*Obra de
Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora
Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
*
En breves
rastros,
solemos
encontrar
a los que
debimos ser.
En tardes de
risas desatadas,
de trenzas
sueltas
al viento,
avistamos
cierta plenitud
que reconocemos
de alguna vez,
de algunos
sueños.
¿Adónde buscar
a ese otro de
mí
que habita
en el lado feliz
de los espejos?
*De MARIANA
FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com
A LOS QUE DEBIMOS SER…
APUNTE EN
LONDRES*
Ninguna calle,
ningún trecho del río,
ningún indicio
en algún lado,
hablan de la malherida
Basora y de la
OTAN.
Todo o casi
todo es devenir, es flema
y aire abierto;
o vida que va
por su carril, su tiempo
y su rumbo.
Nada ni nadie
dicen algo de algún
desembarco
de infantería o
de la guerra. La rubia
muchacha
que atiende la
lavandería del hotel
tiene
sobre su
escritorio una revista de
farándula
y los tres
bebedores de cerveza de la
vuelta
hablaban de los
dos goles magistrales
de Arsenal.
Nadie habla de
las Falklands, excepto
esa señora
a los pies de
la escalera, que lo hizo
para excusarse
como inglesa:
“Oh, Iron Lady hizo
mucho daño”.
“Mejor
presupuesto para promoción
social”,
me dijo el
gentleman de traje oscuro
en un pub
congestionado y
murmurante de
Leicester
Square.
Hay una
distancia más o menos
sideral
entre la agenda
del imperio y el
horizonte
diario o
cercano de la gente. Nadie
masculla
ni ilusiona
guerras ni invasiones ni
colonias.
Todos desean un
año tranquilo y con
trabajo,
con noticias
auspiciosas y no tantos
impuestos,
como en
Montevideo, La Pampa, o
Buenos Aires.
Los más viejos,
sí, recuerdan los
años sombríos
de la guerra,
con los ojos vidriosos,
algún silencio,
y sin muchas
palabras.
*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Caffe Nero,
mayo, 2013
Nota: Este
Apunte no está incluido en las páginas del poemario “Dos cigarrillos para
Eliot”, aunque sí pertenece a ese conjunto de escritos
previos que tienen lugar en proximidad de los tonos y caminos que se extienden
en el curso de esa obra.
*
Mirá, no me
digás que estamos solos.
no me digás que
no sabías que
si anduviéramos
solos,
pero solos
lo que se dice
sin nadie
si anduviéramos
solos no habría otoño que valga la pena
ni mujer que
valga la pena
ni poesía que
valga la pena
hay pan sobre
la mesa?
entonces no
estamos solos
en algún lugar
del mundo hacen ese pan
hay hornos
y panaderos que
encienden esos hornos
hay vino sobre
la mesa?
entonces no
estamos solos
es un invento
de la literatura romántica del siglo diecinueve
eso de estar
solo.
si hay vino hay
viñas y hay mujeres y hay hombres que
trabajan para
que hoy tengamos en la boca
la uva dulce de
la tierra
no estamos
solos nunca, corazón.
acaso andamos
desnudos por la calle?
entonces
verdurita estamos solos!
hay gente,
gente explotada, que cose esta camisa
niños que con
manos pequeñas y estómagos pequeños
labran con
paciencia botones y agujeros
no me digás que
estamos solos
no escuchás
acaso el ruido del tren que pasa acá a unas cuadras?
hay
maquinistas!
hay gente que
va a la escuela!
a la fábrica!
al centro a
comprar libros, alimentos, chucherías
entonces
verdurita, corazón,
entonces no
estamos solos,
son macanas de
la noche que te quiere triste para comerte mejor,
qué vamos a
estar solos corazón!
no ves cómo
sonríen las personas que pasan
bajo esta
lluvia
sobre esta
calle...
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
Nómbrame*
Si tu voz no me
rescata a tiempo
creo
desaparecer de los espejos
como algo
inconcluso e irreal
resuelta en lo
fugaz.
Sin embargo
hay fechas y
lugar y ciclos
que afirman mi
existencia
sobre esta
tierra y bajo cielo.
¿Cómo le
explico entonces
a esta indefinible
ansiedad
que no es
necesario
caber en otro
pensamiento
para tener la
dimensión total?
Existo porque
siento.
Y la vida me
sostiene
amarrada a sus
tientos.
Elijo mi
individualidad.
Pero
en nombre de
mis miedos
te pido que no
dejes de nombrarme.
Temo desaparecer
de los espejos
y ser una
piadosa mentira del tiempo.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
ALERCES*
*Por Antonio
Dal Masetto.
Había llegado
al extremo de uno de los brazos del Menéndez, en el Parque Nacional Los
Alerces, viajando parte de un día y de una noche en el trencito desde Ingeniero
Jacobacci hasta Esquel y después en un ómnibus y finalmente en una lancha a
través de las aguas calmas del lago, bajo el resplandor del glaciar del Cerro
Torrecillas. Iba a encontrarme con los árboles que tienen 2.500 años.
La casualidad
quiso que fuera mi cumpleaños y todo el tiempo me habían acompañado las
exigencias que suelen caminar con uno en esas fechas: realizar balances,
cumplir con los compromisos siempre postergados, tomar determinaciones. En
resumen, clarificar el panorama y empezar de nuevo.
Me había parado
en la proa de la lancha y, mientras miraba los bosques y los perfiles de las
montañas contra el cielo sin nubes, en la cabeza me daban vueltas, juntas, la
cifra de los 2.500 años con cuya evidencia me enfrentaría en unos minutos y mi
propia cifra, la de mi edad. Un poco alucinado por la falta de sueño, oscilaba
entre una impaciencia que por momentos se volvía casi angustia y un vago
sentimiento de resignación. No hubiese podido decir cuál de las dos cifras
provocaba impaciencia y cuál resignación.
La lancha
atracó en un muelle de madera y nos metimos por una senda cuesta arriba, entre
la vegetación espesa. Había mariposas alrededor. Después de andar un rato vimos
el primer alerce. El guía habló de los 2.500 años y nos informó que sobre otra
orilla del lago, una zona donde no se permitía el acceso de turistas, había
alerces de mayor antigüedad, que superaban los 3.000 e incluso llegaban a los
4.000 años. Éramos unas veinte personas detenidas en semicírculo a un par de
metros del hermoso tronco claro y recto. Mirábamos hacia arriba. A través de
las hojas del alerce llovía luz. Me di cuenta de que todos se sentían obligados
a bajar la voz.
El guía propuso
seguir. Dejé que el grupo se alejara, lo perdí de vista y quedé solo. Me
acerqué al alerce y lo toqué. Entonces, la imaginación galopó hacia atrás,
hacia el fondo de los 2.500 años. La imaginación partió y regresó trayendo
nombres, fechas y geografías. Traté de mirar en ese torbellino, establecí
asociaciones, hice cálculos, llegué a conclusiones simples y obvias y que sin
embargo me costaba aceptar. Pensé, por ejemplo, que cuando las legiones romanas
marchaban y el imperio se expandía, el árbol sobre cuyo tronco ahora yo apoyaba
la mano ya estaba ahí. Y estaba cuando en algún lugar de Palestina
supuestamente se produjo el nacimiento que marcó el comienzo de una era. Cuando
las tres carabelas avistaron las playas del nuevo continente, hacía dos mil
años que el árbol estaba. Mientras el mundo cambiaba, evolucionaba o se
desangraba, el alerce siguió estando, creciendo en el secreto de los bosques y
los lagos.
Y estaba ahí
ahora. No era una roca, no era un monumento. Era algo vivo. Había recibido el
sol, el agua, el viento de veinticinco siglos. Y yo, que medía mi tiempo en
horas, en minutos, y había llegado a ese rincón del mundo en el día de uno de
mis cumpleaños, podía tocarlo. Me dije: estoy frente a algo extraordinario, tal
vez me ocurra algo extraordinario. Apoyé la otra mano y también la frente contra
el tronco, y esperé. Primero llegó el silencio. Un bautismo de silencio. Luego
sobrevino una calmada euforia en la que se fue disolviendo toda dureza y toda
tensión. Y después sólo hubo humildad y respeto ante el gran árbol.
-El texto
"Alerces" pertenece al libro "El padre y otras
historias".
LAS BABAS DE LA
MUERTE*
“El crimen del
loco consiste en que se prefiere a los demás. Esta preferencia impía me repugna
en los que matan y me espanta en los que aman. La criatura amada ya no es… sino
una moneda de oro en que crispar los dedos. Ya no es un dios: apenas es una
cosa. Me niego a hacer de ti un objeto, ni siquiera el Objeto amado” Marguerite
Youcenar
Amor. Amor.
Deja ya de recorrer la escarcha.
Desde el
principio, lo dije.
Lo dicen mis diversos
rostros empedrados.
Tantas señales
te han dado las mareas.
Sabes, los
pájaros de la locura, hacen nido en mi pelo.
Mis bocas. El
beso se convierte en ceniza.
Mi ardor.
Fuegos fatuos de los cementerios.
Testigo de mis
muertes. De mis hambres de enero.
Cierras los
ojos. Las serpientes se enroscan en tu cuerpo.
Dices, que son
mis brazos. Mueres de gozo.
Me pides que te
mienta. Que mi nombre, tortura.
Te he dicho que
no me apenan las babas de la muerte.
Que no siento
piedad, ni de tus bestias, ni las mías.
No ignoras
.Nadie me amó. A nadie he amado.
No he tenido ni
padre, ni madre. Ni un perro que me lama.
-Acaso dos
crías oscuras en el monte-
Desenfreno me
llaman. Depravación.
El Árbol del
pecado ancestral esconde mis mentiras.
Astuta. Artera.
Taimada. Impía.
Yo te anuncié
el dolor el primer día.
¿Ves ese
espectro sentado a la vera del silencio?
Acaso hoy…
empiece a escribir su nombre.
En su pupila
breve, escribir mi nombre.
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
"Diario de
la muerte de mi abuela". *
-Fragmentos-
*De Irma
Verolín. irmaverolin@hotmail.com
Escribí estos
textos cuando cuidaba a mi abuela en un tiempo largo en el que la literatura y
yo estuvimos distanciadas, aún así no pude dejar de escribir. Estando con mi
abuela encerrada en un departamento y lejos de mi computadora, llené hojas
numeradas de esas que se encarpetan y tienen un margen azul levísimo del lado
izquierdo. Después, al armar un libro de cuentos, formaron parte de la última
sección titulada: "Diario de la muerte de mi abuela".
1.
Mi abuela se ha
convertido en un pájaro. Esto sucedió hace un instante. Aunque supongo que todo
empezó antes, poco a poco, disimuladamente en un sitio oculto de ella misma. Lo
cierto es que una tarde me encontré llamándola “pajarita” y así la empecé a
llamarla desde entonces. El nuevo nombre le queda perfecto, ha adelgazado, su
nariz luce más afilada, sus ojos transparentes y ese aire continuo de estar
lista para desprenderse de la tierra de un instante a otro.
Sé que detrás
del nombre “pajarita” está la idea de la muerte y que entre mi abuela y yo sólo
existe la idea de la muerte y más aún, que siempre, desde el principio es lo
único que había existido entre ella y yo: la idea de la muerte.
Haberle
encontrado un nuevo nombre a mi abuela significaba tan sólo que de una buena
vez he logrado que las cosas estén por fin en su sitio.
5.
La voz de mi
abuela suena triunfante en el teléfono. Me dice que salió sola. Me preocupo, le
hago preguntas, le doy recomendaciones para el futuro. Sospecho que se animó a
llegar hasta el supermercado ayudado por el sostén del changuito. Pero no bien
se desarrolla la conversación me entero de que la gran salida de mi abuela fue
sólo hasta el palier para dejar la bolsa de basura. Evidentemente sus
expectativas y acciones temerarias se han empobrecido. Pienso que se parece a
las niñas que empiezan a caminar. Se les festeja los primeros pasos, su
iniciación en el mundo. En el caso de mi abuela me siento impulsada a
festejarle sus últimos pasos. Así que en vez de haberse convertido en pájara es
ahora una niñita, pero una niñita al revés, una niñita sin futuro. La vida da
la impresión de plegarse para terminar siendo un acordeón retorcido. Todo
retorna aunque de un modo deformado. Mi abuela aún camina y al hacerlo con
cierta torpeza intenta de alguna manera recordar sus primeros pasos. Su mente
cree recordar, pero su cuerpo no. Está contenta porque ella sola dio vuelta la
llave y salió del departamento. Claro que igual a esos pájaros que fueron
enjaulados mucho tiempo, pronto vuelve a su jaula por voluntad propia.
9.
Llamo a mi
abuela. He discado con la rapidez de costumbre, mis dedos conocen de memoria
ese número esencial. Y el sonido comienza y se extiende horizontalmente desde
mi oreja que lo recibe hasta un infinito que se prolonga en dirección al
futuro. Mi abuela no contesta, su voz no interrumpe ese fluir ahora intolerable
y yo sigo con el brazo curvado sosteniendo el aparato telefónico. Sé que este
sonido, aunque se extiende hacia delante, no tiene porvenir. Imagino a mi
abuela sin el audífono en su oreja, caminando entre los muebles y flexionando
sus piernas. Imagino que recuerdo el color de las cortinas y la penumbra
cambiando la fisonomía de su casa. Imagino los ruidos, siempre esos ruidos
entrando por la ventana y el sonido del teléfono me agobia, me agobia tanto que
quisiera morirme o que se muriera mi abuela o que se descompusieran todos los
teléfonos para no tener que oír esta sirena eterna que me demuestra que del
otro lado no hay nadie. Que no hubo ni habrá nadie.
En mi
imaginación los teléfonos siempre serán negros. Negros, opacos, detestables. Y
siempre del otro lado del teléfono hay una mujer vieja a la que llamo abuela,
que nunca me contesta.
22.
Afilar la
memoria como si se le sacara punta a un lápiz, día tras día, noche tras noche.
A fuerza de no contar con otra cosa, de acercarse a la muerte sin demasiado
cuidado, es preciso avivar lo acontecido. Eso hace mi abuela. Y usa no sólo su
cabeza sino su voz, su voz de pajarita en un departamento de Villa Crespo. Le
gusta escucharse a sí misma repitiendo lo que ya sabemos, lo que ella misma
repitió ayer y anteayer y la semana pasada. Necesita convencerse de que tuvo
una vida. Dice la palabra “yo” y eso la regocija. ¿Hay alguien detrás de la
palabra “yo”? Mi abuela golpea y golpea una con sus palabras para ver si la
puerta se abre. La puerta queda entornada y del otro lado circula el viento, el
mismo viento que teje las palabras. Sólo palabras. ¿Es eso la vida? ¿Estamos
hechas de viento y no de tierra y agua como dice la Biblia. Y el fuego está
lejos, muy lejos, está en el sol que ya no se puede mirar, porque lastima los
ojos. Lejos viento y sol, tierra y agua dentro de un libro y luego esto, la
vida misma, hecha y deshecha, nada entre las manos, palabras.
33.
Dejo en mi casa
a mis dos gatos solos para ir a cuidar a mi abuela. Uno de los gatos está
continuamente lastimado. Se pelean entre ellos y el pobre pierde siempre la
partida. Mi abuela también está lastimada; no bien llego se levanta el camisón
y me muestra. Debajo de uno de sus senos tiene una gruesa línea roja. Le coloco
con suavidad la pomada y ella me mira. Me mira y me dice:
-¿Viste? Tengo
dos tetas distintas. Una más chica que la otra. Es por culpa de tu abuelo. Se
ve que le quedaba más cómodo sobarme ésta. Y se me achicó de tanto ser sobada.
Mi abuelo murió
hace muchos años y es raro que ella vuelva con un relato así. Lo que abuela no
quiere decir es que bajo su seno se acurrucan sus hijos muertos.
Ahora se baja
el camisón.
-¿Te duele?- le
pregunto.
Me contesta que
no. Que no. Y apaga la luz.
-Fragmentos del
libro "Una luz que encandila" -2009 (ilustración Graciela Bello)
MALVINAS ME
LLAMA*
(El Regreso del soldado)
DACIO (Mi hijo), volvió a las Islas
Malvinas en diciembre de 2006, 25 años después de haber combatido en la guerra
en 1982. Durante ese tiempo su anhelo fue volver para
reencontrarse a sí mismo y reconfortar su espíritu.
I
¡Malvinas me llama!
Tiembla mi voz,
Mi pecho se inflama,
La sangre reclama,
¡No puedo faltar!…
¡Volver a ese cielo, tras tanto
anhelar,
Ya sin truenos, sin humos!
¡Pisar ese suelo, de huellas
sangrientas!
¡Enfrentarme a ese mar!
¡Ver ese horizonte,
Quebrado por lomas, llanuras y
montes!
¡Volver a esas islas, aún
irredentas…!
Sin frío, sin
hambre, Ni carnes sedientas…
¡Sin odio al inglés, y sin odio
al sargento!
¡Con un camarada,
Subir la ladera, al silbido del
viento!
Y en la cumbre del monte…
¡Sentir el alivio
De aliviar lo que siento…!
II
¡Madre!
Me abrazo a estas cruces,
Que claman al cielo…,
Como garras blancas, de amigos
inertes…
¡A quienes luchando, sorprendió
la muerte!
Con turba en el llano,
Sus cuerpos envuelven.
Aquellos niños héroes
Que hoy nadie conoce,
Y que ya no vuelven…
Rezo por ellos…y rezo por ti…
¡Y mi alma me dice, que velan
por mí!
Cumbre doble, de cimas mellizas…
Y aquella covacha
De piedras muy lisas…
De noche llorando
De ausencia y de miedos
Soñaba temblando, llamándote:
¡Madre!
Para que me arropes,
Y acaricien tus dedos…
Beso las rocas, escarbo la
arena;
Por todo hay señales,
Esquirlas y vainas,
borcegos y mantas…
¡Y eso me serena…!
III
Quizás seamos héroes,
Mis hijos lo afirman..., y tiene
sentido….
Una gaviota distrae su vuelo…
Y escucho un gemido;
Como si Dios me hablara en ese
graznido…
Su voz clara siento;
En los valles el eco y el ulular
del viento:
“Aquieta tu aliento, y tu
corazón dispone;
La gesta difunde,
Más, dónde pregones…
¡Pregona la Paz!”
*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda, Santa Fe
23/mayo/2007
***
http://inventren.blogspot.com/
Lo
Irreversible*
(De la estación
Henderson – ferrocarril Midland)
Aparece una vez
más la imagen de la placita frente a la estación Henderson. Él, un niño
aprendiendo a andar en bicicleta y Reynaldo su hermano mayor corriendo a la par
de su bicicleta para prevenir que no perdiera el equilibrio.
Cada tanto
veían llegar al tren.
Fue en 1977 el
último tren. En septiembre porque fue días antes de su cumpleaños. Se ve
corriendo al costado del último tren que se va a Buenos Aires.
La gente que
agita las manos por la ventanilla, sopla besos.
Se cerraba el
tren. Se llevaron hasta los rieles. Había sido testigo en una tarde a la salida
de la escuela del paso de esa máquina levanta vías que a su paso solo dejaba
marcas de ausencia en el terraplén.
Tarde o
temprano hay mucho pasado en la vida de cualquier persona.
De la universidad
le quedo grabada aquella enseñanza que decía "la vida de las personas
transcurre entre lo imprevisible y lo irreversible".
Y la ciudad de
Henderson que se llama así en honor a Frank Henderson, el ciudadano inglés que
desde su cargo en el Ferrocarril Sud completo las obras para que el Midland
llegara a Carhué.
Frank Henderson
que además jugaba al golf, al ajedrez y hasta tuvo tiempo en la vida para la
fundación del club de golf en Mar Del Plata -El que pudieron conocer en
aquellas vacaciones de familia en el 79-.
Después ocurrió
lo irreversible, aunque aun hoy le cueste aceptarlo. Reynaldo fue sorteado para
hacer el servicio militar en la Armada. Reynaldo destinado arriba del Phoenix
CL 46.
El hombre se
niega por un momento a llamarlo por su último nombre a ese barco de guerra.
¿Porque no lo
hundieron los japoneses en Pearl Harbor?
Todo hubiera
sido distinto, se ilusiona en vano, jamás hubiera llegado a ser el Crucero
General Belgrano.
En algún limbo
Frank Henderson golpea su palo de golf una y otra vez. Las pelotas se pierden
al infinito cielo. Como en el azar, son un misil buscando el blanco.
Reynaldo sigue
allí. En el barco, presintiendo o no lo que vendrá, sin poder cambiar el curso
de las cosas.
El hombre
preferiría que nada de eso hubiera ocurrido. Que la estación siga siendo
estación de trenes. Que su padre no hubiera muerto de tristeza hace años.
Que a nadie se
le hubiera ocurrido poner en la estación -ya sin vías- una terminal de ómnibus,
y que a esa terminal la bautizaran con nombre de su hermano, un héroe del
pueblo hundido en el Crucero General Belgrano.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
***
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***
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