*Foto de Paula Novoa.
JARDIN POR LA MAÑANA*
Mientras observo
la luz que avanza sobre el cantero,
el verde en ramos sobre lo negro,
esa certeza inaugural
del jardín que espera la primavera
-carpida, decían los míos
de la tierra preparada para sembrar-
Alguna flor tendrá que haber,
el premio para la herida abierta sobre mi mano,
el tajo leve de la piel al romperse
es otro surco,
el ardor permanece ahí,
como si aún cortara.
-no hay palabras, decían los míos
para la herida que no se ve-
-Presentará su nuevo libro: El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
El viernes 4 de octubre, a las 18.30 Horas.
En Cusca Risun, Pasaje San Lorenzo
365 de San Telmo
PARA LA HERIDA QUE NO SE VE...
-Poesía de Mariana Finochietto.
*
La tristeza
siempre es en pasado.
Es la bestia
que nos mordió una vez,
cuando fuimos inocentes.
Lo que duele es la cicatriz,
el rastro de la herida
quemando hasta el hueso,
hasta la certeza virgen de la felicidad.
Entonces,
¿quién puede pronunciar
los nombres del dolor?
¿Quién recuerda
esa fragilidad de rama
quebrándose en el aire?
*
Cuando
te atraviese
el rayo
de la felicidad,
no te resistas.
En el precario
refugio
de los días
es el relámpago
que ilumina
las sombras.
Luego,
habrá
tiempo
para noches oscuras.
*
Si vas a caer,
que sea.
Que temas al abismo,
que se abran
las viejas cicatrices
como las amapolas.
Que te entregues al viento,
que te sepas
efímero.
Que nunca seas el mismo
cuando te levantes.
*
Muchas veces
no se puede, sencillamente
no se puede,
y uno se queda
mirándose las manos,
el aire,
la densidad del aire
y su peso en los dedos,
la cantidad de poros
abriéndose en las palmas
buscando
algo parecido a respirar,
esa cuestión orgánica
a la que está obligado
todo lo vivo,
pero sabés que no se puede,
sencillamente,
no se puede
y entonces
qué hace tu cuerpo,
latiendo contra vos,
qué hace
el deseo trepándote en los pies,
qué hace
esta necesidad atroz
de sonreír,
otra vez,
aunque no puedas.
*
A veces
mi corazón se abre
con la ternura de un higo al sol.
Y es dulce
tu mano cerca de la herida,
tu mano
siempre
reparando el daño.
*
Lo que queda
cuando el mundo se abre en dos,
el miedo,
el inmenso miedo sobre todo
como el cielo azul de la tormenta
cuando se es chico
o frágil
y no hay nada de qué asirse.
Nada.
*
A veces
me quedo preguntándome
el porqué
de algunas cosas,
y me alcanzan las noches
sin respuesta
y no duermo.
Será
-diría mi madre-
que tengo tiempo de sobra para darme
horas y horas de desvelo roto,
como si no hubiera
nada más valioso
que preguntarme a solas
cualquier cosa.
Pero es preciso,
pienso,
de vez en cuando
preguntarse
y no tener respuestas,
ser pequeño
y humilde,
ser
el que anda a oscuras
con los ojos abiertos
como una lámpara para nadie.
*
Decir
palabras
para nombrar el cielo, el pájaro o la lluvia,
y que se hagan presentes en el mundo.
Atrás,
veladas,
las cosas que no se nombran,
la grieta que hace lo callado en la garganta,
la asfixia
ocupándolo todo;
tu cara, en el juego de espejos de mi vida,
entre sombra y luz,
creciendo
como los helechos en las casas viejas,
un poco abandonados de sí,
creados
por la desidia o la suerte
de una racha de viento.
Entonces
nombrar
es elegir apenas qué se calla,
hasta dónde
se abre la flor,
es poseer el don
de marcar el límite de la belleza.
Esa última crueldad,
es el poema.
*
¿Han visto,
hermosas mías,
caer la lluvia,
la voraz vida del verde trébol,
el canto manso de las hortensias?
¿Han visto,
preciosas mías,
la huida subterránea de las bestias,
el vuelo de los altos pájaros
antes de la tormenta?
¿Han visto,
han visto el mundo rehacerse
fragmento a fragmento
detrás de la niebla?
Mis hermosas,
ésa es la lección de la esperanza.
*
Y si después de todo fuera
la lluvia como la vida:
caer,
siempre desde uno mismo,
Caer en ráfagas,
o en ondas suaves, como caricias,
pero caer,
siempre caer,
como quebrándose
desde el centro de uno mismo.
Vivir entonces sería
una manera de andar
rompiéndose
como el agua,
-frágil,
libre-
al caer sobre la tierra.
*
Debajo de las casuarinas,
mi padre
se deshace.
Sobre las letras de su nombre,
la sombra
de los árboles se mueve,
con la ley de las cosas vivas.
La casuarina es un árbol
de hojas delicadas
que en verdad
son puñados
de escamitas muy verdes,
por donde el viento pasa
y se transforma en música.
Las casuarinas
silban
ahora
sobre mi padre,
con el ritmo
sereno
de la lluvia y los tangos.
La belleza
del mundo
es una forma de justicia.
*
Mirá hacia arriba.
Es el mundo roto en pedacitos
lo que cae,
más liviano que la lluvia.
Salí descalza
a bailar
sobre el desastre.
No te pierdas
la ternura de catástrofe
que te acaricia el pelo.
Mañana,
habrá un mundo nuevo
donde anclar
los barcos que construyas
en días como éstos.
*
No es posible
atrapar a las pequeñas
palabras del amor.
Son de raza sutil,
y a veces,
mueren de sólo nombrarlas.
Benito*
Aún era muy joven cuando vine a la ciudad, a cuidar a mi abuelo
internado en un hospital.
Los días de internación, es sabido, son más largos. Se sale a los
pasillos, se camina, se charla.
Entre los que caminaban por los pasillos, los tantos jóvenes que
andábamos en los pasillos, encontré a Benito.
Era más chico que yo. Y el primer chico gay, abiertamente gay que
conocía.
En mi pueblo había, como en todos los pueblos, dos o tres. Eran
parte del paisaje y se les llamaba maricones. Y no se decía más. Las lesbianas
no se mencionaban de ninguna manera.
Benito tenía HIV. Estaba internado y solo. No tenia jamás visitas.
Paseaba y charlaba con todos, con cualquiera que quisiera charlar.
Venia a la habitación de mi abuelo, que ya había visto tanto, a
escandalizarlo un poco. El viejo Rosas lo miraba serio, con esos ojos verdes
que no logré heredar.
Charlábamos mucho. Me contó de su tío, que abusaba de él, me contó
de los días de la prostitución, de la inmensa soledad de ser distinto.
Eran los finales de los '80. Apenas si sabíamos vivir. Y Benito
sabía que empezaba a morirse.
El día que le dieron el alta, bajé y le compré unas rosas rojas. El
viejo Rosas, mi abuelo, el alambrador, le tiró un "chau, pibe"
cargado de respeto.
Se fue por los pasillos, con el bolsito y las rosas, saludando como
una reina a las enfermeras.
Intenté llamarlo, después. Cada día recibí la misma respuesta:
Benito no tiene permiso de hablar por teléfono.
No lo ví nunca más. No creo que esté vivo.
Pero cada vez que pienso en él, agradezco haberlo cruzado, porque
me dejó esta necesidad de reflexionar, de reflexionarme.
Porque hay gente que se cruza en tu vida para desarmarte el
castillito de naipes, para que barajes, una y otra vez, y otra vez, y otra vez.
Gracias, inmensas, por eso.
* Mariana Finochietto
***
- Mariana Finochietto. Nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires.
Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl
Fenoglio (El Mensú, 2015)
La hija
del pescador (La Magdalena, 2016) Y Piedras de
colores (Proyecto Hybris 2018)
-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.
-Presentará su nuevo libro: El orden del agua,
GPU Ediciones (2019)
El viernes 4 de octubre, a las 18.30 Horas.
En Cusca Risun, Pasaje San Lorenzo
365 de San Telmo
-Presenta Gustavo Tisocco.
Acompaña Gabriela Yocco.
Inventren
LLEGAR AL FUTURO*
El tío abuelo de Kalman bajó de "El pampeano" en
Polvaredas a las 0.35 de un viernes. Al día siguiente era su cumpleaños número
58.
Unos minutos antes el tren había salido de la estación Atucha. El
tío no podía conciliar el sueño. Miraba por la ventanilla ese cielo tremendo
tan diáfanamente estrellado. Tan derramado en estrellas sobre un campo que se
parecía al infinito.
El tío tenía como objetivo ver loteos pasando la estación 9 de
julio. Había sacado pasaje hasta Mirapampa pero pensaba bajarse donde viera
anuncios de lotes en venta. Como en un parpadeo se borró la continuidad del
paisaje de cielo a campo que venía admirando. Cuando abrió la ventanilla
recibió el golpe de una densa nube de polvo en el rostro. Era polvo con brillos
-como de luciérnagas- que se encendían y apagaban velozmente. Quizás era polvo
de estrellas que impactaban en una velocidad incalculable en relación a la
marcha del tren.
El tío se atemorizó. Cerró la ventanilla. Pensó que quedaría ciego
pero tras unos instantes su vista se volvió normal. Afuera la nube oscura con brillos
siguió unos instantes más, y de nuevo la
noche estrellada, ni rastros de esa polvareda. Fuese lo que fuese lo que había
rodeado al tren había desaparecido.
Miró al interior del vagón, vio pasajeros que dormían u otros que
no habían notado nada anormal en ese transcurrir del tren.
Algo que no supo explicar bien le dijo que tenía que salir de ese
tren lo antes posible. En la primera estación en que se detuvo el tren tomó su
pequeña valija y bajó. Casi al pie de los peldaños vio dos hombres que se aprestaban
a subir. "No suban. Este tren esta maldito" les dijo con ojos
seguramente desorbitados por el miedo.
No sabe si les hablo en un español que no manejaba bien o en su
lengua madre polaca.
La cuestión es que los tipos lo miraron como si fuese un borracho
trasnochado y subieron por los mismos peldaños que el tío había pisado segundos
antes para sentir la solidez del andén.
El asombro del tío siguió cuando al verse en el espejo de la sala
de espera vio su cabellera tiznada de polvillo. Se sacudió pero al quitar la
polvareda descubrió sus pelos poblados por canas que no tenía al subir en La
Plata.
Lo asombroso -según Kalman- es la flexibilidad demencial con la
cual su tío abuelo se adapto a una situación totalmente impensable.
Se quedo un tiempo en Polvaredas, busco trabajo en un campo
cercano. Decidió no decir ni palabra de lo ocurrido en ese tren.
Más o menos dos años después de bajar en Polvaredas el tío
reencontró a su hermana menor con marido e hijos recién instalados en la
Argentina. Hartos de guerras y miserias humanas arribaron a Ensenada, última
referencia que tenían por una antigua carta donde el tío les dejaba un
domicilio. No esperaban encontrarlo con vida. A ese tío abuelo además de
llegarle familia le llovieron lágrimas, abrazos y reproches.
Las lágrimas se secaron con el paso de los meses, los abrazos se
aflojaron por costumbre, pero los reproches de su hermana siguieron y hasta se
hicieron encarnizados. El tío escuchaba todo sin enojarse ni justificarse.
-¿Por qué no contestaste las cartas? -Papá y mamá murieron sin
tener noticia tuya, pensaron que habías muerto o lo que es peor que no te
interesaba saber nada de tu familia.
Un día, quizás cansado de visitar a su hermana en la casita de
Ensenada para recibir ese clima tenso de reproche hasta en los silencios. De no
poder ni sostenerle la mirada. El tío abuelo de Kalman habló. Llevó una
valijita de cuero rígido - la misma con la que había subido al tren aquella
noche en la terminal de La Plata y la abrió.
Primero puso sobre la mesa un pasaje de tren: que decía La Plata -
Mirapampa fechado claramente el 24 de septiembre de 1917.
Ese día fue un Lunes -se extendió en un detalle al que nadie le dio
importancia-
Luego puso un ejemplar del diario La Nación sobre la mesa con la
misma fecha.
-¡Que me queres decir, -le dijo su hermana con una mirada que pasó
de ser severa a echar chispas de indignación- que desde que subiste a ese tren
decidiste olvidarnos. No contestar cartas o irte a vivir a otro planeta...!
-Estuve viajando adentro de ese tren 30 años. Seguí con mi vida
como pude o mejor aún -aclaró-: agradecido de no seguir allí adentro vaya a
saber por cuantos siglos más. No le creyeron. Era como decirles que las hojas
alguna vez fueron plumas. Que lo trataran como un mentiroso absurdo generó una
pelea familiar que duro un tiempo.
Muchos años después Kalman recibió de manos de su tío las únicas
pruebas de no haber faltado a la verdad aquel día con su familia. El pasaje del
tren y ese diario donde se leía entre las noticias destacadas que el ministro
de defensa Elpidio González solicitaba el estado de excepción para enfrentar la
huelga ferroviaria de 1917.
La madre de Kalman, sobrina menor del tío, siempre le creyó. El
misterio de los 30 años fue algo que Kalman reconoció como fuente iniciática de
dos vocaciones: tanto de investigador científico como de escritor vocacional.
Si hubiese sido una verdad comprobable
la experiencia del tío merecía un libro similar al de "Física de lo
imposible". Si era una mentira urdida para encubrir su desamor o el
desapego a su gente era un portal a literatura pura.
En sus indagaciones Kalman encontró unos pocos elementos a favor de
la historia tal como la relataba el tío: No había ningún rastro de su
permanencia en esas tres décadas previas a establecerse en Polvaredas, de 1917
a 1947 no había nada de nada. A pesar de estar encanecido era inusualmente
joven por tener los años que tenía. Los que lo conocieron en esa época
posterior a su viaje en tren no le daban no mucho más de 30 y pico de años.
De tanto ir a visitar a su hermana conoció a una muchacha llamada
Haydee y se casó. Se los veía felices, se prodigaban en arrumacos con palabras
de amor. Después unos meses surgió algo que el tío se había esmerado por negar:
había una secuela o una rareza más atribuible a su viaje en el tren. La mujer
le decía cariñosamente "mi bichito de luz". En confianza le dijo a su cuñada que en la
intimidad de la noche, cuando se emocionaba o excitaba el tío se encendía como
una luciérnaga.
El tío se instalo con su mujer en Ensenada pero cerca del río pues
amaba pescar. Hizo amigos raros como él con los cuales compartía noche de pesca
con charla hasta amanecer. Ellos le aceptaban su historia, cada tanto, si el
tío se emocionaba con algún recuerdo fuerte se encendía e iluminaba como un
foquito hacia la lejana oscuridad del río. Sus amigos le decían señor de la luz
o el iluminado según la ocasión.
Ya ostensiblemente viejo, hablaba mucho de su infancia en aquel
pueblo de Europa central del cual partió antes de llegar a la edad necesaria
para ser convocado al servicio militar. Su padre era carpintero pero quería un
futuro militar en la familia. Más aun siendo el hijo mayor. Una vez, caminando
con su padre por el bosque mientras iban a elegir un roble para hacerlo madera
de mueble. Su padre lo obligo a marchar delante de él como lo hacen los
soldados. El tío era apenas un muchacho de 14 años que intentó cumplir pero de
mala gana. Esa falta de vocación enfureció a su padre que comenzó a patearle
los talones cuando no marchaba correctamente llevando la punta del pie bien
alto. Así. A pataditas correctoras tuvo que marchar hasta retornar a las
afueras del pueblo donde seguramente por vergüenza su padre suspendió la
instrucción de marcha para su futuro militar al servicio del imperio.
Desde aquella tarde detestó para siempre a su padre, a los
militares, al imperio austrohúngaro. Ese día empezó a gestarse su idea de irse
bien lejos donde no hubiera ni imperio ni guerras ni un padre que esperara
tener un buen hijo militar en la familia. Así fue. Dos años antes del comienzo
de la primera gran guerra dejó una nota "me voy, ya escribiré cuando este
establecido"
Según parece trabajo embarcado apenas un año hasta que llego a un
puerto argentino. Se radicó.
***
Kalman siguió pensando en lo sucedido con su tío abuelo hasta que
él mismo cumplió sus 58 años. Ese día se dijo que ya era el momento para
aceptar lo inexplicable en esta historia de su tío.
Era muy pobre como explicación decir que había sucedido una anomalía
en el espacio-tiempo. Que su tío abuelo había sido un testigo privilegiado cuya
mayor maravilla era haber desplegado una enorme fuerza psíquica para adaptarse,
como el mismo decía a "esa gran patada al futuro" que había recibido.
En esos 30 años en el tren evitó enterarse del final de la primera
guerra. De la guerra civil española. De la segunda gran guerra. De tremendas e
increíbles matanzas. El siglo XX se desplegaba en horrores. Su pueblo natal fue
devastado. Hijos y nietos de sus vecinos fueron enviados a campos de exterminio
por los nazis.
De última, cuanta gente que vivió realmente día por día todos esos
años que el tío abuelo pasó por alto adentro de un tren dirán si les preguntan
que todo paso muy rápido. Que 30 años de
vida fueron parpadeos. Unos pocos
suspiros. Kalman mismo sintió eso al cumplir sus 58 años cuando decidió
abandonar las investigaciones teóricas que había intentado construir obstinada
e inútilmente por años. Hasta una vez -ridículamente- llevó un diente de su tío
a un científico colega para hacer una prueba con isótopos de estroncio y así
rastrear las geografías por donde transcurrió la vida del tío en esas décadas
adentro del limbo.
Lo que Kalman pudo comprender daría sus frutos de ahí en más en
escritura. Ejercitar ficción contra lo real que va muy adelante sorprendiendo
en su implacable soberanía del acontecimiento.
Le quedó una imagen grabada por otras tantas que irán al
olvido. Era fin de año. Cuando todos
estuvieron de acuerdo con el reloj en que indudablemente comenzaba un año
nuevo.
El tío -que ya era un ancianito sin dientes- levantó la copa de
sidra y mientras la hacia chocar en el
aire con otras copas pidió con su voz por encima de otras voces
“paz y felicidad para el mundo”.
*De Eduardo Francisco Coiro.
-Próximas estaciones de escritura:
KM. 55.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Midland:
ELÍAS ROMERO. KM.
38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL
CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO
VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM
12. LA SALADA.
INGENIERO BUDGE. VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA.
INTERCAMBIO MIDLAND.
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril
Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.
GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR
OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.
ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.
LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA.
GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
InventivaSocial
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