lunes, marzo 13, 2017

LA HORA EN QUE NO MUERE NADIE…



*Tapa de Laurel y Orégano, con dibujo de Ray Respall Rojas.







Laurel, orégano… y mucho más*



*Por Abel Guelmes Roblejo. abelgrob@gmail.com


Para disfrute de lectores imaginativos o inquietos, tal vez de los que buscan una realidad más allá de lo circunscrito, se nos presenta el más reciente título de la prolífera escritora Marié Rojas Tamayo: Laurel y Orégano -basada en un relato de la autora, ganador del XX Premio Ana María Matute-, entrega de la Casa Editora Abril en este 2017.
En un valle del llamado Nuevo Mundo, aislado entre montañas, donde el tiempo transcurre en un ritmo propio, distante de la civilización de afuera, una familia de mallorquines funda el pueblo de Aquimismo. En él confluyen los ingredientes que han ido conformando la nacionalidad latinoamericana… Pasa un circo ambulante y escapan algunos de los monstruos que mantenían en cautiverio, suceden extraños fenómenos meteorológicos… Entre todos dan lugar a una estirpe donde las mujeres ostentan poderes acorde a los elementos –agua, metal, madera, fuego, tierra-, tienen facultades para sanar, volverse invisibles, viajar a otras realidades o manipular el tiempo… virtudes que son bienvenidas, así como las sucesivas reencarnaciones de personajes claves. Historias contadas por la mejor narradora: La Cuentacuentos, anfitriona predilecta de Dios, el Diablo y la Muerte, quienes se sientan juntos cada día a la sombra de los árboles de su patio, durante “la hora en que no muere nadie”, un espacio donde no hay censura.
En cada historia, la autora hace alarde de un exquisito lenguaje y dominio del género fantástico -y a la vez muy real- en el que se desenvuelven sus textos. Como excelente artesana, en cada narración va introduciendo nuevos personajes, tramas y discrepancias que, mientras avanza la novela, se van entretejiendo cual hiedra en la historia de Aquimismo, hasta florecer en un inesperado, sorprendente y magnífico final.
Como valor agregado, tiene la cualidad de que puede leerse cada capítulo de manera individual, pues los relatos -narrados por cualquiera de los cuatro contertulios- cierran como unidad individual. Ayuda el hecho de que no tengan un orden cronológico: es relatada a través de eventos, tal como acuden a la memoria de La Cuentacuentos. No obstante, la autora logra que mantengamos el hilo de la madeja para no perdernos en tal laberinto.
Es una novela dirigida hacia el público adulto -y también al joven, con cierto nivel de lectura-, pues entre cuento y cuento, se deja abierta una puerta por la que podemos disfrutar, y participar, de debates sobre la historia recién concluida; temas que van desde el amor, la física cuántica, lo esotérico y lo extraordinario, hasta algo tan simple en apariencia como el hecho de nombrar los elementos de la creación.
Con “Laurel y Orégano”, Marié Rojas nos pasea por las tierras de Aquimismo, donde lo aparentemente irreal se funde a lo mágico para forjar la vida cotidiana de cada uno de sus habitantes. Demuestra con ello ser digna representante en nuestra Isla -de otros grandes del género como Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Laura Esquivel-, que con sus historias, mantiene vivo el sortilegio que reside dentro de cada uno de nosotros.



-Abel Guelmes Roblejo. La Habana, 1986. Estudiante de Contabilidad y Finanzas, Universidad de la Habana. Miembro del Taller Literario Espacio Abierto. Graduado del taller de formación literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Miembro de la AHS desde el año 2016.
Finalista del “XI Concurso de Cuento Ciudad de Pupiales, 2016” (Colombia), Fundación Gabriel García Márquez. Finalista del I Certamen Internacional de Relatos Pecaminosos (Estados Unidos, 2013). Finalista del concurso “Mi mundo fantástico” (España, 2013) Mención en el concurso Oscar Hurtado 2014, categoría de ensayo y artículo teórico. Finalista de la beca de creación “Caballo de Coral”, Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Mención en el concurso “Oscar Hurtado”, en la modalidad de cuento fantástico (Cuba, 2015). Cuarto lugar en el “Premio Literario "Patricia Sánchez Cuevas” (España, 2015), publicado en la antología de trabajos premiados.
Ha participado en varias antologías internacionales, entre ellas: “Historias breves”, Letras con Arte, España. Su cuento Últimos Servicios fue traducido al francés por La Universidad de Poitiers (Francia, 2015), para conformar un volumen sobre autores cubanos. Antología de Aforismos, Ediciones DeLetras, convocada mediante concurso por la propia editorial (España 2015).
Cuentos y reseñas suyas han sido publicadas en revistas digitales e impresas tanto en Cuba como en otros países. En colaboración con poetas y narradores cubanos ha participado en diversas lecturas y proyectos auspiciados por la Editorial Gente Nueva y la Asociación Hermanos Saíz.








LA HORA EN QUE NO MUERE NADIE…








RENAZCAMOS*




Yo no creí que luego de Áspero vendría Reseco. Aluciné que Áspero era una temporada de años acostumbrados a repetirse a sí mismos. Que la llegada de los invitados itinerantes Amargo y Frío serían cosa de contar con los dedos de una mano. Pero armaron su carpa bien cerca de nuestro hogar y se aparecían. Incluso alguna vez se quedó a vivir Amargo mientras los días eran una colección de oscuras columnas apiladas.
Calor no vendría nunca más como al principio, eso sorprendió porque más de una vez había amagado con reaparecer entre las telas de la cama. Pero no era más que tibieza, humedad o el calor atmosférico en fricción con la piel. En el recuerdo no quedaba el corazón a saltos y las partes disponibles de la anatomía ya no lucían alegres. Nunca como durante aquellos siete años que se convirtieron después en explanada sin retoques, en meseta.
Aridez se dejó estar, apoltronada entre todos los objetos de la casa y al aire del sol se resecó más convirtiéndose en una Aridez de otro planeta, sin aguas en las profundidades de la tierra, diferente, reinventándose a sí misma. Lo curioso es que no se quebraron los frutos ni las flores, lo asombroso es que Aridez los encontró pendiendo de su biología y los petrificó en su estado inmortal. Cosa de recordar, siempre recordar. Aunque duela. Por los recuerdos de las flores, de los brotes que prometían y que se quedaron ahí encerrados en sí mismos, mirándose la existencia, impotentes para crecer. Hermosos y muertos.
Vientos. Una vez soplaron vientos sobrenaturales. Lo que quedaba fue desapareciendo. Quizá debí haber puesto una campana de cristal sobre cada tesoro, como el Principito lo hizo con su amada rosa, quizá debí procurarme muchas campanas de cristal preparándome para el momento. Había tanta, tanta belleza que cuidar aún. Pero arrasó, Viento arrasó con casi todo. Aún hoy encuentro restos de aquellos días.
Desolación llegó. Y nunca se fue. Se quedó a vivir en un lugar que no consigo identificar. Quizá sea nómade, pudorosa o evasiva, lo cierto es que permanece y no hay modo de que desaparezca.
Cuando llegó Agua no dio tiempo. Una noche, sin preludios ni intuiciones llegó. Pero no se acercó a la puerta y nos visitó amablemente, como era costumbre entre tanta tierra partida. En lugar de esto se reveló y se fue metiendo adentro de lo más interior, metida inevitablemente allí donde no debió entrar nunca. Y arrasó con los colores que quedaban, con los recuerdos que sobrevivían a tanto. Y el moho invadió las superficies y cada parte nuestra se humedeció y no pasaba un día sin que alguien encontrara colores desteñidos. Se pudrió el agua estancada y fue costoso remover cada parte putrefacta, secarla al sol, renovar lo salvado y hacer que no había pasado nada, que los otros no sufrieran por esa imagen del agua llevándose todo.
Ahora vislumbro un verde nuevo entre el abandono, un brote que comienza su ascenso en busca de sol, insistiendo para volver a la vida. Quizá, como en los incendios, diez años pasen y las tierras recobren su vida igual que las personas y crezcan especies aún más vitales y los colores tengan otra belleza inusitada. Quizá la línea empiece a dar saltos y el círculo se cierre.
Hay que esperar. Tener ojos para ver qué viene luego. Si llegara Tierra con sus bailes no quedaría estructura para cobijarnos. No hay refugio que te cuide de perder, perder lo propio, adentro y afuera. Habrá que acostumbrarse a olvidar el sabor y la sensibilidad térmica para no ponerse triste. Habrá que seguir andando para poder descubrir otra belleza de esas que se convierten en nuevos recuerdos para tener presentes, como un prendedor, un anillo que acompañe en los caminos para escapar de lo más espantoso de la vida. Quizá el círculo al fin cierre. O renazcamos.



(De Intemperie)


*De Lorena Suez. lorenarsuez@gmail.com

 -Lorena Suez es Lic. en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de Siempre de Viaje y en los eventos de Viajera Editorial desde el año 2012. Forma parte de la Antología compilada por Virginia Janza, Tetas. Historias de Pecho,  con su relato “Desde el Mandarino” (Textos Intrusos 2015).
-Publicó recientemente  Intemperie.  Por Viajera Editorial. -2016-














Desde las profundidades*



Ya de pequeña escuchaba hablar del Señor del Agua y del Señor de la Luz como los amigos fieles que rescataban al abuelo Ramón de una plena soledad.
Su espacio de soledad era algo conscientemente buscado. Sentía como propia una pequeña isla donde había construido su refugio de pesca. Era una casilla de madera de 3 por 5 metros, elevada por unos gruesos troncos de árboles que existían como siglos antes de su épica de Robinson en el río.
El abuelo se había construido un refugio bien alto al que se subía con una maravillosa escalera de madera dura digna de una mansión.

Conocedor del río, bien asesorado por el Señor del Agua, sabía que nunca jamás el río había crecido mas allá de los 2 metros.
En la casilla, que ella visitaba con sus hermanos, el abuelo tenía todo lo necesario para vivir semanas aislado del mundo. Una cocina de una hornalla alimentada a gas de garrafa, Catre, colchón de lana, frazadas, alacena con algunas provisiones, mesa, conservadoras para guardar el pescado.
Salvo a luna llena, cuando no salía a pescar porque la luz de la luna le pudría el pescado, el abuelo se escapaba seguido de su casa en el pueblo vivir en su mundo del río.

Su abuelo era una personalidad fantasiosa, por eso no le creían del todo lo del Señor del Agua y su otro amigo, el Señor de la Luz.
Hasta que un fin de año se rindieron ante la viva presencia de ambos. Ella era muy chica, tenía la edad que tienen sus hijos ahora cuando el abuelo invito a la casa a sus amigos del río.

El señor del Agua. Un hombre con mirada de hielo que no encajaba en la ternura de su rostro. Un rostro de infancia puesta.
Tenía ropas de náufrago y entró dejando chorros de agua a su paso.
Por ese sentimiento profundo de buenos cristianos sus padres lo recibieron no sin mirar feo al abuelo. Le dieron ropas secas que el Señor del Agua acepto con evidente vergüenza.

No habían terminado de aceptar la presencia de aquel hombre todo mojado, cuando rato después llegó el Señor de la Luz, que no era un electricista ni un iluminado sostenido por alguna religión.
Ramón les explicó que el hombre era tan sensible que al emocionarse se encendía en una luminiscencia intermitente como la luciérnaga.

El abuelo sentó a cada uno de sus amigos en las cabeceras de la mesa larga tendida en el patio. Notaron los grandes que el hombre del agua y el hombre de la luz no se habían saludado dándose la mano como los otros invitados a pasar la noche del 31.

A la medianoche -en una época en la que no había dinero para fuegos artificiales ni se veía bien la ostentación derrochando dinero en pirotecnia- aquellos niños que fueron vivieron lo inolvidable: El Señor de la Luz y El señor del Agua acercaron sus dedos índices hasta desatar un show de chispas como las de las estrellitas que se venden ahora.

Hasta hoy sus ojos llevan esas chispas con las que comenzaron aquel lejano año nuevo.

Aunque su abuelo Ramón y El Señor de la Luz murieron hace años. El Señor del Agua sigue viniendo de tanto en tanto. La última vez lo vio llegar vestido con hilachas de ropa, colgajos de algas y camalotes. Pero igualito, como si el tiempo no pasara para él en el fondo del río.

-Dígale a Don Ramón que se viene la grande… (Dijo para avisar de una inundación que llegó en unos días y dejó medio pueblo bajo agua).

- Ya no le vuelvo a decir que mi abuelito murió.


(…)

Allí quedo el relato de Cecilia. No quise preguntar más. La felicidad no se lleva bien con las preguntas insistentes.

-Has tenido una infancia maravillosa. Dije sin salir del asombro.

La historia del abuelito Ramón me había desatado una dicha extraña. Como la de imaginar una vida que perdura al fondo del río.
Y cada tanto -desde las profundidades- emerge a visitar gente querida.



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com














LA VISITA*



Después de caminar lentamente por los jardines recién tocados por la primavera, llego a la casa de los Douillet, donde estaba invitado a almorzar. Me abre la puerta una criada joven, que me mira con curiosidad. Yo le sonrío y me presento. Entonces percibo que estoy desnudo. Me desconcierto, pero igual avanzo hacia el centro de la luminosa habitación, de muebles severos pero elegantes. La joven se dirige presurosa hacia el fondo y aparece Mme. Douillet, con la cual nos saludamos con afecto. Ella parece no notar que estoy desnudo, lo cual me hace sentir cómodo. Me siento en un amplio sofá y hablamos sobre la última vez que nos encontramos en la ópera, donde la obra había sido creada por un profesor y sus alumnos. Coincidimos en alabar el talento del músico y sus jóvenes alumnos. En ese momento siento que llega el auto de M. Douillet y él entra en pocos minutos. Me saluda con amabilidad y yo me siento turbado por encontrarme sin ropas. Él parece no prestarme atención, pero decido vestirme antes de que lleguen otros invitados. Me disculpo ante Mme. Douillet y me dirijo hacia otro salón que conduce a los dormitorios. Pero no alcanzo a llegar cuando siento conversar a varias mujeres que hablan en voz muy alta. Me apresuro, subo la escalinata y cuando voy a pasar al dormitorio salen de él tres personas que conozco de vista, profesores también del Instituto. Los saludo con normalidad, pero estoy molesto. Son dos mujeres y un hombre. Pensé que sería un almuerzo más íntimo, pero siento que el salón ya está lleno de gente. El hombre me reconoce levantando la mano, una de las mujeres se presenta mientras me acaricia el hombro. Me aparto y en el cuarto encuentro mis ropas. Cuando me estoy poniendo la camisa, entra Mme. Douillet y prosigue el diálogo que teníamos antes, mientras me pasa su dedo índice por los labios. La caricia se hace tan fuerte que siento que los dientes me lastiman los labios. Me excuso y llevo mis ropas al baño. Cuando salgo, ella está mirando por el ventanal hacia el jardín. Se acerca a mí un instante con ojos desolados luego bajamos juntos al salón comedor. Ya están todos sentados alrededor de la mesa. Todos se encuentran desnudos.



*De Sonia Arismendi Pignataro.
Uruguay. (1939 – 2016)












LOS HERMANOS QUE SOÑABAN IGUAL*




-Soñaron que hallarían el amor y lo encontraron.
De vez en cuando una misma mujer, maternal y hospitalaria, los recibía pródiga como la tierra.
Desde que la comadrona anunció -Dos gotas de agua- la noche que llegaron al mundo, nunca se separaron.
Bañada en lágrimas, su madre besó les besó mejillas por última vez y un día, los hombres que soñaban igual, se encontraron a bordo de un transatlántico con destino a América.
Los colonizadores que llegaron en ese mismo período, formaban dos grupos étnicos distintos: ucranianos y polacos, sin embargo, pertenecían a una misma región de Europa central: el Imperio Austro-húngaro que recibía el nombre de Galitzia.
A la mayoría de los campesinos de aquellas lejanas tierras, la segunda mitad del siglo XIX, no les ofreció más que cruda marginación económica y social, de modo que no hubo otro camino, para evitar el hambre, que la de abandonar su tierra natal en busca de una más prometedora.
Como suele, por naturaleza, ocurrir entre hermanos gemelos, los unía un vínculo físico y emocional fuera de lo común.
Solo ellos sabían qué sucedía en la cabeza y en el corazón del otro.
Tenían la misma personalidad, igual forma de relacionarse con los demás pero sobre todo, soñaban idéntico.
Uno al otro, se adivinaban las intenciones a la primera mirada y al cabo de crecer, se dieron cuenta de que sus sueños, además, eran premonitorios.
-Soñaron que abandonarían su tierra y lo hicieron.
Eran campesinos, desposeídos de todo bien material y sin educación formal más que la del trabajo rudo, por eso, cuando descendieron del barco, el único documento que los identificaba como emigrantes polacos, fue el Acta de Bautismo, oficiado bajo el rito latino de la iglesia Católica.
En aquellos años, el sesgo religioso era correlativo a la nacionalidad.
Una vez en América, el sector de tierra en que fueron instalados los inmigrantes, era zona poco prometedora pero siempre mejor a las condiciones de vida de su lugar de origen.
A fin de atemperar las mezquindades que exhibían los terratenientes lugareños, por negarse a menguar sus posesiones y a pesar de la crisis de población que vivenciaba el continente americano, se les proporcionó a los viajeros, el espacio que ofrecía mayores obstáculos para su explotación.
Sin embargo, como ya se dijo, para los recién llegados, todo era bueno en comparación con la superpoblación, los magros salarios y la voraz amenaza de hambre que los decidió a semejante aventura.
Se les asignaron estrechas parcelas de terreno, mínimos elementos de labranza, semillas, escasos caballos, alguna vaca, todo a pagar en un plazo de treinta años.
-Soñaron que comprarían tierra y lo hicieron.
Los comienzos fueron difíciles pero los colonos contaban con abundante leche de vaca- oro para ellos- posibilidades de encontrar avestruces y recoger sus huevos, cazar peludos, carpinchos, liebres y perdices. En las lagunas nutrias y peces y cantidad de pájaros.
El trabajo rudo y de sol a sol dejó ver, sin demora, sobre esa nueva tierra generosa y bendita, los primeros frutos: choclos, calabazas, cosecha de verdura.
Cada madrugada, al desayuno, los hermanos se entretenían adivinando el sueño, uno del otro, para propia diversión y para asombro de quien les oyera.
-Soñaron que construirían su vivienda y lo hicieron.
Nada les resultó fácil. Tuvieron que adaptarse al nuevo clima, a la diferencia de idiomas, a un mundo totalmente desconocido y extraño, pero ellos, insistieron tenazmente en cumplir los sueños por los cuales abandonaron su patria.
Dos gotas de agua. Como carne y uña, siempre unidos en un pacto basado en preceptos de lealtad, afecto y abnegación al sacrificio.
En su ranchito de adobe y paja trenzada, tan temprano como siempre, se despertaron aquella fatídica madrugada.
Jamás se habían equivocado en sus sueños, restaba esperar la confirmación a la certeza.
Sin hablar se rasuraron con minuciosidad, con detenido esmero. Sus miradas se cruzaron celosas y hostiles. Partieron al galope, por primera vez desafiantes y competitivos, a visitar a su china amada que les esperaba, maternal y pródiga, para anunciarles su primer embarazo.




*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell











Jimmy*

Historias mínimas.



Jimmy tiene 77 años. Actuó en muchas películas de Sandro.
Jimmy, ya no se levanta ; ya no tiene fuerzas en las piernas.

Tres mujeres se turnan para cuidarlo.
Los hijos lo visitan .A veces él contesta.
A veces él se duerme. A veces él recuerda

Después de almorzar puchero, Julio sintoniza a Sandro.

Julio canta canta;
Toma a la rubia lánguida y le roba mil sonrisas.

Julio lo imita de manera increíble a Sandro.

La hace girar a ella.
ella gira gira en la cocina gira entre sus brazos.

Luego aparecen las voces de "Memphis la Blusera”
Y ellos cantan

"Ella es la flor más bella
bajando por las estrellas
brilla más que el sol.

Ella es de la tierra de mujeres divinas
ella es argentina
como ella no hay .
Si llegara a besarte con su boca de fuego..."

Y ellos cantan bailan y se besan.

Yo retiro los restos de choclos
lavo los platos y escucho al muchachito

"Vamos a visitar a papá a la tarde, a mi papá".

Jimmy .
Las mujeres enloquecían por él.
Se parecía tanto a Jean Dean.

Yo seco los platos y les digo
que esta tarde cuando vayan a ver a Jimmy le manden
un abrazo enorme de mi parte.

Desde el ventanal caen
los rayos de sol tibios
casi otoñales
y siento en el pecho cómo lo quiero
cómo lo quiero
a su novio. (Al noviecito de mi hija).

Cómo no lo voy a querer si hace girar
girar
y reir a Flor
mientras recuerda de una ,de aquella manera en una canción
a Sandro de América
y a Jimmy, su padre ,
cuando podía
pararse
mover sus piernas
como el fuego.

"Tus labios de rubí
de rojo carmesí parecen murmurar
mil cosas sin hablar"

Dicen que le decían en el pueblo
"Cómo te vas para arriba Jean Dean"
y él
se daba vuelta y miraba y contestaba
desde sus ojos azules
que volvían locas a todas en el pueblo..

"Muchos abrazos para Jimmy" ,
les recuerdo a los bailarines y karaokistas.

Mientras yo
repaso en espiral los platos con un paño
y me doy cuenta de que
en una semana
casi sin darme cuenta el sol
ha girado de otra manera:
se ha vuelto , casi casi , otoñal.



*De Adriana Saliche. adrianasaliche@hotmail.com
Chivilcoy.












LO PEOR*



Qué es lo peor, derrumbarse por una despedida, sentir que hay algo que se pierde para siempre y se lleva las propias entrañas, o saber pero saber de veras que uno va a salir adelante, que todo pasa, que el tiempo lima y desdibuja.

La pérdida de la inocencia, la definitiva pérdida de esa inocencia que nos hace creer que alguien es necesario y que nos hace preferir las historias en que la heroína toma veneno cuando muere el amado, en vez de hacer un prudente duelo y seguir vendiendo pan o sellando formularios mientras espera que aparezca otro hombre con el cual casarse y formar una familia.
De jóvenes preferimos las novelas con suicidios por amor. De adultos hemos visto ya muchas recuperaciones y descreemos de los excesos. Qué pena.
Es condescender a la realidad y sobrevivir a medias.
Somos quienes ya saben que todo pasa y se han inmunizado a fuerza de anticuerpos. Somos los sobrevivientes. Duros, eso sí. Y habrá que ver si, sabiendo que el amor no es eterno desde antes de la largada, somos capaces de querer de veras.
Lo peor es ver el circuito desde arriba. Uno sabe desde adónde sale, hasta adónde llega, no sufre demasiado porque el resultado es previsible. Pero no participa de la carrera.
Lo peor es hacer como que se corre, sin correr en realidad, por vaticinar la derrota. Darse por vencido de antemano para evitar el desgaste. No hay nada que mate más que una muerte aceptada de antemano.

Lo peor entonces no es sufrir la pérdida, sino nunca haberse animado a intentar el improbable trámite de realizar un amor.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com










Vivir en el silencio*



Quien vive en el silencio
conoce su propia tormenta.

Hay un cúmulo de gritos reprimidos,
expresión desatada de sorda rebeldía,
siempre envuelta en harapos,
siempre ahogada en susurros.

El corazón ansía vendavales,
huracanes de luz, sombras mortales.
Busca infiernos el alma donde arder,
mares donde nadar y naufragar, espacios
para batir sus alas impotentes.

Sólo existe quietud, todo es un vaso
de plomo derretido.

¿Quién desnudará tu grito?
¿Quién se amarrará a tu labio?
¿Quién, en las noches insomnes,
se acercará a tu voz y a tu delirio?



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El alba sin espejos”














El tío en la nube*



Una nube de polvillo expandiéndose por el aire de la habitación. Esa era la imagen más antigua que el hombre que en aquel entonces era un niño, tenía de su tío.
El tío había salido de darse una ducha. Había colocado una toalla sobre la cama y se había sentado a llenar de talco sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con una energía demencial dejando al aire una nube de polvo que no deja de expandirse en el recuerdo.

La pensión donde se hospedaba se llamaba “La Esperanza” y su tío estrenaba a los 40 años una nueva soltería. Esa noche iba al club Sportivo Alsina, donde actuaban Sandro y Los de Fuego. No le interesaba la música ni quien estuviera en el escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”. Y luego esa imagen que se niega a olvidarse: apenas dicha su genialidad el tío que no paró de reír con ese estruendo tan suyo para festejarse sus chistes sin esperar una risa ajena, sino mas bien contagiándola.

Años después su tío repetirá una y otra vez la historia de como llegó a esa pensión sólo con lo puesto: Al volver de su trabajo en la fábrica encontró a su primera mujer en la cama con un tipo arriba “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella había dejado sobre el bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta de calle para que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el tapial del fondo y salir de manera indecorosa por la casa del vecino.

El tío tenía esa especie de desapego, no le importo nada de lo que había en su casa, si su mujer no sería más su mujer no quiso llevarse ni un par de medias.
A lo largo de los años esa imagen iba a permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío despreocupado y alegre, llenando de talco sus testículos para salir a buscar una nueva mujer a pocos días de haber perdido hasta sus ropas.
Como lo demostró obstinadamente una y otra vez en su larga vida, no quería estar solo, su tío necesitaba una mujer o la ilusión de una mujer para vivir.



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com












FRONTERAS*



Uno va y viene por urdimbres
inventándose espacios en la trama
necesaria de los días,
allí conviven nuestras cegueras
con deseadas luces que nos niegan
-como Pedro antes del alba-
¿Qué delimita la frontera entre
un sol imaginario y éste
que quiebra oscuridades?


El saber no sabe. Va de regreso
en una zona de nieblas.
No contesta


En la luz mestiza de la tarde
un simple gorrión sobrevuela
mi estupor y este intento
de comprender en qué realidad
se caen
los seres que se van.
En tanto, mis venas atan imágenes
bisagras trémulas
adioses indefensos.


Sobre la textura áspera del tiempo
la hebra suelta en mí
respira
y espera.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar









InvenTREN
http://inventren.blogspot.com/





Rumbo a San Fermín*




Diez de la mañana sobre la pampa húmeda. El primer sol primaveral reverdece en las copas de los árboles, el trino de los pájaros adormece la visión del caminante, y la llanura es cortada por la mitad por una tenue línea irregular. Son los restos del antiguo ramal de trocha angosta del ex Ferrocarril Midland, desmantelado desde hace décadas, descomponiéndose en medio del paisaje como el atroz cadáver de un pordiosero sin nombre.

De pronto, sobre la monotonía del horizonte comienza a distinguirse una silueta que se acerca, sin prisa pero sin pausa. Al comienzo se asemeja a una aparición espectral, difusa, intangible. Pero a poco de avanzar, se concretiza, sólida, oscura, con una vaga oscilación que recuerda al rítmico sube y baja de los pistones de un motor de combustión. Sobre aquel paisaje desolado se materializa una zorra ferroviaria manual, impulsada por un par de siluetas, esforzadas y persistentes.

Poco a poco van delineándose las figuras: son un par de hombres, vestidos con deslucidos mamelucos grises, moviéndose con una monotonía tan decidida como sudorosa. De espaldas a la vía, con la vista fija en el ayer, Eduardo Coiro –alias “Educoiro”- mueve la palanca arriba y abajo, con un brillo alucinado en la mirada y un peso inimaginable sobre ambos brazos, ya casi acalambrados. De cara al futuro, dejando atrás un pasado que ya no volverá, Alberto Di Matteo –alias “Aldima”- reproduce el movimiento alternado de su compañero, resoplando mientras hombros y espalda se le contracturan, y deja vagar la imaginación como una sutil manera de que el impulso cobre mayor fuerza.

-¡Vamos, Di Matteo, no me afloje! -, exclama Coiro. -¡Hay que volver a fundar estos ramales ferroviarios, olvidados por la desidia de los prostitutos de siempre!

-No sé cómo vamos a llegar hasta el final -, replica Di Matteo, con un quejoso murmullo y la vista fija en la palanca. -¿Quién más va a sumarse en esta patriada?

-¡Eso no importa, compañero! ¡Hay que trazar un camino, crear con sentimiento, desplegar el sueño y la fantasía sobre este bendito país!-. Y de pronto, suelta la mano derecha, eleva la vista al cielo, y apunta hacia arriba con el dedo índice, cual si pontificara sobre una tribuna política: -¡Hagamos el esfuerzo, carajo! ¡Claro que vale la pena! ¡Nos cansaremos de triunfar!

Di Matteo también suelta su mano derecha, pero para tomar un marcador que lleva sobre el bolsillo superior izquierdo, y con él comenzar a garabatear las inspiradas frases de su amigo sobre la manga izquierda de su mameluco, que luego transcribirá oportunamente, elaborando inspirados textos que los movilicen a soñar a ambos –y a sus lectores- con estar dando los primeros pasos para el lanzamiento de una revolución cultural que rescate aquellas antiguas glorias de un país que quizá ya no exista, pero que bien vale la pena homenajear. Resopla agotado, guarda el marcador en el bolsillo, y continúa impulsando la zorra hacia delante, inclinando la cabeza.

Sólo entonces descubre el singular detalle, incrédulo por no haber reparado en ello antes. Lo que se extiende a espaldas de Coiro, en esa porción de llanura que aún no han recorrido pero que se les avecina a gran velocidad, son las carcomidas ruinas de lo que otrora fuese una vía: fragmentos de rieles oxidados, tacos de durmientes comidos por las termitas, pajonales por doquier… ¿Cómo es posible que se lancen hacia semejante incertidumbre, sin sucumbir en el intento? Sin embargo, al hundir la cabeza entre los hombros y espiar a través de sus piernas flexionadas, advierte que debajo del paso de la zorra, por detrás del impulso que van desgranando sobre la pampa húmeda, los rieles brillan con una intensidad inusual, como si los hubiesen acabado de fijar al suelo, aunque relucientes por el uso continuo.

-¡Refundemos un proyecto ferroviario, aunque sólo sea en el plano de nuestros sueños, con la mágica potencia de la literatura!-, vocifera Coiro por delante suyo, a espaldas del mañana.

Entonces Di Matteo fija la mirada sobre la oscilante palanca y cree estar viendo algo muy distinto al acero habitual con el que ignotos ingenieros europeos han construido estos vehículos. La barra parece estar conformada por un material extraño, parecido a una red, un tejido, un entramado de elementos misteriosos. Presta mayor atención, entrecerrando los párpados que le arden a causa de las densas gotas de sudor, y sorpresivamente cae en la cuenta de su propio delirio: aquello no es una red de filamentos metálicos, ni siquiera la fragmentación atómica de los elementos, sino un macizo conglomerado de frases, letras y palabras, unidas entre sí…

Inmediatamente, ambos escuchan un estridente silbato, imposible de confundir, proveniente del lugar que acaban de abandonar.

-¡ES EL (Inven) TREN!-, aúlla Coiro, agotado pero inmensamente feliz, espiando hacia atrás por sobre el hombro de su compañero. -¡LO HEMOS CONSEGUIDO, DI MATTEO! ¡EL (Inven) TREN VUELVE A CORRER CON INDUDABLE DIGNIDAD SOBRE ESTAS VÍAS!

Di Matteo vuelve la cabeza y contempla en pleno día el nítido faro de una locomotora diesel a unos trescientos metros de distancia, que se acerca a una velocidad mucho más intensa que la que ellos desarrollan manualmente, sin intención alguna de detenerse al alcanzarlos, en una suerte de criollo remedo de la horrible criatura generada por el Profesor Víctor Frankenstein.

-¡Va a pasarnos por arriba!-, exclama, con un último aliento.

-¡Por eso mismo, Di Matteo: ponga huevo y siga adelante! ¡Hay que llegar a San Fermín antes de que nos aplaste! ¡El (Inven) tren se ha convertido en una fuerza imposible de parar!!! ¡Síííííííííííi!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

“¿Quién me obligó a meter en este quilombo?”, piensa Di Matteo, bufando y sin dejar de agilizar esa barra manual que ya casi parece moverse sola, aunque todavía necesite del impulso humano para darle impulso.

Coiro comienza a reírse de felicidad, con genuina satisfacción. El cuerpo le estalla en una dolorosa contractura, el sudor se le adhiere sobre la piel, y el aire le quema los pulmones. Pero a pesar de todo, se siente tan contento como si volviese a tener siete u ocho años, y su padre le hubiese regalado un lujoso tren Lima, con decenas de vagones y tres modelos de locomotoras diferentes, acompañados por maquetas de estaciones y demás construcciones aledañas, todo ello dispuesto para establecer sobre una amplia mesa y dejarla allí, para jugar hasta muy tarde por las noches, o alegrar una borrascosa tarde de lluvia con el cautivante hechizo de un circuito ferroviario de juguete.

El sudor les chorrea a mares desde las frentes, descendiendo por los cuellos, creando enormes aureolas oscuras bajo las axilas, afincándose en las palmas, asidas con obstinada firmeza a la barra de la palanca, mientras la locomotora Werkspoor 4613 se les abalanza voraz, cada vez más cercana. Y aunque cada uno resopla por causas diferentes, aunque las motivaciones sean tan variadas para cada uno de los dos, algo los une en una misma empresa: el placer por inventar, por divertirse, por delirar juntos de manera creativa…

-¡No afloje, Di Matteo, no afloje!!!

-Sos un dictador, Coiro… Siempre decidís por tu cuenta…

Así es como la zorra parece adquirir una velocidad autónoma al impulso manual que ejercen sobre ella, aunque ello no impida que el parachoques a rayas rojas y blancas de la locomotora les dé un topetazo por detrás, sólo para impulsarlos unos metros más, hasta llegar a destino.

Irrumpen de manera tan vertiginosa en los terrenos aledaños a la Estación San Fermín, que hasta por un segundo les parece que allí no existía nada hasta ese preciso instante. La zorra se desmaterializa en forma inmediata, mientras ambos caen rodando sobre un andén muy pulcro, y a su alrededor se esparce una caótica lluvia de fragmentos de frases sin utilizar, ideas sin desarrollar y comentarios al margen. La locomotora a vapor ensordece el espacio con un silbido en extremo estridente, como el primer chillido emitido por un recién nacido, urgido de alimento, y avanza desbocada hacia el horizonte sobre unos rieles recién estrenados, dejando a su paso un ardiente halo de carbón quemado que les inunda la nariz.

Coiro incorpora a medias el tronco sobre el andén, mientras Di Matteo aún intenta recuperar el aliento del último impulso, con la mente agotada de tanto delinear frases dignas y coherentes, cuando contemplan azorados algo que jamás hubieran podido imaginar por cuenta propia.

Al otro extremo del andén ven surgir, como otra aparición fantasmal, la solitaria silueta de un ciclista, ataviado por colores absurdos y chillones, como es la costumbre, y un oblongo casco azul con antiparras, quien sin frenar siquiera al ingresar en la Estación, incorpora el torso, alza los brazos y mantiene el equilibrio en los últimos metros del recorrido, mientras exclama:

-¡Sí, señores!!! ¡Treinta y cuatro kilómetros después, he creado la Bicisenda Ferroviaria!!!

Se desliza a su lado como una díscola irrupción “sorianesca”, y desaparece en la primer curva, sin que ellos consigan llamarle la atención y preguntarle siquiera cuál es su nombre.

Ambos se ayudan mutuamente para incorporarse, sucios y maltrechos, y avanzan a los tropezones y en silencio, apoyados uno contra el otro, rodeándose los hombros en un fraternal abrazo, resoplando agitados, hasta salir de la Estación, como un par de ignorados espectros, sin cruzarse con nadie. Al llegar a la calle de tierra, divisan en la vereda de enfrente un boliche de campo. Y hacia allí van, aún con ciertas frases colgándoles del overol, a la espera de tomar algo que los reconforte.

Acodados en la barra, por detrás de la reja que los separa del dependiente a la manera de una pulpería, ambos piden una ginebra “dalmasettiana”. Como el hombre no tiene idea de qué le están hablando, se conforman con un breve vaso de caña. Y una vez servidos, mientras recuperan el aliento y observan el paisaje que los rodea con ojos curiosos, dignos de lingüísticos exploradores, se miran el uno al otro, con un extraño brillo de complicidad, como si se adivinasen el pensamiento.

-Che -, alcanzan a decirse, al mismo tiempo-: ¿Y si proponemos un “InvenTren” en zorra?

*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar




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