que ya conocía
y la piedra
bajo un efecto de erosión inusitada
se abre para
siempre
NÁUFRAGA*
Un sonido. Un
sonido lejano que se acerca. Lejano, intermitente y áspero, se aproxima veloz.
No tiene identidad, ni dimensión, ni procedencia. Es un graznido. Y con la
revelación, el gusto dulce del agua, que no quita la sed, pero ahoga. Volvió a
quedarse dormida. Abre los ojos junto a la convulsión de los brazos, que
abandonan el vuelo calmo sobre la superficie del agua, y se sumergen en un movimiento
involuntario, como buscando asirse a cualquier cosa. Los ojos tan abiertos como
permite la anatomía le muestran el pájaro, que sigue graznando como si quisiera
mantenerla despierta. Ya no cuenta de a sesenta para tener noción del tiempo
que lleva en el agua. Los retazos del bote se han alejado tanto que el verde le
asalta todos los horizontes. También ha dejado de gritar. Ahora sólo llora con
espasmos, de a ratos, cuando tiene accesos de conciencia, cuando sabe con
certeza que va a morir. Entre llanto y llanto, la quietud es violenta. La nada
es irrefutable.
El chaleco la
sume en una posición errática; tiene los brazos suspendidos hasta los codos, la
cabeza deprimida entre los hombros. El resto del cuerpo, ofrendado a esas
fauces que parecen de alquitrán, poco a poco se adormece en el frío, se hace
imperceptible y liviano y ajeno.
A la orilla,
quizás, llegue un hombre a nado rogando ayuda con un hilo de voz. Pero aquí,
ella permanece presa de los círculos que se propagan en el rostro del agua, de
la oración desesperada. Por momentos, cree sentir los dedos de los pies, cree
moverlos, se concentra en ellos con la voluntad frágil, hasta que un pez se
roba todos los sonidos, todos los hechos posibles en ese aturdimiento líquido.
Salta desde la espesura con una simpleza indignante, con una libertad que la
devuelve a un llanto de niño, con mocos y todo.
Siente el frío
devorársela desde abajo. Quizás hay un instante en que cree sentir las
rodillas. Parecen dientes. Una cosquilla estúpida, como eléctrica. Después otra
vez, nada. Allí, sola, agua, nada.
En la orilla,
quizás, el hombre consiga un bote, desande el río en su auxilio. Pero aquí,
ella se aliviana con el correr del tiempo. Ya olvidó sus piernas, la vigilia es
una lucha. El pájaro que la mantenía despierta ha volado, dejando un ruido de
plumas. Desde su silencio la llora como un abandono más. Otro, además del de su
cuerpo. Ahora las cosquillas le arañan los glúteos, como hormigas laboriosas, o
peor, como una picana húmeda; le provocan un temblor odioso, que le hace
apretar los dientes.
El sol se cae
de un tumbo, y quizás, el hombre venga en camino cortando el río sin pausa.
Pero acá, ella siente trece agujas en las manos. Siente una palidez que le baja
desde el cielo. Con un esfuerzo, con un suspiro, mueve los dedos para espantar
los peces. Encoje los brazos para tomarse el vientre que ha desaparecido. Si
estuviera fuera del agua, su cuerpo no sería más que un cúmulo de viento. Aquí,
es agua y peces, y un sueño que le gana, y un gusto a sangre que sube desde los
dientes y las aletas. Aquí, llora por última vez tocándose el estómago, que es
patinoso y de escamas, y le tiembla bajo las palmas, y nada en todas las
direcciones, y come.
Aquí, llora por
última vez escuchando el motor de un bote en el que, quizás, venga un hombre a
rescatarla. Llora haciéndose peces y agua, y rendida al sueño. Y el motor se
detiene a su lado y una mano la toma de los cabellos, y levanta una cabeza,
unos brazos muertos, un chaleco, y un montón de peces vivísimos, desesperados, que
sólo sueltan la carne cuando empiezan a ahogarse fuera del agua.
*De Pamela
S. Terlizzi Prina. pameprina@hotmail.com
-De “Doce
Dientes”, Editorial Textos Intrusos, 2013
RECUÉRDAME COMO
ERA*
Recuérdame como
era antes, amor.
Antes del barro
compartido.
Como era, lo
que ya no soy.
Como era lo que
sigo siendo.
La que acercaba
su voz de hierba a tu silencio.
Pigmalión no ha
encontrado a Galatea.
La estatuilla,
yace fragmentada. Ya no está.
Tampoco está el
hombre de los ojos tristes.
El amor ha
pasado como pasa la infancia.
El viento, los
naufragios, el temblor de los astros.
Ha callado el
crepitar sonoro del brocal de greda.
Me han llamado,
otras voces, otros viajes.
Me he entregado
y he sido prisionera.
Errante,
amante, prisionera.
He elegido, la
voz que no me llama.
Se me ha dado
lo que se me ha quitado.
Más, lo que se
me ha quitado es lo que se me ha dado.
Tierra se me ha
quitado. Tierra se me ha dado.
Y aquí me
tienes, de vuelta, amor.
Fatigado
corazón de tierra, aún palpitante.
SIETE NOTAS DE
INVIERNO*
Poemas
Hasta tu cama
entran,
tensos, de
esquina,
por tu piel,
y por allí
te andan,
quiebran
tus cerrojos;
los hechos,
las manos, las
voces.
*
Como a cada
beso lo borra
el viento que
sopla y sopla,
ella pocea y
pocea la arena,
pareciera, con
más fuerza;
es el viento
húmedo, poceado,
que escribe,
escribe, escribe.
*
Dejá que entre
la luz,
dejala que
entre,
que se acomode,
que abra su
valija;
no vayás a
echarla;
dale de comer;
dejá que ande
por la casa.
*
Amor marcado
de estos años.
A pesar de todo
vuela, vuelve.
Tibio es él;
a prueba es él.
Memorioso,
dúctil
y carnívoro.
El da la hora
de esta hora.
*
Pasás ladeada,
vida;
depende el
barrio.
O acariciando
con un ala,
o dando fuerte
con el pico.
No pasás
derecha, vida;
vos planeás,
planeás.
*
Hermosura que
te busco;
electricidad
que es hermosura;
hermosura de
una mano
en otra mano;
de un cuerpo
en otro cuerpo;
de una letra
que con otras
es palabra;
palabra que te
busca, me busca.
La oscuridad no
es cosa nuestra.
*
Por la calle
fría
un hombre va
metido en sí
hasta la médula
como
representando
poemas de
Vallejo,
cruza la
avenida, tose
y se pierde
entre la gente.
La única luz de
la sala*
El rugido del
viento hacía pensar que algún demonio errante intentaba ingresar en la
habitación descascarada, donde solos, una mujer y un gato color óxido,
compartían las horas de cada día y cada noche.
El lugar
parecía encubrir un extraño misterio, de hecho y con suerte aunque no se supo
cómo, desde adentro de una alacena con puertas de madera despintada que colgaba
de una bisagra apenas sostenida de la punta por un clavo sobreviviente de una
época que demostraba haber sido esplendorosa, aparecía algo capaz de saciar
otro rugido: el de las tripas al chocar entre sí en el centro de las panzas del
dúo devenido en espectro luego del derrumbe de la economía familiar.
Algún grupo de
ángeles gastronómicos de una orden de caridad benéfica, oportunamente camuflada
como para permanecer en la trinchera clandestina de la madera reseca, ponía al
alcance de la mano de la mujer: paquetes de caldos vencidos, fideos exiliados
de algún envoltorio tomado por gorgojos, o unos terrones de harina endurecida,
salpicada de hongos, donde finas telarañas parecían custodiar lo que hasta
tiempo atrás fuera el polvo delicado del almidón. Las tiritas frágiles, hamacas
de los parásitos, parecían haber formado un alambrado de seguridad.
La mujer de
historia venida a menos se sentía condenada a padecer el castigo de Tántalo*.
Ella y su gato, mimetizados uno en el otro, presenciaban desde la penumbra el
derrumbe de un pasado que alguna vez auguraba eternidad, gloria, triunfo.
“Vanitas
vanitatum, et omnia vanitas: ‘vanidad de vanidades y todo vanidad’, solía ser
la consigna finamente trabajada por la mujer frente a pilas de billetes
acumulados a costa de lo que fuere, durante sus años de vida útil.
El viento
potenció su rugido, aquello parecido a un demonio avanzaba hacia la imagen en
estado de descomposición acelerado. El gato arqueó el lomo, afiló sus uñas y
lanzando un maullido que apagó la única luz de la sala, se precipitó hacia la
calle perdiéndose en el buche oscuro de la noche impresionante.
La mujer,
haciendo uso de una varilla rescatada del piso escribió sobre la superficie de
una mesa antigua cubierta de polvo: «Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves,
velut umbra». Él se escapa como las nubes, como las naves, como las sombras.
La frase obtuvo
la fuerza de un rito de despedida, quedando la mujer tendida de panza sobre el
piso opaco de la casona añosa.
Afuera calmó el
viento mientras el demonio se alejaba silbando.
***
* Por despertar
la ira de los dioses, el griego Tántalo fue castigado a vivir rodeado de
árboles frutales y de un río de aguas cristalinas; sin embargo, cuando se
acercaba para comer de los árboles o a beber del río, éstos se alejaban de él,
obligándolo a padecer hambre y sed para toda la eternidad. Comparativamente se
aplica para mencionar a esos que a pesar de tener todo al alcance de su mano no
pueden acceder a eso.
*
una palabra
leve
que se atesore
en los pies
un ensueño al
mediodía
un solo acorde
que viaje
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
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