*Obra de
Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1367%3Awalkala&catid=94%3Apintura&Itemid=160
Acerca de la
poesía argentina / Un apunte personal*
Creo que desde siempre tuve una relación muy singular con la poesía argentina, y que en no pocos momentos me fue maravillando o me dejó pensando. Recuerdo, y cada tanto releo, aquellos poemas de Enrique Molina que se suceden en su reverberante antología Hotel pájaro, editada en 1967. También, en aquellos distantes años así como en éstos del nuevo siglo, no deja de atraerme la poesía de Alejandra Pizarnik en sus distintos libros, sobre todo aquella que se abre en Los trabajos y las noches, editado en 1965. Por otra parte, Raúl Gustavo Aguirre, con sus Señales de vida, de 1962, y Edgar Bayley, con su “es infinita esta riqueza abandonada” siempre me tuvieron en sus cercanías, o como lectores que siempre hallan un brillo más, o una certeza más en sus poéticas. Todo ello además de algunos poemas de José Portogalo, de Juanele Ortiz, de Raúl González Tuñón, de Romilio Ribero, de Miguel Ángel Bustos y del siempre vital Oliverio de Persuasión de los días, libro que desde siempre entendí como una crítica inspirada hacia los tiempos de la impiadosa Década Infame nacional.
Claro que hay más ejemplos que a menudo me revolotean, y que me puedo olvidar de alguno, o de algunos, de aquellos o de estos tiempos, no así de las letras de algunos tangos de Homero Manzi, de Discepolo, y de Celedonio Flores. Creadores cada uno, en fin, de una poética tan genuina y entrañable como sustentada. Y de estas cercanas décadas, asimismo, se fue imponiendo en mí, a veces siento que más allá de mi voluntad e inclusive de mi gusto, ese extenso poema del poemario Alambres, de 1987, titulado “Hay cadáveres”, del ya desaparecido Perlongher, nativo como Pizarnik de la barriada populosa de Avellaneda, y la intensa Crónica gringa, con varias relecturas, del poeta del sur de Santa Fe, Jorge Isaías. Pero también siempre busqué o necesité de otras poéticas. Otras ventanas, inclusive para poder adentrarme mejor en los versos nacionales. Algo así como quien también necesita cada tanto ir hacia el puerto en búsqueda de otros aires, otros espacios y otras gentes. O dicho de otro modo: para estar aquí siempre necesité de una ventana abierta...
Por otra parte –y siempre lo consideré como un tema algo extraño–, la poesía de los poetas de las provincias nunca tuvo una libre o abierta circulación en los ámbitos poéticos y culturales de Buenos Aires, bien porque se corresponde con ediciones de pequeñas editoriales o bien porque la administración cultural porteña sesgada a sus cánones (una mezcla de gustos citadinos a la moda y una mezquindad corta de vista) solamente se desplaza entre sus salsas y sus esquinas. No obstante, sabido es que la poesía del país acontece y se produce en el país, no sólo en la gran ciudad canónica. Así, distintos tramos de la poética del bardo santafesino Juan Manuel Inchauspe, a los que siempre volví, significan momentos enriquecedores de la poesía argentina de estas décadas, también los poemarios de la poeta de Jesús María, Susana Cabuchi, titulados Patio solo (1986) y Álbum familiar (2000), ambos con edición en la ciudad de Córdoba, por dar sólo dos ejemplos, además de las poéticas insoslayables gestadas estas décadas en la ciudad de La Plata, con algunos libros reveladores en su haber.
Traspasar fronteras, por otra parte, siempre me dije, es un fundamento esencial de toda poética, poética a la que nada en el mundo, con sus caminos y puertos, le es ajeno. Nunca pude así saber hasta qué punto Fayad Jamís, Sonny Rupaire y Wayne Brown, no son de mi nacionalidad y de mi vecindad, porque más bien siento que ellos tuvieron deseos cercanos y preocupaciones similares, y latidos, a los que yo tengo y tuve. Caminos y vientos del mundo, pesares y sueños del mundo, todos distintos, como cada poema, como el dibujo de cada mano, y como cada mirada. Así, Buenos Aires, tan única, es una inolvidable ciudad del mundo, con sus cielos y sus pozos, que también ha venido dando maravillosos poetas, por lo menos desde Oliverio o desde González Tuñón hasta Perlongher, y aun algo más acá, creadores siempre de avenidas y de aires. Para que todo sea. (Aunque con las provincias prácticamente en estado de ausencia.) Neruda una vez dijo: “Un poeta debe ser un profesor de esperanza”. Y un poco de eso también se trata, sobre todo en los días que pareciera no prometen demasiado.
Creo que desde siempre tuve una relación muy singular con la poesía argentina, y que en no pocos momentos me fue maravillando o me dejó pensando. Recuerdo, y cada tanto releo, aquellos poemas de Enrique Molina que se suceden en su reverberante antología Hotel pájaro, editada en 1967. También, en aquellos distantes años así como en éstos del nuevo siglo, no deja de atraerme la poesía de Alejandra Pizarnik en sus distintos libros, sobre todo aquella que se abre en Los trabajos y las noches, editado en 1965. Por otra parte, Raúl Gustavo Aguirre, con sus Señales de vida, de 1962, y Edgar Bayley, con su “es infinita esta riqueza abandonada” siempre me tuvieron en sus cercanías, o como lectores que siempre hallan un brillo más, o una certeza más en sus poéticas. Todo ello además de algunos poemas de José Portogalo, de Juanele Ortiz, de Raúl González Tuñón, de Romilio Ribero, de Miguel Ángel Bustos y del siempre vital Oliverio de Persuasión de los días, libro que desde siempre entendí como una crítica inspirada hacia los tiempos de la impiadosa Década Infame nacional.
Claro que hay más ejemplos que a menudo me revolotean, y que me puedo olvidar de alguno, o de algunos, de aquellos o de estos tiempos, no así de las letras de algunos tangos de Homero Manzi, de Discepolo, y de Celedonio Flores. Creadores cada uno, en fin, de una poética tan genuina y entrañable como sustentada. Y de estas cercanas décadas, asimismo, se fue imponiendo en mí, a veces siento que más allá de mi voluntad e inclusive de mi gusto, ese extenso poema del poemario Alambres, de 1987, titulado “Hay cadáveres”, del ya desaparecido Perlongher, nativo como Pizarnik de la barriada populosa de Avellaneda, y la intensa Crónica gringa, con varias relecturas, del poeta del sur de Santa Fe, Jorge Isaías. Pero también siempre busqué o necesité de otras poéticas. Otras ventanas, inclusive para poder adentrarme mejor en los versos nacionales. Algo así como quien también necesita cada tanto ir hacia el puerto en búsqueda de otros aires, otros espacios y otras gentes. O dicho de otro modo: para estar aquí siempre necesité de una ventana abierta...
Por otra parte –y siempre lo consideré como un tema algo extraño–, la poesía de los poetas de las provincias nunca tuvo una libre o abierta circulación en los ámbitos poéticos y culturales de Buenos Aires, bien porque se corresponde con ediciones de pequeñas editoriales o bien porque la administración cultural porteña sesgada a sus cánones (una mezcla de gustos citadinos a la moda y una mezquindad corta de vista) solamente se desplaza entre sus salsas y sus esquinas. No obstante, sabido es que la poesía del país acontece y se produce en el país, no sólo en la gran ciudad canónica. Así, distintos tramos de la poética del bardo santafesino Juan Manuel Inchauspe, a los que siempre volví, significan momentos enriquecedores de la poesía argentina de estas décadas, también los poemarios de la poeta de Jesús María, Susana Cabuchi, titulados Patio solo (1986) y Álbum familiar (2000), ambos con edición en la ciudad de Córdoba, por dar sólo dos ejemplos, además de las poéticas insoslayables gestadas estas décadas en la ciudad de La Plata, con algunos libros reveladores en su haber.
Traspasar fronteras, por otra parte, siempre me dije, es un fundamento esencial de toda poética, poética a la que nada en el mundo, con sus caminos y puertos, le es ajeno. Nunca pude así saber hasta qué punto Fayad Jamís, Sonny Rupaire y Wayne Brown, no son de mi nacionalidad y de mi vecindad, porque más bien siento que ellos tuvieron deseos cercanos y preocupaciones similares, y latidos, a los que yo tengo y tuve. Caminos y vientos del mundo, pesares y sueños del mundo, todos distintos, como cada poema, como el dibujo de cada mano, y como cada mirada. Así, Buenos Aires, tan única, es una inolvidable ciudad del mundo, con sus cielos y sus pozos, que también ha venido dando maravillosos poetas, por lo menos desde Oliverio o desde González Tuñón hasta Perlongher, y aun algo más acá, creadores siempre de avenidas y de aires. Para que todo sea. (Aunque con las provincias prácticamente en estado de ausencia.) Neruda una vez dijo: “Un poeta debe ser un profesor de esperanza”. Y un poco de eso también se trata, sobre todo en los días que pareciera no prometen demasiado.
*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Buenos Aires, septiembre de 2014
7 poemas para acompañar el viaje…
Para
que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim.
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Québec,
torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de
la noche
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir, amar a todas las mujeres
bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en
la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas. Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
-De La calle del agujero en la media (1930).
Para que amemos Carcassonne y Chartres, Chicago y Québec,
torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de
la noche
encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir, amar a todas las mujeres
bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y con desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en
la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas. Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
-De La calle del agujero en la media (1930).
*
Raúl Gustavo Aguirre
PARA VIVIR
Para
vivir,
yo busqué un sitio oscuro.
Para vivir.
Para vivir,
practiqué el mimetismo.
Para vivir.
Me compuse mil caras,
mil caras inocentes,
mil caras complacientes.
Para vivir.
Mil caras diferentes,
mi amor, mi buen amor,
mi amor que sólo tienes
la cara del amor.
Yo cavaba la tierra,
callaba, me escondía,
borré todas mis huellas,
me deshice de todo,
mi amor, para vivir.
Para vivir,
yo busqué un sitio puro.
Para vivir.
Para vivir,
sólo había este abismo,
mi amor, para vivir.
-De Señales de vida (1962)
yo busqué un sitio oscuro.
Para vivir.
Para vivir,
practiqué el mimetismo.
Para vivir.
Me compuse mil caras,
mil caras inocentes,
mil caras complacientes.
Para vivir.
Mil caras diferentes,
mi amor, mi buen amor,
mi amor que sólo tienes
la cara del amor.
Yo cavaba la tierra,
callaba, me escondía,
borré todas mis huellas,
me deshice de todo,
mi amor, para vivir.
Para vivir,
yo busqué un sitio puro.
Para vivir.
Para vivir,
sólo había este abismo,
mi amor, para vivir.
-De Señales de vida (1962)
*
Miguel Ángel Bustos
EPÍSTOLA DE SAN PABLO A LOS MAYAS, INCAS Y AZTECAS
Tendréis que esperar. Errar en
sombras. Renacer en toscos cielos
de jaspe y herrumbre. Pero en el
decimoquinto siglo de nuestra era
caeremos sobre vosotros.
Vuestros templos de oro
atravesarán el mar. Todo vigor será
castrado. Cada amanecer será
pecado mortal. Diezmaremos vuestro
pueblo. Los que se salven serán
bautizados.
-De Visión de los hijos del mal (1967)
*
Alejandra Pizarnik
FRAGMENTOS PARA DOMINAR EL SILENCIO
I
Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias,
desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho
a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña
densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte?
He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los
ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí
con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró
llamas y ardimos.
desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho
a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña
densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte?
He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los
ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí
con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró
llamas y ardimos.
II
Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado
y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus
máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los
enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu
dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.
y las palabras no guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus
máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los
enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu
dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.
III
La muerte ha restituido al silencio su prestigio
hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo.
Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene
destino.
-De Extracción de la piedra de la locura (1968)
hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo.
Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene
destino.
-De Extracción de la piedra de la locura (1968)
*
Jorge Isaías
ANTIGUAS PERFECCIONES
ANTIGUAS PERFECCIONES
Para Oscar y Raúl Blanco,
Pepe Donati y Raúl Rodini
Hasta hace poco éramos perfectos.
Una risa de mujer caía sobre nosotros
casi como el trinar
de una olvidada golondrina.
Éramos azules,
imperiosos, diría, infatigables.
Alguien que no conocimos mueve los hilos y todo se complica.
Nos quedamos solos.
¡Mueren tan jóvenes los amigos! O se van.
O de la noche a la mañana se transforman en tristes
enemigos, que sin embargo podemos saludar, repetir con un gesto
cansado ese ritual ya sin sentido.
Para ese entonces
una mujer es una fruta muerta sobre el pecho.
En el mejor de los casos, los hijos vienen. Se multiplican
las deudas. Y ¿quién se acuerda que soy pobre?
–decía Maidana allá en mi pueblo–.
Hasta hace poco éramos jóvenes. Imbatibles y perfectos.
Una mañana de verano nos ponía tan alegres que era un gusto ver.
Pero todo se complica
mis hermanos, y ustedes saben
¡qué tristes son los días por venir!
1976, Otoño
-De Crónica gringa (1976 y 1983)
*
Susana Cabuchi
AUSENCIA
Amigo,
el de los silencios en las noches,
el de palabras
como pájaros,
el más amado:
te recordaré
aún largo tiempo.
Después,
se sabe
cómo son estas cosas.
-De Patio solo (1986)
el de los silencios en las noches,
el de palabras
como pájaros,
el más amado:
te recordaré
aún largo tiempo.
Después,
se sabe
cómo son estas cosas.
-De Patio solo (1986)
AIRES
Ha llegado el olvido.
Lo recibo en silencio,
agradecida.
Pero me curvo
como una hoja seca,
porque el vacío
pesa.
-De Álbum familiar (2000)
Lo recibo en silencio,
agradecida.
Pero me curvo
como una hoja seca,
porque el vacío
pesa.
-De Álbum familiar (2000)
***
http://inventren.blogspot.com/
De paso*
(De la estación
Ingeniero de Madrid)
Lo pensó así en
el momento exacto en que se apeaba del tren: "nadie hablará de nosotros
cuando hayamos muerto". Intuía o recordaba que era el título de una
canción, una película, un libro... Algo que le venía de remotas regiones de su
mente, palabras difuminadas por la resaca del tiempo que ahora, sin motivo aparente,
habían salido a la superficie para volver a sumergirse en el olvido minutos u
horas más tarde. El hombre ya no era joven. Tenía esa edad indefinida de
quienes han vivido en muchos sitios o -pensémoslo despacio- en ninguno. Por eso
una frase aparecida de repente en su cabeza podría venir de cualquier parte: La
edad mezcla palabras y recuerdos, invenciones y vivencias. Todo es una misma
argamasa que se amontona, informe, en los anaqueles de la memoria.
Pero ¿a qué
venía esa frase justamente ahora? El traje raído, las arrugas delatoras, el
exiguo maletín ¿pueden ser, acaso, la respuesta? El hombre miró al frente. Un
cartelito despintado anunciaba el nombre de la estación: "Ingeniero de
Madrid". Le resultó chocante, porque él había nacido allí, muy cerca de Madrid;
en España, esa España ahora tan lejana como las brumas de un entresueño, que se
van desvaneciendo poco a poco cuando despertamos y de las que, al final, apenas
queda un vago rescoldo, una cicatriz inexistente.
Tal vez fue ese
detalle -pero esto lo pensó ahora, mientras contemplaba el letrero-, el nombre
de la estación, lo que le trajo a la mente la frase lapidaria. Porque ¿algún
ser vivo recordaba todavía quién fue exactamente ese ingeniero? Cierto que en
algún libro, en alguna enciclopedia cubierta de polvo, quizá se reflejase no
sólo el nombre, sino incluso también el hecho por el cual este lugar que ahora
pisaba había adoptado ese nombre, que -a pesar de todo- no dejó de resultarle
sumamente curioso. Pero ¿puede una enciclopedia, por exacta y completa que sea,
imitar o suplantar eso que llamamos recuerdo? ¿Son esos artículos, esas
anotaciones, una forma de seguir existiendo en la memoria de las gentes
futuras? Tal vez, pero, en cualquier caso, una forma distorsionada,
infinitesimal. Las biografías las escribe gente viva sobre gente muerta (o
gente muerta sobre gente muerta, que viene a ser lo mismo) y quienes las
escriben no saben nada, absolutamente nada. A lo sumo, una mínima colección de
hechos aparentemente importantes, pero que en realidad son irrelevantes o
anodinos, puesto que no arrojan ninguna luz sobre la persona biografiada... La
única biografía posible la va escribiendo uno mismo, con sus propios actos, y
no queda registro en parte alguna...
Vio las vías
perdiéndose en el horizonte. Las vías del tren sugieren la infinitud y el
desencuentro (Acaso también la infinitud del desencuentro) pero en este caso
concreto, además, ese desencuentro resultaba aún más dramático porque dos pares
de vías se cruzaban en este punto para ir alejándose después hacia sus
respectivos destinos, líneas infinitas que jamás volverían a encontrarse. Y
este punto, el único lugar en que esas líneas se encuentran, es una estación
erigida en medio de la nada, un punto perdido entre otros puntos igualmente
perdidos o inimaginables.
Así sucede
-pensó- tantas veces. Tal vez sólo exista un punto, un único punto en todo el
inimaginable cosmos, donde sea posible el encuentro. ¡Qué dicha, el encuentro!
Y qué tristeza ver alejarse de nuevo los trenes del destino, intuyendo.
Desencuentros...
Si lo pensaba con frialdad y atención, fueron precisamente ellos quienes le
habían traído hasta este lugar, quienes habían de llevarle adónde iba. Pero
¿dónde iba exactamente? No podía recordar el nombre (si es que tal cosa puede
tener importancia en realidad), y no tenía el menor deseo de sacar del bolsillo
el papel donde figuraba. Ya habría tiempo para eso cuando el nuevo tren se
pusiera en marcha hacia el siguiente destino. La vida es una sucesión de trenes
que, en apariencia, nos llevan de un lugar a otro. Sabía que una vez allí tenía
que hablar con un tal Pereira o Pereyra, un portugués o brasileño que también
-por circunstancias desconocidas y que, en el fondo, no importaban- había
venido a dar con sus huesos en ese lugar alejado del mundo y de la historia.
(Pero -atinó a pensar más o menos confusamente- ¿hay algún lugar que no esté
alejado del mundo y de la historia? De ser así, el tiempo, juez definitivo, ya
vendrá a corregir esa desigualdad momentánea, ese error inocuo). Tampoco
recordaba, hecho anecdótico si lo miramos bien, cómo se llamaba el lugar del
cual venía. De ese triángulo escaleno, sólo el curioso nombre de esta estación
solitaria había echado raíces en su memoria. En la estación no había nadie más.
De nuevo, estaba solo.
Los desencuentros,
sí... Llegan a ser tantos que es imposible recordarlos todos. Y ¿para qué
habríamos de recordarlos si sólo pueden producir dolor, desolación? Amigos que
se fueron diluyendo en un pasado cada vez más difuso, amantes cuyos rostros
apenas son una neblina inconsistente, familiares a quienes no había visto en
dos décadas... Y le vino de nuevo esa frase:
"Hablar de
nosotros después de muertos- musitó con una sonrisa amarga-. Si al menos
alguien lo hiciese cuando aún estamos vivos, si es que en verdad lo
estamos". Si alguien. Porque: ¿Quién le brindó una mano cuando su mundo se
desmoronaba? ¿Quién le habló cuando precisaba una palabra? ¿Quién estuvo ahí en
esas horas de amarga e interminable soledad, o en esas otras de inasumible
derrota? ¿Quién, finalmente, vino a despedirle a la estación -esa otra, ahora
disuelta entre las telarañas de un olvido consciente- veinte años atrás, cuando
tuvo que partir para no regresar? Para no regresar.
¿Amistad?
Palabra casi siempre exagerada para definir relaciones superficiales entre
seres humanos. ¿Amor? Ya lo dijo Bécquer: es un rayo de luna. ¿Fidelidad?
Palabra horrible y abstracta. Encierra una falacia.
Un día, no muy
lejano, de esta estación sólo quedarán ruinas, algunas fotos viejas, tal vez
uno que otro recuerdo impreciso como la sombra tenue de un sueño abandonado en
las hondonadas del tiempo. De quienes en ella esperaron alguna vez, de quienes
tomaron un tren o se apearon de otro, de quienes en ese mismo andén conversaron
durante unos minutos, desconocidos atrapados durante un instante en un lugar
que ninguno de ellos eligió, ¿Qué será exactamente lo que quede?
Un vacío tan
grande como el que ahora veían sus ojos, allí en esa estación inconcebible, era
la única respuesta a todas esas preguntas. El hombre suspiró, miró hacia el
cielo gris. El cansancio ya conocido vino a posarse sobre sus hombros. Tuvo que
sentarse. Tal vez se adormeció. Por eso, no podría decir si vio, o sólo los
soñó, a los jinetes que venían cabalgando desde el Sur, lentos, callados, cabizbajos.
De los dos
jinetes, el más joven se quedó un buen rato mirando al hombre que dormitaba,
sentado en el destartalado banco de madera de la vieja estación.
Hizo un gesto
vago de saludo, sin obtener respuesta. Luego miró a su acompañante y preguntó:
- ¿Qué estará
haciendo ahí?
Después de un
rato, el otro jinete, un viejo de pelo blanco y rostro endurecido por lluvias y
sequías y noches durmiendo al raso, contestó sin apartar sus ojos del camino:
- Está
esperando.
El joven le
mira, incrédulo.
- ¿El tren?
Pero entonces tal vez deberíamos decirle...
- Probablemente
él sabe.
- Pero si
supiera, entonces...
El viejo calla.
Deja que la verdad se vaya abriendo paso en la mente del otro. Sólo cuando ya
casi le han perdido de vista, cuando el hombre desconocido y la estación
abandonada apenas son un recuerdo que se va desdibujando, vuelve a oírse su voz
grave, sentenciosa.
- Hay gente que
va en busca de su destino; y hay gente que espera. Y también hay gente que hace
las dos cosas. Dónde, cuándo, por qué... sólo son detalles circunstanciales,
insignificantes. Y ni siquiera podemos hablar de elección. Caminas durante años
y un día, sin que se sepa el motivo, los pies se niegan y ya no hay
alternativa. Ese hombre -su rostro lo gritaba- se cansó de caminar. Y ahora
espera. Nada más.
Y sin mirar
atrás, los dos jinetes siguen cabalgando, sin apuro, como si en realidad no
fuesen a ningún lugar, como si la única realidad posible fuese el camino que se
extiende bajo los cascos de sus caballos. El silencio se ha instaurado de nuevo
entre ellos, y sobre la escena, ahora, apenas se oye el rumor de la brisa que
recorre, casi con timidez, el inabarcable páramo, rozando al pasar, de forma
leve, todo aquello que aun tiene consistencia y que algún día, pronto, sólo
será una sombra, un apunte inconcreto en los ajados libros de los hombres.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
Próxima estación para escribir:
J.J. ALMEYRA.
Estaciones literarias por visitar en el Ferrocarril Midland:
INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
-Próximas estaciones literarias por visitar en el ferrocarril
Provincial:
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO.
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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