*Tapa de Laurel y Orégano,
con dibujo de Ray Respall Rojas.
Laurel, orégano… y mucho más*
Para disfrute de lectores imaginativos o inquietos,
tal vez de los que buscan una realidad más allá de lo circunscrito, se nos
presenta el más reciente título de la prolífera escritora Marié Rojas Tamayo: Laurel
y Orégano -basada en un relato de la autora, ganador del XX Premio Ana
María Matute-, entrega de la Casa Editora Abril en este 2017.
En un valle del llamado Nuevo Mundo, aislado
entre montañas, donde el tiempo transcurre en un ritmo propio, distante de la
civilización de afuera, una familia de mallorquines funda el pueblo de
Aquimismo. En él confluyen los ingredientes que han ido conformando la
nacionalidad latinoamericana… Pasa un circo ambulante y escapan algunos de los
monstruos que mantenían en cautiverio, suceden extraños fenómenos
meteorológicos… Entre todos dan lugar a una estirpe donde las mujeres ostentan
poderes acorde a los elementos –agua, metal, madera, fuego, tierra-, tienen
facultades para sanar, volverse invisibles, viajar a otras realidades o
manipular el tiempo… virtudes que son bienvenidas, así como las sucesivas
reencarnaciones de personajes claves. Historias contadas por la mejor
narradora: La Cuentacuentos, anfitriona predilecta de Dios, el Diablo y la
Muerte, quienes se sientan juntos cada día a la sombra de los árboles de su
patio, durante “la hora en que no muere nadie”, un espacio donde no hay
censura.
En cada historia, la autora hace alarde de un
exquisito lenguaje y dominio del género fantástico -y a la vez muy real- en el
que se desenvuelven sus textos. Como excelente artesana, en cada narración va
introduciendo nuevos personajes, tramas y discrepancias que, mientras avanza la
novela, se van entretejiendo cual hiedra en la historia de Aquimismo, hasta
florecer en un inesperado, sorprendente y magnífico final.
Como valor agregado, tiene la cualidad de que puede
leerse cada capítulo de manera individual, pues los relatos -narrados por
cualquiera de los cuatro contertulios- cierran como unidad individual. Ayuda el
hecho de que no tengan un orden cronológico: es relatada a través de eventos,
tal como acuden a la memoria de La Cuentacuentos. No obstante, la autora logra
que mantengamos el hilo de la madeja para no perdernos en tal laberinto.
Es una novela dirigida hacia el público adulto -y
también al joven, con cierto nivel de lectura-, pues entre cuento y cuento, se
deja abierta una puerta por la que podemos disfrutar, y participar, de debates
sobre la historia recién concluida; temas que van desde el amor, la física
cuántica, lo esotérico y lo extraordinario, hasta algo tan simple en apariencia
como el hecho de nombrar los elementos de la creación.
Con “Laurel y Orégano”, Marié Rojas nos pasea por
las tierras de Aquimismo, donde lo aparentemente irreal se funde a lo mágico
para forjar la vida cotidiana de cada uno de sus habitantes. Demuestra con ello
ser digna representante en nuestra Isla -de otros grandes del género como
Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Laura Esquivel-, que con sus historias,
mantiene vivo el sortilegio que reside dentro de cada uno de nosotros.
-Abel Guelmes Roblejo. La Habana, 1986.
Estudiante de Contabilidad y Finanzas, Universidad de la Habana. Miembro del
Taller Literario Espacio Abierto. Graduado del taller de formación literaria
“Onelio Jorge Cardoso”. Miembro de la AHS desde el año 2016.
Finalista del “XI Concurso de Cuento Ciudad de Pupiales, 2016”
(Colombia), Fundación Gabriel García Márquez. Finalista del I Certamen
Internacional de Relatos Pecaminosos (Estados Unidos, 2013). Finalista del
concurso “Mi mundo fantástico” (España, 2013) Mención en el concurso Oscar
Hurtado 2014, categoría de ensayo y artículo teórico. Finalista de la beca de
creación “Caballo de Coral”, Centro de Formación Literaria Onelio Jorge
Cardoso. Mención en el concurso “Oscar Hurtado”, en la modalidad de cuento
fantástico (Cuba, 2015). Cuarto lugar en el “Premio Literario "Patricia Sánchez Cuevas” (España, 2015), publicado en la antología de trabajos premiados.
Ha participado en varias antologías internacionales, entre ellas:
“Historias breves”, Letras con Arte, España. Su cuento Últimos Servicios
fue traducido al francés por La Universidad de Poitiers (Francia, 2015), para
conformar un volumen sobre autores cubanos. Antología de Aforismos, Ediciones
DeLetras, convocada mediante concurso por la propia editorial (España 2015).
Cuentos y reseñas suyas han sido publicadas en revistas digitales e
impresas tanto en Cuba como en otros países. En colaboración con poetas y
narradores cubanos ha participado en diversas lecturas y proyectos auspiciados
por la Editorial Gente Nueva y la Asociación Hermanos Saíz.
LA HORA EN QUE NO MUERE NADIE…
RENAZCAMOS*
Yo no creí que
luego de Áspero vendría Reseco. Aluciné que Áspero era una temporada de años
acostumbrados a repetirse a sí mismos. Que la llegada de los invitados
itinerantes Amargo y Frío serían cosa de contar con los dedos de una mano. Pero
armaron su carpa bien cerca de nuestro hogar y se aparecían. Incluso alguna vez
se quedó a vivir Amargo mientras los días eran una colección de oscuras
columnas apiladas.
Calor no
vendría nunca más como al principio, eso sorprendió porque más de una vez había
amagado con reaparecer entre las telas de la cama. Pero no era más que tibieza,
humedad o el calor atmosférico en fricción con la piel. En el recuerdo no
quedaba el corazón a saltos y las partes disponibles de la anatomía ya no lucían
alegres. Nunca como durante aquellos siete años que se convirtieron después en
explanada sin retoques, en meseta.
Aridez se dejó
estar, apoltronada entre todos los objetos de la casa y al aire del sol se
resecó más convirtiéndose en una Aridez de otro planeta, sin aguas en las
profundidades de la tierra, diferente, reinventándose a sí misma. Lo curioso es
que no se quebraron los frutos ni las flores, lo asombroso es que Aridez los
encontró pendiendo de su biología y los petrificó en su estado inmortal. Cosa
de recordar, siempre recordar. Aunque duela. Por los recuerdos de las flores,
de los brotes que prometían y que se quedaron ahí encerrados en sí mismos,
mirándose la existencia, impotentes para crecer. Hermosos y muertos.
Vientos. Una
vez soplaron vientos sobrenaturales. Lo que quedaba fue desapareciendo. Quizá
debí haber puesto una campana de cristal sobre cada tesoro, como el Principito
lo hizo con su amada rosa, quizá debí procurarme muchas campanas de cristal
preparándome para el momento. Había tanta, tanta belleza que cuidar aún. Pero
arrasó, Viento arrasó con casi todo. Aún hoy encuentro restos de aquellos días.
Desolación
llegó. Y nunca se fue. Se quedó a vivir en un lugar que no consigo identificar.
Quizá sea nómade, pudorosa o evasiva, lo cierto es que permanece y no hay modo
de que desaparezca.
Cuando llegó
Agua no dio tiempo. Una noche, sin preludios ni intuiciones llegó. Pero no se
acercó a la puerta y nos visitó amablemente, como era costumbre entre tanta
tierra partida. En lugar de esto se reveló y se fue metiendo adentro de lo más
interior, metida inevitablemente allí donde no debió entrar nunca. Y arrasó con
los colores que quedaban, con los recuerdos que sobrevivían a tanto. Y el moho
invadió las superficies y cada parte nuestra se humedeció y no pasaba un día
sin que alguien encontrara colores desteñidos. Se pudrió el agua estancada y
fue costoso remover cada parte putrefacta, secarla al sol, renovar lo salvado y
hacer que no había pasado nada, que los otros no sufrieran por esa imagen del agua
llevándose todo.
Ahora vislumbro
un verde nuevo entre el abandono, un brote que comienza su ascenso en busca de
sol, insistiendo para volver a la vida. Quizá, como en los incendios, diez años
pasen y las tierras recobren su vida igual que las personas y crezcan especies
aún más vitales y los colores tengan otra belleza inusitada. Quizá la línea
empiece a dar saltos y el círculo se cierre.
Hay que
esperar. Tener ojos para ver qué viene luego. Si llegara Tierra con sus bailes
no quedaría estructura para cobijarnos. No hay refugio que te cuide de perder,
perder lo propio, adentro y afuera. Habrá que acostumbrarse a olvidar el sabor
y la sensibilidad térmica para no ponerse triste. Habrá que seguir andando para
poder descubrir otra belleza de esas que se convierten en nuevos recuerdos para
tener presentes, como un prendedor, un anillo que acompañe en los caminos para
escapar de lo más espantoso de la vida. Quizá el círculo al fin cierre. O
renazcamos.
(De Intemperie)
*De Lorena Suez. lorenarsuez@gmail.com
-Lorena Suez es Lic. en Ciencias de la
Comunicación y Psicóloga Social. Participa en los talleres de Siempre de Viaje
y en los eventos de Viajera Editorial desde el año 2012. Forma parte de la
Antología compilada por Virginia Janza, Tetas. Historias de Pecho, con su
relato “Desde el Mandarino” (Textos Intrusos 2015).
-Publicó recientemente
Intemperie. Por Viajera Editorial. -2016-
Desde las
profundidades*
Ya de pequeña
escuchaba hablar del Señor del Agua y del Señor de la Luz como los amigos
fieles que rescataban al abuelo Ramón de una plena soledad.
Su espacio de
soledad era algo conscientemente buscado. Sentía como propia una pequeña isla
donde había construido su refugio de pesca. Era una casilla de madera de 3 por
5 metros, elevada por unos gruesos troncos de árboles que existían como siglos
antes de su épica de Robinson en el río.
El abuelo se
había construido un refugio bien alto al que se subía con una maravillosa
escalera de madera dura digna de una mansión.
Conocedor del
río, bien asesorado por el Señor del Agua, sabía que nunca jamás el río había
crecido mas allá de los 2 metros.
En la casilla,
que ella visitaba con sus hermanos, el abuelo tenía todo lo necesario para
vivir semanas aislado del mundo. Una cocina de una hornalla alimentada a gas de
garrafa, Catre, colchón de lana, frazadas, alacena con algunas provisiones,
mesa, conservadoras para guardar el pescado.
Salvo a luna
llena, cuando no salía a pescar porque la luz de la luna le pudría el pescado,
el abuelo se escapaba seguido de su casa en el pueblo vivir en su mundo del
río.
Su abuelo era
una personalidad fantasiosa, por eso no le creían del todo lo del Señor del
Agua y su otro amigo, el Señor de la Luz.
Hasta que un
fin de año se rindieron ante la viva presencia de ambos. Ella era muy chica,
tenía la edad que tienen sus hijos ahora cuando el abuelo invito a la casa a
sus amigos del río.
El señor del
Agua. Un hombre con mirada de hielo que no encajaba en la ternura de su rostro.
Un rostro de infancia puesta.
Tenía ropas de
náufrago y entró dejando chorros de agua a su paso.
Por ese
sentimiento profundo de buenos cristianos sus padres lo recibieron no sin mirar
feo al abuelo. Le dieron ropas secas que el Señor del Agua acepto con evidente
vergüenza.
No habían
terminado de aceptar la presencia de aquel hombre todo mojado, cuando rato
después llegó el Señor de la Luz, que no era un electricista ni un iluminado
sostenido por alguna religión.
Ramón les
explicó que el hombre era tan sensible que al emocionarse se encendía en una
luminiscencia intermitente como la luciérnaga.
El abuelo sentó
a cada uno de sus amigos en las cabeceras de la mesa larga tendida en el patio.
Notaron los grandes que el hombre del agua y el hombre de la luz no se habían
saludado dándose la mano como los otros invitados a pasar la noche del 31.
A la medianoche
-en una época en la que no había dinero para fuegos artificiales ni se veía
bien la ostentación derrochando dinero en pirotecnia- aquellos niños que fueron
vivieron lo inolvidable: El Señor de la Luz y El señor del Agua acercaron sus
dedos índices hasta desatar un show de chispas como las de las estrellitas que
se venden ahora.
Hasta hoy sus
ojos llevan esas chispas con las que comenzaron aquel lejano año nuevo.
Aunque su
abuelo Ramón y El Señor de la Luz murieron hace años. El Señor del Agua sigue
viniendo de tanto en tanto. La última vez lo vio llegar vestido con hilachas de
ropa, colgajos de algas y camalotes. Pero igualito, como si el tiempo no pasara
para él en el fondo del río.
-Dígale a Don
Ramón que se viene la grande… (Dijo para avisar de una inundación
que llegó en unos días y dejó medio pueblo bajo agua).
- Ya no le
vuelvo a decir que mi abuelito murió.
(…)
Allí quedo el
relato de Cecilia. No quise preguntar más. La felicidad no se lleva bien con
las preguntas insistentes.
-Has tenido una
infancia maravillosa. Dije sin salir del asombro.
La historia del
abuelito Ramón me había desatado una dicha extraña. Como la de imaginar una
vida que perdura al fondo del río.
Y cada tanto
-desde las profundidades- emerge a visitar gente querida.
*De Eduardo Francisco Coiro.
inventivasocial@hotmail.com
LA VISITA*
Después de
caminar lentamente por los jardines recién tocados por la primavera, llego a la
casa de los Douillet, donde estaba invitado a almorzar. Me abre la puerta una
criada joven, que me mira con curiosidad. Yo le sonrío y me presento. Entonces
percibo que estoy desnudo. Me desconcierto, pero igual avanzo hacia el centro
de la luminosa habitación, de muebles severos pero elegantes. La joven se
dirige presurosa hacia el fondo y aparece Mme. Douillet, con la cual nos
saludamos con afecto. Ella parece no notar que estoy desnudo, lo cual me hace
sentir cómodo. Me siento en un amplio sofá y hablamos sobre la última vez que
nos encontramos en la ópera, donde la obra había sido creada por un profesor y
sus alumnos. Coincidimos en alabar el talento del músico y sus jóvenes alumnos.
En ese momento siento que llega el auto de M. Douillet y él entra en pocos
minutos. Me saluda con amabilidad y yo me siento turbado por encontrarme sin
ropas. Él parece no prestarme atención, pero decido vestirme antes de que
lleguen otros invitados. Me disculpo ante Mme. Douillet y me dirijo hacia otro
salón que conduce a los dormitorios. Pero no alcanzo a llegar cuando siento
conversar a varias mujeres que hablan en voz muy alta. Me apresuro, subo la
escalinata y cuando voy a pasar al dormitorio salen de él tres personas que
conozco de vista, profesores también del Instituto. Los saludo con normalidad,
pero estoy molesto. Son dos mujeres y un hombre. Pensé que sería un almuerzo
más íntimo, pero siento que el salón ya está lleno de gente. El hombre me
reconoce levantando la mano, una de las mujeres se presenta mientras me
acaricia el hombro. Me aparto y en el cuarto encuentro mis ropas. Cuando me
estoy poniendo la camisa, entra Mme. Douillet y prosigue el diálogo que
teníamos antes, mientras me pasa su dedo índice por los labios. La caricia se
hace tan fuerte que siento que los dientes me lastiman los labios. Me excuso y
llevo mis ropas al baño. Cuando salgo, ella está mirando por el ventanal hacia
el jardín. Se acerca a mí un instante con ojos desolados luego bajamos juntos
al salón comedor. Ya están todos sentados alrededor de la mesa. Todos se
encuentran desnudos.
*De Sonia
Arismendi Pignataro.
Uruguay. (1939
– 2016)
LOS HERMANOS
QUE SOÑABAN IGUAL*
-Soñaron que
hallarían el amor y lo encontraron.
De vez en
cuando una misma mujer, maternal y hospitalaria, los recibía pródiga como la
tierra.
Desde que la
comadrona anunció -Dos gotas de agua- la noche que llegaron al mundo, nunca se
separaron.
Bañada en
lágrimas, su madre besó les besó mejillas por última vez y un día, los hombres
que soñaban igual, se encontraron a bordo de un transatlántico con destino a
América.
Los
colonizadores que llegaron en ese mismo período, formaban dos grupos étnicos
distintos: ucranianos y polacos, sin embargo, pertenecían a una misma región de
Europa central: el Imperio Austro-húngaro que recibía el nombre de Galitzia.
A la mayoría de
los campesinos de aquellas lejanas tierras, la segunda mitad del siglo XIX, no
les ofreció más que cruda marginación económica y social, de modo que no hubo
otro camino, para evitar el hambre, que la de abandonar su tierra natal en
busca de una más prometedora.
Como suele, por
naturaleza, ocurrir entre hermanos gemelos, los unía un vínculo físico y
emocional fuera de lo común.
Solo ellos
sabían qué sucedía en la cabeza y en el corazón del otro.
Tenían la misma
personalidad, igual forma de relacionarse con los demás pero sobre todo,
soñaban idéntico.
Uno al otro, se
adivinaban las intenciones a la primera mirada y al cabo de crecer, se dieron
cuenta de que sus sueños, además, eran premonitorios.
-Soñaron que
abandonarían su tierra y lo hicieron.
Eran
campesinos, desposeídos de todo bien material y sin educación formal más que la
del trabajo rudo, por eso, cuando descendieron del barco, el único documento
que los identificaba como emigrantes polacos, fue el Acta de Bautismo, oficiado
bajo el rito latino de la iglesia Católica.
En aquellos
años, el sesgo religioso era correlativo a la nacionalidad.
Una vez en
América, el sector de tierra en que fueron instalados los inmigrantes, era zona
poco prometedora pero siempre mejor a las condiciones de vida de su lugar de
origen.
A fin de
atemperar las mezquindades que exhibían los terratenientes lugareños, por
negarse a menguar sus posesiones y a pesar de la crisis de población que
vivenciaba el continente americano, se les proporcionó a los viajeros, el
espacio que ofrecía mayores obstáculos para su explotación.
Sin embargo,
como ya se dijo, para los recién llegados, todo era bueno en comparación con la
superpoblación, los magros salarios y la voraz amenaza de hambre que los
decidió a semejante aventura.
Se les
asignaron estrechas parcelas de terreno, mínimos elementos de labranza,
semillas, escasos caballos, alguna vaca, todo a pagar en un plazo de treinta años.
-Soñaron que
comprarían tierra y lo hicieron.
Los comienzos
fueron difíciles pero los colonos contaban con abundante leche de vaca- oro
para ellos- posibilidades de encontrar avestruces y recoger sus huevos, cazar
peludos, carpinchos, liebres y perdices. En las lagunas nutrias y peces y
cantidad de pájaros.
El trabajo rudo
y de sol a sol dejó ver, sin demora, sobre esa nueva tierra generosa y bendita,
los primeros frutos: choclos, calabazas, cosecha de verdura.
Cada madrugada,
al desayuno, los hermanos se entretenían adivinando el sueño, uno del otro,
para propia diversión y para asombro de quien les oyera.
-Soñaron que
construirían su vivienda y lo hicieron.
Nada les
resultó fácil. Tuvieron que adaptarse al nuevo clima, a la diferencia de
idiomas, a un mundo totalmente desconocido y extraño, pero ellos, insistieron
tenazmente en cumplir los sueños por los cuales abandonaron su patria.
Dos gotas de
agua. Como carne y uña, siempre unidos en un pacto basado en preceptos de
lealtad, afecto y abnegación al sacrificio.
En su ranchito
de adobe y paja trenzada, tan temprano como siempre, se despertaron aquella
fatídica madrugada.
Jamás se habían
equivocado en sus sueños, restaba esperar la confirmación a la certeza.
Sin hablar se
rasuraron con minuciosidad, con detenido esmero. Sus miradas se cruzaron
celosas y hostiles. Partieron al galope, por primera vez desafiantes y
competitivos, a visitar a su china amada que les esperaba, maternal y pródiga,
para anunciarles su primer embarazo.
*De Ana
María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
Jimmy*
Historias
mínimas.
Jimmy tiene 77
años. Actuó en muchas películas de Sandro.
Jimmy, ya no se
levanta ; ya no tiene fuerzas en las piernas.
Tres mujeres se
turnan para cuidarlo.
Los hijos lo
visitan .A veces él contesta.
A veces él se
duerme. A veces él recuerda
Después de
almorzar puchero, Julio sintoniza a Sandro.
Julio canta canta;
Toma a la rubia
lánguida y le roba mil sonrisas.
Julio lo imita
de manera increíble a Sandro.
La hace girar a
ella.
ella gira gira
en la cocina gira entre sus brazos.
Luego aparecen
las voces de "Memphis la Blusera”
Y ellos cantan
"Ella es
la flor más bella
bajando por las
estrellas
brilla más que
el sol.
Ella es de la
tierra de mujeres divinas
ella es
argentina
como ella no
hay .
Si llegara a
besarte con su boca de fuego..."
Y ellos cantan
bailan y se besan.
Yo retiro los
restos de choclos
lavo los platos
y escucho al muchachito
"Vamos a
visitar a papá a la tarde, a mi papá".
Jimmy .
Las mujeres
enloquecían por él.
Se parecía
tanto a Jean Dean.
Yo seco los
platos y les digo
que esta tarde
cuando vayan a ver a Jimmy le manden
un abrazo enorme
de mi parte.
Desde el
ventanal caen
los rayos de
sol tibios
casi otoñales
y siento en el
pecho cómo lo quiero
cómo lo quiero
a su novio. (Al
noviecito de mi hija).
Cómo no lo voy
a querer si hace girar
girar
y reir a Flor
mientras
recuerda de una ,de aquella manera en una canción
a Sandro de
América
y a Jimmy, su
padre ,
cuando podía
pararse
mover sus
piernas
como el fuego.
"Tus
labios de rubí
de rojo carmesí
parecen murmurar
mil cosas sin
hablar"
Dicen que le
decían en el pueblo
"Cómo te
vas para arriba Jean Dean"
y él
se daba vuelta
y miraba y contestaba
desde sus ojos
azules
que volvían
locas a todas en el pueblo..
"Muchos
abrazos para Jimmy" ,
les recuerdo a
los bailarines y karaokistas.
Mientras yo
repaso en
espiral los platos con un paño
y me doy cuenta
de que
en una semana
casi sin darme
cuenta el sol
ha girado de
otra manera:
se ha vuelto ,
casi casi , otoñal.
*De Adriana
Saliche. adrianasaliche@hotmail.com
Chivilcoy.
LO PEOR*
Qué es lo peor,
derrumbarse por una despedida, sentir que hay algo que se pierde para siempre y
se lleva las propias entrañas, o saber pero saber de veras que uno va a salir
adelante, que todo pasa, que el tiempo lima y desdibuja.
La pérdida de
la inocencia, la definitiva pérdida de esa inocencia que nos hace creer que
alguien es necesario y que nos hace preferir las historias en que la heroína
toma veneno cuando muere el amado, en vez de hacer un prudente duelo y seguir
vendiendo pan o sellando formularios mientras espera que aparezca otro hombre
con el cual casarse y formar una familia.
De jóvenes
preferimos las novelas con suicidios por amor. De adultos hemos visto ya muchas
recuperaciones y descreemos de los excesos. Qué pena.
Es condescender
a la realidad y sobrevivir a medias.
Somos quienes
ya saben que todo pasa y se han inmunizado a fuerza de anticuerpos. Somos los
sobrevivientes. Duros, eso sí. Y habrá que ver si, sabiendo que el amor no es
eterno desde antes de la largada, somos capaces de querer de veras.
Lo peor es ver
el circuito desde arriba. Uno sabe desde adónde sale, hasta adónde llega, no
sufre demasiado porque el resultado es previsible. Pero no participa de la
carrera.
Lo peor es
hacer como que se corre, sin correr en realidad, por vaticinar la derrota.
Darse por vencido de antemano para evitar el desgaste. No hay nada que mate más
que una muerte aceptada de antemano.
Lo peor
entonces no es sufrir la pérdida, sino nunca haberse animado a intentar el
improbable trámite de realizar un amor.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
Vivir en el
silencio*
Quien vive en
el silencio
conoce su
propia tormenta.
Hay un cúmulo
de gritos reprimidos,
expresión
desatada de sorda rebeldía,
siempre
envuelta en harapos,
siempre ahogada
en susurros.
El corazón
ansía vendavales,
huracanes de
luz, sombras mortales.
Busca infiernos
el alma donde arder,
mares donde
nadar y naufragar, espacios
para batir sus
alas impotentes.
Sólo existe
quietud, todo es un vaso
de plomo
derretido.
¿Quién
desnudará tu grito?
¿Quién se
amarrará a tu labio?
¿Quién, en las
noches insomnes,
se acercará a
tu voz y a tu delirio?
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El alba sin espejos”
El tío en la
nube*
Una nube de
polvillo expandiéndose por el aire de la habitación. Esa era la imagen más
antigua que el hombre que en aquel entonces era un niño, tenía de su tío.
El tío había
salido de darse una ducha. Había colocado una toalla sobre la cama y se había
sentado a llenar de talco sus genitales. Sacudía aquel envase cilíndrico con
una energía demencial dejando al aire una nube de polvo que no deja de
expandirse en el recuerdo.
La pensión
donde se hospedaba se llamaba “La Esperanza” y su tío estrenaba a los 40 años
una nueva soltería. Esa noche iba al club Sportivo Alsina, donde actuaban
Sandro y Los de Fuego. No le interesaba la música ni quien estuviera en el
escenario, iba porque las mujeres de Lanús “son mucho más que un fuego”. Y
luego esa imagen que se niega a olvidarse: apenas dicha su genialidad el tío
que no paró de reír con ese estruendo tan suyo para festejarse sus chistes sin
esperar una risa ajena, sino mas bien contagiándola.
Años después su
tío repetirá una y otra vez la historia de como llegó a esa pensión sólo con lo
puesto: Al volver de su trabajo en la fábrica encontró a su primera mujer en la
cama con un tipo arriba “entrando y saliendo… entrando y saliendo”. No lo
vieron, volvió sigiloso sobre sus pasos llevándose el juego de llaves que ella
había dejado sobre el bargueño. Entonces dio dos vueltas de llave a la puerta
de calle para que se queden allí encerrados para siempre o tengan que saltar el
tapial del fondo y salir de manera indecorosa por la casa del vecino.
El tío tenía
esa especie de desapego, no le importo nada de lo que había en su casa, si su mujer
no sería más su mujer no quiso llevarse ni un par de medias.
A lo largo de
los años esa imagen iba a permanecer como un interrogante a descifrar. Un tío
despreocupado y alegre, llenando de talco sus testículos para salir a buscar
una nueva mujer a pocos días de haber perdido hasta sus ropas.
Como lo
demostró obstinadamente una y otra vez en su larga vida, no quería estar solo,
su tío necesitaba una mujer o la ilusión de una mujer para vivir.
*De Eduardo Francisco Coiro.
inventivasocial@hotmail.com
FRONTERAS*
Uno va y viene
por urdimbres
inventándose
espacios en la trama
necesaria de
los días,
allí conviven
nuestras cegueras
con deseadas
luces que nos niegan
-como Pedro
antes del alba-
¿Qué delimita
la frontera entre
un sol
imaginario y éste
que quiebra
oscuridades?
El saber no
sabe. Va de regreso
en una zona de
nieblas.
No contesta
En la luz
mestiza de la tarde
un simple
gorrión sobrevuela
mi estupor y
este intento
de comprender
en qué realidad
se caen
los seres que
se van.
En tanto, mis
venas atan imágenes
bisagras
trémulas
adioses
indefensos.
Sobre la
textura áspera del tiempo
la hebra suelta
en mí
respira
y espera.
*De Miryam
Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
http://inventren.blogspot.com/
Rumbo a San
Fermín*
Diez de la
mañana sobre la pampa húmeda. El primer sol primaveral reverdece en las copas
de los árboles, el trino de los pájaros adormece la visión del caminante, y la
llanura es cortada por la mitad por una tenue línea irregular. Son los restos
del antiguo ramal de trocha angosta del ex Ferrocarril Midland, desmantelado
desde hace décadas, descomponiéndose en medio del paisaje como el atroz cadáver
de un pordiosero sin nombre.
De pronto,
sobre la monotonía del horizonte comienza a distinguirse una silueta que se
acerca, sin prisa pero sin pausa. Al comienzo se asemeja a una aparición
espectral, difusa, intangible. Pero a poco de avanzar, se concretiza, sólida,
oscura, con una vaga oscilación que recuerda al rítmico sube y baja de los
pistones de un motor de combustión. Sobre aquel paisaje desolado se materializa
una zorra ferroviaria manual, impulsada por un par de siluetas, esforzadas y
persistentes.
Poco a poco van
delineándose las figuras: son un par de hombres, vestidos con deslucidos
mamelucos grises, moviéndose con una monotonía tan decidida como sudorosa. De
espaldas a la vía, con la vista fija en el ayer, Eduardo Coiro –alias
“Educoiro”- mueve la palanca arriba y abajo, con un brillo alucinado en la
mirada y un peso inimaginable sobre ambos brazos, ya casi acalambrados. De cara
al futuro, dejando atrás un pasado que ya no volverá, Alberto Di Matteo –alias
“Aldima”- reproduce el movimiento alternado de su compañero, resoplando
mientras hombros y espalda se le contracturan, y deja vagar la imaginación como
una sutil manera de que el impulso cobre mayor fuerza.
-¡Vamos, Di
Matteo, no me afloje! -, exclama Coiro. -¡Hay que volver a fundar estos ramales
ferroviarios, olvidados por la desidia de los prostitutos de siempre!
-No sé cómo
vamos a llegar hasta el final -, replica Di Matteo, con un quejoso murmullo y
la vista fija en la palanca. -¿Quién más va a sumarse en esta patriada?
-¡Eso no
importa, compañero! ¡Hay que trazar un camino, crear con sentimiento, desplegar
el sueño y la fantasía sobre este bendito país!-. Y de pronto, suelta la mano
derecha, eleva la vista al cielo, y apunta hacia arriba con el dedo índice,
cual si pontificara sobre una tribuna política: -¡Hagamos el esfuerzo, carajo!
¡Claro que vale la pena! ¡Nos cansaremos de triunfar!
Di Matteo
también suelta su mano derecha, pero para tomar un marcador que lleva sobre el
bolsillo superior izquierdo, y con él comenzar a garabatear las inspiradas
frases de su amigo sobre la manga izquierda de su mameluco, que luego
transcribirá oportunamente, elaborando inspirados textos que los movilicen a
soñar a ambos –y a sus lectores- con estar dando los primeros pasos para el
lanzamiento de una revolución cultural que rescate aquellas antiguas glorias de
un país que quizá ya no exista, pero que bien vale la pena homenajear. Resopla
agotado, guarda el marcador en el bolsillo, y continúa impulsando la zorra
hacia delante, inclinando la cabeza.
Sólo entonces
descubre el singular detalle, incrédulo por no haber reparado en ello antes. Lo
que se extiende a espaldas de Coiro, en esa porción de llanura que aún no han
recorrido pero que se les avecina a gran velocidad, son las carcomidas ruinas
de lo que otrora fuese una vía: fragmentos de rieles oxidados, tacos de
durmientes comidos por las termitas, pajonales por doquier… ¿Cómo es posible
que se lancen hacia semejante incertidumbre, sin sucumbir en el intento? Sin
embargo, al hundir la cabeza entre los hombros y espiar a través de sus piernas
flexionadas, advierte que debajo del paso de la zorra, por detrás del impulso
que van desgranando sobre la pampa húmeda, los rieles brillan con una
intensidad inusual, como si los hubiesen acabado de fijar al suelo, aunque
relucientes por el uso continuo.
-¡Refundemos un
proyecto ferroviario, aunque sólo sea en el plano de nuestros sueños, con la
mágica potencia de la literatura!-, vocifera Coiro por delante suyo, a espaldas
del mañana.
Entonces Di
Matteo fija la mirada sobre la oscilante palanca y cree estar viendo algo muy
distinto al acero habitual con el que ignotos ingenieros europeos han
construido estos vehículos. La barra parece estar conformada por un material
extraño, parecido a una red, un tejido, un entramado de elementos misteriosos.
Presta mayor atención, entrecerrando los párpados que le arden a causa de las
densas gotas de sudor, y sorpresivamente cae en la cuenta de su propio delirio:
aquello no es una red de filamentos metálicos, ni siquiera la fragmentación
atómica de los elementos, sino un macizo conglomerado de frases, letras y
palabras, unidas entre sí…
Inmediatamente,
ambos escuchan un estridente silbato, imposible de confundir, proveniente del
lugar que acaban de abandonar.
-¡ES EL (Inven)
TREN!-, aúlla Coiro, agotado pero inmensamente feliz, espiando hacia atrás por
sobre el hombro de su compañero. -¡LO HEMOS CONSEGUIDO, DI MATTEO! ¡EL (Inven)
TREN VUELVE A CORRER CON INDUDABLE DIGNIDAD SOBRE ESTAS VÍAS!
Di Matteo
vuelve la cabeza y contempla en pleno día el nítido faro de una locomotora
diesel a unos trescientos metros de distancia, que se acerca a una velocidad
mucho más intensa que la que ellos desarrollan manualmente, sin intención
alguna de detenerse al alcanzarlos, en una suerte de criollo remedo de la
horrible criatura generada por el Profesor Víctor Frankenstein.
-¡Va a pasarnos
por arriba!-, exclama, con un último aliento.
-¡Por eso
mismo, Di Matteo: ponga huevo y siga adelante! ¡Hay que llegar a San Fermín
antes de que nos aplaste! ¡El (Inven) tren se ha convertido en una fuerza
imposible de parar!!! ¡Síííííííííííi!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
“¿Quién me
obligó a meter en este quilombo?”, piensa Di Matteo, bufando y sin dejar de
agilizar esa barra manual que ya casi parece moverse sola, aunque todavía
necesite del impulso humano para darle impulso.
Coiro comienza
a reírse de felicidad, con genuina satisfacción. El cuerpo le estalla en una
dolorosa contractura, el sudor se le adhiere sobre la piel, y el aire le quema
los pulmones. Pero a pesar de todo, se siente tan contento como si volviese a
tener siete u ocho años, y su padre le hubiese regalado un lujoso tren Lima,
con decenas de vagones y tres modelos de locomotoras diferentes, acompañados
por maquetas de estaciones y demás construcciones aledañas, todo ello dispuesto
para establecer sobre una amplia mesa y dejarla allí, para jugar hasta muy
tarde por las noches, o alegrar una borrascosa tarde de lluvia con el
cautivante hechizo de un circuito ferroviario de juguete.
El sudor les
chorrea a mares desde las frentes, descendiendo por los cuellos, creando
enormes aureolas oscuras bajo las axilas, afincándose en las palmas, asidas con
obstinada firmeza a la barra de la palanca, mientras la locomotora Werkspoor
4613 se les abalanza voraz, cada vez más cercana. Y aunque cada uno resopla por
causas diferentes, aunque las motivaciones sean tan variadas para cada uno de
los dos, algo los une en una misma empresa: el placer por inventar, por
divertirse, por delirar juntos de manera creativa…
-¡No afloje, Di
Matteo, no afloje!!!
-Sos un
dictador, Coiro… Siempre decidís por tu cuenta…
Así es como la
zorra parece adquirir una velocidad autónoma al impulso manual que ejercen
sobre ella, aunque ello no impida que el parachoques a rayas rojas y blancas de
la locomotora les dé un topetazo por detrás, sólo para impulsarlos unos metros
más, hasta llegar a destino.
Irrumpen de
manera tan vertiginosa en los terrenos aledaños a la Estación San Fermín, que
hasta por un segundo les parece que allí no existía nada hasta ese preciso
instante. La zorra se desmaterializa en forma inmediata, mientras ambos caen
rodando sobre un andén muy pulcro, y a su alrededor se esparce una caótica
lluvia de fragmentos de frases sin utilizar, ideas sin desarrollar y
comentarios al margen. La locomotora a vapor ensordece el espacio con un
silbido en extremo estridente, como el primer chillido emitido por un recién
nacido, urgido de alimento, y avanza desbocada hacia el horizonte sobre unos
rieles recién estrenados, dejando a su paso un ardiente halo de carbón quemado
que les inunda la nariz.
Coiro incorpora
a medias el tronco sobre el andén, mientras Di Matteo aún intenta recuperar el
aliento del último impulso, con la mente agotada de tanto delinear frases
dignas y coherentes, cuando contemplan azorados algo que jamás hubieran podido
imaginar por cuenta propia.
Al otro extremo
del andén ven surgir, como otra aparición fantasmal, la solitaria silueta de un
ciclista, ataviado por colores absurdos y chillones, como es la costumbre, y un
oblongo casco azul con antiparras, quien sin frenar siquiera al ingresar en la
Estación, incorpora el torso, alza los brazos y mantiene el equilibrio en los
últimos metros del recorrido, mientras exclama:
-¡Sí,
señores!!! ¡Treinta y cuatro kilómetros después, he creado la Bicisenda
Ferroviaria!!!
Se desliza a su
lado como una díscola irrupción “sorianesca”, y desaparece en la primer curva, sin
que ellos consigan llamarle la atención y preguntarle siquiera cuál es su
nombre.
Ambos se ayudan
mutuamente para incorporarse, sucios y maltrechos, y avanzan a los tropezones y
en silencio, apoyados uno contra el otro, rodeándose los hombros en un fraternal
abrazo, resoplando agitados, hasta salir de la Estación, como un par de
ignorados espectros, sin cruzarse con nadie. Al llegar a la calle de tierra,
divisan en la vereda de enfrente un boliche de campo. Y hacia allí van, aún con
ciertas frases colgándoles del overol, a la espera de tomar algo que los
reconforte.
Acodados en la
barra, por detrás de la reja que los separa del dependiente a la manera de una
pulpería, ambos piden una ginebra “dalmasettiana”. Como el hombre no tiene idea
de qué le están hablando, se conforman con un breve vaso de caña. Y una vez
servidos, mientras recuperan el aliento y observan el paisaje que los rodea con
ojos curiosos, dignos de lingüísticos exploradores, se miran el uno al otro,
con un extraño brillo de complicidad, como si se adivinasen el pensamiento.
-Che -,
alcanzan a decirse, al mismo tiempo-: ¿Y si proponemos un “InvenTren” en zorra?
*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:
ENRIQUE FYNN.
PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO. KM. 38. MARINOS DEL
CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM 12. LA
SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS
BEGUERIE.
FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A.
BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE. ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D. SÁEZ. J. R. MORENO.
EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS.
INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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