*Dibujo de Erika Kuhn.
Elegía a tus
leves pájaros azules*
Tengo miedo del
instante previo a tu belleza
cuando el
capricho asedia todos los sentidos
y un dragón
bruñido y de suaves escamas
comienza a
habitar el ardor de tus pupilas.
Como hablar de
poesía sin tus labios vivos
carcomidos por
miles de perplejos besos.
Hubo un tiempo
de caricias y desespero
bajo árboles
que hoy, ya están muriendo.
Tengo miedo del
laberinto de tus pasos
bajo el
crepúsculo que solo intuye el sol
y de la danza
nupcial de tus pestañas,
en ese vuelo
que lapidaría a un poeta.
Como romper
todos los versos de este día,
y escapar con
palabras desde las sombras.
Hubo un tiempo
de gravísimas utopías
en el cual aprendí
a pronunciar tu nombre.
Tengo miedo de
tus leves pájaros azules
que yo entiendo
solo son viejos poemas,
a los cuales tu
vuelves siempre recurrente
las tarde
bastas de tus domingos bisiestos.
Sí, en verdad
digo, yo nunca sentí culpa,
por tu pereza
de amarme, tus vanos juegos.
Así como
reconozco la soledad del hombre,
rescato mis
poesías breves y mis silencios.
Tengo miedo del
instante previo a tu belleza
cuando el
capricho asedia todos los sentidos
y un dragón
bruñido y de suaves escamas
comienza a habitar
el ardor de tus pupilas.
*De Jorge
Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
A TUS LEVES PÁJAROS AZULES…
EL NORTE DE LAS
COSAS*
El norte de las
cosas
siempre nos
llevará hasta la incertidumbre
a ese no saber
quien nos
espera del otro lado
del futuro,
a donde la luz
difusa
es prolongada
agonía del vacío;
el norte ocupa
el vértice del recelo
que nos
enceguece
borrando las
huellas fértiles
sembradas en la
aridez nocturna
de la
nostalgia.
*De Daniel
Montoly. danielmontoly@yahoo.es
*
como las alas
de una mariposa
coloridas y
frágiles
así te veo,
amor,
así te veo
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
ESTACIÓN DEL
ABSURDO*
“Nada os
pertenece en propiedad más que vuestros sueños”.
(Nietzsche)
ESTACIÓN DE LA
ESPERA
Intentó mirar
las sombras tras espejos trizados.
Estaba allí,
agazapado, toro negro a la espera.
-En la segunda
noche, lo soñó-
-En la tercera
noche, ella durmió sobre la barba de la piedra.
ESTACIÓN DE LOS
SUEÑOS ROBADOS
Lo soñó tanto y
tanto, hasta robar su sueño.
Día y noche.
Ojos. Ojos y una terrible espera.
Dulce y amarga
muerte hasta doblar la esquina.
De los bosques
sagrados surgen las manos húmedas.
ESTACIÓN DEL
DESEO
Y lo amó tanto
y tanto hasta robar su amor.
Y no había tú y
yo. Macho ni hembra. Me amas y te amo.
Los ojos
aterrados de deseo. Enfermos. Locos. Espectrales.
Solo queda
esto: subsistencia. Y soñaban, que es un sueño la muerte.
ESTACIÓN DEL
ABSURDO
¿Y los sueños
donde el musgo estalla? ¿Las revoluciones de la carne?
¿El costo
devaluado de las utopías?
¿Los vientres
arrancados de cuajo? ¿Los dientes?
Lluvia verde de
mierda. Verde mierda. Un solo, absurdo, desolado grito.
Y lloraban
besando sus voces con sus cuerpos, cabalgando esqueletos.
-Quizás un
grito de fusil baste, si apuntas en el pecho.-
*De Amelia
Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
*
La mañana
entra en la
cocina.
La mujer,
bajito y hondo,
canta.
El ruido del
agua
la acompaña.
Lleva la loza
al agua,
la sumerge,
la ve brillar
atravesada por
la luz,
en una vaga
ilusión
de la pureza.
Canta.
Y guarda la
loza
en la alacena,
lejos de la
muerte
que anda cerca.
*De Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
DETRÁS DE LA
MÁSCARA*
Aquí estoy con
la máscara cubriendo el rostro
para no
espantarte, para que no salgas corriendo
¡cuán débiles
son las carnes desgarradas,
como seda
atrapada en espinos blancos!
Y sus hilos
trémulos,
y la humedad de
los ojos, buscan con ansias tu imagen,
y me aferro
para no caer en el vacío, en el lóbrego agujero
que succiona mi
esqueleto
y siento frío
y desespero
y la soledad
corroe los pensamientos,
y la tristeza,
¡Sí!, la tristeza adherida al aliento
empaña el
espejo donde veo al espectro
las pesadillas
asoman, el temblor acaricia los dedos
el viento viene
a jugar
con el fantasma
de los cabellos, jirones del alma
vuelan
esquizofrénicos, vuelan y se retuercen: culebras
intoxicadas con
su propio veneno
¿dónde están
los cabos sueltos?
agitado el
pecho convulsiona
y lágrimas
bañan el rostro
inundan los
ojos que te buscan en el firmamento ficticio
una voz
sofocada grita desde el interior
y las manos
aladas tapan la boca
- es la
conciencia que emerge de su grieta-
y exasperada
clama:
¿sabes lo que
es ser mujer y no poder serlo?
y la lucha
infernal comienza
y la lucha
terrenal no acaba
no reconozco lo
que muestra el espejo
esos ojos
hundidos, mustio el semblante,
la palidez de
la muerte
y su alarido
y de pronto el
corazón salta, en el cuerpo de otro,
y te leo de
nuevo, te siento cercano,
eres el único
que despavorido no huye,
el único que
conoce la locura palmo a palmo
la luz apagada
de los ojos te mira
y del corazón
brotan pétalos negros
como la noche
cubre con su manto la vida
la sombra
luminosa del abrazo sale a tu encuentro
y quedo ahí
fundida con el eco silencioso de tus palabras
con el arrullo
mudo de un no sé qué
que espero.
*De Ruth Ana
López Calderón. Lopezcalderon20013@gmail.com
-Poema del
libro "Sin óbolos para Caronte"
Editorial El
País, 2014
*
Una mujer de la
que no recuerdo el nombre cosecha frutillas debajo de un sol implacable que da,
justo, justo, sobre su joroba. Las manos siempre casi al ras del piso. Los
pasos cortos para ir divisando las frutas entre la maleza. Todo es amarillo
luz, verde y rojo a la vez.
*De Cecilia
Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com
*
habrás dejado
junto al río
tu voz hecha de
arenas
y de arcillas
y habrás
hundido
en ese lecho
semejante al
aliento
de una ardilla
un cuerpo dócil
y absoluto
pequeño como un
punto en la nada
atroz abeja
iracunda ciega e histórica
habrás olvidado
acaso el patio
los gallineros
la grisácea
ternura de la madre
o el
impresionismo de la lluvia
tras los
cristales
el harapiento
ulular del aire que no
dejabas hundir
en mis silencios
para que no
creyera, por si acaso,
que era la
ternura una ciudad en movimiento
habrás
agujereado el testamento de flores
la barricada de
lenguaje, el inerte dios,
por mi parte
dejo que la ceniza
y la simbología
de la ceniza
y la ceniza de
la ceniza crezcan
enérgico
remolino
en esta parte
del mundo, en este ombligo,
donde el amor
todavía pájaro/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
ESTOY DEMASIADO
CERCA PARA QUE ÉL
SUEÑE CONMIGO*
*De Wislawa
Szymborska.
Estoy demasiado
cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre
él, de él no huyo
Entre las
raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el
canto del pez en la red.
Ni de mi dedo
rueda el anillo.
Estoy demasiado
cerca. La gran casa arde
Sin mí gritando
socorro. Demasiado cerca
para que taña
la campana en mi cabello.
Estoy demasiado
cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las
paredes a su paso.
Ya jamás
volveré a morir tan levemente,
tan fuera del
cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en
su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado
cerca. Oigo el silbido
y veo la escama
reluciente de esta palabra,
petrificada en
abrazo. Él duerme,
en este
momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con
un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que
estoy a su lado.
Ahora, para
ella crece en él el valle
de hojas rojas
cerrado por una montaña nevada
en el aire
azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del
cielo. Mi grito
sólo podría
despertarle. Pobre,
limitada a mi
propia figura,
mas he sido
abedul, he sido lagarto,
y salía de
tiempos y damascos
mudando los
colores de mi piel. Y tenía
el don de
desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la
riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca
para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo
que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo
dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de
cada una de ellas, para su recuento,
Se han sentado
ángeles caídos.
-Wislawa
Szymborska . Polonia. Prowent, actual Kórnik, 2 de julio de 1923 -
Cracovia, 1 de febrero de 2012)
-Traducción al
español: Elzbieta Borkiewicz
*
Cualquier
detalle ínfimo que falta (y siempre falta más de uno) invalida nuestras
sensaciones más plenas. Vivimos de lo que nos falta y de ese modo la belleza
siempre se escapa.
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
InvenTREN
La Rica*
A Antonio Dal
Masetto.
El hombre lee
en su asiento una carta escrita sobre papel verde. Se inclina un poco tratando
que el sol que ingresa por la ventanilla ilumine de lleno en esas letras de
birome azul. Tiene sus ojos cansados y la presbicia lo obliga a distanciar
bastante la carta, a punto de temer con incomodar con la extensión de su brazo
a la señora sentada enfrente en la que puede ver una mirada curiosa detrás de esos
anteojos redondos con bastante aumento.
En realidad, no
le importa que esa señora de mediana edad y pelo rubio enmarañado se interese
por su carta. Ella solo podría haber leído la fecha y el lugar que están en
letra visible e imprenta, arriba a la derecha de la primera hoja. Luego viene
la letra manuscrita, pequeña y encriptada de Gabriela que se hace imposible de
descifrar si la persona no esta familiarizada con ella.
Y además, que
importancia tiene que esa señora sepa de su felicidad, de su ir y venir por el
amor y la distancia.
Ella iba y
venía, en su trabajo por los aires, en sus ensueños o en amores fugaces de cada
aeropuerto que no lograban desplazarlo a él. Su hombre. Él, que iba y venia
todos los fines de semana para compartir su lecho, sus labios. Para caminar con
ella de la manito o en el abrazo de hombro de ella a cadera de él que tanto les
gustaba, como a los eternos amantes, novios o compañeros de vida, aunque nunca
supieron definirse, no les interesaba otra cosa más que llevarse de la mano o
del abrazo por la vida que era una sucesión de instantes o una eternidad bajo
una misma luz, pisándose a veces con mutua torpeza los pies en aquellas
estrechas veredas del centro antiguo de la ciudad, para luego retornar al
departamento de ella y fundirse en un solo cuerpo a luz de luna o estrellas, a
sol que entibia la piel o a cielos de acero sin grietas. Aun parece sentir el
ruido de la lluvia cayendo a gotones de sonido persistente por los techos,
mientras adentro los cuerpos se encendían bajo cobijas del frío invierno.
Sentados en la
cama, los domingos a la tarde él le leía cuentos de Dal Masetto y ella a él a
Borges o Cortázar. Una vez, le leyó "Romance" y él sabía, que era
apenas un pretexto para llegar a la frase final que tanto lo oprimía como presagio,
como una anticipación acechante a la vuelta de la esquina, o en cada ir y venir
a la estación de trenes, para llegar o partir de los brazos de ella, su amor,
su compañera.
Recuerda
haberle leído esa frase final del cuento de Antonio que ahora ronda en su
cabeza: “el destino es insondable y no existe felicidad que no este
amenazada”.
Su piel lo
enloquecía. Su blanca piel casi transparente en la que podía ver rutas celestes
que no parecían venas sino mapas de cielo como los que ella surcaba primero en Aerolíneas
Argentinas y más tarde en Lufthansa.
Él sentía cada
encuentro y cada despedida como si fueran una misma imagen superpuesta de ese
intento imperfecto de volver una y otra vez al placer, o al contacto de la
piel, la fusión de los cuerpos, el orgasmo de cada cual a su tiempo y modo, la
sonrisa del después y el dormir abrazados para entrar en la noche del sueño
bien juntitos. Gabriela y su parecido a Bette Davis. Sobre todo la
expresión de su mirada. Fue un descubrimiento mientras en una madrugada vieron
“La extraña pasajera”. Como les pego esa frase que adoptaron casi como un lema
propio: "tenemos las estrellas, no pidamos la luna".
*
Vuelve a doblar
en dos las tres o cuatro hojas de la carta sin dejar de echar una última mirada
con los ojos húmedos sobre el encabezado, que seguramente la señora que esta
allí enfrente ya ha leído, aun fingiendo desinterés y con la mirada perdida en
algún punto de la estación que de una vez están por dejar cuando la fuerza de
la máquina logre romper la inercia y el viaje se desate sin atenuantes.
No importa que
esa señora sentada enfrente haya leído la fecha: Hamburgo, 15 de abril de 1992.
Y más abajo el
Querido Javier: y luego el texto que conoce de memoria y ha leído una y otra
vez durante estos años a bordo del tren.
“A los tristes
no los quiere nadie” se dice a modo de explicación.
Entonces el
tren arranca y el hombre rompe la carta en cuatro con expresión de angustia
marcada en el rostro, aunque ya maldice su impulso, su inútil esfuerzo por
doblegar ese pequeño hilo de ilusión que lo mantiene ahí, no queriendo
preguntarse sin respuesta, y entonces guarda esos grandes pedazos en el
bolsillo derecho de su campera, quizá ya mismo piensa en pegarlos con cinta
transparente al llegar a su casa.
Intenta
disimular su rostro desencajado. Se levanta y se va al otro vagón, no quiere
testigos, que nadie sospeche ni se pregunte por que él sigue yendo y viniendo
en ese tren. Como si el tiempo no hubiera pasado.
*De Eduardo
Francisco Coiro.
***
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***
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