* Foto de Paula Novoa.
*
Alguien podría despertar
en medio del insomnio
leer cartas de amor
alguien podría escribirlas
por ejemplo en otro tiempo
alguien podría creer
como si soñara
la vida al pie de la letra.
*De Alma.
almaalma3h@gmail.com
LA VIDA AL PIE DE LA LETRA…
-Poesía de Alma.
*
Es casi
literal: el dolor abrasa a piel abierta; pero el amor también.
Por eso
abrazamos las pasiones, como si fueran vidas
y cada vez nos
arden
*
A un sorbo del
temblor, el bosque ya no es árbol sino viento, y voces que te mueven durante la
penumbra.
La soledad no
es cierta, pues: no hay piel que tiemble por sí misma, ni luna que se pueda
alumbrar sola.
*
Cuando el
silencio se ensancha, y tu cuerpo se disipa en otros varios;
algo se escucha
en fragmentos.
Hay vivos y
muertos como voces, perdiéndose entre sí
y casi, casi
siempre por la espalda.
Cuando el
silencio se ensancha, tu cuerpo ya no es tal, sino el deseo de una piel;
o acaso una
ilusión que invente un rostro.
*
La vida sigue atascada
entre la calle y el mar
corre
no brota, corre.
*
La tímida
belleza de una flor que no nos pertenece
el mar como
perfume de la ausencia
el sol desierto
y blanco.
*
Mi piedra late
en el pecho
de la noche
ingrávida ya
siento la
aspereza de su cuerpo
donde hay lo
mío
vacío.
*
Mi soledad serpentea apariciones, como si el camino
emergiera sin más; o más bien se contorneara ante el mínimo roce de la tuya.
*
Sólo un desliz
humedeciendo sus ojos
un segundo
brilló azul.
*
Desde que
anochece sin contornos, el tiempo se desnuda lentamente.
A veces se
desliza sin pensar, bordea alguna escena del amor,
e
inadvertidamente la roza con su sexo.
Es un presente
suave, de tan sutil y extraña intensidad que tiembla en otra piel;
desde cualquier
aquí, al más bello silencio.
*
Quiero dejar de
escribir nuestras manos vacías
como si fueran
juntas
Saber pues,
si ellas
existen.
*
Urge poesía
-no para callar-
sino por vivirnos.
**
-Alma
(Alejandra Marotta, Lomas de Zamora 1965) se ha dedicado desde muy joven al
trabajo con niñas, niños, jóvenes y adultos en situación de aprendizaje.
Es Licenciada
en Psicopedagogía (USAL), ha sido docente universitaria, hasta hace muy poco ha
trabajado en un Equipo distrital de Infancia y adolescencia del Sistema
Educativo Provincial y actualmente se desempeña en consultorio privado.
-Desde el año
2009, se ha sentido convocada por el lenguaje poético, al que considera el
único posible a la hora de contar y contarnos la vida que nos pasa. Realizó el
posgrado internacional en Escrituras
(FLACSO) y participó del Taller Literario Pluriverso.
-Ha publicado “Los Dinosaurios no tenían sida” junto a
tres queridas amigas y colegas en el trabajo con sexualidades y problemáticas
de género. Participó de la publicación de la antología Pluriverso (2016), y de
varias publicaciones en revistas formato papel y digital.
-En setiembre
de 2017 publicó su primer poemario: “Habitaciones”,
prologado por Carlos Skliar.
-Comparte
poemas en las redes sociales y en su blog: https://alejandraalmapoesias.blogspot.com/
-Recientemente
ha creado la página “Conversatorio Mensual” a fin de desarrollar el arte de la
escucha entre nosotros.
Inventren
Después de la película*
El jueves pasado fui al cine con mi amigo Marco. Me había llamado
unas horas antes, muy excitado porque en el cineclub de la Universidad ponían El maquinista de la general, todo un
clásico. Vimos la película y luego nos quedamos a la tertulia, que tradicionalmente
se arma en torno a la emisión del día, aunque ni mi amigo ni yo intervinimos en
ella. Solo escuchamos. Se habló de Buster Keaton, del origen de su nombre
artístico –nacido de un comentario del gran Houdini-, de la guerra de secesión
y de otras películas relacionadas con la que acabábamos de presenciar. Al final
todos los asistentes fuimos saliendo lentamente, más o menos, según me pareció,
satisfechos con el espectáculo.
Marco y yo nos quedamos unos minutos afuera, cerca de la puerta del
local, conversando, aunque no sabría explicar el desarrollo de la conversación
ni su contenido. Cabe suponer que nuestras palabras versasen sobre el film,
sobre Keaton o quizá sobre alguna otra ocasión en la que hubiésemos ido juntos
al cine. Lo que recuerdo perfectamente (casi con un escalofrío ahora al
contarlo), es lo que ocurrió al separarnos. Me quedé mirando como mi amigo se
alejaba por la calle hacia el sur, en dirección a su barrio. Cuando lo perdí de
vista, apagué mi cigarrillo y me dispuse a partir en sentido contrario. Justo
entonces, de la pared más cercana (así lo sentí, como si el sonido proviniese
del propio muro) me llegaron unas palabras:
- Mucha gente no lo sabe, pero…
Al principio me sobresalté. Después miré con atención en dirección
al lugar de donde provenía la voz. Un tipo estaba apoyado sobre la fachada.
Apenas me era posible distinguirle. Era poco más que una sombra. Dudé si
ignorarle y marcharme o, por el contrario, averiguar qué quería de mí. Opté por
lo segundo. Me acerqué dos pasos, hasta estar casi junto a él. Pregunté:
- ¿Nos conocemos?
Tardó en responder. Su rostro se veía oscuro, tal vez debido, en
parte, a la barba de tres días, pero era más que eso, como una oscuridad
procedente del interior de sus ojos impasibles. Su semblante no reflejaba la
menor emoción.
- No. Sin embargo, le contaré un secreto.
Me pareció incongruente que un completo desconocido fuese a
contarme algo sin motivo alguno. Seguro que después de su revelación iba a
pedirme dinero. Por un momento pensé en reanudar mi camino, pero pudo más la
curiosidad.
- Usted dirá, entonces.
Me miró con esos ojos fríos, un momento que me pareció muy largo.
Después inició su relato:
- Mucha gente no lo sabe, pero Buster Keaton estuvo a punto de
rodar una película aquí, en Argentina.
Me pareció muy improbable, pero podría ser divertido escucharle.
Involuntariamente, sonreí. Él siguió narrando con lentitud, imperturbable.
- El maquinista, hoy es un
clásico, pero en su momento fue un auténtico fracaso en taquilla. Tras aquel
fiasco, y en vista de lo caros que resultaban los rodajes de sus películas, la
productora decidió que, a partir de ese momento, Keaton ya no gozaría de
libertad absoluta. Durante algún tiempo estuvo rodando películas que a él mismo
le parecían indignas de su genio.
- Sí, sabía eso. Lo leí en alguna parte – interrumpí.
- Fue entonces – continuó el tipo sin inmutarse - cuando entró en
contacto, no se sabe muy bien cómo, con un magnate argentino, un pez gordo de
Buenos Aires, que le prometió invertir en su siguiente film. Así que Stone Face (como ya se le conocía en
todas partes) se vino a la Argentina, dispuesto a rodar en cuanto todo
estuviese listo.
Pensé que la narración se había terminado, pero solo se trataba de una
pausa, no sé si dramática o para tomar aire.
- El millonario puso como condición que parte del rodaje tuviese
lugar en la estación Juan Atucha, sus razones tendría y nadie le discutió ese
punto. Para Keaton, tan bueno era un sitio como otro, siempre y cuando tuviera
una buena porción de pampa que atravesar con su tren… Sí, lo ha adivinado. La
cosa iba otra vez de trenes. Buster Keaton era un enamorado de los trenes. En
el fondo, ya sabe usted… La vida es un tren que circula hacia alguna parte
cuyos contornos no son nunca visibles…
- Y ¿qué pasó?
- Durante un tiempo, Keaton estuvo recorriendo diversas partes del
país, sobre todo los alrededores de la estación en la que iba a iniciarse el
viaje que tendría lugar en la filmación. Cuidaba mucho los detalles y le
gustaba hacerlo todo en persona. Así que, acompañado de un guía local, que a la
vez le servía de traductor y de secretario, fue encontrando escenarios en los
que desarrollar su idea. ¿Le gustaría conocer la idea que tenía para esa
película?
- Por supuesto – repuse. A esa altura ya estaba más que interesado
en lo que el tipo me contaba, fuese verdad o no.
- Bien. El tema es el desierto.
Tras esa contundente frase, casi una sentencia, el hombre guardó
silencio. Creí que ahora venía el momento en que iba a pedirme la voluntad a
cambio de su relato. Yo tenía en la cartera algunos pesos y estaba dispuesto a
ofrecérselos con tal de seguir escuchando. Pero no demandó nada. Solo había
parado un momento para tomar aliento, repasar en su mente toda la historia o
cualquier otra cosa. Luego continuó como si ese breve lapso –que se me hizo
interminable- jamás hubiese tenido lugar:
- El tema es el desierto. Un tren va avanzando a velocidad reducida
por parajes desolados. Afuera, nada parece suceder. En el interior, una mujer y
un hombre conversan desapasionadamente. Poco a poco vamos averiguando que se
trata de un matrimonio. Hay fragmentos de conversaciones mientras por las
ventanillas va pasando un paisaje yermo. Tan yermo, adivinamos, como la
relación que vincula a esas dos personas que conversan, unidas acaso por el
amor en otro tiempo, pero ahora enormemente distanciadas. Hablan por llenar con
algo el viaje. Viajan por llenar con algo sus vidas. Si hubo ilusión en su
pasado, ahora yace tras un alud de años compartidos. El presente, cada una de
sus palabras lo confirma, es la nada. Desempolvan recuerdos, comentan el clima,
las últimas noticias leídas en el diario. En sus voces no hay futuro. El futuro
no existe. Es la laguna muerta de un páramo casi idéntico a aquel por el que el
tren va discurriendo. Ocasionalmente, un revisor atraviesa el compartimento.
Nada más. Finalmente, el tren llega al borde de un barranco (no se sabe qué
hace exactamente un barranco en medio del trayecto ferroviario y, en realidad,
no importa) y sin que nadie pueda o quiera evitarlo, se despeña. Esa escena
final, por medio de la edición, iba a durar más de un minuto. Más de un minuto
ese tren despeñándose, cayendo verticalmente sin visos de llegar jamás al final
de su caída (metáfora de la relación de los dos personajes).
El tipo hizo una nueva pausa. Le miré, expectante, casi suplicando
que continuara.
- Al final no hubo acuerdo porque el coste de esa última escena era
inasumible para el presunto mecenas. Después de esa negativa, Keaton se
entrevistó con mucha gente en Buenos Aires y otras ciudades, pero no consiguió
la financiación imprescindible. La película nunca se hizo, así que supongo que
tampoco en su país le avalaron. Eso fue todo. Un proyecto jamás realizado. Un
sueño nomás.
Ahí terminó el relato. Su voz dejó de sonar y él desapareció, como
una sombra. Pestañeé un par de veces, pero no había rastro de él. Como si se
hubiese esfumado. Traté de recuperar sus rasgos, la seriedad de su rostro, la
impasibilidad de sus ojos, pero me fue imposible. La noche se transformó en una escena de cine
mudo mientras caminaba hacia mi casa.
Al día siguiente llamé a Marco, muy excitado, para contarle todo lo
sucedido. Él me escuchó atentamente. Luego, con un tono de confusión, dijo:
- Ayer no nos vimos. No fuimos al cine. Tal vez fuiste con otra
persona…
- No, no. Recuerdo perfectamente que fui contigo.
- Hace casi un mes que fuimos por última vez al cine… Y fue a una
reposición de Portero de noche, donde
Charlotte Rampling está espléndida, por cierto... Lo estuvimos comentando
largamente a la salida…
Guardé silencio. Pensé que, sin duda, Marco me estaba embromando.
Entonces añadió:
- Y la última vez que pasaron El maquinista,
que yo sepa, fue hace treinta años.
Colgué. Unos ojos inexistentes me miraban desde el recuerdo de una
escena que, al parecer, nunca tuvo lugar, o lo tuvo de algún modo que no me es
posible siquiera imaginar. Volví a la cama. Traté de dormir. Soñar escenas de
cine mudo. Tal vez al despertar el mundo hubiera cambiado nuevamente.
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
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ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
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