*Dibujo de Erika Kuhn.
AL OÍDO*
Hay, sobre lo
real, una costra
que las
palabras no logran
disolver.
Ahora lo sé. No
hubiera podido
decirlo antes.
Pero las
palabras
no deben
endurecerse
o fingir una
luz
más líquida que
la miel
que siempre ha
dado cuerpo
a tu voz.
Las palabras
toman su cuerpo
de tu cuerpo:
coraje, mi
amor,
toma el cuerpo
de tus ojos.
Es la ley de la
poesía
que quiebra
toda ley de lenguaje.
*De Javier
Foguet
(Tucumán, 1977)
A LA BIENVENIDA DEL OTRO…
Prueba de amor*
Hay una escena
en Cinema Paradiso en la que Alfredo ya ciego le cuenta a un poco creíble
Salvatore adolescente (quien ha perdido toda la magia de Totó) un relato. Es el
de un soldado que se enamora de una princesa y ella le pide una prueba de amor,
que la espere bajo su balcón 100 días. Él lo hace, es interesantísimo cómo el
viejo va contando el proceso, cómo dibuja lágrimas escénicas con sus manos. El
día 99 el soldado, el muchacho, después de una espera eterna y desgastante y a
punto de recibir el reconocimiento de su amada, se va.
Salvatore no
entiende el final de ese relato, es un adolescente; el viejo, quizás más sabio,
tampoco, pero sabe que es necesario que le explique al muchacho los misterios
de ciertos amores.
Especulamos sin
saber a ciencia cierta durante años si el relato es de Kafka. Merecería serlo,
Kafka maneja un registro profundo e inquietante de ciertos sentimientos que
muchas veces me hizo pensar en la pintura metafísica y sus espacios despojados.
Estos días,
mientras soñaba, parecieron años largos, eternos, el vaivén de un péndulo
pesado y enloquecido en el corazón. Soñé con esa espera, y entendí que irse,
muchas veces, en el borde mismo de la orilla, es el verdadero acto de amor.
*De Alejandra
Inés. elmomoeditor@gmail.com
Revelaciones*
Revelaciones
que no están en los candados
que condenan
puertas hacia el cielo
ni en las
encrucijadas de la nieve.
(Acaso en el
sopor de las guillotinas oxidadas,
en el silencio
avergonzado del patíbulo)
Nombres en
penumbra golpean la memoria.
Palabras
prendidas al dorso de una brisa
que nadie pudo
poner en letra impresa.
Sangres
incendiadas, sueños desgarrados.
Amaneceres
grises hijos del insomnio,
albas bastardas
preñadas de tristeza
por el suicidio
de los pájaros azules
y el destierro
de los últimos castores.
Allende el
recuerdo, gritos.
Pero hoy
las orillas del mar
están calladas.
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
“Creo que somos muy inválidos en soledad” *
Entrevista a Carlos Skliar
(Una
conversación de ojos abiertos y húmedos)
*Por Alejandra
Alma. almaalma3h@gmail.com
-Carlos
Skliar, 1960. Es educador, poeta, ensayista e
investigador de FLACSO y CONICET. Ha publicado textos académicos y
libros de poesía, en castellano, italiano y portugués, además de artículos que
han sido traducidos a más de cinco lenguas.
Posee un
extenso currículo docente, aquí y en el extranjero así como la broma oportuna
para quitar solemnidad a su presentación.
Habla de
sí y de su obra con la humildad de quien prefiere enseñar la intensidad de la
hondura más que su propio relieve.
Me
recibe en sede de Flacso vistiendo jean, zapatillas y sonrisa (gesto que sólo
se perturba cuando el sabor amargo del mundo viene a su boca).
Skliar
no escatima tiempo, amabilidad, ni voz serena para responder precisamente, lo
que quiere.
“El
lenguaje del cielo”
-Hoy
cumple años tu madre. ¿Cómo ha alojado ella a un hijo poeta?
-Ella es
Esther, de padres rusos, con los que solía quedarme a dormir.
A través
de mi madre, mis abuelos entraron en mis sueños con esa suerte de melancolía de
la estepa -que nunca conocí- pero llevo genéticamente trazada.
Mi madre
cumplió años hoy, y al enterarse que había escrito en facebook algo que la
mencionaba, le resultó tan raro que me pidió que se lo leyera.
Así que
esta mañana, un poco como regalo de cumpleaños, leí un párrafo acerca de lo que
para mí es más importante en una época en que se nos están yendo los padres,
que hay otra relación corporal y mental con ellos. Es lo que llamo “la
lengua cielo de mi madre”. No la lengua de la teoría sino la que te da
tu madre de verdad: esa lengua ventral, oceánica, con la que te trae al mundo.
Siempre
he relacionado a mi madre con esa lengua cielo; de mirar el cielo, sentir el
cielo y haber aprendido de ella una forma muy bonita de prestar atención: Mi
madre es de esas personas cuya gestualidad dice todo el tiempo que sí.
Dice que
sí mientras escucha, y en ese sentido te da confianza; te da la seguridad de
que no te está juzgando, no te está poniendo a prueba. Y en eso de probar la
lengua, de probar lo que querés decir, sentir que mi madre está cerca, con esa
lengua cielo que dice que sí todo el tiempo, es muy afirmativo.
“Ella
(…) decide quién vuelve
y quién
no vuelve”
-¿Y tu
padre?
-Literariamente
estoy más pegado a mi padre. Mi papá, en su juventud, era un cuentista y
periodista de crónica política que abandonó todo como jefe de familia. Se
dedicó a los números. Pero la biblioteca viene por él así como la lectura y la
severidad. Es decir, por un lado, la lengua cielo de mi madre que afirma pero
por otro, la severidad de mi padre, con respecto a la relación seria con la
escritura. Cuando lee mis escritos, lo primero que mira es la ortografía y
claridad de las frases, y lo hará con esa severidad propia de una época, donde
el mensaje era lo más importante, y no el darle vueltas a las palabras.
Hay una
linda relación porque comentamos mucho los libros que le llevo. Ahora soy su
biblioteca de alguna manera.
Él
siempre quiso volver a escribir una vez que se jubilara pero no lo pudo hacer.
Y esa experiencia es de mucho cuidado para mi propia vida. Yo también pasé
años sin escribir, creyendo que sólo era cuestión de decidirlo y aprendí que no
es uno el que decide cuándo va a volver a la Poesía, sino ella, la que
probablemente decide quién vuelve y quién no vuelve.
- Has
vuelto, y solés narrarlo en relación a la poeta Chantal Maillard. ¿Cómo retorna
tu voz poética?
-Sí,
Chantal es el reencantamiento con la poesía al leerla, y un encuentro fraterno
que permitió decirnos cosas. Entre ellas, mi añoranza por la poesía en una
posición muy melancólica y poco efectiva. Luego de 27 años sin escribir, sentía
la poesía como aquella novia que me dejó. De alguna manera ella dice: -¿Por qué
no la llamás, a ver qué es de su vida, a ver si piensa de vos lo mismo que vos
pensás de ella? Es decir, volver a esa relación de tú a tú, sobre todo con
el lenguaje, que es la materia con la que uno tiene que trabajar.
Cuando
la vida se pone más académica te impone un formato, un cierre, una lógica. Te
vas distanciando de esa relación de tú a tú, y el respeto se vuelve tal, que no
hay forma de volver al juego.
“La
esencia siempre es
la
desnudez del alma”
-¿Te
referís al respeto por la Academia?
-No.
Respeto por la lengua. A la Academia la respeto pero a mi manera.
A esta
altura de la vida hay una relación de mucha más liviandad con todo, incluso con
uno mismo: uno se quita trascendencia. Te das cuenta que la trascendencia
estará en otra parte, que la esencia es siempre la desnudez del alma y que
lo importante es existir.
-Accediste
sin trámite a realizar esta entrevista. Hablás de alojar, enseñar a cualquiera
¿Hay algo de esa habilitación que recibieras, que a la vez buscás multiplicar?
-Creo
que somos muy inválidos en soledad, que necesitamos mucho -cuando no es
impostura- de las palabras de otros. En ese sentido yo soy muy grato a
muchísima gente que me ha recibido. Muchos han dicho sí, tal como otros han
dicho no. Y de los dos he aprendido.
Siento
que el mundo me ha habilitado, y entonces intento formar parte de esa cofradía,
que entiende la escritura, la lectura, la educación, como gestos de
hospitalidad.
No lo he
estudiado en ningún lado, no sé cómo se pasa una experiencia de habilitación,
pero sí sé que estoy muy pendiente de algo que podríamos llamar generosidad.
Prefiero ese mundo del sí, de la habilitación, del no amistoso, como
lección del que sabe más, del anciano, del que guía.
Elijo la
generosidad aunque entiendo que este mundo no es ese, y de allí la perspectiva que ya noto, de que no estoy muy en este
mundo.
-¿Cómo
se vincula esta percepción del mundo con tu escritura?
-Le
pasará a mucha gente cruzando cierta edad, que le parece que el mundo ya es de
otros, y eso está muy bien. Aunque ese mundo que veo, que ya no es mío, tiene
cosas que definitivamente no me gustan. Y no es un gusto banal, no es apenas “no
me gusta porque no cuenta conmigo”. No me gusta en su apariencia, en su
capitalismo, en su forma de relacionarse con el tiempo, en su trato con la
infancia, en su trato con los ancianos.
Y en
este punto, surge la hipótesis que desarrollo en Desobedecer el lenguaje,
mi último libro, que ya salió en portugués y ahora, en castellano.
Mi
intención allí es -dada tanta infección de época- recuperar la
conversación en sus dos extremos etarios: Conversar con los niños y
conversar con los ancianos como las únicas conversaciones más o menos posibles,
honestas... Aun considerando que los niños ya están tomados por la hipocresía,
la mentira y el consumo y que los ancianos cargan consigo también, el veneno y
el remedio de toda su vida. Una conversación de ojos abiertos como la
llamo en la infancia, o de ojos húmedos como la llamo en la vejez.
Y creo
que en esta época yo soy ambas cosas. Rechazo la idea del adulto, que me parece
la edad más infernal, más imbécil; un tiempo que no me ha gustado nunca, ese de
tener seguridades, proyectos, y me refugio mucho, en intentar volver a alguna
figura de la infancia, imaginando ya, el tránsito hacia lo viejo, claro. Creo
que ahí descubro un poco mi propia vida y la vida del mundo.
-Harás
un próximo viaje. ¿Nos contás?
-Sí, para
esta época voy a Barcelona, donde está la editorial Candaya que edita mis
textos de fragmentos. Con ellos hacemos un ciclo para una posible trilogía de
libros. Así fue con No tienen prisa las palabras y Hablar
con desconocidos. De año en año, realizamos las presentaciones
inaugurales en librerías, en ferias de libro, y en otras ciudades ya que
también he publicado en italiano.
Son
viajes estrictamente literarios y de reencuentro con amigos y amigas que juegan
a retomar conversaciones cada vez.
Es
siempre estar tomando un tren, yendo de ciudad en ciudad, leer mucho en voz
alta, presentar libros de amigos. Es un tiempo que me permite tomar aire. Un
aire fresco, siempre.
-¿Qué
estás leyendo y cómo leés?
-La
lectura siempre viene de conversaciones con amigos, donde el tema permanente
es: qué hay de nuevo y qué hay de viejo, dos preguntas que siempre nos
hacemos para no caer en la trampa de la industria editorial.
Soy muy
lector de novelas, fanático. Me encantaría tener la capacidad de escribirlas.
Ya terminé tres y de verdad no sirven para nada.
Tengo
como un proceso: leo mucho de noche, me gusta esa hora para leer y reescribo por la mañana.
Marco
suavemente en mis lecturas, algo que voy a retomar. Y lo voy a retomar para no
sé qué... tal vez como inspiración, como concepto que aparecerá en algún texto
mío, para pensarlo, en fin.
Tengo
editoriales preferidas a las cuales les creo, como Anagrama, Tusquets,
Salamandra, Impedimenta. Sé que allí hay un tesoro por descubrir.
Y la
última lectura vino por el correo de Roberto Valencia, un amigo de
Pamplona:-“Tendrías que leer a Ana Blandiana, una rumana que te va a encantar”.
Puso punto y se fue.
No
encontré nada aquí, pero la traductora de Blandiana en Salamanca, a quien le
gusta mi escritura me envió sus textos. Así que ahora estoy muy afectado por
esa mujer rumana.
“Pasa
algo: O te parte un rayo
o lo que
pasa, es que te cambia la respiración”
-La
disposición espacial de tus poemas ha variado notablemente. ¿Cómo se da ese
cambio de respiración?
-La
poesía que escribía antes era un poquito artificiosa, como si uno tuviera una
política de finales efectivos o efectistas y con mucha dificultad para la
puntuación. Siempre he trabajado como muy despojado, no comprometiéndome con el
lector.
Se dio
un cambio, a partir de un viaje que hice a Barcelona, luego de un no muy claro
de la editorial, a un tercer libro de poesías que venía en secuencia luego de Hilos
después y Voz apenas.
En ese
momento, estaba experimentando en una vida muy diferente. Había salido de la
dirección del Área de Educación de Flacso y de pronto pasé a vivir en
Barcelona, con todo el día libre. Hacía mucho que no tenía ese grado de
espontaneidad, esa falta de cuidado; me sentía como si tuviera toda la vida
disponible.
Así que
me la pasaba anotando en un cuaderno, como instantáneas, reflejos de sentarme
en un bar o en una plaza. No tenía método.
Estaba leyendo a Peter Handke;
su escritura perceptiva, a flor de piel. Tenía también la influencia de Biblioteca
de Gonzalo Tavares, un libro escrito por fragmentos que había usado mucho para
leer en radio.
Recordando
todo eso, me di cuenta además, de que mis pensadores preferidos (Nietzsche,
Jean Luc Nancy, Cioran), también eran fragmentarios.
En fin.
Se dio esa conjunción. Como todas ellas, se dan, pasa algo; o te
parte un rayo, o lo que pasa es que te cambia el trazo, te cambia la
respiración.
Y
lo más sorprendente fue, que al enviarle el nuevo material a Candaya, la
respuesta inmediata fue: -“Esto sí te lo publicamos”.
“Quien no
conoce la estructura de la lengua,
no puede
desobedecerla”.
-Desobedecés
el lenguaje, abrís sentidos en poemas. También, padecés dolores óseos.
Considerando
la lengua en tanto gramática, ¿cómo pensás esta distribución de afecciones en
relación con el propio cuerpo?
-Debido
a un estrechamiento del canal medular, mis vértebras se tocan de vez en cuando
y cada dos años tengo un episodio de esos. En ese momento siento una fragilidad
muy especial. Te deja prácticamente inválido y esa invalidez se parece mucho
a la escritura.
Ante
cada inicio de algo, de verdad yo siento una fragilidad enorme, porque me
parece que el movimiento con la lengua es obediencia y desobediencia al mismo
tiempo. Hay que aprender la lengua para desaprenderla, quien no conoce la estructura
de la lengua no puede desobedecerla.
No sé si
es un principio, pero en mí funciona. A veces sale un párrafo muy recto, muy
erguido, muy señorial, y mi reescritura es la desobediencia.
Necesito
ese momento en el cual desobedecer. Ese disparate que de pronto surge y hace
que la escritura sea escritura y no traducción servil de la realidad.
**
La mano
que escribe acaba de dejar una oración desobediente en el aire. El poeta irá a
buscarla con la otra en un gesto suave que le entrelaza los dedos.
Mientras
tanto, el tiempo obedece su curso y la conversación encuentra en el silencio su
fin provisorio.
Minutos
después, camino a paso lento por Callao que parece despojada del ruido
habitual. Miro el océano celeste, abierto sobre el frío de junio; y el lenguaje,
viene a rodear la ocurrencia:
¿Cómo sería el mundo, si toda
humanidad apenas conjugara sus asertos?
-Alejandra
Alma, es Psicopedagoga. Escribidora. Soñante.
Preguntas*
*De Teresa
Iturriaga Osa.
*
A esta hora
se despereza el
silencio.
Su lomo recorre
las cuerdas,
miles de
vientres vacíos.
*
Tiembla a
patadas el alma
con una mancha
de sudor.
Y así, día tras
día,
nace el abismo.
*
¿Ese es el
hombre?
*
-Teresa
Iturriaga Osa. España. Doctora en Traducción e Interpretación.
Publicaciones: Mi playa de las Canteras (2005). Traducción al español del libro
Modou Modou, del senegalés Seydi Ababacar Mbaye (2005); traductora de textos
africanos entre el 2005 y el 2007. Hurto blanco en Orillas Ajenas (2005), Namoe
en Hilvanes (2006), El violín y el oboe en Fricciones (2007), Tu nombre es
Véronique en el libro Que suenen las olas. Juego astral, (2009), Yedra en vuelo
en la colección Acordes armoniosos, El mandala de Malick (2009), Tumulto de
trazo y latido (2009). En 2010 edita Revuelto de isleñas, una colección de
relatos sobre la escritura y la cocina. Desvelos (2010), poemario Gata en
tránsito (2011), Lavirotte al azar (2012), Rosas rojas para María Walewska
(2013) y Leonora, la divina loca (2014) y Campos Elíseos (2014) en Aurora
Boreal®.
-Link para leer
Campos Elíseos. –Descarga gratuita-
El amor después
del amor*
*Por Derek
Walcott
Llegará el día
en que,
exultante,
te vas a
saludar a ti mismo al llegar
a tu propia
puerta, en tu propio espejo,
y cada uno
sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá,
siéntate aquí. Come.
Otra vez amarás
al extraño que fuiste para ti.
Dale vino. Dale
pan. Devuélvele el corazón
a tu corazón, a
ese extraño que te ha amado
toda tu vida, a
quien ignoraste
por otro, y que
te conoce de memoria.
Baja las cartas
de amor de los estantes,
las fotos, las
notas desesperadas,
arranca tu
propia imagen del espejo.
Siéntate. Haz
con tu vida un festín.
-Traducción de Héctor
Abad Faciolince y Alex Jadad-
*
De pronto
(súbita, subrepticiamente) conocemos a alguien, o un fragmento de alguien, o un
instante junto a alguien, y nuestra vida parece desconocernos en su pasado, en
su aparente y convencional fisonomía: una cierta mirada, una gestualidad
distinta, la punta de los pies o el modo de la voz, nos indica hacia un lugar
desconocido, lejos de la patria de uno, fuera de toda astucia y estrategia.
De pronto
(inesperada, reveladoramente) alguien, o un fragmento de alguien, o un instante
junto a alguien, ofrecen senderos o abismos o encrucijadas que bien pudiésemos
tomar, sin haberlo nunca imaginado antes: la vida deja de ser la que era para
dar paso a una imaginación abierta, ilimitada, en cierto modo impune.
De pronto,
también (rápida, precipitadamente) alguien, o un fragmento de alguien, o un
instante junto a alguien, abre las infinitas puertas del preguntar, de la
voluntad naciente y creciente de preguntar, del deseo de preguntar; y la marea
comienza y se toma voz o permanece agazapada: ¿de dónde has venido? ¿Qué
cielos, qué tierras te han habitado? ¿Hacia dónde irás en el segundo siguiente?
¿Qué te conmueve, qué te hiela, qué te une y qué te separa del mundo? ¿Amas a
Clarice Lispector, a Virginia Woolf, a Blake, a Whitman, a Cortázar, a Borges,
o tus ojos se posan más bien en pinturas, partituras, o en pájaros sin rumbo?
¿Es el mar o es la pendiente la que ha dado paso a tu modo de andar? ¿En qué
crees, porqué lo haces, es necesario creer para percibir? ¿Es ésta la vida que
te fue dada o la que te fue negada?
Y de pronto,
quizá, alguien, o un fragmento de alguien, o un instante junto a alguien, se
acaba en el umbral del silencio y ninguna pregunta puede ser dicha o hecha,
pues alguien, o un fragmento de alguien, o un instante junto a alguien se
pierde o se vacía o se desencuentra, y es que nada en el mundo puede ser
simétrico o matemático, y lo que parecía cercano, esa suerte de bienvenida que
damos a quien el deseo o la intuición nos impulsa a conocer, cae en un pozo sin
luz, en una suerte de jaula desierta, sin nadie dentro, sin nadie fuera.
Por eso a veces
vamos, o somos, o nos sentimos, o nos hacemos cuerpos callados.
Y por eso a
veces vamos, o somos, o nos sentimos, o nos hacemos cuerpos deseantes.
(A Fernando
Bárcena, y a quien así lo considere, por todas las conversaciones posibles e
imposibles).
*Texto de
Carlos Skliar.
FLORECIDO*
El hombre la
había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma brutalidad
en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada. Al otro
día, justo al otro día. El hombre plantó en su lecho a una muchacha bella como
una azalea. La mujer se marcho prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedo
quieto. Siguió plantando bellas mujeres que se marchitaban antes del amanecer.
Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar. Su vida era un jardín desierto al
que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que
percibió esos movimientos adentro. Esos pujos que sintió por todo su cuerpo y
que se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza.
Y eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre se
vio a la siguiente mañana en el espejo, comprendió lo que sucedía.
No había
logrado extirpar bien las raíces.
Sus brotes se
abrían paso poro a poro y estaban a punto de estallar en flor.
-Sólo pido que
las flores sean del color de sus ojos. Pensó resignado.
*De Eduardo Francisco Coiro.
*
la soledad no
escribe sola
por la noche se
parece al amor
sueña caer
en la emoción
de un rostro
*De Alejandra
Alma. almaalma3h@gmail.com
***
INVENTREN
(DE LA ESTACIÓN
GONZÁLEZ RISOS – FERROCARRIL MIDLAND)
Desear amor es
desearlo todo*
Ya me
acostumbré a deambular por los vagones. Los recorro mirando a esa gente que
dormita o come. Veo a una mujer descargando el mate por la ventanilla, y me
digo que la yerba está irremediablemente perdida, que se fue para siempre,
siento una extraña sensación de ausencia y de algo indefinible, esa yerba
arrojada para toda la eternidad, sin ceremonia, sin despedida. Una ventanilla
que se abre, el salto fatal. Me alejo con una náusea entre las manos.
En el siguiente
vagón dos hombres hablan fuerte. El de ojos claros intenta convencer al alto de
alguna cosa. No me ven. Me pregunto qué dirán.
Llegan frases
aisladas, la conversación se me pierde como la yerba. Estoy inmóvil, las cosas
suceden a mí alrededor. El mismo tren es algo que sucede sin mi compromiso.
Sigo caminando.
La yerba y los
hombres quedan a mis espaldas. Estoy sola.
Hallar el vagón
de cineclub es un retorno. Sigo sin rostro ni voz, pero acaso que esto sea
físico, que la obscuridad me borre, es tranquilizador. Si no existo, al menos
no existo en la negrura que me devora.
La pantalla
iluminada me presta el resplandor para ocupar mi sitio, siempre el mismo aunque
el vagón cambie.
Reconozco
"Sweet Charity" allí adelante. La prostituta ingenua se deja engañar
por el novio, vive su ilusión de ser amada, se deja engañar, desea y propicia la
mentira que le otorgue un respiro a la desesperación.
Está tan sola
con su ropita y su cara mal maquillada. Lloro. La veo tan preparada para
regalarse, tan deseosa de hacer feliz a cualquier hombre que le preste los ojos
y las manos un momento. Qué frágil esta mujercita alegre toda imposibilidad, si
tiene marcado, tatuado, el fracaso.
A pesar de que
sepa el final, hasta el último momento pienso que el hombre común que se
equivoca, que cree que es una mujer decente y ordinaria, cuando se entere de su
pasado la va a aceptar igual. Si no ocurre en la vida real, debiese ocurrir en
el cine.
Y las
coreografías de Bob Fosse son deliciosamente vitales. Dicen con el cuerpo, y lo
que dicen se expresa sin fisuras, en bloque. Música, canto, baile, el desenlace
inevitable de la fatalidad agazapada.
La prostituta
es una buena persona, el novio es una buena persona. Sin embargo el hombre no
podrá hacer otra cosa que destrozarla, para que no sufra. ¿Cómo condenarla a un
futuro en el que por fuerza habrá de reprocharle suciedades? La va a abandonar.
Ella sólo desea
amor. Pobrecita, no sabe aún y a pesar de su experiencia que la palabra
"sólo" en esa frase no cuadra. Desear amor es desearlo todo.
Me voy antes de
que finalice la película. Sé que habrá una sonrisa final, una esperanza
forzada, la sugerencia de que la vida sigue y que quizás. Pero la yerba
desechada continuará su vida, también, junto a las vías, integrándose
lentamente a la gramilla, desapareciendo de sí y del mundo.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS.
FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO
VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
PARADA KM 79
ENRIQUE FYNN. PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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