sábado, julio 20, 2024

DE LO ETÉREO, LO FALAZ Y LO SUBLIME.

 


*Foto de Noelia Ceballos @noe_ce_arte

 

 

 

 

 

*

 

Mientras los objetos no se rebelaron contra mí,

viví ignorante de su ecosistema

el óxido de los tornillos se depositaba sobre la superficie año a año

en el interior de los muebles, oculto a mis ojos

debajo de la tierra no había

más que un suelo que pisar.

Sobre la mesa apoyaba cosas, nada más.

Ignoraba la existencia de las termitas

nada sabía de los gusanos de la madera.

Desconocía que el agua que veía corriendo pura

llevaba en sí gérmenes, metales pesados, el cloro que perturbaba

su apariencia prístina.

Entonces era inocente. Vivía, solamente,

y en qué ignorancia.

Los cuadernos escolares se completaban

entre paredes que escondían musgos y líquenes

detrás de capas de pintura, fuera de la vista;

lo esencial es invisible a los ojos.

Ya no recuerdo cómo cayó el velo que separaba

mi vista del interior de los objetos

la fealdad, la decadencia del mundo, sólo puede ocultarse

debajo de frágiles capas de confort.

Se puede revestir la verdad con una pátina dorada

pan de oro sobre la madera repujada.

Eso es para los ricos, claro

los pobres se enfrentan a los materiales en decadencia

se levantan sobre el piso de tierra, aplastan hormigas

mucho más cerca

de la verdad.

 

*De Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com

 

-Mercedes Álvarez nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.

-En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.

-Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013), Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015), El cuerpo intacto (2017, Penn Press), Grow a lover (2018, Pensamientos literarios). La gota en la piedra. (Mardulce, Buenos Aires 2021)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tomar la ciudadela*

 

No me pregunten qué es la ilusión, no me digan la palabra esta que tan ingenuamente utilizan los enamorados, los que viven, los que se dan el tiempo o el permiso de alargar sus expectativas. Los que esperan algo de alguien, algo de sí mismos, algo de las frías estrellas o el mudo firmamento.

La ilusión no tiene sombra en el mundo de la media tarde, no expele sombra en la gélida época del desencanto. No está, no brilla, no deja escuchar su tintineo de monedas de cristal.

En el autobús desportillado, en las veredas desparejas, en las casas sin pintura, en los pechos las gargantas, en los brazos sin abrazo. No hay ilusión. Para tener ilusión es estrictamente necesario estar vivos, poder pensar en el mañana, tener intacta o al menos reparada la capacidad de confiar en algún ser o en algún entresueño amarillento.

La ilusión elude a los empecinadamente tristes. Huye de los que sostienen que las cosas siempre fueron siempre serán, deben ser iguales en la niebla y la mancha.

Difícil cosa la de ilusionarse, la de confiar y creer y la de volver a poner estampillas en la libreta de ahorros. Si no somos niños ya más, si ya nos han desgastado el verde de la esperanza, cómo, me pregunto, ilusionarse.

Pero, amigos míos, es la única forma de no morir.

Sin ponernos el sayo del ingenuo, no nos queda otra cosa que colgarnos los débiles cascabeles y seguir andando.

Mirar hacia adelante, aferrar lo que nos queda, perseguir lo que nos abra el apetito del deseo. Seguir andando y dejar que nos guíe el elusivo pájaro hacia un futuro ganado por asalto. Para tomar la ciudadela, necesitamos tener la ilusión de la acaso imposible victoria.

 

*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

Oyes al árbol?

háblame de esas cosas.

 

Dime del agua y del árbol,

del romance del viento y los cristales.

 

Oyes su beso?

háblame de esas cosas,

mientras se desnudan las ventanas.

 

Intenta lo que nace,

el secreto del cuerpo

es una mañana a lo lejos.

 

Usa tus huesos,

el idioma es un animal encendido

celebrando al universo.

 

Oyes la luz?

háblame de esas cosas

 

*De Marcela Lokdos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MEDIANOCHE EN LA PLAZA DE LOS SUEÑOS*

 

Me senté en el banco de la plaza, como todas las noches

a pensar un poema, mirar las estrellas y esperar una especie

de iluminación. Un relámpago en la mente que me ayude.

Cerca de mí, un pelirrojo observaba los árboles y el cielo

                               estrellado

y su pincel se deslizaba sobre el lienzo con rapidez

temiendo tal vez que ambas cosas desapareciesen

o cambiasen de forma.

Junto a él, un hombre de mirada perdida

pensativo sostenía un cuaderno en sus manos.

El artista pensaba que, si no pintaba se moría.

El hombre a su lado, escribiendo postergaba su muerte.

Guarda su lienzo. apaga las velas encendidas

y al rato desaparece por la gran avenida

poco tiempo después quien se marcha soy yo

sin haber logrado escribir una línea.

El pintor es el eterno

el de la noche estrellada y los cipreses deformados, retorcidos

el poeta, quizás nosotros

y esta noche le ganemos a la muerte.

 

*De Andrés Bohoslavsky. vladimirbeat@yahoo.com.ar

-De “Medianoche en la plaza de los sueños y otros poemas”

Editorial Leviatán. Edición 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TRAVESÍA MÁGICA*

 

 

Sutil envergadura de lo leve,

De lo etéreo, lo falaz y lo sublime.

Rima que me acosa y que no cesa...

Fiel mariposa nocturna ¿quién apagó tus pasos?

¿quién intentó colorear tus tonos grises?

 

Ay del grillo cantor de madrugada,

De la salamandra comida por hormigas,

Del gato, del incienso, de las flores,

De la rama que semeja un basilisco,

Del unicornio de humo entreverado.

 

Ay de mí, de mi sombra, de mis voces,

Si les falta la ola que no ruge,

La brisa que mece el mar de plumas,

La mariposa del jardín de ánimas,

La mirada que recorre mis pupilas.

 

Ay del mago, del árbol, del recodo,

De la fuente, del río y de la nave,

De la feria del romero y del tomillo,

De líneas en los surcos de la mano,

Triste gaviota de vuelo detenido...

 

Si no está la noche más oscura,

El día más claro,

La verja insomne, el fauno,

El nido del mochuelo,

El arca de los sueños y los soles...

 

Si no se abre la puerta a los avernos,

Si no canta el mensajero de lo efímero,

Si no estoy, si no estás,

Si no unimos nuestras manos...

¿Cómo saber que el mundo tiene otro destino?

 

 

*De Marié Rojas Tamayo.

La Habana. Cuba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AQUELLO*

 

Estoy entre los que buscamos Aquello.

No somos muchos. Apenas unas almas ávidas

andando por los infiernos de esta tierra

que sin embargo va perdiendo la luz.

Estoy entre los que buscamos Aquello

que suele aparecer tras el torbellino de las visiones

o en los destellos de ciertos libros

de cólera y espuma: un lugar secreto imaginado

donde el tiempo aún no gastó sus primeros días.

Estoy entre los que buscamos Aquello.

No somos muchos y estamos locos (dicen)

Porque sólo a los muertos les está dado entrar

a la dimensión de los grandes sueños,

tercamente locos (dicen) por querer saciar la sed

en la lengua de la verdad dado que ella es piedra muda.

Estoy entre los que buscamos Aquello.

A veces alguno lo augura y canta,

canta un himno todavía no escrito que habla

de hacer azul la sombra, olvido el llanto, sin trémolo

la jaula, inaudible la palabra vana,

hasta que una gota de penumbra apaga

el júbilo y los ojos.

Estoy entre los que buscamos Aquello,

que para algunos es la atracción del abismo,

para otros el único lugar bajo el sol

que ya no arde como entonces, y

para los que miran con un ojo ciego

y el otro desmesurado, la belleza que huye

y que no tiene fin.

Estoy entre los que buscamos Aquello.

 

 

*De Eugenio Mandrini.

(1936-2021)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POEMA DES-POBLADO DE VERDE*

 

De qué sirve mi verde si vos no estás conmigo.

De qué sirven mis cenizas de amor

 

El sol,

Armado con lanzas de fuego,

Verdugo implacable del bosque profundo,

Despuebla mi pajonal de verde. Arde rojo de sangre y ceniza.

La luna, piadosa, le acerca la humedad plateada del amor.

 

De qué sirve la luna, en cenizas de ausencia

si al irte te has llevado mi esplendor hecho verde.

 

¡Oh, dioses del averno, acallad mi boca! ¡Oh, sol! ¡Oh, pajonal!

¡Despobladme de verde las manos! ¡Lo merezco!

¡Cambiad mi sangre por arena!

Olvidé:

El verde de la lagartija entre las piedras. El arco iris sonoro de los loros.

El verde denunciante de los árboles quietos.

Olvidé el picaflor, ese pequeño niño que busca el refugio de mis manos.

 

De qué sirve el solsticio que se anuncia

si mi corazón no es una yema verde, verde espera.

Vendrán otras esperas y una esperanza en verde.

 

El sol, desarmado, sin lanzas, ni fuego.

Compañero ardiente del bosque profundo, puebla mi pajonal de verde.

La ceniza se va y la sangre queda. La luna, más luna que nunca.

Le acerca la humedad plateada del arraigo.

 

*De Amelia Arellano.

San Luis.

 

 

 

 





 

EL CIRUELO DEL MUNDIAL*

 

Cada mundial vuelvo a recordar la historia del árbol plantado en el fondo de la casa de los padres de Kalman.

Porque el secuestro ocurrió al principio del mundial de la dictadura.

Quizá será por la tapa del libro, que conservo desde aquella época. La hoja maltrecha que era la tapa de "EL ESTADO Y LA REVOLUCION " de LENIN.

En la desesperación el padre polaco de Kalman había enterrado todo lo que encontró en la pieza de sus hijos. Sólo se había salvado la colección de Mecánica Popular y un diccionario.

La imagen de su rostro recién retornado del chupadero. Su cara, nunca voy a olvidar su cara, aunque la imagen este desdibujada por las décadas transcurridas.

A los 20 años Kalman había envejecido de golpe: era un muchacho ojeroso con una tristeza madre instalada en la mirada. Me recibió sentado en una habitación deliberadamente sombría, como si sus ojos acostumbrados a semanas en la mazmorra no toleraran la luz.

Me dio la hoja suelta: - como recuerdo, es lo único que quedo de la biblioteca.

De su biblioteca enterrada yo había leído "Para leer al Pato Donald"

Después pudo hablar. Se extendió con lo que soportó en las cuchas de ese campo clandestino. A menudo pienso en él, más aún cuando se acerca un evento de futbol mundial.

Cuando volvió a su casa, fueron con los viejos a un vivero donde compraron un ciruelo bastante crecido. Fue una ceremonia familiar plantar el ciruelo sobre el bulto de los libros enterrados en la quinta.

La dictadura pasó, años después volvieron a discutir si tenían que desenterrar los libros, el árbol había crecido y ya daba sombra.

Fue Kalman el que decidió: -dejémoslo tal cual, parece que las raíces están bien alimentadas.

 

*De Eduardo Francisco Coiro.

 

 




 

 

 

 Regreso con Ollie*

 

Los dos hombres han salido a cubierta. Amanece y desde el barco puede divisarse la costa, el primer movimiento del día. Una leve bruma dificulta la visión desde la popa, donde los dos hombres se han apoyado y permanecen en silencio.

El gordo está prolijamente peinado, el cabello ralo apretado por la gomina. La brisa le hace entrecerrar los ojos. Una arruga le cae entre las cejas, otras dos a los costados de la nariz y la boca es un arco fláccido sobre el mentón quebrado.

Los ojos del hombre flaco son opacos; los rasgos suaves del rostro denotan comprensión -resignación tal vez-, y ya no hay ternura ni esperanza en su gesto. toda la amargura del mundo mira, desde esa cara, a la costa inglesa.

Stan coloca una mano sobre los ojos, a modo de pantalla, un poco para evitar el fulgor del sol que se levanta en el horizonte, un poco para que el gordo no advierta que esa costa (que es la misma que dejo hace cuarenta años), es otra para él.

Los cuarenta años pasados en Hollywood lo han convertido en un hombre cansado. Al fin y al cabo, es mucho tiempo y la vitalidad no le puede ganar a la vida. ¿De qué valdría estar recostado en un cómodo sillón, rodeado de nietos que miman, de periodistas que adulan? John Wayne le dijo una vez al gordo, que ahora está a su lado y entonces no le hizo caso, que la vida es dura y es mejor defender a cada momento lo que se consigue porque si no, la gente lo olvida. y la gente olvida su propia risa.

El flaco ha movido levemente la cabeza y le ha parecido percibir, en el gesto del gordo Ollie, una mueca parecida a una sonrisa.

-Ya salen los pescadores- ha dicho el gordo.

En el horizonte, centenares de barcazas dejan la costa en dirección al pequeño barco. Sólo Laurel y Hardy permanecen en cubierta. Ambos han levantado las solapas de sus sacos, aunque no hace demasiado frío; el viento silba contra el buque.

-Habrá que tomar un tren hasta Lancashire-, dice el flaco sin mirar a su compañero. -los trenes tienen que ver con el principio y con el final- ha dicho Stan.

-Por primera vez, Ardí se ha dado vuelta para mirarlo. Luego baja la vista. Le gustaría estar otra vez bajo los reflectores, frente a una cámara de cine.

Piensa que no está demasiado viejo para eso. Tiene 62 años y está cansado, es cierto, pero debe reconocer que es la gente quien se ha cansado de él y de Stan.

"Los trenes tienen algo que ver con el principio y con el final", piensa Ollie. Es cierto. También los barcos y la distancia. Uno siempre va a morir lejos de los mejores lugares. Por vergüenza tal vez, como los elefantes. Él siempre tuvo algo de elefante. No sólo físicamente. Los elefantes son codiciados en su mejor momento cuando sus colmillos son frescos y deslumbrantes. La gente sólo busca eso, los colmillos. Si atrapa a un elefante, enseguida se los corta y toda la grandeza del animal desaparece. Queda apenas el cuerpo pesado, dolorido, tan dolorido está el elefante que cualquier otro animal puede matarlo. -Me siento como un elefante-, ha dicho Hardy, Stan lo mira y luego dirige sus ojos a la distancia donde las chalupas navegan agitadas por el mar.

- ¿Tu padre sabe que llegás? -pregunta Ollie.

-Le mande un telegrama. Habrá función en Lancashire. Él todavía trabaja en el teatro del condado. Cuarenta años fuera de Inglaterra. Nunca extrañó demasiado. Sin embargo, Stan siente esta madrugada un suave estremecimiento cuando piensa que su padre lo verá en el escenario. Siempre le mandaba cartas luego de ver las películas. Alguna vez, recuerda, le sugería cambiar detalles. El viejo era muy minucioso y no perdonaba nada. Él lo hizo actor y no le dolió cuando lo dejó ir, aun sabiendo que no regresaría. Quizás esperaba de su hijo la grandeza que él nunca había conseguido. Y ahora el hijo regresa, con toda su grandeza a cuestas, y le da miedo enfrentar al viejo (tendrá más de ochenta años ahora), que todavía actúa en comedias y ha sido premiado en el condado. Dos hombres viejos van a encontrarse, van a resumir sus vidas en un instante. Ollie mira a Stan. Tiene los ojos nublados y siente ahora un poco de frío. El sol se levanta cada vez más. Las estrellas, que aún brillan, son las mismas que las de aquella noche de 1912, cuando Stan partió de Inglaterra. Stan siente ahora lo mismo que aquel día. Es necesario apostar otra vez por la vida, pero no sabe si alguien querrá aceptar la apuesta de un viejo perdedor. Stan enciende un cigarrillo, tiene que darse vuelta, dar la espalda al viento para que el fósforo no se apague. A lo lejos comienzan a sonar las campanas de la iglesia del pueblo. Ollie reconoce antes que Stan el ritmo de los tañidos, la música que tantas veces oyeron en sus películas. Se han mirado sin hablar. Stan se ha cubierto la cara con las manos. Arroja el cigarrillo al mar. Ollie le da la espalda. Ambos saben que todo final abre la esperanza de un nuevo comienzo.

La música llena el aire.

 

*De Osvaldo Soriano.

 (6 de enero de 1943 – 29 de enero de 1997)

-"Regreso con Ollie" incluido en Artistas, locos y criminales

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*

 

A veces se me arrugan las palabras de tanto esperar decirlas y guardarlas en cajones viejos.

 

*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com

 

 

 

 

 

 

Inventren

https://inventren.blogspot.com.ar/

 

 

 

 

De las conversaciones en los trenes*

 

 

*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

 

 

"Todo lo que ocurre, ocurre en un tren", dijo alguna vez un poeta menor. Uno de esos poetas que el tiempo olvida como se olvida todo.

Probablemente se refería a que en el fondo la vida es un tren, con su eterno ambular, sus breves paradas, su rutina de vías y estaciones y rostros que nunca son el mismo rostro pero que interminablemente se parecen. Aunque eso –lo que quiso insinuar- nunca lo sabremos, porque como poeta menor ni siquiera el nombre conocemos, y así sería francamente difícil preguntarle, al menos hasta que las sombras del tiempo nos igualen a todos, momento en que ya no serán necesarias las respuestas. Y no nos engañemos: Como poeta, se expresaría con palabras enigmáticas y evasivas y nos remitiría al texto citado. “Una frase significa lo que dice esa frase”, esto lo dijo otro, pero es aplicable en cualquier caso cuando no queda más remedio. El encogimiento de hombros es una técnica alternativa y, con frecuencia, más eficaz.

Pero, como siempre, me voy por las ramas. Esto sucedió en un tren. Decir que ese tren se dirigía hacia La Rica tal vez sería aventurarse demasiado, porque no me paré a considerar el destino. Sólo precisaba movimiento. Irme de allí (allí, otra inconsecuencia), alejarme lo antes posible, hacia cualquier parte… Huir, en definitiva. ¿De qué huía? Esto tampoco lo sabremos. Para la historia que narro carece de relevancia.

Así pues, viajaba en tren, tal vez hacia La Rica, tal vez hacia otro lugar, pero el traqueteo era la prueba contundente del viaje y la única realidad que me importaba. En el vagón no había más de cuatro o cinco personas, cuyos rostros me eran desconocidos. Desde que leí la novela “Extraños en un tren” de Patricia Highsmith, siempre me da por pensar en esas insólitas conversaciones que tienen lugar en los trenes. Uno se sienta junto a un desconocido, saluda, hace alguna tópica observación sobre el clima y de repente la cosa empieza a complicarse y sobreviene la hora de las confidencias inverosímiles… Porque no me negarán que ponerse a hablar de cosas íntimas con un desconocido y, a veces, en un viaje nocturno, resulta algo extravagante. Pero sucede. Y con más frecuencia de lo que piensan quienes rara vez viajan en trenes de largo recorrido.

Dos filas más adelante, yacía un hombre despatarrado en su asiento. Seguramente dormía, pero lo cierto es que parecía muerto. “¿No lo estamos todos?”, me pareció escuchar. Me sobresalté. Miré alrededor pero nadie más parecía haber oído esas palabras, así que las juzgué producto de mi amodorramiento. ¿No estamos qué? -me pregunté- ¿Dormidos o muertos? Una mujer, un poco más allá, apoyaba el lado izquierdo de su cara en el asiento mirando hacia afuera. Quizá dormitaba, quizá contemplaba el paisaje, si es que podemos llamar paisaje a aquello que sólo dura un instante en nuestro campo visual.

No me era posible ver a los otros viajeros. Sólo una pierna estirada en el pasillo, un sombrero asomando, una mano apoyada en un reposabrazos…  vagas señales de la presencia de alguien, pero al mismo tiempo, indicios de su invisibilidad. Como de costumbre, me puse a divagar. El objeto, claro, no podía ser otro que la mujer presuntamente adormecida. En otra vida, tal vez, me hubiese levantado del asiento, hubiese caminado esos pocos pasos que nos separaban y le hubiera pedido permiso para sentarme frente a ella, iniciando poco más tarde una conversación trivial que nos condujese hacia otra cosa. Pero no hice nada de eso. Sencillamente imaginé cómo podría haber sido esa conversación.

Me parece innecesario señalar que no era la primera vez que hacía esto. Quienes vivimos en permanente movimiento, padecemos cierta timidez y no confiamos en exceso en el género humano, tendemos a practicar este tipo de juegos, u otros menos inocuos. Normalmente, todo empieza con las presentaciones, unos pocos detalles personales (lugar de nacimiento, profesión, estado civil… esas cosas) y después se elige un tema al azar, que invariablemente conduce a otros hasta llegar el momento que antes mencioné: el de la confidencia. Exactamente igual que si todo fuese real. Sólo que no lo es. Y por lo tanto, en estas conversaciones simuladas pueden deslizarse detalles cursis o atroces. Nadie nos juzgará por ello.

En esta ocasión, sin embargo, el asunto se descontroló desde el primer momento. Su nombre no quedó claro, fue imposible averiguar a qué se dedicaba y su acento me resultó del todo indescifrable. No parecía extranjera, pero su forma de pronunciar delataba el aprendizaje tardío del idioma. Puesto que todo esto formaba parte de mi fantasía, decidí modificarla. No pude. Una fuerza que me era imposible controlar guiaba los acontecimientos imaginarios. Me sentí perplejo ante lo inexplicable. Pero lejos de abandonar el juego, mi naturaleza lúdica me impulsó a adentrarme en él, dispuesto a comprender y asimilar las nuevas normas.

Así, traté de llevar la conversación hacia el terreno que me convenía, pero cada uno de mis intentos fracasaba y terminábamos hablando de lo que ella quería. Busqué la calidez de la charla a media voz, esperando que me hiciese confidencias; vano empeño: fui yo quien desnudó por completo su alma ante la desconocida. No importaba, sabía que no importaba porque en el fondo todo sucedía solamente dentro de mi cabeza, más una sensación de derrota se fue asentando en mi ánimo. Sí, eso era lo que parecía estar sucediendo dentro de mí: una batalla que nunca podría ganar. Insistí, una y otra vez me propuse cambiar el signo de la ilusoria confrontación. Sin embargo, nada cambió. Era como si yo transitase un camino entre montañas (ésa fue la imagen que evoqué) y en cada bifurcación escogiese ir hacia la derecha pero en cambio tomase siempre el camino de la izquierda. Frustrante y excitante a la vez. Al menos si se es jugador. Cuando el tren se detuvo, no sé ya si en la estación La Rica o en cualquier otro lugar, me sentía exhausto y avergonzado, aunque no hubiera sabido explicar el motivo de tal estado.

Al detenernos, la desconocida pareció regresar de un viaje muy largo; otro viaje, no el que había hecho en tren, sino uno mucho más vasto y complejo. Levantó el rostro y paseó la vista lentamente alrededor, como buscando por el vagón. Hasta que sus ojos toparon con los míos. Entonces me miró fijamente y una sonrisa irónica surgió en sus labios. Después, como si nada hubiera pasado, se dirigió a la puerta y bajó del tren. Aún pude verla alejándose por el andén. Yo me quedé allí sentado, como vacío. No sé cuánto tiempo. En cierto modo, creo que podría decirse que aún estoy allí, en ese vagón de tren, detenido en el tiempo y encerrado en algo que no sabría definir y que en el fondo, ahora, ya no importa.

 

 

 

-Próxima estación:

 

FRANCISCO A. BERRA.

 

-Continuidad literaria por el Ferrocarril Provincial:

 

ESTACIÓN GOYENECHE.   

 

GOBERNADOR UDAONDO. 

 

LOMA VERDE.  

 

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.

 

GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

 

GOBERNADOR OBLIGADO.

 

ESTACIÓN DOYHENARD.  

 

ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. 

 

D. SÁEZ.   

 

J. R. MORENO.   

 

 EMPALME ETCHEVERRY.

 

ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  

 

LISANDRO OLMOS.

 

 INGENIERO VILLANUEVA.

 

 ARANA.

 

GOBERNADOR GARCIA.

 

 

LA PLATA.

 

 

 

 

InventivaSocial

Plaza virtual de escritura

-Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

Blog histórico & archivo: https://inventivasocial.blogspot.com/