domingo, agosto 16, 2020

UNA INTENSA NOSTALGIA DE LO QUE NUNCA SUCEDIÓ...


*Obra de Sandra Caschera.










*


Retrata el agua,
pero no el río o el océano
no la laguna, sino el charco
que lleva en si su germen de humanidad.
En la tierra, o sobre la baldosa
deja traslucir el limo y la piedra
está vivo un tiempo
no corre para siempre y sin embargo:
es agua. No ves el hallazgo?
No estás, acaso, vivo?
Así sucede.


*De  Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com



-Mercedes nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.
Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013), Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015).
En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.
Recientemente publicó El cuerpo intacto (2017, Penn Press), y Grow a lover (2018, Pensamientos literarios)














10*


Nada dejó que no doliera
MACEDONIO FERNÁNDEZ




Subiste,
Miraste por la ventanilla cómo se iba perdiendo
el paisaje, que se alzaba, casi tangible,
como un cuerpo vivo

¿Subiste al avión?
¿Qué palabras se dicen cuando se sube a un avión?

¿Rezabas como si Dios te hubiese humillado?



*De Noelia Palma. noelia261984@hotmail.com
-De Luxemburgo


-Noelia nació en Morón, provincia de Buenos Aires, en octubre de 1984. Textos de su autoría fueron publicados en diversas antologías y revistas digitales como Digo.palabra.txt, Letralia, entre otras. Realizó talleres literarios con Alberto Ramponelli y Eduardo Espósito.
Su primer libro de poemas, “Que la muerte nos ampare”, fue editado por Francia Ediciones en 2017. Tradujo a Charles Bukowski desde 2011 y en 2017 publicó junto a Editorial Postales Japonesas su primera antología bilingüe: “Solo con todo el mundo”. En noviembre de 2018 editó en Ombligo Cuadrado “0034-Buitre hacia la nada”, que consta de dos libros en un solo ejemplar. En junio 2019 la editorial cordobesa Mascarón de proa publicó “La casa”.












*



Cuando era fácil el amor me regalaste
una tacita inglesa,
con faisanes rojos sobre un campo dorado
que compraste
en alguno de tus viajes.
Yo compré
hebras de té y cada día
mi despertar fue calentar el agua
para hacer una infusión
que se pareciera a despertar con vos.
La taza se rompió
y la llené de tierra fértil y planté
un rosario de la virgen
para que caiga
desde un estante de mi biblioteca
y se parezca
a leer con vos.
Yo no sé, pero aprendo cada día
que la lealtad es más poderosa que el amor,
pero el amor
cabe mejor en las pequeñas cosas.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com


- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador  (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.














Un rayo de luz*



Debajo de la sombra verde
de esta mañana puedo pensar
en tu voz cuando me dice
que el amor se diversifica
como nunca habías imaginado.
Se refracta innumerables veces
como la luz que atraviesa estas ramas
y se disemina a nuestro alrededor.
Ahora sólo se me ocurre pensar
que una mano sobre una mejilla
son suficientes para tanta profundidad.
Y frente a eso cualquier argumento
se desvanece. Saber que el amor es sólo
un rayo de luz capaz de atravesar
la copa de un árbol frondoso.


*De Cecilia Figueredo. ceciliafigueredo@gmail.com













*


Yo administro
mi filosofía con cuentagotas
pero no por ello es menor el incendio.
La pasión, como la procesión van por dentro
y por las noches
crujen las palabras en las intersecciones de los huesos.
Una línea más
y cae la guillotina.


*De  Mercedes Álvarez. alvamercedes@gmail.com



-Mercedes nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.
Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón (Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos Aires, 2013), Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015).
En 2013 con el relato Grow a lover ganó el premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano.
Recientemente publicó El cuerpo intacto (2017, Penn Press), y Grow a lover (2018, Pensamientos literarios)














CERA Y MARFIL *

“…aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra...”
 (Cita bíblica).


Ha matado a todos lo hombre de su vida.
Por odio o por amor, al final, es lo mismo.
Nacida de la espuma hacia la espuma va.
Engendrada en el mar. No tuvo infancia.
Si, en cambio delfines, palomas, cisnes, almejas perlas.
Granados y manzanos. Mirto y rosas.
En ella hay dos mujeres, la joven y la vieja.
Sierva sagrada y meretriz de los templos.
Infiel a su esposo y fiel a sus amantes.
Bella. Impúber. Codiciada.
Andrógina. Quisquillosa y perversa.
Mujer de cera y de marfil.
Astuta. Artera. Sobreviviente.
Todos los días. Todos. Calza su yelmo.
Se arrodilla. Pide indulgencias.
Y humana, liberada de pasiones, es.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com
















BEDUINOS*



El desierto se presentaba delante de ellos como un mar de arenas sin fin y a pesar de ir dejando atrás una duna tras otra, la aparición de otras de igual apariencia les hacía tener la sensación de que no avanzaban en su huida.
No se arrepentían de su decisión y el amor que les había lanzado a marcharse de sus respectivas tribus les daba fuerzas para seguir. Su amor estaba por encima de las rencillas, los odios y las continuas peleas que durante décadas habían enfrentado las dos familias.
Sólo la casualidad hizo que se conocieran y gracias es ella se había fraguado aquel amor que les llevó a resolución de huir y formar su propia familia lejos del pasado.
Al cabo de muchas jornadas llegaron a un oasis pequeño y escondido detrás de unas formaciones rocosas de escasa altura, pero que mantenían el lugar lejos de las miradas de circunstanciales trashumantes por lo que decidieron establecerse allí.
Con el curso de los años, tuvieron dos hijos, consiguieron cultivar la tierra y tener algunos animales pudiendo con todo ello vivir una vida tranquila, feliz y en paz.
Una mañana despertaron sorprendidos al ver que el oasis había desaparecido, sus dos hijos no estaban y el huerto y los animales se habían esfumado. Sentados sobre la arena caliente con los primeros rayos del sol de la mañana, se miraron a los ojos y comprendieron, con desesperación, que habían vivido todos aquellos años en un espejismo.


*De Joan Mateu.












A la mujer a veces se le encabritaba la mirada.*


Era como si un río de caballos negros y sedosos la traspasara en la búsqueda del mar.
Un día se dejó ir desnuda, con pequeños adornos de corales rojos y negros.
Llegó hasta la orilla.
No sabía si seguir o volver a la blandura del sueño.
El cazador de gestos sabe el final.
Sea como sea que termine la historia, a la mujer nadie le quitará de los ojos el brillo de los caballos galopando su noche.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar











*

Tener una intensa nostalgia de lo que nunca sucedió.


*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com








Inventren






LA RAZÓN CENTRÍFUGA*



Llegué a Roque Pérez. Desde aquí no me queda otra opción que hacer dedo. Pedir aventón traducen los españoles, pero aquí no aventamos las cosas, las tiramos, las revoleamos como quien dice que se saca algo de encima, lo agarra de una esquina, mueve el brazo en redondo por sobre la cabeza, suelta y la cosa sale disparada hacia una esquina del mundo, y se queda ahí donde ya no hace daño. No aventamos ni arrojamos, en nuestro tirar hay una desesperación de revoleo, y me pongo a discurrir sobre temas tangenciales para evadirme de este presente, de este haber llegado casi, de estar tan cerca aunque falte el último tramo.
No hago dedo entonces. Podría ponerme a la vera de la ruta y con el clásico gesto de los mochileros indicar mi deseo de que algún buen samaritano me recoja, pero en este lugar y en estos tiempos podría pasar días esperando que alguien me levante.
En un barcito pregunto si hay forma de viajar a la Estación Juan Tronconi. El hombre detrás de la barra lo piensa un momento mientras pasa la rejilla borrando las gotitas que ha dejado la bandeja de latón que se ha llevado el mozo. Dieciséis kilómetros, me informa. No me pregunta para qué quiero ir a una estación que ha dejado de recibir trenes desde hace más de cincuenta años, su orgullo masculino lo insta a resolverme el problema. Se nota que es uno de esos hombres acostumbrados a solucionar desperfectos, y lo veo dando vueltas un mapa mental de caminos rurales y alambradas, adornado con vagas referencias de tendidos eléctricos repletos de gigantescos nidos de loros.
La maestra. Me dice que la maestra de la escuela número ocho va hasta ahí cerquita de la estación. Que la escuela está a un tiro de piedra. Después si, ahora que me dijo cómo llegar, me pregunta para qué voy. Quiere seguir demostrando eficacia, intenta adivinar, supone que hago un relevo fotográfico de sitios históricos, pero me advierte que la estación ha quedado en un campo privado, y sólo se ve de lejos, detrás de una alambrada.
Me dice que la maestra vive ahí a unos trescientos metros del bar, que si camino hacia la izquierda voy a encontrar una casa con una reja blanca y un ficus en la vereda. Me dice que no me puedo equivocar, que el árbol es enorme y las raíces están tirando la pared que sostiene la reja.
Tuve suerte, encontré la casa, la mujer se mostró amable y accedió a llevarme hasta la escuela. Eso sí, me dijo, tendría que compartir el automóvil con sus hijos y una enorme cantidad de cachivaches. Pilas de cuadernos, rollos de láminas, cajas de diferentes tamaños, un chico de unos nueve años y una nena de siete que fueron todo el camino disputando un celular con el que uno intentaba escuchar una música mientas la niña lo acusaba a la madre y viceversa.
No podíamos mantener la conversación sin gritar, por lo que tras vanos intentos de preguntar o responder superficialidades, pude mirar lo poco que había para ver mientras el auto traqueteaba en el camino de tierra. Vacas, postes, alambradas, pájaros, sembrados que para mi ignorancia podían ser cualquier cosa entre soja o alfalfa.
La escuela consta de dos edificios celestes, uno más grande y con una enorme puerta con arco de medio punto, de hierro, con grandes cuadrados de vidrio repartido. No pude evitar pensar que en la ciudad los vidrios ya estarían rotos, y por la noche habrían vandalizado la escuela aprovechando esos grandes espacios sin rejas. Pero estamos en el medio del campo, aquí se respetan los objetos construidos con esfuerzo humano.
Todavía no llegan los chicos ni las otras señoritas, la maestra abre la escuela media hora antes del inicio del turno para preparar los salones, abrir las ventanas, regar las plantas de las macetas. Me dice que está reemplazando a la directora, que tiene muchas ocupaciones, desaparece con los hijos ofreciéndose a llevarme de vuelta a la ciudad cuando finalice el horario escolar.
Voy hasta la estación. Camino en un silencio maravilloso. Las retamas rojas salpican el pasto que a esta hora tiene un color precioso, brillante, favorecido por la lluvia de ayer. Claro que me detiene el alambrado. Cerca, a unos cincuenta metros quizás, el edificio de la estación con su techo rojo a dos aguas todavía parece vivo. Veo el andén, con las cenefas de madera, las paredes de ladrillo típicamente inglesas como el verde de las aberturas. Allá el galpón de carga, largo y tan hermoso acostado bajo su cielo perfectamente azul. La hilera de altos plátanos retorcidos, el molino dibujado finamente, haciendo contrapunto con el tanque de agua macizo. Todo igual. Faltan los Sosa en la carnicería, la gente llegando con paquetes en sus verduleras, el guarda y su silbato. Falta, claro, la gente. Pero la ilusión de realidad es tan fuerte que creo escuchar las voces entremezcladas con el grito de los teros y ladridos lejanos.
No pertenezco a este paisaje. Me lo contaron. A pesar de mi edad, que ya me funde con todos los paisajes en sepia, no conocí los acopios de cereales de los planes quinquenales cuando se nacionalizaron los ferrocarriles, ni tampoco vi pasar la última formación en 1961. No estuve cuando levantaron las vías, cuando desapareció el puente que unía Roque Pérez con Carlos Beguerie. No estaba yo sobre este andén borrado, cuando esto dejó de ser una estación de trenes para ser testimonio de fracaso.
Vengo a despedirme. Por qué aquí, bueno, porque en algún lugar se derrumbaron las ilusiones, y éste fue uno de esos lugares. Recóndito, centrado en su telaraña de caminos polvorientos, posesión inglesa primero, argentino luego, propiedad privada ahora, desaparecido, inútil, lugar de fantasmas, mancha de lo que no fue.
Recostada contra uno de los postes del alambrado, llorando sin mucha lágrima pero a corazón desollado. En soledad, pequeña, despeinada, con las piernas cansadas, consciente del polvo en los zapatos y de que empiezo a tener hambre. Con pena de tener hambre, porque las ocasiones solemnes no debiesen opacarse con estas cosas. Triste, triste, muy triste. Sintiendo el planeta esférico bajo mis pies, henchida de amor por esta Argentina que me defrauda hasta el vértigo, a punto de ahogarme por la bronca contra esta Argentina que me defrauda. Sabiendo que estoy haciendo un recuerdo, que estoy plantando una bandera en mi memoria, un momento iluminado por el relámpago, una quemadura desgarradora.
Mañana será Ezeiza, el vuelo, la partida.
Aquí, en el medio del campo, que es el medio de la nada o sea el centro del alma y el centro de mi Patria, mirando de lejos las ruinas de una promesa, viendo el puente que falta, las huellas de vías que se desvanecieron, la caída de un enorme toro que desapareció en su propia polvareda. Aquí, antes de volver a subir al automóvil de la maestra, me despido.
Una figura aparece en el andén. No distingo si es una mujer o un niño, la saludo con un amplio gesto de mi mano por sobre la cabeza. Permanece inmóvil un instante y luego, despacio, me devuelve el saludo con lentitud, dibujando un arco ampliamente con el brazo derecho.
¿Soy yo, de joven? Un escalofrío bajo el sol. Quien se va se deja, me digo. Aquí queda mi juventud. Me marcho.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com






-Próxima estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Midland:


ELÍAS ROMERO.

KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.
LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



**


-Siguiente estación.
En el recorrido del tren literario por el Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.  

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.




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