viernes, marzo 06, 2020

A LA BOCA DEL AIRE...


*Obra de Sandra Caschera.









*


No hay
otra mujer más hermosa
que esa,
la que dejó todo por amor.
La que rompió su casa y a sus muertos
y a las secretas líneas que sostienen
al mundo en su lugar.

La he visto.
Toda ella
era un fuego que arde y se consume
como si fuera un planeta que sustenta
una forma de vida superior
o acaso,
otra forma de la muerte más feliz.
La vi,
con los ojos deslumbrados y serenos
de los mártires
en las pinturas
y entendí.
El coraje también es santidad.

Yo la vi.
Era la mujer más hermosa de este mundo,
con la valija llena de pedazos rotos de su vida
yendo en busca del hombre que la ama.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com




-Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.

Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)

La hija del pescador  (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)

Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)


-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.















FRONTERAS*



Uno va y viene por urdimbres
inventándose espacios en la trama
necesaria de los días,
allí conviven nuestras cegueras
con deseadas luces que nos niegan
-como Pedro antes del alba-
¿Qué delimita la frontera entre
un sol imaginario y éste
que quiebra oscuridades?

El saber no sabe. Va de regreso
en una zona de nieblas.
No contesta

En la luz mestiza de la tarde
un simple gorrión sobrevuela
mi estupor y este intento
de comprender en qué realidad
se caen
los seres que se van.
En tanto, mis venas atan imágenes
bisagras trémulas
adioses indefensos.

Sobre la textura áspera del tiempo
la hebra suelta en mí
respira
y espera.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar















Abarcar con trazos la memoria*



*Reseña por Alejandro Badillo. badillo.alejandro@gmail.com



Lengua de Plata

Alejandro Pérez Cervantes, Editorial Resistencia, 1era edición 2020.



A menudo la novela histórica –aquella con vocación de bestseller– adolece de varios defectos: personajes ramplones, muy cercanos a los estereotipos que se enseñan en la escuela, y, sobre todo, un didactismo que elimina cualquier intención creativa. El autor toma al lector como un estudiante pasivo y le endilga lecciones. Lengua de Plata, novela publicada por Alejandro Pérez Cervantes (1973) con el sello editorial Resistencia, muestra cómo la narrativa histórica puede ser terreno ideal para la experimentación, el homenaje, la indagación y la memoria. Todos estos aspectos logran que una obra adquiera distintos matices y profundidades. La historia puede ser, además, un espejo en el que se mira el autor, un laberinto en el que explora las motivaciones profundas de su escritura.

Lengua de plata aborda la vida del poeta coahuilense Otilio González. El personaje, nacido en 1894, fue uno de los actores que participaron en la Revolución Mexicana. Después del asesinato de Francisco I Madero, en medio de la disputa más cruenta por el poder, se une a la campaña presidencial del general Francisco R. Serrano. El candidato era un férreo opositor a la reelección de Álvaro Obregón y enemigo de Plutarco Elías Calles. Hay que recordar que ambos políticos, de temperamentos opuestos, dominaban la escena a través de las lealtades conseguidas en el campo de batalla, pero también por eliminar a sus enemigos en calculados ajustes de cuentas. El 3 de octubre de 1927, el general Serrano se dirigió con sus allegados más cercanos al rancho la Chicharra, ubicado en Cuernavaca. La intención era festejar su cumpleaños. Poco después fue capturado y asesinado en Huitzilac con el pretexto de que planeaba una sublevación militar. Entre los caídos estaba el poeta Otilio González que tenía, apenas, 33 años. A partir de entonces su historia quedó medio oculta entre los hechos que formaron el México del siglo XX. Como muchos otros personajes incómodos, el escritor fue víctima de la historia oficial que se encargó de ocultar y censurar su génesis sangrienta, muy alejada de los ideales que, a partir de entonces, llenaron los discursos del Partido Nacional Revolucionario convertido, tiempo después, en el PRI.

Lengua de Plata recorre la historia del poeta Otilio González y la convulsa segunda parte de la Revolución Mexicana a través de diversas herramientas que forman, a su vez, varias propuestas narrativas. En primer lugar, tenemos la investigación documental. Alejandro Pérez Cervantes expurgó los archivos, cotejó fuentes y buscó rastros de su personaje en los documentos de la época. Felizmente evitó la tentación de recubrir esa información con una historia manida, como se acostumbra con las llamadas “biografías noveladas” y la usa como una especie de hilo conductor en el que se entretejen distintos modelos discursivos. En la primera parte del libro: “El afuera”, se reconstruye el contexto que rodeó y le dio significado a Otilio González. Por supuesto, tenemos hechos cotejados y datos precisos, pero esa información es vista a través de la lente del lenguaje. De esta forma, la historia no es sólo una reunión de referencias sino cuadros que aspiran a tener vida en la mente del lector. También tenemos diferentes estructuras que se suman al discurso principal: en el capítulo 6, “La Santa Causa”, que revisa la Guerra Cristera, el autor abandona la narrativa tradicional para entregarnos una especie de lista secuencial de los fusilados y ahorcados católicos. Este recurso es explotado aún más en el último capítulo de esa sección: “Sin fecha”. En este apartado encontramos una especie de letanía que construye una especie de poema narrativo. Desde una voz confesional, muy alejada del tono sosegado utilizado anteriormente, nos enfrentamos a un territorio apocalíptico en el que reina la muerte. En medio de una niebla onírica, leemos los desastres de la guerra.

La segunda parte del libro, “El adentro”, propone un juego interesante: la poesía de Otilio González usada como objeto de un prolijo análisis literario y, también, como un baúl que conserva las pistas de su vida. A partir de una lectura paralela –el texto poético yuxtapuesto con su interpretación– tenemos una visión amplificada de la biografía y la obra del poeta. De esta manera, como una especie de edición crítica de varios poemas, nos enfrentamos a un texto entretejido que funciona en diferentes niveles de entendimiento: la lírica de Otilio González es aprovechada para destacar sus virtudes literarias y para analizar su contexto vital. Por último, Alejandro Pérez Cervantes decide volver al lenguaje casi cinematográfico para contarnos los últimos momentos del personaje. A través del ritmo y de la anáfora –quizás un homenaje intertextual a los lúgubres corridos de la época– seguimos, paso a paso, los segundos antes de la muerte y los últimos pensamientos antes de la llegada feroz de las balas.

Lengua de Plata es una especie de caja de herramientas, una demostración de que la novela puede abrevar de diferentes expresiones para contar la biografía de un actor de la Revolución Mexicana. Acompañado de los dibujos del artista gráfico Gonzalo Rocha, el volumen es, además de un brillante homenaje a la vida del poeta Otilio González, una reflexión sobre los temas fundamentales de la literatura: ¿cómo reconstruir una vida a través del lenguaje? ¿Cómo usar el arte para equilibrar los hechos documentados y la subjetividad propia de la escritura?





**


-Alejandro Badillo. (Ciudad de México, 1977) Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta) y Por una cabeza (Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina, GQ, Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colaborador de la revista Crítica y exbecario del Fonca. Ha sido antologado en diversas compilaciones de minificción.
















LA CUARTA LUNA*


“No hay nadie en el espejo que me pueda responder, no hay nada en ningún lado y eso lo sabes muy bien por eso lo que amamos lo volvemos a perder"

-Fito Páez.
(A medio paso de tu amor)



Hermano amor. No te mires en la luna del espejo.
El espejo es falaz. Embaucador. Tramposo.
No lo mires, escúchalo. Habla, lo sabes bien.
Los ojos de topo miran pero no ven
Escudriña al mundo con los múltiples ojos del insecto
No te mires en resplandores fatuos.
Mírate en la boca del pez sobre la arena. En su sed
Encuéntrate en la semilla, no en la rama.
No huyas de las alas de los cuervos
Lee las líneas de tus manos en el sauce.
No mates a los ciervos
No te mires en el deceso de las aguas claras.
¿Sabes el porque de los espejos rotos?
La egolatría suele llevar su nombre.
Desvíate del inframundo humano. De la bestia.
A la luz de la luna las bestias son muy claras.
Desnúdate. Oye el clamor de tus desheredados huesos
En tu osamenta andrógena hay un hombre verde y una mujer ajada
Es la herencia. El legado. La cuarta luna.
La conjunción mítica de ambos sexos
Deja que sean jade y paja al mismo tiempo.
No cubras a tus muertos con espejos oxidados.
Hermano amor. No te mires en la luna del espejo.
No te mires en ella mírate en mi.




*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com














LA ISLA AL REVÉS*


“Déjame verte siempre/
tú que eres el buzo de ti mismo. /”
Manuel del Cabral



Persigo la plusvalía tupida
de tu plumaje dentro de las quebradizas olas
con mi anfibia naturaleza
de buzos muertos, buzo lleno de sed,
ahogado por la grosura del monóxido
como a ese buey de párpados caídos,
abigarrados por el orín de mantarrayas y pulpos.
Me pierdo por los cañaverales nocturnos
buscando la última zafra viva
con un machete sembrado en la frente
y en el ombligo. Y tú, capataz de truenos
montado sobre un caballo tectónico
con resuellos de retorcidos mármoles
te acercas a mis orejas, enfermo, a gritarme
que la faena del verbo recién empieza,
y que debajo de los pies; el fuego volcánico
levanta cruentas marejadas de minerales
y de hollín submarino.


*De Daniel Montoly.














Creyente*



Fuera de los amores y las circunstancias, fuera de la familia y los amigos, fuera de este país, de la ciudad, de la década que viene con sus bombardeos y sus niños mutilados. Fuera de los dolores del alma y los del cuerpo, fuera del afuera, adentro de mi. Dentro de lo más profundo de esta mujer que soy, de esta mujer que tiñe canas, que observa cómo las firmezas se disuelven en carne que ha sufrido.
Adentro, más allá de lo que muestran las serias pupilas en la luna de los espejos. Adentro del más adentro de los círculos cerrados, en lo insondable. Allí debe abrirse la esperanza de creer.
Creer en un futuro. Extenso, breve, benigno o ya manchado de presagios. En el futuro como continuación, cambio, transmutación de lo que fue. Aceptación, negación, no importa qué pero porvenir.
Debo creer en una posibilidad aunque sea mínima. Creencia en que no importa cómo cuándo o dónde, siempre voy a estar conmigo y no me niego a ser yo. Que vale la pena seguir intentando la vida con grito, carcajada, medio tono. No importa. La vida, la vida que merecida o no debe vivirse y traerá soles, atardeceres y también madrugadas insomnes. Una vida a pesar de mi misma.
Debo creer en mis manos, en mi llanto, en la bendición de reparar en los absurdos. Debo creer, es mi obligación creer en que no soy lo que me rodea, no soy lo que otros quieren o suponen que soy. Que no soy, jamás lo fui, una sombra de otro. Soy esta aquí adentro que se niega a dejarse morir por desencanto, o llevar luto eterno por lo que duró un instante en el tiempo fluido que no miden los relojes.
Tengo que volver a encontrarme, eso sí, para creer en mí.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com













Fugaces reencuentros*



Nostálgicas presencias
que a veces sin ser convocadas
vienen a turbar la muerta rutina.

Son como instantáneas.
Aparecen de pronto ante nosotros
tras la cortina gris de una tormenta
al otro lado de un voraz incendio
en la fila del hipermercado
o allende los cristales de un acuario.

Y tratamos de asir desesperadamente
la esencia del recuerdo que despiertan,
el reflejo sutil de la memoria.

Más al abrir los ojos
el paisaje ha cambiado.
Nada es ya lo que fue.
Las queridas presencias
se alejan como sombras hacia otros territorios
en los que acaso sea posible la palabra.

Más tarde, entre las sábanas,
seguiremos buscando la llave del enigma.

Pero el pasado no vuelve para nadie.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com











*



El día de la mujer  con sus cargas contradictorias, descuentos en supermercados, ofertas de bombones, flores y lavarropas, felicitaciones que una no sabe por qué recibe. Festejos. Es como si el primero de mayo se regalaran licuadoras a los trabajadores o masitas. Con las mujeres pasan siempre cosas curiosas, algo del orden del revés, se ríen muchas veces del dolor que jamás debería ser objeto de un chiste. Se naturaliza lo que es cultural y a pesar de que dios no parece femenino, o quizás por eso, las religiones, o al menos los tres monoteísmos más populares, no hacen otra cosa que meterse con nosotras, en especial, con nuestro cuerpo.

Más allá del primer desconcierto enhebro recuerdos y preguntas y le dedico el día a todas las que viven en guerra con enemigos íntimos o en la guerra.
A las mujeres iraquíes víctimas de hombres y de mujeres que no pensaron en ellas. Una se llama Hillary, está arrepentida pero muchas muertas ya no pueden agradecérselo. Las mujeres en Irak, después de la invasión de EEUU han salido del laicismo, de un lugar en el que la mujer trabajaba, estudiaba, a ser hostigadas si no usan velo. La violencia, el mundo en el que reina el más fuerte, nunca es bueno para lo femenino. Lo dedico a Rigoberta Menchú luchadora desde el profundo dolor de su pueblo. Lo dedico a todas las que no han podido salir del silencio, a las que usan el arma de no entrar en el sitio asignado. A las que tejen telas que embellecen a Guatemala, telas entre volcanes y lagos, feroces banderas de hermosura. A las indias que enarbolan polleras de colores, esperanzando la miseria. A las que sacan los pechos de las blusas para que crezcan otros, amamantados con leche y con palabras. A los que los llevan a la boca del aire. A todas las que pensaron, piensan y resisten. A las que lucharon, a las que luchan y lucharan por la libertad, el pan y la belleza.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar








*


Salgo solo en el camino;
A través de la niebla, el camino silíceo brilla;
La noche es tranquila. El desierto oye a Dios.
Y la estrella habla con la estrella.
En el cielo, solemne y maravilloso!
La tierra duerme en azul brillante...
¿Por qué es tan doloroso y tan difícil para mí?
¿A la espera de qué? ¿Te arrepientes de eso?
No espero nada de la vida,
Y no me compadezco del pasado en absoluto;
¡Busco libertad y paz!
¡Me gustaría olvidar y quedarme dormido!
Pero no ese sueño frío de la tumba ...
Desearía poder dormir para siempre
Para que la fuerza de la vida dormitara en el cofre,
De modo que mientras respira, su pecho se agita en silencio;
Para que toda la noche, todo el día, mi audiencia sea apreciada,
Sobre el amor, canté una dulce voz
Por encima de mí, siempre verde
El roble oscuro se inclinó y crujió.

-1841-



*LERMONTOV
Mikhail Yurievich
(1814-1841)

















*


Hablo y en seguida aparece la ambigüedad, el malentendido: no quiero decir lo que digo, digo lo otro, la ajenidad absoluta. Y el otro entiende lo que no quise decir, lo que ni siquiera se filtró en mis palabras, sino en su propio pensamiento que tradujo de acuerdo a su masa oscura de sensaciones primordiales, su universo absolutamente distinto e incomunicable.


*De Liliana Díaz Mindurry‎. lidimienator@gmail.com






Inventren






PARADA KM 79*



De estación en estación, y todas las estaciones vacías, y todas con lluvia, y todas con este olor a campo y algunos papeles mojados en los andenes. El campo apenas adivinado detrás de las ventanillas que no cierran bien y dejan entrar el frío, las gotas de agua en el vidrio que tiemblan y trazan recorridos oblicuos.
Y yo, finalmente, yo en este tren que se mueve irremediablemente hacia adelante y más adelante, y a medida que las estaciones se suceden se va acercando a mi apeadero, en donde detendré el viaje que para el tren continúa más y más allá, siempre más adelante y más lejos en esta noche interminable.
El viaje como una continuidad, un largo camino de aquí hasta allá, y yo que no voy de aquí hasta allá sino que me bajo antes, en un intersticio, yo que detengo mi viaje en este tren que va a continuar sin variar casi el peso, sin extrañarme. Yo que voy descontando paradas, un latido en falso en cada estación, un retorcijón en el vientre cada vez que tacho en el espacio otro nombre que me acerca a destino.
Llueve, siento humedad en el aire, abrigo mojado, pelo húmedo, ronquidos desde otro vagón. El paisaje que se va, que queda atrás, y más atrás, y fuera de alcance. No hay luna. No hay cielo hoy, sólo una negrura espesa y una lluvia inevitable.
Lluvia, lluvia y trenes, y estaciones. Y una mujer sola en un vagón con el abrigo húmedo y una sola maleta y la mano apretada contra la boca cerrada sobre los dientes apretados. Yo.
Ya casi, falta poco. Tomo mi maleta para tener algo en la mano, para convencerme de que es cierto que me voy a bajar. Me convenzo tomando la maleta y arreglándome un poco el peinado arruinado por la lluvia. Me aferro a mi maleta porque si esto no es un sueño el tren va a detenerse y en vez de seguir sentada en un viaje infinito me voy a bajar. Me voy a poner de pie con mi maleta, voy a llegar hasta la puerta, voy a bajar al andén y voy a encontrarme con Pedro después de esta larga, larguísima semana.
Va a estar ahí esperándome, ya nos pusimos de acuerdo. Con las manos en los bolsillos, seguramente. Terminando un cigarrillo o mirándome de frente con los brazos cruzados. Va a estar ahí esta noche, nos vamos a subir al auto, vamos a llegar a casa y no sé si vamos a decir algo. No lo sé.
Siento ya su cuerpo sentado al lado del mío en el automóvil, la sensación del tapizado del asiento, mis ojos fijos en el rosario que cuelga del espejito para no mirarlo a él, silencioso, a mi lado.
Ya me imagino en casa, dejando la culpable maleta en el ropero, metiéndonos rápido en la cama para dormir al menos unas horas hasta que suene el despertador. Veo el desayuno con el mate y yo otra vez usando las pantuflas y el pullover rojo que quedó en el ropero.
Otra estación, ya casi. Si fuese de día seguramente podría comenzar a reconocer parajes y alguna casita rodeada de árboles. Pero no veo nada. Nada de nada.
Mamá me dijo que una se casa para siempre y que los hombres tienen sus cosas y que la mujer tiene que aprender a manejarlos. Y dijo mamá que cada esposa con su esposo y cada carancho a su rancho y que la vida es esto y no cuentitos de princesas y zapatos de cristal. Le dio vergüenza que yo haya escapado de mi matrimonio y haya vuelto al pueblo. Se reía con las vecinas pero a mí me congeló con los ojos fríos cuando me abrió la puerta. Ella habló con Pedro por teléfono y que si, que claro, que me mandaba de vuelta que las cosas se arreglan entre marido y mujer y basta de pavadas.
Es la próxima ahora, Pedro con las manos en los bolsillos seguro, y elevo el cuello de la campera que no me tapa el moretón pero lo subo igual, no quiero que Pedro vea el moretón que es como acusarlo y recordar que me escapé.
Ahora sí, en medio de estaciones y estaciones y estaciones está la parada en el kilómetro 79, ni nombre tiene mi parada, es apenas un intersticio por donde me voy a caer para siempre para siempre. Y me veo desapareciendo por ese hueco entre campos, esa grieta entre paredes. Me veo alejándome con Pedro y el rosario colgando y el color azulado en mi cara que ya no se ve porque se aleja. Se aleja de este tren que acaba de detenerse.
Me pongo de pie, tomo la maleta, me subo de nuevo el cuello del abrigo y camino hasta la puerta del vagón. Estoy caminando en sueños, lo sé. No siento el suelo duro bajo los pies ni el olor ni los sonidos ni siento mi propio cuerpo. Esto ocurre despacio y de forma borrosa. Alguien camina con una maleta y es mujer y se acerca a una puerta del vagón de un tren detenido en una casi estación para dejarla junto a un casi hombre para que vaya a un casi hogar.
Me quedo. Me quedo y el miedo desborda, rompe, me hace transpirar en una oleada roja de pánico salvaje. Aprieto la manija de mi maleta. Me quedo.
Cuando el tren vuelve a ponerse en movimiento y se sacude, y después se empieza a apurar y al fin corre sobre sus rieles brillantes de lluvia yo, una mujer con una maleta, me pongo a alisar los pocos billetes que tengo en el bolsillo, me acomodo en el asiento e, infinitamente desamparada, sola, sin saber cuál será el futuro, duermo en una calma de feroz alegría.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com





-Próxima estación:

JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.



***


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.
LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.





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