*Dibujo de Erika Kuhn.
ON THE ROCKS*
Vino el dolor y
se tragó mis ideas, mis proyectos, mis locuras.
En su lugar
quedó un hueco, una cala donde el mar llega por las noches, y se acomoda,
despacio.
Solo se
descontrola cuando hay luna, y queriendo alcanzarla, se agita, estremecido.
Entonces me
despierta una sirena.
*De Esther Andradi.
Berlín, agosto
2018.
TODO LO QUE
FUIMOS NOS OBSERVA…
*
La hoja que
cayó del sauce
y sobre el
pasto,
negada a su
degradación,
insistió en
verdes;
la piedra
que robé de un
río en Córdoba
y me traje
con cierta
esperanza de fulgor,
y espera,
sobre mi
escritorio,
algún milagro;
las ortigas que
pisé de niña
para rescatar
las plumas
caídas de los pájaros,
sin más porqué
que la búsqueda
inicial de la belleza,
esas cosas que
fuimos y olvidamos,
y de pronto,
en un acto de
magia,
regresan
y nos miran de
lejos, como si nos recordaran,
a pesar de
nosotros.
Todo lo que
fuimos nos observa.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
Acomodando las
pupilas*
Era época de
estar siendo demasiado feliz, y eso es imperdonable.
A la mañana
temprano andaba una pareja de cardenales revoloteando sobre el paredón del
frente, aparecieron los primeros azahares en el limonero, el bizcochuelo de
chocolate salió plano por arriba en vez de tomar forma de montaña o de hundirse
lastimosamente en el centro. Los dolores de los huesos y otros achaques de la
edad le eran casi imperceptibles, un sol espléndido prometía días de primavera
y aromas de ligustro terso.
La señora ya
había desayunado, terminó de hacer las compras, y ahora volvía arrastrando su
changuito del supermercado chino, con una sonrisa imperceptible pero firme
plantada en los labios. Saludaba a la gente adulta que cruzaba en su camino,
conocida o desconocida, tal como se acostumbra en la costa y la mayoría de los
pueblos. El Negritus salió de la pollería caracoleando y moviendo
frenéticamente la colita, saltó dos o tres veces buscando la caricia en las
orejas y después de seguirla unos pasos, volvió a echarse entre los otros
perros que adornaban la entrada del negocio.
La señora en
ese momento aprobaba la creación y a sus creaturas, abarcando su porción de
mundo con una mirada amorosa. El aire era suave, una única nube blanquísima
servía para subrayar el intenso color celeste del cielo. Era feliz, con la
felicidad plena que da estar dentro de una burbuja luminosa, placentera y
dulcemente, sin el desgarro de esas felicidades rabiosas de un único suceso
dichoso, que se terminan asemejando al dolor.
Fácil, simple,
sin nudos, una carretera perfectamente recta. Este era un día que no sólo se
justificaba a sí mismo, sino que borraba la posibilidad y hasta el recuerdo de
la mala fortuna.
En la puerta de
una de las casitas pobres cercanas a la ruta, un señor tomaba mate sentado en
una silla descoyuntada. Una de las patas estaba reforzada con una madera de
otro color, el asiento lucía un almohadón floreado que atenuaba la rigidez de
la tabla.
La señora
envolvió beatíficamente el universo todo con la sonrisa ensanchada y muchos
pliegues que le enmarcaron el rostro. Saludando afablemente, se interesó por la
salud de la esposa. Ahí está, le dijo el hombre, en la lucha. Y la invitó a
pasar un ratito a ver a la enferma.
No, gracias, el
día es adorable, los angelitos revolotean en las copas de los árboles, no
quiero arruinar esta espléndida mañana con dolores y sufrimientos que no me
pertenecen. Es un día unívocamente perfecto, Don Roberto, no es cosa de
mancharlo con abismos, hoces brillantes y asomo de calaveras.
Sintió que
caminaba por una cinta despejada, y este hombre la obligaba a internarse en el
bosque oscuro donde moran las bestias sin nombre.
Pero estacionó
el changuito al lado de la silla destartalada, y, sin una señal que la
delatase, sin una milimétrica modificación en la sonrisa, golpeó las manos y
entró a la casa gritando “Hola, ¿Se puede?”
Deslumbrada por
el cambio de luz, al pasar del sol a la penumbra al principio no vio nada, pero
el olor a enfermedad le superpuso cien camas, cien rostros, cien salas de
hospital y mil habitaciones del desamparo.
La enferma
estaba pequeña. Es notable cómo los enfermos empequeñecen, se encogen, tienden
a ocultarse dentro de sí mismos, como si la muerte viniese a buscarlos desde
afuera, siendo que en realidad los está habitando por adentro, los va
corroyendo y les come las vísceras.
Hubo que mentir
alegría, contar nimiedades, llenar el silencio con sombras de manos en la
pared.
A la mujer se
le veía la muerte espiando por las pupilas. Y a lo mejor se salva, se dijo la
señora, pero sea o no sea, ahora la habita la oscuridad.
Un rosario de
madera en la pared, un ramito de laurel del miércoles de ceniza, los santitos
en la mesa de luz, el vaso de agua, las cajitas de remedios. Esa cómoda que da
ganas de llorar a lágrima tendida, los vestidos en el ropero que no cierra, las
chinelas sucias ridículamente chuecas, todas las cosas donde lo gracioso se
hechó a perder y se volvió patético.
La señora que
estaba henchida de luz se fue apagando, la voz se le asordinó, se sintió vieja,
muy vieja, muy cansada. Quién va a estar cuando sea mi muerte. Quién me va a
alcanzar la toallita húmeda, el perfume para espantar a los espectros, quién va
a prender la salamandra para que no vengan a comerme los perros de la noche.
Quién va a rezar por mí, que no creo, para que San Pedro abra el portón dorado.
Le relató a la
mujer cómo había visto la pareja de cardenales, del Negritus que tiene una
garrapata en el cuello, de cosas que a la enferma no le podían interesar en
absoluto. Pero estuvo como una hora, le acortó la espera del mediodía, le dio
la esperanza de que aún la gente de afuera de ese cuarto la recordaba, la
aguardaba para retomar la vida interrumpida.
Cuando la
señora salió de nuevo al sol sintió que emergía de una caverna o de una tumba.
Todo seguía ahí. El cielo pleno, las hojas turgentes de las plantas, el olor de
la arena recalentada, los arrullos constantes de las palomas torcazas. El
universo seguía siendo maravilloso.
Me tuve que
topar con el mundo real, qué macana, se dijo la señora que ya no sonreía.
Todavía llevaba en la mano la sensación reseca y gélida de los dedos de la
enferma, en la mejilla el beso de la enferma con un tenue resto de colonia.
Me tuve que
encontrar con el mundo real, se dijo, mientras un par de chicos pasaron
pedaleando y hablando de bicicleta a bicicleta, un chucho quedaba inmóvil en el
gesto de rascarse la oreja, indeciso de ir a saludar a otro perro que se
acercaba o solucionar el problema de la comezón.
El sol estaba
ya casi en el cenit, las sombras se afirmaban debajo de los objetos, los pollos
asados en la rotisería crujían y enviaban un reclamo apetitoso, tiñendo el aire
de especias. En el vivero, los arbustos crecían, las flores se ofrecían olvidadas
de todo pudor. A través de la reja de una quinta, se podía ver a un muchacho
regando que puso el dedo en la boca de la manguera para lograr el efecto de la
lluvia, y luego de una corta búsqueda, logró que se formase un arcoíris sobre
su cabeza.
Y me tuve que
topar con el mundo real, se dijo la señora.
Detenida en la
puerta de su reja, buscando las llaves en la cartera cruzada en banderola, la
señora se miró las manos, tomó uno de los barrotes negros como apoyo, miró el
pasto verde y dijo en voz alta “éste también es el mundo real”.
Otra vez
sonreía, pese a seguir viendo, superpuesto a todo, el rostro de la enferma que
seguía en su lecho esperando que finalizara el día, la enferma tangible y
cercana, con sus dolores, con la muerte agazapada en la esquina más húmeda de
la pieza.
Éste también,
éste también es el mundo real.
Mientras
guardaba cada cosa en su lugar, la señora tarareaba una canción y bailoteaba un
poco.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
Una
concesión/es un renunciamiento menos
digo yo y
mientras corro
el parque es un
desierto donde se clavan firmes
gotas de
lluvia/estalactitas horadando en el músculo/
toma la
desgracia de un país/en sus manos
de un
continente entero/en sus manos
qué puedo saber
yo de mi prójimo
tanto sea/el
que se mete en mi cama como
el que estira
la mano en la plaza y me mira
yo despojada/yo
solo alguien
que recibe
lluvias a falta de/otra cosa
Está bien que
los músculos duelan porque
estar vivo es
un poco eso/es basura en la calle
muerte
acechando pero/también la renovación permanente
de la materia
ya que nada va
hacia la nada
nada dicho/nada
lo hacemos nosotros
es gota sobre
la cabeza/también
podría ser gota
vista
del otro lado
del vidrio/pongámonos en la sintonía que nos pongamos
libre albedrío
es la clave de todo asunto
libre albedrío
que coincide o
no/con el destino/con el tiempo
libre albedrío
es ejercitar el músculo
convertir la
retina en campo receptor
que la tierra
reciba el vínculo/como la lluvia
la humedad/como
la caricia
la
aceptación/como la única posibilidad de ser alguien
el cuerpo/como
el único modo.
*De Mercedes
Álvarez. alvamercedes@gmail.com
-Mercedes Álvarez nació en Tandil,
provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve
años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por
la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.
Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón
(Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri,
Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos
Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el
premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.
SOMBRAS*
Camino. De
noche. En una calle, frente a mí, dos sombras. La oscura, alta, arrogante; la
clara, débil. Y yo, más sombra que ellas, detrás. Entonces pienso que deberían
salir muchas sombras para abarcar todo lo que somos.
Me imagino que
algunas de ellas van mudando como lo hacen las serpientes con su piel. Veo que
la sombra de la inocencia cambia de color, de un violeta claro a uno más
oscuro, con matices, con sombras dentro de sombras. La de la inquietud,
sonrojada. La del dolor se endurece; opaca, con menos aberturas. La sombra del
deseo, encogida, muda, añeja. Pero hay momentos en que besa sin saber qué
pasará, se embrutece como antes, se aferra a un vínculo; soplo de vida,
aliento.
*De Eva María Medina Moreno. evamedina_moreno@yahoo.es
MIRADAS*
Las personas
somos muy distintas unas a las otras, pero hay una cosa que compartimos, con la
que estamos de acuerdo y que a todos nos gusta hacer: Mirar. Nos gusta
contemplar a los demás, lo que hacen, como lo hacen, donde lo hacen.
Una de los
espectáculos maravillosos que nos brinda la ciudad es el de las obras. No hay
nada tan cautivador como ver una gran obra en ejecución, los grandes agujeros
en el suelo, los andamios, los obreros en movimiento, alguno trabajando, las
maquinas. ¡Ay, las máquinas! ¡Eso es sublime! ¡Una escavadora haciendo un
agujero! ¡Madre mía, que placer!
En eso de los
mirones también hay clases: El ocasional que va de paso y se detiene unos
minutos, los niños que se quedan embobados y llegan tarde al colegio y los
ancianos que no saben que hacer y se distraen con cualquier cosa. Si es una
grúa grande y hace sol, mejor.
Yo me encuentro
en este último grupo y paso las horas apoyado en la valla de la obra viendo
como se mueven los trabajadores y compartiendo algún comentario con los otros
jubilados habituales del sol, petanca y plaza.
Hoy estoy
especialmente triste. La vida me robó la juventud trabajando en el campo, la
adolescencia en la fábrica después del traslado a la ciudad, el tráfico a mi
mujer y, sin darme cuenta, me he quedado sólo con mis recuerdos. Hoy las
máquinas los están borrando, dejando una gran fosa donde antes estaba mi casa.
Ahora si que estoy totalmente solo mientras van desapareciendo ante la mirada
aburrida de todo el mundo.
*De Joan Mateu. joan@zarca.es
SI ABRIERAS EL
ADIOS*
Si abrieras el
adiós
y de su oscuro
pliegue
me dieras la
ausencia,...
recuérdame alzar
mi nombre
de la arena
y colocarlo en
mi piel
para que otros
sepan
cómo llamar la
sombra
que andaría por
la piedra.
Si abrieras el
adiós
como un ala
siniestra,
habría una
religión sin dogmas
y sin fieles,
de catedrales quietas.
Y en su estéril
silencio,
una sola
conversa.
*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
*
Diremos
que dos y dos
siempre fueron
sólo cuatro
desde que
aprendimos a sumar,
porque antes,
apenas si
contábamos el tiempo
que tardaban en
pasar
los miles y
miles de pájaros que emigran
de lado a lado
del mundo
de norte a sur,
de sur a norte
guiados por un
instinto poderoso,
como si un acto
de magia
encendiera
todas las
plumitas de sus cuerpos.
Desde los
sauces mansos de la casa
donde conté las
hojas que caían
a mis pies,
como luego
caerían tantas cosas,
miré pasar los
pájaros .
Y no hubo nada
que aprendiera
después
que fuera más
cierto.
*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
LAS SUELAS
DESTROZADAS*
Un día voy a
calzarme las viejas zapatillas y encuentro que la suela de goma se ha abierto
completamente. Y no en una, sino en las dos. Me sorprendo como cada vez que
esto me pasa, y pienso en la fatiga del material, en ese instante ya
predeterminado desde la fábrica, fijado para la caducidad y el desgarro.
Recuerdo que
usé ayer las zapatillas, y estaban bien. Y de pronto hoy las dos suelas
destrozadas. Como las flores del bambú, que se abren en todo el mundo unidas
por una red intangible, como las gemelas que se despiertan en el dolor
compartido, y una llora, y a la otra la angustia le cierra el pecho.
Pero encuentro
las suelas destrozadas, de pronto. Y ayer no estaban así. Y quién es esa mujer
que en el espejo me devuelve una mirada con otro color de ojos, con otra
expresión, con unas arrugas que no eran y con esa tristeza de ver un poco más
allá, más arriba, un tanto más atrás de las cosas. Si yo sigo haciendo chistes
tontos, sigo bailoteando, sigo yendo al baño en puntas de pies y a la carrera.
Quién es esa mujer que apareció así, de improviso, tan de un día para otro que
hasta mi madre me dice que en las fotos del año pasado todavía estaba esa
muchacha con sonrisa abundante. Pero ya no. Pero ahora esta mujer oscura, esta
mujer que no se reconoce.
Me miro y hay
un pozo allí. Hay una persona con fatiga de material. Alguien que no permaneció
incólume, que finalmente y de un día para otro se rasgó y se le nota.
No es extraño
envejecer. No es inusual que los profundos dolores y las terribles tristezas
nos tracen un mapa debajo de la piel y en la escritura de la mirada. Lo que me
sorprende es lo súbito, lo extraño de que una imagen nueva y sin embargo tan
verdadera se presente en los reflejos.
Me miro en el
espejo. Veo las noches, tantas oscuridades, la cercanía de las muertes, las
partidas, los dolores de la traición esperada e inesperada. Veo la acumulación
de días, la soledad que hizo muros, la dulzura de los llantos calmos como
lloviznas. Veo una mujer triste allí. Menos pronta a juzgar, más pronta a la ternura,
pero tan cercana a la melancolía.
Tomo las
zapatillas rotas, las pongo en una bolsa, las desecho. No le servirán a nadie.
Me miro en el espejo, le sonrío a esa mujer triste, me visto con una prenda de
colores claros y preparo para ella alguna futura felicidad.
Saludo a la
mujer que he venido a ser. Me miro detenidamente para no perderme, para
reconocerme entre la multitud.
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
-2009-
*
El dolor es algo desconocido cada vez que aparece,
especialmente si es mental o espiritual. Nunca se logra admitir. Estamos hartos
de dolor, pero cada vez que viene es una extrañeza, lo que aumenta su
intensidad, porque es inaceptado, como ajeno a nosotros, aunque aparezca de una
forma u otra todos los días.
*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
Inventren
La huida*
Un tren en
movimiento es una cárcel.
Con más razón
para quien está huyendo.
Como a tantos
otros, me acusan de un crimen que no cometí. No importa la verdad: Estoy
sentenciado desde que tuve aquel desencuentro con el diputado. Lo vi claramente
en su mirada. Antes o después, iba a pagar mi atrevimiento. Ignoro qué destino
me tienen preparado, pero, en cualquier caso, las opciones de escapar a él son
mínimas.
Por eso, cada
par de ojos que se posan en mí representan un peligro. Son muchos quienes me
buscan. El poder encuentra aliados en todas partes. La única realidad posible
es la huida. Ningún rincón del país es seguro ahora. Sólo en el extranjero,
lejos, podré eludir los largos tentáculos de mi enemigo. Mas no debo pensar en
el futuro lejano cuando en un instante todo puede irse al carajo. Lo urgente es
salir de aquí.
Todos los
rostros que me rodean son una amenaza.
Por desconocidos, por multiplicados.
Vine a la
estación porque me pareció el mejor lugar para pasar desapercibido. En
principio, sólo tomé el tren por alejarme de aquí. El destino fue casual –era
el tren que en ese momento se disponía a partir-, pero en Enrique Fynn tengo
amigos que tal vez puedan ayudarme.
Ahora, cuando
el tren ya abandona la ciudad y avanza hacia la interminable llanura, sólo
ahora he caído en la enorme indefensión del proscrito que toma la decisión de
subirse a un tren –un avión, un autobús, cualquier medio de transporte
colectivo, en definitiva-. Por eso, trato de evitar las miradas de los otros
pasajeros. Las gafas de sol ayudan, pero no son un muro tras el que esconderse.
Sólo un diminuto camuflaje. Si alguno de mis perseguidores está a bordo, soy
hombre muerto.
Haría bien, lo
sé, en ocupar mi mente con otro tipo de pensamientos. La forma de burlar la
vigilancia a que estoy sometido, por ejemplo. La acción que debería llevar a
cabo si descubro a uno de ellos… esas cosas. Pero el temor me impide pensar: Un
indicio claro de ello es que, justo antes de tomar el tren, he llamado a mis
amigos para avisarles de mi llegada. Sólo un minuto más tarde he caído en la
cuenta de lo inoportuno de mi visita. Por nada del mundo desearía meter en líos
a mis amigos. Pero ya está hecho. No puedo volver atrás. Dejo mi destino en manos
de este enorme artefacto que me traslada con rapidez entre campos y pueblos
que, a esta hora, parecen abandonados.
A pesar del
miedo, el cansancio acumulado en las últimas horas me induce a dormitar. Breves
cabezadas de las que salgo con un sobresalto. Cada vez, miro alrededor con
aprensión. Nada en el vagón parece amenazarme, pero con esta gente nunca se
sabe.
Para un
prófugo, todo son ojos. Ojos expectantes, acusadores, irónicos, traicioneros.
Ojos enemigos.
Cuando, al
volver de alguna de esas ensoñaciones, distingo una sombra en algún punto
inconcreto del vagón, mi corazón se acelera. Cada vez que el tren se detiene,
temo que suban, que me busquen, que me saquen esposado y vencido a la vista de
todos y me metan en un auto verde, uno de esos autos verdes de los que no se
regresa…
Una mirada fija
es una alarma causando un estruendo insoportable en mi interior. Una inocente
sonrisa se me antoja como la señal inequívoca de mi perdición.
Los kilómetros
y las estaciones se suceden, pero mi angustia no mengua. No obstante, si he de
ser sincero, no hay la menor señal de los sicarios. Se trata sólo de la
sensación de ahogo propia de quien se sospecha rodeado.
Miro hacia
afuera y percibo que ya estamos llegando. La próxima estación es Enrique Fynn.
Allí tal vez pueda estar seguro uno o dos días, mientras decido qué hacer,
hacia donde seguir huyendo…
Con suma
precaución, la misma que he empleado en las últimas horas o días (en la huida
llega a perderse la noción del tiempo), me preparo para salir de este encierro
rodante. Abajo todo será distinto.
Sin embargo, la
frecuencia de mis latidos no disminuye. Mientras el tren va reduciendo su
velocidad y la silueta de la estación se perfila en el horizonte cercano, me
asalta una revelación: Ellos están ahí, esperándome. Esta vez no se trata del
pánico, sino de una fría certeza. No necesito verlos. Lo sé. Conocían mis
planes y no han hecho otra cosa que alimentar mi esperanza, dejando que el
viaje llegue a su fin. No habrá escándalo ni una persecución cinematográfica.
Simplemente, alguien se acercará a mí y me susurrará al oído unas pocas
palabras. Yo le seguiré en silencio, velando así por la seguridad de mis
amigos, a quienes me prometerán no hacer el menor daño si colaboro. No me hará
falta ver a uno de mis antiguos compañeros, quizá el más joven o aquel que
siempre enrojecía al mirarte a los ojos, escondido tras una columna, observando
con el corazón en un puño mi detención y, tal vez, respirando aliviado al
comprobar mi sumisión. Después, el protocolo se cumplirá con precisión
geométrica, del mismo modo que siempre. Y el mundo me olvidará como se olvida
todo.
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-Próximas estaciones de escritura:
JUAN ATUCHA.
–Por Ferrocarril Provincial-
JUAN TRONCONI.
CARLOS BEGUERIE. FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN
RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ.
J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
-Por Ferrocarril Midland-
Km 55
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO
GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO. ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO
BONZI. KM 12. LA SALADA.
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